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9 de febrero de 2012

666 y la carne más pura


¿Quién quiere fagocitar una vida? ¿Quién precisa acabar con una vida para alimentarse y hacerse más grande como lo haría una célula?
Yo. Un dios sin piedad, sincero. Sin más argumento que mi odio hacia la hipócrita bondad. De la misma forma que los primates tenéis la envidia metida en el tuétano de los huesos, mi tejido es odio y poder nefasto para vosotros.
Odio a Dios, a ese lerdo demasiado acomodado en su voluntad, demasiado creído de si mismo. Vosotros los primates no estáis hechos a imagen y semejanza de él. Sois solo una descendencia tarada, sus creaciones subnormales con superávit de cromosomas.
Os fagocito porque sois microorganismos invasores, no sois peligrosos, solo molestos. Os destruyo porque sois una infección en este planeta.
¿Cuántas células forma el feto primate? No se puede cuantificar, mueren y se reproducen demasiadas al mismo tiempo. Me aburren las matemáticas. Solo quiero follar, destrozar y matar.
He abierto el vientre de la primate sin anestesia. El parto, de por si ya da suficiente dolor y un poco más apenas lo nota la madre que está preocupada por lo que le está presionando en el coño. Abrir su vientre ha sido fácil, no ha habido resistencia.
La Dama Oscura pone en mi mano los objetos quirúrgicos no esterilizados y por puro entretenimiento se ha metido en la vagina los electrodos que miden la dilatación y las contracciones de la parturienta. Cuando le digo al oído alguna obscenidad como: “Chupa mi pene agitando esos cables que salen de tu puta raja”, el monitor marca una contracción de nivel seis y cero dilatación. Su coño responde ante mí como el cura que cada día moja sus dedos en el agua sucia de la pileta de la iglesia para saludar servilmente a su inocuo dios. Ambos son igual de obedientes: coño y cura… Solo que el cura vivirá mucho menos si se cruza en mi camino.
La mujer, de pechos pequeños; pero hinchados y oscurecidos pezones, ha tenido elección: ante los cuerpos descuartizados que se amontonan a los pies de su cama, el del médico, la enfermera y su marido. Ha elegido vivir, gritando que no la matemos ante la cabeza de su marido clavada en el portasueros. Los labios de la cabeza de su marido están encogidos mostrando los dientes en un rictus de dolor, sus ojos están cerrados con fuerza. No ha gritado porque antes le he seccionado las cuerdas vocales. Todo ello ante la casi madre. Lo ha visto y disfrutado todo. Es lógico que no quiera morir, ya que además, estas cosas asustan a los primates todos. El hedor de las vísceras derramadas crea una atmósfera íntima para estos actos de maldad.
Ante todo está aterrada por mi presencia en su mente. No existe cosa más sucia y aterradora para un primate que sentir que su pensamiento es invadido, que el último reducto de intimidad ha sido destrozado y puedo ver cualquier cosa y saber que es, que ha sido y que será. Les robo todo lo que sabían y guardaban. Sus secretos, sus penas, miedos y alegrías han sido violados por mí. Daría la vida de su otro hijo a cambio de que saliera de su cabeza. De dejar de sentir ese olor a mierda que sale desde dentro de su cabeza.
Observo a través de la barriga abierta y tras haber roto la membrana, como el bebé se remueve inquieto empujando con la cabeza para salir de ahí, para nacer. No detecta la luz que lo alumbra, ni mi mirada preñada de un odio que mata, que envenena.
YO, ante Dios, hundo mi cara en ese vientre anegado de sangre y le arranco un bracito al feto con un implacable y fuerte mordisco. O al bebé, no voy a entrar en debates semánticos. Aún no ha nacido.
El bebé llora como si hubiera recibido la típica cachetada de nalgas. Se ha olvidado de seguir empujando y de forma instintiva mira con sus ojos cerrados hacia arriba, hacia a Mí.
De su muñón mana un ridículo chorrito de sangre. Tienen poca sangre los bebés, es suave matarlos.
Su carne es inyección pura de inocencia y eso le duele a Dios. A mí me parece una carne demasiado dulce.
Ha enviado a sus dos arcángeles: Malakai y Disturbia que aparecen dejando un rastro de cantos hermosos en su derredor e inundan con un estruendoso silencio la habitación cuando cesan sus salmodias para hablarme.
La habitación es demasiado pequeña para tantos muertos y ángeles. Y eso no mejora mi humor. Me retiro un poco de la cama para tener mejor perspectiva y se rompe la puerta del armario al apoyarme en ella. Nada humano me soporta demasiado tiempo.
—¿No tienes límite, 666? Deja que muera, los bebés humanos sufren mucho ahí dentro, no conocen ni siquiera la luz. Son inocencia pura. ¡Ohhh Yahvé…. Ruega por el pequeño que el Malvado asesina!
—Siempre has entonado mal, Disturbia. No jodas más o te arrancaré las alas y la piel a tiras. Os falta convicción y a mí sensibilidad y paciencia para vuestros cánticos de mierda.
—Mátalo ahora, mata al bebé, que no lance un solo grito más. Nuestro Padre llora. ¿No es suficiente para ti?
La Dama Oscura ha metido la mano en el vientre, y ha sacado medio cuerpo del bebé, que se retuerce y sobrevive aún gracias al cordón umbilical.
—Como éste tenéis a cientos que salvar y ayudar, dejad a mi Dios en paz. Maricones de alas míseras, de voces afeminadas. Que os sodomice Dios, vuestro Padre.
Adoro cuando habla así, cuando lanza todo ese odio hacia lo que me molesta. De la liga de su muslo izquierdo ha sacado un estilete y lo clava en una mama de la primate abriendo otra vía de sangre, aunque débil. Su corazón ya no bombea con la potencia de hace media hora. Está en las últimas y dejo de invadir su mente para que sepa que de morir no se libra. Yo no hago tratos ni respeto nada ni a nadie.
—No quiero a mi hijo, llévatelo y déjame en paz. Quiero morir ya… Estoy cansada —susurra sin dar importancia al corte de su pecho, del que mana una sangre rosada.
El fluorescente verdoso del cabezal de la cama le da un aspecto cadavérico.
La Dama Oscura deja caer el bebé otra vez en el vientre. Malakai intenta clavar un puñal en el pecho del pequeño primate que llora; pero la Dama Oscura ha hundido el estilete en su ojo y se ha evaporado llorando su cántico homosexual, buscando a su Dios para que lo arregle, para que lo sane.
—Arráncame los ojos a mí, y deja que mate al pequeño, no tiene que conocer el mal si ni siquiera ha nacido. Que su alma pura venga con nosotros —dice Disturbia.
La Dama ahora está acariciando el dilatado coño de la mona, poniendo especial énfasis en el clítoris. La primate no sabe que lo tiene duro como una perla. Su mente está enloquecida de dolor y muerte, el clítoris actúa libremente. La Dama escurre por los cables que salen de su sexo unas gotas que recoge con los dedos y se lleva a los labios. Mi pene se encabrita y siento el deseo de metérselo en la boca al arcángel para que calle, para asfixiarlo.
Conjuro a mis crueles.
—Venid cerdos míos. Traed un mono pequeño, un niño para este idiota.
Como si la habitación estallara, aparecen dos de mis queridos cerdos negros de rotos dientes afilados, con garras sucias de sangre y restos de carne, soportándose sobre las dos patas traseras. Un niño asustado se encuentra entre ellos. Está enfermo, sus ojos lloran sangre apestada de ébola, y los labios no pueden cubrir unos dientes enormes y amarillos que parecen de caballo. Obscenos en un rostro tan pequeño.
El vientre está inflamado y parece que se ha tragado un balón, su ombligo ha salido fuera. Los testículos son tan pequeños… Sus dientes están flojos y su piel negra está sucia de polvo. Es lo mejor en humana miseria que han encontrado mis cerdos.
El hambre no da elegancia alguna al cuerpo de los primates. No son galantes muriendo.
—¡Eh, maricón! Llévate a éste y lárgate pronto —le grito empujando al hambriento negro.
El arcángel Disturbia toma a tiempo los brazos del primate antes que sus abultadas rodillas se estrellen contra el suelo. Se le muere en brazos con un suspiro que nadie oye. El arcángel llora y clama a Dios elevando al techo su rostro cincelado y hermoso de mierda.
—Yahvé, un ángel va hacia a ti, dale la vida que no tuvo, dale la alegría que no conoció, otórgale la gracia del no-dolor. Vamos a ti, Padre.
La Dama Oscura, observa sacándose distraídamente los electrodos del coño, como el arcángel se desvanece con el cuerpo del primate en brazos.
—Su coño está frío, mi Negro Dios —dice la Oscura al tocar la vagina de la primate.
La parturienta ha muerto.
El pequeño feto-bebé no nato, gime débilmente y arrancándolo del vientre de su muerta madre, le rompo el cuello y aspiro su alma pura a través de la pequeña boca llena de líquido amniótico. Le regalo el cuerpo vacío y muerto a uno de mis crueles que lo devora en dos bocados a pesar de que el cordón umbilical aún no se ha roto.
Soy una célula superior que fagocita otras, no me importa quien, cuando, ni donde. Soy superior y la superioridad se demuestra destruyendo a los débiles. Se demuestra no sintiendo la más mínima piedad.
Dios es mi gran enemigo y vosotros, su obra, solo sois un medio por el cual le puedo hacer daño. Y él a pesar de su poder, no os protege. Ese Dios maricón se pasa demasiadas horas abusando de angelitos menores de edad.
Él solo quiere lo puro y hermoso, quiere al feto impoluto y deshecha la vida de los que sufren. Dios es un cerdo blanco con manicura en sus pezuñas.
La Dama Oscura me observa, sus ojos están tristes, su belleza aumenta con el brillo de las lágrimas que se acumulan en sus párpados.
—Hay momentos en los que me siento triste, mi Dios Negro. Siento deseos de vomitar. De ser abrazada.
No tiene la culpa. Es de origen humano, estas cosas pesan. Un feto muerto es una carga emocional en la conciencia instintiva, en el pequeño cerebro de reptil que aún poseen los primates.
La abrazo y oculta a mi mirada una lágrima.
Busco sus nalgas y hundo entre los muslos mi mano para invadir su vagina.
Sus piernas se separan para dejar paso a la mano entera, su boca se entreabre en un éxtasis y se le escapa un gemido de placer.
Ha metido la mano dentro de mi pantalón y ahora mi malvada polla es suya.
Me lleva hacia la muerta y mete mi pene en su boca.
—Fóllala.
Acaricia mis testículos mientras mi glande se araña una y otra vez contra los dientes fríos de la primate. Se arrodilla ante mí para recibir mi semen en su boca, en sus pechos.
La abofeteo con furia al correrme y se estremece con un placer que no entiendo como puede conectar el dolor con el coño. Pero la amo, la elevo del suelo y bebo la sangre que mana de su boca. Ella me destroza con sus dientes los labios y un nuevo clímax se crea entre sangre y baba.
Se escucha el llanto de un bebé durante el tiempo que fumo un cigarro y ambos observamos la muerte perfecta y total. Una erección enturbia mi mirada. El aire se asusta a mi alrededor y la Dama Oscura se aferra a su vagina intentando contener una riada de fluido.
—Dejemos que crezca un poco más antes de matarlo, ¿te parece mi Dama Oscura? —me aburre repetir las cosas.
Toma mi colilla de los labios y la mete en la boca de la madre muerta.
—Me parece bien, mi Negro Dios.
El bebé continúa llorando…
—Hay muchos bebés aún, 666. Se reproducen como ratas, ¿acabamos con ése antes de volver a nuestra húmeda y oscura cueva? —propone con una sonrisa pícara, como una niña pidiendo golosinas.
La amo…
Saco de la cintura de mi pantalón mi Desert Eagle de 9 mm. y tras atravesar dos puertas, entramos en el paritorio.
El médico tiene al niño aún en brazos y cuando disparo, la bala los mata a los dos. De todas formas, disparo dos veces. Soy generoso.
La Dama Oscura entierra el agudo y largo estilete entre dos costillas un poco por debajo del pecho izquierdo de la madre, que intenta gritar ante la atroz muerte de su hijo; no tiene tiempo: el estilete se ha hundido en el corazón con precisión quirúrgica. Sus piernas quedan fláccidas y abiertas encima de los soportes, su coño es una “o” de desilusión. La placenta se desprende como una medusa resbalando nalgas abajo.
Los primates no tienen elegancia muriendo, definitivamente.
Y mi Dama Oscura toma el bebé del suelo por un brazo, tiene el pecho destrozado y el cuello... Se lo acerca a la cara con una remota melancolía que solo yo puedo detectar por la cantidad de siglos que estoy junto a ella. Siente en secreto el pesar de no ser madre.
Le quito suavemente el bebé destrozado de las manos, y llevo mi boca a uno de sus pezones que asoma por la blusa abierta.
Es hora de volver a mi oscura y húmeda cueva. Me aburro.
Ya os contaré más cosas. Tengo tiempo, vosotros no.
Siempre sangriento: 666



Iconoclasta

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