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14 de abril de 2010

Placer mudo



Sus muñecas se encuentran firmemente rodeadas de suaves tiras de terciopelo negro que se han sujetado al cabezal de la cama. Aunque para ella pudieran parecer cadenas que la esclavizan.
La tenue luz de la habitación crea un halo en torno a la cabeza del hombre que suspendida sobre su vientre, apenas roza la piel de su vientre con los labios.
Sus pechos tiemblan, plenos y erizados los pezones. Sus párpados aletean: el movimiento más perceptible de su rostro.
Sus labios permanecen entreabiertos dejando escapar un continuo suspiro silencioso de placer y ansia. Se ocultan bajo un pañuelo negro que cubre hasta la nariz. No debe hablar, no debe gemir audiblemente. Él quiere que contenga el placer hasta el mismo límite de la locura.
Y la locura nace de cada poro de su piel y mana como un fluido denso y lechoso por su vagina dilatada y hambrienta.
Espera trémulo el vientre la lengua que se hundirá en el ombligo.
Se le escapa un gemido: error.
Él detiene sus caricias, el ombligo está anegado de una baba caliente que se escurre lentamente por la piel suave. El castigo se prolonga.
Lo odia. El pañuelo se ondula en sus labios ante el aliento rápido de la tortuosa espera.
Tras unos interminables segundos, siente un sorpresivo cachete en el rasurado monte de Venus.
— ¡Puta! —la llama en un susurro tajante, apenas audible.
El pañuelo casi vuela encima de sus labios y todo su ser le pide cerrar los muslos para oprimir y así acariciar la anegada y hambrienta vagina.
El suave golpe ha sido una contundente caricia que ha hecho vibrar su clítoris duro y brillante. Resbaladizo en los dedos en los que desearía ser apresado.
— ¡Perdón! —susurra buscando piedad.
Quiere ser follada, lamida, mordida, arañada.
“Mete ya tu puta lengua en mi raja”, desea decirle con un susurro hostil; herida de ansia y deseo acumulado en su sexo.
Siente ahora la proximidad de sus labios en el vientre, la respiración del hombre es un chorro de aire ardiente. La lengua inquieta ofrece breves oasis de fresca humedad en su enfebrecida piel.
Todo su cuerpo se encuentra asolado por el hambre de un deseo carnal e irracional en la que el juego la ha sumergido.
Es demasiado tarde para pensar, su sexo pulsa henchido de sangre y necesita con urgencia ser embestida y penetrada o se deshará como mantequilla.
Es demasiado tarde para intentar abandonar el juego y ceder el placer a sus propios dedos. No es una opción masturbarse desbocada ante el hombre que la está destrozando de deseo.
Sus pensamientos se han desvanecido ante la invasión de los recios dedos que se hunden lentos entre los labios de la vulva, sin apenas hacer presión recorren el filo y ella responde elevando la cintura para que los dedos profundicen más.
Desearía gritar de placer, insultarlo, pero él cesaría en el acto con su caricia, no tiene piedad.
Tal vez...
Con un esfuerzo sobrehumano, relaja sus piernas, hace caso omiso de las ondas que llegan de su coño a su cerebro y su cintura pierde también tensión.
El hombre titubea, ya no detecta el ansia contenida.
Es un cabrón. Y ahora ejerce más presión, incluso dos dedos se asoman amenazadores al interior de su vagina.
Pero no puede disimular el abundante flujo que mana de su sexo y extiende una mancha en la fresca sábana de lino.
— ¡Méate! —le ha susurrado tan cerca del oído que se ha sobresaltado.
Cierra los muslos intentando no acatar esa sucia orden.
¿Sucia?
La orden la acepta su cuerpo, su mente lucha contra la humillación intentando cerrar los muslos; pero su cuerpo cede a los deseos de aquel que le proporciona el placer. Y los muslos ceden.
Mana la orina lenta entre su vulva, ardiente se filtra bajo sus muslos.
Lanzaría gritos de placer cuando la orina que parece hervir se filtra por sus nalgas y llega a bañar el ano por cursos que la piel traza invisibles y directos a los centros del placer.
La incomodidad de sentirse empapada acelera su ritmo y lanza mil destellos de placer a su mente.
Pierde de su campo de visión al hombre.
Ruido de agua.
Agua fresca baña su sexo.
Y su vientre se contrae con tres pequeños orgasmos que la obligan a morderse la lengua para no gemir.
La mano ancha y dura frota su sexo sin delicadeza, mete el agua dentro de su coño, juega con ella, la reparte, la extiende y sin recibir orden alguna, afloja la vejiga para dejar escapar unas gotas más.
Una toalla seca su sexo, la roza con más fuerza de lo necesario y se siente penetrada por el algodón.
Una palmada muy cerca del clítoris y siente que se le inflama, que toda su vagina es clítoris y allá donde él posa la mano, la enloquece.
Cuando los dedos se insinúan en su ano, ella eleva un poco la cintura. Necesita que la penetren ya, por donde sea.
Y el dedo se baña entre su vulva resbaladiza para entrar por el estrecho agujero del culo. Sólo la uña...
El hijo de puta podría meter todo el puto dedo.
Pero no lo hace, eleva sus piernas atrayéndola al borde mismo de la cama y sin sacar el dedo, presiona levemente el glande en la vagina.
Le duelen los pezones...
El pene penetra lentamente, tiene tiempo a sentir como su vagina anegada de si misma se adapta, nota hasta las rugosidades de las venas acariciar sus labios gordos, sobre irrigados de sangre.
Y mirando al techo de la habitación no esperaba que los dedos apresaran con fuerza el pezón derecho y la llevara a la frontera del dolor.
Ya no sabe como gestionar todas las ondas de placer que le llegan del ano y el coño, de los pechos y de su propio cerebro colapsado de ansia.
Su vientre se hunde por el peso del placer y los músculos de sus piernas se tensan ante un nuevo orgasmo.
Él saca el pene y por un par de segundos no ocurre nada salvo el latido de su coño hambriento.
Y con brutalidad se siente embestida.
El orgasmo parece salirle desde los dedos crispados en las sábanas.
La nuca hace presión contra la almohada y ofrece su cuello tenso, los tendones conducen el placer como los pináculos de una catedral conducen a Dios.
La tercera embestida, la lleva directamente al paroxismo que provoca que su cuerpo se contraiga repetidamente, desmadejado y abandonado al placer brutal.
Y su pubis es regado por una leche densa y caliente que los ásperos dedos extienden y arrastran por su vientre, por su vulva, por los muslos.
Se da la vuelta de costado cogiéndose el sexo con las dos manos, sus pezones aún están endurecidos, erizados hasta el deseo de ser mamados.
Él se extiende a su lado, alojando su pene ahora blando entre sus nalgas.
Cubre sus pechos con sus brazos y los jadeos de ambos es lo único audible en la habitación.
— Eres hermosa, no he conocido a nadie como tú jamás —le susurra él al oído.
— Has perdido, cielo. Has hablado.
— Vamos, preciosa... Ya habíamos acabado.
— Te dije que ni una sola palabra hasta que hubiéramos salido de la habitación o te cortaba los huevos. Y no cobras.
La Dama Oscura, saca de debajo del colchón la daga aún manchada de sangre de 666 y zafándose del abrazo del chulo, coge sus testículos y de un certero tajo los corta.
El hombre se revuelca en la cama sujetándose la herida, vaciándose de sangre entre gritos.
La Dama Oscura se viste ante el cuerpo retorcido y deja sus bragas negras de blonda entre las manos del chulo.
— Toma, contén la hemorragia con esto. Hijo de puta, no tenías que hacerme mear. Cabrón.
La puerta de la habitación se abre de golpe, con violencia. Una patada ha astillado el marco.
— Mi Dama Oscura, el primate grita mucho, los otros monos se están alarmando. Y no tengo ganas de pasarme el día matando idiotas en este burdel.
666 coge el puñal de la mano de la Dama Oscura y lo clava en el cuello del que aún se retuerce sangrando en la cama. Ahora no emite más que jadeos con las cuerdas vocales destrozadas, mientras su propia sangre inunda los pulmones y lo ahoga.
666 se enciende un enorme Cohiba, mientras admira la muerte del hombre.
— Era un buen esclavo, ha hecho que me corra seis veces —dice ensimismada y acariciándose el sexo la Dama Oscura.
— A veces pagar tiene su morbo —dice tirando al hombre que respira con un jadeo rápido y leve un fajo de billetes de cien euros.
— ¿Te has sentido humana al ser follada por el primate, mi Dama? ¿Has recordado cuando lo eras?
— He disfrutado tanto que quiero más... —responde con una sonrisa perversa y obscena.
Es excitante jugar a ser dominada y poder tomar el control. Con 666 jamás puede, la arrastra sin remisión al infierno del placer y su voluntad cede ante la carne y la maldad pura.
666 lleva la mano a su sexo y por debajo de la falda pinza con fuerza la zona del clítoris sin cuidado alguno. Los sonidos débiles y agónicos del chulo que se asfixia parecen llenar la habitación. Lleva el filo del puñal hasta uno de los pezones y hiere la piel.
La presión en el sexo no disminuye y la Dama Oscura, cierra los ojos temblando, no sabe si de dolor. Pero una pequeña gota de sangre corre por su torso desde el filo del cuchillo que corta la piel de su areola.
Un dedo brutal se desliza dentro de su sexo y se siente alzada en el aire, los pies no tocan el suelo por unos centímetros y es arrastrada irremediablemente a un orgasmo de dolor y placer que hace que sus ojos se aneguen en lágrimas.
Besa la boca de 666 mordiendo con furia sus labios y cuando otro orgasmo la sacude entera, el chulo exhala su último suspiro en la cama dejando escapar una orina muerta y sin presión.
Muere mudo como mudo folla.
— Así, mi Dama, así es como tienes que correrte —666 le muestra el dedo brillante y mojado con el que la ha penetrado.
Ella se lleva la mano al sexo, lo siente latir con tanta fuerza... Un fino hilo de fluido sexual se descuelga como una hebra de seda desde la mano.
— Vámonos de aquí, mi reina. Vayamos al infierno, allí se está más fresco.
Cuando salen al corredor, tienen que pasar por encima del cadáver de una puta decapitada, cuya cabeza está colgada de la maneta de una de las muchas puertas con el “No molesten” asomando por la boca abierta en un grito de terror.
—Me comían los celos y me aburría, mi Dama.
Ella responde acariciando su sexo a través del pantalón.
Unas palabras impronunciables abren la puerta del infierno, y una vaharada de aire fresco y húmedo los recibe.
La puerta se cierra dejando el mundo tras de sí junto con un par de cadáveres que antes no habían.


Iconoclasta

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