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10 de febrero de 2010

El Follador Invisible en las carreras de motos



No, no siempre me muevo con nocturnidad y con víctimas aisladas y solitarias. Hoy me encuentro en una concentración de moteros que acuden a un campeonato mundial de motociclismo.
Ruido... Me irrita.
— ¡Yo es que llevo la gasolina en la sangre! —grita un motorista haciendo tronar el motor con el puño en el acelerador.
Da un largo trago a la lata de cerveza y le ofrece el casco a su amigo.
—Voy a hacer un caballito que te vas a cagar.
Pasa una pierna por encima del asiento como un experimentado cowboy sube a su caballo. Empuja con los pies la moto hacia atrás para encararse en la avenida del pueblo que hace las veces de pista de exhibiciones para los fanáticos moteros. Acciona el embrague, con la puntera de la bota mete la segunda marcha y vuelve a subir las revoluciones del motor; cuando parece que el motor va a estallar; suelta el embrague y la moto sale disparada. En un instante la rueda delantera se eleva y el motorista pega el pecho en el depósito entre chillidos, pitidos y aplausos de desconocidos eufóricos llevados por la fiebre de la gasolina, el motor y la cerveza caliente y barata.
Algo vuela por el aire, sale de entre las cabezas de la muchedumbre.
Se trata de una botella de cerveza que da en la cabeza del motorista sin romperse. Se rompe cuando toca el suelo, sólo en las películas se rompe una botella en la cabeza.
Donde hay grandes concentraciones de ganado humano, además de cerveza agria y meados siempre hay cosas por el suelo que pueden servir para hacer daño.
La he lanzado yo, entre mis habilidades no figura la puntería; pero todo lo que se trate de hacer daño se me da bien.
El chico parece no sentir nada en un primer instante; pero su cuerpo está lacio en la moto. La máquina planta la rueda delantera en el asfalto, el manillar se cruza y la rueda de atrás se encabrita lanzando al motorista al aire. La moto acaba enterrada entre un grupo de espectadores demasiado prietos y compactados para poder esquivarla. Gritan ayuda.
El motorista ha sentido un crujido espantoso en el cuello al caer y no le duele nada, sólo siente frío.
Aunque la mayor parte de los borrachos acuden a ayudar al grupo que ha sido embestido por su moto, puede ver pies que se acercan hacia él.
— ¡Sobre todo no lo mováis! Fijo que tiene algo en la columna. ¿Veis? No se mueve.
No puede girar el cuello, no sabe si los dedos de sus manos se mueven. El miedo inunda su mente como un fluido oleoso y pegajoso que la impregna.
Un manto negro que le enturbia la visión.
Y que a mí me excita, me la pone dura, me acelera el corazón y hace patente mi superioridad.
Antes de que aquellos tres pares de botas de motorista lleguen hasta él, percibe que alguien se ha adelantado cogiéndole por los pies.
— ¡Tío no te muevas! No hagas eso –gritan los que se dirigen a auxiliarle.
“Sí, para moverme estoy yo”; piensa el chico roto. En su campo de visión, aparece una porción de su propia pierna. Alguien le eleva las piernas.
— ¡Que no, joder! ¡No te muevas y tranquilízate!
“¿De qué coño hablan?” se debe preguntar, yo lo haría.
Entre el grupo embestido por la moto, una mujer grita por su mano; se ha convertido en un muñón sangriento del que cuelga por una tira de piel el dedo pulgar. Los radios de la rueda trasera le han triturado hasta la muñeca.
Chupas de cuero negro y sangre...
Yo con mi invisibilidad y vosotros con vuestra gasolina y motores.
No necesito máquina alguna para sentirme poderoso, idiotas.
Las piernas del motorista suben en el aire de forma imposible y la misma fuerza, mi fuerza, eleva la espalda rota desde el suelo y luego, doy una fuerte sacudida, como si aireara una sábana. La sacudida hace que se desconecte la vida.
Ya se sabe que a un lesionado medular no se le puede mover sino es con mucho cuidado. A veces mi ego no puede evitar alardear de este poder ante la multitud. Cuando he elevado sus piernas y pegado un fuerte tirón de ellas, hacia arriba y atrás, he sentido en mis manos como se han seccionado todos los nervios, como se rozaba la columna vertebral entre sí en el punto de fractura.
Están todos demasiado borrachos y el subidón de adrenalina de alto octanaje siempre quita lucidez a sus ya de por si, mermados cerebros.
Se han apelotonado en torno al cadáver sin saber bien qué hacer. Está más seco que la mojama. Deberían llamar directamente al juez para que levante el cadáver.
Cuando lanzan gritos como una manada de chimpancés pidiendo una ambulancia, me aburro y miro a mi alrededor buscando mi próximo juguete.
Un tipo choca conmigo y casi me tira al suelo, se queda perplejo al haber topado contra el aire y yo con un mal humor venenoso, le clavo un buen puñetazo en los huevos.
Ruido y gente apiñada, hoy me siento sociable.
Las nenas que acompañan a algunos de estos moteros, visten faldas cortas y ajustadas, mi pene se endurece por momentos.
La invisibilidad comporta una maldición, ni yo mismo puedo ver mi polla. Es un poco frustrante. Tal vez sea ésta una de las razones por las cuales me siento tan rabioso y hostil hacia vosotros, los visibles.
La pelirroja me gusta, está sentada junto a una morena de pantalón vaquero con deshilachados cortes en las nalgas. Sorben de una botella de cerveza mirando con los ojos acuosos las evoluciones que hacen los amigos del motorista muerto.
Las bragas de la pelirroja son rosas y un vello rizado y negro sale por los camales. Me he arrodillado delante de sus piernas para observar su coño; si alguien me hubiera podido ver, se hubiera creído que estaba rezando a su sagrado chocho.
Me siento a su lado, en el bordillo de la acera.
Cuando la cojo por la cintura y la coloco encima de mis piernas, la amiga le pregunta con una carcajada idiota:
— ¿Qué haces?
Le he tapado la boca y estoy seguro de que sus ojos horrorizados, piden ayuda a su compañera.
No me cuesta nada apartar las bragas a un lado y separar sus piernas con las mías.
— ¡Qué guarra, Vero...! —ríe la ebria amiga al ver como se abre de piernas.
Con la mano libre, le estoy pinzando el pezón con tanta fuerza que siento como se endurece por la falta de sangre. Las contracciones de su dolor reverberan en el coño por el que mi polla se está abriendo paso.
Cualquiera que la vea de frente, verá como su vagina está extrañamente dilatada y sus labios se adaptan a un vacío cilíndrico.
La amiga se levanta y cogiéndola por los hombres intenta que se ponga en pie. Le apreso el tobillo y tiro de él, cuando cae, la arrastro para aproximarla a mí hasta que puedo golpearle la nariz con el canto del puño un par de veces; se la he roto y el shock la deja atontada.
El ruido de las motos no cesa, cientos de idiotas aceleran y aceleran y aceleran...
Los intentos de la pelirroja de bote por librarse de mí no hacen más que estimular más el pene y mis cojones palpitan ante la proximidad de una eyaculación.
Las motos vuelven a circular, y me da igual que grite, es más, quiero que grite.
Algunos miran a mi puta con sus hermosas piernas separadas y elevadas unos centímetros del suelo, sin atreverse a meter donde no les llaman; al fin y al cabo parece una tía demasiado pasada de rosca y nadie se extraña que grite sola levitando a un palmo de suelo. Ni que llore. Ni que el miedo que siente sea tan irracional como el de una gacela agonizante que cuelga por el cuello de la boca de un león.
Su coño está seco, estresado, pero mi invisible pene está tan baboso que lubrica por los dos.
La tengo cogida del cabello y deslizo la otra mano bajo la camiseta para acariciar los pezones, no se ponen duros. Debería relajarse y dejarse llevar por la inesperada y grata situación...
No quiero que sienta placer alguno, sólo me interesa el mío y cierro el puño en su teta gorda y siliconada clavando las uñas.
Grita tanto que empieza a llamar la atención de borrachos atentos a caballitos y quema de neumáticos.
Ahora tengo la mano en su pubis y el dedo masajea su clítoris blando y casi inerte, me excita su terror y su total ausencia de placer.
Busco su ano.
—No, no, no... —grita y llora cuando siente la presión entre sus nalgas.
Ahora la inmovilizo con ambos brazos, y mantengo aún sus piernas abiertas e inmovilizadas con las mías. Mi glande presiona en el ano, el músculo está demasiado contraído; mejor así, el placer, el mío, será más intenso. Cuando se la meto con una fuerte embestida, saltando sobre mi culo, lanza un grito y siento algo viscoso resbalar por mis cojones, se ha debido rasgar y sangra.
Pasa a menudo cuando violas a una visible por el culo.
Ahora es el único momento en el que mis cojones y mi polla pueden ser visibles, cuando la carne se tiñe de rojo espeso. De mierda de sus intestinos.
La propia sangre propicia que todo el bálano entre por ese músculo ahora herniado, mi pene es una ariete aplastando y compactando la mierda en sus intestinos y éstos ahora se han transformado en una extraña morcilla dentro de su vientre.
Cuando me corro, susurro en su oído:
—Pelirroja, cuenta con orgullo que el hombre invisible del universo, te ha petado el culo.
Me pongo en pie tirándola a un lado y mi pene es visible, está vestido de sangre y me lo acaricio...
Las caricias limpian la sangre y dejo de ver mi polla diosa.
Le arranco la ropa y queda desnuda en la calle ante los atónitos ojos de una veintena de espectadores. A mi espalda no hay nadie, la acera es demasiado estrecha.
Al fin, dos mujeres se aproximan hacia la pelirroja.
Antes de que lleguen, la agarro por el teñido cabello con el puño para ponerla en pie y le estampo la cara contra la farola, para que se le rompan los dientes, los labios y la nariz.
Para que se joda.
Y otro más para que no se le olvide jamás este día de motos y gasolina.
Me siento el puto dios, el dueño, el amo.
Si un día me volviera visible, me cortaba el cuello.
Cuando los hombres y la mujer llegan a ella, yo ya me encuentro andando entre la manada con el cuello de una botella rota. Una de tantas que hay por el suelo.
Nadie se fija que una botella vuela a baja altura entre la gente.
No tengo interés alguno en hacerme famoso, no soy un tío que necesite el reconocimiento de nadie. Yo no necesito esa demostración adocenada de poder. Soy un hombre seguro de sí mismo. Muy sencillo.
Conforme avanzo entre los hombres y mujeres, el vidrio rasga varios muslos muy cerca de las ingles, sé que ahí está la femoral. Son tantos que no distingo a quien corto, sólo doy rienda suelta a mi poder y dejar mi impronta en sus vidas.
La última femoral pertenece a un motero barbudo con casco de soldado alemán de la segunda guerra mundial. Se lleva las manos a los cojones con incredulidad, intentando comprender de dónde y porqué mana toda esa sangre.
Su compañera intenta sostenerlo en pie, pero en pocos segundos cae al suelo. La arteria femoral, en cuanto la abres, vacía el cuerpo de sangre a una velocidad de vértigo.
Una vez, después de haberme tirado a una adolescente en su casa delante de los cadáveres de su padre y su madre, le corté con una buena navaja la arteria femoral, la sangre salía como una fuente, luego se acompasó con el latido del corazón, borbotones de sangre de mayor y menor caudal y luego, tras quedarse pálida, dejó de respirar. Le besé sus jóvenes labios muertos.
Me meto en un atiborrado bar empujando y pegando puñetazos, lo que crea una buena cantidad de peleas. Hay navajazos entre dos idiotas. Del expositor de tapas de la barra cojo un plato con empanadillas y otro con pulpitos a la plancha, hay demasiada gente pendiente de las peleas y demasiados borrachos.
Me retiro al extremo libre de la barra, el lugar acotado por el camarero para preparar las bandejas para las mesas.
Es gracioso, se ha quedado pasmado al ver como parte de una empanadilla flotante desaparece en el aire.
Yo diría que no tiene cojones para a acercarse al plato. Mejor, porque si se acerca le clavo un ojo en el grifo de la cerveza delante de todos los borrachuzos.
Las empanadillas no valen una mierda y los pulpitos están acartonados. Los lanzo contra el suelo con estrépito.
Me voy. Avanzo hacia la salida golpeando a cuantos puedo. A una tía le he subido la falda vaquera y he metido la mano dentro del tanga, está depilada, hundo un dedo en el coño, pero no está húmeda. Se ha quedado muda, mirándome directamente a los ojos sin saberlo. Le lamo los labios. Sus ojos se humedecen de miedo. Es un momento mágico en los que los empujones de la peña no nos afectan.
Me quedaría horas frente a ella, observando su miedo, maltratándola, haciéndola gritar de pavor y confesándole que soy un hombre invisible y que ha tenido la mala suerte de dar conmigo.
Pero siento el olor rancio de todos estos idiotas insultando mi olfato y salgo del antro.
Me dirijo al recinto del circuito donde muchos de ellos están acampados para pasar la noche. Es un lugar lleno de barro y basura, al que he llegado subido en el sidecar de una Harley. Imagino que el madurito que conduce se dirige allí para buscarse una chavala joven que se la mame por unas invitaciones en los bares y unos euros de propina.
A este idiota no me lo cargo. Parece una manía, pero matar así sin más, me parece aburrido, lo bueno de matar y hacer daño, es que a la víctima la enloquezca el miedo a lo que no ve, a lo desconocido. Y aquí en medio de este campamento de gente sin dinero, en el que muchos se sientan en el suelo comiendo su bocadillo de mierda, no me apetece descuartizar al maduro motorista.
A mí me dan morbo las tiendas de campaña en las que normalmente, un desgraciado sin recursos, va con la zorra más tirada de su barrio para follársela con la excusa de la gran pasión por el mundo del motociclismo.
El olor de este lugar es asqueroso, en lugar de usar los lavabos portátiles, cagan y mean cerquita de sus propias tiendas y gran parte del barro es orina y mierda.
Miserables que no tienen para pagarse un hotel y no tienen el más mínimo sentido de la higiene.
En una pequeña tienda iglú escucho risitas de hombre y mujer, así que entro en ella ante el asombro de la pareja en la penumbra que crea un farolillo de gas. No entienden como puede abrirse la cremallera de la puerta como por arte de magia.
Veréis, soy el follador invisible y esto no quiere decir que sea una máquina follando. Con la corrida que he tenido con la pelirroja tengo bastante para unas horas.
Lo único que quiero es distraerme, y no diréis que no resulta morboso pillar a una tía en pelotas, con el coño aún dilatado por el pene de su novio y hacer lo que quieras con ella.
Así que primero le pego una buena patada en la cara al hombre, cojo la pequeña bombona de gas del fogón portátil y le golpeo la cara a la chica, parece morena, pero no os lo puedo asegurar, porque la luz es muy tenue.
Da igual, no la voy a matar, sólo le voy a hacer mucho daño.
El primer golpe le ha aplastado la nariz, el segundo ha roto varias piezas de los dientes, la cojo por el cabello y la enfoco con la linterna: sus labios son una pulpa sanguinolenta entre la que sobresalen trozos de dientes rotos. El pómulo tiene una fea brecha y la nariz sangra por la fractura abierta.
Si alguna vez fue guapa, mejor será que tenga fotos para recordarse como era antaño.
El hombre se está levantando y le doy una patada en los cojones.
La chica está gritando, escupiendo sangre. Ver la sangre chorrear por sus tetas me excita, le doy otro golpe con la bombona y se rompe la mandíbula.
La gente se acerca, atraída por los gritos.
He de confesar que me estoy masturbando, la sangre ahora le baja por el vientre para perderse entre la mata de vello del monte de Venus.
Están demasiado cerca, no me da tiempo a correrme.
— ¡Eh, hijo de puta, coge esto o te arranco el corazón!
Y el chico que se encuentra hecho un ovillo con las manos en los genitales, obediente coge la bombona que flota en el aire. Su chica ya ha perdido el conocimiento.
Cuando abren la puerta de la tienda, linternas en mano, ven al chico con la bombona ensangrentada entre las manos.
—Sal de ahí, cabrón —dos hombres con el torso desnudo tiran de él para sacarlo de la tienda.
Una mujer demasiado madura para ir con ropa tan ajustada se ha apresurado a cubrir a la víctima y telefonear a la policía.
Acabo de masturbarme allí, ante el apetecible culo de la auxiliadora, sopesando si metérsela hasta que llegue la poli.
Pero ahora no hay intimidad, hay demasiada gente cerca de la tienda.
Así que salgo de la aquí metiéndole mano en el culo y con la polla goteando invisible semen.
Tengo todo el tiempo del mundo, la fiesta no ha hecho más que empezar, queda toda la noche y todo el día de mañana para seguir jugando con ellos.
Cuando seáis invisibles, comprenderéis que son cosas inevitables estas que hago.
Ya sé que no es de risa, pero si vieseis la cara del novio de la chica... Está tan histérico, que les ha costado dios y ayuda arrancarle la bombona de gas de las manos.
Y tiene una polla minúscula.
Debería meterle la mía en la boca para que supiera lo que es un buen rabo y así acabar de destrozar su pequeño cerebro.
Da igual, tengo más, tengo muchos más visibles con los que divertirme; toda la vida.
Nos veremos; bueno, es un decir, yo os veo.



Iconoclasta

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