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2 de junio de 2009

Una ráfaga de ternura

Hay un aire que trae besos tiernos, ráfagas de caricias sutiles que confortan la piel y pintan mi aura de un azul intenso.
Es el tiempo de amar, el tiempo de la bondad y la ternura.
El cielo esplende iluminado por su sonrisa. Es la luz que alumbra un universo gris.
Marca mis estaciones, mis fríos y escalofríos, mis calores y ardores. Mi otoño seco y gris en la aterradora distancia que me condena sin ella.
Y crea primaveras y deshielos.
No siempre es el momento de hundir mis dedos en su voraz y húmedo sexo mordiendo mis labios hasta hacerlos sangrar, reteniendo la bestialidad de un deseo.
Hoy mi mirada es líquida, sus besos son agua de rosas y no quiero más que cerrar los ojos y decir que es la cosa más bonita del mundo.
Porque ese aire que sus labios mueve y corre lleno de besos, es un bálsamo que me unta de serenidad todo el cuerpo y el alma si la tuviera; porque es de ella.
Un momento de paz.
Gracias...
Mentira, no le agradezco nada. Miento como un cabrón.
Mi intención es besarla como un poseso, devorar la boca de la que marca el ritmo de mis emociones. Es lo único que puedo permitirme con voluntad propia. Morder sus labios carnales hasta que mi puto miembro reviente por ella. Hasta que mis venas se inflamen ante los rayos de su amor y un deseo descontrolado.
Hoy no.
Hoy no huelo su coño como un animal en celo. Hoy no soy el pene que hiere y rasga el amor e insulta a Dios en las alturas.
Hoy soy dulce, debo serlo porque el aire trae la ternura y besos a los que es imposible no cerrar los ojos y abandonarse.
Hoy no soy hombre, soy un rumiante de vacua mirada. He perdido todo asomo de humanidad, de mi animalidad cultivada con tesón; por una ráfaga de aire de su boca fresca. No quiero ser más que un manso entre sus brazos.
A veces me doy asco cuando la miro con el deseo de penetrar todo su cuerpo. A veces me siento un pornógrafo de todo ese amor que me regala y al que a duras penas puedo responder con una torcida sonrisa.
Hoy no es el momento de vomitar.
Que no se fíe, que no se acerque creyendo que la bestia duerme.
Sonríe traviesa... No quiere que la bestia duerma, sólo juega con ella.
Bella maldita...
Sonríe como una mujer-niña que me conoce, que se conoce. Que usa cuerpo y mente como un ser perfecto. Un milagro de la evolución en un planeta lleno de especies erróneas, innecesarias.
Y mi pene se expande, se endurece hasta el dolor, hasta presionar la mismísima boca de la cordura y desencajar sus mandíbulas.
No alardeo, es que no puedo dominar el amor ni este trozo de carne que palpita entre mis piernas como un corazón más.
Una sonrisa por favor, unos besos de mariposa en la nariz, y conseguirá que me rinda otra vez.
Ella dicta el tiempo y la atmósfera. Su atmósfera, la que me envuelve. Me enloquece, me hace libre y esclavo, poderoso y derrotado.
Los seres superiores no entienden el tormento que representa para un vulgar amarlos. No entienden que es imposible soportar su mirada dulce y sus labios brillantes sin desear lamer sin asomo alguno de ternura su piel toda. Su coño...
Su coño bendito y de puta.
Me masturbaría ante ella, ante su mirada tierna, como un anormal, como un sátiro, como alguien que no sabe bien qué hacer con ella.
Ni todo es sexo, ni todo es amor... Qué fácil y que sencilla es la ambigüedad de los idiotas.
Me debato entre el amor y el sexo y es imposible extirpar lo indecente de lo decente, lo carnal de lo espiritual sin que salga seriamente dañado mi cerebro.
¿O tal vez está dañado? ¿Cómo puede sonreír a un hombre de tan peligrosa y rota mente?
Peligrosa para sí mismo, porque hasta las cucarachas y las ratas saben que existo para ser su placer y su deseo. Para ser su pelele, su consolador. Para musitar confidencias de amante en su oído.
Hoy no es tiempo de follar, es tiempo de llegar a su alma. Ella dicta el momento con una bella sonrisa, sin ser consciente de que es cruel en su devastador poder.
Me llena de paz y me anula.
A veces cierro el puño en la navaja de afeitar y aprieto con fuerza. Es obsceno el filo que se hunde en la carne con un dolor que es un escalofrío que penetra en los huesos. La sangre se espesa con el calor de mi piel, cálida como la carne húmeda de entre sus piernas.
Densa como mi baba recorriendo su piel.
Y el puño ensangrentado es lo más parecido a su coño que he podido encontrar en este sucio planeta al que estoy condenado.
Son cosas que uno piensa cuando está solo. Cuando me encuentro terriblemente solo y alejado de ti.
Indecentemente lejana, mi bella diosa.
No soy peligroso para nadie más que para mí.
Pero soy ofensivo, soy blasfemo y de la misma manera que sacudo la sangre de mi mano ensangrentada al mundo, también le escupo mi semen preñado de deseos, mi caldo de lujuria y bestialidad.
Y es triste que se estrelle contra el suelo, es triste que se evapore. Quiero escupirlo en su piel, entre sus muslos, en su sonrisa magna y su sexo expuesto, abierto e indefenso a mí.
Hoy es día de besos y una sonrisa, de unas manos que se estrechan. Ella dicta que es tiempo para la ternura.
Tengo miedo de no poder obedecerla, de caer en rebeldía ante mi diosa.
Es un momento para que la bestia no despierte, no presione contra la tela de los calzoncillos y me regale ese momento de serenidad, siquiera un instante para la paz.
Sólo ella sabe dominar y aplacar a la bestia, a lo carnal de mí.
Pero que no se fíe.
No te fíes mi bella diosa, no siempre podré ser tierno, no siempre tu sonrisa me sumirá en la paz.
No siempre podré ser dulce cuando todo mi ser se agita ante tu recuerdo, ante tu presencia.
Es tan difícil ser hombre y controlarse ante ti...
Que tu sonrisa me de paz, necesito una tregua.
Te beso con ternura desde el abismo, aferrado a mi pene, preciosa.
No puedo hacer otra cosa.
Y ríes...


Iconoclasta

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