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7 de abril de 2009

Una mano cansada


No sabe que la mano me pesa como un plomo, tira de mi hombro y hace mi caminar encorvado.
No tiene ni idea de lo fuerte que es. Porque ella, bella entre bellas es pura fortaleza. El poder desatado hecho mujer.
No soy un hombre refinado, no soy sutil. Ni un hombre débil. Mis músculos han desarrollado tantas toneladas de fuerza a lo largo de la vida, que me tiemblan los dedos alzando pétalos de flores. Nací tan fuerte que siento el peso de mi propio cuerpo como un lastre que me hunde cada vez más en la tierra.
La necesito para no clavarme en el suelo. La necesito para no convertirme en fósil. La deseo como un virus desea tomar el control del cuerpo. Con toda esa fuerza instintiva en su pasión; a nivel genético. En su voracidad por ser ella, estar en ella. Ser mecido por ella.
Por lo tanto sólo cabe pensar que cuando coge mi mano y libera mi carga, cuando me libera de mí mismo ocupando mi pensamiento; es más fuerte que yo.
Siento vergüenza.
Me da coraje ser más débil que ella.
No voy con ella, ella me lleva con su increíble capacidad para anular la gravedad y me siento volátil. Etéreo como un gas que se diluye en el aire, que se expande en la atmósfera.
Ingrávido.
La mano se balancea sola, pende triste, la observo con cierta angustia al desligarme de mi cuerpo. Uno aprende estas cosas si quiere sobrevivir. Uno aprende a liberarse de la carne durante los segundos necesarios para no caer de rodillas aplastado por el peso de todo.
Y viéndome desde el aire, siendo aire, la pobre mano parece cada vez más cercana del suelo. Está cansada, estoy reventado.
A veces la mano se agita, los dedos hacen un pequeño intento de cerrarse en el aire. La mano es tonta y sueña que abraza los finos dedos que la hacen ingrávida.
Da pena la mano, doy pena...
Tantos pasos firmes crujiendo el suelo, aplastando el planeta con resolución y ella con un solo paso, hace girar la tierra como una hermosa equilibrista gira la pelota bajo sus pies. Así de fácil.
Un día estaba cansado, y la mano golpeó un árbol del que no pudo apartarse, ni quiso. Los dedos fuertes y toscos, apenas se cerraron ante el dolor. Sólo se entornaron los ojos para enfocar la mano y la sangre que de un corte manaba lenta, serena.
Perezosa sangre que al fluir, da tregua al corazón.
No conviene cortar las hemorragias de soledad, pero va metida en la sangre. Como un virus.
Se ha de retener la sangre, con la ponzoña y la vida para no perderlo todo.
La voz:
—Está sangrando, se ha hecho un corte en la mano —me habló mirándome directamente a los ojos.
Supongo que lloraba, por alguna razón mis ojos vertían lágrimas. Los hombres fuertes también están sometidos a la fuerza del viento que arrastra cuerpos extraños y hace llorar los ojos.
Mentira. Lloraba porque estaba más solo que nadie en la puta vida.
La mano tembló ante aquella voz y se alzó ágil ante nuestros ojos.
Mi voz:
—He debido darme un golpe.
Dejó las bolsas de la compra en el suelo, su mano cogió la mía y todo aquel cansancio se disipó.
Los dedos se relajaron entre los suyos.
—Aquí mismo hay una farmacia, hay que limpiar esa herida.
Ella no miraba mi mano, miraba mis lágrimas. Maldita... Es lista...
Sus manos sostenían la mía mientras el farmacéutico limpiaba la herida. Y algo debió decir ella, porque lloré con un gemido. Y algo debió significar porque ella me acarició el rostro con una sonrisa calma.
Su boca esplende luz y vida.
Y dejé de ser el hombre más fuerte del planeta. Me arrebató el título.
La mano no quiere ir sola colgando de mí, parece abrirse la herida por la cicatriz que hace años se cerró; un estigma de amor. Sólo ella lo conjura, sólo ella sana y restaña la herida, con su voz. Con su mirada.
La mano se ha hecho más pesada, día a día cuelga doliendo del brazo como una condena. Día a día busca, buscamos el momento de asirnos a ella. De ser aire y piel sanada. De no llorar.
Ella trae un aire limpio que no aloja cuerpos extraños en los ojos. Con ella no hay lágrimas. No estoy solo.
Bendita sea la mano que pende triste y que la encontró. A ella, a la más fuerte del planeta.


Iconoclasta

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