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15 de junio de 2008

La ternura

Hoy no seré bestial, el hombre se cansa en determinados momentos de ser tan obsceno, tan brutal. ¿Adrenalínico?
Soy tu creación, nena. Por ti soy así. No has tenido suerte; en lugar de crear a un ser sensible y perfecto, cual hermosa doctora Frankenstein, has creado un monstruo enamorado y sin cerebro.
Es tan fantástica la vida… A pesar de todo, a pesar de mí. El mundo puede ser un buen sitio si estás en el momento oportuno.
No te rías de mí, pero ¿podrías darme ternura? No sé, a veces el hombre siente miedo de algo que no acierta a identificar. El hombre se acuerda de que una vez fue niño y se le amaba por nada en especial, por ser él. No por sus dotes sexuales o su fortaleza física. O sus enormes y anchos hombros. Era un crío que en algún momento movía a cierta ternura.
No era gracioso, sólo respiraba de pequeño.
Así que sea por la lluvia que cala en mi alma (hoy tengo alma, la noto doler) o por los truenos que han destrozado mi coraza, el corazón parece estar a flor de piel. Me siento desprotegido, pequeño.
No me siento ridículo, mi cielo. Mi único miedo es haber dejado de ser lo bastante hombre para merecerte.
Sin que sirva de precedente, mi amor; frótame con tus manos la espalda, acaríciame, por lo que más quieras. Si te lo pido otra vez, estallaré en lágrimas.
¿Qué me pasa, preciosa?
Que la vida ha sido un poco difícil, cielo.
Por fa, me mola que me abraces. Engáñame y dime que todo está bien.
Ni siquiera me engañes.
No me digas nada, sólo me enterraré en tu olor, me esconderé en ti. Eres cálida y mis manos están descarnadas de escalar hielo nuevo.
Al respirar trago mucha saliva y cuando quiero retener las lágrimas, siento que no puedo respirar bien. Déjame tu cuerpo para ocultar mi rostro y mis lágrimas. No puede hacer daño. Estoy harto de todos. Mi Negranoche, es tu manto el que pido, tu manto de la serenidad. Tu cabello negro sobre mí, como un dosel donde encontrarme a salvo de la luz que me muestra como soy.
El monstruo necesita sentirse querido por nada en especial. El monstruo está maldito y no ofrece ternura, no sabe. Sin embargo, en el colmo de su egoísmo, pide la mano y los labios portadores de cariño sereno.
Tú creaste al monstruo, Negranoche, serénalo, dale sólo una ternura breve, algo que le haga sentirse amado por el simple hecho de respirar.
Págale con unos céntimos de ternura ese corazón que ha hecho enorme para ti, para latir en ti, en lo profundo de ti. Para gritar cosas que ningún hombre debería gritar si quiere seguir siéndolo. Mira la bestia, Negranoche.
Le sangran los pies, ni él sabe de dónde viene, estoy cansado, cielo.
¿Me quieres? No lo digas, bésame. O cobija mi rostro en tu hombro. Es tan simple…
Duele esto; debe ser la vida.
Es la vida lo que duele, se habrá infectado de tanto clavar las uñas en ella y arrancarle trozos para durar un tiempo más a tu lado. Todo el que pueda.
Ojalá pudiera ser poeta y escribir metáforas de árboles cansados, de flores marchitas, de jardines de luz y esperanza. Del alma bella que se esconde en la carne. De la carne que se abre ante ti para ofrecer un sacrificio, una muestra de pertenencia absoluta y demoledora.
Soy un monstruo y no me duele mostrarte mis miserias.
Sólo acierto a frotarme las manos en la ropa, están cansadas y heridas, ya no recuerdo de donde vengo ni a donde voy. Eres mi faro, sólo eso. Tenía que llegar a ti, y llorar oliendo tu piel.
Ha sido tan largo todo…
Tanta obscenidad y violencia. Tanto gritar, tensar músculos, pisar fuerte…
El cuerpo se rompe, se recompone, se vicia, se ensucia. El cuerpo te busca. El pene es un ser sin cerebro e impío.
Hoy el cuerpo está abatido está laso, el cuerpo quiere llorar y no sabe por qué.
Sé que en algún momento he renacido, lo noto en el sabor a ceniza en mi boca. El ave fénix debía sentirse así.
No… él resurgía de las cenizas, yo llevo ceniza pegada en la piel. Minutos, horas, días y años incinerados.
El monstruo está cansado, el monstruo no quiere poseerte, ahora no. Soy pequeñito, soy minúsculo. Soy tan poca cosa, Negranoche…
Eres un hada negra de sonrisa conjuradora de penas. Maldita sea esta congoja que no me deja hablar, decir que te quiero con unas lágrimas apenas contenidas.
Qué manía ésta de desear licuarme en ti, así, suavemente, dulcemente.
Sin que sirva de precedente.
Ahora, Negranoche, no dejes que esos enormes ojos me vean llorar. Los niños no lloran…
No puedo respirar bien…
Tan pequeño… Hace tanto que fui querido por nada…
Buenas noches, mi bella Frankenstein, dormiré un rato entre tus brazos, eres tan cálida…



Iconoclasta

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