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16 de abril de 2007

Escalada al amor

Ha llegado a la cima del amor, ha vencido. Las cuerdas aún se mecen y los friends fírmemente clavados en la vertical gotean sangre de otro amor destrozado.
Son las huellas sangrantes de su ascenso. Corre la sangre por la escarpada pared como la sudor por su frente. Y suspirando de amor, respirando dificultosamente besa a su amada, a la mujer por la cual trepó la pared más vertical. El K2 del Amor.

El viento ulula allá arriba y dice: "Padre, madre está llorando, ¿qué le has hecho a madre?"
Pero él suspira, ignora.

Suspira la mente y los ojos se abren al interior; el exterior queda oculto, es extraño y subrealista. Suspira la mente y los seres cercanos, los cotidianos, quedan desterrados en la indiferencia. Han dejado de existir; así de fácil. Han sido sacrificados al dios Eros.
El amor...

Decidió escalar y se equipó: una cuerda de ocho millones de metros, 1500 friends (debe asegurar el dolor), 1 piolet, 16 ochos y unas botas con unos crampones inmisericordes y letales.
No llevaba comida, iba desnudo. No había dolor, no había frío, no tenía hambre. Sólo sed de ella. Ella lo llamó desde arriba y él no pudo ni quiso resistir. Ella sufría por cada segundo que debía esperarlo, porque su amor era tan monstruoso como el de él en voracidad; tan monstruoso que contagiaba dolor a quien estuviera en derredor.

El alzó los ojos a la cima de la montaña con una mirada húmeda y brillante; su esposa sintió la punzada de la indiferencia. El clavó con resolución el primer friend. La esposa sintió el vientre deshecho y un nudo en la garganta, su mirada se tornó vítrea como la de un pez muerto.
El continuó clavando más profundamente el anclaje rasgando roca y tejidos, vísceras. La montaña-esposa se agitaba en un primer asomo de tormento.
Ahogaba un grito de dolor.

Su amor los mata, su amor es cruel y devastador. Está abrazándola con tal intensidad que su piel se ha mezclado con la de ella.
El mundo se está descomponiendo en miles de facetas. Lo ignora; hay tanto amor entre ella y él, que a los que amó durante años, ahora obvia. Todo el amor que se dieron, risas y llantos; todo ese amor ha sido metido en una mochila que dejará colgada a mitad de camino, cuando se haya insensibilizado tanto que ya ni la muerte de esposa e hijo le pueda importar.
El amor es arrollador en su ascenso vertical e imparable.
Es letal para los viejos amores.

Cuando se aferra a ella en la cima, como único ser vivo y deseado, su pene se expande como el universo loco e incontenible.
Nadie diría al ver como acaricia sus pechos por encima de la ropa, que su mente ha sepultado en vida dos amores que prometían eternidad.
Suspiros de un amor mecido, el llanto del amor muerto. Es un extraño susurro arrastrado por el viento de la cima del amor.

Las pesadas botas buscan el primer apoyo, la cabeza de su hijo es un buen lugar donde elevar la pierna para acceder a la primera repisa. Los crampones arrancan chispas de la roca granítica y cuero cabelludo queda enredado entre las mortíferas garras metálicas; fino cabello infantil e inocente. El pequeño no entiende esa tristeza de la madre, ni la mirada ausente del padre. El niño siente un dolor de cabeza extraño, algo que viene del estómago, como una angustia. Es el dolor no comprendido.

Lo externo está volviéndose oscuro, hay algún oculto canal que se lo comunica; una luz blanca intermitente y potente le avisa del inminente peligro que representa para ellos el rechazo a su existencia; es un faro que alumbra el mar quieto y negro, extrañamente cálido; que avisa de la proximidad de la Costa de la Indiferencia. Pero ella apaga la luz del faro cuando sus manos recorren su rostro con ansiedad.

Debería haber otra forma, otra manera de no matarlos con tanto dolor. La mochila-ataúd de amores viejos se agita con movimientos de convulsa agonía. Hay un remordimiento en él que se va diluyendo con cada palmo que avanza. Por cada metro avanzado, el remordimiento se retrae como el mar antes de embestir.
Jamás los podría engañar, una muerte no se puede ocultar. Era indefectible ese dolor.

El próximo friend se clava sorprendentemente rápido en una brecha de la roca, con tal potencia que un hilo de arenilla fino como el de un reloj de arena se precipita al vacío. Ha penetrado de tal forma en la roca que el corazón de la esposa parece haber estallado ante la certeza de que él no la ama. De que él ha decidido abandonarla. Ella se lleva la mano al pecho mientras ahoga un lamento tapándose la boca.
Ha pasado la cuerda por el friend para asegurarse y ahora se balancea colgado de él para relajar la tensión de brazos y piernas. Para que el sol de algo de calor a su alma fría.
La esposa habla y pide perdón por aquello que no ha hecho, por aquello que ella piensa que ha sido responsable. No imagina que ese amor es tan doloroso como indecente en su egoísmo. No hay perdón. La ejecución se llevará a cabo en el momento oportuno.
Y él ahora vuelve a clavar los crampones en una pendiente y a ella le destroza los hombros y debe caer en la cama llorando con una angustia asfixiante. Con la puerta cerrada; es un conjuro vano contra el dolor.

No siente nada por ellos cuando su lengua se encuentra con la de ella.
Sabe que se están muriendo allá afuera pero; no puede dejar de hundirse en su boca.
Los viejos amores intentan frenar su escalada, tocan su hombro para llamar su atención: "Nosotros te queremos también".
¡Qué dolor hay en ello!

Suspira la mente con la respiración de ella confundida con la suya. Y los de fuera son devorados por la negritud nacida de ese amor; entre llantos de dolor son descuartizados por ese letal cariño que consuman en la cima. Es la sinfonía del placer y el dolor, del encuentro y la desesperanza.
Es muerte y resurrección del amor.

El próximo friend lo clava a escasos metros de la cima, los ojos de la esposa son dos monstruosas bolas de sangre y lágrimas. El ha clavado con tanta fuerza y resolución el anclaje que su esposa ya no puede más, y ya no quiere verlo. No puede ver sus ojos que dicen no quererla. Que cuentan de amores ajenos. Ojos chispeantes de un amor traidor y alevoso.
A él no le importa, pega dos golpes más con el martillo y la esposa derrama lágrimas por entre los dedos.

Ella está allá arriba muy cerca... Puede sentir claramente como le promete un amor infinito y poderoso como la mísmisima muerte.

Cuando hunde la mano en su melena, siente corazones colapsados, como si fuera su mano la que bloqueara sístoles y diástoles.
Sabe que esposa e hijo sufren al oír los suspiros que el viento de la cima les lleva pero; ahora son ellos los extraños. Su amor es tan profundo por ella que le importa nada verlos arder en un infierno de puñaladas.
Sus brazos la envuelven como la mano de un escalador se aferra a la cordada.

Y mientras el amor vence, la vertical pared de la montaña sangra como Cristo en la cruz; innecesariamente.

El amor es un monstruo de dos cabezas.

Iconoclasta

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