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15 de abril de 2007

Básico despertar

Para él, el despertar es una experiencia mística.
Despertarse solo y en silencio, sin saludos ni palabras es el más maravilloso regalo del nuevo día.

Un simple “hola” es lo más que está dispuesto a conceder a mujer e hijo cuando aparece en el comedor con el cigarro entre los labios.
Y no porque al despertar su pene se encuentre duro y entumecido, no le da vergüenza su naturaleza primitiva y carente de prejuicios. Al fin y al cabo folla con ella. Se la chupa y se lo chupa. Es necesario, es justo.

No desea que le hablen, le basta con el tintineo de la cucharilla del café y ver el feo espectáculo de una naturaleza de antenas sin hojas y ventanas ciegas y vacías de vida real al mirar por el vidrio de la ventana cerrada, a salvo del sucio aire urbano. Le basta conque todo lo que se mueva a su alrededor le ignore, como si fuera un jarrón vacío de flores que no vale la pena ni mirar.
Son cosas que sólo puede pensar, que ellos, al verlo cada mañana, parecen intuir, como si arrastrara una maldición tras de sí.

Cuando se despierta y no hay nadie en casa, es dos veces feliz.

Se encuentra meando en el lavabo, el pene está erecto por culpa de la vejiga llena y de sueños que ya no recuerda. Mear se hace difícil, debe forzar el pene hacia abajo y contraer los cojones para que la orina no salga fuera de la taza. Una vez le dijo alguien que sólo podía mear en la bañera al levantarse de dormir. Primera sonrisa con el cigarro en la boca, no recuerda en que momento lo encendió.

Le gusta rememorar y no es que le guste, es que su mente hace esas cosas; evocar recuerdos por asociación de ideas en esos primeros veinte minutos en el que es completamente brutal y está distante de la sociedad, como un náufrago en una isla alejada de toda ruta de navegación.

El bálano se ha relajado y la orina fluye con facilidad, parece caer, un ojo está medio cerrado por el humo que lo invade. Es un ruido relajante, una catarata cantarina, no es espectacular, pero es suya.

Con la polla lacia y los cojones relajados, se siente más cómodo. No lleva calzoncillos bajo el pijama, se siente más hombre cuando el escroto se bambolea libre. Sobre todo porque se encuentra en su morada, en su territorio.

Agua en la cara para arrancar las legañas, en la nevera hay una nota de su mujer, le dice lo que se está descongelando para hacer la comida al mediodía. No la lee con atención. Lee “Besitos” rascándose los genitales esperando que salga el café. Su hijo ha dejado envoltorios de bollería que no tiene ganas de tirar a la basura.

Son los veinte minutos que más necesita del día, desde que se levanta hasta que se ha fumado un par de cigarros en la butaca mojándose los labios con un café.
Veinte minutos necesarios para él mismo. Dejar el cerebro en punto muerto y que se mueva por donde quiera.

“… el vibrador mediano lo conservo, al fin y al cabo soy una mujer “desprotegida”.
Le escribió ayer mismo aquella deseable e inaccesible amiga en un chat. Algo divertido, algo sorpresivo. Ella es inteligente y él básico. Está bien así, no es su condición ser refinado y rápido de reflejos.
“Joder” contestó él.

Le podría haber respondido que en ese mismo momento se llevaba la mano a la polla y se le endureció rápidamente entre los dedos, que no quiso sacar la mano de allí aunque tuviera que escribir con solo una mano. Pero eran demasiadas palabras para ese momento. Es lo malo, es lo bueno de ser básico.
Posiblemente la próxima vez se lo dirá, las personas lentas como él necesitan dos oportunidades para causar rechazo o aprobación. Da igual, no se sentiría mal por un rechazo ni demasiado feliz por una aprobación a esa respuesta.

Y ahora la imagina caliente y húmeda como está su pene ahora. . Ella acaba de despertar, como él.
Ha bajado la cintura del pijama y los testículos asoman por encima de la goma, el pene oprimido late contra el pubis.
Su puño se aferra ahí como imagina el juguete de ella deslizándose entre las piernas, entre los carnosos y mojados labios, con lujuria y deseo animal.

La imagina sola y brutal en su placer como solo y brutal agita su pene. Bruscamente, sin cuidado. Al fin y al cabo es animal antes que hombre. Tiene un cerebro que así lo dice. La imagina con el consolador clavado entre las piernasy acariciándose esa perla cárnica dura y a flor de piel, conteniendo con dificultad libidinosos suspiros.
Imagina beber su humedad cuando ella sea incapaz de contenerla. Beber su placer, lamerla entera.

Emite un gruñido y el semen surge derramándose por el puño que estrangula el miembro hipertrofiado, entrecierra los párpados y espera la nueva erupción.
Escupe de nuevo.
Ahora el semen gotea en los huevos y queda prendido del vello. Da una profunda calada al cigarro que casi se ha consumido en el cenicero y se extiende distraídamente el semen que se enfría rápido por el miembro.

Unos días atrás su cerebro lo llevó por la muerte, meditó que moría; que un día su corazón se partiría (pensó en su padre) y moriría fumando en la butaca mirando un paisaje imbécil creado por hombres imbéciles. No le preocupó demasiado, hizo exactamente lo que hacía todos los días.
Ya no tiene edad para tener miedo. Aunque… ¿quién puede tener miedo al despertar, tras haber superado la noche, el sueño incomprensible?
Se despereza; su pene ya ha mermado y una gota de semen perezosa se desprende del prepucio hasta caer en su zapatilla.

— Asquerosos días. — dice en voz alta.

Ya está lavando los platos que le han dejado en la pica y ha tirado a la basura los envoltorios del desayuno. El resto del día, a partir de ese momento, será igual que todos si no tiene suerte; pero su despertar ha sido obra suya, su creación. Y nada ha podido evitarlo.
El bote de la mermelada se ha estrellado contra el suelo.

— Precioso. — dice en voz alta con una sonrisa torva.

— Ya empezamos…

Iconoclasta

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