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13 de marzo de 2009

El hombre sierpe (3 de 4)

Y penetraros, entrar en vosotras y sentir en mis escamas las convulsiones de vuestro placer.

Ahora sujeta el grueso cuerpo de la serpiente entre sus piernas, forzando que entre más en ella y lucha por separar las nalgas cuanto puede para que la cola que le está destrozando el esfínter pueda entrar y salir con más facilidad.
Y grita, grita y su vientre se contrae, su frente empapada de sudor se ha arrugado ante el orgasmo que colapsa su sistema nervioso de tal forma que nunca hubiera podido imaginar.
De los labios interiores de su vagina, se derrama un líquido caliente y espeso que se desliza hasta llegar al ano. Sus manos aún permanecen crispadas en el cuerpo del animal, que ahora está sacando la cabeza.
Eleva su cabeza y observa atentamente a la mujer que ahora cierra los ojos y se deja llevar por los pequeños espasmos residuales del orgasmo.
La serpiente se separa de ella y se dirige hacia la puerta del balcón, se yergue para picar en el cristal con el hocico.
Linda intenta levantarse pero se tambalea y cuando por fin lo consigue, se da cuenta de que sus bragas se encuentran por debajo de las rodillas, se las sube y se dirige a la puerta del balcón. Cuando la abre, el animal sale al exterior, alcanza la barandilla y se enrosca en el tubo de desagüe del tejado. Cuando toca tierra, desaparece entre los setos.
Linda llora, sus bragas están empapadas de humor sexual y los pezones amoratados. Se acaricia el pubis observando el lugar por el que la serpiente ha desparecido.


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El animal surge de nuevo por la boca del sumidero labrado en el bordillo y llega a su cuarto trepando por el mismo árbol.
Se anilla en la penumbra de un rincón de la habitación, esperando el crepúsculo que debilitará los rayos del sol.
La luz se torna anaranjada y el movimiento cósmico se acelera para dar paso a una creciente oscuridad. El animal abre sus increíbles ojos verdes opacos y su cuerpo se estira. Hay miedo en su mirada animal, la misma cantidad de miedo que de dolor cuando es hombre y se transforma.
El cerebro va tomando conciencia de su parte humana y las extremidades adquieren relieve bajo la piel y se desgajan del tronco central, los colmillos caen al suelo y dan paso a la dentición humana. La liberación total, llega cuando el pecho se ensancha y los pulmones consiguen inflarse de aire.
Durante unos segundos el hombre sierpe, se mantiene estirado boca arriba con los brazos en cruz y la planta de los pies en el suelo, absorbiendo frío de las baldosas.
Cuando se pone en pie, una arcada lo dobla y vomita dos esqueletos de rata y una bola de pelo.
La visión de ese vómito le lleva a otro hasta debilitarse de nuevo y caer de rodillas en el suelo, expulsando baba de su boca jadeante.
Son las ocho y media de la noche, apenas le queda una hora de tiempo para reponerse antes de salir de casa para una nueva jornada. Es especialista en una empresa de fundición de plástico.
No hay recuerdos, sólo sensaciones de su vida como animal, está enamorada la bestia y no sabe de quién. Por enésima vez, otra caza de amor, la pasión animal y primitiva.
El amor y la destrucción.
Venas que se abren, cuerpos que caen desde alturas letales, un veneno en la garganta, pastillas que tornan azules los labios. Otra muerte, otro suicidio.
Y así siempre, así toda la vida. Desde que se hizo sexualmente adulto, su cuerpo se transforma cuando el sol cae más vertical. Los veranos son para el amor y la pasión.
Durante todos los mediodías de verano, se arrastra por el mundo escondido entre mierda y ratas que a veces come. Y llega hasta ellas, preciosas y cálidas mujeres, guiado por un efluvio que sólo su cerebro de reptil es capaz de identificar; un efluvio que enamora a la bestia y hace desplegar una sensualidad tan animal como primitiva.
El verano se acaba, y su último amor en este año.
Y jamás conocerá a la mujer que enamoró a la bestia, las mujeres que enamoran a la serpiente y a su vez son tomadas por ella, no viven, sólo sufren un tiempo hasta que dan fin a sus vidas.
Enciende el ordenador y escribe la contraseña de acceso.
Abre una carpeta de imágenes titulada Constrictor y la galería de imágenes que contiene. Sesenta y cuatro noticias escaneadas de los periódicos van pasando lentamente y él intenta evocar cada mujer; pero sólo le llega un aroma identificativo de cada una que no aporta más que angustia y desazón ante la falta de recuerdos y sensaciones. No las quiso, no las amó, no las buscó. La bestia es algo que habita en él, que lo usa como cueva, como agujero oscuro y húmedo y a la vez cálido. Nunca han cruzado pensamientos la bestia y el hombre.
Cadáveres rígidos, restos en las vías de un tren, una mano ensangrentada, cada noticia tiene su color. Su particular presentación.
Y le gusta, su propio misterio y lo que esconde entre sus genes lo hace único. Y vale la pena ser único aunque repugne.
¿Quince años tenía cuando horrorizado sintió su cuerpo desgarrarse hasta convertirse en una serpiente? Hace veinticinco años que vive solo, aislado. Ha cambiado de domicilio más de doce veces.
Cuando un ojo humano captaba la monstruosidad reptante de color amarillo y negro deslizarse por la ventana de su casa, se creaba alarma en el barrio. La policía se presentaba en su casa y quería saber si tenía una serpiente y ésta no estaba debidamente encerrada en un terrario, porque “hay niños en el barrio”, “¿Podemos dar un vistazo al patio?”.
Era el momento de mudarse. La presión era grande, quien veía a la serpiente, la buscaba de nuevo. Y se hacía difícil moverse con discreción.
La bestia se mueve a plena luz del día y es difícil ser discreto.
Jamás sentirá nada por esas mujeres que se suicidaron, y ninguna mujer sentirá nada por él siendo hombre.
No le importa en absoluto, sólo padece breves episodios de melancolía, un rastro de humanidad que cada día está más olvidada.
Se acaba el calor, el verano se va y deberá pasar meses enteros sumido en la mediocridad, como un hombre más.
Cuando se transforma en serpiente, es Dios. Jamás ha querido otra cosa; si pudiera, no se transformaría en hombre jamás.


Retorcerme dentro de vuestros coños y embestiros desde dentro, anillando mi cuerpo en vuestras piernas para que no podáis cerraros ni defenderos del placer impío.


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Linda se ha vendado el codo, los colmillos de la serpiente han levantado la piel pero sangra poco. La braguita está empapada y no puede evitar pasar las manos por ella evocando sus propios gemidos, recordando la oleada de placer que la ha hecho olvidar que es humana. Tiene pequeñas ampollas que no duelen en el pecho por las quemaduras de las brasas del cigarro. Se aplica crema durante más tiempo del necesario. Y los pezones responden contrayéndose. E imagina la boca de la serpiente clavada en ellos, mamando, succionando...
Le explica a Loren que se ha golpeado el codo contra el cajón abierto de un archivador esa misma tarde, momentos antes de la hora de salir.
No se acuerda de que hace apenas dos horas, quería sexo con su marido. De hecho, ya no volverá a desearlo jamás.
Pasa la noche en vela, sin moverse de posición en la cama. Los ojos verdes de la serpiente danzan en la oscuridad y siente aún las vibraciones de los músculos del animal en su piel. En su coño.... en sus tetas. Los ojos de la bestia brillan de amor por ella como ningún ojo de ningún ser ha brillado jamás.
Se masturba silenciosa al lado de su marido. El primer rayo de sol entra por la ventana al tiempo que su boca se abre silenciosa para exhalar el último placer de la noche con la mano entre los muslos conteniendo su sexo como si fuera a estallar.
Ha tenido que esforzarse mucho en la oficina para hacer su trabajo y no pensar en ser tomada por el monstruo. El placer vence a la repulsión y el amor hace bellas las cosas más horrendas.


No soy tentación, no busco vuestra expulsión de paraíso alguno, sólo quiero vuestro placer que es el mío. Y mi alimento, mi razón de ser.

Camina deprisa el trayecto desde la estación de tren hasta su casa. El sudor corre por su espalda y se desliza entre sus pechos. La camiseta azul pálido muestra grandes manchas de sudor en las axilas, no lleva bragas bajo la falda, se las ha quitado en la oficina porque se le han empapado de su propio humor sexual.
Su melena corta y rubia se agita con cada paso rápido que da y sus pechos se mueven libres. El sujetador también la molestaba.


(Continúa)


Iconoclasta

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