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5 de marzo de 2009

El hombre sierpe (2 de 4)

Coloca la mesita con el cenicero cerca del sofá y se vuelve a estirar con las piernas abiertas, una de ellas, en el suelo; como había dormido.
Está caliente, necesita sexo y tal vez no espere a que llegue la noche, cuando llegue Loren en un par de horas, lo va a recibir acariciándole los testículos y lo va a llevar a ese mismo sofá para que la folle.

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Soy una serpiente que repta ávida por las piernas de las mujeres.

La serpiente asoma furtivamente la cabeza bajo la butaca y lo primero que enfoca su visión es el pie de la mujer. El olor del tabaco le da una inopinada sensación de familiaridad.
Usa la lengua para acariciar la piel del tobillo, y en el mismo instante se lanza con velocidad, como un resorte, para enredarse a lo largo de la pantorrilla.
La mujer lanza un fuerte alarido; grita y patalea.
Saltan brasas del cigarro sobre sus pechos desnudos cuando se le escapa de entre los dedos. Sacude la pierna intentando sacarse de encima la repugnante serpiente; pero sólo consigue caer al suelo. Con cada movimiento por liberarse, el anillo que hace presa en su pierna aumenta la presión y siente la inconfundible sensación de la sangre retenida y colapsada en la carne. Los ojos verdes de la serpiente la observan con fijeza y su lengua inquieta y nerviosa, parece amenazarla.

—Cálmate Lin, que el animal no sienta tu miedo —se dice a si misma.

Con dificultad consigue gobernar su cuerpo y quedar quieta.
La serpiente no se ha movido, pero siente que ha relajado la presión de su presa. Ya no sisea amenazadora. Los ojos siguen fijos en los suyos.
En algún sitio oyó que mirar directamente a los ojos de un animal, constituye un desafío.
Ahora el animal avanza, su cuerpo viscoso y frío se desliza lentamente hacia el muslo. Siente sus asquerosos músculos ejercer tracción en su carne. El anillo ha superado la tibia y se detiene en la rodilla; el hocico de la serpiente se encuentra tan cerca del vientre que cree sentir su aliento en la piel.
Le duelen los brazos y la espalda en su lucha por mantenerse erguida en el suelo. El peso en su pierna empieza a debilitar su resistencia y se deja caer de espalda para descansar los brazos y los músculos lumbares.
Y para recuperar algo razón.
Alarga la mano hasta la mesita y palpa el sobre de vidrio hasta asir el teléfono. Cuando empieza a marcar el número de la policía, el anillo que apresa su pierna se cierra hasta hacerla gritar, si sigue estrangulando su muslo teme que le arranque la pierna.
Hace un nuevo intento por marcar los números, y la serpiente le lanza un ataque con la boca abierta, hace presa en su codo clavando los fabulosos colmillos y arroja el móvil lejos de si ante ese trallazo de dolor.
El animal ha vuelto a suavizar la presa y ahora arrastra la cabeza por su muslo, siente en la ingle la lengua gélida palpar la delicada piel. Parte del peso del animal ha pasado a la pierna izquierda y siente cosquilleo en los dedos del pie. La sangre parece llegar ahora normalmente.
Piensa que el animal debe estar aturdido, que se ha escapado del terrario de algún vecino. Parece no querer atacar más.
Con sumo cuidado y venciendo la repulsión que le produce, alarga la mano hasta la cabeza de la serpiente y ésta no hace ningún movimiento por evitar el contacto.
Cuando sus dedos se posan en la dura piel de la cabeza, los verdes ojos parecen desaparecer durante unos segundos tras unos párpados que han corrido verticales, en un extraño y absurdo guiño.
La actitud de la serpiente la tranquiliza.

Me deslizo entre hombres y mujeres muy alejada de sus alientos. Ellas, en ocasiones, no llevan nada bajo la falda y me excito tanto que mis escamas supuran un liquido viscoso tornándolas resbaladizas.

La serpiente parece dormirse y deja caer la cabeza sobre su muslo, el hocico está muy cercano a su sexo y el terror a que le pueda morder ahí la inmoviliza.
Ahora no hay presión alguna, en su pierna. El animal parece confiar en ella.
La lengua está rozando su braguita, y se mueve a lo largo de los labios vaginales. Hay un momento en el que la serpiente ejerce presión con el morro en la tela de la braguita y Linda se olvida de respirar.
Vuelve a acariciar su cabeza y la serpiente queda quieta, dejándose tocar y dejando la lengua lacia. El contacto del hocico contra su sexo es total y Linda intenta estirar la pierna para separar la cabeza del animal.

Soy repulsiva y adoro ser rechazada para después observar con mis ojos inhumanos sus piernas abrirse para ofrecerme sus sexos indefensos.

Ahora el animal se insinúa en su vientre parece oler su miedo, su cabeza erguida se balancea de un lado a otro chascando el aire suavemente con la lengua.
Vuelve a retroceder y al arrastrar su cuerpo hacia atrás, el elástico de la braguita se enreda sobre la tela y la mitad de su sexo queda desnudo.
Sentir en su sexo la piel de la serpiente es dar vida a una pesadilla; sin embargo, como si a su sexo no le importara, se humedece. Una corriente eléctrica apenas perceptible corre por su piel para descargarse en sus menudos pezones hasta endurecerlos.
La serpiente ha metido el hocico entre los labios mayores de su sexo, Linda intenta cerrar las piernas, pero el animal tensa sus músculos y separa aún más la pierna aprisionada. Siente una punzada de dolor en el fémur y relaja ambas piernas.
Cierra los ojos y llevándose las manos a la cara rompe a llorar.
El miedo ha ocupado ya su mente y apenas es consciente de que la serpiente está lamiendo su sexo, hasta que siente como el corazón se acelera y su sexo produce fluido.
Se le escapa un gemido de miedo, aunque le de vergüenza y asco reconocer que hay placer también.

Soy tan repugnante como indecente y carnal.

Parece haber pasado una eternidad de tiempo desde que la serpiente la ha atacado, y apenas han transcurrido más de cinco minutos.
Piensa que el animal no la herirá de nuevo, y no le queda más que esperar que Loren llegue a casa y avise a la policía.
Lentamente acerca la mano hasta la mesita, tantea con los dedos hasta dar con el paquete de tabaco y el encendedor. La serpiente levanta su cabeza y observa el movimiento de sus manos. Cuando exhala su primera bocanada de humo, la serpiente vuelve a meter la cabeza entre sus muslos, y con total serenidad, siente como la cabeza hociquea en su vulva para presionar el protegido clítoris con precisión.
Cierra los ojos dejando que el placer llegue a su mente y retira cuanto puede las bragas hasta dejar su sexo completamente desnudo.
El anillo que apresa su muslo se deshace, y la cola del animal se mueve arrastrándose bajo la pierna para liberarse. Aparece la cabeza en su campo de visión, para acercarse a su pecho izquierdo. Siente algo agudo golpear su vagina, la cola presiona entre sus piernas, mientras Linda sujeta el pecho con ambas manos para que la lengua de la serpiente azote el pezón hambriento.
No puede ver lo que está ocurriendo entre sus piernas, pero siente que su vagina se llena y vacía rítmicamente.

Soy serpiente para enredarme y reptar por vuestras piernas para llegar al centro mismo del placer y lanzar mi lengua bífida e inquieta a vuestro sexo; lamerlo y morderlo suave y venenosamente para excitaros.

La serpiente se retira, su cabeza vuelve a bajar hacia el vientre, hacia su entrepierna, a su coño a cada momento más inflamado. Nota en lo más profundo de la vagina, la lengua del animal agitarse. Eleva las rodillas flexionadas para que la penetración sea más intensa, para que entre más en ella ese cuerpo grueso que la llena y la hace lubricar como a una puta.
Piensa que tiene que ser una gran puta para hacérselo con una serpiente.
Ahora la cola se eleva por encima de su vientre y golpea los pezones alternativamente, hay un leve dolor que se convierte en una mortificación excitante. Sus pezones se han puesto tan duros que desearía que alguien mamara de ellos hasta reblandecerlos.
Se los pellizca brutalmente, y de su boca se escapa un gemido jadeante y algún grito sostenido cuando le sobreviene un orgasmo que la obliga a arquear la espalda.
La cola de la serpiente ha dejado sus pechos y ahora la siente presionando en el ano. Relaja el esfínter y la cola empieza a penetrar en él con suaves ondulaciones que la llevan al paroxismo del placer.

(Continúa)


Iconoclasta

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