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25 de julio de 2006

Hediondo

Soy una bestia reptante, soy el hijo deforme de un demonio.
Soy lo que queda tras tanto amarte, los restos de un cadáver que yace en mierda movediza.
Soy furia y odio.
Soy deseo puro y enloquecido. Peligroso como la tuberculosis, letal como la jeringuilla encostrada de sangre seca.

Sucio y hediondo como el brazo de venas picadas y podridas. Caído como el yonqui entre orines de perro y excrementos.
Soy la miseria pura. El que arranca la cabeza de las ratas a dentelladas como si de tus labios se tratara; rabioso y corrupto.


Con mi aliento hediondo te beso cuando duermes.
Desgarros en tu piel.
Cansado de desearte más y más, rencoroso con la vida, con la sonrisa que me brindaste. Con un amor que no supe contener y me invadió como un tumor. Siento un rencor peligroso hacia ti porque me convertiste en esclavo con tu ser.
No tienes idea de quien soy porque ya no queda nada de aquel que te mecía en un amor dulce, el que hablaba de un amor indecente en su pasión.
Soy la perversión hecha polla. Soy el pene duro embistiendo entre tus piernas en un lugar oscuro que no es tu mundo.

El mundo es maravilloso contigo y en ti; pero hay un infierno bajo tus pies, soy infierno y soy el sexo brutal. Mi pene es el árbol que te protege con su sombra, y clavaré mis ramas entre tus piernas para arrancarte gemidos de sangre, un grito que erosione la garganta.
Soy un árbol deforme, centenario, de retorcidas raíces clavadas en el infierno.
Quiero tu cara deforme por el placer más sacrílego y ofensivo. Tu lengua bífida destrozando la belleza y candor del amor puro.
Que la oscuridad de tu coño destruya la luz del planeta.

Ensuciarás el amor con esa obscenidad impía, con tus gemidos roncos nacidos de entre las piernas, cuando mi lengua lama tus muslos y agite tu vulva empapada.
Te convertiré en mi muñeca de placer, en mi juguete húmedo. No habrá piedad, como tus hermosos ojos no la han tenido con mi alma.
Te daré un placer que avergüence al mundo. Manarán tus babas descontroladas en mi abrazo animal e hiriente. Hendiré tu piel y tu carne con mis uñas. Te penetraré hasta que me sientas en tus tripas. Lameré el agua de tu boca extasiada. Seré una serpiente en tu coño y sanguijuelas en tus pechos.
Te ahogaré con mi miembro.
Te robaré la respiración y quebraré tu voluntad, como tú has destrozado la mía.

Mi saliva es una cascada infecciosa que anega tu rastro, tu aroma en el aire. Mis fauces se hacen agua y mis labios agrietados desean besar los tuyos.
Te busco, te acecho, te cazo.
En tu mundo no hay miasmas, ni flemas necrosas de pulmones que aspiran el ácido de un amor abortado. En tu mundo había luz, ahora soy yo el todo. El que decide tu vida y tu pensamiento.
Ahora soy tu peste, tu plaga.

Soy un placer hediondo en el que te abandonarás con los brazos laxos en cruz, un cristo violado. Hundiré mi lengua en tu ombligo.
Ahora soy la sombra que te penetra cuando duermes, cuando cierras los ojos. Soy el infecto que mueve tus dedos cuando te masturbas. Soy el que te abre las piernas en soledad y te mete la vela en tu agujero sagrado y deseado.
Soy el asma en tu pecho.
Soy un peso encima de ti follándote, con mis garras enredadas entre tu cabello. Soy una máquina que funciona con sangre, y leche.

Serás madre maldita, en tu vientre plantaré la semilla hedionda de mi amor enfermo. Madre puta para la tierra y diosa en el infierno.
De mi émbolo mana un semen ardiente que fundirá tu coño.
No eres mía, no me perteneces, pero eres mi presa. Mi caza.
Ya no te quiero, sólo te ambiciono. El tiempo del amor acabó, el amor mutó mi ser cuando se convirtió en una eternidad tortuosa de deseo. Hace apenas unos minutos… Cuando tuve la certeza de que muerto arañaría el ataúd por seguir a tu lado.
Es la hediondez de mi deseo más primitivo la que me ha hecho bestia y he creado el infierno como Dios creó a los animales.
Soy hediondo e inmortal.

El amor ha creado tanta presión que ha roto límites, ha destrozado la materia gris que envolvía a la bestia que latía en lo oscuro como una neuralgia en la sien.
Soy bestia hedionda arrastrando mi hocico por tu cuerpo.
Azotándote la cara con las venas que me inflaman el miembro con un torrente de sangre. Que lo entumecen.
Me masturbaré ante ti hasta que tus piernas se abran y tus dedos abran la caverna, el infierno que busco: un agujero de carne y brillante savia espesa.
Un zulo de placer oscuro e indecente.
Tu coño, tu propio infierno.
Y al infierno te llevaré como mi presa, mi trofeo.
Mi caza.

Iconoclasta

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