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19 de mayo de 2016

El sudor del dolor



No era una tarde calurosa, hoy era una tarde fresca, lluviosa.

Es imperdonable no acudir a las montañas cuando llueve desde un cielo que es plomo a punto de caer sobre mi cabeza.

Y he sudado como en los días más duros de agosto. El dolor... Todo era dolor y un clic en lo más profundo e inalcanzable del tobillo que está ligado a una tibia podrida. Un chasquido cuya frecuencia subía como una oruga devorando el ánimo excavando la carne casi muerta para convertirse al llegar a la rodilla, en un erizo metálico. Y de ahí radiaba rayos de dolor puro al fémur y a la pobre cadera que hacía lo imposible por arrastrar todo ese dolor y vencer la tentación de dejarse morir en un banco bajo la lluvia.

Un paso más, otro...

"No te preocupes, si se acaba la vida, se acaba el dolor. Es un buen trato, ¿no te parece?". Me decía a mí mismo.

Y como una revelación evoqué de ayer, la hermosa serpiente muerta en la vereda. Y me ha embargado una tristeza, una pena que no creí que tuviera fuerzas para sentir. Porque su ademán, su rostro era puro dolor.

Con su pequeña boca abierta luchando por respirar un poco más.

Un grito de dolor mudo.

Pobrecita... Tan sola muriendo.

Y esa insólita tristeza ha hecho del dolor algo lejano, como el espejismo en los ojos del sediento. Y he dejado de pertenecer a esta pierna podrida.

La visión se ha hecho borrosa y no podía relajar el ceño fruncido del fatigoso paso del dolor.

Me he visto avanzar a mí mismo por el páramo del dolor.

Era el protagonista de mi propio vía crucis. De mi calvario.

Sudaba bajo la lluvia, sudaba más que llovía. Soy fuerte para todo, hasta para hacer el dolor más doloroso.

Sale de tan adentro el dolor, que no hay consuelo en llevar la mano y aplicar ahí calor bendito. Es tocar un material artificial.

"¿Es este el momento en el que se troncharán los huesos? ¿Es hora de caer y quedar muerto como la preciosa serpiente? Pobrecita...". Pensaba alejado de mí mismo.

He llegado de algún modo a la casa y pareciera que algo maligno palpita en cada hueso del pie y la rodilla. No quiere dejar de doler.

La cabeza es una caldera en sobrepresión intentando gestionar todo ese dolor y miedo.

Intentando controlar el metabolismo para cortar este sudor frío que se desliza por la nuca.

Cuando te das cuenta que morir es liberación y enciendes un cigarro sin que te tiemble el pulso, sin que importe nada; el dolor parece decir: "No importa que me ignores, estoy en el tuétano de tus huesos y ocupo la mitad de tu pensamiento".

Yo digo: "Morirás conmigo".

Y el muy zorro calla con un silencio rematado con un trallazo de dolor lento y profundo, como una marea oleaginosa que te hunde dulcemente, que suavemente te ahoga.

Se ha hecho tan importante, tan peligroso en su presencia el dolor, que el día que no lo sienta, sabré que estoy muerto, aunque me vea sudando y fumando.

Pobre serpiente... Qué dolor al morir, lo imagino como si reptara yo con mi pierna muerta por la tierra.

No hay justicia, ella era muy pequeña. Pesaba apenas nada, no podía molestar ni a la tierra por la que se arrastraba.

El ibuprofeno es como un petardo con la pólvora mojada, lo trago porque algo he de hacer mientras la vida duele.

Siempre lo supe: la vida es dolor.

No hay mucho que celebrar, empieza a ser tentador dejar de vivir.




Iconoclasta

Foto de Iconoclasta

18 de mayo de 2016

Lo platónico es muerte


Soy un torrente de sangre directo a ti.
Soy una consecuencia orgánica de tu existencia y mi piel se desprende buscando la tuya.
Hay cierto dolor pulsando bajo las frecuencias del cariño y el deseo. Es el ansia de joderte, de metértela.
Atroz deseo que pone en jaque la integridad de mi mente.
El amor es un dolor narcótico y adictivo que se aferra a todas las fibras sensibles del cuerpo.
El semen derramado que muere frío en mi vientre es un sacrificio cruento en tu honor, a tu amor.
Duele escupir ese deseo desesperado lejos de ti.
Y sueño que un día se deslice por tu piel cálida, muslos abajo.
Amar no puede ser platónico mientras haya un pene erecto y entumecido descontrolando las voluntades y anulando la razón.
Un amor platónico es un despojo, un resto, un cadáver de deseos e ilusiones.
No concibo amarte sin sentir el tacto de tu piel; jamás podría aceptar lo platónico con beatífica y romántica actitud, cuando toda mi naturaleza pide arrastrar mi bálano baboso y doliente entre tus pechos, indecentemente cerca de tu boca.
No puedo, es anatema disociar tu mente de tu cuerpo. Incurriría en pagana blasfemia.
No hay obscenidad, solo un carnal arrebato descontrolado por eyacular en los rincones más profundos y húmedos de tu cuerpo.
En todos, en toda tú.
¿Platónico? Tu coño no es platónico, ni tus manos empapadas de ti misma. Eres carne de deseo.
Incomprensible es como puedo respirar sometido a la gran presión de tu columna de amor y mi lascivo deseo de ti.
Si fuera creyente, si considerara siquiera la posibilidad de la existencia de un dios, le pediría a un sacerdote que intercediera por mí a su dios para que me otorgara follarte. Follarte la boca, el coño, el culo.
Follar tu pensamiento y poseerte toda, toda, toda...
Que dios te mantenga con tus piernas abiertas, derramándote de deseo con mi polla bombeando dentro de ti con la fuerza del odio y la muerte.
Amándote con la certeza de la extinción de la vida en el planeta.
Que no me jodan con lo platónico, porque eres de sangre y coño. Y tus pezones erectos agreden la tela que los cubre y a mi pensamiento.
Porque tu coño se abre dejando escapar una baba que hace temblar mi boca. Filamentos de deseo se desprenden de mi glande, haciendo de mí una bestia feroz acechándote entre la espesura de esta puta vida.
Lo platónico es muerte, fracaso, desesperanza y decepción.
Es no aceptar que sin cuerpo no hay mente.
Es asumir la derrota con cobardía e indolencia.
Puta...
Puta...
Puta...
No eres platónica, eres mi amor gimiente, desesperada. Abierta y desgarrada.
No serás de Platón, serás mía y será sometida tu mente y tu cuerpo a Mí.


Iconoclasta

12 de mayo de 2016

Incontinencia irresoluble


Somos problemas que nadie quiere resolver.
¡Oh...! Otra vez... Siento que se me va el alma entre el semen que brota sin fuerza, como las palabras de los que agonizan.
Tengo cosas que no hacer, tengo un amor desesperante oprimiendo mi corazón y un hambre que me vacía el cerebro. Soy atraído por las nubes y el frío me hace arder.
Y no sé si pienso o cometo actos.
Demasiados pensamientos...
Soy confusión.
Y estoy sometido al caos.
Tengo el glande tan húmedo que es un esfuerzo no meter la mano en la bragueta y acariciarlo, aquí en medio de todos, ante todos.
Tengo miedo de morir porque dicen que nos convertimos en gases que pululan entre los vivos, restos indefinidos que no viven, solo flotan como un deshecho en el mar.
Madre y padre están muertos, no existen, no son vapor. Es un hecho, no hay más allá. A su muerte me aferro para no tener miedo a seguir en el mismo lugar con otra forma y con la misma frustración.
Me tranquiliza la muerte de los seres que amo, su absoluta inexistencia en cualquier plano, en cualquier dimensión. Sonrío al tener la absoluta certeza de que moriré decentemente: dejaré de existir. No seguiré en este lugar, viendo lo mismo, soportando esta apestosidad una eternidad.
Morir es morir, no hay transición de mierda.
Por favor... Una mamada, cielo...
Se me sale de nuevo. Te lo ruego, monta en un rayo luz y llega a mí, arrodíllate hasta mi pene goteante y sonríeme mientras me acaricias y limpias con tus labios lo que podrían ser hijos tuyos.
Vivir con intensidad es estar sometido al cuerpo, al propio y al de ella.
Aunque temo que ya no es mi cuerpo.
Quiero decir, que sin cuerpo no hay polla ni coño. ¿Entonces qué gracia tiene para los crédulos creer que serán almas?
Ocurre que sin quererlo se me escapa el semen, como un accidente. Una gozosa incontinencia.
Lo preocupante, es que no siento  vergüenza. Es un secreto placer que explota a la luz del día, en plena calle.
Mi pensamiento es un caos, un desorden, un absurdo de un pintor drogado y enfermo de gonorrea.
Explota secretamente ante niños, adultos y viejos. No es por ellos, nadie me importa más que ella.
Me derramo al evocarla, sin tocarme. Un enfermo que no controla su cuerpo.
Una extraña y paranoica incontinencia.
Su pensamiento tiene la frecuencia precisa que fibrila mi glande y los cojones. Como una descarga eléctrica me sumiría en la catatonia.
Ocurre tomando un café, observando el cielo y la miseria; esa crema que se me sale se extiende por los genitales imitando con su calidez, lo que su mano haría si estuviera dentro de mis calzoncillos.
Soy un misterio a quien nadie presta atención.
Pienso en la muerte y la humana miseria en vano intento para conjurar su pornográfico hechizo. No quiero visualizar su cabellera salpicada de mi esperma por una mamada que me aspira hasta el pensamiento; porque me corro otra vez.
Sus dedos acariciando mis cojones llenos, contraídos...
Otras veces al mear lanzo gordas gotas de esperma que doblan mis rodillas en un repentino acceso de placer, como si ante un altar blasfemo me encontrara. En un sórdido inodoro lleno de mierda, el blanco y denso amor causa un vomitivo contraste con los restos de seco excremento.
También vomito por la mezquindad, es fétida y mucho peor que lo que yo escupo por la polla.
Nada es perfecto salvo ella y su absoluta precisión para poseer mi cuerpo y mi alma.
El problema no es vivir, el problema es la longevidad: demasiado larga.
¿Qué ocurrirá cuando se me sequen los testículos? ¿Eyacularé sangre? ¿Escupiré mi cerebro por el pijo?
Será mi sacrificio ante ella, que con picardía me masturba con las piernas indecorosa y divinamente separadas para que mi semen impacte en la única buena creación de Dios: su coño hambriento.
Tenemos nuestros juegos.
Todo el mundo busca la felicidad y el amor, como si abundaran.
Como si tuvieran la obligación y el derecho de tener y disfrutar de semejantes cosas.
El amor no es esa banalidad que todos sueñan, el amor es mi pene en una continua y descontrolada hemorragia pornográfica.
Y es amor, un amor más fuerte que la muerte de millones de seres humanos.
A mí me importa una mierda si la humanidad disfruta o no; me bastan mis insanos placeres, mis pérfidas y secretas eyaculaciones.
Sin embargo, empiezan a ser preocupantes estas corridas extemporáneas.
Me aburre y me cansa el exceso de higiene que requiero.
Nada es perfecto, salvo ella y el amor que me arranca de los cojones.



Iconoclasta
Foto de Iconoclasta.

9 de mayo de 2016

Llueve dulcemente



Llueve dulce, suavemente sobre mí.

Solo sobre mí, porque los humanos, los pocos que se encuentran en la calle, se apresuran como si lloviera con fuerza. Se aferran a sus paraguas, sus precarios techos protectores.

Suave y dulcemente, el tiempo parece quedar suspendido en las gotas, como yo gravito inmóvil sobre el puente que cruza el río.

Como si cada segundo fuera un ahorcado prendido en cada una de las gotas.

Tiempo muerto...

Porque el pasado es eso, un tiempo muerto. Un rosario de melancólicas añoranzas. Contagioso, se prende en el ánimo a través de la indefensa piel y causa una triste metástasis en el alma.

Y sin darte cuenta, te conviertes en gota devorada por el río; por el arrollador presente. Frente a unas murallas seculares que observan el mundo, el tiempo y sus consecuencias con desdeñosa indiferencia.

¿Y si soy muralla, una piedra del muro?

Porque no me entristece el paso del tiempo y camino bajo la lluvia sin prisas, dejándome empapar por tiempos muertos.

En ese caso, estoy muerto y por alguna razón sueño que camino.

Es confuso, tal vez no existo. Simplemente soy una molécula flotante de lo que fui, un recuerdo que caerá al río también.

Porque a mi piel no le sorprenden las frías gotas que caen en las manos y atraviesan la ropa. El tiempo muerto tiene mi misma temperatura.

¿O es lluvia?

La lluvia debería ser el llanto de dolor de Dios, un justo sufrimiento que tiene que padecer por haber hecho las cosas mal.

Los humanos, afortunadamente, mueren pronto y sus daños son leves en los geológicos tiempos.

Sí... Quiero que sea el llanto de Dios y sonreír por una casual justicia.

Observo mis manos y están mojadas como cuando  ella se corre. Ese momento en el que rompe sus aguas de placer, para después gemir y arquearse apretando con fuerza su coño contra mí. Como si le fuera a estallar...

No es un tiempo muerto, definitivamente. Es presente y futuro.

Y por ella tengo la certeza de no ser muralla, de no estar prendido  de una gota que se desintegra en el río cantor.

Lo noto en el calor de mis cojones, en el cosquilleo del pubis.

Sin embargo, Dios debe, tiene que llorar sus errores. Dios tiene que aprender o dejar su puesto a alguien que tenga gusto y sentido de la justicia.

Amarla y desearla, no me convierte en un ser bueno.

No me resta ni un ápice de mi hostilidad instintiva. Mi territorial agresividad puesta a prueba en un mundo con demasiados individuos. 

El amor no puede frenar mi odio hacia lo que no existe y sin embargo, llora de dolor y vergüenza.

Que se joda el tiempo y Dios, que se jodan y se los coma el río.

Yo hundiré mis manos entre sus muslos y lloverá mi saliva hambrienta sobre su piel.

Llueve dulcemente sobre mí y el puente parece sentirse a gusto soportando mi carga.

Solo el puente parece saber quién es y lo que debe hacer.

Llueve dulcemente y todo es maravillosa y poéticamente confuso.



Iconoclasta
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2 de mayo de 2016

Mi filoso amor


Quisiera ser algo afilado para rasgar tu piel e invadirte con mis indecentes gérmenes ponzoñosos de amor. Pornógrafos... Perversos...

Ser una jeringuilla para aspirar tu sangre, inyectarme en tus venas y acariciar tu pensamiento con microorganismos de amor cuasi patológico.

Extremadamente radiactivos.

Y provocar orgásmicas mutaciones en tu poderoso e imbatible cerebro.

Soy un tomahawk que voltea en el aire lanzado a toda velocidad, masivo y pesado hacia tu coño que es mío. Y ofrecerte al Gran Manitú que se erecta entre mis toscas piernas destilando densos hilos de baba fiera y sexual.

Pareciera que rosas y nubes no tienen poder suficiente para hacer trizas las defensas de tu piel y alma.

Las diosas por su poder requieren medios potentes, definitivos. Necesitan ser impactadas para que lleven sus dedos con desesperación a sus indecentes clítoris duros y hambrientos de lengua y dedos. Folladas contra una pared, a cuatro patas. Que los dientes voraces y peligros se arrastren amenazantes entre los labios que los muslos ocultan. Entre los labios que se dilatan ante mis ojos y dejan oscuras manchas en las telas, en las bragas.

La violencia desatada del deseo que late en las venas de mi polla.

Quiero ser cortante y golpeador, quiero ser uranio y heroína para que sucumbas a mí como una lánguida puta drogada y sometida. Y en el paroxismo del insano e indecente deseo, sellar tu cuello con un grueso collar de hebilla, como si una hermosa y peligrosa pantera fueras. Atarte a la pata de la cama para cometer con tu cuerpo las aberraciones más secretas que mi alma podrida de amor imagina.

Luego, cuando ronronees y por tus muslos se escurra mi leche; te susurraré de las hirientes y frágiles rosas, del dador de vida y muerte que es el inabarcable mar y de las hermosas y letales estrellas que pulsan y esplenden en el cosmos a millones de vidas luz.

Y cuando desfallecida necesites en una cálida noche que la ternura te arrope, mis filos se enterrarán en mis propias carnes para mortificarme y ser seda en tu piel. Susurrarte amores viejos como los cometas en tus oídos.

Si Atila fue el Martillo del Universo, yo seré El Brutal e Impío Filo que rasgará tus dimensiones y tu piel.

Luego, mi amor, mi puta.

Luego te contaré de oscuros secretos de amor con el tallo de una rosa arañando dulcemente tu coño en una caricia impúdica, apenas conteniendo mi furia por metértela.

Luego, cielo...

Y te sonreiré y todo estará bien.

Soy tu amor afilado y desbocado.



Iconoclasta
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30 de abril de 2016

El piloto y yo


Es fácil saber lo que piensa el piloto: la libertad, la superioridad de tener el mundo bajo sus pies, estar en lo más alto.

Y ser el más rápido.

Y si se da el caso, el más letal.

Sinceramente, me suda la polla todo eso; soy de una sencillez patológica. O tal vez de una vanidad enfermiza. Porque nada ni nadie vale más que yo.

Observo la estela del reactor y pienso en la insignificancia del piloto y su avión. Son unos puntos que apenas se ven. Si muriera, no habría drama, está demasiado lejos, no llega nada de él.

Pienso en ese pobre humano encarcelado en aluminio y vidrio.

Me alegro de que pueda sentir esa sensación de libertad y poder, porque alguna satisfacción ha de haber en alguien que observa el mundo a través de un vidrio, respirando aire artificial y perdiendo los detalles de la vida a velocidades supersónicas.

Me alegro porque esa sería mi desgracia, me pegaría un tiro en la puta cabina.

Porque he visto la primera lagartija de la primavera, la primera mariposa y me he quitado una brizna de polen de la nariz.

Le he escrito un mensaje a mi amor diciéndole que la tengo dura y me duele, me duele, me duele... Y más entre las montañas preñadas de vida y muerte que despiertan en mí al macho en celo que soy.

Y he fumado con el frufrú de las ramas de los árboles y las altas hierbas.

He cerrado los ojos como un animal medio adormilado.

He sudado y bebido agua fresca y he cruzado un pequeño riachuelo mientras el piloto me sobrevolaba.

He observado la estela sin ningún interés.

Luego bajará de su avión y le rodeará asfalto, artificialidad y más esclavitud.

Dicen que hay puntos de vista; pero el del pobre piloto es erróneo, no tiene nada de lo que alegrarse, nada por lo que sentirse hombre.

Porque todo lo que ve, es pequeño y lo pequeño no existe en su vida.

Tal vez tenga una ventaja: que la miseria y la mezquindad también se hacen invisibles allá arriba.

Es un flaco consuelo, pero es eso o el suicidio.

Yo puedo ver hasta la transparencia de una lombriz, la textura aterciopelada de las alas de una mariposa pequeñita que revolotea absolutamente eufórica, bebiéndose la poca vida que tiene.

Observo atentamente sus pezones erizados, duros, tocándose. La amplío en la pantalla del teléfono hasta que no existen montañas ni nada más que ella.

Evoco el tacto de una vagina, mis dedos parecen resbalar y siento  la calidez que fusiona los tejidos durante la penetración.

Follar es comunión y predación, me gusta por ese estadio que me hace descender e inhibe la razón. Me gustan mis gemidos animales cuando follo y mi misión de arrancar los de ella de lo profundo de su coño.

Y me olvido del piloto, de su estela y de lejano rumor que rompe sonido y tiempo.

Yo acaricio el tiempo y el sonido.

Me rozaría contra un árbol hasta fertilizarlo.

Caliente me pone la muy...

Mis pasos parten ramas y espantan a los pequeños animales. Soy un predador en este momento. El piloto es un inocentón orgulloso que no puede imaginar mi grandeza.

No hay ninguna velocidad que supere mi orgullosa erección, hostilidad y libertad.

Si fuera humano, sentiría lástima por el avión y lo que contiene.



Iconoclasta

28 de abril de 2016

Movimiento


"No camines, quédate en casa y descansa. Ahora no duele, cuando el mundo se detiene, el dolor también".
"Haz caso de la quietud, disfruta la ausencia de dolor".
El dolor me la pela, así que en contra de lo que mi cuerpo dice, me calzo. Es penoso, porque hay que forzar los músculos para que se muevan.
Ellos saben cuando es bueno salir a caminar, a respirar aire frío.
No me rijo por la sabiduría, ni la mía misma.
Me rijo por mis cojones.
Pienso en los seres que consumen oxígeno para absolutamente nada. Sin que se muevan y cuya única ventana es un televisor apagado o encendido.
Dicen estar cansados del trabajo, de lo que trabajaron, de que siempre es lo mismo: la misma calle, la misma luz, el mismo coño...
Cuando mueren, simplemente escupo como si fuera un moco molesto: siempre es lo mismo.
Tienen razón, pero no saben hasta que punto son ellos mismos de quien están asqueados.
Los huesos no saben de esas cosas, no pueden entenderlo. Así que la rodilla duele un millón y hago como que no me doy cuenta. La contera del bastón está tan desgastada que secretamente le doy la razón a mis extremidades.
Es más fuerte el miedo a ser un mierda que babea o que sueña mediocridades frente al televisor o su cerveza, que el miedo al dolor.
Camino sin que el dolor mengüe un ápice. No hago caso al miedo que me atenaza los testículos cuando pienso en la posibilidad de que andando, me rompa. Más que nada porque tengo la imagen de ella desnuda y húmeda. La erección es el mejor analgésico.
Y la vejez de las calles que piso, el recuento de muertos anónimos que las casas han visto con indiferencia intemporal.
Suficiente, razonable y vanidosamente cansado me siento a tomar un café y poner a prueba la discreción de las miradas de algunas mujeres. Porque aparte de moverme, me gusta follar o la caza. Y crear cierto halo de trascendencia y rebeldía que a muchos humanos les lleva a mirarme con extrañeza.
Suele ocurrir porque mi rostro muestra cierto rictus de dolor y mis ojos, sin embargo, reflejan mundos que no son de este universo. Ideas que están formando constelaciones de locura.
Los vulgares detectan esas cosas, aunque no sepan identificarlas.
Cuando frente al café saco la pluma y el cuaderno del bolsillo, es como si el mundo desapareciera y me quedo solo, como un invisible entre la humanidad.
Y escribo cosas peores y mejores que ésta. Ignorándolo todo, hasta la presencia de mi padre si aún viviera.
Soy tremendo.
No quisiera no tener dolor y hablar del tiempo, o de un programa de televisión, o de la crisis.
Ni siquiera tengo deseos de hablar.
Tengo  secretos...
Secretos de un pensamiento que bordea peligrosa y suicidamente la locura y el sexo voraz.
No podría hablar porque son pensamientos que se hacen sonido cuando el semen eyaculado se enfría en la piel ajena. En los pezones ajenos, en el monte de Venus, en sus muslos que tiemblan...
Son pensamientos que se expresan, precisamente, cuando más difícil es hablar. Porque los ecos del orgasmo colapsan la voluntad y la respiración.
Así que no me interesa hablar banalidades pudiendo tener silencios de belleza extraterrestre.
Me llevo el café a la boca y pienso a que sabrá su monte de Venus rasurado cuando lo bese, cuando deslice la lengua hacia su raja hambrienta...
Y el dolor ha dejado de importar, ha dejado de importar todo.
Porque mi lengua tiene el dulce saber de su coño-café.
Lo he visto escrito en el papel, aunque no recuerdo cuándo lo escribí.
Ni el dolor ni el mundo pueden impedir que yo me mueva, que enloquezca, que joda a esa preciosa.
No es vanidad, me importa poco ser tosco, ser brutal. Solo quiero ser fuerte, un forzudo de los sueños, de la risa, del llanto, del dolor, del sexo y de la tristeza.
Que duela o que goce, siempre con el exceso.
Pago el café y me permito una broma que jode a muchos: "¿Por qué es tan barato el café? Me siento mal pagando tan poco, no es elegante".
La camarera ríe un poco aliviada cuando demuestro humanidad y doy muestras de humor y simpatía.
 Y mañana más, aunque me sangren los ojos.
Si me sangraran, saldría un texto magnífico. Lo mío no es el miedo, le temo al asco.
El movimiento es vida y sueño.
La inmovilidad es muerte de mierda.


Iconoclasta
Foto de Iconoclasta.

27 de abril de 2016

Desde aquí



Soy oso, soy bestia, soy triste, soy un héroe, soy un miserable, soy un husmeador, soy pornografía, soy un romántico suicida, soy un asesino sin pasión, frío como dios condenando. Soy todo eso, pero ante todo: absolutamente libre.

Si se le puede llamar libertad a pensar continuamente en ella. No todo es perfecto.

Asesinar es fácil, se ha vuelto cotidiano. Hay más de treinta seres humanos eviscerados en el camino que asciende a esta cima. Son la estela que dejo en mi camino.

La humanidad es idiota, ni un rastro de sangre son capaces de seguir. Están lejos de apresarme, de matarme.

Los intestinos de los muertos les debe hacer resbalar.

No soy un asesino por alguna deformación del cerebro. Simplemente asesino por amor.

Porque cuanta menos gente respire en el planeta, más posibilidades tengo de llegar a ella.

Mis designios no son inescrutables, son tan claros que iluminan las noches con sangre fosforescente y mi glande refleja la luna cómplice que me admira, supurando un deseo espeso y brillante que forma desesperantes filamentos entre mis dedos cuando meo.

Despedazo a quien está por delante de mí obstaculizando mi visión y mi camino hacia ella. Mi navaja corta certeramente los tejidos que protegen los intestinos. Y la sangre hace rojo mi pensamiento, no puedo detenerme ahí. Practico un corte bajo las costillas y metiendo la mano, les saco los pulmones. El resultado es divino, como si fueran hombres, niños y mujeres con agallas, extrañas mutaciones de humanos-peces en una montaña agreste.

Soy un artista enamorado que rasga seres inútiles con absoluta libertad y desinhibición.

Cuando te acostumbras a desentrañar pulmones e intestinos, te vuelves insensible al olor de los excrementos y la sangre.

Sin embargo, al amor no puedo acostumbrarme, él me ha convertido en lo que soy. Ella y sus pechos de masivas areolas, sus nalgas provocadoras entre las que enterraría mi lengua...

Lo peor son sus palabras, sus labios perfectos (los de la boca) que desatan la ternura que ningún ser humano ha sido capaz de transmitir.

Desde aquí, con los muertos a mis espaldas, la huelo. Husmeo el aire con una dolorosa erección, con los testículos plenos de la leche que deseo derramar en su piel.

Desde aquí, cansado y libre la busco enamorado. Y lo único que temo es que mi deseo pueda herir su piel con mis dientes.

Mi hambre de ella no tiene lugar en este planeta. No hay datos históricos de algo semejante. No hay parangón.

Conmigo muere una estirpe de un solo individuo.

En algún lugar y momento la encontraré y se la meteré. La localizaré y clavará sus uñas en mi pecho y en mi espalda para aferrarse al mundo cuando mi polla y mi lengua la arranquen de la realidad.

Ahora, desde aquí, observo la ciudad. He subido a lo alto para ser más que nadie, para que mi aroma salvaje llegue a ella y su coño se moje.

Para marcar mi territorio que es el mundo entero.

Desde aquí, con mi ropa sucia de sangre seca, con mis manos encostradas de piel ajena, la llamo con gritos primigenios descendiendo al primer estadio de la evolución humana y le ofrezco toda mi libertad, toda mi hostilidad y todo mi amor.

Estáis muertos si os cruzáis en mi camino.

Bajaré la montaña en su dirección, la que marca mi erección.

Es infalible.

La amo con absoluta libertad.

Desde aquí, desde el infierno si existiera.

La tomaré en bestial posesión, no importa los que mueran.

Lo juro desde aquí.



Iconoclasta
Foto de Iconoclasta.

26 de abril de 2016

El dolor del agua


¿Le duele al agua romperse?

¿Le duele como a mí no metértela?

Si el agua es vida debería tener alguna fibra nerviosa que le diera dolor cuando se fragmenta contra las piedras.

Igual que a mí me duele caminar.

Siento pena por ella como la siento por mí. Porque nos rompemos buscando el mar y yo buscándote a ti.

Y hasta que ella llega al mar y yo a ti, nos hemos descompuesto tantas veces...

Pero el agua es mucha y yo soy poca cantidad.

Nací para perder esta batalla. No es fatalismo, es la auténtica realidad de la experiencia del dolor de amar.

Es una acuosa tragedia.

No hay esperanza ya. Lo siento en todas las moléculas de mi masa. No te podré follar, aferrar rudamente tu coño y sentir pulsar tu placer en mis dedos crispados de afán obsceno. O decirte que te amo acariciando con reverencia tu rostro, besándote los labios.

Me evaporaré antes de llegar, seré nada.

Estoy sometido a las leyes de de la dinámica de fluidos.

El agua del río no tendrá siempre un compañero de dolor. 

Soy limitado, soy poca cosa para tantas piedras, recodos, torbellinos y desbordamientos.

Apenas puedo sentir que soy algo que corre veloz, que se transporta lo poco que queda de sí mismo hacia tu piel.

Hay estatuas de sal, yo soy agua que merma.

Mierda, mi amor, lo siento.

Lo siento y me duele...

Así, mi amor, si llueve eleva las manos al cielo y que se mojen. Refresca con ella tus labios y la cara más íntima de tus muslos, por si alguna doliente partícula de mí fuera parte de esa lluvia.

El planeta y sus leyes no tienen piedad conmigo. Y un dolor cubre otro dolor en cada recodo, en cada rápido, en cada salto. Soy un estrato de la puta pena.

Del puto deseo imposible.

Si lloviera, deja que de alguna forma llegue y entre en ti; es mi único sueño y tu única esperanza de sentir el amor más profundo y extraño que una cosa o ser te pueda ofrecer.

Hay tanto río y yo soy tan poca agua...

Es descorazonador, cielo.

Ojalá Dios fuera agua y se rompiera millones y trillones de veces. Que rugiera de divino dolor.

No quisiera que ese creador de infamias quedara impune. Quiero que Dios muera como yo.

No llegar a ti me hace agua venenosa, un agua preñada de una ira asesina.

Quiero devolver daño a Dios y al planeta por lo que nos hacen, por el final que han dispuesto. Mi evaporación será digna en hostilidad, rencor y amor.

El viento me ha robado un jirón de vapor de amor.

Que llegue a ti.

Por favor...



Iconoclasta

3 de abril de 2016

Hermosos dolores


Hermoso dolor, primer acto:

"Dueles..
Aquí 
Aquí 
Y
Aquí... "


Hermoso dolor, segundo acto:

El bruto no sabe si llorar de imposibles añoranzas o danzar de dicha. Se limita a balbucear cosas inconexas de labios secos, de brazos vacíos y un pene que sufre espasmos de ansiedad por ella.


Hermoso dolor, tercer acto:

"... Gracias por las dosis de veneno de vida..."


Hermoso dolor, cuarto acto:

Él sale a las montañas, con los últimos rayos de sol del día. Y corta una flor que le dedica.
Pero no le dice que le hubiera gustado que la flor sangrara, que la flor sufriera el dolor que ellos gozan. No le ha dicho que hubiera deseado que fuera un sacrificio cruento en honor a su diosa. Un pacto de amor con sangre y dolor.
No quiere añadir al dolor locura.


Hermoso dolor, enésimo acto:

La muerte los observa con ternura.


(El primer y tercer actos son autoría de una hermosa doliente, no podrían ser míos esos hermosos dolores, carezco de su arte y sensibilidad. Ni este poema sin sus dolores.)



Iconoclasta

Foto de Iconoclasta.

2 de abril de 2016

La vejez de los primates


El viejo avanza lentamente por el camino que bordea el río, con la espalda encorvada.
Lo observo y pienso en la lentitud de los días, en la lentitud y la desidia de Dios y en lo mal que lo crea todo ese maricón. Pienso en mi eyaculación rápida, en mi crueldad ultrasónica y en los tiempos muertos de mediocridad y grisentería.
Pienso en un filo ensangrentado.
De repente, su mano se agita en un intento de atrapar algo: un caramelo se le ha caído de las manos.
Comienza a agacharse para recogerlo del suelo, redoble de tambores.
Redoble de tambores...
Redoble de tambores...
Redoble de tambores...
Tras doblar las rodillas hacia afuera (por lo visto sus testículos viejos e hipertrofiados le molestan) y también el espinazo con desesperante lentitud, por fin ha cogido el caramelo e iniciado la operación de enderezamiento.
Tiempo estimado para el rescate de la golosina: 35 segundos.
Su padre mono y hace decenios muerto, debe estar orgulloso de él.
Observándolo con una torva mirada pensaba en la facilidad con la que le podía clavar mi puñal, rajar la zona lumbar y extraerle los riñones. Usarlo de potro para saltar por encima de su chepa, o simplemente decapitarlo cuando estaba su pecho a 90º respecto al suelo.
He tenido tiempo para pensarlo, desearlo y hacerlo.
He recapacitado en la fragilidad de los primates en su vejez indigna y he decidido perdonarle la vida.
No voy a aspirar su alma vieja de mierda. Me da asco.
Y mi Dama Oscura me espera con sus muslos viscosos, empapados de deseo. Tengo mis prioridades.
Siempre sangriento: 666.



Iconoclasta