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10 de julio de 2016

Amar no es una vulgaridad


Amar es algo que se pide y se ofrece con demasiada facilidad, con demasiada frecuencia.
Amar de verdad, con necesidad y hambre, sin hipocresías ni correcciones morales o sociales solo ocurre si se tiene suerte, alguna vez en la vida. Hay tantas probabilidades de morir sin amar, que "amaos los unos a los otros" resulta una broma de mal gusto.
Un insulto a la vida y una banalización absoluta de la esencia del amor.
Confunden el amor con el cariño, la ternura, la amistad, la camaradería, el afecto filial.
No tienen inteligencia, no tienen vocabulario, acatan todas las órdenes, se integran los unos en los otros como las reses de una manada meten su hocico en el culo de la que va delante.
El descerebrado de Jesucristo pedía que se amaran todos.
Eso no ocurrirá, no conmigo.
En mi lenguaje, en mi universo que he creado y lo que hago, amar es follar con ella, despertar a su lado y gruñir juntos un despertar ante una taza de café y alguna sonrisa tranquila y legañosa.
Llevar la mano a sus muslos y acariciar su coño hasta que gima, hasta que aferre mi pene duro, mi pene ansioso. Mi pene cruel y enamorado como yo y lo conduzca a su sexo abierto, desflorado, brillante de humedad.
Y a su boca, a su adorada boca...
Cosas que no haría con mi padre, con mi hijo, con mi abuela...
Amar es demasiado exclusivo como para convertirlo en un acto de competición de dar amor a todos y ser el más querido del cementerio.
"Amaos los unos a los otros" es el título de una barraca de feria en un lodazal de un pueblo infecto.
Amistad no es amor y con los hijos no se folla (no siempre, eso según gustos).
Me revuelve las tripas la facilidad con la que se ama, es ofensivo para mi pensamiento, para mi mundo.
Para mi exclusividad.
Es un acto de ignorancia en el léxico.
Yo tengo otra cosa que decir, ante toda esa hipocresía y vulgaridad, ante ese adocenamiento del "amor": La puta ama el dinero, no al cliente. El cliente no ama a la puta, solo quiere su mamada y yo...
Yo digo que será mejor que tengas un buen coño que me pueda comer si me amas.
Porque de lo contrario, no tengo tiempo ni amor que perder.
Ni quiero dar amor a todo el mundo.
Tengo trabajo, tengo pensamientos que escribir y un rabo húmedo sediento de  amor verdadero.
Si crees en Cristo, besa su calzón ensangrentado amándolo y déjame en paz con todo ese puto amor mentiroso y facilón.
No necesito que se me ame si no puedo metérsela.
La vida es corta y hay poco amor y mucha mentira, mucho cobarde, mucho ignorante.
Esto es amor, el de verdad, sin pérdidas de tiempo.
Sin degeneraciones sensibleras.
Sin bendiciones de mierda.



Iconoclasta

Foto de Iconoclasta.

30 de junio de 2016

La Constelación Lacrimosa



Hay una constelación en mi universo, de día y de noche siempre presente en mi horizonte.
Pequeñas luces que brillan más que un sol y perfilan tus labios en cielos claros y oscuros.
Siempre húmedos, siempre frescos.
Qué labios...
Y tu coño...
Como las lágrimas de rocío que sostienen los pétalos de las flores al amanecer, así brilla también tu piel en los íntimos muslos.
La Constelación Lacrimosa es nuestro universo sagrado y carnal, invisible a los otros, a los ajenos.
No hay tristeza en amarte, es solo un afán desesperado por tenerte toda, por poseerte, esclavizarte, ser tuyo, ser tu esclavo.
En todo tiempo, en todo lugar.
Quiero estar sometido a tu carne y mis uñas impías que desgarren tu ropa para llegar a las pieles más íntimas.
Lloran mis ojos como tus labios brillan y llora el ciego ojo de mi glande blancas lágrimas.
Contracciones de mi vientre salpicado de un semen que arde por ti.
Y desgarro mi propio pubis desesperado por penetrarte con dureza, con brutalidad; arrancándote gemidos oscuros y profundos como las simas insondables de los océanos.
Tan adentro, con  tanta fuerza, que la reproducción no tiene cabida.
La Constelación Lacrimosa es mi luna llena de hombre-bestia enamorado.
Mi pene entumecido es un dolor de amor, es la condena de la humedad sin consuelo.
Lacrimosa marca el rumbo de amarte. Un viaje donde la tragedia de amar es el más bello de los dolores. A él nos sometemos con sonrisas de augustos: ríen tristes con ojos húmedos de ternura y deseo.
Es tragedia porque todo lo que deseamos, lo que soñamos, no es posible en esta galaxia. Está prohibido por una ley natural que los amantes nazcan cerca el uno del otro.
Pobres amantes dolientes, pobres nosotros, regidos por la Constelación Lacrimosa.
No somos conscientes que nos doblamos sobre nuestro estómago con cólicos de una melancolía que aplasta el alma.
Y sonreímos con tragedia mirando al cielo, a Lacrimosa.
Rogando piedad.
Por favor...
Ser exclusivos, ser uno del otro tiene un coste de un ansia que eterniza los segundos.
Un reloj de arena marca el tiempo con lágrimas y harina de sangre de corazón.
En nuestro cosmos, el dolor y la desesperación nos da trascendencia. Lo acunamos en nuestros brazos para demostrar que vale la pena vivir aunque sea tan solo compartiendo un mismo presente.
Camino y no me doy cuenta que mis labios en voz alta le dicen a Lacrimosa: Te amo, cielo.
Y al sentir mis propias palabras, siento la condena, la dulce condena de amarte en este cosmos de lágrimas y pasión.
Que Lacrimosa nos guíe con su húmedo brillo.
Que nos guíe en este océano de ansias.
Llegaré pronto, navego hacia a ti, cielo.



Iconoclasta


28 de junio de 2016

Igualdad y justicia



La igualdad entre los individuos que pueblan el planeta no puede existir.
Ni yo la quisiera.
No jodas...
La igualdad no sería justicia, si no todo lo contrario: injustica, prevaricación, soborno, etc...
Los hay que somos bellos, inteligentes, fuertes y valientes.
Y el resto de la población (un 98 % siendo generoso) que no son bellos, inteligentes, fuertes y valientes. No se merecen ciertos privilegios, que de haber justicia, YO gozaría.
Lo único que tengo en común con la mediocre población humana, es que soy pobre.
Me pagan una mierda.
Me falta mucho dinero.
Asaz...
Y aún así, de mi pobreza y gracias a mi poderosa inteligencia, hago de ella algo digno. Con clase y elegancia.
Así que nada de igualdades de mierda. Ya hay demasiada.
Que cada cual se joda con lo que es.
Eso es justicia.
Y la democracia es el medio político para tener contentos a los que no son como YO: bellos, inteligentes, fuertes y valientes.
Hay una vieja canción  con una refrescante, vivificante y alegre letra que dice: "Que se mueran los feos".
No quisiera decir tanto, sería misantrópico por mi parte; pero no puedo evitar tararearla mientras cojeo con elegancia y blasfemando por un mundo que quiere ser tan igualitario con todos, sin tener en consideración la ignorancia y la idiocia imperantes.



Iconoclasta
Foto de Iconoclasta.


20 de junio de 2016

Blasfemia en Sagrado



Piso la tierra y las ruinas que antes fueron sagradas, fumo y sudo entre centenarios muros. Y solo pienso en ti.
No tengo nostalgia ni respeto alguno por la historia, porque la historia es una sucesión de errores.
Yo soy la verdad y la hombría.
En mí no hay admiración por las piedras mal colocadas, solo hay una burla hacia tiempos de esclavitud moral .
De ser esclavos a cambio de un paraíso inexistente.
Porque solo concibo el paraíso entre tus piernas. Cargado de vida, de semen, de saliva goteando sobre ti.
Follarte entre los muros de sagrado. Quisiera tener el suficiente poder para comprar esa ruindad, toda esa miseria que huele a muerte, ignorancia y engaño.
Follarte en el altar roto de una ermita donde cagan los animales del bosque.
Encadenarte de cara al secular muro y metértela por detrás, ante los espíritus santos, ante las mentiras proclamadas miles de veces.
Que los muertos giren sus rostros sin ojos ante la vergüenza de mi polla reventando tu coño.
Seremos blasfemia ante los ojos de vivos y muertos, temerán y proclamarán mi castigo, nuestra condena; pero solo verán mi semen deslizándose por tus divinos muslos.
Y lameré el rastro que he dejado en ti susurrándote: "Perdóname mi puta, porque he pecado".
Fumo y observo rincones santos donde meter mis dedos bajo tu vestido e invadir tu coño, castigarte con placer ante los mentiras sagradas a las que somos inmunes.
Quisiera ser un cristo recién nacido chupando tus pezones hasta hacerte desesperar en el altar roto, donde las hostias se comían con hambre y con estupidez.
Donde se mantenía una pegajosa oblea en la boca pensando que ganaban un lugar en un paraíso.
No pienso en los muertos, en las gentes que un día asistieron con devoción lerda a una misa.
Pienso en el espacio duro, salvaje que es ahora; pienso en joderte donde los que ahora están muertos, propagaron la cobardía y prostituyeron su libertad y espacio a la falacia y la ambición.
Y todo para obtener más esclavitud.
Separaré tus piernas ante donde un día hubo una cruz y lamiendo tu coño, le diré a los que dejaron de existir que tu vagina goteante es el único cielo y que requiere vida y fuerza para acceder a él.
Requiere cojones y no oraciones.
Amarte y follarte no puede esperar a pasar a otra vida.
Te joderé en esta tierra entre estos muros. Aunque teman un castigo divino para mí.
El fluido de nuestra cópula regará el suelo y los cadáveres que un día creyeron en fantasías pueriles.
Quiero que me acusen de blasfemia con mi rabo duro en tu boca.
¿Has visto lo que es amarte?
Me haces salvaje e impío.
No hay nada en el planeta por lo que sienta más admiración que por tu piel y tu mente.
No hay nada que me inspire tanto fervor como besar tus cuatros labios.
Aquí lo afirmo, ante sagradas ruinas, ante una tierra donde unos creyeron en santos y pecadores.
Donde jamás nadie hubiera pensado que sería nuestro burdel del deseo más brutal y desinhibido.
Tú me absuelves y yo te la meto.
Pecadores, gozosos y carnales pecadores...
No hay pecado, solo tu carne, el auténtico paraíso.


Iconoclasta
Foto de Iconoclasta. Ermita de Sant Bartomeu, Ripoll.



17 de junio de 2016

Nubes de locura


Sin ser consciente, a veces sonrío y saludo a una pequeña nube que ha tapado al hijo puta del Sol.
Y acto seguido siento vergüenza, porque no sé si he hablado en voz alta.
Y no quiero hacer el ridículo ante el planeta.
Y volverá a ocurrir porque soy un hombre agradecido a las nubes.
Al final, acabas haciendo amigos, sean nubes o sapos muertos.
Aprecio sobre todo a mis amigas las nubes aunque me pudieran partir con sus rayos.
Me provocan un dulce sopor cuando aportan el fresco consuelo de cubrir los rayos del sol.
Mis ojos se cierran y mi alma suspira.
Ella está a mi lado y apoya su cabeza en mi hombro.
Entreabro los ojos para besarla y los entrecierro metiendo la mano entre sus muslos, acariciando los húmedos labios de su coño con posesión. Es ternura infinita y un deseo feroz.
A veces no me entiendo.
Los árboles y el aire crean un rumor que parece un saludo, una conversación con alguna parte de mi cerebro a la que no tengo acceso; pero siento que está porque relaja mis nervios, mis ansias.
Temo cuando callan, cuando no hay sonidos y el calor aplasta mi cuerpo y el pensamiento.
Cuando el silencio es expectación, como si el bosque pidiera tragedia, pidiera sangre.
También cierro los ojos para intentar buscar consuelo en la oscuridad; pero ella está a mi lado. Y la quiero, la amo, la deseo, la necesito...
Me gustaría decirle que se aleje de mí, pero los rayos de sol han cerrado mis labios, los ha fundido como si fueran de cera.
Mi mano entre sus muslos lleva una navaja y la acaricia con brutalidad, con el filo.
Muchas veces...
Por sus muslos bajan ríos de sangre. No puede gritar porque en algún momento le he cortado el cuello.
La sangre es más fría que el aire que me asfixia, me llevo las manos empapadas a la cara y me froto.
No me gusta ese sueño, esa imagen me da miedo.
Miedo de mí mismo.
Temo cuando las nubes no tapan el sol y nada intercede por mí ante el abrasador calor que enturbia mi pensamiento.
Por eso estoy tan agradecido a las nubes; me cuidan.
Se merecen que les hable.

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El celador observa detenidamente a Jonás sentado en uno de los bancos del jardín del hospital psiquiátrico forense. El enfermo habla mirando al cielo con los ojos entrecerrados, con una ternura en su rostro que le sobrecoge.
Entre calada y calada de cigarro, se pregunta cómo es posible que un cerebro pueda estar tan podrido.
Tira la colilla al suelo y se dirige hacia el interno.
- Vamos adentro, Jonás, ya hace mucho calor y no te sienta bien.
Jonás se pone en pie y le sonríe.
-Gracias Álex, eres como una nube que me alivia de mí mismo -le agradece el loco antes de que cierre la puerta de su celda.
Y Álex siente alivio cuando le da la espalda a la locura. Se siente a salvo cuando toda esa letal demencia está encerrada.



Iconoclasta
Foto de Iconoclasta



14 de junio de 2016

Siete campanadas


Está tan presente la superstición, la religiosidad... A todas las horas en punta, en las medias horas. Como si no tuvieran cosas interesantes que hacer y tocar las campanas fuera su gran cometido.
Es normal que cuando tañen las campanas, piense en todos esos mitos supersticiosos o religiosos.
Pienso en la posibilidad de que Cristo hubiera existido.
Y sus masturbaciones. Yo me hacía pajas, me las hago si me place. No veo porque Jesús no se las hubiera hecho.
Pienso en Jesús como líder de una secta y el sexo gratis que le proporcionaría.
Y yo pienso en lo que he follado y follaré y no veo distinción alguna con el mesías y conmigo respecto al deseo sexual.
También imagino a la virgen María y sus risas cuando pensaba que aquellos ignorantes creían que el niño Jesús no salió de su coño.
Jesucristo dejó de trabajar para vivir cómodamente, sin penurias de un trabajo esclavo. Como un telepredicador latinoamericano en estos tiempos.
Yo opté por trabajar como un hombre, llegar cansado a casa y metérsela a mi mujer por el culo.
Imagino a José el carpintero pusilánime, soportando el acre olor de la menstruación añeja y sin aseo de su mujer "virgen".
Y en los chiflados que aquellas leyendas propagaron creyéndolas ciertas.
Las campanas hacen pensar, hacen ser lógico.
Tengo una notoria intuición y un conocimiento exacto y profundo del ser humano.
Son las siete de la tarde y el viento arrastra hasta aquí los tañidos de tiempos oscuros e ignorantes.
La muerte del nazareno, desmontó la gran mentira del mesías, murió como cualquier hombre, rabiando de dolor.
Humillado. Si existió, fue un justo castigo a su timo, a sus pretensiones mesiánicas.
Y con él se derrumbaban como un castillo de naipes todos sus milagros y bondades.
Sus secuaces mal disfrazaron a uno de los suyos para que no se acabara el espectáculo, la fama y el dinero fácil; pero nadie conocía al resucitado, nadie sabía quien era aquel tipo. Lo dicen los evangelios como si trataran un misterio oscuro como la propia ignorancia.
No había tecnología digital para retocar mesías y hacer creíble la mentira.
¿Por quién doblan las campanas? Por todas las mentiras que quieren convertir en verdad.
Tañéndolas miles de veces.
Que el hombre no muere, pasa a mejor vida, como Cristo. Así que ora, labora y paga para ganarte tu parcela celestial.
Aparte de esto, pienso en follar y se me pone dura sorpresivamente, debido a alguna feromona que arrastra el aire.
Soy un animal sin amo ni dios.
No soy un místico y las campanas, al fin y al cabo tampoco son totalmente inofensivas. Inocuas, solo provocan divertidas divagaciones.
Tal vez las campanas doblen por las ruinas de la hipócrita y cobarde ambición.
Lo único que dejan dioses y enviados, son escombros  por todas partes, en los lugares más recónditos.
El planeta no puede soportar tanta mentira y acaba desmoronándolas.
Las ermitas derruidas son mentiras viejas, la insostenible ignorancia.
Ego los absolvo porque no saben.
Porque no piensan, no pueden.


Iconoclasta
Foto de Iconoclasta, ermita de Sant Bartomeu de Ripoll.


8 de junio de 2016

Tenías que existir



Hay un cansancio, hay un dolor
y hay un estado nervioso alterado;
pero nada de eso evita que te impongas
a todo ello.
Que estés intrincadamente presente
entre mis redes neuronales
y mis conexiones sinápticas.

Eres superior a la angustia y a la fatiga.
Y entonces llega la gran pregunta:
¿Cómo he conseguido sobrevivir sin ti en el pasado?
Y yo digo que mi alma,
mi pensamiento,
sabía de tu existencia.
Tenías que existir...

Hay tantas palabras escritas al viento, al vacío...
Y ahora fibrilan tu corazón
y se meten obscenas
por tus muslos dioses.

Si antes debía localizarte
en algún lugar del planeta,
ahora tengo que llenarte de mí.
Que colmarme de ti
a pesar de los momentos
aciagos.

No soy incansable,
no tengo valentía.
No soy irrompible.
Solo soy suicidamente tenaz.

A veces sueño
que se me desprenden
las piernas del cuerpo
y continúo arrastrándome
para beber de ti,
aunque sea solo una vez.

Y si fueras el diablo,
te regalo mi alma
agotada.

Mi vida exhausta
a cambio de tres palabras
que me liberen por fin
de la angustia,
de la necesidad de tomarte:
"Llegaste, mi amor".

Te amo por encima de todo dolor
y miedo.
Fatigadamente.
Corto y cierro,
he de llorar en un rincón oscuro,
donde nadie me vea.

¡Shhh...!
Los hombres no lloran si no están hechos mierda.
Tengo secretos...



Iconoclasta
Foto de Iconoclasta.

3 de junio de 2016

Un horizonte de libertad y amor


No hay nadie que pueda estropear el momento diciendo que va a llover, que el cielo presagia muerte. Que hace viento...

Bendita la libertad de la soledad...

Cuando amenaza lluvia voy hacia las montañas, con psicótica ansiedad.

Cuando la gente se resguarda, yo emerjo.

Es el cielo que siempre soñé, es la fuerza que siempre quise sentir.

No ver un horizonte de tragedia ha sido la tristeza de cada día al despertar.

He estado  a punto de no llegar; pero no le hice caso a nada ni a nadie.

Sigo el camino del dolor ignorándolo. La soledad es compañía y me lleva adentro de mí mismo, con cariño, con paciencia. Calmando mis náuseas por el vértigo de la vida que pasa doliente.

Y un fuerte viento me dice que todo está bien. Me hace sentir indómito, salvaje.

El viento que me forja, que me endurece.

Él serena toda mi frustración pasada, la melancolía de no haber nacido aquí, de llegar a este cielo cuando ya he gastado casi toda la vida.

Mis nubes grises y de un azul cobalto que parecen amenazar con aplastar a todos los seres que vivimos bajo ellas, me dan una libertad que se eleva por encima de las montañas.
Mis moléculas quisieran formar de ellas.

Las nubes tiran de mi piel para arrastrarme allá arriba.

Entrecierro los ojos ante el viento que refresca dolores y cansancios, como si me acariciara.

Y el viento se convierte en los lejanos besos de ella. Ella que me ve como si fuera un hombre completo. El aire es fresco como tienen que ser sus labios, dice que nos olvide el mundo durante los largos besos.

Sus palabras y el cielo denso y funesto. El decorado hermoso y preciso para un vida y una muerte.

Porque es un buen momento para morir con dignidad y amado.
Amando...
Antes de que estropee, por favor.

En el íntimo y solitario camino, el viento se torna ráfagas de amor que arrasan, que me arrancan de mi rostro todo lo que dolió, lo que duele y lo que dolerá. Lo que no gustó y lo que no gustará.

Cierro los ojos pensando en su boca y en las marcas de su biquini, en  su culo... Y bajo las nubes que dejan ya caer gruesas gotas, tengo una erección salvaje y libre. Ella sonreiría y  me besaría muy pegada a mí para sentir lo que provoca.

Yo sonrío al viento que es ella.

Ella desnuda.

Ella húmeda.

Ella pegada a mí.

No me he dado cuenta del tiempo y la distancia que he consumido y recorrido, estoy tan lejos que soy nube.

Ya nadie me distingue, soy de color azul cobalto para alguien que mire el horizonte.

Me basta con ese privilegio.

Ha valido la pena.

Ahora toca volver, para ello utilizaré medio cerebro para obligar a mis piernas a no quedarse bajo el cielo lo que me queda de vida.

La otra mitad del cerebro trabajará en combinar la palabras adecuadamente para intentar plasmar la belleza de la que soy víctima.

Soy víctima de ella, mi amor.

De las nubes y el viento, mi libertad, mi hombría.

Mi naturaleza salvaje tanto tiempo aplastada por los mediocres días se rebela y se expande, quiere ser vapor y trascender.

Mi muerte digna...

Nadie tendrá que incinerar mi cadáver, un rayo me desintegrará.



Iconoclasta
Foto de Iconoclasta.

31 de mayo de 2016

El final de todo



El lejano sonido de los truenos me conmociona, sacude profundamente mi ánimo.
Es el anuncio de la tragedia definitiva. La última.
Y a cada minuto retumban más cercanos.
Es liberación y miedo. Heroína chutada en una vena podrida.
No hay lluvia aún; pero los truenos anuncian, braman.
Gritan cosas de desolación y traen los gritos del dolor y el terror futuros. Próximos como el fin del cigarrillo que se consume entre mis dedos.
Es por algo, las cosas no ocurren por casualidad, las cosas importantes.
No estoy loco.
Mi cordura la avalan años y experiencias y sé muy bien cuando hay amenaza.
Me lo dicen los pelos del antebrazo al erizarse.
Soy yo mismo lo que me preocupa. En lugar de refugiarme, espero con el corazón palpitante que los truenos lleguen con sus rayos arrasando y exterminando.
No busco salvación, quiero estar presente en la destrucción, al precio que sea.
He esperado toda una vida que ocurriera algo extraordinario. Ahora ya sé que estaba equivocado, debía esperar pacientemente a estar muy cerca de la muerte. Porque la ilusión, la esperanza de que ocurra algo portentoso, es mayor que el miedo, la vida me ha preparado, me ha forjado con valentía para la hora de morir.
Primero tuve que aprender que el universo es un conjunto de monotonías invariables. Tuve que sentirme ajeno, sentir aborrecimiento en el alma y en la piel.
Hay extrañas frecuencias en el sonido que rompe contra las cosas y los seres: son los rugidos del final.
Aprendes cuando lo has oído y visto todo y solo queda por sentir lo verdaderamente trascendente.
Aprendí por eliminación.
Estoy sentado en un banco con la mirada fija en las montañas que resaltan con un verde oscuro contra el gris plomo del cielo.
No puede tardar...
Las gotas tienen el sabor a óxido de la sangre.
Las que gotean de mi frente por una vena que ha reventado, la sangre se desliza por mi nariz, se mete en las comisuras de la boca y me provoca cierta ferocidad ese sabor.
No es como yo imaginaba. Cuanto más se acercan los estruendos del cielo, mi pensamiento adquiere una profundidad y claridad que había esperado desde el momento en que nací. Puedo ver las moléculas del aire y los huesos a través de los poros de la piel de los seres humanos.  Puedo sentir los latidos de todos los corazones.
La piel de mis manos se agrieta y deja paso a un tejido oscuro y  áspero.
Y no hay dolor, es todo lo contrario, euforia.
He sido larva e incubadora de mí mismo, alimentándome de la miseria, envidia, cobardía y mentira.
Cada día, todos los días.
Hoy se rompe la monotonía.
Han de morir, han de caer bajo el peso de su propia podredumbre.
Sucumbirán sin importar nada, con la misma banalidad con la que vivieron.
Soy el tumor incrustado en las redes empáticas de la humanidad y en su naturaleza.
La lluvia es ácida y deshace la piel humana que me cubre. Soy de cuero grueso cubierto de vellos largos e hirsutos.
Mis piernas, mis antes cansadas piernas, se han convertido en dos patas de pezuñas hendidas.
Las uñas han crecido reventando las humanas.
No puedo ver mi rostro, pero hay dientes en el suelo y colmillos donde antes no los sentía.
No sé cuanto  tiempo lleva observándome fascinada; pero la mujer tiene  el cabello mojado y no presta atención a los cadáveres de ropas de todos los colores que arrastra el río.
La lluvia quema su piel y no parece sentir dolor.
He crecido más de medio metro y provoco sordos golpes sobre el suelo al caminar.
Llevo la mano a su pecho y rasgo la camiseta y sus pezones con mis uñas. Es como si sus pechos estuvieran plenos de sangre para amamantar a mi hijo.
El dolor de mi caricia cruenta entrecierra sus ojos con placer.
La vida tiene una extraña y maravillosa forma y color, como en los sueños.
Me da la espalda para apoyar sus manos contra un muro con las piernas separadas. Le arranco la falda y las bragas. Se la meto, la elevo clavada a mí y gime con los pies en el aire.
La sangre de su coño se desliza por sus muslos hasta gotear por los dedos de los pies. El ácido que llueve la convierte en vapor.
Mi lengua es larga, tanto como para enroscarse en sus pezones heridos  desde su espalda, mientras se corre.
El semen negro como mi piel gotea de mi miembro ensangrentado. Ella se debate en el suelo sujetando su coño con fuerza, con espasmos.
El bebé negro de pezuñas hendidas ha rasgado con brutalidad la vagina y ahora mama de sus pechos.
Y crece, crece mientras muerde los pezones y el cuerpo de la mujer se agita como si estuviera vivo por el la voracidad que mi hijo la muerde y mastica. Somos los nuevos pobladores del planeta.
Somos justicia.
El bebé ha sorbido su última gota de sangre, el cadáver de mamá se deshace lentamente con la lluvia exterminadora.
Ha crecido y se ha puesto en pie, pisando el rostro sanguinolento de mamá.
Toma mi mano y caminamos bajo la lluvia, los humanos han dejado de gritar y todo es paz mientras los restos humanos se deshacen.
Se convierten en gelatina roja.
Los truenos han cesado.
Ya sé quien soy. No tengo que ir a ninguna parte.
He llegado.
Los patos nadan indolentes en el río, picoteando los cadáveres. Como si nada hubiera ocurrido.
Y ahora todo está bien.
No tiene sentido nuestra existencia, pero tampoco la tenía la humana.
Son cosas que pasan, seres que aniquilan a otros seres.
Somos azares, moléculas, cánceres y víctimas.
Nada nuevo bajo el sol, cuando aparezca...
Mi hijo toma la cabeza decapitada de un bebé y la sacude como si hubiera algo dentro.
-No hay nada ahí dentro, nunca lo hubo -le instruyo.
Me sonríe. Y yo, por primera vez en años; también.



Iconoclasta
Foto de Iconoclasta.

24 de mayo de 2016

Coreografía impúdica


¡Miradla desnuda! Con su coreografía del deseo arrastra las manos por su piel en un espectáculo lujuriosamente bello.
Su sensualidad es despiadadamente arrolladora.

Acaricia su coño profundamente y maltrata sus pechos enloquecedores.
Abre sus piernas para mostrarse insufrible. Y yo me aferro a mí mismo intentando estrangular la salida de mi baba sexual que la busca.

Pintada cuidadosamente su piel más íntima de un blanco obsceno, contrasta con brutalidad con el dorado bronceado de las mamadas que el mar, el viento y el sol le hacen.
No estoy celoso, yo lamo, muerdo y araño su piel más pálida y sensible; donde no llegan ellos.

Mis labios se arrastran por su pensamiento todo y me convierto en su impúdico amor.
Soy un perro en celo, que la monta por detrás, torpe y rápidamente. Rasgando su piel...
Mi glande deja regueros brillantes de posesión allá donde la palidez es hambre incontenible.

Soy una serpiente maldita, un ángel caído que se aferra con la boca a sus pezones. Que chapotea entre sus muslos en la sinfónica y sexual obertura del gemido.
Y mis venas pulsan feroces irrigando el tejido, deseando el consuelo de sus manos mojadas de sí misma.
Soy el sol y el agua que se escurre como un secreto lujurioso entre sus muslos divinos.
El espectador de pene duro que admira a la bailarina de la carne palpitante.

Soy una frecuencia en su gemido.
Soy unos testículos contraídos y pesados de semen espeso que se derrama sobre lo dorado y lo blanco.
Que salpica su cabello salvaje.

Ella es dogma y mis labios susurran en sus oídos la letanía arcana de la paranoia sexual: puta, puta, mi puta...
Los dedos se enredan y aferran su melena para llevar su rostro y boca gimiente hasta el borde de mi desesperación, un pene que sufre los espasmos de amarla. Que cabecea encabritado como un semental que no puede soportar más su coreografía pornógrafa.

Soy un delito metido en su coño, una ofensa para la humana moral.
Mirad la belleza de su danza, extendiéndose soberbia en la piel lo que me ha arrancado.
Entre mis dedos viscosos, apenas puedo sujetar la pluma que escribe las feroces palabras de follarla. Se me resbala como el alma se me desliza sobre su piel.

Hay un fundido en negro cuando recuesto mi cabeza en su pecho y duermo el sueño de los derrotados con el bum-bum de su corazón aplacando lentamente mis últimos gemidos.
Miradla, es ama de un hombre. Le pertenezco.
Yo y todo lo que contengo.
Todo lo que derramo.



Iconoclasta

19 de mayo de 2016

El sudor del dolor



No era una tarde calurosa, hoy era una tarde fresca, lluviosa.

Es imperdonable no acudir a las montañas cuando llueve desde un cielo que es plomo a punto de caer sobre mi cabeza.

Y he sudado como en los días más duros de agosto. El dolor... Todo era dolor y un clic en lo más profundo e inalcanzable del tobillo que está ligado a una tibia podrida. Un chasquido cuya frecuencia subía como una oruga devorando el ánimo excavando la carne casi muerta para convertirse al llegar a la rodilla, en un erizo metálico. Y de ahí radiaba rayos de dolor puro al fémur y a la pobre cadera que hacía lo imposible por arrastrar todo ese dolor y vencer la tentación de dejarse morir en un banco bajo la lluvia.

Un paso más, otro...

"No te preocupes, si se acaba la vida, se acaba el dolor. Es un buen trato, ¿no te parece?". Me decía a mí mismo.

Y como una revelación evoqué de ayer, la hermosa serpiente muerta en la vereda. Y me ha embargado una tristeza, una pena que no creí que tuviera fuerzas para sentir. Porque su ademán, su rostro era puro dolor.

Con su pequeña boca abierta luchando por respirar un poco más.

Un grito de dolor mudo.

Pobrecita... Tan sola muriendo.

Y esa insólita tristeza ha hecho del dolor algo lejano, como el espejismo en los ojos del sediento. Y he dejado de pertenecer a esta pierna podrida.

La visión se ha hecho borrosa y no podía relajar el ceño fruncido del fatigoso paso del dolor.

Me he visto avanzar a mí mismo por el páramo del dolor.

Era el protagonista de mi propio vía crucis. De mi calvario.

Sudaba bajo la lluvia, sudaba más que llovía. Soy fuerte para todo, hasta para hacer el dolor más doloroso.

Sale de tan adentro el dolor, que no hay consuelo en llevar la mano y aplicar ahí calor bendito. Es tocar un material artificial.

"¿Es este el momento en el que se troncharán los huesos? ¿Es hora de caer y quedar muerto como la preciosa serpiente? Pobrecita...". Pensaba alejado de mí mismo.

He llegado de algún modo a la casa y pareciera que algo maligno palpita en cada hueso del pie y la rodilla. No quiere dejar de doler.

La cabeza es una caldera en sobrepresión intentando gestionar todo ese dolor y miedo.

Intentando controlar el metabolismo para cortar este sudor frío que se desliza por la nuca.

Cuando te das cuenta que morir es liberación y enciendes un cigarro sin que te tiemble el pulso, sin que importe nada; el dolor parece decir: "No importa que me ignores, estoy en el tuétano de tus huesos y ocupo la mitad de tu pensamiento".

Yo digo: "Morirás conmigo".

Y el muy zorro calla con un silencio rematado con un trallazo de dolor lento y profundo, como una marea oleaginosa que te hunde dulcemente, que suavemente te ahoga.

Se ha hecho tan importante, tan peligroso en su presencia el dolor, que el día que no lo sienta, sabré que estoy muerto, aunque me vea sudando y fumando.

Pobre serpiente... Qué dolor al morir, lo imagino como si reptara yo con mi pierna muerta por la tierra.

No hay justicia, ella era muy pequeña. Pesaba apenas nada, no podía molestar ni a la tierra por la que se arrastraba.

El ibuprofeno es como un petardo con la pólvora mojada, lo trago porque algo he de hacer mientras la vida duele.

Siempre lo supe: la vida es dolor.

No hay mucho que celebrar, empieza a ser tentador dejar de vivir.




Iconoclasta

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18 de mayo de 2016

Lo platónico es muerte


Soy un torrente de sangre directo a ti.
Soy una consecuencia orgánica de tu existencia y mi piel se desprende buscando la tuya.
Hay cierto dolor pulsando bajo las frecuencias del cariño y el deseo. Es el ansia de joderte, de metértela.
Atroz deseo que pone en jaque la integridad de mi mente.
El amor es un dolor narcótico y adictivo que se aferra a todas las fibras sensibles del cuerpo.
El semen derramado que muere frío en mi vientre es un sacrificio cruento en tu honor, a tu amor.
Duele escupir ese deseo desesperado lejos de ti.
Y sueño que un día se deslice por tu piel cálida, muslos abajo.
Amar no puede ser platónico mientras haya un pene erecto y entumecido descontrolando las voluntades y anulando la razón.
Un amor platónico es un despojo, un resto, un cadáver de deseos e ilusiones.
No concibo amarte sin sentir el tacto de tu piel; jamás podría aceptar lo platónico con beatífica y romántica actitud, cuando toda mi naturaleza pide arrastrar mi bálano baboso y doliente entre tus pechos, indecentemente cerca de tu boca.
No puedo, es anatema disociar tu mente de tu cuerpo. Incurriría en pagana blasfemia.
No hay obscenidad, solo un carnal arrebato descontrolado por eyacular en los rincones más profundos y húmedos de tu cuerpo.
En todos, en toda tú.
¿Platónico? Tu coño no es platónico, ni tus manos empapadas de ti misma. Eres carne de deseo.
Incomprensible es como puedo respirar sometido a la gran presión de tu columna de amor y mi lascivo deseo de ti.
Si fuera creyente, si considerara siquiera la posibilidad de la existencia de un dios, le pediría a un sacerdote que intercediera por mí a su dios para que me otorgara follarte. Follarte la boca, el coño, el culo.
Follar tu pensamiento y poseerte toda, toda, toda...
Que dios te mantenga con tus piernas abiertas, derramándote de deseo con mi polla bombeando dentro de ti con la fuerza del odio y la muerte.
Amándote con la certeza de la extinción de la vida en el planeta.
Que no me jodan con lo platónico, porque eres de sangre y coño. Y tus pezones erectos agreden la tela que los cubre y a mi pensamiento.
Porque tu coño se abre dejando escapar una baba que hace temblar mi boca. Filamentos de deseo se desprenden de mi glande, haciendo de mí una bestia feroz acechándote entre la espesura de esta puta vida.
Lo platónico es muerte, fracaso, desesperanza y decepción.
Es no aceptar que sin cuerpo no hay mente.
Es asumir la derrota con cobardía e indolencia.
Puta...
Puta...
Puta...
No eres platónica, eres mi amor gimiente, desesperada. Abierta y desgarrada.
No serás de Platón, serás mía y será sometida tu mente y tu cuerpo a Mí.


Iconoclasta