Powered By Blogger

11 de junio de 2014

Un disolvente eficaz

Un disolvente eficaz, de Iconoclasta

El tiempo es un disolvente eficaz, lo borra todo.
Lo malo es que no es instantáneo. Es lento como una hepatitis y asistimos con una pena infinita y casi indolora a la dilución de los recuerdos y sentimientos, con la lentitud con la que el cerebro degenera inevitable y patológicamente al llegar a la vejez.
Se desdibuja la infancia y los rostros de los que murieron, tan eficazmente, que se forma una agonía gelatinosa que encoge el alma. Un vértigo lento que hace borrones de los colores  y crea cada día un despertar de olvido, o confusión.
O un caos tranquilo y engañoso que nos hace idiotas a la realidad.
(Lo de idiotas no suena rabiosamente dramático ni triste o depresivo; pero la expresión está tan cercana de la humanidad, que es pecado no escribirla. Es quedar incompleto.)
La mezcla de recuerdos y tiempo-aguarrás forma melancolía: agua sucia en las entrañas, que invade pulmones y corazón como un impetuoso torrente de lágrimas. O una risa amarga.
"No te vayas", le dices a los rostros que desaparecen llevado por la ilusión. Y los pintas de nuevo, solo que mal.
(Hay que tomar clases de dibujo si queremos hacer las cosas bien. Hay gente que enseña por poco dinero, y si pierdes el tiempo olvidando, puedes perderlo pintando bien.
Claro, que siempre se sobreestima al profesorado, algunos pintan realmente mal, y todo porque les han regalado su puesto de docente en un sorteo de productos agrícolas.)
Desde un millón de metros de altura un disolvente nos llueve en la cabeza, y se deshace todo. Se confunden los recuerdos con los sueños... Como los actos de la niñez.
Nos aleja del amor y del afecto reales para hacer un amasijo de los actos que una vez cometimos o simplemente abandonamos. Una amalgama mentirosa, que roba la importancia que tuvieron realmente las vivencias pasadas y crea lo que necesitamos, lo que nos hace sentir bien.
No se puede sostener mucho tiempo la mentira, porque llega el día que ves tu rostro en el espejo, y no eres tú.
Unos recuerdos van cosidos a otros y hay días en los que desaparecen miles de matices. Lo vivido pierde brillo entre una nebulosa de tiempo.
Nos engañamos sin pretenderlo, porque no reconocemos que una vida pueda ser tan plana y mediocre. Necesitamos mantener vivas todas las sensaciones y emociones, fortificar el reducto de la memoria al precio que sea y no perder esa intensidad. E inevitablemente deformamos lo que una vez amamos y lo convertimos en algo que nunca fue.
(El autoengaño emotivo no es delito, es aconsejable para aquellos cuya ilusión es tan banal que se limita a comer, dormir, trabajar y ocasionalmente follar. Ser un buen ciudadano religioso es tener la mente enferma de alucinaciones color rosa y submarinos amarillos.)
En lugar de recordar una madre, recreas una virgen impoluta con un halo dorado en la cabeza. Reconstruimos los rostros a partir de pintura corrida y desleída en una pared negra.
El tiempo hace de los recuerdos delirios, creando imágenes caprichosas y abstractas que son los restos de una pintura salpicada y escurrida en un lienzo mohoso.
El tiempo nos deshace a nosotros mismos ante el espejo, cualquier día al despertar. Y hace la piel translúcida, para que la muerte sepa donde se encuentran todas las venas y cortarlas.
Mirar lo que vivimos a través del tiempo, es como ver nubes y darles formas. Son mentiras, patológicas, mentiras de la supervivencia.
(Margaritas a los cerdos.)
No recuerdo el rostro de mi abuela, no me recuerdo a mí mismo cuando era niño.
Es mejor no contemplar fotografías viejas, forman una ola de tristeza que monta el tiempo a toda velocidad en una tabla de surf, arrasando los momentos felices y los rostros amados y respetados. Una ola tóxica para el ánimo. Sin darnos cuenta, nos hacemos adictos al disolvente y lo respiramos con bolsas de plástico o haciendo hueco con las manos.
Y miramos al sol con los ojos borrosos, con manchas brillantes que ocultan los rostros e inventamos así santos y milagros.
Es indispensable no mirar atrás, porque no seremos estatuas de sal; nos convertiremos en muñecos de trapo vacíos de recuerdos. Tiempos pasados, difuminados. Tachones que no dan brillo a los ojos de cristal, muñecas que ríen siempre muertas, sin ojos y sin brazos...
Es mejor no ser consciente del tiempo. Prestar atención solo los borrones, las ilusiones. Y así, que lo que nos quede de vida la caminemos engañados y felices.
Acuarelas abandonadas en un sótano húmedo de la memoria. Y el tiempo con una mano huesuda y de uñas rotas, salpicando las paredes con un bote de disolvente. ¡Qué hijo puta!
(El tiempo es un antigrafitero.)
No me encolerizo por haber olvidado algunos rostros, no rabio por un dolor pasado.
Golpeo de rabia e impotencia por no poder detener el tiempo, que sin piedad desintegra lo que era real. Es mejor morir rápido, es mejor caminar y perder la vida, como un mecanismo de batería agotada.
Monto en ira por la mierda de cerebro que tengo, no puede con un asqueroso disolvente.
No importa la muerte, importa mantener intacta la memoria, pero es utopía.
(Un día inventarán un chip de la memoria, que nos instalarán en el pescuezo al nacer, como a los perros. No es una gran idea porque pueden haber problemas de alergia y queda un bultito como quiste de grasa; pero lo importante es recordar a quien fue hijoputa y a quien fue buena persona, recordar exactamente sus rostros con todas sus imperfecciones y el movimiento de sus labios unas veces mentirosos y otras amados. Porque la verdad solo los idiotas la dicen.)
El tiempo quiere hacer de mí una estatua hueca.
 Y lo consigue, maldita sea...
Es imparable.
Y tal vez, sea mejor así, tal vez sea mejor no recordar que un día fui feliz.
¡Mentira!
Es un engaño de mis neuronas deshaciéndose, es muy posible que nunca haya sido feliz. Es imposible estar seguro de nada cuando el disolvente, deshace las formas. Ya nunca recordaré lo que pensé y sentí.
Observo una foto de mi madre y no la conozco, no es como yo pensaba. Mi padre es más joven, y mi abuela... Vestía de negro siempre, y...
Me acuerdo de sus rostros muertos, la piel del color de la cera blanca; pero sobretodo de los dedos tan quietos...
La gente mueve los dedos quiera o no, eso marca la diferencia entre estar vivo o muerto. Ellos no... Sus dedos eran la muerte más pura, esa quietud de las manos se me quedó grabada en mi cochino cerebro anegado de disolvente y sobrevivió. Hay recuerdos malditos que nada borra.
Los dedos marcan el ritmo del tiempo, de los durmientes y los despiertos. Los dedos son la batuta del director de la orquesta que es el tiempo. Él marca el olvido y el engaño a cada segundo.
Los malos recuerdos permanecen invariables, lo único definido en una memoria con más de dos semanas o con demasiados años, porque el tiempo salpica con su toxicidad a grandes y pequeños.
Y es porque la mierda de la vida no está dibujada con pintura en la memoria, está escarificada con cuchillos y hierros al rojo.
Por eso solo un dolor puede tapar otro dolor, como un tatuaje cubre otro.
Puto tiempo... Me borra hasta el cerebro.
No es un reloj de arena, es un reloj de recuerdos que se pierden en un vacío negro...
Bueno, tampoco mi vida ha sido como para tirar cohetes.
El tiempo también tiene sus cosas buenas, limpia las manchas y nos mata por fin.








Iconoclasta

6 de junio de 2014

31 de mayo de 2014

El peso de una flor


Sostengo una flor en la mano, es una ocasión extraña, nunca he sido aficionado a los vegetales.
Es curioso como tiembla mi pulso ante tanta liviandad, tengo miedo de dañar sus pétalos, es un esfuerzo tremendo sujetar algo tan ingrávido y frágil.
Yo que he levantado decenas de kilos con un cigarrillo en la boca...
No me gusta la jardinería; pero hay una razón para todo. Es la ligereza. Yo me creía pesado, creía que dejaba mi impronta en la tierra. No es así, de hecho lo he sabido desde hace muchos años.
No me gustan las flores porque piensas, y cuando te comparas con un ser vivo cualquiera que no sea humano, sales perdiendo en el juicio.
Tal vez tomar una flor en la mano y pensar en ella, es recapacitar sobre mi existencia. Es algo que siempre rehúyo, no es bueno pensar. No es bueno concluir nada que tenga que ver con la vida, con la mía.
Porque la de los demás, no me importa. Nací sin demasiada empatía.
No sé que proceso neuronal me lleva a tomar la flor, pero cuando algo me gusta, lo hago. Sin importar la opinión de nadie, ni la mía propia. Soy amable, pero no idiota. Nadie me ha dado nada, yo tampoco lo hago, no soy una flor, aprendí rápido.
Pienso en la vida y su ligereza. Hay seres vivos que pesan menos que un puñado de mi cabello y dan más color y bienestar. Huelen mejor que yo.
No es un problema de aseo, es cuestión de masa. Por alguna razón, todo el peso de mi cuerpo no puede ofrecer lo que la flor regala. Soy imperfecto, nacido de seres imperfectos, rodeado de seres imperfectos.
Es deprimente compararse con cualquier ser vivo elegido al azar, siempre y cuando no sea otro humano.
Hay una película que dice que el alma pesa 21 g.
No pesa nada, porque no hay alma.
Sin embargo, se le puede llamar alma al conjunto de ideas que nos llevan a pensar que somos trascendentes, un engaño de supervivencia que nos creamos para no darnos un tiro en la cabeza y acabar de una puta vez con tanta vulgaridad.
El razonamiento superfluo evita que al tomar una flor pensemos más allá de las mentiras que nos han enseñado y cultivamos nosotros mismos, como yo hago ahora, es la función de un pensamiento hipócrita o ignorante.
Es una cuestión de poesía o lírica, no puede hacer daño sino eres consciente de esa ligereza banal. La cobardía y la ignorancia dan una larga y tranquila vida.
Odio tanta tranquilidad e inmovilidad.
Yo no tengo peso, soy como la flor, pero no ofrezco nada. Mi existencia es intrascendente.
Nadie me llora, no lloro a nadie.
Ni siquiera me siento solo, porque para sentir el peso de la soledad, antes has debido amar y ser amado. Cuando has estado rodeado de seres que piensan que eres importante, y crees que son importantes ellos. Entonces, cuando se van, te sientes solo, abandonado.
Dicen que puede ser angustioso, yo no lo he experimentado jamás.
Soy un cactus aislado en el desierto, nací solo. No necesito nada, no espero nada.
¿Cuánto vale el amor? En unos sitios pagas en euros, en otros con dólares o pesos.
En definitiva, el amor cuesta diez minutos y un par de decenas de euros si no eres muy exigente.
No hay nadie especial, si eres perspicaz, te das cuenta de que nadie pesa. Aunque es bueno que así lo crean, que así lo desconozcan, porque me sitúa por encima de ellos, aunque importe tan poco como el resto de humanos.
La sangre tampoco pesa y el dolor de los tendones seccionados provoca el vómito.
¿Si peso tan poco o nada, por qué duele tanto?
¿Por qué las arterias y venas se encuentran enterradas entre cartílagos y músculos?
Es una mierda vivir y es una mierda morir.
Todo duele si te fijas bien.
La flor no habla, no piensa, no caga, no come.
Solo necesita luz y que llueva de vez en cuando. No eyacula, no menstrua.
No ama y es admirada.
Cuando la muerte se presenta, las cosas inanimadas demuestran su peso y trascendencia.
Te das cuenta de que no hueles como ellas, que no tienes colores brillantes.
Cuando alcanzas la total conciencia de su importancia, le hablas a la flor. Sabes que te escucha, que se marchita entre tus manos, en un acto íntimo que ningún humano ofrecería jamás.
¬—Hola flor, perdona que te haya arrancado.
—No te preocupes, iba a morir mañana, al mediodía ya me habría secado. Ha sido una larga y hermosa vida. Ver salir ocho veces el sol ya es una gran vida.
¬—No cuento cuantas veces ha salido el sol. Me da miedo saber si puede ser mucho o poco. Ambas cosas son escalofriantes.
—Eres humano, amigo, tu vida y tu muerte están plagadas de esperanzas  y miedos porque no sabéis qué seréis, cual es vuestro fin. Os duelen demasiadas cosas en este mundo, sois los más cobardes de los seres vivos.
—Has aprendido todo en poco tiempo.
¬—Nací con ello, lo supe desde que mi capullo se empezó a formar. Y sé que como yo, mañana no verás el sol. La sangre mana rápida por esos profundos cortes.
Con la sangre goteando por las puntas de los dedos, aprendes que serenidad, amor y cariño, su búsqueda, ha sido una pérdida de tiempo. Y cuando mueres y hablas con la flor no sabes si cortar la hemorragia para seguir hablando con algo que pesa de verdad, o dejarte morir porque es demasiado efímero.
Ya estoy harto de miedos, mejor me dejo morir.
Todo se muere muy pronto a mi alrededor, todo lo bueno. O simplemente te das cuenta de que no existió.
Me arrepiento y siento vergüenza por cada acto y esfuerzo realizado, que no han servido para nada. Simplemente eran hermosos engaños.
Debería haber visto más televisión, prestar más atención a la ignorancia y la superstición y así no haber llegado nunca a la verdad.
Medio siglo de vida es demasiado, si la flor ha necesitado ocho días para hartarse de vida, yo he vivido tanto tiempo que he acabado aborreciendo respirar.
El único defecto de la flor, es que no puede suicidarse.
Otro consuelo idiota. ¿Por qué iba a suicidarse una flor?
Pero sí tengo algo en común con la flor: nadie llorará nuestra muerte. Ni falta que nos hace.
— ¿Te quieres "dormir" conmigo, flor?
—Ya estoy casi "dormida", humano. Tu sangre me agrada, es cálida. No es fría como tu piel, es una buena forma de despedirse de la luz.
Ya no hay dolor, no me tiembla todo el cuerpo con escalofríos, imagino que la ausencia de sangre ayuda a estas cosas. Y muero ligero, esa ligereza es agua fresca en la mañana.
—Hasta nunca, flor.
La flor no contesta o tal vez estoy muerto.







Iconoclasta

30 de mayo de 2014

23 de mayo de 2014

16 de mayo de 2014

13 de mayo de 2014

La tragedia más grande y azul


El rorcual azul  mide entre 24 y 27 m.
Hay algo muy trágico en la muerte de una ballena.
El tamaño importa. Importa de verdad.
Un cadáver cuanto más grande es más lástima inspira, más piedad, más miedo, más repugnancia.
Los cadáveres de ellas no inspira repugnancia, el mar es rápido digiriendo la muerte, borrando los errores y delitos humanos y divinos si existieran.
Las ballenas son animales tan desmesuradamente grandes que otros se alimentan de sus carnes y no se dan cuenta que poco a poco son asesinadas y devoradas.
Pesa entre 100 y 120 t. 
Son un error de la naturaleza. Ningún animal ignora que es atacado y mutilado, todo animal defiende su más pequeño trozo de piel.
Las ballenas ni siquiera pueden defenderse de una muerte traicionera y cobarde. Tal vez sean los mártires de la naturaleza, los jesucristos de la fauna.
Es el animal más grande que ha existido nunca en la Tierra.
Las matamos y otras predadores se las comen vivas. Da pena, es una de las tragedias más grandes y silenciosas.
Las ballenas son el buffet libre del mar.
Hay algo pornográfico en ello, repugnante.
Sufren toda su vida por dominar un cuerpo que no pueden defender.
Es triste servir de alimento a alguien o algo mientras aún respiras.
No deberían existir seres que no pueden defender su cuerpo de ser devorado en vida. Es una crueldad de la naturaleza.
Las ballenas nadan y no pueden evitar que las ataquen decenas de metros atrás de ellas; demasiado lejos del pensamiento está la cola.
Ni siquiera pueden huir. Se cansan y se dan cuenta que son alimento vivo cuando ya es tarde, cuando ya están infectadas de miles de heridas.
Si se tiene en cuenta la selección natural, la ballena ha tenido suerte de durar hasta el siglo XXI.
Tal vez tengan algo especial que las salva de la extinción, además del activismo de Greenpeace, claro.
Su corazón pesa 600 kg.
La ballena y su ballenato nadan entre bloques de hielo con la misma paz de quien camina por una senda en la montaña en una templada mañana de otoño.
Son tan grandes... Y cuanto más grande es un ser vivo, mayor ternura inspira, salvo a los envidiosos que son casi todos. Los que no son envidiosos no tienen ningún peso ni responsabilidad en la sociedad. Los apartan como los judíos apartaban y apedreaban a los leprosos.
Por eso se cazan ballenas, porque es un ser más poderoso que el hombre y la envidia es muy mala para la preservación de la fauna.
La madre y la cría se mueven entre el hielo en silencio y sin grandes movimientos, como islas de ternura rodeadas de frialdad.
Y parece que cuanto más grande es un animal, más solitario.
A lo mejor se han ganado su soledad gracias a su tamaño.
Han tenido ese privilegio a cambio de ser masivos e imperfectos.
El ballenato nada tan cerca de su madre y es tan grande la desproporción, que es inevitable pensar en una delicadeza tal, que evite que el pequeño sea herido por su inmensa mamá.
El ballenato crecerá y arrastrará su masa por los mares del planeta si vive lo suficiente. Y será cuidadoso con los pequeños.
Dios creó al hombre a su imagen y semejanza; pero con las ballenas jugó sucio.
No es justo.
El ballenato busca la mama para comer y succiona de una mama herida que supura. Aprendes cuando una ballena está cansada y enferma, se mueven de otra forma, hablan de otra forma. Seguramente una orca la ha herido, o algún barco.
El pequeño se alimenta de infección .
Y no es justo, no me gusta.
A la madre, un pequeño tiburón le arranca un trozo de piel del vientre y al ballenato le hiere un banco de sardinas, son como pellizcos suaves, tal vez cosquillas, pero le arrancan piel. Así es su día, cada día.
Dicen que hablan, se lamentan y cantan con sonidos de muy baja frecuencia, con una frecuencia parecida a la de los terremotos conque la tierra derriba las montañas y edificios sobre sus habitantes. A la frecuencia de las explosiones de las bombas.
Las ballenas y la tierra son parasitadas y devoradas por la vida, en vida.
Disparamos sobre sus carnes y profundas rocas con arpones explosivos y barrenas profundas.
Solo que la tierra está muerta y no gime ni sangra. La tierra no inspira pena, solo incertidumbre sobre cuanto tiempo soportará el peso de la sociedad humana en su corteza.
Las ballenas sufren su peso y magnitud.
He sido certero, el arpón se ha clavado profundamente en el espiráculo, es rápido y mortal. Explota y brota violento y alto el inconfundible géiser rosado, una mezcla de agua, aire y sangre.
Su lamento de baja frecuencia rebota contra el casco del barco, lo siento en los pies que mantengo tensos aún aferrando el cañón arponero. El operador del sonar y radar, desde la torreta me mira asintiendo sin alegría, reconoce la vocalización de las ballenas heridas y en agonía.
Su lengua pesa 2,7 t.
­— ¡A toda máquina! ¡A por ella antes de que se hunda demasiado! —grita el capitán.
Me alegro de mi buena puntería, me alegro de que el animal haya muerto. Primero como castigo a la humanidad que no se merece tan hermosa criatura. Segundo: por ahorrarle los cincuenta años que aún le quedan de vida de ser atacada y devorada por todos los seres del mar, sin que pueda defenderse.
Puede vivir más de 80 años.
El ballenato golpea su madre en las barbas para que se mueva, no sabe que ha muerto.
El lamento de la cría llega nítido y claro, es un poco más agudo. Sobrecoge el corazón, literalmente, lo hiela. El altavoz del sonar y sus lamentos que llegan rebotando por encima de las pequeñas olas provocan sensación de tragedia en mis dedos que no pueden relajarse ni soltar el cañón. Sus gritos están llenos de miedo, incomprensión y desamparo.
Al nacer miden 7 u 8 m. y pesan 2,7 t., como un hipopótamo adulto.
—Desconecta el sonido, por favor ­—le pido alzando la voz al operador.
Y ahora lo más penoso. Cargo un arpón sin explosivo para no destrozar la presa que es cuatro veces más pequeña que la madre.
Disparo y cometo mi segundo asesinato de la temporada. El arpón se ha clavado en la cabeza del pequeño que muere al instante.
Que se joda la humanidad, extinguiría todas las ballenas del mundo para castigar a todos los seres humanos.
El tamaño de su garganta no permite tragar objetos más grandes que una pelota de playa.
Dios creó a las ballenas imperfectas e indefensas en un mundo de hienas y carroñeros.
Se asfixian con poca cosa. Malditamente indefensas.
Yo castigo la Divina Torpeza con cada arpón que cumple certero su cometido.
El operador del sonar me observa por un momento sin poder mantener sus ojos en los míos, siempre se le escapa alguna lágrima con los primeros asesinatos de la temporada.
—No está bien, no es bueno lo que hacemos.
—No lo es, amigo, pero nos toca ser los matarifes. Mejor nosotros que otros carniceros que sabes que las matarán lentamente, con mil arpones hasta cansarlas —respondo sorbiendo café, sin confesar mi gran dolor, mi profundo desprecio a la humanidad.
Puedo ser frío como el mar donde ahora flotan muertas las ballenas.
Estamos sentados en la mesa de la cocina. El cocinero siempre sabe de nuestra depresión cuando asesinamos, así que nos prepara abundante café tras la caza.
—Jamás entenderé como puedes hacer esto. Sé que algo hay de dolor en tu mirada con cada pieza que cazamos, pero mejor que tú, no lo hace nadie. Estoy contigo.¡Salud arponero!
—¡Qué Dios reviente, compañero! —siempre brindamos tristes con nuestro café, siempre le deseo la muerte a Dios.
Chocamos nuestras tazas mientras en cubierta gritan y corren marineros y carniceros; ya están subiendo a la madre y al hijo para cortarlos en pedazos.
La puta gran tragedia no ha hecho más que comenzar esta temporada.






Iconoclasta

7 de mayo de 2014

666 y el sol arrasador


El sol que ese superfluo y homosexual Dios creó aparece en el horizonte arrasando todo vestigio de noche y oscuridad. Como una lámpara de baja calidad, molesta los ojos y crea un nuevo día con el que iluminará el rostro de cientos de primates.
El sol arrasa el amor, el cariño, la sonrisa y el optimismo. Es como yo, pero sin cerebro, sin maldad, solo un aparato defectuoso de ese cabrón todopoderoso padre de un loco crucificado.
Yo arraso también la vida y la esperanza.
Me baño en su sangrienta aparición diaria como un desafío al imbécil creador, pero no puede arrasar  mi maldad, mi odio, mi soledad, mi desesperación porque existen los primates. Mis ansias de descuartizar, matar y aniquilar cualquier vestigio de renovación planetaria.
El sol y su luz es para los primates, para que esos cobardes se olviden de su miedo enfermizo. De sus hipócritas sentimientos.
Como todo lo que hace dios, es una chapuza, y su sol de mierda solo crea espejismos en las mentes débiles y enfermas de la humanidad. No existe el amor y la bondad,  solo el engaño de Dios. Y su pene acariciado por sus ángeles en un orgasmo eterno que lo hace idiota.
Amor es mi pene endurecido metiéndose en el ano de mi Dama Oscura, en su coño. El amor es mi mano golpeando su vulva  y mis dedos castigando los pezones. El amor extremo es la sangre que mana de sus labios cuando se los muerdo y su melena negra y lisa como el zafiro entre mis puños sucios de sangre.
El amor es el desprecio que siento por ella cuando he eyaculado mi semen negro sobre y dentro de ella, cuando ya saciado me aparto a mi oscuridad y dejo que toda mi maravillosa maldad repose y se haga tan omnipresente que Dios tema que abra los ojos en ese momento.
Paseamos por las tristes y anodinas  calles de los barrios bajos de la ciudad, ya bien pasadas la dos de la madrugada, cuando no hay más que borrachos y alguna puta mal vestida que vomita semen y pelos de una polla sucia apoyándose sin elegancia en el poste de una farola estropeada.
En una privada oscura, un policía parece dormir dentro de su coche patrulla, está estirado. Me acerco a la ventanilla con sigilo. La Dama Oscura se acaricia su siempre húmeda vagina que apenas cubre una falda de cuero negro muy ceñida. Qué cuerpo tiene...
En realidad no duerme, una puta está comiéndole su corrupto rabo, abro la puerta del vehículo y sacando el cuchillo de entre mis omoplatos siempre ensangrentados, les acuchillo los ojos, las manos, el cuello, los genitales... Le amputo los cojones y a ella le corto los dos pezones que se los pego en los ojos abiertos al policía. He colgado los testículos en el espejo retrovisor, junto con el rosario  y me guardo una bolsa con marihuana que tiene en el salpicadero.
Han gritado como puercos en la matanza, pero en la noche, los primates son más cobardes que en el día. Nadie ha abierto una sola ventana, ni una sola luz se ha encendido.
La luneta delantera se ha opacado de sangre, los bajos del coche sangran.
Es una puta gran obra.
Seguimos nuestro camino sucios de sangre, la Dama Oscura se ha untado las ingles con la sangre ya espesa de los muertos. Un rito de adoración a mí.
Las ratas corren sigilosas y los perros dejan de ladrar cuando me reconocen, quisieran no existir ante la maldad pura. Los perros y las ratas son más listas que los primates.
Observo el cielo repleto de estrellas, me gusta, son frías como yo. No quiero que salga el sol, quiero que sea una noche eterna y se congele el planeta lentamente entre el llanto y el miedo de los primates.
Pasamos frente a una casa con ventanas oxidadas, con los vidrios rotos y unas cortinas grises por la mierda, antes eran blancas. El techo está lleno de basura, latas, botellas, hierros viejos y algún neumático junto con unos alambres llenos de ropa tendida. Un perro se asoma desde el tejado vecino, nos observa con sus tristes ojos hambrientos y enfermos y vuelve a desaparecer entre la miseria allí también amontonada.
Una de las ventanas, a la derecha de la puerta de entrada, tiene un papel pegado al vidrio que dice: "Este es un hogar católico".
Y yo creo en Dios, es más, lo conozco, por eso siento tanto odio por él y su obra.
Se me ocurre que podríamos ver llegar el amanecer con alguno de esos seres que habitan esa católica casa, si llega alguno vivo, claro. Quedan poco menos de cuatro horas para que salga el sol.
Dios quiere que ellos sean unos mártires, porque la mísera puerta de hierro se ha abierto con solo correr la maneta a un lado.
La Dama Oscura sonríe maravillosamente malvada, cuando pasa por la puerta, acariciando mi paquete con malicia.
Vuelvo a desenfundar mi cuchillo de entre los músculos de mi espalda y la casa se impregna de olor a carne y sangre podrida, mezclándose con el olor a fritos rancios y frijoles hervidos.
En el salón duermen dos primates en un sofá cama plegable.
En una habitación pequeña duermen un viejo y una vieja, los abuelos.
En otro dormitorio, al que se accede a través de una cocina que contiene un par de fogones y un retorcido comal, se encuentra el matrimonio y un bebé en una cuna vieja, una de sus patas la forman un par de latas vacías de leche en polvo.
La Dama Oscura, da media vuelta en la cocina y vuelve al salón. Yo entro en la habitación del matrimonio. En apenas unos segundos se escuchan voces viejas, lo que despierta al matrimonio y a los niños.
Cuando el hombre se pone en pie para encender la luz de la habitación, se encuentra con mi mano en el interruptor.
— ¡Qué chingaos...!
Le golpeo la sien con el puño en forma de mazo y se me queda mirando fijamente sin comprender,  luego se le escapa un vómito y se desploma en el suelo.
Es un hombre bajo y chaparro, muy corpulento, de pelo negro y piel muy oscura, solo viste un calzón de algodón que le viene demasiado pequeño. Se ha orinado, cosa normal ante una fuerte conmoción cerebral.
La mujer, una tetona gorda que apenas puede moverse, muestra sus muslos gordos y oscuros antes de levantarse y gritar; pero se detiene en seco con lágrimas en los ojos.
—Ni se te ocurra gritar, primate, o mato primero a tu hijo ¬—le amenazo tomando la cabeza del bebé y haciendo girar mi mano en ella, como si le retorciera el cuello.
Dejo que el bebé descanse cabeza abajo, lo tengo agarrado por el tobillo y cuelga de mi mano como un muñeco roto.
— ¡Señor, así se va morir. Se morirá! Démelo, juro que no gritaré.
Se lo lanzo a la cama y lo toma en el aire.
La idiota me entiende y se queda sentada en la cama hipando por no llorar abiertamente.
La Dama Oscura llega con la cara sucia de sangre y del brazo trae a una mujer más vieja que las piedras, llora y se lamenta sin dientes, con su pelo corto y escaso, canoso y despeinado que contrasta con su piel de color bronce.
El marido se está reponiendo e intenta ponerse en pie.
¬—Tráete a uno de los niños, mi Oscura, vamos a tener que convencerlos de que esto no es una broma.
El marido se ha puesto de rodillas, nos mira a mí, a su madre, a su esposa y a su niño y parece comprender por fin que hay gente de más. El cuchillo en el casi dorado cuello de su vieja madre, le mantiene la boca cerrada y su coraje de macho, metido en el culo.
Nos tenemos que apretar un poco en esa pequeña estancia cuando la Dama Oscura llega con un niño de diez años. Se mantiene aparentemente tranquilo gracias a la daga que amenaza su oído y que le ha herido aunque no se dé cuenta, porque la sangre reciente tiene la misma temperatura que la piel.
— ¡Ha matado a mi Pepe, le ha cortado el cuello! —lloriquea la vieja babeando.
La abuela desestabiliza un poco el estado de ánimo de los primates y le debo cortar el cuello. Sus viejas rodillas se doblan y sale muy poca sangre de su cuello abierto, es decir, comparando la hemorragia con un primate adulto o joven, aún así hay que ir con cuidado para no resbalar entre la sangre. Muere emitiendo unos gorgoteo que llenan los ojos de lágrimas del niño y un llanto quedo. Cuando saco el viejo cadáver empujándolo con un pie hacia la cocina, el hombre se lanza hacia a mí y lo freno sujetando su cabeza con una mano, con la otra mano, doy un certero tajo en su bajo vientre muy cerca del pubis. Su mona grita con el bebé en brazos.
El niño se esconde tras su madre y mi Dama Oscura sujeta las manos del marido colocándose a su espalda para que no pueda llevarlas a la herida.
Yo enciendo un cigarro observando casi aburrido lo de siempre: sus intestinos se derraman lentamente en sus pies, los humanos y los cerdos tienen unas tripas muy parecidas.
Mi Dama Oscura deja que caiga en el suelo, a un lado de la cama, y le corta el cuello en redondo para asegurarse de que no nos molestará. El suelo es un charco rojo y resbaladizo, que apesta a mierda y sangre.
A mí me gusta, y a cualquier fotógrafo le encantaría hacer una toma fotográfica de este inmenso drama que estoy creando en apenas ocho metros cuadrados.
Pasan las tres de la madrugada, queda poco para el amanecer, pero este asunto del tiempo es relativo, para mí pasa a velocidad de vértigo, para estos primates es toda una vida.
El sufrimiento y el horror te da veinte años de vida por cada minuto.
Yo ofrezco la vida eterna sin necesidad que nadie me rece, ni rinda culto.
— ¿Qué les hemos hecho, somos pobres no tenemos nada? No le hemos hecho daño a nadie—lloriquea la mujer con el bebé en brazos, que llora.
— Mi bebé necesita comer, por Dios.
—Dale de comer y que se calle.
La Dama Oscura se acerca hasta la mujer y le mete la mano por el escote de la camiseta holgada que viste. La madre intenta zafarse de la mano, pero la Dama le da una fuerte bofetada que provoca que el bebé se le caiga de los brazos a la cama. La primate ha entendido y la Dama Oscura toma unos de sus gruesos pechos y se lo lleva a la boca.
Durante el tiempo necesario para que mi polla se encabrite y se ponga dura, la observo mamar la leche de la mona. La muy pornográfica deja que la leche se le escurra de los labios para bajar por su blusa roja abierta hasta casi el ombligo. Sus pezones se marcan rotundos en la tela y deseo follar y matar en este mismo instante como el drogadicto necesita la aguja en la vena.
Observa mi dureza patente en la tela del pantalón y acompaña la cabeza del bebé al pecho para que mame.
Una vez ha callado la criatura, solo escucho el sonido irritante de su succión.
—Por el amor de Dios, dejen que mi Jorge vaya con su hermana.
Amor de Dios...
Invado su mente, sus ojos parecen morir, no enfocan, sin dejar de dar de mamar a su hijo, se saca las bragas dificultosamente y mete sus oscuros y gordos dedos en la peluda vagina, los dedos chapotean. Presiono más su mente y sus ojos lagrimean de terror e incomprensión, llevando la contra a su boca que gime de placer.
La Dama Oscura se ha arrodillado ante mi bragueta y ha sacado el pene, que se lleva a la boca. Me muerde el glande y siento el dolor extenderse por los cojones. Le agarro la cabellera y la empujo hasta que se traga todo el rabo. El vómito sale por entre mi pene, a presión, ensuciando mi pubis.
¬— ¿Amor de Dios, dices mona? ¬—le grito provocando que su masturbación sea cada vez más frenética, por lo que cada vez gime con más fuerza —. La virgen, dios, los santos y los ángeles solo tienen una función: entretenerse con vosotros. Tú rezas a la virgen o a dios y ellos te pagan con enfermedad y pobreza. Dios se ríe y envía a sus ángeles para hacerse cargo de vuestras almas, que son los ladrillos que mantienen a flote el cielo, ese vasto reino sagrado donde Dios es masturbado por las bocas de sus querubines.  Sin vuestras almas, el cielo sería un lugar tan vulgar como cualquier ciudad.
Empujo al pequeño Jorge, hacia su madre.
¬—Lámele el coño, ayuda a tu madre a correrse.
El pequeño se resiste. La Dama Oscura lo toma por el cogote y le planta la cara en la vagina de su madre que se mea de placer.
—Chúpaselo, cariño, o nuestro 666 te matará.
Y el niño con torpeza comienza a pasar la lengua por la raja y los dedos que se mueven febriles en la consecución del placer que yo impongo.
—Vírgenes y santos no existen, son solo figuras de control para aleccionaros a ser "buenos". Lo que Dios y los ángeles desean. Hacer de vosotros unos ladrillos sumisos para mantener su reino seguro y alto.
La Dama Oscura acaricia los genitales del pequeño Jorge y parece que la cosa mejora. El pequeño primate se tranquiliza.
¬—Yo no soy así, mi  reino es un infierno oscuro y húmedo. Tallado en las rocas más profundas del planeta. Vuestras almas forman la población del dolor. Todo ese daño y esa maldad que sufrís eternamente crea la degradación de la obra de Dios, su planeta tiembla y se pliega en sí mismo cuando el dolor de tantas almas es insostenible para el magma y la atmósfera. Es algo que solo me satisface a mí. Desearás ser un ladrillo en el cielo que un ser que piensa y siente en el infierno; pero mi voluntad es ésta. Y si Dios o tu Guadalupe no estuvieran masturbándose con sus asexuados ángeles, hubieran intentado ayudaros. Tu hijo muerto estará entre tus brazos la eternidad y lo amamantarás con dolor y sin darle consuelo. No descansarás jamás.
Detengo mi arenga para encenderme otro cigarrillo. El tabaco es lo único bueno que inventó ese Dios retrasado.
La madre se está corriendo, sus piernas se convulsionan con un orgasmo que yo prolongo hasta llevarla al bestialismo. Golpea a su hijo apartándolo de su coño para meterse la mano entera en la vagina. Su bebé está muerto, asfixiado bajo su cuerpo. Hace unos minutos lo ha dejado en la cama para acariciarse y pellizcar sus pezones que ahora sangran heridos. Mientras gemía como una puta actriz porno,  sus bruscos movimientos han llevado al bebé bajo sus nalgas y lo ha aplastado y asfixiado con cada arremetida de placer que le estallaba en el coño.
—Y ahora que ya lo sabes todo, te voy a reventar la cabeza con el crucifijo bajo el que duermes y ahora te corres. Dios estará orgulloso de ti, solo que no va llevarte a Mariconilandia.
A través de la pared puedo escuchar los cuchicheos de la casa vecina, no se atreven ni a llamar a la policía. Presiento sus oídos pegados a la pared y sus oraciones para que a ellos no les pase lo mismo. Para que el mal no entre en su católico hogar.
Telefonean a otros amigos y toda la colonia sabe que alguien está siendo masacrado muy cerca de ellos. La cobardía se extiende por todas las casas como un repugnante y sucio manto de silencio.
Tomo el crucifijo que cuelga medio metro por encima de la cabeza de la madre que ahora acuna a su bebé muerto aún con la vagina dilatada y húmeda. Cuando dejo  de invadir las mentes, todo el horror y el miedo hacen de una pesadilla la realidad. No hay piedad al despertar.
Le golpeo el cráneo con el crucifijo, pero es una porquería barata que se hace pedazos sin herirla.
Así que le arranco el bebé de los brazos tomándolo por los pies y estrello la pequeña cabeza en su cara. La golpeo dos veces más, pero no hay un daño masivo, el cráneo del bebé es aún demasiado flexible, su cuerpo inerte y vacío de vida, se vacía también de sangre sin presión por la nariz, la boca, los ojos y los oídos.
La Dama Oscura me observa sin pestañear.
Desentierro mi puñal de mi carne y apuñalo a la primate con un rugido que inquieta a todos los seres vivos animados y vegetales. Apuñalo el fofo vientre de la mona, la cara, el pecho, el vientre y el cuello hasta que deja de respirar. Es tanta la sangre que la he de apartar de mis ojos porque me ciega.
En el universo el único sonido que existe es mi resuello, mi respiración acelerada, ávida y furiosa.
El primate Jorge se encuentra en estado de shock, su cerebro no toma en cuenta lo que sus ojos ven. Parece mirar más allá de nosotros. Como si ya estuviera en el infierno.
Pero esto es solo un ensayo que apenas muestra nada del dolor que sufrirá en la eternidad.
La Dama Oscura lo toma de la mano y se dirigen al salón. Yo los sigo reteniendo mis ganas de descuartizar lo que queda. Quiero recibir al sol como Dios se merece.
—Espérame en la cocina, mi Negro Dios, quiero prepararte una sorpresa.
—Te espero, mi Oscura Sangre ¬—le digo hundiendo mis dedos en su vagina para sentir toda esa humedad que le empapa los muslos.
Le rebanaría el cuello llevado por el deseo. No sabe el peligro que corre... Tal vez sí. Es infinitamente cruel por ser humana.
Me fumo un cigarro de maría envuelto en un trozo de papel de periódico viejo. No vale una mierda,  sabe mal, pero es peor estar entre los primates, así que me lo acabo sudando y con el penetrante olor de las sangre y los cadáveres en mi nariz.
—¡Ven, mi Dios! Es para ti, para nos.
Encima del sofá cama, está la niña, la hermana de Jorge.
Tiene trece años, su mente es tan simple como la de su madre, no tiene futuro alguno, nada que destacar en su vida con ese cerebro, como su hermano, ambos se convertirán en adultos anodinos y cobardes que apenas tendrán utilidad para nadie, salvo para malvivir con más hijos de los que pueden mantener. No vivirán tanto tiempo, ni siquiera poco tiempo.
No siempre me llena matar primates tan poco valiosos, de vez en cuando tengo que buscar monos importantes en la sociedad, pero para un amanecer, cualquier cosa me vale.
La Dama Oscura ha atado a la niña, desnuda, los brazos pegados a lo largo del tronco, las piernas rectas, el monte de Venus aún tierno y poco peludo, me hace salivar y pienso en penetrarla y reventarla con mi pene embistiéndola una y otra y otra y otra vez... Hasta aplastarle los intestinos.
Ha usado cuerda de esparto fina para rodear su tronco e inmovilizar los brazos, ha llegado hasta la base de los pechos obligando a que luzcan rectos y verticales. Hay tres ataduras en sus piernas: a la altura de los muslos, en las rodillas y en los tobillos.
En la boca le ha incrustado una naranja, su cuello está tenso por la tensión de la apertura de la mandíbula y la inmovilidad.
Como guinda, entre los muslos, pegada a la vagina, ha insertado una imagen de plástico de la virgen de Guadalupe.
—La concha en la concha —me dice sonriendo, señalándose el coño que muestra subiendo la falda para excitarme.
Por lo visto, para poder trabajar tranquila, ha golpeado la cabeza de Jorge con el mazo de un molcajete, del cuero cabelludo del niño ha manado bastante sangre, pero está vivo.
—Es una preciosidad lo que has hecho con esta mona. La vamos a exponer ahora mismo para que el amanecer la ilumine también. Y todos sepan que el sol no tiene mi poder.
Extraigo de nuevo mi cuchillo, y giro el cuerpo de la niña, hasta que queda boca abajo, suavemente inserto la punta del puñal en la base del cráneo y le corto la médula, muere en una décima de segundo, sin apenas sangrar, quiero que se vea limpia. Virginal, que dirían algunos idiotas.
La Dama Oscura se acerca con una escoba y le arranca el cepillo, yo sujeto el palo encima de la espalda de la niña y ella lo ata con más cuerda en tres alturas para darle rigidez.
Así, una vez rígida, la sacamos a la calle y la apoyamos al lado de la ventana, donde tienen el letrerito que dice que es un hogar católico. 
La Dama Oscura, vuelve a meterse en la casa y aparece con la virgen de plástico en la mano.
—Se le había caído.
Y se la coloca de nuevo entre los muslos.
Con un pintalabios rojo, da color a sus pezones, le pinta los labios y dibuja una flecha en su vientre, desde el ombligo al pubis, que obliga a seguir mirando hasta su coño, donde mantiene a su virgen protectora.
Dejamos así a la niña, a la vista de todos.
Mi vanidad no conoce límites. Quiero que lo vea toda la humanidad. De hecho, ya lo están viendo los vecinos de la casa de enfrente, sus cortinas se agitan y sus voces no son tan inaudibles como ellos se creen.
—Voy a llamar a la policía, Fátima.
—Ni se te ocurra, Sergio, vamos a dormir, eso no es asunto nuestro.
Los miro directamente a los ojos antes de volver a entrar en la casa que hemos hecho nuestra, siento su terror atravesar el vidrio de sus ventanas y puertas cerradas.
Jorge ha abierto los ojos mientras comemos unos huevos revueltos con longaniza, le he tirado en el suelo algo de comida, pero no ha hecho caso.
Son las seis treinta de la madrugada, en unos minutos saldrá el sol.
El niño se ha escondido bajo el sofá, en principio ha querido ir a la habitación de los abuelos, pero olía mal por el viejo.
Salimos al patio de la casa, donde hay una lavadora protegida por una funda y unas toscas escaleras que llevan al tejado.
Llevo al niño colgado de mi brazo, lo ha abandonado cualquier ánimo y voluntad. A veces los primates más jóvenes se colapsan como conejos bajo los faros de un carro en la noche.
La Dama Oscura sube delante de mí con el único fin de mostrarme su coño y sus labios vaginales brillantes por ese moco sexual que lamo y lamo sin cansancio.
Una vez arriba, el caos de hierros oxidados, botellas de plástico y vidrio y algunos neumáticos consigue enfurecerme, no me gusta vivir o estar entre mierda. Así que doy una patada a una caja de botellas de refresco de vidrio y caen a la calle formando un gran alboroto.
Los coches comienzan a circular con frecuencia y algunos primates caminan rápido, sin querer mirar hacia arriba, donde estamos.
El sol aparecerá tras una antena parabólica  del tamaño de un cerdo de grande que es, salvo por eso, pocas construcciones superan los dos pisos, hay un horizonte razonablemente despejado.
La Dama Oscura saca su daga de la espalda, la lleva metida en la cinturilla de la falda.
—Yo sacrifico y tú te bañas en la luz del puerco Dios, mi Negro Amo.
De cada una de las cuatro esquinas que tiene el terrado, sin baranda, hay un pilar que sobresale medio metro del suelo y del cual salen como raíces secas y podridas las varillas de acero de un metro de altura. Lo hacen así con la esperanza de ganar dinero un día para poder levantar otra planta, pero todas las casas llevan así decenas de años y esas feas varillas de hormigón son ostentosos testimonios retorcidos del fracaso de la vida.
Los tinacos de cemento viejo y desconchado, dan un efecto de decrepitud que me hace sentir bien. Siempre que observo la humana miseria y la pobreza, me siento bien; porque parece que es una parte del infierno.
De mi reino.
El cielo se está tornando rojo, los primeros rayos de un sol que aún está escondido hacen el drama de Dios cada día.
Pegado al pilar del vértice que mira al este, he apilado un par de cajas de refresco para llegar a lo alto de las varillas. Tomo al niño en brazos y lo alzo por encima de mi cabeza. Sigue roto, sin emoción, sin decir nada, sin mover un solo músculo. Su alma ya está en el infierno. No hay ángeles porque es demasiado pronto, están durmiendo la mona de una orgía que practican a diario con su Dios.
Apoyo la espalda del niño en las varillas y tiro de sus brazos para que se claven, lo justo para que se mantenga ahí quieto. Deja ir un gemido con una bocanada de sangre que ha inundado sus pulmones. No morirá por esto.
Mi Dama Oscura será quien lo ejecute.
¬—Tú sabes cuando hacerlo, mi Deseo Oscuro.
Como toda respuesta, se sube a las cajas apiladas con la daga en la mano.
Yo me coloco bajo la cabeza del niño, que expulsa pequeñas bocanadas de saliva rosada.
Ya asoma el borde del sol por el horizonte haciendo una sombra negra de la antena parabólica, la luz empieza a bañar el mundo con fuerza y siento un insano deseo de apuñalar al sol.
Hay un momento en el que el cielo empieza a cambiar del rojo al azul, un instante que dura unos segundos. Ha llegado.
La Dama Oscura corta la garganta de Jorge, y su sangre me baña chorreando desde su abundante pelo oscuro.
Siento la calidez de la sangre, su viscosidad y lanzo un rugido que mueve los edificios. Cuatro primates desde la calzada de la calle, dos de ellos hembras, observan mi amanecer con la boca abierta, con los ojos desencajados de terror. Me siento más dios que nunca observando su cobardía a través de una catarata de sangre en mis ojos.
Cuando el rojo del cielo ha desaparecido, cuando la noche ha dejado de sangrar, tampoco queda sangre en el cuerpo del joven primate.
No me limpio, dejaré que la sangre se coagule en mi piel, me gusta el olor de la sangre corrompida y muerta.
La Dama me besa, se restriega contra mí ensuciándose a su vez.
Nos bajamos del tejado a tiempo de observar bajando las escaleras, que un ángel madrugador intenta tomar en brazos los restos del primate. Busca su alma, pero hace horas que abandonó su cuerpo. Como un estúpido canto de gallo, así suena el lamento del ángel en la madrugada.
Al fin y al cabo son como gallinas, tienen plumas y un carácter estúpido.
Tiro la bolsita con marihuana en el salón de la casa y salimos dejando la puerta abierta, sucios de sangre.
Muchos de todos estos monos, sufrirán remordimientos de conciencia, se verán como lo cobardes y ratas que son. Los que no ayudaron, los que ignoraron el dolor y el terror de sus amigos y vecinos necesitarán razones para explicar lo que hicieron, lo que no hicieron. Porque si no las encuentran, tendrán que pensar que mañana les haré lo mismo. Y los quiero engañados e ignorantes.
Esta familia de primates, se alimentaban del mísero sueldo de albañil del padre, todo el mundo lo sabe en la colonia, pero  a pesar de conocerlos de toda la vida, cuando la policía encuentre la bolsa de marihuana, concluirán que han sido ejecutados por un asunto de drogas. Y todos los subnormales de sus amigos, vecinos y familiares, tendrán una explicación del porque han muerto todos. Lo creerán porque sus cerebros son lerdos e imperfectos, porque son  a imagen y semejanza de Dios.
Respirarán razonablemente tranquilos porque nada tienen que ver ellos con la droga.
Es tan fácil conducir a los retrasados mentales de los primates adonde me propongo...
A pesar de conocerse toda la vida, de saber hasta en que momento se aparean, se maravillarán de que al final, era una familia de delincuentes.
Así funcionará.
Nadie pensará que Yo quise demostrarle a un sol arrasador, que yo extermino la vida de día y de noche, que arraso con todos los seres que me proponga sean cuales sean.
Dios y su sol, no pueden superar mi odio. El sol no borra mi ira, no aplaca mi odio, no calienta mi alma gélida y destructiva.
Y Dios solo puede rezar y simular que está contrito.
Sagrado hipócrita...
Unos metros más adelante se abre una brecha en el suelo y bajamos al infierno, a mi fresca y húmeda cueva.
Levanto la falda de mi Dama Oscura y meto mis dedos ensangrentados en su ano, ella se separa los glúteos para que entren más y siento un fluido fresco y viscoso derramarse por mi glande.
La voy a joder a salvo de la cochina luz del sol, a salvo del calor, a salvo de las miradas envidiosas de Dios, a salvo de cualquier injerencia de los divinos maricones.
Siempre sangriento: 666






Iconoclasta