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4 de marzo de 2014

Inconsciente


Estoy tan acostumbrado a la vida, que no soy consciente de ella, me muevo y deambulo como un animal, tal vez peor. Busco coños con mi glande henchido y empapado; es una antena eficaz que detecta hembras a las que metérsela.
Busco coños, porque no sé que otra cosa me pueda interesar.
Soy como un viejo animal que hace siempre lo mismo, que olisquea el culo de una hembra e intenta beneficiársela por el culo por el primer agujero que encuentre.
Es importante el concepto de agujero, porque eso lo hace todo más fácil. No se puede ser inconsciente y a la vez exigente. Son antítesis.
No importa.
Respiro y no pongo interés en ello. Me alimento sin alegría, la muerte es algo que ya vendrá.
No tengo nada ni nadie.
Asesino lo que está cerca, sé matar lo vivo y los espejismos: emociones humanas que ya no son emociones de tan vulgares, son puro sedimento calcáreo en mi cerebro.
Está bien, no es bueno ni malo, es así.
Tal vez el animal tenga conciencia de adonde va.
Yo la tuve un día.
Los demás, los otros,  los que me rodean ríen, sienten y aman todo  lo que está cerca de ellos, todo lo que un día se cruzó en su vida.
A mí me la pela, todo fueron errores que cometí inconscientemente. O tal vez a conciencia, pero ya no importa, soy uno con la basura: Om.
Yo no lo entiendo, no entiendo de esas cosas de amor y amistad. No me sirve de ejemplo tanto cariño y tanto amor. Voy por libre, soy extranjero en el planeta.
Es un hecho que los humanos se amen y hagan amigos y familia y toda esa mierda difícil y complicada. No me afecta.
Sigo en movimiento inconscientemente como la mano que lleva el tenedor a la boca. O el movimiento de mis nalgas al violar a una hembra.
De la misma forma que meo, cago o me corro.
Solo soy consciente de que fumo, no necesito ninguna conciencia más.
La capacidad para la inconsciencia se adquiere con el tiempo, a menudo cuando vas a morir, un poco antes en mi caso; pero nunca es tarde si la inconsciencia es buena.
Apenas me doy cuenta de que aplasto un cuerpo bajo las ruedas de mi coche. Apenas me doy cuenta de que no importo, de que soy molesto, de que soy bulto.
Y está bien, inconscientemente, me importan poco esos hechos.
Inconscientemente me doy cuenta de que no hay amor, de que no hay posibilidades de ello.
Sin pena me doy cuenta de la esterilidad de mis cojones.
Tener hijos nunca ha sido algo que me preocupara. Seguramente, inconscientemente los hubiera matado, o se la metería a mi hija hasta que sus intestinos infantiles se pudrieran por los hematomas de mis embestidas.
Apenas me doy cuenta de que los días pasan, no sé si es ayer o mañana.
Apenas soy consciente de mi erección, es habitual.
Apenas soy consciente de que me acaricio rítmicamente la dureza que palpita viva como una infección.
Apenas me doy cuenta de que he eyaculado, el semen tiene la temperatura de la piel de mi vientre.
El templado semen da paz, como un baño relajante de mí mismo.
Apenas me doy cuenta de que mis ojos se cierran en la penumbra de las cortinas cerradas, de que entro en un narcótico sopor donde no soy consciente de que estoy solo.
Y está bien.
Está tan bien como la sangre que mana del cuello de la puta cocainómana con nariz de boxeadora. Apenas me doy cuenta de que  le hago un corte rápido e indoloro con la navaja de afeitar en el cuello, cuando está concentrada en chuparme la polla con los cuarenta euros que le he dado aún en la mano. Quiere que me corra rápido y poder hacer diez mamadas esta noche y llevarse una pasta.
Siente la cálida humedad de la sangre que le gotea por el mentón, se palpa el cuello y me pregunta que he hecho, si soy un hijo puta y esas cosas. La saco del coche de una patada y camina torpemente sobre unos tacones monstruosamente altos, para caer al suelo, con la mano en el cuello intentando detener toda esa sangre que se escapa. El hilo del tanga lo lleva metido en el coño, profundamente. Y sueño que es un cable de acero y con ello, partirla en dos en vertical.
El dinero está sucio de sangre en sus manos. Y mis cojones también, están llenos de su sangre.
Paso las ruedas por sus piernas, pero no  está lo suficientemente muerta como para no sentir dolor.
Oigo risas de borrachos.
No sé donde voy, no importa.
Inconscientemente sabré que hacer.
Asesinar es otra vulgaridad, otro acto que se lleva a cabo de forma inconsciente. Yo debería haber clavado a Cristo en la cruz, hubiera hecho un buen trabajo. Con profesionalidad.
¿Eyaculó Cristo en la cruz cuando escupió la vida por la boca entre sangre y vinagre?
Seguro que lo hizo inconscientemente, como yo.
Somos parecidos, al fin y al cabo.
Es un hecho, otro de tantos.
Deambulo inconscientemente, ya llegará la muerte, no importa.
Soy un inconsciente.
No puede hacer daño, a mí no.









Iconoclasta

27 de febrero de 2014

Tarjetitas de la sabiduría de Iconoclasta "touch"

Las Tarjetitas de la sabiduría de Iconoclasta ya no son virtuales. Ya se pueden tocar, doblar, usar como papel higiénico de emergencia, etc...


Tarjetitas de la sabiduría de Iconoclasta
Tarjetitas de la sabiduría de Iconoclasta

Tarjetitas de la sabiduría de Iconoclasta


Chorros de vida


Tengo chorros de amor que emitir.
Tengo chorros de semen que eyacular.
Tengo chorros de lágrimas por los sueños muertos.
Tengo chorros de tierra con los que cegarme los ojos.
Tengo las manos vacías y no saben qué les falta, están crispadas.
Tengo una pena vital, porque la vida es muy pequeña.
Tengo un dolor en la médula, dentro de los huesos.
Tengo mucha presión, chorros de impaciencia por un tiempo que transcurre lento.
Tengo un encendedor ya gastado.
Tengo una afilada cuchilla para liberar tanta presión.
Mierda...








Iconoclasta

25 de febrero de 2014

De papel, tinta y retrasados mentales


Nunca se agotarán las ideas o el pensamiento, al menos el mío y el de uno o dos más que hay en el planeta, en proporción a la cantidad de monos parlantes.
Lo único que se agotará y que prohibirá será el papel y los objetos de escritura, para que nadie pueda perpetuar su pensamiento, si fuera capaz de hacerlo.
El espacio físico donde la idea adquiere tres dimensiones, color, olor y tacto. Con ello existencia.
El sistema triunfa y apenas se usa papel más que para limpiarse el culo, los mocos o el semen de la polla o la vagina. Los han criado idiotas, incapaces de escribir bien, avergonzados de sí mismos y de su caligrafía; para que no escriban y conviertan en algo tangible y duradero lo que piensan.
Si piensan, claro.
El poder se ahorra así mano de obra y tiempo en romper ideas y negar autorías a seres que son más inteligentes e inquietos que la gran mayoría.
El poder corrupto quiere virtualidades que se puedan borrar con un "del" o editar con un "copy paste". Sin autógrafos incómodos.
Para que solo quede lo que ellos escriben, dictan y ordenan escribir.
Es por ello que solo encuentro en las librerías noveluchas baratas como Crepúsculos, Juegos del Hambre y misterios milenarios y esotéricos sin base ni fundamento histórico real. Esoterismo de feria barata. Se encuentran hasta en la sección de hortalizas de los supermercados.
Se pretende que humanos que han sobrepasado ya la adolescencia, continúen leyendo la basura adolescente que los hará subnormales y cobardes eternamente.
La peste de Camus, llegará a prohibirse, como El Exorcista dejó de editarse porque ponía de manifiesto que era peor la religión, el analfabetismo y la sanidad pública que el diablo si existiera.
Me ensucio los dedos al ojear las páginas de los libros de autoayuda: come mierda, da gracias por ello y sé feliz.
Toda esa basura está en la estantería nombrada como imbecilidad y cobardía, en todas las librerías, en todas las pescaderías del mundo.
Por ello el papel  se está prohibiendo, para que nadie pueda escribir nada más que eso.
Mientras la chusma lee cuentitos sin peso ni profundidad, hay una horda de retrasados mentales asesinando gente en un pueblo durante nueve horas sin que aparezca nadie, ni un policía, ni un político. Apenas una reseña un tanto incómoda que anunciar (en Guerrero, México un día antes de la fiesta de la bandera en el 2014, para ser más exacto).
Y así, como en la edad media, cuando el analfabetismo era el arma del poder, ahora lo es la escritura electrónica y la literatura infantiloide y cobarde.
Otras formas de analfabetismo encubierto.
Y si se piensa bien, la humanidad no se merece otra cosa más que trabajar y ser exterminada por corruptos gobiernos en un emotivo día de banderas de mierda.
Apenas un extraño caso de seres que ocupan el papel con su pensamiento entre cientos de miles que follan borrachos y leen basura y ven mierda en la televisión. Todos esos cientos de miles de retardados, se adjudican el intelecto de dos o tres que saben escribir.  Se adjudican capacidad intelectual, cuando solo hay una excepción inteligente cada sesenta años.
Y a medida que escribo mi pensamiento con tinta marrón que resalta contra la blancura del papel como una mancha de diarrea en la sábana blanca o en la santa, llego a la conclusión de que nueve horas de exterminio en una ciudad no son suficientes, es muy poca cosa.
Se requieren turnos de veinticuatro horas asesinando monos parlantes para que la subnormalidad deje de reproducirse a este ritmo ratonil.
Cuando yo muera y descubran los kilos de pensamiento que he escrito y acumulado y los quemen, alguien pensará: menudo hijo de puta era este tipo.
Solo que será demasiado lerdo para darse cuenta de que es incapaz de escribir ni una sola frase de más de tres palabras en una simple carta. Al igual que los más de siete mil millones de habitantes del planeta.
Hay chimpancés que desarrollan un mayor nivel intelectual que un pueblucho con miles de habitantes, a los que matan sin que nadie preste atención.
Y es que la selección natural se abre paso como sea, aun que los retrasados mentales que son los medios para llevarla a cabo, no sean conscientes de lo que son. Tal vez, ni sepa lo que están haciendo, si no es de un modo tan básico como el instinto reproductor de las ratas.
En pocos años, cuando alguien no tenga teléfono para escribir un mensaje, se tendrá que meter un dedo en el ano para escribir con mierda su saludo de subnormal en una pared.
Y luego se lo limpiará chupándoselo.
Buen sexo y feliz imbecilidad.
Y sobre todo, paciencia.








Iconoclasta

La biblia for dummys 2, en Binibook

La biblia for dummys o la iconoclasta verdad, cap. 2.


18 de febrero de 2014

Geometría con la luna


No sé que coño significa, no sé porque observo la luna al amanecer por encima de la vulgaridad de un pinche depósito de agua (es obvio que no estoy en un bosque, carajo).
Tal vez no hay otro sitio donde mirar antes de que salga el sol de mierda y revele por enésima vez mi piel en toda su decadencia, a toda madre.
Tal vez sea un ejercicio de geometría sobre la verticalidad, perpendicularidad y toda esa mierda de la perspectiva; pero no hay perspectiva.
Vaya mierda de geometría.
Simplemente mis ojos son viejos como una piedra y mirar lo gris y lo anodino relaja mis ojos ya petrificados y quebradizos.
La luna era accidental, no me interesaba una verga.
No es arte, es algo puramente funcional.
Es solo que me queda a la altura de los ojos, y para lo que hay que ver, ya está bien.
Los hay que tienen suerte y viven en un bosque boreal donde los putos amaneceres son la hostia puta de hermosos y bellos.
A la mierda, yo miro ángulos, rectas y circunferencias, y no me pongo a llorar como un joto epatado por una belleza de mierda.
Punto.









Iconoclasta

15 de febrero de 2014

Mi desierto


Mi jardín no tiene flores ni árboles. Mi jardín es un arenal con un viejo toldo rasgado para que dé sombra. Es un trozo de desierto puro y árido.
Es duradero.
La arena no muere, la arena es eterna.
En cambio, las flores y los árboles mueren siempre y rápido. Las hay que duran muchos años y los árboles llegan a los trescientos años; pero no conmigo.
No sé que ocurre conmigo, con mi suerte.
La arena no muere y cubre a los muertos, tal vez sea lo que me toca, tal vez me llevo bien con la muerte y con la nada.
Los árboles y las plantas se secan y mueren cuando los miro. Sin apenas dar una flor, sin tiempo para un fruto. Es tan triste...
Me cago en mi suerte.
Mi jardín es un trozo de desierto en el que nunca habrá un oasis. Y eso es bueno, es único, soy la hostia puta de la innovación. Y acepto esa imposibilidad de vida en mi desierto como el único lugar del planeta en el que no crecerá nada jamás mientras viva.
Me gusta la exclusividad, no soy humilde.
Y como la situación era cuanto menos irritante, sino frustrante, cubrí las flores y los árboles muertos con arena. Enterré a la muerte lenta y desecante en más muerte.
Más que nada porque aquel cementerio de vegetales, parecía el reflejo de mi vida: cuando algo está a punto de florecer,  cuando va a rendir frutos, se me escapa como esta arena blanca y seca se me escurre entre los dedos.
Cuando miras el brote y crece y piensas que vas a tener un bonito árbol, se muere.
Y se genera cáncer y enfermedades y ya no quieres estar en la tierra y pierdes la esperanza y todo es tan triste como la cabeza decapitada de un delfín que se hunde en el océano sonriendo.
Así que me ahorro la metáfora de mierda que constituye el maldito jardín de las flores muertas.
Porque si la vida intenta darme una lección, me cago en la vida y hago exactamente lo contrario de lo que la puta experiencia dicta.
Y así es como en mis tardes solitarias, hasta el anochecer, me tiendo en la arena, encima de la muerte.
Con dos cojones.
Con un arrebato de valentía.
Un tanto enojado con la vida.
Demasiado enojado si he de ser sincero. Haces algo con ilusión y siempre hay alguien vigilando para estropearlo, como si cometiera un delito cuando me siento bien.
Plantas un árbol y el perro de un deficiente mental te lo pudre con su orina.
Una planta se seca con una flor a medio brotar bajo el asqueroso sol por mucho que la riegue.
Tienes un hijo y se muere o nace idiota.
Tienes una mujer y se hace fea.
Tienes un perro y te lo envenenan, porque si de algo hay, son cantidades industriales de cerdos de dos patas.
Son habitualidades de la vida, no son raras, ocurren a menudo, solo hay que escuchar el mundo atentamente y te das cuenta de que la felicidad es un pequeño y breve claro en una lluvia de mierda.
Y soy optimista...
Un vecino llamó a la puerta para recolectar dinero para los arreglos del jardín comunitario y lo invité a pasar porque soy un tipo solitario y sé que algunos piensan cosas raras porque no me relaciono. Lo invité a un café.
Un tipo listillo, ingenioso, chistoso de mierda. De esos que una vez ha abierto la boca para decir sus subnormalidades, te das cuenta de que es mejor que estuviera muerto.
A mi jardín, a mi desierto, se accede desde el salón, queda en la parte trasera de la casa.
Y se acerca hasta las cortinas y las separa para atisbar cuando me dirijo a la cocina a por unas tazas de café que ha aceptado con rapidez.
"La verga... Parece el arenero de mi gato pero en grande. Y eso sí, limpio".
"Mi jardín es un arenero de gato; pero no cago ni meo en él, tío mierda hijoputa" Pienso sintiendo como el veneno de su puta envidia invade mi organismo.
La envidia es malísima para las plantas y los árboles, para los jardines.
Me pregunto si puede ser mala para un desierto.
"Hay arenas y piedras de colores. Precisamente, donde trabajo, al lado hay una tiendita que vende cosas de jardinería, te traeré algo a ver si te gusta".
Otro que tiene fabulosas y buenas ideas, otro que tiene que mejorar lo que no es suyo y dar sus putos consejos e ideas a alguien que apenas conoce. Y eso porque ve un espacio tan grande y tan extraño, que se caga de rabia de la mediocridad que tiene en su casa.
"Tómate el café de mierda y vete, puerco. Tómatelo y vete ya..."
Me costó tanto no decírselo...
No sería la primera vez, ha habido gente que no conocía y he insultado con calma, pero aquí, en el barrio no quiero malos rollos con los vecinos.
"Pues has tenido una buena idea", le miento apretando los puños con ganas de acuchillarle los ojos y cortarle la lengua.
Y la polla.
Después de unos cinco minutos de decir cosas a las que no le presté atención, se marchó.
A los siete meses, el vecino ingenioso y simpático, su mujer, su hija de doce, su hijo de ocho, el pequeño de cinco, su suegro y su madre, murieron asfixiados por un fallo en la evacuación de gases quemados del calentador de agua. Murieron apaciblemente de noche.
Sinceramente, me sentí feliz. Sentí el aire más limpio sin ellos.
He sentido más pena por las flores muertas de mi jardín.
Y compré la casa que nadie quería, al menos nadie que supiera de su historia.
La vacié completamente, la desinfecté, la pinté por dentro y por fuera de un color amarillento semejante a la arena y llené todo el piso de arena, dos palmos de arena en cada habitación y rincón.
Y los fines de semana, como si de un viaje o una expedición se tratara, me meto en mi desierto con un saco de dormir, un libro y un farol de gas. Es más grande que el de mi jardín, más estéril aún y con el inevitable aroma de la muerte en su paredes.
No puedo ver las estrellas del cielo, pero maldita sea la falta que me hace ver algo que ni siquiera sé si existe en estos momentos. Hay estrellas que podrían estar tan muertas como las flores bajo mi desierto, o como la familia que vivía en esta casa.
Y así no hay engaños y este cansancio de cada día, de cada día lo mismo, de cada hora lo mismo; se desvanece entre la arena de este desierto que es obra mía.
A veces me siento tan cansado que desfallezco, cansado por dentro, como si en la cabeza tuviera músculos en lugar de cerebro.
Y soy razonablemente feliz así. Todo lo feliz que mi suerte de mierda me permite ser.
No es poco, es solo mi mérito, soy soledad y soy arena en el desierto, en mi desierto.
Al fin y al cabo, soy un árbol sin frutos, el vegetal más solo y seco del planeta.
Es mi opinión, es mi experiencia.
Es mi eterna tristeza, mía y solo mía, exclusiva, intransferible.









Iconoclasta

11 de febrero de 2014

Caída al infierno


Caí hecho mierda por una pendiente sin fin, recorriendo etapas de un infierno cada vez más profundo y absurdo.
Las mil primeras profundidades eran millones de muertos que flotaban difuminados y me acariciaban y extendían las manos para detenerme y que me quedara con ellos, a ninguno le hice caso y seguí cayendo. Las siguientes profundidades o alturas, no sé que eran, nadie me hacía caso, pero los muertos se mordían unos a otros, vivían en un lodo de odio y envidia, seguramente como vivieron. Todos lloraban riendo con la boca torcida, lucían sus carnes rasgadas, heridas sin sangre, carnes rosadas abiertas y las orugas pulsando allí metidas como enormes granos de arroz. Nada que me interesara particularmente.
Al final caí, debieron pasar ciento cincuenta años, o tal vez dos segundos, o tal vez no me moví; pero ciento cincuenta años está bien para mi percepción del tiempo.
Se me rompieron los brazos y las piernas cuando aterricé, al cabo de veinte años se me pudrieron y se desgajaron de mi cuerpo.
Yo deambulaba como lo hacía cuando estaba vivo, sin mirar demasiado, sin que nada me importara más que por un instante. Me arrastraba como un gusano por encima de trozos de cuerpos: extremidades, cabezas, intestinos. Y todos aquellos trozos tenían algo de que lamentarse, los oía a todos, a todos los pedazos y los que estaban enteros.
Yo no me quejaba, solo me lamentaba en mi interior, de que como en vida me ocurría, aquí también tenía que escuchar estupideces que no me incumbían.
El infierno es demasiado ruidoso, parece un mercado de la mierda y la corrupción en fin de semana.
Satanás detuvo mi avance pisándome la cabeza. Y se me escapó la orina por mi desgarrado pene intentando vencerlo para seguir adelante.
Lo último que quería era hablar con un idiota que estuviera de pie, más alto que yo. Soy orgulloso.
A través de sus pezuñas de macho cabrío, en una de las cavernas de las infinitas que habían, se encontraba Cenicienta agachada, espiando por la cerradura de una enorme puerta tosca de madera. Sus dedos sucios de grasa y hollín, se metían en la vulva velluda y sucia, que dejaba escapar continuamente gotas de orina en un suelo de losas de piedra. La puerta se hizo de cristal para quien observaba la escena: se masturbaba llorando desesperada, con frenesí, espiando a sus hermanas que se bañaban felices e inocentes.
A mí me puso cachondo y se me puso dura, me dolió porque el glande estaba gangrenado; pero al dolor, al igual que al desprecio y la indiferencia, te acostumbras con una facilidad pasmosa.
—Vaya vida de mierda has tenido ¿eh?
—Sí, para cagarse en Dios.
—Yo soy un dios.
—Aquí no hay nada que perder. Me cago en ti y en el blanco que dicen que está arriba.
Lanzó una carcajada de milenaria sabiduría y sarcasmo.
No me impresionó. Ni vivo ni muerto recuerdo que haya habido algo que me impresionara demasiado.
Así que continué hablándole, cuando sé que no tengo nada que perder soy especialmente agresivo. Soy digno.
—Tampoco eres para tanto. Me suda lo que me queda de polla que te rías. No voy a reír contigo, a menos que me regales unas piernas y unos brazos para separarme más de toda esta mierda condenada que se lamenta continuamente frente a mis narices.
— ¿Y con qué me pagarías?
—Prestándote atención alguna vez, como si me importara que me hablaras, eso es bueno para tu orgullo. Porque lo cierto es que no tengo brazos ni piernas y me suda la polla lo que te rías, quiero decir que es el menor de mis problemas. No seré amable, no seré paciente y no reiré de mierda porque ni tú, ni dios, ni un bebé de meses me hace puta gracia. No te vayas a creer que he aprendido algo mientras caía en este estercolero.
No respondió, levantó su pezuña hendida y me partió la columna vertebral; quedé inmóvil sin posibilidad de arrastrarme, la cosa empeoró notablemente. Mis ojos solo veían un cráneo aún con carne pegada aleatoriamente (mi olfato no había perdido efectividad, joder) por cuyas cuencas entraban y salían koalas y osos panda en miniatura con trocitos de carne blanca y gelatinosa entre sus garras.
—Hablas poco y mal, Iconoclasta —díjome un tanto irritado.
—Hace mucho tiempo que dejé de hablar, me limito a afirmar o negar. No es conversación, no espero respuesta. Yo digo y otros escuchan, es así de sencillo.
—Dime: ¿Qué crees que te espera?
—Desaparecer evaporarme. De alguna forma, lo malo y los finales los consigo con facilidad. No estaré mucho tiempo aquí —le dije intentando levantar mi cabeza; pero solo conseguí mirar su pezuña moviendo los ojos hacia arriba.
—Eso no va a poder ser, esto es la eternidad.
De repente me sentí cansado, muy cansado y con ganas de cerrar los ojos, pero mis ojos no se querían cerrar, no podía descansarlos y mucho menos dormir.
—¿Me entiendes ahora? ¿Alcanzas a vislumbrar el infierno ahora?
Habían pasado trescientos años desde que me partió la espina dorsal y yo me mantenía en el mismo lugar. Mi único amor me besaba y se clavaba a mi pene acuclillándose sobre mi vientre, cubriéndome con un manto de cariño y humor sexual que yo le devolvía con un semen que se derramaba entre nuestros pubis con los cuerpos tensos por las descargas del placer. Blasfemábamos con cada riada de placer... Cuando yo era joven, cuando ella aún vivía también. Es lo que veía entre las patas de Satanás, en una de las múltiples cavernas, reflejado en negras piedras donde algo se movía inquieto. Yo no podía por menos que llorar.
—Eso  es lo que no volverá, esos recuerdos es lo que acaba con toda posibilidad de esperanza a aquel que se arrastra por este lugar —decía mientras defecaba y sus líquidos excrementos salpicaban mi rostro.
Vomité algo, que me ardió en la garganta y el sabor a óxido de la sangre invadió mi boca. De cabeza para abajo estaba desapareciendo, vomitaba mi cuerpo.
—No te preocupes, siempre habrá algo de ti en el infierno para que puedas seguir sintiéndote enfermo y triste, nunca acabarás de desaparecer del todo.
Llevo tanto tiempo en este lugar que tengo la sensación que no me quedan intestinos, aunque no los necesito, siempre se siente uno mejor con ellos.
Echo de menos caminar.
Satanás ha desaparecido, o desapareció hace doscientos años, no lo sé.
El cielo es de color azul oscuro, la tierra es roja, tan roja como caliente. La piel arde sin piedad. Hay que fijarse en los detalles, en las sórdidas imágenes que decoran el infierno. Sea o bueno o malo, hay que observar y olvidar que la muerte es un fuego que no consume y acaba lentamente con la razón.
Mahoma grita en un idioma que no entiendo, pero está blasfemando contra Alá; sus calzones están sucios de mierda y sangre, los lleva a la altura de las rodillas. Intenta meterse el extremo de una media luna, intenta metérsela toda por el ano; pero no deja de sangrar cada vez que se sienta con fuerza sobre la afilada punta.
Debe haber sesión de videoclips teológico-fetichistas, porque Buda toca el pene de un niño de cinco años y suda copiosamente intentando acariciar su propia picha enterrada en grasa.
—Hay más, es como la pornografía para los humanos: primero ofende, luego excita y al final aburre, porque te das cuenta de que todos la meten igual, todas la chupan igual. El infierno es la amplificación de la vida, simplemente más de lo mismo; pero sin los ratos felices —me dice Satanás en su  periódica visita de cada cien años.
Sigo pensando que hace tan solo unas horas que he muerto.
Intento mirarlo a la cara, pero mi cuello no puede doblarse tanto.
—¿Me puedes sacar esa rata que ha hecho un nido en mi nuca? No puedo rascarme y me da comezón.
—¿Es todo lo que se te ocurre pedir?
Observo sus pezuñas hendidas doblarse y se agacha, toma mi mentón con el dedo índice y me obliga a observar como se come una rata con su quijada de cabra chascando los dientes. Lo cierto es que no me picaba la nuca, el hecho es que no siento absolutamente de boca para abajo. Lo que quiera que quede.
—¿Si te diera extremidades no te gustaría estar con ellos?
Y lleva mi mirada hacia unos escenarios, tan vívidos, que siento los olores, capto hasta las miserias que corren por las venas de todos esos personajes.
Thor sodomiza a Odín con el mango de su martillo. Las valkirias se frotan sus sexos abriendo desmesuradamente sus piernas, coño contra coño. Odín llora de vergüenza cuando Satanás mete su lengua de cabra en su oreja y Thor muestra un pene pequeño y arrugado que no puede usar.
—Eres un astuto, Satanás. Tus hologramas son perfectos, pero posiblemente tan falsos como este infierno y como yo mismo.
—Idiota... —me dice al tiempo que desaparece.
Y ahora escupo mis dientes podridos, estoy tan cansado que no puedo ni alzar el cuello sin sudar, sé que algo corre por mi espalda, algo que me agita. Y hasta mi cara se acerca una abeja grande que empuja su aguijón peligroso contra mi globo ocular derecho. Me dan asco los insectos, me da miedo el dolor que podría provocar. La pezuña de Satanás la aplasta.
—Este mundo es hostil, afortunadamente. Siempre hay algo dispuesto a martirizar. Me debes tu ojo. Entiéndeme, no soy bueno, si pierdes tus ojos, debería conectarme a ti para llenarte de toda esta mierda y tengo demasiado trabajo para perder el tiempo.
Jesucristo está besando la boca de Pilatos, profundamente, con su espalda despellejada por los latigazos, mete la lengua en la boca del romano y ambos se acarician los genitales.
La verdad es que siempre pensé que podría ser así.
Yo tenía un hijo que jamás hubiera pensado como yo, él estaba a gusto con la vida, no era un renegado como yo. Como lo adoraba y lo adoro. Qué suerte que no se pareciera a mí y no hubiera toda esta mierda en su cabeza. Seguramente, a estas alturas está muerto y no está aquí.
Jesucristo está clavado en la cruz, ya muerto. María Magdalena acaricia la avejentada y gris vulva de la virgen María para consolarla de la muerte de su hijo a los pies de la cruz. María gime de placer avergonzada y la orina del nazareno las riega como una ducha dorada.
—Eres un genio, la meada es una obra maestra, cabrón. Eres un figura —grita Satanás entre carcajadas Satanás alzándome en brazos —. Sabía que tenías potencial, cabrón Iconoclasta.
María y Magdalena nos observan con miradas tímidas y avergonzadas, sin poder dejar de tocarse.
En el pesebre de Belén, tras el buey y la mula, María está arrodillada encima de un montón de estiércol haciéndole una mamada a José, que tiene su cabeza entre las manos para marcarle el ritmo.
El buey está excitado y su pene yace entre la paja sucia, cubierta la carne desnuda de garrapatas, la mula lo observa con indiferencia.
El bebé Jesús llora pataleando entre excrementos con su carita sucia. Y se calla y se calma cuando le ofrece oro un rey que pasaba por allí.
Consigo darle algo de interés al infierno, si es verdad lo que dice Satanás.
—Esto es una obra maestra, Iconoclasta. Te voy a dar piernas y brazos, te voy a devolver tu físico. Continuarás aquí por toda la eternidad. Serás el encargado del castigo y mortificación de los que mueren por bondades y creencias religiosas, eres bueno, hijo de puta. Castígalos, que vomiten, que se deshagan en heces viendo su fe convertida en mierda.
Y desde hace mil años ya sonrío. Puedo evocar a mi amor, a mi hijo y algunos momentos que valieron la pena en mi vida sin sentirme perdido, sin la necesidad de consolarme; pero por encima de todo, me siento bien con este trabajo. Nací para morir y caer aquí. Me gustaría ahora que quien en su día me amó, viera lo feliz que soy.
Porque sonrío y la eternidad es mi sorpresa, mi gran triunfo. Valió la pena una vida de mierda para llegar al triunfo total.
Los condenados aúllan, Pinocho se ha encontrado con su creador y le ha metido su enorme nariz en el culo. Los bebés corruptos, se agitan en el suelo como gusanos ante algo que no comprenden pero les hiere: un bautismo con ácido les deforma los rostros. No crecerán jamás, y en los próximos cien mil años, no quedará absolutamente nada de la inocencia con la que murieron.
Sigo con mi trabajo, en la sección de mujeres musulmanas con clítoris extirpados, tengo una sesión maratoniana de sexo con crucifijos y navajas de afeitar.
Y así por toda la eternidad. Mi eternidad, mi mundo, mi paraíso.
Nos veremos aquí, crédulos y santones, os espero con impaciencia, mi imaginación no tiene límites, no se acabará nunca, como vuestro tormento y vergüenza.
Es hora de morir, venid a mí.








Iconoclasta

El sociópata perfecto, en Binibook

El sociópata perfecto.




28 de enero de 2014

Mis recuerdos, mi tesoro


Son pequeñas bombas que van estallando en mi cabeza. A veces detonan sin causa aparente creando una reacción en cadena. Una triste y melancólica fisión neuro-emotiva.
Es posible que la muerte esté cerca; cuando uno piensa mucho en sus recuerdos, es que se presiente el final. Es un examen de conciencia inevitable que ha de juzgar de si ha valido la pena vivir. Estoy convencido de ello, lo he experimentado, lo he sentido en los que han muerto.
Los duendes del pasado lejano y reciente detonan una mina situada en lo profundo y olvidado del cerebro y un torrente imparable de imágenes y de emociones colapsan mi sistema nervioso.
Pierdo un latido y muero un segundo.
Contengo la respiración porque el torrente de emociones me ahoga, me asfixia deliciosamente, narcóticamente...
Me tiemblan las manos porque las emociones son descargas potentes de nostalgia.
Un solo cigarrillo no basta para diluir en humo todas esas tristes alegrías que han muerto en el tiempo.
Cierro los ojos y los oídos al mundo para revivir aquello, para alargar una mano y tocar las emociones que maltratan mi sistema nervioso. Es desesperante, porque están ahí dentro y no puedo tocarlos, no puedo acariciar a mi hijo bebé, como no puedo dar la mano al hombre joven que fui y que me convirtió en lo que soy.
Me arañaría el cerebro para pringar mis dedos de esas emociones, como los pringo en el coño de quien amo. Mas los recuerdos son cadáveres de luz y color que se mantienen preciosos en mi cabeza, son mis tesoros: intocables y no pueden resucitar. No se les puede aplicar el desfibrilador para que vuelvan a vivir; solo se pueden añorar.
 En cada uno de ellos, estoy yo muerto, sonriente y fuerte; mi hijo es un delicioso cadáver de bebé de ojos azules, y un adolescente alto y musculoso en otro instante, los cuerpos de mis recuerdos son hermosos.
Ahora son diferentes, son más bellos y perfectos porque aún están vivos, se pueden tocar y por ello no hay tristeza, solo franca alegría.
Pero malditos recuerdos traicioneros...
Yo quiero morir así: intentando no llorar hacia fuera con esas tristes alegrías pasadas, con toda esa melancolía que me haga olvidar que ya no puedo respirar, que no debo respirar.
Que se pare el corazón en ese instante de triste belleza.
Quiero morir bien, porque he vivido bien. Con tal intensidad que mi pene estará erecto sin saber por qué, pobre pene... Siempre ha sido un buen compañero, aunque sea idiota.
 Tengo recuerdos de él, de su primer coito, de la primera mamada, de la primera masturbación, las primeras erecciones, tan extrañas, tan placenteras... Nada de lo que avergonzarse.
Es bueno, no puede hacer daño morir ahora que todo está bien, que el balance es positivo.
Da miedo la vida y apostar por más años y que el inventario pueda dar negativo; no quisiera morir así: triste y sin melancolía. Sin razones para sentirme satisfecho de lo vivido y sentido.
Un viejo video musical golpea como un ariete contra la barrera que pongo a las lágrimas. Me arrastra a evocar momentos felices. Los tristes están allí escondidos, son a prueba de bomba, para que no estropeen lo más hermoso. Mi cerebro es tan eficaz, que lo echaré de menos durante esa fracción de segundo que sabré que estoy muerto.
No quiero soñar, quiero cerrar los ojos escuchando la música y dejarme inundar, hasta sentir que lloro, que mi fortaleza no pueda evitar que las lágrimas salgan al exterior.
No quiero dormir, solo quiero cerrar los ojos y hundirme en mis recuerdos aunque duela, abrazarme a ellos y morir sin darme cuenta, siendo yo aquel, siendo yo un tiempo pasado y ya caduco.
Si sigo viviendo, crearé más recuerdos y no quiero más por hermosos que sean, porque duele la vida pasada, duele la belleza y la alegría que ya murió.
Es una putada, dios. Lo hiciste todo tan mal... Hasta tú te hiciste mal a ti mismo.
Yo soy dios y un tanto crítico conmigo mismo.
La alegría se acumula como el mercurio en el organismo, y los recuerdos anulan el tiempo y la perspectiva, es posible un viaje al pasado. El tiempo se fractura entre el pasado y el presente y crea solo una desconfiada incertidumbre del futuro.
Tengo miedo a esa nostálgica tristeza y a la vez busco el momento del silencio de mediodía cuando la comida se asienta y el organismo se relaja, cuando las defensas mentales se hacen permeables a los sentimientos y las bombas-recuerdos detonan sin piedad en esa preciosa semi inconsciencia de la tarde. No quiero recuerdos que me hacen débil y aún así, alargo la mano para tocarlos y acariciar el pelaje brillante de Bianca, la doberman llorona; de Megan, el gremlim; de Falina, la escapista; de Atila el bravo y desobediente; Demelsa la llorona...
Animales queridos...
La voz de mi padre, potente, perfecta, firme...
La alegría de mi madre, su amor avasallador y su orgullo de que caminara a su lado de pequeño y de viejo.
Ellos ya están muertos, solo hay alegría triste, solo hay momentos de un cariño inenarrable.
Las charlas, las travesuras e ilusiones con mis hermanos en toda su historia: niños, adolescentes, hombres y mujeres...
Esas charlas que no han acabado y hay otras por iniciar. Somos y seremos, pero lo pasado es tan hermosamente nostálgico...
Cuando esos recuerdos se convierten en drama, la melancolía desaparece instantáneamente. Porque mi cerebro es eficaz y no permite el trauma. Solo es un ejercicio, una práctica que me prepara a la muerte; una lección que me enseña a no tener miedo porque todo se ha hecho, porque mi vida está saturada de recuerdos tan bellos que son tristes por su condición de impalpables.
Eternas y orgánicas son las emociones que inocularon en mi sangre.
No me gusta ese momento en el que mi cerebro decide cortar el suministro de nostalgia: sin previo aviso me deja abandonado en el presente, sin siquiera un "hasta luego".
Es hora de morir, o tal vez no, pero no hay miedo. Está todo hecho, he hecho lo que debía, porque no hay nada de lo que me arrepienta.
El vídeo de U2 avanza tierno, mostrando un desfile de alegrías y esperanzas, sincronizando mis emociones  mientras Bono canta a la cosa más dulce.
Pero no saben hasta qué punto es dulce, y por lo tanto adictiva.
Como el olor a nafta del gas que sale con un relajante siseo del fogón apagado de la cocina.
Podría fumar si no fuera por el gas, pero es un detalle sin importancia.
Hoy no será efímera: hoy será eterna la felicidad de mi nostalgia, hoy moriré con ellos. Mi cerebro no me arrancará de esa historia mágica que hay en mi pensamiento. Detonaré todas y cada una de las minas de emociones que están sembradas en mi cabeza, con la absoluta tranquilidad de que no volveré al presente y sentir la pérdida de lo que una vez fuimos.
Los cerebros se cansan de crear emociones y acumularlas en el pensamiento, pero gestionarlas es responsabilidad del dueño del cerebro y no sé donde guardarlas ya.
Digo yo que es un aviso para acabar ya con la vida. Y la vida debe ser como el dominó: quien acaba antes sus fichas, gana.
¡Oh oh oh, the sweetest thing!
Es imposible no sentir tristeza por lo que una vez viví, por lo que sentí.
¡Oh oh oh, the sweetest thing!
Son irrecuperables imágenes. Y ahí radica la profunda tristeza de lo pasado, de lo muerto.
¡Oh oh oh, the sweetest thing!
Un beso y un abrazo a mis recuerdos, os quiero y no me arrepiento de haberos creado y atesorado hasta el umbral mismo de la tristeza.
¡Oh oh oh, the sweetest thing!
A vosotros, mis recuerdos, os debo lo que soy, os debo la vida y la felicidad que me causa esta melancolía, porque lo malo quedó desterrado en algún rincón oscuro de la mente.
¡Oh oh oh, the sweetest thing!
Soy vuestra creación, mis entrañables recuerdos.
¡Oh oh oh, the sweetest thing!
Moriré satisfecho de todo lo que hay en mi cabeza, de todas esas imágenes y emociones.
¡Oh oh oh, the sweetest thing!
Fantasmas de seres vivos y muertos, dañaría mi cerebro para poder tocaros.
¡Oh oh oh, the sweetest thing!
Ya tengo bastante emociones para la eternidad si existiera.
¡Oh oh oh, the sweetest thing!
Si fuera más débil lloraría también por fuera.
¡Oh oh oh, the sweetest thing!
Recuerdos: sois mi vida, sois yo, y yo soy vosotros.
¡Oh oh oh, the sweetest thing!
Os quiero con toda mi alma por haberme llenado de vida y vida y vida...
¡Oh oh oh, the swe...








Iconoclasta

26 de enero de 2014

Vídeo del Tractatus de Iconoclasta

Desde aquí, por Hilda Breer.

Nuestra querida amiga a y colega, ha tenido la generosidad de enviarnos un relato erótico para que lo colguemos en nuestro blog.
Gracias por el detalle, Hilda.
Que disfruten la joyita.

La Adela de siempre... Todas esas mujeres en ella, la Adela santita y la cochina...
La Adelita que canta rancheras, la Adela que limpia el piso  bien arrodillada, pa que le vean el trasero. Esa mujer de tantas facetas tiene una gran falta. Una falta que no podrá corregir jamás.
Ama a un tipejo algo libidinoso y con espíritu de machito en celo, con su pija siempre en erección aunque siempre lo disimula, completamente cubierto como monje franciscano: hábito marrón desteñido con la falda muy amplia para que las féminas no se asusten de un bulto extraño cuando la verga  comienza a pararse ¡descomunal! 
Cosa que él no puede evitar y debe confesarse con el padre superior, que cuando escucha las confesiones del cura, maldice en silencio al diablo que lo tienta, parándole la verga de tal manera que no puede salir enseguida del confesionario para irse a la sacristía, donde hay una monjita que se ve bastante buena y él debe bajar los ojos para que ella no se dé cuenta de su lamentable estado.
Pobre tipejo el de Adelita, siempre sufriendo, siempre escondido detrás de un árbol o una puerta entreabierta para espiar a cualquier fémina que esté vestida o desnuda, o en el baño ¡lavándose la chucha!  ¡Uy, eso si que es excitante!
Una chucha enjabonada  y la mano de la dueña  pasándosela  por esos lados, lentamente porque no solo se limpia la rajita sino que se acaricia el botoncito rosado
¡Mmm... Qué delicia!
El tipejo se puede pajear con toda tranquilidad pero debe tener cuidado de no gritar cuando largue su leche en la mano para no dejar rastros en el piso...
Y escribiendo esto, la Adela decide recostarse en la cama y...
Lo demás no es necesario de contar. Mejor imaginarse la escena...
¡Mmm... Ricooo!

18 de enero de 2014

No es soledad


Hay gente llorando su soledad entre sus amigos, familia e hijos, y también clama por tener una vida maravillosa que tal vez con unos cuantos millones de la lotería pudiera ser factible.
No lloran su soledad, lloran su frustración.
Es un error sintáctico bastante común.
No saben que se equivocan con la palabra y confunden el sentimiento, no lo hacen de mala fe, pero no ayuda a mejorar su ánimo; cosa que me importa exactamente lo mismo que la migración de las mariposas monarcas y el vuelo sincronizado del ibis. Simplemente soy vanidoso y me gusta lucir mi sabiduría.
Sé que no soy Coelho; pero para lo que me pagan, que le den por culo al optimismo y la esperanza. Tampoco tengo interés en ayudar a nadie.
The Secret es un libro al que recurro frecuentemente cuando el portarrollos de papel higiénico está vacío. Odio el papel satinado para limpiarse el culo, no recoge nada.
Es un error lingüístico común confundir la sensación de soledad con la frustración de un montón de decepciones y vanidades insatisfechas.
La cuestión de mis errores es algo con lo que puedo vivir; hablando en plata, me suda la polla lo que me equivoqué.
La frustración es uno de esos efectos colaterales que comporta la vida, no mata, puedo vivir con ello también. Y la muerte no hace ángel a nadie; así que una vez cadáver no me preocupa si dejo o no un buen recuerdo, así que jamás me siento solo. No quiero ser un Gran Yoda flotando en una nube blanca asesorando psicológicamente y ofreciendo paz de mierda a un maníaco depresivo.
Lo que me hace deliciosamente solitario y en lugar de llorar soledades o frustraciones, mejor me las meto en el culo junto con mis vanidades insatisfechas y sigo caminando.
Porque aunque desafortunadamente nunca estamos solos, lo que sí es cierto es que el movimiento se demuestra andando.
Da gusto tener una ley física a la que aferrarse y no un montón de frustraciones que acunar entre los brazos en compañía de seres perfectos que jamás existieron ni existirán.
Las cosas no son tan complicadas: si estás solo te haces una paja y si estás acompañado follas.
Si no es perro es perra y si va con faldas bien podría ser un travelo (a veces las cosas se complican por cuestión de vestuario nada más).
Los seres humanos no son tan complejos como se creen o sueñan. Son más simples que una pelota.
Así que como hizo mi madre querida antes de morir (y los japoneses también son aficionados a ello con sus suicidios), me meteré cualquier cosa que encuentre en el culo y a seguir jodiendo la vida como ella me jode a mí.
Por lo demás, fumo.
Buen sexo.









Iconoclasta

8 de enero de 2014

Biominerales


Somos básicas representaciones de lo mineral y lo biológico.
Lo biológico se corrompe en las sábanas: manchas de fluidos que llevaron en algún momento vida.
Lo mineral es efímero, la dureza de los materiales: de sus pezones duros y erectos, de mi pene en ese instante inquebrantable.
Podríamos representar más cosas: el pensamiento y el puro instinto, las emociones y la muerte: pero cuando la razón se disipa, como si de una nube tóxica se tratara, solo importan los restos y la dureza de los elementos. El resto de consideraciones solo obstaculiza y retrasa el placer.
El hedonismo es el único paraíso probable de lo humano, de lo poco humano. Es la vanidad más desinhibida, sin bendiciones ni maldiciones.
Fuimos paridos para la cópula, para el placer. Otras obligaciones no son culpa nuestra, ni responsabilidad.
Un vómito de semen que sale de un trozo de carne en barra, una raja trémula destilando un humor blanco.
La lengua que todo lo lame...
No hay nada que sentir, los jadeos nacen de las entrañas sin cerebro, los sexos tienen su propio sistema nervioso, las mentes están lejanas, no hay mentes. Solo el sordo chapoteo de la cópula, los estertores del placer.
Un follar lacónico, mecánico. Lo único que somos capaces de desear con la suficiente fuerza como para hacerlo realidad.
Porque el pensamiento y la emoción matan el placer y matan la animalidad. Diluyen los minerales y hacen virus de los fluidos. El pensamiento humano lo destruye todo.
El pensamiento es erosión.
Dos piedras follando, dos piedras cubiertas de pequeños vestigios de vida.
Líquenes como pieles...
No se piensa cuando se penetra, no se duda cuando se abren las piernas para recibir ese mineral carnoso y lubricar la lítica dureza.
El amor se queda flotando como una deshilachada nube de humo y los crucifijos cuelgan cabeza abajo ante los biominerales que follan. Como un castigo a los dioses por haber hecho mal las cosas con las mujeres y los hombres. Las oraciones son blasfemias regurgitadas en las cumbres del placer. 
Los biominerales se olvidan que existe la humanidad cuando respiran rápidamente tras el derrame de líquidos, podría reventar el planeta y ellos seguirían sintetizando el placer que han conseguido.
Soy una piedra, soy algo que se hunde en el agua sin gritar cuando se ahoga, soy una boya que flota indolente en el mar, un mojón en el camino con el único fin de ignorar todo aquello que no es placer.
Soy un tumor de mí mismo, encapsulado. Un cáncer que anula el pensamiento y cualquier emoción.
Soy el reservorio de la indiferencia y el deseo no humano de meter mi pene en su raja de suave talco (el mineral más blando, el más fragante).
Soy una roca que suda y que escupe a la vida, sin odio ni pasión. Porque lo único que existe es joder.
Las piedras no mueren nunca, estamos ahí, esperando que alguien nos pise, que alguien nos joda. Esperamos ser instrumento de caza, defensa y muerte.
Somos los híbridos entre lo animal y mineral, los biominerales somos un coño y una polla que se deslizan y penetran sin importar dolor, muerte, vida o amor.
Miles de años de evolución, asco y aburrimiento nos han formado. 
Litos y Eros... Ni siquiera esa romántica combinación somos.
Y dormimos abrigados por el musgo y la defecación que llueve de lo humano sobre nuestros simples compuestos.
Es una suerte haber nacido híbridos, somos lo mejor y lo peor, sin términos medios, sin grises.
Somos negro y blanco.
Dureza y determinación.
Un día fuimos pecado, ahora somos únicos.









Iconoclasta