Powered By Blogger

18 de septiembre de 2012

Un salto al vacío




¿Qué te parece un salto al vacío sin soltar tu mano, sin dejar de morder tus labios? No sabemos dónde acabaremos; pero si fuera un mal lugar no importaría.
Tampoco importaría que fuera un paraíso.
Importa que tu calor se transmita por cada una de las terminaciones nerviosas de mi cuerpo.
Contigo no importa el lugar, mi reina.
Solo importa el tiempo que ya me corre deprisa. Y cada día hace mi piel más negra, más escamada. Me hace más tullido.
No importa el esfuerzo, ni el hambre o la sed.
Importa solo el ahora contigo.
Coge mi mano y saltemos, mi amor. Es hora de conquistar otros mundos, otros tiempos presentes. Porque para los futuros no estoy seguro de tener tiempo.
Hay cocaína con vidrio molido en un estante de la cocina para que nuestro salto sea sangriento: héroes que vuelan dejando una hemoglobínica estela en un cielo azul de mierda.
Podemos extender nuestros brazos de venas marchitas…
Clávame la jeringuilla con la esperanzadora heroína en la vena gorda que desaparece al llegar al glande.
Yo la clavaré en la arteria que surca tu pecho en una curva sinuosa que parece desaparecer bajo tu pezón.
Es urgente que saltemos en el ahora . Tú y yo, y los recuerdos deshechos.
Esperar es morir.
Es hora de conquistar otros mundos, otros ahora.
Pegaso correrá por nuestras venas creando universos fractales, caleidoscopios de tus pechos goteando mi baba.
No habrá dolor, ni soledad, ni muerte.
Solo descubrimiento. Y estaremos aferrados de las manos. No puede ocurrir nada malo.
Una gota de sangre que cae de tu nariz a mi pubis y se enreda entre el vello. Llévate mi polla a la boca. Salta, mi amor…
Este ahora lo conocemos, ya está todo descubierto. Es un marco demasiado vulgar para nosotros.
Un decorado raído.
Lo difícil pasó. El mundo se ha hecho pequeño.
Tú haces lo que me rodea minúsculo y las catedrales tornas en horizontales casas de muñecas. En tumbas sin nombre…
Tu ausencia era lo que hacía infranqueables las distancias.
Hay una pipa con cristales azules para prender y que devaste los pulmones entre sueños craquelados. No importa el color. Importa tu calor, tu presencia.
No dudes un segundo, no sueltes mi mano cuando salte al vacío y sígueme. No caeremos, estaremos, continuaremos. Seguiremos siendo.
Y por muy asolado que esté el paraje, crearemos vida que manará de tu sexo derramando mi semen.
Y ahora, soberana de mi vida, es hora de caer arriba o abajo, a izquierda o derecha.
La muerte y el dolor quedaron atrás en nuestras soledades.
Un émbolo nos lanzará al vacío, una sangre correrá venenosa y narcótica creando mundos que no es posible conocer sin el Gran Salto.
Solo es un paso y comenzaremos la vasta tarea de colonización y polinización de nuevos mundos.
Nuestra biblia es mi pene tatuado con un código de barras que dice “eres mi puta”. Tu clítoris dilatado por mi boca infame, insaciable… Tu coño ungido y pleno de mí… Somos pornógrafos evangelizadores. Apóstatas de la sociedad que nos pudre de monotonía y tradición.
Somos invencibles, lo hemos demostrado.
Solo queda romperse juntos y así unirnos más, fundirnos, mezclarnos. Ser caos entre piel, saliva y semen.
Una raya blanca directa al cerebro, como un rayo de esperma en tu monte de Venus…
Y tampoco sería doloroso. Vencimos el tormento de kilómetros de mar y tierra. Y no nos mató, nos hicimos dioses.
Vencimos.
Es hora de saltar, cielo.
Con todo el valor, con toda la pasión.
Con todo el veneno necesario para destruir toda esta puta y jodida realidad que nos han metido como una cochina puñalada.
Esnifa en mi polla la raya que nos lanzará al universo y yo clavaré en mis ojos toda la heroína necesaria para deshacer todo lo que nos rodea.
Salta al vacío conmigo, aquí no hay nada para nosotros.








Iconoclasta


 Safe Creative #1209182361575

10 de septiembre de 2012

El trueno y yo




Me gustan tanto los truenos…
Presagian malos augurios en los cobardes cerebros humanos. Los truenos son terribles en su amenaza sonora como lo es mi silencio hostil. Somos iguales inquietando, odiando…
Despreciando.
Es mejor escuchar el molesto estruendo de una moto sierra que mi silencio o el rugido del cielo que hace recordar a la humanidad que no está a salvo.
Yo no ofrezco demasiado peligro, soy aburrido; pero prometo el más letal de mis pensamientos en mi último aliento. Cuando el corazón se me parta o mis pulmones no puedan ya coger aire, lanzaré mi último y primer pensamiento optimista: me voy, pudríos.
El trueno y yo somos iguales transmitiendo inquietudes.
El trueno tiene perdón por su naturaleza; pero mi silencio y mi desprecio son imperdonables a ojos de la bondad. Yo no tengo inocencia alguna, no soy un fenómeno atmosférico. Soy pura voluntad de rencor y aislamiento.
No existe nadie suficientemente valioso que merezca conocer mi verdadero sentir. Y si existiera semejante persona, no se merecería saber como soy, lo que soy.
Por otra parte mi voz no es elegante, conozco mis limitaciones y para hacer el ridículo, mejor estar callado.
Mi padre decía que usara la boca para comer y para respirar si me encontrara con congestión nasal. Aún no sabía que iba a deshacerme de todos los órganos fonéticos.
Le hago caso a pesar de que lleva años enterrado.
Ahora soy yo más viejo de lo que él era al morir. Mi padre es más joven que yo si existiera de alguna forma.
A lo mejor mi longevidad se debe a mi silencio.
Él hablaba más.
A veces el rayo y el trueno vienen juntos; igual seguimos pareciéndonos. El sonido de mi escupitajo a las bondades, amores y cariños rasga el aire como el relámpago y mi silencio hace el aire denso y pegajoso.
El rayo deja el olor del ozono en el aire. Mi silencio apesta a mierda.
No nos parecemos en nuestra duración, el trueno dura unos segundos con su eco. Yo duro muchos años, muchos putos años. Puede que la humanidad se haya acostumbrado a que la odie por ninguna razón en especial. Soy bueno odiando, soy pertinaz no sintiéndome bien.
No puedo sentirme bien en tierra de extraños. Soy extraño en el universo.
Exijo mi terreno, mi planeta particular.
Cuando recuerdo aquel trago de lejía bajando por mi garganta, vomito. Con la rapidez del rayo, claro. Y con un sonido líquido, lo que había en el estómago se estampa contra el suelo, como un cuadro abstracto. Fue tan doloroso y repugnante beber el cloro, que la operación para extirparme laringe, cuerdas vocales y el posterior tratamiento me supo a dulce, a chocolate.
No era un suicidio, solo quería mutilar mi capacidad para hablar, hacer mi silencio inquebrantable.
Aún así, a pesar del sabor y olor que se encajaron en mi mente como un trueno eterno, me masturbo con la mano mojada de lejía. No puedo permitirme el lujo de intentar gritar, porque todo lo que me falta en la garganta, duele. El cuerpo guarda memoria de lo que un día tuvo, y cuando es necesario utilizarlo, lanza mensajes de dolor para recordar que un día pude hablar. No importa, ya odio también mi cuerpo, mi cerebro.
El glande se empalidece al contacto con la lejía y me duele tanto… Quema tanto  en la llaga ya profunda y vieja, que la eyaculación sobreviene por alguna razón de reflejo, no hay voluntad. Luego meto la polla en un vaso con agua fría y me duermo pensando que soy un trueno, un breve trueno que asusta y desaparece sin sentirse bien ni mal. Simplemente existe el tiempo que debe, no hay horas de más, no hay tiempo que hastíe.
El trueno y yo somos iguales, en esencia.
El trueno disfruta de una breve y elegante vida.
El trueno y yo no tenemos la misma longevidad
Yo me muero de pena durante años y años.
A lo mejor el trueno no sería capaz de soportar una vida tan larga. A lo mejor soy un privilegiado al ser tan fuerte, tan monumental.
Me cago en dios…
Mi polla desea ser amputada, lo sé con cada masturbación que me hago con el cloro. Mi pene está cansado de estar pegado a mí.
Que se joda, como me jodo yo.
Que se joda mi cerebro.
Que se jodan todos.
Mierda puta… El trueno y yo no nos parecemos en nada.
Es todo una gran mierda.









Iconoclasta

Safe Creative
#1209092315903

7 de septiembre de 2012

Honrarás a tus muertos




El cementerio tiene muchos pasillos formados por los mini edificios de nichos, casitas de juguete de muertos…
Unos cientos de metros más abajo, a los pies de la loma están los muertos ricos, los que han sido enterrados en fosas con grandes lápidas, los que encima de su cadáver soportan el peso de un panteón a menudo adornado por una escultura tosca y sin gracia de un ángel de alas rotas y sucias. Cagado por los pájaros.
—Rezar a los muertos es una forma más de relajarse o dormir, solo que más molesta porque no hay asientos frente a la tumba, ni siquiera una máquina de bebidas—piensa metiendo la mano en la bragueta excitando el pene.
Tiene una forma un tanto particular de visitar y rezar a los muertos.
De honrarlos.
Se encuentra en la agrupación de nichos más alta de la montaña, hay una buena panorámica del cementerio que se extiende por toda la ladera sur y se prolonga a sus pies casi un kilómetro en forma de valle de tumbas.
Se debería extender cientos de kilómetros.
Se interna entre el pasillo que forman dos edificios para situarse frente al 430-1, en la hilera más baja de los cinco pisos. La lápida dice: Familia Hurtado.  Josefina Lara, esposa de Ramón Hurtado, 1930-2012. Tu hijo y tu marido no te olvidan.
Tiene una cosa entre las piernas que a veces se hace notoria y se lleva gran parte de la sangre de su organismo para alimentarse y crecer.
Y no es precisamente un rosario.
Es bueno que eso ocurra, que se haga grande y se expanda como el gas liberado. Es bueno que el cerebro se quede seco para dejar de existir y ser uno con ellos, con los muertos. Ser frío como sus huesos…
Ellos miran y callan sin poder decir nada, ellos tragan el semen y el olvido. Los muertos no expresan su asco. O no deberían; algunos no se relajan.
Su oración es húmeda, un gemido obsceno ante la muerte.
Ocurre cuando una tristeza innombrable le embarga el ánimo y la promesa le pesa como una losa. Cada mes, cada treinta días de mierda. Es bueno su organismo sobreviviendo. Cuando todo es insoportable, la polla se expande en el espacio y el ritmo de la vida lo marca su puño. Cuando la soledad pesa demasiado, se acuerda de madre y que padre pronto estará con ella.
Y salpica con semen el marco de acero que protege la lápida de mármol. La lefa habría salpicado la foto de su madre. No tardará mucho en salpicar la de su padre que aún está encerrado en el manicomio agonizando con una sonda en la polla. Su próstata está tan hipertrofiada por un tumor, que no puede soltar una sola gota de orina a pesar de su incontinente locura. Dentro de poco le enseñará también como reza a los muertos.
En la consola del comedor de su casa no hay más foto que la de su madre muerta, cuando muera su padre, colocará otra, solo dos fotos en una gran superficie… Se ve un poco vacía sin los muertos; pero no ha habido nada más que fotografiar a lo largo de su “cochina inexistencia”.
Piensa que las únicas fotos que debería haber en una casa, son las de los muertos. A los vivos mejor no ponerlos en fotos, porque cambian; un día los amas y otros deseas su muerte. Los vivos son demasiado inestables.
Cuando mueren no hay problema con sus fotos, porque siempre se odian, se recuerdan tal y como murieron, con la misma sensación de asco de saber que vivieron demasiado. Con la repugnancia de saber que se comparte una sangre o un gen con ellos.
No importa que se vea vacía la consola del comedor, no es su deseo tener otra compañía u otros muertos que recordar.
Tiene buenas fotos de tigres del National Geographic.
Y de cerdos…
Solos los humanos, se hacen bestias y huraños, cosa que está bien si no hay a quien hablar, a quien hacer caso.
Para morir de asco, mejor hacerlo empapado en semen. Con los muertos pasa igual, mejor regarlos y por supuesto, no va a ir con una regadera en el autobús teniendo una polla tan hermosa heredada del cruce ocasional entre padre y madre.
El semen se muere rápidamente, se enfría y da algo de paz al puto calor que genera el planeta. Es una reflexión que nace de frotar una gota de leche entre los dedos.
Porque estar vivo  es ser acumulador de calor.
Los cadáveres se refrigeran enseguida, es la ventaja de estar muerto. Sus palabras quedan como recuerdos congelados en algún lugar de la cabeza, una molestia que se puede soportar de vez en cuando.
El semen frío en la fría piel de un cadáver.
Maravilloso, las cosas encajan por si solas.
Si no se arriesgara a ir a la cárcel, sacaría el ataúd y se correría en la calavera de madre.
Ha sido una masturbación rápida, siempre se corre más rápido en el cementerio que en su casa, tal vez la emoción del riesgo de ser sorprendido.
Las flores marchitas de los pequeños y oxidados jarroncitos no mejoran con las gotas de semen. No hay peor rocío que una densa gota de esperma estéril rompiendo una flor: la muerte se pega a la muerte.
Toma una con las manos y se resquebraja entre los dedos, un pequeño pétalo amarillento ha caído rápidamente sin encontrar resistencia al aire, el peso del semen muerto e inocuo…
Su pene asoma aún duro y húmedo, el reflejo del vidrio del nicho crea una imagen miserable.
Y entre ella la cara de su madre aparece manchada de esperma.
— ¿Por qué me haces esto?
—Me hiciste prometer que acudiría una vez al cementerio para recordarte. Te recuerdo, recuerdo cada día de tu amargura, de tus palabras vulgares y tu mediocre forma de pensar. De tu continuo lamento de ser una madre abnegada. Papá debería haberte follado más a menudo. Yo te compenso.
—No sabes lo que duele, César. Aquí hay soledad, hay encierro. No necesito que me escupas nada, basta con una oración. No vengas más, te libero de tu promesa.
— Hasta podrida te quejas, madre. Sabes de siempre que solo creo en esto —responde César agarrando el pene y meneándolo frente a los ojos sin vida de su madre—. Me gusta este momento. Tu marido va a morir muy pronto, lo enterraré ahí dentro, contigo. ¿Los muertos disfrutáis del sexo?
— Calla, César. Los muertos deberíamos descansar. No hay nada más que paz, tenemos siempre miedo, esperamos algo que no sabemos que es y nunca llega. Los días no se diferencian el uno del otro.
— Es lo mismo que cuando estabas viva, madre, tu vida era peor aún que la muerte. A mí los días me corrían deprisa entre paliza y paliza de padre. ¿Te acuerdas cómo te encerrabas en la cocina cuando me pegaba y no salías hasta que la comida casi se quemaba? Me correré cada mes ante ti, en tu cara. Tal vez abra la puerta de vidrio para que te llegue más cerca el semen que tu cochino marido nunca te hizo beber.
— Estoy cansada y tengo miedo. Hay madres aquí que se sienten confortadas por la visita de sus hijos. Ya he pagado, estoy muerta.
— No es cuestión de pagar, es cuestión de que a mí me guste hacerlo. ¿Sabes que voy a visitar a padre al manicomio? El alzheimer le llegó demasiado viejo, me hubiera gustado que su cerebro se hubiera podrido hace quince años, para que sufriera más. ¿Sabes que voy para mover la sonda que tiene metida en la polla? No tiene cerebro ni para gritar; pero sus costillas se marcan bajo la piel por el dolor y continúo meneando el tubo hasta que aparece una gota de sangre. Y entonces llamo a la enfermera: “Señorita Marga, la sonda está sucia de sangre ¿es malo?”. “No se preocupe, a veces es normal”, me dice. Y la vuelve a mover tanteando si sigue en su sitio, la empuja más adentro para asegurarla, mientras padre se rompe los dientes apretándolos de dolor. Sin soltar una sola palabra. Pronto me correré en su cara también. Os rezaré y regaré a los dos.
Suena una melodía electrónica en su bolsillo, el teléfono sobresalta a su madre.
— ¿Quién es? —pregunta el reflejo de la vieja muerta intentando sacar la cabeza de la superficie  de vidrio
— Cállate, coño —le responde su hijo, dando una patada al vidrio —. ¿Diga?
— Gracias, no se preocupe, estoy bien. Voy para allá ahora mismo. ¿Cómo? Sí, tengo  la póliza a mano, ahora llamo a la funeraria. Buenos días.
— Tu marido por fin ha muerto, has tenido suerte, dentro de tres días volveré a enseñarte lo muy hombre que es tu hijo y con tu marido ahí dentro, tendremos un ménage à trois. ¿Crees que muerto estará igual de loco?
Lanza un escupitajo contra el vidrio y se aleja.
Todos los rostros de los muertos se reflejan con sus tristes ojos apagados de vida en todos los cristales de los nichos, observándolo marchar.
— ¿Problemas con tu hijo, Pepita? —le preguntan a coro.
El reflejo de la madre se retira al interior del ataúd.
— Al menos no la olvida —dice algún muerto.
— Y lo bien dotado que está… —responde otra muerta.
— Habrá que conocer al padre —responde un tercero.
Los reflejos retornan a sus tumbas contando chistes y el único lamento en toda la agrupación es el de la madre.

César saca una cámara del bolsillo y fotografía el cadáver de su padre aún en la cama del hospital, antes de que lo vista y maquille el servicio funerario.
— Ahora te toca a ti, padre. No te olvido, no te olvidaré nunca.
En ese instante, se extiende una mancha de sangre en la sábana, entre las piernas del muerto.
César sonríe.
— Sí, padre, para mearse de risa. Es que me parto también…
 







Iconoclasta


 Safe Creative #1209072306020

5 de septiembre de 2012