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9 de octubre de 2013

El hijo de un violador (7)


7
Pilar entró en un local de internet que había visto cuando salió en busca de la puta.
Le asignaron un ordenador en cabina individual. Hizo una copia del video grabado en la tarjeta SD y lo bajó de resolución para poder enviarlo por correo electrónico y luego marcó el número telefónico de Volodia Solovióv.
—Ya tengo la grabación; se la voy a enviar ahora mismo. Necesito que la vea enseguida y me diga algo al respecto. Estamos en un aprieto que ya le explicaré si tenemos una charla.
—No te preocupes, lo veré ahora mismo y te comento.
—No tarde, estoy en un ciberlocal.
Volodia abrió el correo electrónico que apareció en el monitor en el momento en el que cerraba el teléfono.
Observó atentamente las imágenes con un gesto de asombro. Era una grabación de baja calidad, para ser visualizada en un tamaño muy reducido. A pesar de todo era impactante y ante la sencillez del video, no pudo encontrar retoques ni trucaje. Aquel pene que reptaba por la cama y se movía lentamente, parecía un ser vivo, un animal.
Pensó que si fuera un truco, valdría la pena conocer como se había realizado para conseguir tamaño realismo; pero en modo alguno podía aceptar que fuera real. Se encontraba excitado y confuso, era tan realista que sentía una especie de rechazo que encajaría bien con el público más fetichista.
Aquellas imágenes eran una agresión moral directa al estómago del ciudadano normal. Los genitales reptando de una forma tan viva, tan autónoma, podrían convulsionar a medio mundo con su degeneración.
Pensó en alguna especie de juguete robot comandado a distancia, pero no consiguió identificar ningún movimiento mecánico. El hombre que se encontraba sentado contra el cabezal de la cama estaba realmente ido, y el proceso de cómo se desprendían los genitales de su pubis estaba oculto, hasta que llegó la escena final y pudo ver apretando el puño con reparo, cómo se acoplaba aquella cosa entre sus piernas.
Todo parecía tan extrañamente real que sintió una especie de náusea.
Tomó el teléfono y llamó a Pilar Abad.
Apenas empezó a zumbar el teléfono, la mujer respondió.
— ¿Qué le ha parecido, señor Solovióv?
—Impactante, he de confesar que no he encontrado el truco.
—No lo hay. El siguiente paso es que lo vea en vivo.
Solovióv no respondió, durante unos segundos estuvo pensando en que, seguramente, sería una explicación decepcionante. Una filmación que aporta un tremendo realismo por una simple cuestión de suerte. Aún así decidió, como decía la mujer, verlo en vivo.
—Estamos a jueves… Podría hacerle un espacio en mi agenda para el lunes a la tarde —dijo tras la larga pausa.
—Imposible. Le dije que estamos en un apuro que solo puedo explicarle en persona y para el lunes, deberíamos estar, mi marido y yo, en algún lugar oculto.
— ¿Dónde se encuentra usted ahora?
—En Alfajarín, muy cerca de su casa.
—Veo que no ha llegado hasta aquí por casualidad. Está bien, la espero a partir de ahora durante toda la tarde. Me encuentro en la urbanización La Rosaleda, mi casa es el 42 de Gran Zaragoza, dé su nombre al guardia de la entrada y podrá pasar.
—Viene mi marido conmigo.
—Imagino que es el del video.
—Sí. Gracias por su atención, nos vemos en una hora.
—Vamos a ver que ocurre. Hasta pronto, señora Abad.
—Una cosa más señor Solovióv. Mi marido no sabe el fin de nuestra entrevista, cree que nos va a prestar ayuda legal con el problema que tenemos. Y seguramente se pondrá violento cuando vea que ha sido grabado. ¿Tiene ayuda por si fuera necesario?
Por un momento, el ruso estuvo a punto de negar la entrevista en vista de esa posibilidad; pero su experimentado olfato le decía que valía la pena esperar.
—Estaré preparado para ello, no se preocupe.
Pilar salió deprisa del ciberlocal  compró en el supermercado unos refrescos y bocadillos y se dirigió de nuevo a la fonda.
— ¿Cómo te encuentras, cariño?
—Mal, vamos a la policía, no tenemos salida, no hay otra opción. Puede morir más gente.
—Salimos ahora a ver al editor, él nos ayudará con la cuestión legal. En una hora estaremos con él, y un abogado nos acompañará al puesto de policía más cercano. Creo que es lo mejor.
— ¿Y por qué no vamos directamente?
—Porque yo quiero ir con un abogado y justificar de alguna forma la demora y nuestra huida de casa. Nos tienen que aconsejar qué alegar en la declaración.
—No me encuentro nada bien. Ni estoy de humor, ni esta polla me deja tranquilo. Ni siquiera tengo ganas de discutir.
—No te preocupes, estamos nerviosos y tú más. Todo se arreglará. Vamos al coche que en poco tiempo ya estaremos resolviendo esto.
— ¿Seguro que es de fiar ese ruso?
—Claro que sí, es un empresario serio y sé que es formal.
Recogieron sus equipajes, pagaron la cuenta del alojamiento y cruzaron la pequeña ciudad. A pocos metros antes del final del término, se encontraba el desvío hacia la urbanización. En unos minutos llegaron a la gran casa, de Volodia Solovióv. Un palacete de dos plantas, con fachada de mármol granate y ventanas de marcos negros. Era todo lo que se podía ver desde fuera y por encima del muro de cemento que rodeaba la propiedad.
Pilar llevó el coche hasta el vado de entrada, frente a una puerta negra doble, de hierro envejecido dándole un aspecto de óxido. Bajó del coche y llamó al timbre del interfono.
— ¿Qué desea?
—Tengo una cita con el señor Solovióv. Soy Pilar Abad y él es mi marido Fausto Heras.
—Puede pasar, aparque el coche en el parking que se encontrará a la derecha del camino y sigan el camino de grava hasta la casa.
Se abrieron las dos puertas automática y silenciosamnte y Pilar condujo hasta el aparcamiento.
—Esto es la mansión de un mafioso —comentó al ver la casa.
—Es un editor ruso con mucho dinero.
—Lo que yo te decía…
—Lo que importa es que necesitamos ayuda, y conozco a este señor de hace tiempo. Me inspira confianza.
Frente a la entrada de la casa había dos deportivos aparcados y una limusina negra Mercedes.
Pilar llamó a la puerta.
—Buenas tardes señora Pilar, señor Fausto —dijo una sirvienta con uniforme y cofia, espectacularmente exuberante —. Les llevaré al despacho del señor Solovióv.
Caminaron tras la mujer que calzaba unos espectaculares zapatos rojos de tacón de aguja absurdamente altos.
Caminaron por el pasillo de la planta baja y se detuvieron frente a una de las cuatro puertas, justo antes de llegar a un salón enorme del que se podía ver una decoración de vanguardia.
La criada tocó suavemente a la puerta.
— ¡Adelante! —contestó con su fuerte acento ruso Volodia.
Se levantó de su mesa de despacho, se presentó con una gran sonrisa y saludó con dos besos en la mejilla a Pilar y un apretón de manos a Fausto.
— ¿Les apetece tomar algo? ¿Un café, brandi, vodka?
—No gracias, señor Solovióv —respondió Pilar.
Fausto se dejó caer en una de las butacas que se encontraba frente a una mesita.
Solo preguntó si se podía fumar, el ruso le ofreció un cigarrillo y fuego.
—Pues sentémonos y hablemos. ¿Cuál es el problema?
—Mi marido ha sufrido una especie de enfermedad, mutación o como quiera que se llame y ha provocado la muerte de nuestra hija.
Cuando oyó muerte, el ruso alzó una ceja y cambió su posición relajada con las piernas cruzadas y se inclinó hacia adelante para escuchar con más interés.
— ¿Cuándo murió su hija?
—Ayer.
— ¿Y qué hacen aquí? Eso no se soluciona en una tarde.
— ¡Te lo dije! La hemos cagado, deberíamos haber ido a la policía y no huir —se encendió Fausto al escuchar la respuesta del ruso.
— ¡Calma, señor Heras! Primero interesa saber qué ha ocurrido exactamente y luego juzgaremos. Disculpe mi comentario, pero es que una muerte siempre impacta. La escucho, Pilar.
En ese instante, llamaron a la puerta del despacho.
— ¡Adelante! —gritó Volodia.
Dos hombres con traje negro entraron llevando una bandeja de bebidas y otra con comida diversa para aperitivo.
—Disculpen, pero siempre me gusta hacer un poco de aperitivo antes de comer.
Acto seguido, le guiñó un ojo a Pilar para que continuara hablando con tranquilidad.
—A mi hija lo mató el “hermano” de mi marido su pene la ahogó. Ya ha visto  el video.
Fausto se puso en pie y se lanzó sobre su esposa, la abofeteó y la llamó “hija de puta” antes de que los dos guardaespaldas actuaran.
— ¡Asquerosa! Has hecho un video y se lo has enviado a este mafioso. Además de puta eres subnormal —el sillón había caído al suelo con el impacto del golpe y Pilar con él.
Fausto se abalanzaba de nuevo sobre ella cuando los hombres lo sujetaron, sin embargó acertó a darle otro puñetazo en la boca. Le aplicaron una descarga eléctrica y quedó aturdido. Se orinó en el suelo.
—Dejadlo ahí. Joder,  si se ha meado. Cerrad la puerta y quedaos ahí por si os necesito.
Luego se dirigió a Pilar que se había puesto ya en pie y se limpiaba la sangre de la boca con un pañuelo de papel.
—Parece que están metidos en un gran lío. No hay forma de explicar a la policía porque se dieron a la fuga y dejaron el cadáver de su hija en la casa. Ni hay forma de imaginar que no la mataran ustedes.
—No quiero ir a la cárcel, no puedo ni quiero separarme de esa parte de él que ahora amo.
—Yo no puedo ayudarles, no puedo involucrarme en un delito, soy ruso, pornógrafo y con esto la policía tiene motivos más que suficientes para vigilarme atentamente.
—Tal vez piense de otra manera cuando vea cuán real es lo que aparece en el video.
—Esperad fuera y quedaos cerca, os llamaré enseguida.
Pilar se acuclilló frente a su marido y lo desnudó con dificultad de cintura para abajo ante la atenta mirada de Volodia.
—Quiero que observe bien ahora —decía Pilar acariciando el pene que iba creciendo rápidamente entre sus dedos.
Fausto emitió un gemido y se llevó las manos al pubis, enseguida las retiró y se relajó.
El pubis del hombre se agitaba como si tuviera una erupción o un terremoto. Volodia se quedó impactado, fascinado. No podía apartar la mirada.
Pilar se había sentado en el suelo frente a las piernas abiertas de su marido.
El pene se desprendió del cuerpo con una especie de chapoteo dejando una mancha de sangre en el suelo.
Fausto desde la niebla de una realidad vieja, veía a su madre salir de la panadería donde trabajaba de dependienta. Eran las nueve de la noche y su marido la esperaba en casa, muy cerca, a dos manzanas. Isabel salió por la puerta que daba acceso a la portería del edificio. Un tipo salió de la oscuridad y la arrastró hasta  la penumbra que había en la zona de los contadores eléctricos, bajo la rampa de la escalera.
—No grites o te corto el cuello. Sube la falda y bájate las bragas —le ordenó presionando el filo de un cuchillo en el cuello.
Isabel no lo hizo y el violador lanzó su cabeza contra la pared, el golpe fue brutal. Sintió entre tinieblas como le arrancaban las bragas y se introducía algo doloroso y ardiente en su vagina seca. Le dolía, le dolía mientras la bestia le embestía y golpeaba de nuevo su cabeza con cada empuje. Su sexo parecía desgarrarse por la brutalidad y la sequedad del coito.
—Te voy a dejar preñada, niña cachonda. Vas a tener un hijo de verdad con un hombre de verdad.
Intentó gritar, pero su boca estaba cubierta por una mano maloliente. Perdió la noción del tiempo y cuando se dio cuenta, se encontraba sentada en el suelo y de su vagina goteaba semen y sangre.
Juan ya estaba inquieto por la demora de su esposa y decidió acercarse a la panadería. El dueño le dijo que ya hacía casi diez minutos que había salido. Entones escucharon su llanto desde la puerta que daba a la escalera. Ambulancia, médicos, policías, nervios, vecinos, humillación… Nunca dieron con el violador.
Volodia se llevó la mano a la boca aguantando una arcada, mientras el pene se arrastraba hasta la mujer, retorciéndose para abrirse paso entre sus piernas.
Lo tomó en las manos, besó el glande viscoso y le dijo que lo amaba.
El pornógrafo no salía de su asombro, su cigarro se quemaba entre los dedos.
—Tiene que ver que es real. Observe el agujero de mi esposo, no está hecho como un prótesis. Tome una linterna y mire, es muy importante. No hay nada parecido en el planeta.
Venció su repugnancia y se acercó con la pantalla del móvil para observar el agujero que en el pubis del marido. Había gotas de sangre y unos nervios pequeños y retoridos colgando, la carne palpitaba enrojecida donde debía encontrarse el pene y los testículos.
Pilar se puso en pie con su amor entre las manos, acercándoselo.
—Tóquelo y lo sentirá incluso respirar. No puede haber dudas.
Pasó un dedo a lo largo del bálano, sintió el increíble calor de una piel viva, el tono muscular y las gruesas venas palpitantes. Tuvo la sensación de estar tocando algo con vida propia. Retiró la mano con temor, con asco y asombro.
—No puede ser. Es increíble.
— ¿Nos ayudará? El tiempo apremia.
—Sí. Se alojarán aquí. Tengo que pensar, ahora no puedo hacerlo con claridad. ¿Por qué está muerta su hija?
Dejó con cuidado el pene en el suelo que se dirigió de nuevo a su cuerpo.
Volodia volvió a quedar de nuevo fascinado por el fenómeno.
—Él la sedujo y sintió en ella el rechazo. Usó su fluido para que ella abriera la boca, para excitarla más allá de su voluntad  y la asfixió metiéndose en ella.
—Entonces usted está drogada. Es una yonqui de esa cosa.
—Desde un principio lo acepté. Llevaba semanas soñando con él y de repente una mañana se hizo real dentro de mí  y ya no pude dejar de pensar en él. Soy adicta, estoy drogada… Llámelo como quiera, la cuestión es que solo sé que lo amo. Me transmite amor cuando está dentro de mí o en mi boca. Encajado en el cuerpo de mi marido me excita y me excita también cuando se arrastra por las sábanas o por el suelo buscándome. El placer provoca que mi mente sea arrancada de mi cuerpo y sea libre. No he sentido jamás algo parecido.
— ¿Sabe, señor Solovióv? Mientras conducía desde Barcelona hacia aquí la noche pasada, lo llevaba metido dentro de mí, y la cosa que es mi marido dormía, o estaba en trance. Lo he llevado metido en mi sexo más de dos horas y no he dejado de gemir como una perra.
El ruso la observaba como quien escucha a un loco, con cautela y fascinación. Intentó llevar la conversación a un punto más pragmático, porque en su propia cabeza había confusión y sorpresa.
—Pilar, lo primero de todo es asesorarnos sobre su situación legal; y por supuesto, tenemos que convencer a su marido de que aquí estará bien, cosa que veo imposible.
—Mi marido no tiene nada que decidir. Lo podemos mantener drogado y que actúe de recipiente de su hermano.
—No puede estar drogado toda la vida. Moriría en poco tiempo. Hay métodos mejores y más sanos. Es de suponer, que usted no se separará de “su novio” —dijo con sarcasmo el ruso.
—Tenemos un pacto. Señor Solovióv, debe entender una cosa, si yo participo o yo voluntariamente accedo a que tenga sexo con otra mujer, él actuará y se moverá con normalidad. Cuando me penetra, cuando lo toco, todos sus sentimientos y todas sus emociones las percibo. Está enamorado de mí desde que me casé con Fausto, solo que no había conseguido aún crear su propia red neuronal. Y cuando yo no esté cerca o presienta que estoy muerta, matará todo lo que se folle. Como hizo con mi hija.
Volodia se retractó en su intención de pegarle un tiro en la frente a la mujer y enterrarla en su jardín. Tenía que ser cauto y observar cómo era esta extraña relación, por él mismo.
—En el sótano se encuentra el set de grabación, está bien climatizado  y limpio. Allá tenemos un cuarto especial para los actores que llegan del extranjero. Dejaremos allí a su marido debidamente sedado de momento. Mañana haremos una prueba de grabación, y necesito a mi mejor técnico para ello.
—No puede convertirse en un circo, no pueden conocerlo tantas personas.
—Solo las imprescindibles. Y créame, mi gente está bien escogida.
Conectó el altavoz del teléfono de su escritorio.
—Candy, ven para acompañar a la señora Abad a la habitación de invitados.
—Ahora déjeme que llame a mi abogado para que indague si ya van tras ustedes y calibrar lo que hay que hacer con su situación legal. Nos veremos a la hora de la cena, a las nueve y media. Mientras tanto, mi casa es su casa.
—Gracias, señor Solovióv.
—Una última cosa, Pilar. ¿Cuál es su pretensión económica por la “venta” de su marido y su amante.
—Lo que usted juzgue oportuno, que vaya de acuerdo con sus ganancias si las hay. Y por supuesto, que nos cuide de la policía; pero una cosa está clara: no me separaré de ellos.
—Me alegra saber que no está poseída por una ambición excesiva. Haremos un buen negocio —dijo el ruso ya dando  media vuelta para sentarse en la mesa de su escritorio.
Pilar salió del despacho tras la criada, un tanto preocupada por la sonrisa de tiburón del ruso.
Volodia mandó entrar a sus guardaespaldas.
—Sedadlo, llevadlo al sótano y atadlo, no quiero que rompa nada.
Uno de los hombres se dirigió al mini bar bajo el televisor y de una cajita negra sacó una jeringuilla y una ampolla con morfina. Tras preparar la jeringuilla, la inyectó en el brazo de Fausto.
—Los hijos de los violadores no deberían nacer —pronunciaba en un narcotizado murmullo Fausto mientras lo llevaban de los brazos y las piernas.
Volodia sonrió al oírlo, su madre fue violada a los dieciséis años en una fría aldea chechena, él era hijo de un violador.
—Algo de razón tienes, amigo —dijo para sí.

Cuando cerraron la puerta y se quedó por fin a solas, se dejó caer en el sillón, y arrugó el ceño por el olor a orina que había quedado impregnado en el aire. Tomó un sorbo de su vaso de güisqui y empezó a poner en orden sus ideas.









Iconoclasta

5 de octubre de 2013

El hiijo de un violador (6)


6
Fausto estaba tendido en la cama con el televisor encendido sin sonido, un cigarro se quemaba en el cenicero, dormitaba cuando llegó Pilar con la puta.
—Hola cariño, te presento a Sara, la secretaria personal del señor Solovióv.
No intentó fingir su malestar, su falta de ánimo. No saludó.
—Como ves la habitación es muy pequeña, nos sentaremos en la cama y tú me indicas dónde se encuentra la casa de tu jefe y cómo llegar —habló Pilar a Sara mostrándole con un guiño que estaba fingiendo.
—Te voy a escribir las indicaciones y su número de teléfono… ¡Uy, se me ha manchado la blusa con la tinta! —exclamó con sensual fingimiento Sara desabrochando un par de botones de la blusa gris que llevaba muy ceñida.
Pilar se sorprendió por la rapidez y la indisimulada falta de espontaneidad de la actuación de Sara, solo sabía hacer de puta.
—Voy a por una toallita húmeda a ver si podemos disimularlo un poco —se ofreció Pilar.
Antes de ir al lavabo, abrió el cajón de la mesita y sacó la videocámara, guiñándole un ojo a Sara.
Fausto las observaba con aire aburrido sin mover un solo dedo de la posición en la que se encontraba cuando llegaron.
Tras colocar la cámara en la pila del lavabo de tal forma que enfocaba la cama y conectándola en grabación, volvió  con un paquete de toallitas húmeda y metió la mano por dentro de la blusa de la puta rozando los duros y operados pechos, cosa que no le pasó desapercibida a su marido.
—Caramba, qué hermosos pechos tienes, Sara. Qué envidia.
—Tú no estás nada mal —respondió pasando las manos por su pecho y asomando la lengua entre los labios.
El dolor apareció de pronto en lo más profundo del pubis, su pene se había puesto tan duro que se marcaba en la prieta tela de sus pantalones vaqueros. Se llevó la mano a los genitales intentando no gritar.
Su mujer lo observaba y se excitaba ante la perspectiva. Se mentalizó para besar a Sara, nunca había besado a una mujer; pero tampoco nunca había estado tan caliente. Abrió los labios y metió la lengua en la boca de la puta, que la recibió con fingida gula.
Fausto luchaba contra el dolor y no perder el control de si mismo, su erección se hizo completa y su voluntad se relegó irremediablemente a un segundo plano convirtiéndose en espectador de sus propios genitales.
Pilar había desabrochado la blusa y la cremallera del pantaloncito de Sara. Se había acostado encima de ella rozando su pubis con el de la puta para evitar que pudiera ver lo que le estaba ocurriendo a su marido.
Fausto, de forma mecánica desabrochó el pantalón y se lo bajó hasta las rodillas junto con los calzoncillos que ya aparecían manchados de sangre.
Pilar había metido los dedos en la vagina de la puta, que se había abandonado a su iniciativa.
Fausto ya no se movía, solo había un extraño movimiento en sus genitales que su mujer observaba fascinada.
—Sigue… —jadeó Sara tomándole la mano que se había quedado inmóvil en su sexo.
Pilar le hundió de nuevo la lengua en la boca y prosiguió el masaje en la vagina de. Su sexo estaba completamente anegado, estaba segura de que llegaría al orgasmo sin necesidad de tocarse; el hermano de Fausto la excitaba hasta el paroxismo.
El pubis de su marido se tensó como si una mano invisible tirara del pene; una grieta de piel ensangrentada podía verse a través del vello del pubis.
Con cierto esfuerzo el hermano se desgajó de entre las piernas.
Pilar creyó que iba a perder el sentido llevada por el placer y la hipnosis que le provocaba aquel proceso.
—Te voy a tapar los ojos, Sara. Ya está muy cachondo y te he dicho que es un poco tímido.
—Si… —suspiró la puta con su pelvis en rotación guiada por la mano de su clienta en su coño.
El pene se arrastraba por la cama hacia las mujeres. El único movimiento en el cuerpo de Fausto era el de los globos oculares y en algún momento, una ligera corrección del ángulo de visión con un breve movimiento automático de la cabeza.
Entre las piernas del hombre había un insondable agujero negro por el que salían unos pequeños nervios negros como rizados como raíces.
Pilar había cubierto parte de la cara y los ojos de Sara con la blusa que le había sacado. Se desabrochó la suya, se sacó el sujetador y se bajó la falda beige junto con las braguitas que lucían una gran mancha oscura de humedad.
Se acercó al lavabo para verificar que la cámara siguiera grabando.
Cuando llegó de nuevo, el pene ya estaba cabeceando en la entrada de la vagina de Sara, se acarició el clítoris excitada observando como el gran pene se retorcía y se abría paso en el sexo de la puta.
Sara suspiraba y jadeaba.
—Para ser tan introvertido, lo haces de maravilla —dijo entre risas y gemidos Sara.
Pilar se acercó a ella para lamerle los pezones para evitar que accidentalmente se le cayera la blusa de la cara. El pene ahora se agitaba bruscamente entre sus piernas y Pilar se metió la mano en el sexo para sacarla untada de fluido.
Le metió a la puta los dedos pringados en la boca.
—Mira lo que me haces derramar, estoy empapada Sarita.
Sara estaba próxima al orgasmo, su cuerpo se comenzaba a tensar, Pilar le tomó una mano para que le acariciara el sexo. El hermano ahora se había retirado de la vagina e iba a reptar por el vientre para llegar a la boca. Pilar lo tomó con la mano para que no sospechara nada raro y retirándose a un lado, le dijo a Sara:
—Fausto quiere su mamada, necesita correrse en tu cara y en tus tetas.
Le acercó el pene en los labios y sintió que se moría de placer por un orgasmo que le sobrevino cuando aquella cosa se acomodó en la boca de la puta haciéndole abrir desmesuradamente la boca.
Pilar se retorcía de gusto recordando la extraordinaria sensación de tener esa carne en la boca, del momento de la eyaculación y cuando el semen se le derramó garganta abajo enamorándola.
Sara expulsó mocos por la nariz cuando los testículos se contrajeron y soltaron su carga en su boca, abrió las piernas y comenzó a masajearse bruscamente el clítoris mientras el pene daba sus últimas sacudidas vaciándose de leche.
La puta quedó dormida, exhausta de placer. Pilar se apresuró a quitarle el pene de la boca y lo besó, lo lamió durante un rato.
—Tienes que volver a tu cuerpo, la zorra se va a despertar y es mejor que no sepa nada y si puedes mantener a tu hermano dormido un poco más de tiempo, mejor.
La media melena rubia de Pilar estaba revuelta y ocultaba parcialmente sus intensos ojos miel.
Acercó aquella monstruosidad a las piernas de su marido, tomó la cámara del lavabo y filmó muy de cerca como ambos se acoplaban. El proceso le parecía tremendamente excitante.
Revisó la grabación, extrajo la tarjeta y la guardó en el monedero. La cámara la ocultó en la maleta, se sentó en la silla al lado de Fausto y se encendió un cigarrillo esperando que despertaran los dos.
Fausto salió o fue expulsado por la vagina de su madre hundiendo en la memoria todo lo que ocurrió durante su formación como embrión y feto. En la cuna y sin que su padre se diera cuenta, la madre le daba pequeños golpes llenos de rencor cada vez que evocaba su violación.
Mientras tanto, su hermano el pene, solo existía como un virus, un ente que solo vivía para crear una red neuronal que conectara con el cerebro general.
La puta despertó aturdida, el hombre aún dormía o intentaba recuperar su voluntad y conciencia.
—Te juro que ha sido el mejor polvo de mi vida —le decía desperezándose en la cama a su clienta en voz baja para no despertar al macho—. La próxima vez no te cobro nada. ¿Quieres que vuelva esta noche? A partir de las dos de la madrugada estoy libre.
—Salimos esta tarde hacia Barcelona, otra vez será —respondió Pilar entregándole ciento cincuenta euros.
—Pues anota mi número de móvil y no llames a la agencia para la próxima vez.
Fausto empezaba a removerse inquieto en la cama. Pilar le había cubierto las piernas y los genitales con la sábana.
Las mujeres se despidieron con un beso en el umbral de la puerta de la habitación.
Pilar se apresuró para vestirse y maquillarse en el baño, cuando salió Fausto estaba fumando en pie. Su semblante estaba furioso y confuso.
— ¡Eres una puta cerda! ¿Cómo has podido contratar a una puta? Nuestra hija se está pudriendo en nuestra casa. ¡Sola! ¡Puta zorra! —gritó lanzando un puñetazo a la cara de su esposa.
El golpe no llegó, una rápida erección lo dobló por el estómago. La mujer sonrió satisfecha.
—Voy a comprar algo de comida y bebida, ahora vengo. Y no era una puta, era la secretaria del señor Solovióv. Pero ocurre algo con tus cojones, cariño: nos pone cachondas a las mujeres, sin siquiera verlo. Debe ser hormonal... —mintió cerrando la puerta tras de si.
Fausto se tumbó de nuevo en la cama colapsado por el dolor. Y pensó en amputación, suicidio y asesinar a la “puta de su esposa”.






Iconoclasta

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4 de octubre de 2013

La Parusía, segunda venida

 
Monto los dedos de la mano el uno sobre el otro en un ejercicio de elasticidad, coordinación y habilidad para formar una figura que no sirve para nada; me recuerda una caracola rota y duele un poco. Duele la hostia puta.
A según que edades, no hay que hacer este tipo de ejercicios. No es extraño que los dedos se hayan roto. Los huesos han rasgado la piel, pero no sale sangre; solo un polvo amarillento que se acumula en un montoncito encima de la página del cuaderno donde escribo.
Soy una momia que no debería haber sido expuesta al aire.
Conservo la mano derecha porque aún tengo locura que contar: "Padre, ahora sí te amo. Te perdono mi primer sufrimiento en la cruz. Las humillaciones que me hiciste pasar".
La vida se acaba cuando no queda ya nada que romperse.
Cuando me quito la ropa, en el pantalón hay piel pegada de mis nalgas, una calcomanía macabra que me recuerda que es hora de acostarse cómodamente en un ataúd y esperar que alguien cierre y selle la tapa.
Mirar parte de mi culo pegado en el pantalón es un aviso como el de los dedos frágiles de la izquierda mano.
Me sentaré a la diestra de Dios, y esta vez sonreiré.
Han eclosionado huevos en mi reseco tuétano, oscuras  cucarachitas de nerviosas antenas salen por los extremos de la falanges rotas y se detienen curiosas para examinar las palabras de la degeneración escritas en el papel, para después ocultarse deprisa entre las mangas de mi camisa.
"Si una vez busqué el perdón de los hombres, hoy ejecuto su destrucción desde la más sórdida y mediocre existencia, nadie creerá en nosotros, Padre. ¿Lo hago bien? Bendíceme Dios mío."
Supongo que la piel, la externa (la interior, el alma, es un cuero viejo y duro), tiene algo más de sustancia que la tinta seca que asusta a la humanidad.
Las cucarachas pueden elegir lo que comen como yo elegí: mi Santo Padre me dio a escoger entre redimir de nuevo o castigar e ignorar el dolor. Elegí lo segundo y sonrió.
No me puedo quejar, hubo un tiempo en el que violaba, asesinaba y desmembraba mujeres y niñas. Cuando disfrutas, la vida corre a velocidad super lumínica. Ahora me descompongo para llegar a  Mi Padre sin la humillación de una crucifixión que no sirvió para nada.
En un mundo de idiotas y cobardes me he hecho mi propio y discreto espacio y paraíso (uno aprende de los errores si no es demasiado imbécil).
Si pagas tus impuestos y consigues hacer creer que trabajas hasta el desfallecimiento por unas miserables monedas, puedes follar y asesinar todo lo que quieras y jamás pensarán que eres un predador; o un Jesucristo en su segunda venida.
 Solo hay que ser cuidadoso a la hora de dejar el cadáver, si puede ser, que no lo encuentren. Ni a mí cerca de ellos.
Me he rascado, siento comezón en mi costado izquierdo, cerca del corazón (esas cicatrices son eternas). Se ha levantado la piel de las costillas y la carne. Un trozo de pulmón negro ha salido formando un globito que se hincha y deshincha con cada inspiración y expiración.
Lo cierto es que hay más expiraciones que inspiraciones. Se nota que ya no se airea bien la sangre: una oruga ha salido royendo la ampolla pulmonar en busca de un aire más rico en oxígeno y con menos locura.
Es fácil llamar a esto locura cuando no se entiende la degeneración y la degradación divina.
La oruga se arrastra por mi costado para caer al suelo y con sorprendente agilidad, llega hasta el cadáver de la pequeña Lourdes de ocho años, se arrastra por su pierna izquierda y llega a su sexo impúber y macilento por la muerte de dos días para alojarse en su  raja ensangrentada por la impía dureza de mi falo. Se toma un tiempo de diez minutos para hacerse mariposa y desplegar sus negras alas mojadas, esperando que este aire infecto las pueda secar.
Ha preferido hacerse crisálida en un cadáver apestoso antes que en el cuerpo del Hijo de Dios. Mi Santo Padre tampoco es infalible.
Me levanto y dando una patada al coño infantil, aplasto a la mariposa de la muerte.
No tengo porque sacar el cadáver de aquí antes de que mi Padre me llame de nuevo a su lado. No me gusta el olor de lo podrido aunque sea yo la causa; pero no molesta. Será un muerto testimonio, como todos los de la biblia.
De la fosa izquierda de mi nariz se escurre una  baba rojiza y espumosa que cae en el diario, encima de la frase: "Los he matado con tanto placer, Padre mío, que mi pene incircunciso no descansa de una erección eterna".
Padre me apoya en cada acto de asesinato, en cada descuartizamiento.
Quemé un millón de judíos.
Ojalá hubieran sido aquellos que me apedrearon y me arrastraron hasta el bueno de Pilatos, que los despreciaba.
Lancé trescientos mil niños vivos a los hornos crematorios, yo era un soldado alemán que creía en su trabajo. Y me ascendieron a cabo del servicio médico donde arranqué más de diez mil penes circuncisos.
"Me gustaba especialmente ver a las preñadas judías a través de la pantalla de rayos X, y me fumaba cigarros mirando el feto, pensando en cómo se achicharraba en la barriga de su madre. Te lo debo a ti, Padre Mío. Te doy gracias por esta segunda oportunidad".
Metí cosas en los coños judíos deseando impúdicamente la venganza de aquellos hijos de puta que me asesinaron en Jerusalén.
Y se creían que mi segunda venida sería para dar nuevas esperanzas...
Idiotas.
Mi parusía ocurrió hace más de cien años, nadie lo supo. Mi Padre me dijo: Esta vez no sufrirás, gozarás, Hijo Mío. No hay que redimir, hay que castigar.
Nací en el seno de una mediocre e ignorante familia, y muy pronto, al cumplir los catorce, violé a mi madre con el pene de mi padre; se lo seccioné limpiamente mientras dormía y como hiciera dos mil años atrás, le di paz espiritual a mamá y la penetré con el pequeño pene mientras le hacía una gran herida en su seno izquierdo para arrancarle el corazón y ahogar a su marido con él.
Yo no la follé, me daban asco sus negros muslos ennegrecidos en las grasientas ingles. Su raja estaba casi siempre abierta por el peso de una barriga repugnante.
Disfruté más masacrando a mis padres que convirtiendo el agua en vino o caminando por encima del mar.
Durante decenas de años he matado todos los seres que he podido, viviendo en la oscuridad, en la ignorancia de la humanidad. No he sido líder, solo una bestia que acecha y mata.
Matar niños es la burla, venganza y escarmiento por aquella estupidez que una vez mi Padre me hizo decir: Dejad que los niños se acerquen a mí.
"Santifiqué su muerte hundiendo los dedos en su sexo virgen y pinté la cruz en sus pechos apenas desarrollados con la sangre de su virgo roto. Luego le abrí la garganta con mis dientes. Llené un cáliz bendecido con su sangre, con su vida".
Yo he dicho ya cientos y cientos de veces: Dejad que raje a vuestros hijos y después os quemaré vivos a los padres.
Ahora muero ya agotado, cien años y pico son demasiados, incluso para Jesucristo resucitado.
Mis apóstoles son las ratas que alimento en el sótano de la casa. Les lanzo pequeños trozos de carne de pecadores para que coman, para que aprecien el amargo sabor de la humanidad.
Me acerco hasta el coño de la niña. Es sexo sin vello, me pregunto si a su edad pensaba que un día su vagina se tornaría peluda, que tendría tetas. Seguramente estaba a punto de pensar en esas cosas.
Le arranqué los ojos con un cuchillo sucio y mal afilado de cocina, no sé si gritaba por el dolor o por la violación, estaba demasiado ocupado derramando mi semen sagrado en ella.
Aparto a la mariposa que se debate en agonía medio aplastada entre sus pocos desarrollados labios mayores y metiendo el dedo en la llaga de mi costado para mortificarme, la lamo.
El sabor de la orina no es peor que el vinagre en los labios cuando estás muriendo en la Cruz.
Me sangra la lengua, está a punto de caer. Mi Padre no deja que mi degeneración física duela demasiado, solo un poco; pero no puede controlar la ponzoña que he acumulado a lo largo de estos años en mi mente prodigiosa y ejecutora de los más letales milagros.
Escribo: "La pequeña Lourdes es mi última víctima y la ofrezco en sacrificio a Dios, mi Padre. Me siento bañado por el Espíritu Santo. Me ha pedido cientos de veces en su cautiverio,que no  le hiciera daño. He llorado con ella, porque he sentido su horror en mi propia carne".
Cierro el cuaderno con toda mi vida detallada, para que la humanidad  sepa que se llevó a cabo la Segunda Venida. Y que el anticristo era solo un cuento de las mentes drogadas de mis apóstoles ignorantes.
A los ignorantes los has de alimentar con mentiras para que funcionen como quieres.
Morticia, la rata más vieja y gorda (está conmigo desde mi adolescencia) muerde el dedo pulgar de mi pie derecho porque ya está muerto. No me molesta, además, pretendo dejar un cuerpo completamente abominable para que se joda la humanidad entera.
Una luz blanca inunda esta casa en ruinas de suelo sucio y mugriento. Los rostros de tantos seres que he asesinado lloran en un sufrimiento eterno: reviven su tortura y muerte eternamente.
Mi Padre sabe ser impactante.
Morticia se lleva mi uña a lo oscuro y se la come sentada sobre sus patas traseras, observando como la luz me lleva al trono de la diestra de Dios Todopoderoso. Observando atentamente como mis brazos y piernas se desgajan como ramas podridas de mi tronco.
Había anotado en el cuaderno, escribiendo sobre la baba rojiza que se desliza de mi nariz corrupta: "Volveré si Mi Padre lo pide, y cuando me lleve por tercera vez a su diestra en el Cielo, os arrastraré a todos al infierno, judíos y hombres de mierda."
El cardenal Juan Bautista, recogerá mi diario por un mandato de Dios y será incluido en la biblia como el libro llamado Verdadero Testamento, a continuación del Nuevo.
El cuerpo de Lourdes será embalsamado y ocupará un lugar preferente en el Vaticano, para que todos sepan que se cumplió la parusía y que el apocalipsis solo era una colección de postales infantiles comparadas con lo que Yo Jesucristo , he ejecutado en el nombre de Dios Padre, del Espíritu Santo y de Mí Mismo en un misterio  que no es tal.
Soy libre, soy Dios y soy Espíritu. Me llevo la sangre de la humanidad como un sabor dulce en el paladar y en el alma.
No sé si volveré de nuevo; pero no lo deseéis jamás.
Una última anotación, antes de que se desprenda mi mano derecha:
"Ego no os absolveré jamás, jamás existió el perdón, judíos".




Iconoclasta

2 de octubre de 2013

El hijo de un violador (5)


5
 Pilar conducía el ya viejo Renault Megan tranquila y segura, mientras Fausto divagaba perdido en sus pensamientos con la cabeza apoyada en la ventanilla, intentando combatir ideas y recuerdos que literalmente le llegaba ahora desde los cojones con un cosquilleo molesto.
Antes de salir de la ciudad, Pilar sacó dinero de un cajero automático.
Pronto se encontraron en la autopista conduciendo a una moderada velocidad. A las doce de la noche, se encontraban a trescientos kilómetros de Barcelona, en la provincia de Zaragoza.
Estacionaron en un autoservicio de la autopista y compraron un teléfono móvil de prepago y algo de cenar
—También quiero una tarjeta de memoria SD de ocho gigas —le pidió al cajero del autoservicio mirando por el cristal del aparador el auto.
Fausto no había bajado del coche.
Antes de apagar  y extraer las tarjetas sim de su teléfono y el de Fausto, llamó a sus padres y a sus suegros avisándoles de que saldrían de fin de semana esa misma noche hacia el Pirineo, porque habían tomado el viernes como día de asuntos propios. Así evitaría llamadas inoportunas o extrañeza cuando no respondieran al teléfono, por lo menos hasta el domingo.
Pilar se sentía fuerte, optimista y segura de sí misma. Sabía lo que tenía que hacer, no tenía miedo. La muerte de su hija apenas le afectaba en esos momentos. Tenía claras las prioridades: amaba al hermano de Fausto y no deseaba ir a la cárcel. Tenía planes inmediatos y una nueva vida que preparar.
Se detuvieron en la localidad de Alfajarín, a unos veinte kilómetros de Zaragoza, para pasar la noche y parte del día descansando en una pequeña fonda que les indicó el dependiente de una gasolinera a la entrada del pueblo. Era la una de la madrugada y Fausto se había convertido durante el trayecto en el auto en un ser depresivo, en un muñeco desmadejado que apenas tenía voluntad más que para dormir. Los ojos de Pilar estaban radiantes de energía y su entrepierna tan mojada que calaba el pantalón vaquero, Hubiera deseado seguir conduciendo toda la noche, todo el día, toda la vida…
Al entrar en la habitación, Pilar le hizo tomar un par de analgésicos a Fausto a falta de otra cosa que lo serenara más. Se quedó dormido de nuevo en posición fetal ocupando un pequeño espacio de la cama. Pilar se duchó y con un albornoz se sentó en la butaca al lado de la cama con su bolso en el regazo. En una libreta anotó datos de la agenda. Fumó un par de cigarrillos viendo la televisión sin volumen. Sudaba evitando la tentación de excitar el pene de Fausto y disfrutar otra sesión de sexo; pero no creía que fuera buena idea, tenía que descansar, al fin y al cabo, de su marido se alimentaba su hermano.
Fausto se despertó  hacia las nueve de la mañana, hacía mejor cara.
—No veo un final a esto, Pilar, no sé como seguirá el día. No consigo imaginar nada. Solo sé que Mari está muerta. Nos buscarán, nos deben estar buscando ya.
—No descubrirán nada hasta que algún vecino llame a la policía o tus padres o los míos denuncien que no nos pueden encontrar. Aún tenemos tiempo, no te preocupes. Vete a duchar cariño.
— ¿Me lo dices a mí o mi polla eso de “cariño”?
Pilar hizo una mueca de disgusto y observó con desprecio a su marido cuando se dirigía con lentitud de cansancio hacia el baño.
Cuando escuchó el agua de la ducha, tomó el teléfono y marcó un número que había anotado en la libreta.
— ¿Señor Volodia Solovióv? —preguntó cuando respondieron.
— Habla con su secretaria. ¿Con quién tengo el gusto?
—Pilar Abad, de la Oficina del Registro Intelectual.
—Le paso con el  señor Solovióv. Buenos días, señora Abad.
—Dígame señora Abad —era una voz con un fuerte acento ruso, ya familiar para ella, en la oficina del registro intelectual había tratado varias veces con él.
—Supongo que se acuerda de mí, y me he tomado la libertad para llamarle por un asunto personal que podría ser de interés para usted.
—Adelante.
—Tengo algo que revolucionará el mercado de la pornografía. Y créame que sé lo que digo, he visto sus producciones de revistas y videos y son de una gran calidad, pero no se diferencian gran cosa del  resto de las demás obras.
— ¿Y qué puede ser tan novedoso en este mundo que ya se ha filmado todo?
—Prefiero no avanzarle nada. Si me da una dirección de correo suya particular, una que solo usted revise, le enviaré una pequeña muestra de lo que le hablo. Para avanzarle algo, le diré que no hay efectos especiales en la cinta, por mucho que no lo pueda creer. Y si al fin le llama la atención, le puedo hacer una demostración en vivo para que lo vea.
—Confío en que sabrá sorprenderme. Dado su trabajo, creo que es una buena crítica para juzgar sobre la originalidad de las creaciones; pero recuerde, la pornografía es un mundo sórdido y sin glamur.
—No se preocupe, señor Solovióv, yo me encargaré de mi propio glamur si hacemos negocio.
Volodia le dictó dos veces la dirección de correo electrónica y se despidieron hasta una nueva llamada telefónica. El ruso se encendió un cigarro pensando que nada le podría sorprender a estas alturas y que seguramente, todo quedaría en  alguna escena amateur con alguna violación mal detallada como tantas le enviaban. Aún así, confiaba en la rubia Pilar Abad. Si ella iba a protagonizar ese video, seguro que con su cuerpo iba a tener bastante interés la “novedad”.
Pilar se sintió satisfecha tras la conversación, sacó de la mochila una videocámara, colocó la tarjeta de memoria que había comprado y la guardó en el cajón de su mesita de noche. También marcó un número de teléfono de un servicio de putas a domicilio y empresas, que según el folleto que se encontraba en el mismo cajón, hacía servicios todo el día; les dio rápidamente instrucciones precisas y colgó.
—Mari se está pudriendo sola en casa, es nuestra hija y hemos huido como ratas —dijo Fausto al salir del baño desnudo y mojado.
Su semblante parecía más decidido, no había ya ese decaimiento en su mirada, ahora era un asomo de ira.
Pilar observó su oscura barba de tres días, estaba delgado aunque había un marcado tono muscular en sus brazos y piernas. Su cabello castaño era abundante y ahora le caía lacio por el agua que aún goteaba. En su rostro redondeado destacaba una nariz aguileña que hacía feo su perfil. Le parecía en ese momento, el de un extraño.
Su pene era distinto, más grueso y más largo. Los testículos parecían inflamados, y seguramente plenos de ese delicioso semen que descargó en su cuerpo dos veces ayer. Se excitó ante el reciente recuerdo y la vagina se le inundó de flujo.
Aún así, sus ojos oscuros se empaparon en lágrimas ante el reproche.
— ¿Y qué querías hacer? ¿Cómo explicar lo que ocurrió? Hubieras acabado en la cárcel. Y aunque demostraras lo que te ocurre, ¿puedes imaginar qué vida nos esperaría? —respondió llorando.
—Te has encoñado con mi polla, te ha drogado con sus babas, con su semen.
—Es tu hermano, lo sé todo.
—Es asqueroso. Me lo arrancaré y lo partiré en pedazos. No voy a vivir con ésto toda la vida —gritó aferrando y sacudiendo el pene ante ella.
—Él te oye, no es una cosa. No tienes derecho a hablar así. Ha vivido a tu sombra toda la vida.
—Me parasitó como una solitaria.
—Tú te llevaste todos los nutrientes, no le diste oportunidad.
—Resulta que soy el malvado… Estás loca. Esto es solo un error, una mutación. Los restos tarados de un violador tarado que preñó a mi madre.
Pilar le lanzó una mirada hostil y Fausto comprendió que su esposa estaba profundamente turbada por su “hermano”. Cuanto más atacara y menospreciara su polla, más odio le tendría. Y sintió asco por  ella y su amante.
Bajaron a desayunar al pequeño comedor restaurant, eran los únicos clientes.
Estuvieron en silencio hasta que la dueña de la fonda les tomó nota del pedido y les trajo la comida rápidamente.
—Tenemos que explicar lo sucedido. Nos pondremos en contacto con la policía por teléfono y volveremos a Barcelona de nuevo para aclararlo todo.
—Nadie te creerá. Y yo también me pasaré una temporada encerrada por ser tu cómplice. Yo no voy a acabar así.
—Pilar… No tenemos dinero, no tenemos medios para subsistir más de una semana y dentro de pocas horas nos buscará la policía.
—Me he puesto en contacto con una persona que conozco para que nos aloje en su casa durante unos días, hasta que sepamos cómo actuar. No te precipites, tenemos que hablar con un buen abogado, y ésta persona, nos pondrá en contacto con él.
— ¿Y quién es esa persona que nos va a ayudar?
—Es un importante editor al que ayudé con unos derechos de autor. Le hice un buen favor y pudo editar antes que sus competidores una exclusiva literaria —le mintió Pilar—. Dentro de un rato, aproximadamente a las doce, llegará su secretaria para darnos instrucciones de cómo llegar a su casa.
— ¿De verdad no te sientes una mierda por la muerte de nuestra hija? Eres tan fría que ni te conozco.
Pilar no le hizo caso y siguió comiendo los huevos fritos con chorizo que había pedido.
Fausto se encendió un cigarro mientras sorbía el café.
—Está prohibido fumar —le dijo su mujer.
Él se encogió de hombros y siguió fumando.
Se encontraban viendo en silencio un programa de televisión cuando sonó el móvil. Pilar contestó rápidamente.
— ¿Señora Abad? Soy Sara, de la agencia de acompañantes. Ya me encuentro en el centro del pueblo, en las mesas exteriores del bar La Maña de la Plaza Mayor. Soy morena de melena larga y short vaquero con medias de raya negras.
—Estaré allí en media hora.
—No hay prisa, el tiempo ya ha empezado a contar.
Pilar se apresuró a salir de la habitación y a la salida le preguntó a la dueña de la fonda sobre cómo llegar a la plaza mayor del pueblo y si había algún cajero automático.
—Podría ir a pie, está a diez minutos de aquí. En coche tardará más para estacionarlo —le explicó rápida y brevemente como llegar—. Y en la misma plaza hay un par de sucursales bancarias.
En quince minutos ya se encontraba en la plaza mayor, dirigiéndose al cajero para retirar dinero. En el centro de la plaza había una pequeña feria de vendedores de miel y productos naturistas. Tuvo que dar media vuelta a la plaza para poder ver a la puta que la esperaba. Había bastante gente y bullicio.
—Hola Sara. Soy Pilar Abad —se presentó.
Ambas mujeres se saludaron con un par de besos en las mejillas.
Ambas se volvieron a sentar, Pilar encargó un vermut sin alcohol para acompañar a Sara que bebía una jarra de cerveza.
— Somos un matrimonio liberal y buscamos hacer tríos. Tú y yo pondremos cachondo a mi marido tocándonos y luego él se unirá a nosotras; pero es un tanto fetichista. Quiero que asumas el papel de secretaria, que entres conmigo como si despacharas algún asunto con unos clientes. Él hará ver que duerme, así que será pasivo y luego te vendaré los ojos, tú lo harás todo con él y conmigo, te ayudaré.
—Me parece bien. Es mejor que aguantar las bofetadas de algunos cerdos que andan por aquí y se piensan que por pagar tienen derecho a llevarse también un trozo de mí.
Acabaron sus bebidas y camino al coche Pilar entró en una papelería para comprar una libreta y un bolígrafo para que la puta los llevara en la mano al entrar en la habitación.







Iconoclasta

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