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16 de octubre de 2012

La confusión




La confusión es un arrebato. Es el preámbulo de algún fin.
Una cortina de humo que crean algunos para no enfrentarse a la verdad.
No hay detalles anodinos, no hay azar. Follar no es una cuestión aleatoria, es una decisión. Cuando el amante folla con un extraño, no es accidente, no es un tropiezo.
Crean su propia indecisión como una esperanza: “No es así, son casualidades; no puede ser… Debo estar deprimido. Me ama y amo”.
Es un velo que apenas puede ocultar un fin doloroso.
Los amores siempre duelen al romperse; aunque ya no se les pueda llamar amor.
Duele el tiempo que se ha dedicado a amar, todo ese esfuerzo... Los sueños compartidos que apenas han conseguido materializarse.
Bastan cinco segundos (¿o son minutos? el tiempo es extraño, demasiado  largo) para adquirir la certeza de que la confusión es solo la agonía del amor.
Para algunos basta entonces una milésima de segundo para entender certeramente cada gesto, cada palabra que queda retenida entre los labios. Y todo es tan claro que la verdad se convierte en descanso. El fin de la agonía.
Entierran todo ese confuso amor en algún rincón de la cabeza para evitar la vergüenza del fracaso y el tiempo perdido. Si hay valentía, porque no es habitual abandonar lo que un día se amó antes de que el pensamiento se haya convertido en una masa ingente de porquería. Pero para esto hay que nacer.
Los confusos llegan a morir sin querer ver la realidad.
El cuerpo les responde con sueño (¿depresión lo llaman?) porque es la forma de anestesiar la frustración. El sueño nos esconde de la desoladora certeza, confunde la realidad: el engaño, el error, el hastío. Es mejor soñar para el cobarde; porque es huida, un escape, una droga que da paz. Se puede afirmar sin temor a equivocarse, que cuando el amante siente tremendos deseos de dormir, es porque está perdido en su cobardía, en su pretendida “confusión”.
A la larga el sueño cura; pero es vida malgastada. Es mejor puro caballo en vena, por lo menos la vida acaba dulcemente dejando una piel marchita y tóxica. Es más digno que una piel triste y sin tono.
Tras la confusión, si el  cobarde sobrevive, llega la verdad y con ella el insomnio.
Es mejor cargarse de café y tabaco y pasar toda la gama de vergüenzas y desengaños lo antes posible. Cosa que el confuso no hará jamás. Llorará y rezará porque no sea verdad lo que está ocurriendo a su alrededor y dentro de él.
La verdad nunca debe pronunciarse porque es increíble, nadie desea aceptarla aunque la haya exigido.
Decir la verdad, pronunciarla en voz alta es un desgaste que no conduce a nada, porque el mal está hecho.
Sin embargo, es inevitable herir y herirse.
Insisten en sentirse confusos, en el auto engaño.
“Son cosas por las que hay que pasar si se decide vivir con pasión”. Y una mierda, es un pensamiento de consuelo idiota.
Deberían estar anatemizadas las fotos felices. O se deberían hacer fotos en los momentos más tristes para no engañarse cuando el tiempo pasa. Mantener vivas la vergüenza y la derrota.
Tendemos a idealizar los recuerdos y no es bueno. Hay que enterrar las ilusiones erróneas con paletadas de verdad.
Si amar es difícil, desamar es un canto a la desesperación.
Y la experiencia solo ayuda cuando insensibiliza.
La muerte es una buena opción cuando la confusión dura más tiempo del recomendable. El suicidio o el asesinato son un fin justo para los confusos: los cobardes.
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Las estrellas parpadean, desaparecen y en su lugar brilla otra con nueva intensidad y tonalidad. Tal vez sean las nubes que se desplazan. Jirones de nubes y gases venenosos en el espacio.
El cielo es caótico a sus ojos.
Se lleva la mano al cuello porque le duele. Mirar el firmamento nocturno aporta analgesia. Le calma a pesar de todo.
No sabe de estrellas, para él se agrupan de forma caótica. Tras un rato de observar la aglutinación de astros, llega a la conclusión de que el universo y él tienen algo en común: la confusión.
Son confusas las estrellas como confuso lo es su pensamiento. Cada estrella es un átomo, un detalle. Y cada una de sus emociones y recuerdos también son átomos de esperanza, amor, fracaso y dolor. Millonésimas partes de un todo que no se deja visualizar completamente.
Quisiera cerrar los ojos y dormir, descansar de tanta confusión. Tanta incertidumbre. Tiene sueño y el cuello palpita con un dolor sordo.
Podría mirar hacia adentro y observar todo el conjunto en lugar de tomar detalles sueltos; pero prefiere seguir confundido, no quiere certezas. Mientras hay confusión hay esperanza.
Mientras hay sangre el corazón bombea y mientras hay oxígeno, los astronautas respiran en su nave rumbo a ninguna parte, a cualquier punto de ese piojoso y caótico universo.
Él no se mueve, no avanza está confuso y atado a ese caos de su mente.
Dicen que hay que ver las estrellas a una buena distancia. Hay galaxias de una belleza inhumana que si se observan demasiado lejos no son más que un cúmulo de puntos. Si se ve demasiado cerca, ves piedras; pero a la distancia adecuada, puede ser un Ojo de Dios o la cabeza de Pegaso.
Él no es el cielo y tiene el cuello dolorido. El firmamento no siente dolor, no está enfermo ni sangra. Solo es colosal y tal vez su propia medida lo haga sentirse comprimido, demasiado lleno. Demasiadas estrellas…
Es natural, ser poderoso no es todo ventajas y felicidad.
A él le bastaría mirarse en un simple espejo y podría observar lo que fue, lo que es y lo que será. Si tuviera valor de hacerlo.
El cielo es confuso por su naturaleza infinita. Y no es que sea confusión, es simplemente que ni el mismo universo puede abarcarse a si mismo.
Él está confuso por miedo, como muchos de los que están enamorados de alguien que ya no les corresponde.
El cielo y él no se parecen en nada. No se puede aplicar cobardía al firmamento y él es cobarde de un modo patológico. Ni siquiera es complicado, es un hombre vulgar con sus dos brazos, dos piernas y una cabeza.
Un detalle fuera de lugar no es confusión. Una sonrisa que nada tiene que ver con él, un llanto fuera de lugar, largos silencios, penas inexplicables. El olor de una colonia extraña en su piel. Eso no es confusión, son certezas.
Apesta ese amor, no debería haber dudas.
Es hora de abandonar el barco, es hora de afrontar lo inevitable.
Le falta valor para reconocer que el amor es un polluelo que se muere de frío y hambre abandonado por dos en un nido de espinas.
Ella es valiente y no permite que haya confusión; está cansada de su esperanza sin sentido. Le cuenta la verdad cientos de veces: ya no lo quiere, hace tiempo que no lo soporta.
Él responde que se puede arreglar, que no todo está perdido. Insiste en sentirse confuso: si folló con otro, es porque algo no hizo bien. El cobarde asume culpas para no quedarse solo, no tiene dignidad. No quiere reconocer que ya no es amado.
Busca razones y formas de arreglar el desgarro; pero ahora mira cobarde al cielo nocturno buscando un compañero de frustración y soledad.
Sangra y está confundido…
Ni tan siquiera el profundo corte del cuello, le arranca de su cobardía.
La cortina de humo que es la pretendida confusión no se deshace en jirones como el humo. Hay que cortarla y ella es más valiente que él. No solo dejó de quererlo, ahora siente aburrimiento de estar cerca de su cuerpo, sin rozarlo.
No puede soportar más esa vacilación cobarde, y tras haberle dado un gran tajo en el lado izquierdo del cuello, ha tirado el cuchillo al suelo. Cierra la puerta del salón porque no quiere escucharlo más. Él camina tambaleándose por el jardín para desangrarse de su confusión en la hamaca mirando al cielo.
Y envía un mensaje a quien ama de verdad: te extraño, te necesito ya. Espera unos segundos casi con impaciencia, acunando el teléfono en sus manos como si fuera un amuleto de amor. Su hombre, el que ama, le responde que la espera. Que se encontrarán en unos minutos.
La confusión y el cobarde morirán en el jardín, no le importa el cadáver, no importa si un día lo amó. Solo mantiene el teléfono en sus manos esperando que su amor le envíe un mensaje.
Ha sido clara y directa y cuando las palabras no bastan, hay que matar.
Él siente frío por la ausencia de sangre y porque a la hora de morir la verdad se extiende como una sábana al sol de un fulguroso blanco. Un blanco frío como el hielo.
Ella sale de casa sin un solo asomo de dudas para encontrarse con quien ama. El pasaporte y la maleta son sólidos en sus manos: certezas, verdades y realidades. No hay confusión.
Solo queda un cobarde amortajado por la verdad en el jardín.







Iconoclasta

12 de octubre de 2012

Lástima...




Lástima que el silencio es tan profundo y la muerte tan callada, porque desde ahí te insulto.
No me bastan las cuerdas para reventarlas en tu cara y que un escupitajo vuele hacia el centro de tu frente escurriendo sobre tus ojos la muestra de podredumbre que me nace para ti.
Desde el rincón de la inexistencia mi oscuridad se hará sonido y que la mancha sepia de las sombras haga estallar tus tímpanos. Recitaré el parto que me expulsó como maleficio por  el reconocimiento de la insana sangre que me circula en las venas.
Nada más impotente que ver la vida fétida circulando bajo mi carne. El saber de una infección sin remedio es la condena absurda que me coloca un pie entre las nubes y el otro, tembloroso, en la última baldosa del edificio más alto de la mala suerte.
En llantos deberías agradecer que los muertos son mudos y no tienen gestos o simplemente desaparecen. Tienes tantos “silenciosos” que te aullarían su dolor constantemente para que no olvides las penas que les provocaste en vida, cuando la voz de ellos no era más que letras temblorosas de melancolía y sollozos guardados para no lastimarte.
Yo también me llevaré el dolor y el asco, pero mis letras resonarán en tu cabeza mientras se clavan a tu carne, desde el día que las recorras. Sé que llegarán a ti. Jugamos sucio ¿no?, eso es parte de la herencia. Matamos en silencio, desollamos bajo la hipocresía, condenamos sin lágrimas mientras la sonrisa se retuerce de gozo y las manos escurren de sangre goteando venganza.
Cuando me vaya, posiblemente acudirás a mi entierro, posiblemente no. Quizás mueras primero, tienes más probabilidades. Y si es así, correré con la suerte de verte descender entre la tierra sin un aplauso de dignidad. Entonces entrarás al mundo del silencio, donde los muertos mudos sonríen al ver tu miedo y tu caída sin descanso. Un funeral de sombras sin caras, dándote la espalda… De eso me encargo.
¿Recuerdas cuando mis hijos pedían mis brazos y atropellaste mis manos?
¿Olvidas a la abuela que pedía un abrazo y  luego amaneció fracturada? ¿Y el día que agonizó entre tu burla? ¿Se te ha olvidado?
¿Tu memoria retiene el día que mi padre se fue hambriento de tu casa y descalzo en mi puerta aún pronunciaba tu nombre?
Los viejos ya no están y yo estoy a punto de partir, me esperan. Al fin…
El buzón de tu casa está vacío, como tu cuarto, tu baño, tu sala, tu mundo, tu carne. Es tu lugar un momento prolongado más callado que la muerte, más sin nada.
Que la suerte me llegue a tiempo para verte morir primero y verte en el frío oscuro para decirte que es una lástima lo profundo del silencio. Y trataré de alargar mis orejas en un sínico gesto:
¿Qué dices? No te escucho. ¿Cómo?
Y sonreiré al final desde mi callada muerte para abrazar a la abuela, alimentar y besar a mi padre, caminar juntos esperando a mis hijos y a mi Pablo y a mi gente y a mi gata…
Solo queda drenar esta mierda líquida que bombea una víscera deforme, adolorida y cansada. Toda mi carne es una náusea agotada y sofocada que pide con urgencia vaciar el veneno.
Estamos vivas y los sonidos son cortos y finitos, la vida es bullicio y estridencia.
Lástima que la muerte sea tan callada.
No importa, igual te escupiré.

Aragggón
121020120937

9 de octubre de 2012

Una madre que despellejar



Soy un hombre rencoroso y descontento con el mundo. Tengo una angustia interior que crea una presión espantosa y necesito liberarla.
Aún me asiste el control y el cinismo para reír y parecer cortés en lugar de vomitar mi hígado podrido sobre la faz de la humanidad.
Necesito un solo motivo, tener la suerte que algunos tienen para hacer pedazos a alguien con la total satisfacción de haber cometido una buena obra. Es mentira, me da igual que sea una buena o mala acción. Solo quiero denigrar y destruir a alguien, a ser posible, lo que personifique lo más sagrado.
Una mala madre me hubiera servido de entrenador para desfogar toda esta ira.
Quiero una madre como esa, como “eso”.
Esa madre repugnante que hirió con un cuchillo a su propia madre loca.
Madre lo es una rata, no es algo tan divino la maternidad. Que no se crean algunas que por haber rasgado su coño para parir, son santas.
Yo hubiera querido una madre como esa para tener a alguien cercano a quien escupir y sentirme mejor.
Esta ira que me pudre en vida busca un motivo…
“¿Sudas maltratando a tu madre, mamá?”. Le diría arrancando mis profundos mocos de la garganta.
Daría lo que fuera por haber tenido una madre como esa que dice: “Aguanta. Es tu marido y el padre de tus hijos”, cuando llega la hija con la cara reventada a puñetazos y la sangre de su coño violado y reventado bajando por las piernas como dos ríos indecentes.
Necesitaría eso, un motivo para bajarle las bragas y destrozarle las nalgas con el cinturón, hasta que le sangrara el culo como mana la sangre de la nariz partida y el coño forzado de su hija.
No he tenido suerte, no tengo una madre así, que junto con su otra hija, hagan pasar hambre y necesidad a mi padre. Que le roben todo porque él es más viejo e indefenso.
Yo quiero una madre puta así, a la que poder pegar todas las palizas que me apetezca y cuando me apetezca. Dar rienda suelta a toda esta violencia que tengo reprimida. Yo no quiero una madre buena; quiero una rata como esa.
Mi ira es un cáncer que me amarga la vida.
Ojalá mi madre lo hiciera: follarse al hombre que ha violado y maltratado a su hija. Quisiera encontrarla mamándole la polla al hijoputa y con una vara fina arrancarle la piel de la espalda mientras se bebe el semen de ese cabrón.
“Madre puta… La cerda del vecino también ha parido, no eres para tanto”.
Quisiera una madre que no me deja libertad para follar con quien quiero y meterle mis condones usados en la boca mientras come su mierda de sopa.
Quiero una puta madre como esa que miente diciendo que su hija maltrata a sus nietos. Miente para arrebatárselos y criarlos con el puerco que violó y maltrató a su hija. El mismo que le mete esa polla pequeña en su vagina estéril y fría.
Yo quiero una madre así a la que poder hacer rodar a patadas hasta romperle todos los huesos, porque tengo tanta ira en mi sangre, que necesito cometer actos de crueldad que ni siquiera están legislados.
Ojalá mi madre mintiera, me despreciara y diera cobijo a mi asesino. La mataría a golpes, la escupiría, me orinaría en sus ubres secas y viejas.
Y saldría a la calle más tranquilo y desahogado.
Si mi madre fuera como esa, cuando muriera celebraría un fastuoso festín y su foto quemaría en una tarta de cumple-muerte.
No he tenido suerte, no puedo desahogarme.
Solo me queda soñar con una madre como esa, a la que darle una bofetada cuando les arrebata los juguetes a sus nietos para que no puedan jugar, porque es su capricho.
No soy un hombre con suerte, y tengo que tragar toda mi hostilidad en sorbos amargos día a día, sin encontrar a una mala persona a la que destrozar.
Y así, sufro de envidia cuando hay gente que disfruta de tener una madre cerda, a la que un día ir a visitar para arrancarle la piel a tiras.
Un sparring que me ayude a desfogar esta hostilidad y que me dé algo de paz en vida.
Envidio tanto a quien tiene una madre así…
Mierda.







Iconoclasta

26 de septiembre de 2012

Mirarse uno mismo



Es un cuerpo grande y fofo, parece mentira que en algún momento alguna mujer quisiera estar con “eso” a su lado.
Hace apenas un segundo que ha muerto y el cadáver conserva su color y su temperatura, incluso el  tono muscular debido a la tremenda tensión de una muerte por fallo respiratorio, una apnea no superada.
Algo que sabía que ocurriría tarde o temprano, no por producto de un arte adivinatorio, sino por simple experiencia. Llevaba mucho tiempo despertando en plena noche por falta de aire. Boqueando, con el corazón acelerado.
Los cadáveres jamás se confunden con una persona durmiendo, pesan demasiado aunque haga unos milisegundos que están muertos, se comprimen a si mismos por su propio peso. Los abdominales ceden, se quedan átonos y  aflora una infecta barriga en los torsos más atléticos. Hay curvas de la felicidad y hay curvas de la muerte.
La muerte es un embarazo no deseado o alguna broma de mal gusto.
Los muertos ponen los pelos de punta. No sé si debe a un olor o a al silencio del pensamiento, es algo escandaloso cuando una cabeza no piensa.
El cadáver es como el reflejo de uno mismo en el espejo, cuanto más lo miras, más lo desconoces, más feo es.
Es extraño. Pensé que morir sería menos humillante y más aburrido. Es una puta mierda en bote morir. Es una cochinada quedarse aquí flotando ante tu cadáver sin que nadie te lleve a algún lado. Tantos años de experiencia y cuando llega el momento decisivo, no sabes qué coño hacer más que sentir cierta vergüenza de los kilos de carne que han quedado ahí tirados.
Ella duerme, no se ha dado cuenta de que el cuerpo está muerto.
Ojalá pudiera avisarla antes de que despierte por el frío que desprenderá dentro de poco mi cadáver.
No me siento muerto, solo me siento inútil, inválido. Soy una niebla que no se mueve, ni tiene visión periférica.
De mi esposa solo veo el hombro izquierdo y un poco de su cabello. Cuando se mueve, alcanzo a ver la oreja.
Hay quien se merece despertar con un muerto al lado; pero ella no, no es una buena forma de empezar el día o interrumpir la noche. Es una cabronada.
Si lo hubiera imaginado, me habría salido a dormir al jardín. Odio que sufra, la amo aún muerto. Cosa que sabía que ocurriría; cuando digo que amo, ni la muerte me puede detener.
Ver el propio cadáver no tiene gracia alguna. Es ver carne decadente, músculos sin lustre por muy joven que mueras, carne por peso... Si tuviera estómago vomitaría.
Y te preguntas como ha sido posible vivir todo ese tiempo (minutos o años) encerrado en esos kilos de carne.
Hace un parpadeo he creído que me estallaban los ojos y me he encontrado aquí flotando, escupido como una flema. El segundero aún no se ha movido, está a medio camino entre el minuto doce y trece. Hace horas que son las tres y dieciocho de la madrugada.
Ahora sí que estoy jodido, porque no sé como coño me voy a suicidar, soy cortina, soy cama, soy aire y soy los dígitos del reloj. No puedo dañarme con nada. O eso creo.
¿Y cuándo podré quitar la mirada de mi cuerpo muerto? Me da vergüenza ver lo que era. Ojalá no hubiera tenido esa costumbre de dormir desnudo. Que alguien me vea en ese estado no me molesta, me molesta ser yo quien lo contemple.
Cuando el corazón bombea hay un mejor color de la piel y la carne se mantiene firme, eso está claro. Son detalles en los que uno no piensa cuando sopesa la muerte.
Y los detalles son importantes para tener cierta dignidad.
Me doy cuenta de que la carne es demasiado débil. El cadáver, lo único palpable que queda de mí jamás sobrevivirá al paso del tiempo. Y por lo que ahora veo, ser un alma es lo mismo que un espectador en un cine. Nada más. Cuando eres energía, dejas de causar modificaciones en el entorno. Lo noto, soy todo y no soy nada, solo soy un pensamiento transparente.
No jodas que ahora me espera una eternidad así…
¿Tendré que esperar mucho tiempo aquí ingrávido e inmóvil? No quiero ver como mi esposa se despierta, no quiero ver todo ese drama.
Me disgusta la nariz, la forma en la que se ha deformado al hincharse.
¿Yo no era de perfil rectilíneo?
Yo no tenía ningún valor como carne, no era atractivo, no decoraba.
No tenía apenas importancia.
Ahora se hace tremendamente obvio. Sin alma, no existe ningún tipo de atractivo.
No entiendo porque me empeñé en luchar y vivir.
Desde esta perspectiva solo sé que me he equivocado, no debería haber vivido tanto tiempo, el suicidio fue la mejor opción a los veinte años.
Qué mierda… Estuve a punto de tragarme aquel montón de anfetas...
Lo más hermoso es que no estoy sujeto a las respuestas orgánicas de ese cuerpo gordo que habitaba. Cuando pienso en todas las malas cosas ocurridas no siento vacío en el estómago, no hay una reacción de angustia
Soy un superhombre.
Hay una cosa que me resulta obscena: yo tenía una polla más gorda y mis testículos no parecían hernias.
El pene casi ha desaparecido.
Me veo como un cerdo antes del despiece.
Qué asco.
—No te preocupes, hay cosas que hacer. Ahora has de adaptarte. Puedes mirar donde quieras, tarde o temprano te darás cuenta de que no hay ojos, de que eres todo. Puedes moverte, imagina que mueves el aire, imagina un camino, imagina que tienes piernas para empezar. Y te moverás.
Tal vez tenga razón el aire que habla, así que imagino que tengo cuello y lo giro.
Espectacular.
Ahora puedo observar el armario y el cinturón que tantas veces buscaba caído entre unas bolsas de colchas.
Imagino que tengo boca y hablo.
— ¿Y ahora simplemente flotamos?
—Bueno, tampoco es tan malo. Después de una vida soportando, no está mal ser espectador.
— ¿Así va a ser siempre?
—Hay tiempos y lugares donde ir, es entretenido.
Me quedo pensativo, como un niño deficiente que intenta asimilar una lección sencilla.
Interrumpe mi profunda idiotez de nuevo:
— Fíjate en el cuerpo de tu esposa, su alma está a flor de piel, siempre intentando desprenderse. Ahora somos libres. Cuando el cuerpo muere esa fina capa de energía que con los años gana en espesor se desprende, queda libre.
El cuerpo de mi esposa está perfilado por una especie de fosforescencia blanca, muy sutil, apenas medio milímetro sobresale por encima de la piel. Hay que estar muerto para ver estas cosas. Queda un pequeño rastro del alma durante un tiempo en las cosas. Ha movido el brazo que tenía a lo largo de su costado para llevarlo bajo su mejilla, en la sábana queda una estela que se desvanece lentamente, un remanente de luz.
— ¿Quién eres?
—Imagina que soy otra luz que se desprendió de su cuerpo hace muchos años y escucha.
—No quiero estar aquí cuando ella despierte, no quiero más dolor.
—No tienes nervios, no tienes cerebro. No puedes sentir dolor, solo puedes observar y emocionarte si lo deseas. El premio de morir es no sentir dolor, ni miedo, ni dudas. Solo nos asombramos, solo saciamos curiosidad. Somos tiempo y luz. Tú eliges cómo y cuándo. Los hay que observan el dolor, es una opción, no hace daño. Lo que quieras, cuando quieras.
— ¿Podré volver a un cuerpo un día?
— Nadie quiere volver a tener cuerpo, hay mundos que disfrutar. El amor es una de esas frecuencias de lo que somos junto con el odio y la alegría y el rencor. No hay necesidad de nada disfrutamos las cosas.
— ¿Entonces por qué siento asco de mí y pena por mi esposa?
— Estás en el umbral de la vida y la muerte, deja que pase un segundo más y la pena desaparecerá. A ellos les espera un final como el tuyo, la libertad. No hay que sentir pena por nadie.
—Quiero decirle que la amo, que no tema.
—Rózala, acaríciala.
— ¿Puedo hacer eso?
— La puedes envolver contigo, con tu ser. Puedes hacer lo que quieras, no hay límites porque por fin has escapado de la piel que a veces duele. Los hay que envuelven orgasmos porque hay una satisfacción a nivel emocional.  Cada alma es distinta, tiene sus gustos. Somos distintos códigos de luz, de fotones. Infinitos como el universo. Nos hacemos inocentes y las cosas nos asombran, las disfrutamos sea cual sea el resultado para los vivos. Te sentirás bien con cada cosa que hagas. Los enclaustrados nunca serán conscientes de nosotros, sentirán emociones, vagos recuerdos, algún escalofrío. Es todo el contacto, posible. Interactuamos con emociones, porque somos emociones; pero no podemos fumar.
— ¿Y dónde está lo malo?
—Lo malo se pudrirá, en un ataúd, o lo quemarán. Tu cuerpo era la incubadora, su función ha sido alimentar el alma, darle el espesor suficiente y morir para liberarla cuando ya se tiene una potente energía.
— No me jodas que todo es tan perfecto.
— Sí te jodo. Somos los inspiradores del amor, del asesinato, de la guerra, la paz y las artes. Nuestro roce continuo entre los vivos provoca esas cosas. Las guerras son fascinantes… En dos segundos más, a lo sumo tres, ya no recordarás lo que es el dolor físico, como si nunca lo hubieras padecido. Y eso te desinhibirá a la hora de elegir nuestra forma de interactuar con los vivos. No hay dolor, somos puros. No hay aburrimiento, puedes viajar por el universo, es infinito. Tan infinito que todas las almas, los trillones de almas, no se encuentran en el cosmos más que cada tres mil años. Puedes meterte en los poros de la piel de quien elijas y navegar por su organismo. Puedes crear un cáncer o curarlo.
— ¿Y si la cosa no va bien y quiero morir?
— No lo entiendes. Harás exactamente lo que tú quieras, no tendrá consecuencias para ti, simplemente satisfará curiosidad y harás sentir una leve corriente eléctrica en alguien si se diera el caso. Es bueno, cuanto más excitas las almas enganchadas al cuerpo, más espesor adquieren. Nada sale mal en esta dimensión.
— ¿Y tú eres el Gran Maestro de las Almas?
— Yo soy tú. Soy una explicación lógica. Soy el instinto que te dice lo que eres, y que será. No hay amigos, las almas no necesitan compañía. No hay agrupaciones. y sin embargo serás con quieras, con quien elijas. Cuando el segundero cambie, lo sabrás todo y tú y yo seremos la misma voz. Adiós.
—No jodas que ahora algo se autodestruirá en diez segundos.
No hay respuesta, me he quedado solo, el segundero digital a cambiado a trece por fin.
Me muevo, observo, no hay pena, no hay dolor.
Mi esposa da la vuelta en la cama y lleva la mano al pecho muerto acariciándolo como siempre. Mi cuerpo no le da respuesta e insiste. Algo raro nota, enciende la luz de la mesita. Estoy demasiado blanco. Se lleva las manos a la boca para ahogar un gemido sin lograrlo.
La envuelvo, y ahora su gemido se convierte en un llanto más sereno. Sus lágrimas me bañan suavemente y el dolor tiene una frecuencia que me gusta.
Es un bello momento el del dolor. Yo mismo tenía razón.
Su alma se enreda con la mía, y el amor puro parece envolverme, o soy yo. Su piel se ha erizado con un escalofrío.
Besa los labios del cadáver y toma el teléfono, habla con un hospital y pide una ambulancia. Cree que estoy muerto.
Su alma parece querer escapar de su cuerpo, se tensa y en algunos puntos de las articulaciones parece desprenderse. Está pensando en el suicidio.
Soy calma y le doy serenidad, me fundo en ella por una eternidad.
—Quédate o llévame contigo —me dice su alma.
—No es tu tiempo amor, todo irá bien. Morir es lo que buscamos, es lo que necesitamos. Lo entenderás, cielo.
Me desprendo de ella, y me voy al pasado, siguiendo  la luz que desprendí y que ahora viaja por el espacio. Me mezclo con el dolor y la alegría, con la compañía y la soledad. Con el amor y el odio.
Disfrutando, asombrándome ante el espectáculo de la vida. Provoco el cáncer en en hombres y mujeres al alterar su organismo, es solo curiosidad. A veces un niño muere en el vientre de su madre. Es hermoso morir…
Otros se curan.
He visto nacer la vida en un planeta por el estallido de una estrella cercana. Y he sido explosión y dios. Soy parte de la vida creada. La célula se ha multiplicado. En poco tiempo habrán seres matándose y amándose. Almas inseguras enganchadas a las pieles con el único fin de hacerse fuertes y por fin ser libres.
El tiempo ha pasado, sin tener conciencia de ello. Mi esposa es vieja, está mayor y a punto de morir. Su alma apenas roza ya la piel. Le dije que no la dejaría nunca, que estaría con ella. Tal vez ella no quiera estar conmigo, tal vez quiera asombrarse sola del universo. Me gustará cualquier cosa que ella decida.
Su alma se ha despegado suavemente, el sedante ha relajado su cuerpo ya anciano. Sin embargo su alma está hermosa, exultante de energía.
—Estoy contigo, mi amor, ven —le digo desde los pies de su cama en el hospital.
Su alma se despega cuando abre la boca para intentar tomar aire con unos pulmones sin fuerza y sus pupilas se dilatan desmesuradamente buscando luz.
Avanzamos veloces por el aire el uno en busca del otro.
Hay tanta luz en el universo, viajamos veloces sentados en su lomo.
Donde un día vivimos ha desaparecido. Ha estallado la Tierra escupiendo su magma incandescente al espacio, carbonizando los cuerpos.
Flotamos en el borde del precipicio abismal de un trozo de nuestro viejo planeta. Asistimos con asombro al espectáculo de la muerte y la destrucción. Más hermoso que la vida misma. Nos maravillamos ante la potencia del dolor y el miedo de los vivos. Tanta energía…
Ya no nos amamos, nos tenemos. Somos el uno y el otro, una pareja de almas que sonríen ante la vida y la muerte.
Todo era tan sencillo y tan claro. Solo era necesario vivir. Siempre hay felicidad hagas lo que hagas en vida. Siempre hay libertad.
Los cuerpos son los que dictan el dolor, los organismos envidian la libertad y la eternidad del alma que incuban. Es solo una reacción natural. No hay consuelo para los cuerpos. Nacen condenados a vivir-morir por nosotros, las almas.
Un día leerás esto y serás repentinamente alma.
Y no habrá soledad, miedo, amor, simplemente estarás y serás.
Somos, seremos, éramos, fuimos…
Pero si quieres evitarte un disgusto, procura dormir vestido o cubierto por una sábana, no es agradable lo que somos al morir; no es agradable lo que menguan los tan importantes genitales.
Mi esposa alma ríe, yo también. Le digo que tenía la polla gorda y un perfil rectilíneo.
Nos convertimos en estela alcanzando la luz del pasado, queremos ver y disfrutar si mi nariz era tan recta como pensaba. Si mi pene era tan lustroso.
Se me olvidaba: si optas por el suicidio para empezar a disfrutar cuanto antes, piensa que tu alma puede que no esté suficientemente desarrollada, podrías acabar siendo un simple fotón que apenas viajará para iluminar la lectura de este pensamiento. De este ser.
— ¿Ves como tenía razón, mi amor? Casi dieciocho. ¿Qué cojones pasó con todos esos centímetros cuando morí?
Y ríe arrastrándome al planeta Irmak habitado por penes andantes, con la única razón de humillarme. De reír juntos eternamente.
Lo elegimos así.









Iconoclasta


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