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27 de marzo de 2012

Mis hijos idiotas



Donde nacen los hombres y mujeres no es ningún lugar sagrado ni especial. No hay más que espermatozoides y un óvulo que creará una desgracia más.
Otro error.
La procreación es una masturbación avanzada en demasiadas ocasiones. Carece de interés.
La maternidad y la paternidad no son sacramentos sagrados ni conforman misterio alguno. No hay nada que explicar sobre ello y no deberían gastar tanta saliva en semejantes estupideces. Los cerdos son madres y padres también.
Un idiota folla a una idiota y si no van con cuidado, si no saben follar con inteligencia, engendrarán a otro idiota.
Siempre se preguntan si el condón hay que ponérselo en la lengua o en la polla durante el tiempo que rasgan el envoltorio con los dientes.
Lo malo es que no es una posibilidad, lo malo es que es una certeza. Los idiotas se reproducen como roedores, follan mal y tienen hijos. Muchos, asaz.
Y aquí está mi principal arma y estímulo para mi gran obra.
La rareza y la excelencia se hallan en la reproducción entre seres inteligentes y elegantes.
Donde nace el gran porcentaje de hombres y mujeres es una horma de zapato de carne sanguinolenta, un útero adocenado. Algo demasiado vulgar. No se debería celebrar el noventa y nueve por ciento de los nacimientos.
Yo no celebro el nacimiento de los prosaicos; pero colaboro en la población del planeta. Que se joda el puto mundo.
Los coños de las idiotas no son de oro, no brillan ni son tan hermosos como en las películas pornográficas. Los penes de los idiotas no son grandes, no llenan las bocas de sus anodinas hembras. Sus glandes son grises.
Ellos y ellas piensan que sí, que sus genitales y sus rostros son hermosos. Se sobrevaloran, ergo sobrevaloran a sus crías.
Si tuvieran algo de entendimiento más allá de comer, dormir, follar y dejarse deslumbrar por sus amos y las migajas que les regalan, ahogarían a sus hijos al nacer.
No es odio, es puro desprecio. Puedo vivir rodeado de idiotas sin sentirme infectado. Es una cuestión de sabiduría, de reconocerse único.
Ella es idiota; pero está buena, es como una carcasa pulida y bien pintada con un motor defectuoso. Me he corrido en su vagina con un gruñido viejo, una mezcla de molestia y placer. Es la número cincuenta y tres de mi colección de mamás cachondas.
Me la he tirado, y se va a quedar embarazada de la misma forma que la orina huele mal. Es un hecho.
Mi leche las preña, mi semen es poderoso y especial. No existe nada que pueda detener mis espermatozoides, no hay píldoras que puedan frenar mi leche inundando y permeando su coño y su útero.
No hay antibiótico ni antiviral para acabar con mis genes y su poder reproductivo. Soy Supersemen, el héroe de marvel que avergüenza a los bienhechores.
Es tan poderosamente imbécil esta mamá, que sus genes arrollarán los míos inteligentes y perfectos. Es algo que no importa, es algo que tengo controlado. La subnormalidad siempre anula la inteligencia y la fantasía. Lo sabe todo aquel que no es deficiente mental. Yo y unos pocos más.
No pienso reconocer como mío a ese bebé con mirada de imbécil que nacerá. La idiota está casada con otro tarado y mantendrán juntos a la criatura. Será mi regocijante secreto.
Ni siquiera guardaré memoria de su nacimiento.
Mis espermatozoides me importan el rabo de la vaca, no me importa que solo sirvan para dar un cuerpo sano a una criatura con cerebro de mierda. Ojalá naciera sin sesos.
Será mi justa aportación a este mundo de mierda tan lleno de miseria y vulgaridad.
Es mi harén de mujeres idiotas casadas con otros idiotas. En mi despacho de director las jodo por el culo, las asfixio metiéndoles mi lustroso pijo en la boca y me corro en sus coños, en lo más profundo. Nacerán bebés rollizos y hermosos con una larga vida, con unos buenos cojones o una vagina poderosa para la reproducción; pero serán tan vulgares como sus madres y los padres que trabajarán para alimentarlos como si fueran suyos. Y esos bebés gilipollas, a su vez, tendrán tantos hijos como veces les metan la polla a su mujeres. O sus parejas se corran dentro de ellas. Y otra andanada de idiotas nacerán de esos bastardos míos para llenar las calles y alimentar a jueces, políticos y funcionarios de mierda.
Adoro la progresión geométrica cuando me lleva al orgasmo.
Una de ellas, la número cuarenta y nueve quedó embarazada la semana pasada tras penetrarla analmente. El semen que rebosaba entre su esfínter y mi pene, se escurrió como una serpiente viva en su vagina.
Me gusta follarlas, me gusta joder a las mamás idiotas que traen a sus hijos a mi colegio; pero no me gusta desperdiciar mi excepcional semen. Si mis hijos son idiotas, obedece a mi voluntad.
Mi primogénito, el que ame, será inteligente como yo. Su madre es la profesora de matemáticas que he contratado. Me adora y le encanta que la joda en horas lectivas. Sentarse en mis muslos cuando estoy en mi sillón y a través de las cortinas observando a los niños jugar en el patio, llegar a un intenso orgasmo y desclavarse de mí con su coño goteando semen. Piensa que sus anticonceptivos sirven de algo.
Ya es una embarazada inteligente, lo sé por su forma de expresarse, sus maneras de seducirme y usarme, el tono de sus gemidos cuando se la meto.
Mi hijo, el amado, será el más joven de todos esos bebés idiotas.
Tengo algo que las humedece. Detectan mi especial naturaleza, por encima de mi capa de amabilidad y cultura hay algo ponzoñoso que las excita. Mi semen huele aunque esté dentro de mis cojones; ellas aspiran el aroma entrecerrando los ojos. No son estudios, es mi experiencia.
Sean idiotas o inteligentes, mis testículos desprenden un vapor que las prepara para abrirse de piernas y dejar regar sus úteros con mi esperma elegante e inteligente.
Toda mi energía se dirige a mi cerebro para interferir en la selección genética de la humanidad, y a mi polla para crear muchos estúpidos.
Mi ansia por hacer daño a la humanidad no es locura, es una decisión tranquila y meditada. Quiero que mi vida transcurra plácida, no tiene porque ser traumático ni demencial ser malvado.
Los hay que cometen masacres. Yo simplemente hago que nazcan más idiotas y además me gano bien la vida.
Si no me causara demasiadas molestias, podría apretar el botón rojo de una explosión nuclear a nivel planetario mientras me como unas patatas fritas al punto de sal.
Ya me he follado a cincuenta y tres madres, y como idiotas que son, se han quedado embarazadas por segunda, tercera o cuarta vez. No aprenden, se pueden pasar años embarazadas con una sonrisa estúpida en la cara.
Algunas de ellas ya no me miran a los ojos; saben que si dejan de traer a sus hijos a la escuela por algún estúpido remordimiento, enviaré una carta a sus maridos para que sepan de quien es el segundo o el tercer hijo que alimentan. Evidentemente, ninguno de esos maridos subnormales me va a encontrar, tengo demasiado dinero como para quedarme a su alcance y unos buenos cojones para seguir embarazando a idiotas en cualquier otro lugar. Además, vendo mi semen muy caro, las clínicas de fertilización me tienen muy bien considerado.
Me casaré con la profesora de matemáticas y criaré a mi hijo a mi imagen y semejanza, porque mi futura esposa es buena e inteligente; pero es demasiado amable con la chusma y querrá dar una educación demasiado relajada y bonancible a mi primogénito.
Mi hijo crecerá y se educará en mis propias aulas, rodeado de todos esos cincuenta y tres bastardos que he creado. Cincuenta y tres idiotas entre los que aprenderá a abusar de ellos, a engañarlos, a ser superior y usarlos para sus medios.
Hasta los nietos de los bastardos serán de utilidad a mi hijo. A mi amado hijo.
Ellas están preñadas para que mi hijo se haga grande y poderoso a costa de ellos, de los idiotas.
Tal vez nazca alguno con síndrome de Down por la avanzada edad de algunas de las que me he follado, no importa, le daré clases también.
Dejar preñada a una mujer está sobrevalorado. Ser padre es una cuestión que muy pocos entienden más allá de enseñarles a jugar al fútbol y darles de comer mierda.
Esta capacidad mía para procrear hombres y mujeres idiotas, es lo que me hace superior a ojos de mí mismo. Ellas, las cincuenta y tres madres, son estúpidas; pero sé que por dentro se arrepienten, que algo no funcionó bien a pesar de cómo gozaron. Tal vez porque cuando me corrí dentro de cada una de ellas con total precisión, se dieron cuenta de que fueron usadas y que no era tan excitante como pensaban. Cuando tras correrte apartas a una tía sin amabilidad, cuando le empujas la espalda para que salga del despacho y no le das las gracias por el buen rato que te ha hecho pasar, pasas a ser un mamón y un poco despreciado.
Aún así, la mayoría seguirán viniendo a mi despacho hasta que sus barrigas les impidan follar con comodidad.
Sus bastardos entrarán cogidos de sus manos en mis clases y entre ellos se desarrollará mi hijo, el auténtico.
Hay que tirar estiércol para que el fruto crezca grande y pleno.
He creado cincuenta y tres sacos de abono. No ha sido laborioso. No es trabajo que te coman la polla y luego hundirla en las entrañas idiotas de tantas mujeres. Y es que además, las madres estúpidas, son las que mejor follan. Lo he disfrutado, lo gozo.
Cincuenta y tres sacos de mierda serán suficientes para que mi hijo se parezca a mí.
¿No es gracioso? Tal vez se folle a su propia hermana a los quince años en los lavabos de mi escuela y la deje preñada de otro bebé de mirada imbécil; continuando así mi trabajo, mi educación. Mi sofisticada forma de ver la vida.
Sin violencia; pero con asco.
Estropeándolo todo desde el génesis.
De hecho, siempre lo han hecho así los curas, los jueces, los millonarios, los políticos y los pervertidos que tienen el poder; solo que yo lo hago con gracia y mi polla es gorda.
Mi hijo los convertirá en mierda cuando cumpla tan solo los dieciocho años, a los que ahora están en el poder por una mera cuestión de azar y que son idiotas también. Ni con todo el dinero del mundo podrían tener mi poderoso semen para crear más ciudadanos a los que violar.
Mis hijos son idiotas porque es mi voluntad.
Mis hijos son idiotas porque yo así lo he querido.
Ni siquiera son mis hijos.



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20 de marzo de 2012

La alineación de Venus y Júpiter



Venus y Júpiter se alinearon de forma horizontal como los focos de un avión lejano, como los de un coche que se va estrellar como nosotros. Como ojos fríos de un juez o magistrado, como la mirada obscena del sacerdote que se toca en el confesionario.
Tal vez se alineen en vertical en otro momento, para mostrar como copulan los planetas. ¿Júpiter se folla a Venus o al revés? Es igual, se lo pueden montar por turnos. No me importa demasiado la astronomía, solo es curiosa, no afecta a mi ánimo, ni mi voluntad; pero me ratifica algo: hasta el firmamento es cambiante y no como la vida en este pequeño planeta donde nada se mueve.
Si Júpiter con su gran tamaño destrozara a Venus, la gente se deprimiría y pensaría en catástrofes y en que algo no está bien en el Universo.
Yo digo que el Universo es atroz y devora y mata toda la vida que puede. La Tierra está en un proceso que para nosotros dura una eternidad; pero para el Sol y otros planetas, nuestra vida acaba de empezar, somos un error que hay que apagar.
Es solo una hipótesis, es solo una ilusión, mi ilusión, de que no todo está tan muerto ahí afuera, me gusta pensar en las largas distancias y que éstas sirvan para algo. Que sirvan para hacerse inaccesibles los seres mejores. Que se encuentren a salvo de la plaga humana. De todas sus leyes podridas, de sus jueces y magistrados de penes siempre erectos ante la violación que cometen a diario con los inocentes. Jueces y magistrados lamiéndose el ano el uno al otro, sodomizándose en alineación vertical. Follan los planetas y follan los hijos de puta que marcan y dictan las leyes para sus amos más poderosos. Encierran y hunden a los inocentes en nombre tan solo de la polla de su amo rico.
Se limpian el culo con sentencias y exhortos.
Hay sacerdotes follando niños en el nombre del Cordero Divino. Sacerdotes de ano negro, cuyo ojo está representado en el Triángulo Divino del Verbo. No es un ojo brillante, eso es pura alegoría. Las religiones son anales y el único ojo por el que observan es el del culo.
Hay un iris ovalado que todo lo ve desde el cosmos: es el meato de un pene divino. No hay misterios en la Santísima Trinidad. No hay esoterismo en ninguna religión, solo mandatos por el que los sacerdotes de todas las épocas, puedan seguir metiéndosela a los pobres y a los ignorantes, de la misma forma que jueces y magistrados se tocan y se ensucian las togas con el esperma que escupen encima de los inocentes.
La humanidad acepta el Legal Ano y la Carne en Barra Divina como si les protegieran de algo. Quieren pensar que ese olor a humor sexual rancio que infecta a padres, hijos y nietos, es algo normal, el precio de un bienestar.
Ven a Júpiter y a Venus como dos trozos de piedra lejanos, no ven que un día en una fracción de segundo, todo se apagará. Y jueces, magistrados, sacerdotes, papas, gurús, etc… Reventarán en el mismo momento en el que sus penes bombeen en los esfínteres y almas de inocentes y pecadores sin que a la hora de la muerte, tengan algún tipo de gloria. El semen de los marranos solo apesta y se hace rancio entre el excremento de los culos inocentes.
Todo es tan sencillo… Las leyes son escritas por degenerados al servicio de más degenerados. La religión es una sarta de mentiras para ignorantes y débiles anímicos. Cobardes...
Es necesario que mueran todos para que todas las leyes y todas las normas queden suspendidas en una órbita de algún planeta hasta desintegrarse.
Que las biblias, los coranes y todas las palabras religiosas escritas, floten en el espacio como basura helada .
Una imagen de la virgen colisiona contra un código civil y se rompen en mil pedazos de cristal ante la mirada congelada del juez que sodomiza a la mujer de los ojos ensangrentados por los puñetazos de un macho que ríe en el estrado.
Es la única alineación que me gustaría ver.
La alineación de los planetas solo me deprime, me obliga a pensar que este mundo de mierda es un error y todos los seres que hay en él también.
Cierro los ojos y flotan los cuerpos congelados en el vacío cosmogónico: el papa bendice el feto arrancado del coño de una niña-monja y el sacerdote hace hisopo con el semen que derrama su polla.
Una negra sucia de muslos oscurecidos le arranca el clítoris a una niña con el borde de una lata oxidada.
Flotan en el espacio y tarde o temprano no quedará nada de esos muertos cerdos.
Se desintegrarán… Es mi consuelo.
No hay constelaciones de horóscopos en mi espacio, solo degeneración, abuso e injusticia.
Hay muertos por fin.
Júpiter y Venus se han alineado para dar un poco de consuelo espiritual a mi mente presa en este lugar.
Lo malo es que Venus y Júpiter, son solo dos idiotas testigos que jamás podrán hacer nada por nadie.
Y los jueces penetrarán las bocas de todos los padres, las madres y los hijos que no tengan suficiente dinero.
Y los sacerdotes de las religiones todas, continuarán sacudiendo sus manos en un púlpito resbaladizo de sangre y esperma, cegando los ojos de los crédulos. De los ignorantes.
Apenas ha servido ni para hacer una buena foto esa alineación.
O tal vez, solo haya sido alienación, un error semántico.


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29 de febrero de 2012

La mujer de la mala suerte


No es de risa, no tiene gracia.
Encontró a un hombre que casi la mata a palos.
Y a otro con el que tuvo un hijo producto del amor; pero fue efímero.
Y duele el recuerdo de lo que no fue.
Otro cabrón la robó, dejó huellas en su cuello con sus manos obesas, la engañó y la embarazó de algo que casi la mata.
¿Por qué llueve sobre mojado? Siempre…
No es justo, hermosa mujer, que haya tanta mala suerte en tu vida.
Un día creyó ver un príncipe azul; pero solo era un espejismo en sus ojos anegados de anhelos y lágrimas desesperadas.
Y con su flamante “príncipe azul”, descubrió algo atroz: la cancerígena mediocridad. El hastío de los días iguales. De sueños que se hicieron grises lienzos sin relieve y sin movimiento.
Días lisos…
Vida apagada…
Mujer de mala suerte, si no te rasgan el coño, te rasgan el alma.
Y otro desengaño más.
La desesperación y la soledad no son buenas para elegir un amor.
Se equivocó.
Es normal equivocarse cuando el miedo y la soledad es una atmósfera de la que no hay más remedio que respirar. No tiene que pagar culpa alguna.
No es mala, es demasiado buena; ahí radica el error, la envidia de ellos. La nuestra.
Tampoco es buena la madre que es mala.
¡Qué mierda! Bella mujer de mala suerte.
Nunca juegues al azar, no lo hagas, valiente señora. Solo los idiotas ganamos algo en las apuestas.
Lucha.
Tenía razón aquel idiota que dijo: “No existen los príncipes azules”.
Toda la sangre es tan vulgar, la mía. La aristocracia es un peluca llena de piojos y chinches.
Sé que sus deseos de amar son comparables a su belleza. Su mala suerte es de idéntica proporción. Las proporciones a veces son peores que la desproporción.
Los seres excepcionales no son afortunados y los mediocres los intentamos anular.
Mediocres y avaros.
Yo tampoco tengo suerte con mi idiosincrasia. Me veo en el espejo y sale vómito de la boca de la imagen. Supongo que es la mía, a veces no me conozco.
Lamento la nueva piedra hiriente en tu camino.
Otra llaga más en el cuerpo, otra en el alma.
Los príncipes azules humillan. Y humilla al propio príncipe que no lo es. Humilla al hombre mediocre cuando cierra los ojos y escucha su propia respiración. Hace mierda su orgullo, lo que quede.
Ni siquiera tienes una madre medio mala que te sirva de consuelo.
Pobre mujer de mala suerte…
Hay en tu horizonte heroínas muertas con las que sueñas ser como ellas y escapar de esta vida vulgar y banal.
Pero sobre todo dolorosa.
Necesitas vivir sus intensos amores, tan lejanos de los que has conocido. Vivir con trágica intensidad.
Y la vida solo te ha dado la tragedia, se ha olvidado de la intensidad.
Caímos en los lodos movedizos y sin fondo de una ilusión formada por frustraciones, por faltas.
No podía acabar bien este viaje.
Y el desierto se extiende ante mí. Es lo que busco, mi destino. Una soledad que me haga arder de una vez por todas. Me ha tocado un premio en la lotería de la mierda.
No tengo tan mala suerte como tú, mujer hermosa. Porque ante ti se extiende aquello de lo que huyes: la soledad.
Cuando el desierto me calcine, y si hay dioses; intercederé por ti, para que te otorguen un beneficio, un amor que no sea un error.
Muerto no seré mediocre y seré un ectoplasmático príncipe azul del color de la arcilla sucia y un cuerpo que se pudre. Tendré más suerte que tú, o al menos la mía llegará más rápida.
Mantente firme, no te rindas, bella mujer de mala suerte.
Hay tiempo regado con lágrimas; pero tiempo al fin.
Que la suerte te acompañe, es un deseo tan banal y adocenado, como sincero y triste.



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28 de febrero de 2012

Deflagración

La última gana de llorar se ha absorbido en la almohada dejando salitres de recuerdos con una mancha indefinida oscureciendo la tela, volviéndola sepia.

Las lágrimas finales habían salido color marrón. Son muestras del rezago, un bagazo de fragilidad convertido en costras diluidas al fin derramadas por los lacrimales.

Nadie duda que ha llorado toda la noche. Pero fue su última vez y le reconforta.

Dicen que hubo un Cristo que lloró sangre un día.

Hoy se han crucificado sus penas y el llanto marrón es la muestra de un dolor elevado. No espera la resurrección, solo muta.

Cambia lentamente y se mimetiza cristalizando las corneas; sus huesos crujen al volverse trozos de madera y en breves espasmos la estopa reemplaza lo que un día fue carne.

Va dejando con sus pasos acartonados rastros de pelo que murieron hace tiempo…pestañas, cejas, vellos, gruesos y delgados, púbicos, invisibles… todos caen dejándole la piel llena de realidad molesta y lampiña.

Solo falta que la memoria se vaya colada entre los mechones que caen al suelo.

Tragos de parafina se diluyen en su garganta para que le hagan olvidar su incomprendida sed de lustros sin manantiales.

Es un capullo de nudos enredados como una bola de cuerda rígida llena de espasmos.

Sus ojos de vidrio ya no se empañan más. Ya no hay luz que le alumbre el gesto, solo ruidos que le atemorizan y le muestran un órgano raro moviéndose en el gran cojín donde algún día estuvo su pecho.

Y reza. Reza ante algo que no cree, que no ve ni siente porque el abandono es su única estancia.

El cirio se deshace en lágrimas de cera que caen al vacío mientras acerca su boca para tragar bocanadas de calor remembrando un beso.

Sus labios se carcomen con la flama del cirio y el pabilo ha rozado un trozo de mejilla. Quiere arder. Ser una hoguera propia de huesos de leña embraveciendo la débil llama. Sus pecados buscan la deflagración. Venas de resina alimentado las llamaradas.

La habitación solo repite los crujidos de un cuerpo tragados por el rojo que hace sombras tiritantes en las paredes enardecidas que se tiñen de grietas cociendo el barro de los ladrillos mal construidos.

Tiznes de una vida de agua salada convertida en cenizas.

Alguien recoge el polvo negro con los dedos. La cera aún derretida se adhiere a las suela de unos zapatos de pasos tardíos.

No hay ave Fenix que renazca en un planeta donde la fantasía está exiliada. La habitación es el mundo de las cenizas de un ser desaparecido. No se permite llorar, es vergonzoso.

No esperaba la resurrección.

Solo mutó. En este segundo es un polvo negro que no llorará más.

Aragggón.

23 de febrero de 2012

Suturando horrores



Puntadas lentas y profundas suturan su vagina entre riadas de fluido lechoso.
Está desesperada y su coño es una fuente que la deshidrata. Ante el espejo de la habitación, sentada a los pies de la cama con las piernas abiertas, atraviesa los labios mayores con la aguja curvada, hace correr el hilo cerrando su coño con el esfuerzo de un dolor mortificante. Una baba sexual y densa se derrama de su vagina; la aguja resbala entre los dedos y una gota de orina que se escapa por una puntada especialmente dolorosa se esparce por el plástico transparente que protege la sábana de raso negro.
La sangre que sale perezosa entre las puntadas enturbia la claridad de sus dedos y de la carne que cose.
Una boca sellada a cualquier polla que quiera entrar sin su permiso, sin su venia.
Ojalá fuera tan sencillo, un deseo tan claro…
Entre dos puntos asoma el clítoris duro e irreverente, por muy fuerte que sea el dolor, se eriza, se desespera, se rebela ante el encierro. Entre todo ese dolor, una caricia suave en ese duro botón provoca que un jadeo profundo y oscuro se escape de su boca.
Siente la tentación de tocarlo más tiempo, de oprimirlo. Abre más las piernas y la sutura en su vagina se tensa. Un trallazo de dolor le provoca un escalofrío en los muslos y algo de excremento asoma por sus nalgas; una marea oscura deslizándose por el protector plástico.
Sexo, sangre, orina y mierda. Y el dolor lo enmarca todo: deseo y paranoia.
Un horror que la realidad esconde…
Un fotógrafo enfermo oprime el obturador y las lágrimas del deseo oscuro crean ríos negros en el rostro de la degenerada.
El fotógrafo desaparece de su mente enfebrecida y ante el espejo se muestra una mujer con algo sangrante entre las piernas sellado por negros hilos. Inflamado y tumefacto. Unos pechos llenos que se rebelan contra el sujetador, rebosando las areolas por las copas, parecen recibir los ecos del corazón. Suben y bajan con desasosiego con el suave roce de su dedo en un clítoris palpitante que deja hambriento.
Se reconoce puta y cierra su coño al mundo, a ella misma.
Se encierra en el dolor.
Se derrama yodo en el coño herido y el frío líquido da sosiego a su corazón acelerado.
Se traga un analgésico ayudada por un sorbo de café frío y se deja caer de espalda en la cama aspirando un cigarrillo, sin hacer caso al excremento frío que ahora toca su coxis.
—Soy una cerda… —y ríe olvidando el tormento de su mutilación.
La humillación es otro dolor, está bien.
Despierta de un sueño que no es más que el desmayo de una mente perturbada y las piernas no se atreven a cerrarse, su vagina está dura, encostrada y siente que late con furia. Alza la cabeza para mirarse en el espejo. Su coño está dilatado, los labios son carne enrollada y prieta. No conocía la magnitud de su sexo.
Sus nalgas están sucias de mierda.
Grita cuando se incorpora para dirigirse a la ducha, la sutura está dura y siente ganas de orinar.
Con la ducha en la mano, dirige el chorro a la vagina. El agua tibia le da paz y deja escapar la orina que se filtra por sus heridas y la obliga a doblarse de dolor.
No seca la vagina, no puede ni rozarla. Con cuidado, se coloca una compresa.
Camina con cuidado y se acuerda de cuando parió hace diez años. La habitación apesta y recoge con cuidado y asco el plástico protector.
Se prepara un sándwich de queso que vomita al instante. Se deja caer en el sofá con las piernas abiertas. La compresa está sucia de sangre y se transparenta en la braga blanca calada. Es un reflejo deforme ante el televisor apagado.
Hace cuatro horas que cosió su sexo y le duele como si solo hubieran pasado cinco segundos. No puede sacar de su mente su imagen reflejada en el espejo, el hilo corriendo y tirando de esa carne suave que tanto placer le proporciona. Su clítoris vuelve a rebelarse a pesar de todo ese daño auto-infligido.
No lo toca, en lugar de ello, toma hielo del congelador y lo mete entre la compresa y su carne.
Su hijo la observa con una sonrisa desde el marco de una foto en la mesita. Sonríe con una cacatúa en el hombro, hace cinco años de aquella foto en la reserva de aves; su padre estaba tras la cámara. Ella se sentía feliz y no tenía el coño hecho mierda.
Llora ante su hijo muerto y rememora el accidente. Un automóvil invade el carril y consigue evitar el choque completo frontal. El impacto lo recibe el lado derecho, donde su hijo va sentado y todos los vidrios del mundo les van al rostro, lacerando la piel lentamente. La puerta se dobla y se convierte en una cuchilla que se clava en el lado derecho de su hijo, rompiendo costillas y cortando pulmones.
Entre la sangre que lloran sus ojos, observa a su hijo intentar coger aire. Solo se le escapa sangre por la boca. Los coches unidos por el impacto, por fin se detienen y queda frente al conductor muerto que asoma su cabeza deshecha y vaciándose de sesos por el parabrisas roto. No le importa, intenta tomar a su hijo en brazos, pero el metal casi lo ha partido en dos y lo aprisiona. Ella desespera y no se da cuenta cuando un médico le inyecta algo y la desconecta.
Era un día hermoso, claro y con un cielo saturado y salpicado de enormes nubes de algodón. Cristian tenía siete años y miraba arriba soñando con algún día poder saltar en esas nubes. Clara se reía ante la ocurrencia, sonreía cuando vio demasiado cerca la cara del conductor que los iba a destrozar.
Despertó en el hospital con un intenso dolor entre las piernas, una parte del eje del volante, se había roto y se había incrustado en el monte de Venus desgarrando la vagina y parte del vientre. Gaspar, su marido se encontraba a su lado cuando despertó. Era médico en ese mismo hospital.
Aprendió que un dolor podía ocultar otro. Y su mente se abrió al placer enfermo a través de las manos de su marido actuando en su espantosa herida.
Las curas dolorosas: gasas empujadas al interior de la carne, coño adentro para limpiar y prevenir la infección. Los tirones de la sutura en su parte más sensible. La monstruosidad de un coño reventado… Su hijo casi en partido en dos a su lado competía por ser un dolor más agudo que el que había entre sus piernas y su vientre.
Los dolores se pelean por ser importantes.
Y la mente aprende a sacar provecho de ello. Aún a costa de la cordura.
La depresión es un caldo de cultivo para las paranoias. Y ahora su coño late de ansia esperando a su médico, a Gaspar.
—¡Clara! ¿Lo has hecho otra vez?
La despierta zarandeándola, tras abrir su bata y descubrir las bragas manchadas de sangre.
Se abraza a él aún sentada y besa sus genitales a través del pantalón.
—Me duele mucho, Gaspar. Me duele hasta el mismo corazón.
Hace meses que el tiempo ha dado un protagonismo demente al dolor de su coño. Es necesario hacerse daño para combatir el horror de Cristian muerto.
Hace meses que Gaspar no puede evitar sentirse arrastrado por su mujer a la misma depravación del dolor. A él también le duele.
Se arrodilla ante ella, y ante la mirada de Cristian.
De su maletín de primeros auxilios saca las tijeras y corta la braguita de Clara.
—Abre más las piernas —le exige con rudeza.
—No puedo, me duele mucho.
Gaspar separa con las manos las rodillas con fuerza y decisión, ella gime. Siente una erección húmeda crecer entre su ropa cuando ve el humor sanguíneo que mana de la sutura prieta.
Se saca el pene por la cremallera del pantalón ante la incomodidad y la visión del clítoris brillando entre todo ese daño.
Ella ha desabotonado completamente su bata y le ofrece los pechos endurecidos, Gaspar coloca una pinza quirúrgica en cada pezón y las aprieta hasta que Clara gime, hasta que los dientes de metal, están a punto de romper la tenue y sensible piel.
Por la vagina se desliza una baba rojiza que Gaspar lame suavemente a pesar de que ella intenta aplastarle la boca contra su sexo, agarrando su nuca con las manos.
La tijera entra veloz en el primer punto, el más cercano al ano y corta de golpe. La mujer eleva las piernas por el dolor intentando apartarse de su marido, él no lo permite y corta otro punto más.
—No te muevas… —le dice al tiempo que pellizca su vagina en la zona superior, sobre el clítoris.
Clara hace rechinar los dientes de dolor y placer. Permanece quieta y expectante con el corazón bombeando pura adrenalina.
Él frota ahora sus labios cosidos con el pene, presionando con fuerza, sintiendo las contracciones de dolor de su mujer. Ella tira de las pinzas consiguiendo desgarrar la piel de los pezones.
Gaspar corta rápidamente los once puntos de sutura que aún restan y Clara se muerde los labios por no gritar. Siente el placer de la liberación de su coño y el dolor que la lleva al placer más insano.
—Métemela ya. Jódeme, cabrón.
—Tendrás que hacer algo por mí —dice Gaspar incorporándose y abandonando el coño húmedo de sangre y baba sexual.
Se arrodilla en sillón, a su lado, y le hace coger su pene.
—Descubre el glande, Clara.
La mujer cierra el puño y tira del prepucio. Exhala un suspiro de placer al observar el meato cosido con dos puntos de sutura, los cabos están sueltos.
—Tira de ellos con los dientes.
Con los dientes estira los hilos y la sangre mana cubriendo el glande. Gaspar empalidece ante el dolor y sus testículos se contraen. Se ha mordido el labio hasta hacerlo sangrar.
Clara le da consuelo metiéndose profundamente el bálano, hasta la úvula y provocándose una arcada.
Ante la mirada de Cristian, hacen un coito ensangrentado con un dolor que le haría girar la cara a dios si existiera.
El dolor es el remedio a su horror.
Un día aparecerán desangrados unidos por sus sexos mutilados.
Suturando horrores, combatiendo el dolor con más dolor. Como si fuera posible…
Cristian continuará sonriendo con su cacatúa al hombro.
Todos muertos, ya no hay dolor.



Iconoclasta

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22 de febrero de 2012

Iconoclasta, la bestia


He decidido no existir, he decidido que toda vuestra mierda no me atañe. Conjuro el cáncer de pulmón y de garganta para hacerme miseria ante vosotros y que sintáis asco. Que sepáis que os puede ocurrir, que vuestros sueños sean gobernados por el miedo a la decadencia del cuerpo y de un alma corrupta como la mía. Soy un ejemplo de miseria y quiero que sigáis mi camino.
Si yo me jodo, que se joda la humanidad.
Es justificable sentirme infectado, es lógico que os infecte también. El respeto y el amor por mis semejantes (que no lo son) es una tira de papel de periódico que me salva cuando no hay del suave para limpiarme el culo.
Los muertos no hablan y yo he de demostrar mi odio antes de morir.
Iconoclasta, la bestia.


Iconoclasta

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15 de febrero de 2012

Girar



Soy un hombre que intenta hacer girar muy rápido el mundo, todo lo que cae entre mis dedos de una forma u otra acabará girando sea cubo o esfera. O un simple papel. Los cuerpos…
Deseo que todo rote a gran velocidad, que todo salga disparado al espacio, al vacío asesino donde solo respiran planetas y cometas.
Ha de haber movimiento para que el tiempo corra más veloz y salir cuanto antes de este círculo vicioso que es la vida.
Para que ocurra el fin del mundo más angustioso que se me pueda ocurrir ha de girar La Tierra a una velocidad tres mil veces mayor.
Un tiempo rápido. Porque lentamente nadie se va. Siempre están delante de uno, molestando, dejándose ver sin que podamos hacer nada para apartarlos de nuestro horizonte, pudriendo la imaginación, clavando en una cruz la libertad y la creación.
Los nichos son inamovibles, ellos los enterrados, siguen ahí durante siglos y milenios. Quietos y demostrando que en la vida hay escaso movimiento, ergo un tiempo demasiado largo.
Quieren descansar de pudrirse y simplemente desintegrarse con rayos gamma en algún lugar del cosmos. Alguna novedad no puede hacerles daño.
Si el tiempo del placer es breve. ¿Por qué el del dolor dura siempre?
Hay un error con la concepción del tiempo. Dios es un hijoputa que lo ha hecho mal. Si existiera, le metería mi reloj por su Sagrado Ano.
Este tiempo que me pudre con su inamovilidad…
¿Por qué vive tantos años lo que no me gusta? ¿Por qué se reproducen? Una fuerza centrífuga los tendría que arrancar de su coito mutilando los genitales y que se congelen o ardan por los rayos cósmicos en el espacio.
Veo cosas que son peonzas en potencia; seres racionales e irracionales. Se me ocurren innumerables formas de hacerlos girar. Si les pego un buen tiro con postas del doce en un hombro, girarán sobre sus pies. Rotarán entre sangre, carne y huesos destrozados. Si los tiro por un barranco rodarán alcanzando cada vez más velocidad. No importa que giren alejándose o a mi alrededor.
Quiero un tío vivo girando con mil cadáveres ensangrentados subiendo y bajando en los caballos.
Soy un sol en busca de su sistema planetario, localizo planetas vulgares y apagados para que giren en mi poderosa atracción. En mi locura.
Podría cortar las cabezas y meterles un grueso palo en el muñón para hacerlas girar como trompos.
No es por asesinar o por odio. Son imágenes que me pudren el ánimo con su necesidad de hacerse realidad.
Pudiera ser que el amor fuera una frecuencia del movimiento, como lo es el tiempo. Un efecto-causa-efecto-causa-efecto-causa... No entiendo, no soy cuántico.
No necesito amor, lo hago por moverme más rápido.
Sin movimiento no hay tiempo y los segundos cuelgan pesados de mis párpados, solo sé eso. Eso ocurre en mi mente, a mi alrededor.
Cuando todo gire no me sentiré tan decepcionado con la vida. No observaré lo que me irrita por demasiado tiempo. Seré libre de ellos y permaneceré tranquilo en el vórtice del ciclón de seres y de cosas deformadas por la velocidad del movimiento que me dará armonía con el planeta. Con lo que quede de él.
En lugar de hastiarme, me veré reflejado en las pupilas de los rostros que giran asustados y congestionados por una sangre con demasiada aceleración.
No basta que solo los objetos se muevan, los edificios son espectaculares desintegrándose con la velocidad de la rotación; pero no sienten vértigo y dolor. Los gritos y los temores imprimen más velocidad rotativa-creativa. Cuando se vacían de sangre dejando rojas coronas circulares en el suelo, la belleza se suma a la velocidad giroscópica. Y si hay belleza, mi muerte será más soportable.
Es hora de girar, de morir. De salir expulsados de la vida por una potente fuerza centrífuga.
Que giren cuerpos y cabezas con pasión.
Hay que amputar extremidades para que el giro sea uniforme y elegante.
Los perros tienen demasiadas patas. Una vagina es un buen agujero para clavar un pivote al cuerpo, siempre y cuando cortes las piernas. Los cuerpos no son perfectos, tienen cosas molestas innecesarias. El tiempo no las usa para correr más deprisa.
Los anos también son un buen alojamiento, pero requiere cortar el pene para lograr simetría.
Lo que no gira está muerto, congelado. Como mi pensamiento en el filo de un vaso con agua que se mantiene inclinado y no se decide a derramarse. Es horrible…
No hay desenlace y observo el mundo detenido, las horas enmoheciéndose en el filo de la saeta de un reloj. Tal vez se haya agotado la batería…
Tal vez mi imaginación es inmensa para un mundo tan vulgar y decadente.
Tengo un dado que hacer girar y demasiado tiempo para hacerlo, no es bueno vivir tanto. No es bueno para la humanidad, un día podría hacer girar cosas y seres.
Y no les gustaría.


Iconoclasta

Ilustrado por Aragggón



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9 de febrero de 2012

666 y la carne más pura


¿Quién quiere fagocitar una vida? ¿Quién precisa acabar con una vida para alimentarse y hacerse más grande como lo haría una célula?
Yo. Un dios sin piedad, sincero. Sin más argumento que mi odio hacia la hipócrita bondad. De la misma forma que los primates tenéis la envidia metida en el tuétano de los huesos, mi tejido es odio y poder nefasto para vosotros.
Odio a Dios, a ese lerdo demasiado acomodado en su voluntad, demasiado creído de si mismo. Vosotros los primates no estáis hechos a imagen y semejanza de él. Sois solo una descendencia tarada, sus creaciones subnormales con superávit de cromosomas.
Os fagocito porque sois microorganismos invasores, no sois peligrosos, solo molestos. Os destruyo porque sois una infección en este planeta.
¿Cuántas células forma el feto primate? No se puede cuantificar, mueren y se reproducen demasiadas al mismo tiempo. Me aburren las matemáticas. Solo quiero follar, destrozar y matar.
He abierto el vientre de la primate sin anestesia. El parto, de por si ya da suficiente dolor y un poco más apenas lo nota la madre que está preocupada por lo que le está presionando en el coño. Abrir su vientre ha sido fácil, no ha habido resistencia.
La Dama Oscura pone en mi mano los objetos quirúrgicos no esterilizados y por puro entretenimiento se ha metido en la vagina los electrodos que miden la dilatación y las contracciones de la parturienta. Cuando le digo al oído alguna obscenidad como: “Chupa mi pene agitando esos cables que salen de tu puta raja”, el monitor marca una contracción de nivel seis y cero dilatación. Su coño responde ante mí como el cura que cada día moja sus dedos en el agua sucia de la pileta de la iglesia para saludar servilmente a su inocuo dios. Ambos son igual de obedientes: coño y cura… Solo que el cura vivirá mucho menos si se cruza en mi camino.
La mujer, de pechos pequeños; pero hinchados y oscurecidos pezones, ha tenido elección: ante los cuerpos descuartizados que se amontonan a los pies de su cama, el del médico, la enfermera y su marido. Ha elegido vivir, gritando que no la matemos ante la cabeza de su marido clavada en el portasueros. Los labios de la cabeza de su marido están encogidos mostrando los dientes en un rictus de dolor, sus ojos están cerrados con fuerza. No ha gritado porque antes le he seccionado las cuerdas vocales. Todo ello ante la casi madre. Lo ha visto y disfrutado todo. Es lógico que no quiera morir, ya que además, estas cosas asustan a los primates todos. El hedor de las vísceras derramadas crea una atmósfera íntima para estos actos de maldad.
Ante todo está aterrada por mi presencia en su mente. No existe cosa más sucia y aterradora para un primate que sentir que su pensamiento es invadido, que el último reducto de intimidad ha sido destrozado y puedo ver cualquier cosa y saber que es, que ha sido y que será. Les robo todo lo que sabían y guardaban. Sus secretos, sus penas, miedos y alegrías han sido violados por mí. Daría la vida de su otro hijo a cambio de que saliera de su cabeza. De dejar de sentir ese olor a mierda que sale desde dentro de su cabeza.
Observo a través de la barriga abierta y tras haber roto la membrana, como el bebé se remueve inquieto empujando con la cabeza para salir de ahí, para nacer. No detecta la luz que lo alumbra, ni mi mirada preñada de un odio que mata, que envenena.
YO, ante Dios, hundo mi cara en ese vientre anegado de sangre y le arranco un bracito al feto con un implacable y fuerte mordisco. O al bebé, no voy a entrar en debates semánticos. Aún no ha nacido.
El bebé llora como si hubiera recibido la típica cachetada de nalgas. Se ha olvidado de seguir empujando y de forma instintiva mira con sus ojos cerrados hacia arriba, hacia a Mí.
De su muñón mana un ridículo chorrito de sangre. Tienen poca sangre los bebés, es suave matarlos.
Su carne es inyección pura de inocencia y eso le duele a Dios. A mí me parece una carne demasiado dulce.
Ha enviado a sus dos arcángeles: Malakai y Disturbia que aparecen dejando un rastro de cantos hermosos en su derredor e inundan con un estruendoso silencio la habitación cuando cesan sus salmodias para hablarme.
La habitación es demasiado pequeña para tantos muertos y ángeles. Y eso no mejora mi humor. Me retiro un poco de la cama para tener mejor perspectiva y se rompe la puerta del armario al apoyarme en ella. Nada humano me soporta demasiado tiempo.
—¿No tienes límite, 666? Deja que muera, los bebés humanos sufren mucho ahí dentro, no conocen ni siquiera la luz. Son inocencia pura. ¡Ohhh Yahvé…. Ruega por el pequeño que el Malvado asesina!
—Siempre has entonado mal, Disturbia. No jodas más o te arrancaré las alas y la piel a tiras. Os falta convicción y a mí sensibilidad y paciencia para vuestros cánticos de mierda.
—Mátalo ahora, mata al bebé, que no lance un solo grito más. Nuestro Padre llora. ¿No es suficiente para ti?
La Dama Oscura ha metido la mano en el vientre, y ha sacado medio cuerpo del bebé, que se retuerce y sobrevive aún gracias al cordón umbilical.
—Como éste tenéis a cientos que salvar y ayudar, dejad a mi Dios en paz. Maricones de alas míseras, de voces afeminadas. Que os sodomice Dios, vuestro Padre.
Adoro cuando habla así, cuando lanza todo ese odio hacia lo que me molesta. De la liga de su muslo izquierdo ha sacado un estilete y lo clava en una mama de la primate abriendo otra vía de sangre, aunque débil. Su corazón ya no bombea con la potencia de hace media hora. Está en las últimas y dejo de invadir su mente para que sepa que de morir no se libra. Yo no hago tratos ni respeto nada ni a nadie.
—No quiero a mi hijo, llévatelo y déjame en paz. Quiero morir ya… Estoy cansada —susurra sin dar importancia al corte de su pecho, del que mana una sangre rosada.
El fluorescente verdoso del cabezal de la cama le da un aspecto cadavérico.
La Dama Oscura deja caer el bebé otra vez en el vientre. Malakai intenta clavar un puñal en el pecho del pequeño primate que llora; pero la Dama Oscura ha hundido el estilete en su ojo y se ha evaporado llorando su cántico homosexual, buscando a su Dios para que lo arregle, para que lo sane.
—Arráncame los ojos a mí, y deja que mate al pequeño, no tiene que conocer el mal si ni siquiera ha nacido. Que su alma pura venga con nosotros —dice Disturbia.
La Dama ahora está acariciando el dilatado coño de la mona, poniendo especial énfasis en el clítoris. La primate no sabe que lo tiene duro como una perla. Su mente está enloquecida de dolor y muerte, el clítoris actúa libremente. La Dama escurre por los cables que salen de su sexo unas gotas que recoge con los dedos y se lleva a los labios. Mi pene se encabrita y siento el deseo de metérselo en la boca al arcángel para que calle, para asfixiarlo.
Conjuro a mis crueles.
—Venid cerdos míos. Traed un mono pequeño, un niño para este idiota.
Como si la habitación estallara, aparecen dos de mis queridos cerdos negros de rotos dientes afilados, con garras sucias de sangre y restos de carne, soportándose sobre las dos patas traseras. Un niño asustado se encuentra entre ellos. Está enfermo, sus ojos lloran sangre apestada de ébola, y los labios no pueden cubrir unos dientes enormes y amarillos que parecen de caballo. Obscenos en un rostro tan pequeño.
El vientre está inflamado y parece que se ha tragado un balón, su ombligo ha salido fuera. Los testículos son tan pequeños… Sus dientes están flojos y su piel negra está sucia de polvo. Es lo mejor en humana miseria que han encontrado mis cerdos.
El hambre no da elegancia alguna al cuerpo de los primates. No son galantes muriendo.
—¡Eh, maricón! Llévate a éste y lárgate pronto —le grito empujando al hambriento negro.
El arcángel Disturbia toma a tiempo los brazos del primate antes que sus abultadas rodillas se estrellen contra el suelo. Se le muere en brazos con un suspiro que nadie oye. El arcángel llora y clama a Dios elevando al techo su rostro cincelado y hermoso de mierda.
—Yahvé, un ángel va hacia a ti, dale la vida que no tuvo, dale la alegría que no conoció, otórgale la gracia del no-dolor. Vamos a ti, Padre.
La Dama Oscura, observa sacándose distraídamente los electrodos del coño, como el arcángel se desvanece con el cuerpo del primate en brazos.
—Su coño está frío, mi Negro Dios —dice la Oscura al tocar la vagina de la primate.
La parturienta ha muerto.
El pequeño feto-bebé no nato, gime débilmente y arrancándolo del vientre de su muerta madre, le rompo el cuello y aspiro su alma pura a través de la pequeña boca llena de líquido amniótico. Le regalo el cuerpo vacío y muerto a uno de mis crueles que lo devora en dos bocados a pesar de que el cordón umbilical aún no se ha roto.
Soy una célula superior que fagocita otras, no me importa quien, cuando, ni donde. Soy superior y la superioridad se demuestra destruyendo a los débiles. Se demuestra no sintiendo la más mínima piedad.
Dios es mi gran enemigo y vosotros, su obra, solo sois un medio por el cual le puedo hacer daño. Y él a pesar de su poder, no os protege. Ese Dios maricón se pasa demasiadas horas abusando de angelitos menores de edad.
Él solo quiere lo puro y hermoso, quiere al feto impoluto y deshecha la vida de los que sufren. Dios es un cerdo blanco con manicura en sus pezuñas.
La Dama Oscura me observa, sus ojos están tristes, su belleza aumenta con el brillo de las lágrimas que se acumulan en sus párpados.
—Hay momentos en los que me siento triste, mi Dios Negro. Siento deseos de vomitar. De ser abrazada.
No tiene la culpa. Es de origen humano, estas cosas pesan. Un feto muerto es una carga emocional en la conciencia instintiva, en el pequeño cerebro de reptil que aún poseen los primates.
La abrazo y oculta a mi mirada una lágrima.
Busco sus nalgas y hundo entre los muslos mi mano para invadir su vagina.
Sus piernas se separan para dejar paso a la mano entera, su boca se entreabre en un éxtasis y se le escapa un gemido de placer.
Ha metido la mano dentro de mi pantalón y ahora mi malvada polla es suya.
Me lleva hacia la muerta y mete mi pene en su boca.
—Fóllala.
Acaricia mis testículos mientras mi glande se araña una y otra vez contra los dientes fríos de la primate. Se arrodilla ante mí para recibir mi semen en su boca, en sus pechos.
La abofeteo con furia al correrme y se estremece con un placer que no entiendo como puede conectar el dolor con el coño. Pero la amo, la elevo del suelo y bebo la sangre que mana de su boca. Ella me destroza con sus dientes los labios y un nuevo clímax se crea entre sangre y baba.
Se escucha el llanto de un bebé durante el tiempo que fumo un cigarro y ambos observamos la muerte perfecta y total. Una erección enturbia mi mirada. El aire se asusta a mi alrededor y la Dama Oscura se aferra a su vagina intentando contener una riada de fluido.
—Dejemos que crezca un poco más antes de matarlo, ¿te parece mi Dama Oscura? —me aburre repetir las cosas.
Toma mi colilla de los labios y la mete en la boca de la madre muerta.
—Me parece bien, mi Negro Dios.
El bebé continúa llorando…
—Hay muchos bebés aún, 666. Se reproducen como ratas, ¿acabamos con ése antes de volver a nuestra húmeda y oscura cueva? —propone con una sonrisa pícara, como una niña pidiendo golosinas.
La amo…
Saco de la cintura de mi pantalón mi Desert Eagle de 9 mm. y tras atravesar dos puertas, entramos en el paritorio.
El médico tiene al niño aún en brazos y cuando disparo, la bala los mata a los dos. De todas formas, disparo dos veces. Soy generoso.
La Dama Oscura entierra el agudo y largo estilete entre dos costillas un poco por debajo del pecho izquierdo de la madre, que intenta gritar ante la atroz muerte de su hijo; no tiene tiempo: el estilete se ha hundido en el corazón con precisión quirúrgica. Sus piernas quedan fláccidas y abiertas encima de los soportes, su coño es una “o” de desilusión. La placenta se desprende como una medusa resbalando nalgas abajo.
Los primates no tienen elegancia muriendo, definitivamente.
Y mi Dama Oscura toma el bebé del suelo por un brazo, tiene el pecho destrozado y el cuello... Se lo acerca a la cara con una remota melancolía que solo yo puedo detectar por la cantidad de siglos que estoy junto a ella. Siente en secreto el pesar de no ser madre.
Le quito suavemente el bebé destrozado de las manos, y llevo mi boca a uno de sus pezones que asoma por la blusa abierta.
Es hora de volver a mi oscura y húmeda cueva. Me aburro.
Ya os contaré más cosas. Tengo tiempo, vosotros no.
Siempre sangriento: 666



Iconoclasta

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1 de febrero de 2012

Los colibríes no tienen alas


Si fuera tan fácil no infectarse del pensamiento ajeno…
Ojalá fuera sordo para no oír los sonidos de los labios secos de la chusma que pretende saber, que cree ser inteligente. Que todo lo sabe de mierda.
Hay que esforzarse mucho para luchar contra la razón. Y aún así la razón a veces me salva y la uso contra la amorfa y estéril realidad.
Hay un colibrí quieto en el aire, flotando ingrávido; aparece en mi ventana ostentando su gracia. Con rápidos movimientos de su cuerpo sin alas aparece y desaparece asegurándome que no es una ilusión. Se mueve por la magia, porque tiene el poder de flotar. No tiene un retrocohete en su espalda, no hay sonido de reacción, ni olor de queroseno quemado. No tiene casco ni gafas de piloto. Solo pía.
Dicen esos, los ajenos a mí, que tiene alas.
No me lo creo.
El pensamiento de los otros alega una velocidad tan alta en su batir de alas, que las hace invisibles. Tienen alas, repiten.
No les creo, no les hago caso.
Hay que ser más listo y explicar lo invisible. Joder la gracia.
Y la gracia no está en el vientre de una virgen infectada por un semen divino. Los dioses no nacen de un vientre humano, por una vagina impoluta de himen cerrado.
La gracia está en que los colibríes no tienen alas.
Yo solo veo que flota.
Lo racional me da la razón: lo que no veo no existe. Y sus alas no existen.
No vuela: flota frente a mí y mi gata lo observa fijamente. Mi gata no se cuestiona la razón, solo observa y se maravilla con sus pupilas amarillas fijas en esa posible presa que flota. Como yo.
Puedo ser tan racional como todos esos capullos encargados de elevar la gracia de una penetración divina y joder mi sueño de un colibrí flotando. No me sale de los cojones hacerlo.
Algún imbécil de ponzoñosa envidia perdió el tiempo buscando sus alas. Tal vez, mató a varios colibríes para dar explicación lo que él no podía hacer. A lo que él no podía flotar.
Y extendió frente al público las pequeñas alas muertas del colibrí que no volaba.
Sé que no hay mucha magia; pero no tengo prisa alguna en descubrirlo.
El hombre que está muriendo no quiere más información del cuando, no le apetece, no le estimula saber que muere. Ni cuando.
Un colibrí que se mantiene en el aire es un espejismo hermoso, es una verdad absoluta. Nadie tiene que matarlo, nadie tiene que estrangularlo para exhibir sus alas a la razón, a la verdad. A una verdad infame de irisados colores de mediocridad.
El amor es como el vuelo de un colibrí: si se racionaliza se mata.
Lo real es la podredumbre de los envidiosos que buscan la razón y la verdad por encima de todo. Por su frustración. Sus cerebros con alas y su amor de tarjeta de crédito es lo que tienen, es lo que son.
No hay alas de colibrí, solo mi fantasía poderosa y racional.
Si no veo sus alas, es que no existen. Que se metan este supositorio de racionalidad.


Iconoclasta

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Al filo de la palabra nº 14

http://alfilodelapalabra.wordpress.com/2012/01/31/al-filo-de-la-palabra-no-14/

30 de enero de 2012

29 de enero de 2012

Aquel vacío




A la bendita soledad y silencios
de mi Iconoclasta.

Su vacío lo mantenía lleno. Lo ilógico le sentaba bien. La decepción es su alimento diario y entre nubes grises trenza su sonrisa todas las mañanas para sostener el gesto retorcido y la mueca arrugada.
Sus ojos, se han secado. Podría contratar al cirque du Soleil en un evento privado para cantarle “Alegría” y seguirían cayendo trozos de costras desde sus pestañas. La tonta contorsionista hizo el esfuerzo de su vida pero su gracia solo la ridiculizó ante el gesto acartonado del hombre.
No teme, no le duele. Secciona día a día, milímetro a milímetro sus dedos con la navaja de cuchilla intercambiable. Tira gestos al aire de desgano mientras secciona el tendón de su dedo índice. Y cuando las heridas cicatrizan y sus manos son guantes hemoglobínicos, practica el movimiento con ellas haciendo rodar entre sus dedos el dado viejo de marfil para terminar de borrar los puntos, terminar de borrar todo.
El dado cae y una gota de baba que se desliza desde sus labios moja el punto negro de una de las caras. Recuerda cuando su lengua se deslizaba en el ano abierto de ella y sus dedos abrían sus contracciones.
Ha sacado la lengua sin querer cerrando los ojos. Odia los recuerdos. Nada le ha regresado ese tiempo.
Hay una habitación en la que solo el entra cuando nadie le ve. La puerta que empuja solo puede moverse con la fuerza que él tiene, esa es la llave, la contraseña para adentrarse. Sale de ella con los zapatos empolvados, arrastrando gruesos granos de arena de su playa. Suda y ya no se sofoca. Un halo de sal en nube le devuelve el aliento. Nadie conoce la habitación pero a veces se logran escuchar ladridos, risas y notas sueltas.
El vacío le tiñe los dedos de un tono amarillento y tritura cenizas de agonía en la piel que no se carcome. Se sabe eterno y desearía una septicemia para tener algo que vomitar, una ligera febrícula que le diera señales de no vida.
Eyacula sin tocarse y el suelo se astilla con las gotas que recibe de su semen, pesado como el plomo. Todo en él pesa.
La decepción no implica el deseo y sus dedos se agitan involuntarios frotando un clítoris invisible mientras duerme. Cree escuchar gemidos y la ausencia de la calidez en su piel lo despierta para levantarse con rabia y meterse en la tina quemando su piel con trozos de hielo. La memoria no borra las caricias dadas, podría desollarse entero y colgar el traje de su piel en el perchero de púas, pero la esperanza gana en silencio y se disfraza de orgullo con la clámide arrugada de cartón.
Olvidó el término temor y su vida se alarga lejos de su voluntad.
Se inyecta furia en las uñas con la jeringuilla sucia de la vieja puta que compró hace unos años. Ha comprendido que los anticuerpos no están de su lado, son fuertes como él, invencibles…
Ensaya la farsa de una sonrisa frente al espejo. Acomoda cada uno de los músculos de su cara. Con golpes de cemento modela gestos duros para que nadie pueda cambiarlos y no haya cincel que lo esculpa.
Nada queda afuera, solo existe aquel vacío que lo inunda y lo inmortaliza. Es la brevedad de una respiración y el trozo duro de pan que lo alimenta. Es tan necesario como la muerte misma.
Rompe sus nudillos en las paredes mientras camina con ellos queriendo arrastrar vida. Pedazos de vagina a sus pies. Ella ha muerto y la impotencia de no poderla eternizar no le brinda más que tristeza sin llanto. Furia y más furia.
Un silencio callando a otro.
Ha abierto de nuevo la puerta, tal vez hoy un respiro de mar le devuelva la muerte, el vacío deje de llenarse y la noble sonrisa del orgasmo compartido al fin gane para lograr su sueño.

Aragggón

22 de enero de 2012

Soy onomatopeya



Soy solo una onomatopeya, en un mundo ruidoso. Algo que pasa desapercibido.
La onomatopeya del perro aplastado por un coche, la caída de un vaso. Un chasquido de rama seca. Un trago mal dado.
Una tos. Una enfermedad. Algo convulso e involuntario en un mundo que me asorda y roba mi voz y sonido.
Soy uno con la basura auditiva. Un ruido más que no destaca ni trasciende más allá de unos centímetros al filo de una oreja sorda.
Soy el ¡oh! de lo que falta, de lo que no tengo.
Soy el ¡ooooh! de un público decepcionado.
Soy un ¡ja! de lo ridículo, una burla a veces sutil. Otras burda: ¡jo!
Soy el ¡bang! de un tiro en la cabeza.
He sido el ¡chaf-chaf! de un pene penetrando una húmeda vagina; o no lo fui, tal vez fue un sueño. Tal vez no era un húmedo sexo, solo estaba acatarrado.
Y me confundí. Me engañé.
Soy el ¡crak! de mi alma rota. Soy el ¡fru-fru! de las heladas y estériles sábanas.
El ¡ras! de una tela rasgada, de los ojos deslumbrados ante un engaño. Soy el ¡plof! de mi ánimo aplastado, el ¡uf! de un cansancio.
El eco de unos rencores viejos como el mar.
Soy el atroz silencio de una noche estrellada de guiños fríos y lejanos, de imposibles distancias de entender. No llegaré a las mortíferas estrellas. Ni mi alma llegaría.
El coro de mil voces que ríe mi fracaso, mi ridículo: ¡je, je, je!
El zumbido de un video porno que no veo. El ¡aaah-aaah! sucio de esos cerdos que se tocan mirándolo. Que follan en el sucio lavabo.
Soy la onomatopeya muda de una corrida ajena.
El ¡zas! de la bofetada que te despierta a la realidad de un nuevo error.
El ¡fuuu! del aire que sale de la boca por un puñetazo en la barriga.
Unos labios sangrando, sin sonido. Son demasiado blandos y se deforman en una mueca de pena.
Soy la tranquila y aburrida palabra: ¡joder! que concluye lo que se negaba a admitir: no existe el viaje a la felicidad por mucho que lo recorra.
Soy el que escupe en toda esa mierda, con un sonoro ¡tchu!
Una ¡mierda! deprimente.
El ¡chan-chan! de una sorpresa final que nunca lo fue.
Soy el ruido de la orina en el inodoro, lo real, lo que no engaña, lo que debe ser.




Iconoclasta

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6 de enero de 2012

La podrida soledad


Es un llanto roto en un rostro cárdeno. Una boca muda y abierta.
Y mi mano entre las piernas, sujetando los cojones que suben de terror hacia la garganta. Que duelen, que están demasiado llenos de hijos que no nacerán. De niños y niñas que se ahogan prematuramente en las cloacas del infierno, o del cielo (solo es una cuestión de orientación). Todo parece estar muerto cuando estoy solo. No quiero, no sé como ser solitario conmigo.
No sé gestionar mi insania.
Hay un corazón negro y una oscura boca que grita. Es un infarto macabro en un corazón pútrido. Se parte el músculo sin un solo sonido, derramando un racimo de uvas rojas que destilan vino muerto.
No lloran, los muertos miran sus putrefacciones sin mayor interés.
Ellos morían, mueren, morirán. Y me piden que vaya con ellos.
“Es hora de partir, de venir aquí, con nosotros”.
No encuentro la puerta. Quiero ir para que callen.
He pintado y resaltado con mis heces las paredes transparentes de un mundo sin dimensiones y no hay resquicios.
No callarán si no voy.
Hay un filo que brilla y una piel que pulsa con demasiada sangre. Las venas son serpientes que se han de cortar.
No soy bueno afrontando horrores.
¿He dicho errores?
Es un error la gota en mi glande caliente y sin meter. Ardiendo en mi puño. Una polla que debería estar (dentro de).
Clavándose, alojándose, bombeando, corriéndose.
Haría vapor en su boca si se la metiera. Si me la chupara.
Es un error estar pegado a un cuerpo que no encuentra consuelo, a una mente que no acaba de encontrar la belleza, ni la sonrisa.
Hierve el semen marchito en la bolsa de mis huevos. Quisiera arrancarlos, no sirven para nada.
El semen se derramaba de su sexo y aún caliente caía de nuevo en mi glande. Entre los pelos de mi polla se secaba.
No quiero estar solo con el vello apelmazado de miserias que no son lo que mana de su coño.
Hay mierda en las paredes dimensionales y mi dedo sangra. No es una pared perfecta. Hay rajas, hay púas. Y los muertos golpean e insisten al otro lado.
La mierda es mía, mi obra. Mi gran obra. Mi puta obra.
Si ella estuviera les daría la espalda. No puedo hacer otra cosa que estar con ellos.
Con los otros no me hace falta sexo, solo un vientre abierto y una longaniza de intestinos enredada en mis pies.
Un niño muerto lamería la mierda si pudiera. No puede deshacer con su lengua muerta e hinchada las paredes transparentes. La mierda está del otro lado, del mío.
“¿Lo ves? La mierda está ahí contigo. Pasa a esta lado”, me dice lamiendo la tranparente pared sin conseguir tocar las heces. Solo deja un rastro de sangre, pequeños coágulos que se deslizan hacia arriba y se secan a los pocos segundos.
Me pica el cerebro y me lo rasco solo. No hay nadie, no está ella para que observe los piojos. Para que los mate.
Que los maten a todos.
Los muertos deberían morir también, no es lógico que respiren, ya tuvieron su tiempo.
¿Por qué no dejan el mío tranquilo?
Yo no los jodo.
La jodo a ella cuando la tengo.
No llega, y aún me queda mierda en el vientre para pintar la dimensión pútrida. Prefiero el horror-error al vacío de ella.
Hay un resquicio pequeño, como si se hubiera roto por la presión de ellos, de los podridos, de los muertos. De los que no hacen caso de las cosas que se desprenden de sus cuencas vacías.
Y la cuchilla abre la vena. No duele.
El niño se asoma y lame el excremento: “No es buena tu mierda”.
Y me da la mano sin hacer caso de la sangre que baja por mis dedos.
Está helada su carne, pasar la pared dimensional duele, duele mucho. Es un fogonazo que me corta todo el tejido y el pensamiento.
Paso la lengua por la pared sucia de mierda, al otro lado donde nada huele ni duele.
Ella llora un cadáver que ya no me pertenece.



Iconoclasta

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