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3 de junio de 2011

Semen Cristus (3)



Madre e hijo fueron expulsados cuando la hermana Marga los descubrió en la capilla, el joven Leo movía su brazo lentamente entre las piernas abiertas de su madre. No había un murmullo de oración, era un jadeo lujurioso y pornográfico.
—¿Qué hacéis? ¿Cómo podéis? —gritó la hermana.
Salieron esa misma tarde con una maleta y una buena cantidad de dinero que había acumulado María a lo largo de todos esos años de trabajo en el convento.
Compró la casa en un pueblo pequeño y con pocos habitantes que se encontraba a una buena distancia del convento. Estar loca de remate, no es lo mismo que ser tonta.
Su hijo era igual que ella de alto con catorce años. La misma forma de caminar y su porte orgulloso. Conocía su coño mejor que ella misma. Sus manos bien cuidadas y sin duricia alguna causada por el trabajo separaban los labios vaginales con precisión y se hundía en ella como un sagrado pene que le hacía arder las entrañas.
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La mujer está cansada de rezar, siente los pantis empapados y pegajosos. Frío en su coño y un deseo atroz de tocarse.
Deposita cinco monedas a los pies de Cristus, algún motor pequeño zumba en algún lugar tras la cruz y el tubo de vidrio donde el pene de Dios está metido, realiza un lento y controlado vaivén.
—¡Di que me amas! Grítame tu amor de puta.
—Te amo Semen Cristus. Párteme en dos con tu mandamiento fragante. Incinera la basura que tengo metida en mi coño de zorra.
Leo cierra los ojos, el calefactor de sus testículos parece hacer hervir el semen en los cojones.
Candela deja caer las bragas hasta los tobillos y se sienta encima de una bala de paja.
La mente enferma de Leo reza a Jesucristo, le pide ayuda y fuerza para crear su hostia de semen, para que comulgue con ella la mujer.
Una pornográfica comunión.
El ritmo de la vibración se acelera, falta espacio en el tubo, se comprime tanto el pene que parece que va a estallar.
Un gruñido ronco, el meato se dilata y un espeso líquido blanco sale casi dulcemente. De nuevo el vacío lo succiona.
Candela se frota con frenesí el clítoris frente al crucificado y cuando del eyector sale el templado semen, se estrella como un escupitajo en su vulva desflorada, entre gemidos y blasfemias Candela se extiende el semen por todo el sexo para acabar con un orgasmo que la lleva al paroxismo.
Leo siente náuseas, le ocurre cuando hay demasiadas devotas y su madre le inyecta más dosis de hormonas. No puede evitar vomitar y una bilis amarga cae sobre Candela.
—Cristus mío ¿Te encuentras bien? ¿Puedo hacer algo por ti?
—Si hija mía, bienaventurado sea tu gran corazón. Dame agua.
La mujer sube por la escalera y le lleva a los labios la botella de agua que se encuentra encima de una de las balas de paja, junto con jeringuillas y restos de comida.
—Te amo Semen Cristus, te amo más que a mi hijo —le susurra al oído antes de besarle los labios y sentir el amargo sabor de la bilis.
—Yo te bendigo —responde Leo con un hilo de voz.
Cuando Candela se cruza con la madre e hija que esperan su turno a la puerta del establo, agacha la cabeza y no saluda.
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A los catorce años, Leo bendijo a su primera mujer. Era la vecina más cercana, una viuda reciente. Aquel día, Lía se encontraba en el porche de la casa, sentada en los escalones de entrada. Lloraba con la vista fija en la calle desierta.
Leo y su madre pasaron frente a ella.
—¿Por qué llora?
—Su marido murió hace dos semanas, está destrozada.
—Quiero bendecirla, mamá; como hacía Jesús.
— Ve, hijo mío.
Leo avanzó por el camino de gravilla hasta la mujer.
—Buenos días, triste mujer.
—Buenos días —respondió Lía con cierto estupor, el crío hablaba como un adulto demasiado educado, demasiado formal.
—No esté triste, estoy aquí para bendecirla, para aliviar su dolor.
Los ojos de Leo, hicieron presa en los de la mujer, y ésta sin saber que estaba mirando directamente a los ojos de un pozo de miseria mental, abrió sus brazos al niño.
—Eres un cielo.
—Lo soy —respondió Leo abrazándose a ella.
Metió su rodilla entre las piernas y presionó el sexo de Lía.
No rechazó la presión, no podía apartar la mirada de los ojos del niño. Ni podía apartar aquella rodilla que presionaba rítmicamente su vagina.
La madre se mantenía a distancia, sonreía afable ante la escena.
Un escalofrío recorrió todo el cuerpo de Lía, estalló en su clítoris y se expandió por las piernas y los brazos, abrazando con fuerza al niño entre sus brazos mientras intentaba ahogar un gemido.
—Yo te bendigo, mujer triste.
El niño le besó los labios antes de separarse. Caminó hasta su madre y la cogió de la mano.
—Venga a nuestra casa cuando se sienta sola, no se quede ahí sufriendo, Lía.
La mujer sonrió avergonzada.
No pasaron tres días cuando Lía llamó a la puerta de la casa de María y Leo. Semen Cristus le arrancó el dolor de la muerte de su marido por segunda vez en el sofá del comedor, ante la mirada bondadosamente paranoica de María.
Lía habló con una amiga y ésta con otra amiga.
A los quince años, Leo le pidió a su madre que lo crucificara con vendas en el establo, quería ser lo más parecido a Jesucristo. Hicieron la cruz con maderas viejas y podridas, cuyas astillas laceraban continuamente la piel de Semen Cristus. Un aliciente más, otras infecciones.
Con el tiempo, perfeccionaron la maquinaria y los elementos necesarios para crear aquel santuario del placer insano.
El tubo de vidrio donde Semen Cristus derramaba su amor y su hostia blanca, era una probeta de una industria química. Restos de máquinas tragaperras que encontraron en traperías y desguaces formaban los diversos elementos que estimulaban el pene y la producción de semen.
Objetos sucios, que cada día acumulaban más miseria, que no se limpiaban.
Más adelante, cuando las feligresas acudieron en mayor número y con más asiduidad, María tuvo que consultar con un veterinario qué tratamiento podía darle a su cerdo para que rindiera mejor sexualmente y su semen fuera más abundante.
A los dieciséis años, Semen Cristus a veces eyacula semen con vetas rojas. Y cada día está más delgado.
El cerdo a veces mira con sus pequeños ojos las misas, y su pene largo y rizado se arrastra endurecido entre su propia mierda y meados. El cerdo huele más a muerto que a marrano.
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Su madre lo libera de la cruz y lo ayuda a caminar hasta la casa, donde lame su sagrado coño; la absuelve de sus podridas ideas con un cunillingus que la hace gritar como al marrano del establo que hace coro a las comuniones. Es la madre de Dios.
Y a medida que las hormonas pudren la sangre de Semen Cristus, el dolor de la cruz y los torturados testículos lo dirigen hacia una alienante paz espiritual.
Los genitales parecen absorber toda la locura del mundo, la de las pecadoras que acuden a su bendición, la de su madre, la suya propia.
Amasa y metaboliza la insania y la escupe de nuevo, pura y sin tapujos a la cara del universo.
Semen Cristus es dios y como así lo afirma, así lo cree.
Leo se ha quedado dormido en el sofá del salón, no ha comido la cena que su madre le ha preparado y ésta lo admira con infinita ternura. Acaricia suavemente sus genitales. Están calientes, demasiado calientes; pero no le da importancia.
Tampoco le ha prestado atención a una especie de dura verruga enrojecida que se está formando en la parte inferior del escroto. A su alrededor la piel se está ennegreciendo.
María sube al desván, las obras están llegando a su fin. Las dos habitaciones se han transformado en una grande para que quepan los bancos de madera de las feligresas, en el techo colgará una lámpara de cirios de hierro forjado. La cama que será el altar, estará cubierta por una sábana roja y en la cabecera un Cristo crucificado llorará sobre la cara de Semen Cristus emocionado por haber instaurado el reino de los cielos en la tierra.
Un bidé se instalará dentro de un confesionario y cuatro altavoces emitirán los gemidos de Semen Cristus cuando ofrezca en su comunión la hostia lechosa con la que perdonará los pecados de las feligresas.
En un armario empotrado, guardará las hormonas y las jeringuillas para que su hijo pueda cumplir con su sagrado deber.
—Madre, la cama no es para Jesucristo. Necesito la cruz.
María se ha sobresaltado, no lo ha oído subir. Está desnudo y su pene pende lacio. Los testículos se encuentran contraídos.
—No podrás soportar tantas horas en la cruz, debes descansar. Está aumentando el número de devotas. No puedes continuar así, aún no has acabado de crecer y tus huesos se pueden deformar. Tengo una sorpresa, sólo para nosotros dos.
María se dirigió a la pared izquierda donde se apoyaba un tablero, lo retiró y tras él se encontraba una habitación con el techo acristalado. Los agónicos rayos de sol de la tarde, pintaban de rojo las paredes.
—Esta será nuestra capilla. Cuando hayas acabado la misa y te sientas descansado, te crucificaré. Y no habrá tubos ni calefactores. Meteré cada anochecer en mi boca tu sagrado pene hasta que te derrames en mí, hasta que me cubras entera.
—Madre, bendita seas. Te amo. Te perdono en el nombre de mi santo padre —le respondió con una sonrisa afable santiguando el aire frente a ella.
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Iconoclasta

Las ilustraciones son de la autoría de Aragggón.


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2 de junio de 2011

El asesino y la Palabra



Puedes estar cómodamente leyendo, escuchando música o escribiendo algo y aparecerá un/a testigo de Jehová que te molestará con la palabra del señor.
Y la siguiente reflexión es: ¿Cómo es posible leer algo tan aburrido, sin sentido y tan supersticioso como la biblia?
¿Es que no se cansan de lecciones pueriles?
Quien lee la biblia, y ante el empacho de leyes y parábolas, ¿no siente que se ahoga?
Cuando abres la boca para contestarles a algo, siempre tienen una enseñanza que darte.
Y eso me carga, ningún puto dios ni predicador puede enseñarme algo que no sepa, coño. Lo mío no es la palabra, son los números, las cifras que me pagan por mis servicios.
Así que le digo al jehovista que no tengo tiempo para charlas y me quedo con la revista que ofrece para que no me moleste más. Y su publicación me servirá para recortar palabras para enviar las amenazas de muerte y violación, que al fin y al cabo es a lo que me dedico sin que nadie me castigue.
Bueno, siempre ayuda dar una buena mordida o soborno al juez y a algún diputado; ayuda a tener impunidad aparte de mi habilidad.
Y por supuesto: no hay milagro que valga para que se libren mis víctimas de un tiro y de ser violadas, y no siempre por este orden.
Los hay que tienen fe en la palabra y yo en los recortes de revistas y prensa. Al final son palabras ¿no?
Y puede que un día, estos evangelizadores de pacotilla, se encuentren escrita la palabra o su palabra del señor en una bala 357 magnum que se alojará en su frente.
No siempre planeo mis asesinatos, a veces improviso. Es un buen ejercicio matar a alguien en la puerta de tu casa y por puro placer. Solo hay que cambiar el método. Nunca se me ocurriría reventarle la cabeza con un disparo; cuando has de matar a alguien en una zona poblada o donde vives, es mejor el silencio de una médula seccionada. Meter un estilete por la nuca requiere habilidad y precisión; pero es emocionante cuando te están hablando de la importancia de la palabra del señor, ver como sus voces callan y sus rodillas se pliegan muertas.
Incluso improvisando soy tan bueno como los beatos predicando la palabra del señor.
Amén.



Iconoclasta

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1 de junio de 2011

Semen Cristus (2)



Semen Cristus cumplió catorce años masturbándose en el establo, y dejando que la ternera lamiera su pene con aquella lengua ancha y larga. La vaca deseaba lamer aquello, mugía plena de satisfacción.
Semen Cristus bien podría haber sido un San Francisco de Asís. Su podredumbre mental alcanzaba a los seres irracionales de la misma forma que llevaba a la irracionalidad a las mujeres que se masturbaban ahora ante él.
La señora María se masturbó, en silencio espiando a su hijo. Cuando su niño eyaculó entre su puño y la lengua de la vaca, dijo:
—Bebe mi leche, y que se una a la tuya. Que mi divina leche de placer, espese la tuya —dijo sacudiendo el semen residual del cárnico y venoso hisopo hacia la cabeza de la ternera que no pestañeaba ante las salpicaduras de aquel líquido espeso y blanco.
Con los dedos mojados de su propio coño, la Sra. María se dirigió a su hijo y se puso de rodillas frente a su pene y lo limpió metiéndoselo en la boca.
El pequeño Leopoldo, que así se llamaba por aquel entonces, posó la mano en la cabeza de su madre y presionándola contra sí, la obligó a meterse todo el pene en la boca.
—Madre, bendita sea tu boca entre la de todas las mujeres. Chupa, chupa, chupa...
Ya hace dieciséis años, en algún pueblo de la península ibérica, al norte de África, una madre esquizofrénica gritaba obscenidades en una celda del convento de las Clarisas durante el parto.
Las hermanas acogieron a la enferma parturienta que había escapado de aquel manicomio que ardió por algún cortocircuito de sus viejos cables eléctricos. La abadesa hizo la promesa a Jesucristo, de acoger a aquella mujer que llamó a la puerta del convento, gritando el nombre de Dios al interfono de la puerta.
Sus dientes rotos eran cicatrices que revelaban su origen loco y muchas sesiones de estimulación cerebral eléctrica.
Clava los dedos en el indefenso pubis de su hijo crucificado, evocando recuerdos. Unas gotas de sangre aparecen entre las uñas clavadas en la delicada piel de Semen Cristus.
—Córrete, hijo mío. Como si te derramaras dentro de mí.
El vientre se hunde entre las cosquillas y el glande escupe un borbotón de semen. Un zumbido indica que el eyector de vacío se ha conectado.
La leche succionada se arrastra por el tubo translúcido que se pierde entre sus piernas.
La mujer frente a la cruz se palmea el clítoris con furia ante el placer que la hace sentirse puta en un pueblo sin apenas hombres, un pueblo sucio y aislado que casi todo el año huele a mierda de cerdo y mierda de vaca. Mierda de gallinas, mierda de ovejas.
Mierda de vida.
La madre de Cristus aplaca la tensión orgásmica de su hijo cogiendo sus calientes testículos, ha retirado el calefactor que estimula su producción seminal.
La madura desearía que fuera su mano la que acariciara aquellos testículos pesados y plenos. El semen sale disparado por una boquilla cerca de su cara y le impacta en los ojos. No se los limpia, sigue sobando su sexo hasta que siente doblarse por un orgasmo intenso. Con la lengua recoge el semen que ahora chorrea por la comisura de los labios.
Se limpia y con los dedos manchados de semen se santigua.
—Yo te bendigo, Severa —dice Cristus entre jadeos.
La madre saca de su delantal una jeringuilla.
—Hay dos devotas más esperando afuera, tienes que bendecirlas con tu leche, cariño. Sólo tres más y podrás bajar de tu santa cruz.
Ha encontrado la vena del brazo con facilidad, está dilatada por el esfuerzo de la crucifixión. Le inyecta una hormona de uso veterinario. Acomoda el calefactor en los testículos de su hijo y le besa en la mejilla.
Se acerca hasta la mujer que espera con las piernas cruzadas.
—Reza cinco minutos antes de echar las monedas, Candela. Reza por su alma y por su fuerza. Dios te quiere mojada.
—María ¿Cuándo nos tomará Cristus? ¿Cuándo lo podremos sentir dentro de nosotras?
—Cuando terminen las obras y la capilla del desván de casa se pueda usar tendréis su cuerpo también.
—En el pueblo los hombres no saben lo que ocurre; pero recelan de que vengamos aquí tan a menudo. Ve con cuidado, María, protege a tu hijo.
—Está protegido y vosotras también. En la cocina tengo a modo de decorado una mesa preparada con pastas y café para que os sentéis allí si aparece alguno de esos machos por aquí; para que vean normalidad. Y no te preocupes, puedo ver a quienquiera que se acerque a medio kilómetro.
María lleva la mano al sexo de Candela:
—Goza de Cristus ahora, moja tu chocho, disfruta. Él te bendice.
Cuando sale del establo, una adolescente espera a la puerta cogida del brazo de su madre.
—Cuando salga Candela, podéis pasar. Y recordad, cuando os haya bendecido a una de vosotras, que la próxima rece cinco minutos para que sus sagrados cojones se llenen de nuevo. Rezad por su alma y por su fuerza.
“Dadle tiempo a que las hormonas hagan su trabajo”, musita para si.
María se dirige a la casa.
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Los operarios daban martillazos en el desván, el estridente ruido de una taladradora apagó cualquier otro sonido, abandonándola a su propia insania.
María evocó los casi catorce años de liberación en el convento, viendo crecer a su hijo, sin las medicinas que en el hospital la convertían en una triste muñeca.
Veía a Cristo retorcerse en la cruz de la capilla, no podía apartar la mirada del crucificado. Aquel hombre bueno debería haber gozado de la vida y no morir como un miserable ladrón.
Miraba bajo la tela esculpida de los calzones con la esperanza de ver los testículos del Santo Crucificado. Se masturbaba en silencio, rezando un rosario de obscenidades e imaginando el acto sexual con el nazareno. Mamándosela en la cruz mientras sangraba. Su esquizoide mente encontró una vía de escape e inspiración en aquella capilla.
Su hijo se educaba en un ala del convento que hacía las veces de escuela del pueblo con la hermana Carmen como profesora.
Cuando el pequeño Leopoldo acababa sus clases en el colegio y ella terminaba su trabajo en la cocina, cogía a su hijo de la mano y juntos iban a la capilla.
—Debes ser como él, un hombre bueno.
—Yo no quiero que me hagan daño, mamá.
—Nunca dejaría que te hicieran daño, Leo. Tú gozarás en la cruz en la misma medida que Jesucristo padeció. Te lo juro, vida mía.
—Mira, Cristo me hace gozar —le mostró a Leo su sexo abierto y perlado por el abundante fluido segregado.
Leo miró con interés; sintió un placer extraño en sus genitales, y creyó ver un corazón sagrado latiendo entre las piernas de su madre. Con siete años estaba gestando su propia demencia.
Y así, cada tarde que podían se sentaban frente al Cristo Crucificado. Leo observaba a su madre llevar la mano bajo la falda, la escuchaba gemir con las rodillas separadas. Se sentaban en los bancos de la tercera fila, para estar cerca de Él y a la vez resguardados de su propia inmundicia mental.
El pequeño olía con delectación el cuerpo sudado de su madre, sentía como la madera de los bancos transmitía el estremecimiento al llegar al orgasmo.
—Huele, Leo. Es la saliva de Cristo —María acercó la mano humedecida y resbaladiza de humor sexual hasta la nariz de su hijo.
El niño frunció el ceño.
—Así es Jesucristo, mi vida. Así tienes que ser tú. Así lo tienes que hacer.
Llevó la mano de su hijo a la vulva y le enseñó como acariciarla.
Leo lloraba, algo no estaba bien. Su madre le daba miedo. Y él también sentía miedo de si mismo, sentía que algo no estaba bien en aquel ni sitio ni dentro de ellos; pero su primera erección y la mano de su madre calmándolo frente a Jesucristo, convirtió todo aquello en una realidad única. La única posible en su cerebro.
Leo crecía, en plena pubertad tuvo su primera visión, (una alucinación esquizofrénica para un psiquiatra). Un mensaje de Dios para el niño y su madre; el Cristo Crucificado abrió la boca y le dijo al pequeño Leo:
-Tu semen es maná para las mujeres, para su apetito más íntimo. Derrámalo sobre ellas, dentro de ellas. Que tu pene sea el camino de la redención de esta segunda venida.



Iconoclasta


Las ilustraciones son de la autoría de Aragggón.



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30 de mayo de 2011

Semen Cristus (1)







Con los brazos extendidos y atados en el travesaño de la cruz y la maraña de cables y tubos que bajan desde sus genitales hasta perderse entre las pantorrillas, recuerda vagamente al Hijo de Dios. Un dios tecnológico y sexual que no llega al grado de aberración masoquista del mito cristiano: Jesucristo.
A la vibración del tubo de vidrio se ha sumado un vaivén, la masturbación lo lleva a gemir como un animal. Una corona de espinas que no toca la piel del cráneo, que tan sólo es un adorno, lo convierte en algo desdichado y triste. Mediocridad enfermiza.
La mujer que ha echado cinco monedas en el monedero del Semen Cristus, tras sentir los primeros gemidos del cristo sacrílego se santigua con la mano derecha. Con la izquierda masajea su sexo por encima de la falda negra. Llora ante el pene encerrado en aquel tubo y desea llevarlo a la boca.
Las rodillas de Cristus tiemblan ante el creciente placer y una gota de saliva de la boca del sagrado, cae en los labios de la excitada madura.
La mujer apenas ahoga un gemido y extiende con los dedos la baba del cristo lentamente por sus labios. En algún momento se ha arremangado la falda y sus dedos se mueven bajo la tela de la sutil braga negra con creciente fervor.
Otra mujer espera paciente tras ella, presionando su sexo con los muslos, cruzando las piernas con nerviosismo. Parece contener la orina.
La madre de Semen Cristus, sube por una escalera de mano hasta su hijo, las mujeres observan la escena con devoto silencio.
Los rayos de sol que se filtran por los listones de madera de las paredes del cobertizo no dan suficiente luz. El establo apenas iluminado, crea cientos de penumbras entre las balas de paja y los barrotes sucios de una pocilga. Gruesos cirios amarillos con una cruz roja pintada, intentan apagarse a si mismos. Las llamas tiemblan se encogen y cuando casi han desaparecido, vuelven a crecer y desafiar una atmósfera apestosa en la que no hay aire en movimiento y el calor hace sudar la madera y la mierda que hay en el suelo.
Un marrano ronca y parece dirigir las oraciones de las dos feligresas.
—Hijo mío, gime para esas rameras. Grita tu placer y dales tu leche. Que se bañen en ella y unten con tu sagrada savia sus agujeros sucios. Sus rajas pegajosas de su propio gel de follar —le susurra la Sra. María al oído.
Su mano acaricia el rasurado pubis de su hijo excitándolo.
En el tubo de cristal, el pene parece aplastarse por la virulenta erección que su madre está provocando.


Iconoclasta


Las ilustraciones son de la autoría de Aragggón.



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23 de mayo de 2011

Una noche de insomnio

Tienes toda una noche sin sueño por delante, vale la pena aprovechar. No tienes más remedio

Y es mejor así, cuando no hay elección todo está claro.

Los burros tienen orejeras para no salirse del camino. A mí me han metido un dedo en el culo y corro para aliviar presión. Es así de sencillo.

Sólo hay que avanzar en la única dirección, no se puede volver atrás porque el presente es un camino que se borra a cada paso. Tras de ti queda el vacío, un pasado intangible que no da motivo alguno de alegría y en el mejor de los casos regala una destructiva melancolía.

Queda avanzar y buscar un espacio protegido de la luz, incluso de la vida.

No importa que te observen, lo que importa es no sentirse observado. Es tan fácil conseguirlo… Sólo hay que tener la absoluta certeza de que no importas. Y eso es algo que salta a la vista si eres un observador experimentado. Con unos pocos años de vida.

Sólo necesitas un espacio, un lugar donde pasar la larga noche de insomnio y si te sientes extraño en el planeta, ya tienes una razón que explique una noche en vela.

Es un primer e irreflexivo consuelo.

Pero ese enajenamiento no es la causa del insomnio. Lo real es que cuando uno se siente extraño es porque la muerte está cerca, al menos en el pensamiento.

Y lo que tiene la muerte, es que es un excitante más fuerte que la cafeína y te hace pensar en sudarios y cosas que se descomponen.

Y así, la verdad, no hay quien duerma. Una masturbación con este estado de ánimo podría durar horas y no quiero que mi pene se queme.

Es razonable cuando has consumido el ochenta por ciento de tu vida, pensar a menudo en la muerte y concluir que no todo es tan familiar y tan tuyo. Que han pasado ligeros los años y que no te sientes dueño de nada, más bien un juguete de la vida. Es algo connatural a todos los seres vivos.

No todos, hay cerebros demasiado vacíos y para rellenar hueco, se ha llenado de vanidad, de una más que generosa valoración propia.

Ningún camello se ve su propia giba. Yo sí, tal vez por no ser camello.

Conozco perros que me cuentan de su etapa de pensar en la muerte y son más viejos que el sol. Parece que al pensar en la muerte, ésta se aleja, se retrae.

Los perros siempre me hablan porque no dejo que los humanos se acerquen mucho.

Y las esperanzas de que esto acabe pronto, se retraen también. La muerte no vendrá si tengo valor y humor, esperará a que me sienta débil y mierda.

Cuando tenemos valor para afrontar la muerte, nos sobra la salud, es una de esas constantes universales que suelen provocar esa comezón incómoda en los genitales.

Ocurre lo mismo cuando esperas ver hervir el agua en la olla: tarda tanto que te aburres de esperar y cuando arrancan las burbujas, no estás presente.

Estos viejos perros dicen que tendemos a exagerar.

Es más, a medida que envejecemos el tiempo pasa más lentamente, se acaban las noches de insomnio. Nos quedamos dormidos en cualquier sitio y en cualquier posición. Y buscamos el sol.

El odiado sol, la puta luz.

El calor que funde mis tejidos.

Y lo que es mejor: aquella destructiva melancolía que nos asaltaba, se convierte en un montón de imágenes entrañables que la edad ha convertido en auténticos tesoros. Arqueológicos recuerdos de años a.

No se les puede hacer caso a los perros. Son de naturaleza afable y con cierta inclinación al optimismo.

Los perros y yo somos de naturaleza distinta; aún así les presto una cortés atención. Y para que no se sientan mal, no les confieso que estoy en desacuerdo.

Si no tienes un lugar, un territorio íntimo y privado, lo has de crear con tiempos, con momentos.

La mente no es tonta; la mente te dice cuando has de huir hacia ti mismo.

Y te obsequia con una noche de insomnio que realmente es tu verdadero sitio en el mundo.

Es en la noche en vela cuando los pensamientos acumulados y apelmazados por demasiadas horas de sueño y conciencia, caen al suelo pesados como adoquines.

Y ese estruendo de certezas, de deprimentes realidades que la luz pintaba de variados colores, se ofrecen grises a tus pies.

Y es normal vomitar ante la vertiginosa realidad.

Es una cita con la muerte, decidir si vivir o morir. Sentirse muerto y catar así la inmovilidad, la quietud, el frío y la oscuridad.

Nos deberíamos sentir valientes.

Una noche en vela es lo mismo que disfrutar de cien hectáreas de terreno y de cientos de árboles donde orinar para marcar nuestro territorio. Es disponer de una biblioteca enorme sin moverse de casa.

Y eres libre de fumar cuanto quieras.

Pienso que me he equivocado muchas veces. Pienso que quiero ver la luna, el Mar de la Serenidad sin telescopio.

Exijo una pluma diferente para cada palabra que escribo.

No quiero obligaciones de ningún tipo.

Quiero que cada día sea distinto.

Querer es esperar. Son largas horas de espera.

Odio el dolor, odio el aburrimiento… Un momento.

Ya he identificado la causa de mi tristeza vital, de un despertar agrio. Ahora sé porque no quiero abrir los ojos al despertar.

Odio desear porque me frustra.

Ergo odio esperar.

Los perros son pacientes, yo no.

Y ahora que estoy en vela, ya sé porque no puedo dormir bien: dormir es descanso; pero sobre todo espera.

Esperar que sea un día mejor, esperar que al despertar se cumpla lo que deseo.

Era tan fácil encontrar la causa. Sin embargo, imposible de identificar a plena luz del día, o a plena luz de los sueños.

Definitivamente los perros viejos no saben lo que dicen. No han pensado tanto como yo. Duermen demasiado.

Nos pasamos la vida esperando algo. Y el sueño es una larga espera en la inconsciencia.

Siempre espero.

Esperamos nuestro sitio, nuestro lugar para poder ordenar pensamientos y cosas.

He aquí la jodida verdad: no puedo dormir por tanto esperar.

Y lo peor de todo es que espero con cierta impaciencia a la muerte.

A lo mejor pienso demasiado.

Pero no es eso.

Dicen que nunca es tarde si la dicha es buena.

Sí que es tarde. Cuando has conseguido lo que más deseabas en el mundo al final de la vida, seamos sinceros, quiere decir que hasta ese logro has vivido fracaso tras fracaso.

Y ser un fracasado aunque hayas cumplido tu deseo, es algo vergonzoso.

Cualquier momento de reflexión me llevaba a una incomodidad sin saber por qué. Hasta que el bendito insomnio te obliga a pasar una noche contigo mismo.

De ahí esa necesidad de tener un sitio: te sientes avergonzado de tantos años de fracaso. Es necesario esconderse y no pasar más vergüenza de la necesaria.

Necesitas una pequeña habitación para que nadie vea lo muy fracasado que eres.

Y la maldita espera, la impaciencia de la infructuosa búsqueda de un espacio para esconder la vergüenza, es el insomnio.

Espera sobre espera es igual a impaciencia al cuadrado.

El insomnio pierde efectividad con el uso.

Cuando el insomnio no cumple su función empiezas a desear la compañía de la muerte.

Y como odio esperar, sólo queda el suicidio.

El presente es un camino que se borra a cada paso.

El suicidio es el único destino. Borra las esperas.

Odio esperar.

Tal vez tome un somnífero para anestesiar la impaciencia.

No creo que vuelva a conversar con esos afables perros, no lo saben todo. No saben nada. Además, me carga su optimismo facilón.

Toda la puta vida para al fin saber que la impaciencia me destruye.

Tantas noches en velas para esto.

No soy muy listo.

Precioso.

Se permiten chistes y fumar en mi velatorio, ésta es mi voluntad.


Iconoclasta

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21 de mayo de 2011

Acta de amor


Tengo una reina dormida en mi cama.
Una reina que amo, que me ama. Y tal vez se sienta sola mientras yo escribo.
¿Pero cómo escribir de quien amas si está frente a mí, a mi alrededor?
Cuando tu amor está presente la besas, la abrazas, le dices que la amas; pero no escribes. Sería tonto perder así el tiempo con ella.
Mantienes tus sentidos a la espera para acercarte a ella, controlas que nadie pueda interrumpir un momento íntimo con ella.
Son demasiadas tareas juntas para añadir encima la literatura.
Son necesarias las barricadas para besarse parapetados tras los sacos terreros de un mundo hostil e injerente.
Es necesario que yo no duerma para hacer constar en acta que la amo.
Mañana iré al notario.
Ella no necesita esos formalismos. Yo sí porque no soy muy locuaz. Mi voz es fea, mi dicción sosa.
Cuando lee en voz alta, las palabras se hacen pura dulzura, hay inflexiones de sensualidad. Ella con su propia voz se siente más amada con mis letras. Soy un hombre poco cultivado en las artes oratorias.
Es importante que ella duerma a veces cuando escribo.
Aunque crea que está un poco sola.
Sé muy bien que no es agradable sentirse solo; pero es una breve percepción por la que debe pasar. Ni ella ni yo tenemos la culpa de mi torpeza. Me parieron así de lerdo con la oratoria.
No tengo un tono de voz adecuado para recitar mis ideas de amor y ternura porque mi pequeño cerebro no conecta bien con las cuerdas vocales.
Y encima he pasado las tres cuartas partes de mi vida sin decir cosas de amor; sólo las escribía.
Las soñaba como algo fantasioso e imposible.
Es razonable y excusable que algún rato en alguna noche, pueda sentirse sola cuando me levanto de la cama para escribir lo que no acostumbro a pronunciar.
Y así hago constar en acta que la amo, que su piel es mi consuelo, mi cobijo y mi alegría.
(Por no hablar de lo muy dura que me la pone).
Gastaré cierta cantidad de dinero en un notario; será una buena inversión.
Y así cuando yo muera y se sienta agónicamente sola, podrá confirmar leyendo este acta certificada por notario, que aún muerto la sigo amando. Que duermo muy pegado a ella.
Y no como zombi, si no como un espíritu de amor. Algo dorado y esponjoso recién salido de la centrifugadora para que no le cause una fea impresión.
(Esto último debe certificarlo el notario como punto importante, porque mi reina es un poco cobardica por las noches).


Iconoclasta


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19 de mayo de 2011

Madre puta querida



Yo no celebro el día de la madre. Celebro el de mi madre puta.
¿O acaso te has pensado, mi puta madre, que te voy a amar por el simple hecho de que me escupieras por tu coño?
Las cerdas también paren hijos. No te creas tan especial por haber dilatado tu coño durante unas horas.
Eres especial, mamá de mierda, porque cuando el perro de mi marido me partía los huesos, cuando yo llegaba a tu casa amoratada, dolorida y llorando de miedo, ni siquiera me mirabas.
Es el día de mi puta madre; todos los días recuerdo llorar con mi coño sangrando y escuchar tus palabras y consejos: “Es tu marido, el padre de tus hijos. No lo dejes”.
Y yo me iba a mi casa de nuevo a meterme agua fresca en mi chocho violado. Me preguntaba como corregir mi comportamiento para no ser violada y golpeada.
Podía ser perra o cerda como tú, hubiera hecho cualquier cosa porque no me partieran más la madre; pero no supe más que tener miedo y sentirme sola.
Madre puta de mierda, no me dolía la cabeza por una depresión; me doblaba de dolor por los golpes que me daba tu yerno de mierda.
El cerdo padre de tus nietos.
Hoy, como cada día, mi vieja y puta madre; escupo en tu coño piojoso. Y te digo mientras tus nalgas se pudren de llagas creadas en ese pañal que nunca te cambio, que tu hija se divorció del perro que la mataba a golpes. Que tuve al final, un coño más grande y más valiente que el tuyo.
Tus pañales huelen a muerte lenta, vieja y puta madre.
Madre puta querida: te oí hablar a menudo con el criminal que le rompía la madre a tu hija (yo), día sí y día también.
Le decías que me perdonara, que con el tiempo yo aprendería a ser una buena esposa: a fregar el suelo de rodillas, planchar calcetines y dejar que me metiera su ridículo pene en mi reseco coño sin llorar.
Eso es lo que debería ser una buena madre y esposa, ¿verdad madre puta querida?
Cuando me divorcié con la nariz rota y mi mente desvencijada y humillada, me reprobaste con la mirada.
Y algún día, madre puta querida, dijiste que debería volver con él por el bien de mis hijos, por mantener una familia como debe ser.
¿Te das cuenta, madre puta asquerosa; de que ese cáncer que obligó a que te extirparan la lengua, nació de tu ser de madre puta, de tu repugnante comportamiento? Estabas y estás podrida, madre puta querida.
Te hiciste amiga de mi enemigo y lo llamabas para conversar con él. Con el que me follaba haciéndome sangrar el coño. El que me hacía vomitar con su olor.
Pretendías que volviera con mi asesino, madre puta querida. Te avergonzaba que tu hija fuera una divorciada más.
Por eso eres madre puta. Y ahora inválida.
Dejaré que tus propios excrementos fermenten tus nalgas y lo infecten todo hasta llegar a tu cerebro que ya hace años sólo sirve para que te mees con más incontinencia.
Ni tus nietos voy a dejar que te visiten, vieja inválida y muda puta madre.
Dile a tu querido yerno de mierda, que te los traiga él, díselo con tu voz muda de mierda. De puta sifilítica. Que se presenten ante ti tus nietos para que vean a la abuela más puta del mundo pudrirse en vida.
Vamos, no llores madre puta querida, este puñetazo que te he dado en esas mamas secas e inservibles no duele comparado con un buen puñetazo de un macho en el cuello.
¿No me decías que me aguantara? Aguanta ahora tú, mi puta madre querida, al fin y al cabo es el dolor de tu hija, sangre de tu sangre.
Al fin y al cabo a ti no te meto nada en el coño a la fuerza.
¿Por eso lloras, puta madre querida?
¿Quieres que tu yerno de mierda te llene el chocho como a mí me lo llenaba?
Con aquel cerdo pasé cinco años, tú llevas ocho conmigo; pero yo soy tu hija.
Yo a ti nada tengo que perdonarte y cuidaré así de ti cada día.
Y tus otros hijos, mis hermanos, seguirán diciendo que soy la mejor hija y hermana que pudiera desear madre. Que de no ser por mí, te verías en un asilo.
Madre puta querida... ¡No llores!
Yo sí que te hago caso, te entiendo.
Cada día, cuando te doy de beber vinagre y sal, me doy cuenta de tu dolor y angustia.
Te miro directamente a los ojos y te digo que tienes razón al sentir dolor y miedo.
Jamás te ignoraré. Hasta que te mueras, madre puta querida.



Iconoclasta

El montaje de la imagen es de la autoría de Aragggón


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17 de mayo de 2011

Asfixiante amor



Me asfixia, me ahoga con sus labios que me inundan.
No vivimos un orgasmo sincronizado; es asfixia conjunta.
Es la estrangulación de cuerpo y alma.
No sé donde empiezo ni donde acaba ella.
Me roba el aire que debería respirar.
Me ahogo en sus abrazos ante la presión de su carne, su piel...
Suave, densa.
Los poros tampoco pueden respirar.
Sólo puedo sudar.
Los besos... Amar nunca ha sido como respirar aire libre, no con ella.
Es mentira: el amor no hace un mundo nuevo y feliz. No hace el aire puro.
Amar es respirarla. Y su bendita carne no puede asimilarla los pulmones.
Es hundirse en la mismisima sima de su placer sin aire.
Todos los pulmones desean respirar aunque estén enamorados.
Y ella es una aberración de la supervivencia.
Ella no es vida, da su vida, es un suicidio a dos.
A veces se para el corazón pensando en ella.
No hay tiempo para aire, hay que sorber la vida misma; su coño, sus pechos, su piel a tiras si es necesario.
El centro del universo es pesado como un agujero negro y ahí todo es absorción.
Y me hundo en ella buscando un fondo que no hay.
Lamo entre sus piernas, con los dientes asomando. Es la furia de amar a tumba abierta; no hay consuelo.
Los dedos...
Mis dedos están untados de ella, se han hecho dependientes de su piel.
Tienen el estigma de su amor metido entre las uñas.
Y mi pene está gélido fuera de ella; necesito su coño profundo, caliente.
Asfixiante.
Nos derramamos entre gemidos que nadie podría decir que es placer. Hay angustia de épocas de soledad y ausencia.
Cicatrices...
Nadie podría decir si es placer la entrega es dolorosa porque nos hace olvidar la respiración. Parece agonía liberadora.
Como si la vida también pesara demasiado.
Resisto la carga de profundidad que es la contracción de su placer y mi espinazo parece partirse por el esfuerzo. Deseo que se parta, ser una serpiente rota a sus pies.
Deseo mi piel entre sus uñas cuando dobla el universo en dos con sus gemidos. Cuando de su vientre nace y alumbra el placer puro: un bebé que se derrama entre muslos y pubis al ser parido.
La vida misma se autofagocita y la puedo lamer entre sus ingles. Restos frescos de amor.
Benditos los niños del placer asfixiante. Somos los padres carnales de niños sin pulmones.
Amar agota.
Amar dando la vida es agonía hermosa.
Hay que ser valientes; pero la valentía es una opción. Con ella no hay alternativa, es el único camino: asfixiarse en su amor.
No hay voluntad de heroísmo.
Morir en ella, con ella, entre ella y dentro de ella.



Iconoclasta
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12 de mayo de 2011

Vena silencio





El mutismo crea penumbra en la habitación. La oscuridad silba y los muebles parecen fatigosos. Mi silla se agita incómoda, tampoco puede respirar.

El silencio es una vena gruesa que nace en su lengua y ata mi garganta. De vez en vez cierra su dentadura y crea una várice que cierra mi tráquea. Me falta el aire y una convulsión hace doler mis pulmones que quieren salir por las costillas rasgando el pecho.

Un bostezo de su aburrimiento da alivio por pocos segundos. Ha aflojado la presión. Lo hace con tortuosa intención y yo lo noto.

Ojalá mis manos tuvieran vida para rasgar la vena que acarrea ponzoña y que ahoga y me alimenta de muerte. Un goteo de hiel continuo entra por el torrente desde la yugular al corazón.

“A veces es mejor guardar silencio” dice.

¡No!

Guardarlo para mí es encerrar asfixia en la carne, intoxicándola con dosis de amargura volviéndola gangrena de matices verdosos.

Si él guarda silencio lo almacena en mí que soy su cofre de desperdicios, el anaquel desordenado de desechos tóxicos que sostiene el pomo de resanador gesticular.

Al menos significo comodidad para su angustia, tregua para la furia.

Hay una hemorragia palpitante a punto de teñir el piso, es una presión gasificada que busca la válvula de escape y producir el jaspeado que dará un suspiro relajante.

Metros de una vena que se enreda entre mis piernas y tira de mi cuando los gestos de él dan giros abruptos de tormentosa indiferencia.

Los perros no quieren a su amo cuando salen a pasear con la correa. Están ansiosos de sentir la libertad sin ataduras y caminar rápido sin los jalones asfixiantes que inmovilizan sus pasos.

Yo no deseo dar pasos de libertades coartadas. Ni siquiera tengo deseos de olfatear la brisa fresca fuera de este cuarto. Sin embargo se alucina un beso calmante del abandono.

Tengo la lengua reseca y acartonada y no serviría de nada lamer sus pies pidiendo pausa.

La correa soledad que ciñe el cuello me hace dar tragos de sabor férreo. Indicios de la sangre que ha mojado los pulmones. Las ganas de morir se tiñen de esperanza mientras la mirada se nubla y los borbotones que sostienen mis tragos bañan por cántaros al corazón que se equivoca a cada momento más.

Un miedo fractura las quijadas y bailan la sinfonía enmudecida con cualquier movimiento mostrando el desequilibrio que me invade al ser una marioneta que pende de la vena silencio.

El cordón umbilical otorga vida. Estoy en el lado opuesto. Me alimento de muerte y el tránsito de esperanza es nulo en este conducto. Al menos un poco de vacío sería relajante para causar algún paro cardíaco. Pero yo soy el vacío nutriéndose de savia mortuoria.

Tendría que acelerar este proceso. Un poco de dignidad para este cuerpo que se diseca retorciéndose sin elegancia alguna.

Una señal gutural se vislumbra entre sus labios. Los que agonizamos vemos luces en los labios como muestras de compasión. Nos hace parecer que un ligero relajante, como el opio, da consuelo a los dolores. Tal vez sea el final de la resignación.

La silla ha dejado de moverse, pero no ha regresado la luz a la habitación sin acústica. Los ecos caen muertos en pedazos como hojuelas a un suelo bañado de letras enrojecidas. Ha cerrado su mordida al fin, sus labios se movieron sin piedad dibujando en humo la palabra adiós.



Corrección de estilo por Iconoclasta

11 de mayo de 2011

Tormenta en el cerebro




Controla la jodida atmósfera; pide al rayo que te parta, porque hay días que es mejor no estar. Días de tormenta.
Es hermoso, es sorpresivo que sin ver una sola nube en el horizonte, de repente estalle la tormenta.
Es magno. Hasta el cáncer es una sorpresa, un aliciente en una vida sin sobresaltos.
Los días, las semanas y los meses están enumerados para que podamos darnos cuenta de que son días distintos.
No siempre vivimos el mismo día, aunque no lo parezca.
En mi puto cerebro, una sombra que es la propia vida, la puta verdad de que no valgo una mierda, me encierra en un negro ataúd sensorial y psíquico.
Los rayos caen quemando y carbonizando grandes áreas de mi alegría. Ennegrecen mi ánimo y resquebrajan mis escleróticas. Los truenos ahogan mis gritos de ira e incomprensión.
Y entonces deseas ardientemente que el rayo no sea imaginario. Que sea real y me pulverice en negro carbón, que entre la quemada piel mane sangre brillante como el rubí. La carne abierta...
Y me muera con solo un movimiento de los ojos.
No existen recursos en mi atormentado y atronado cerebro que puedan disipar esas negras nubes.
No hay esperanza.
Estoy sometido a la tormenta, no hay cobijo bajo ningún techado.
Sólo queda esperar que pase, que la tormenta se agote.
Que mi puerco cerebro deje de pensar.
Y si dios existe, que me parta un rayo, si puede ese cabrón.



Iconoclasta

El montaje del video es de Aragggón.

Aragggón

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6 de mayo de 2011

Amistad dum-dum



Se ha separado de su pareja y no soporta la idea de tener que volver a verla; ni por el bien de su hijo.
Por el bien de su hijo, no quiere ser un hipócrita. No quiere saber nada de ella, de la misma forma que ella no lo quiere de él.
No se divorciaron por un juego. Hubo dolor y tiempo de angustia. Discusiones eternas y dolorosas. Durante ese tiempo todos los buenos momentos se convirtieron en un error. Algo que incluso avergüenza esa etapa de la vida, como un fracaso constante en la respiración diaria.
No puede quedar amistad, ni siquiera una sonrisa ante la persona de la que te has separado. Es ilógico, es cobarde, es hipócrita.
Se pregunta cómo pueden existir parejas separadas que se hablen como si nada hubiera ocurrido. Separados que incluso se dan un beso casto al encontrarse, como un matrimonio falso y cobarde.
Ni en nombre del hijo ni del padre ni del espíritu santo. No es viable esa amistad.
Sólo cobardes y falsos pueden mantener esa relación.
Siente náuseas de saber que existen.
Piensa en seres tarados, pusilánimes hasta en la intimidad consigo mismos.
Siente repulsión al verla. Ella ni le mira a los ojos.
A su hijo le dice a menudo que su madre es una imbécil. Seguro que la madre dice lo mismo de él.
Es lo auténticamente bueno de romper una relación, ya no hay que mentir más, no es necesario la media mentira, las verdades encubiertas.
Ahora la puta verdad sale de sus bocas como balas dum-dum, destrozando el más mínimo recuerdo de lo que algún día pudo parecer amor.
Balas dum-dum, balas con un corte en forma de cruz en la punta que se expanden y deforman. El agujero de salida destroza y astilla todo lo que encuentra. Como el amor, entra fino como un estilete y sale arrancando trozos de corazón. En la convención de Ginebra se prohibió su uso por la brutalidad de las heridas. A él nadie le prohíbe nada.
Él ha hecho una cruz invertida en ellas. No es religioso, sólo quiere confundir.
Odia los matrimonios fracasados que son amigos. Odia a su compañero de trabajo y odia a la mujer que se folla.
No puede imaginarse siendo amigo de su ex-esposa de la misma forma que nadie puede adivinar cuánto cuerpo humano destrozará una bala dum-dum.
Las mismas que carga su rifle.
Se encuentra en el tejado de una caseta abandonada de jardinería, en un parque que es punto de encuentro para muchas parejas separadas que cambian su turno de estar con los hijos.
Los niños corren por el parque delante de un hombre o una mujer, por lo general, demasiado serios para disfrutar del paseo. Apenas se saludan los padres cuando se encuentran, apenas se acercan; son los niños los que caminan hacia ellos; como rehenes de intercambio.
Es fácil localizar a las parejas fracasadas. Es bueno que sea así, no es bueno que se saluden y que parezcan amigos.
Cuando su hijo era pequeño, en ese mismo parque lo recogía y lo devolvía a su madre. Sólo un saludo sin cortesía alguna en un susurro. No era incómodo, era sinceridad en estado puro.
El hijo no era excusa para un comportamiento hipócrita. Cobarde.
Las parejas taradas que mantienen una relación de amistad, brillan con luz propia. Se les puede ver paseando juntos, a una distancia prudencial. Con una sonrisa idiota en el rostro, orgullosos de su madurez y ejemplo de mierda y cobardía para su ridículos hijos que corretean a su alrededor.
De vez en cuando toman un café, e incluso se besan castamente cuando se encuentran.
Arcadio, se aparta de la mira teléscopica de su rifle y vomita.
Cuando te comportas con valor y sinceridad, cuando has llegado a ese punto de coherencia con quien un día conviviste es lógico sentir náuseas por esos “amigos” felices que comparten una amena charla. Toda su apestosa amistad es una ofensa. Un insulto a su inteligencia.
Los hay que no se fijan en esos detalles; pero Arcadio no puede sustraerse a ellos. Se siente infectado. Su repulsión es innata.
Su hijo ha crecido, ya no va a buscarlo al parque, no tiene que soportar a su ex. A la que tuvo que dar por el divorcio hasta la polla, como él dice a menudo.
El calor y la humedad no mejoran su humor, la hiedra que cubre las paredes de la caseta y las ramas de un árbol que lo cubren a él y al techo, provocan un sudor que irrita los párpados.
Miguel aparece nítido en la mira telescópica, se ha situado al lado de una fuente donde los que corren y van en bicicleta se detienen para beber o mojarse la cabeza. Mira su reloj con aire relajado, una rutina semanal.
Arcadio rememora las largas y aburridas charlas en las que su compañero de oficina le explica lo feliz de su separación. La profunda amistad que había quedado entre él y su ex-mujer. Le detallaba cada lunes sus paseos por el parque y los más variados chismes que compartía con Vicky. Jamás decía “mi ex”, siempre se refería a su mujer por el nombre; como si fuera conocida de todo el mundo. Como si todos compartieran su amistad de mierda con ella.
Y sus perfectos hijos que quieren a su padre y madre por igual...
Posiblemente les dio de mamar con la polla por demostrar su infinito amor, pensaba Arcadio cuando Miguel le contaba cosas de infinita ternura, que a pesar de la separación eran unos padres ejemplares de mierda.
Eso no es armonía, es idiotez. Si se llevan tan bien, si todo es tan perfecto ¿por qué se separaron?
¿A quién quieren convencer estos idiotas?
El dedo índice acaricia el gatillo, se asegura de que el trípode del cañón siga firme. Se enciende un cigarro escondiéndose más entre las ramas y vomita. Es un problema el vómito, podría ser una prueba biológica. Si de una gota de sangre sacan tanta información, por un vómito podrían adivinar hasta su saldo bancario y los pelos que tiene en el culo.
Se ríe con la boca manchada de vómito y traga el humo con avidez, que sabe mucho mejor que los miasmas que aún se encuentran en su boca.
Quedan diez minutos para que se encuentre la “happy family”, son tan perfectos que sus horarios son invariables. Lleva más de dos meses controlándolos.
Su automóvil está a su espalda, en un garaje público de pago. Nadie lo ha visto salir ni dirigirse al parque, una de las ventanas de ventilación del garaje da directamente al muro del jardín del parque. No ha tenido que caminar entre viejos, niños, matrimonios fracasados y deportistas urbanos con su equipo de exterminación de parejas perfectas.
Un guardia municipal camina perezosamente por las sendas del parque, tal vez presta demasiada atención a la vegetación porque su trabajo es de tal monotonía, las caras son tan conocidas y el ambiente tan tranquilo, que su trabajo constituye un serio desafío a su desarrollo intelectual.
Nunca pasa nada, eso es bueno y también malo. Malo para la ilusión, lo plano siempre resulta un horizonte sin misterio ni aliciente.
Algún ratero con poca ambición roba de vez en cuando alguna bolsa demasiado lejos de su dueña (por lo general mujeres que llevan a sus hijos a la zona de juegos infantil) y algún anciano que se queda dormido y al que hay que despertar para que no se se seque más al sol.
Son las seis de la tarde, es otoño pero el calor sigue atormentando incluso en las sombras. Pasa frente a la caseta abandonada de los jardineros. Desde la gran crisis son empresas de servicios las que gestionan el mantenimiento del parque y la caseta era para trabajadores del ayuntamiento. Nadie quiere gastar dinero en esa especie de barraca. Las camionetas de los jardineros ya tienen todo lo necesario.
Un fuerte olor a vómito llama su atención, algo nuevo. Algo no usual, hace tiempo que no aparecen borrachos y drogadictos por el parque. La caseta está pegada al muro de dos metros que delimita el parque, tras ella hay un garaje público de pago. Si el vómito es reciente, posiblemente el borracho haya entrado en el parque cuando se encontraba haciendo la ronda por la zona oeste.
Se interna entre los setos para atisbar la parte trasera de la caseta. El olor a vómito es fuerte aunque no localiza de donde proviene. El suelo está limpio de restos de borrachera. Una gota con algún alimento sólido cae sobre su uniforme, en el brazo izquierdo. Cuando dirige la vista arriba, puede ver las punteras de unas botas militares asomando por el techado y una estalactita de vómito deprendiéndose para formar otra gota que caerá.
Arcadio ha escuchado un ruido de pisadas cerca y ha visto al guardia acercarse a la caseta. Aún tiene el instinto entrenado. Tres años en los servicios especiales del ejército dejan huella. Legionario paracaidista y luego COE (Cuerpo de Operaciones Especiales). Le gustan las armas, le hubiera gustado entrar en guerra; pero todo se limitó a indefensos entrenamientos.
A pesar de la limitación de venta de armas, hizo muchas amistades durante su periodo militar voluntario y ha tenido siempre acceso a armas y entrenamiento en galerías de tiro de los cuerpos de seguridad o en campos de tiro particulares.
En su cintura lleva una navaja multiusos de acampada, abre la hoja de corte y recoge los pies para arrodillarse en posición de ataque.
El guardia ha escuchado movimiento en el techo y los pies han desaparecido. Va a tener que hacer bajar a un borracho de ahí arriba. Se arrepiente de haber despreciado la tranquilidad y la monotonía.
Eleva un pie para afianzarse en el ficus y poder ver quien está ahí arriba.
Cuando se eleva por encima de las ramas, a unos centímetros de la caseta, apenas puede vislumbrar una figura de un hombre con chandal negro, y un rifle enorme en cuyo cañón hay un trípode. No puede preguntarle que está haciendo ahí arriba, porque una navaja se ha clavado en su cuello, gusto en la glotis. Ha sido como recibir un puñetazo y morirse asfixiado sin poder pedir ayuda. Cuando intenta pronuciar algo, de su boca solo sale sangre.
Arcadio lo agarra fuertemente por la nuca para poder hacer más grande el corte, el hombre apenas hace un solo gesto de defensa. Ha sido demasiado rápido, sorpresivo.
Durante su entrenamiento de supervivencia, usó esta técnica para cazar conejos y pájaros para alimentarse durante aquella larga semana en la sierra. La inmovilidad y la repentina acción siempre dan como resultado una muerte instantánea.
La cosa se ha complicado, porque quedan tres o cuatro minutos para que Miguel se encuentre con Vicky, su ex-mujer, y le entregue los niños para el fin de semana.
Observa la senda del parque y al no ver a nadie paseando cerca deja que el cuerpo del guardia caiga.
Queda enredado entre las ramas cabeza abajo, con pequeñas convulsiones de agonía. Desde el camino, nadie podrá ver el cuerpo. Se vuelve a tender de nuevo en el techo y lleva un ojo a la mira telescópica. Miguel mira hacia su derecha con una sonrisa, ha visto a su ex y sus dos hijos. El pequeño tiene cuatro años, el mayor trece.
El guardia lanza sus últimos estertores y muere agitando las ramas del ficus, como un viento de muerte que provoca el susurro que llama a muertos en las hojas.
Vicky aparece en su campo de visión. Los niños tras abrazar a su padre, corren de un lado a otro y molestan a los padres que hablan seguramente, de esa amistad tan bonita que hará crecer a sus hijos sanos y emocionalmente equilibrados.
El walkie-talkie del guardia emite un ruido de acoplamiento.
-Agente Fernández, acuda al extremo este del parque, una mujer de unos setenta años ha caído y necesita ayuda, se encuentra frente a la entrada de la avenida Unión. Hay personas atendiéndola. La ambulancia ha sido avisada. Comience a hacer el atestado.
Arcadio blasfema, salta del tejado para coger la radio del guardia.
-Recibido, voy para allá.
-Informe del estado de la mujer y notifique sus datos, por favor.
-Así, lo haré. Corto.
Arcadio apaga la radio y vuelve a tomar su posición en el tejado de la caseta.
Aún siguen cerca de la fuente.
Se concentra, ralentiza su respiración y tensa el primer tiempo del gatillo. El idiota de Miguel le ha contado mil veces como se llama el niño mayor y el pequeño, no se acuerda. No tiene interés en ello.
Como cuando cazaba conejos, espera que asome una pequeña cabeza. Apenas aparece un cuerpo de niño que tira de los pantalones de Miguel, Arcadio dispara y si el guardia estuviera vivo, hubiera escuchado algo parecido a un esputo. El silenciador es práctico para disparar en los parques.
Posiblemente, tras impactar en la espalda ¿del hijo menor? La bala hiere levemente al padre en una pierna. Pierde mucha fuerza la bala cuando se ha deformado y arrastrado tanto hueso y tejido.
Una gran mancha que ocupa parte de los testículos aparece en los pantalones claros de Miguel.
Ha ocurrido tan rápido que su cara expresa sorpresa. Es ese instante en el que el cerebro no puede entender nada y sólo queda observar alrededor para entender que algo ha ocurrido.
Desde esos cuatrocientos metros los gritos de angustia y dolor de padres y gente que está cercana, llegan como un rumor.
El niño, el menor yace en el suelo boca arriba con el pecho deformado y de un cráter enorme sale una gran cantidad de sangre. Sus pies tiemblan y la madre se agacha para cogerlo en brazos.
Miguel hace lo mismo y entre los dos elevan el cuerpo del pequeño.
El hermano mayor está junto a su madre, con la cara compungida de miedo se aferra a su falda.
Arcadio conoce bien esos muslos. Los ha lamido hasta llegar al coño que esconden, los ha pellizcado mientras el gran ejemplo de madre comprensiva y tolerante le gritaba que le metiera la lengua en su puto coño. Miguel nunca sabrá que se ha follado a su ex, incluso antes de que se divorciara de ella, desde hace poco más de cuatro años concretamente.
Tampoco sabrá que la boca que ahora le besa amistosamente la mejilla, apesta a su semen. Esa misma mañana le ha hecho su última mamada sin saberlo.
Si Miguel sobreviviera y se enterara de que se ha follado a su mujer durante más de cuatro años ¿sería comprensivo? ¿Seguirían tomando el mal café de máquina a la hora del desayuno en la oficina?
Tampoco sabrá que el pequeño de los hijos, no es suyo. El de cuatro años es su propio hijo. Como dice Arcadio es un hijo accidental, no tendrían que haberlo tenido, pero un fallo lo tiene cualquiera. Y como hijo meramente funcional que es, no le importa demasiado. Le importa el dolor que por medio de su muerte inflije a esos idiotas tan comprensivos y armoniosos.
Le sigue sin importar un bledo como se llama.
Elije cuidadosamente el blanco y suena otro escupitajo. La bala entra por el omoplato del hermano mayor y sale arrancando el corazón. Esto ocurre con demasiada rapidez, no puede apreciarse. Son cosas que sabe porque ha visto cientos de horas de filmaciones para estudiantes de medicina forense. Muchas pruebas de balística se realizan discretamente sobre cadáveres humanos y cerdos. Él prefiere las filmaciones con cuerpos humanos. Los cerdos no tienen ninguna gracia ni aportan conocimiento alguno.
El niño tardará en morir lo que tarde en secarse su cerebro de sangre y ante un impacto de bala como ese, ocurrirá en cuestión de segundos. Es demasiado pequeño para tener conciencia de que muere.
Cuando cae el hermano mayor, los gritos se elevan de potencia ahora la gente corre en desbandada buscando las salidas del parque. El felizmente matrimonio separado, no sabe como tratar la muerte brutal de sus hijos y ahora Miguel, tiene el inerte cuerpo del mayor abrazado a su pecho y lo mece con las piernas colgando abrazado a su pecho.
Vicky ha dejado al menor en el suelo y le practica una inútil respiración artificial. Los labios ensangrentados de Vicky están preciosos y Arcadio acaricia por encima del pantalón la molesta erección que le provoca. Además, ha podido ver el tanga blanco translúcido que tanto le gusta. Le gusta esa mancha oscura que se forma en el triángulo cuando ella tiene ganas de ser follada.
La cabeza está bien, será impactante.
Espera el momento oportuno. Su amante está metiendo aire en la ensangrentada boca de su hijo y en ese momento apunta a la sien.
El retroceso del arma le hace sentir bien y le dice adiós a la bala que el mismo marcó con una cruz profunda en la punta.
Apenas distingue lo que ocurre, desde que ha apretado el gatillo; la cabeza ha desaparecido.
Con la mira busca el lugar donde yace ahora su ex-amante y feliz divorciada. En la sien aparece un pequeño agujero, pero su pelo se eleva de forma extraña en el otro hemisferio de la cabeza. Un trozo de cráneo ha quedado levantado y la masa gris ensucia el suelo a unos centímetros de ella. No respira en absoluto. Ni siquiera hay movimiento reflejo en ninguna de sus extremidades. Su falda ha quedado levantada impúdicamente mostrando su sexo otrora hambriento y húmedo.
Miguel grita como un poseso, se ha arrodillado en el suelo y camina de rodillas de un cuerpo a otro. Nadie aparece, es más, los últimos rezagados están saliendo por las puertas del parque.
Está solo, completamente solo. Solo con su amiga muerta y con sus amados hijos convertidos en hamburguesa.
Durante unos segundos, Arcadio se pregunta si era necesario ese castigo, tal vez ha sido excesivo. Y vuelve a evocar los putos monólogos de Miguel, sus continuas alabanzas a sus hijos. Rememora la ilusión del idiota al anunciar a toda la oficina, que era viernes y tenía que recoger a sus hijos. Como si a alguien le importara.
Apunta directamente al esternón y se acabó al instante el llanto y el lamento. Ni para morir ha cambiado su cara de imbécil, sigue siendo el mismo subnormal de mirada idiota. Los hay que no consiguen acopiar dignidad ni para morir.
Cae de cara al suelo y por entre su traje de fino tejido de primavera, asoma un trozo de columna vertebral.
Sus hombros se agitan en un vano intento por levantar la cara de la tierra, pero dura muy poco.
Arcadio se ha concentrado tanto, que no ha visto los coches de policía y cuerpos especiales que entraban por el parque.Tal vez hayan visto su último disparo.
Seguramente lo han localizado, aunque no hay que ser muy listo para reconocer la posición de un francotirador dada la posición y agrupamiento de los cuerpos.
Enciende la radio del guardia.
-Estamos a doscientos metros de la caseta de jardineros, podemos apreciar movimiento en el tejado, pero las ramas de un árbol lo cubren, no hay blanco seguro.
Se gira a la izquierda y puede ver a través de la mira a un par de policías con casco y gafas, son GEOS que se acercan agazapados entre la vegetación del jardín.
Apunta a uno de los cascos y dispara.
-Han herido a Jaime -dice la voz angustiada del compañero-. Dispara con silenciador.
En ese mismo instante se corta la comunicación, el segundo policía está ahora oculto en algún lugar, seguramente en posición. No han tardado en comprender que son espiados por radio.
Arcadio salta de la caseta, y se estira en el suelo, muy cerca de los setos que dan al camino, dejando un escaso ángulo de visión.
Apenas se siente animado de correr y escapar. Se arrastra hasta alejarse una decena de metros de la caseta, pronto llegarán desde el muro para poder abatirlo desde una posición segura.
Todo se ha acabado, ha sido como follar, después de largo tiempo de esperar el gran momento, se siente ahíto, satisfecho de todo punto.
Piensa que morir ahora es digno, que morir ahora e irse sin que nadie pueda castigarle y reprocharle lo que ha hecho sería otra estocada a toda esa felicidad que reina entre los idiotas.
Que sepan que no hay castigo ni penas contra el crimen. Que un día ellos morirán rodeados de su felicidad y nadie los vengará, ni habrá justicia.
Que sepan que hay miles de proyectiles calibre Amistad dum-dum para equilibrar tanta mediocridad.
De una sobaquera oculta bajo la sudadera negra saca un pequeño revólver del calibre 22, una pequeña bala que no provoca más daños que los necesarios y que no le desfiguraría la cara ni ninguna otra parte del cuerpo.
Apoya el cañón encima del corazón y dispara.
Su muerte es casi dulce, la bala no sale, la bala se aloja en el corazón y lo detiene. Sin apenas sangre.
Y su último pensamiento son los cuerpos muertos, los litros de sangre derramada y la sonrisa satisfecha de que han dejado de existir.
Un último pensamiento: el calibre 22 suele utilizarse para matar a las reses en los mataderos. Bueno, nadie es perfecto.
Ya no habrán más lunes ni conversaciones idiotas sobre la necesidad de fomentar la amistad entre una pareja separada.
Los muertos no se saludan ni se dan besos de mierda si se han divorciado.




Iconoclasta

El montaje de la imagen y el diseño es autoría de Aragggón.


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30 de abril de 2011

No a la pornografía



Y una mierda, a mí me encanta la pornografía.
Hay un aviso atroz en muchos sitios de pretendida literatura: Se permiten textos eróticos siempre y cuando se guarde el debido respeto y el buen gusto.
¿Quiere decir eso que las pollas y los coños han de dar lo buenos días al entrar? ¿Que las vaginas y los penes tienen que tener sabores y olores delicados?
Dos cuerpos desnudos abrazados entre las flores y las mariposas. Entre querubines sonrientes cogidos de las manitas en un amor sin fin (como no tienen genitales) y los corazones que palpitan al unísono, son auténticos recursos de belleza sin par. Y por lo visto los penes y las vaginas huelen mejor.
Y el semen es más cremoso, no mancha y es más blanco cuando hay lirismo.
Es bonito que te cagas moragas.
Para empezar: sólo hay una literatura erótica y la pornografía sólo es aplicable a la imagen fotográfica pura y dura (nunca mejor dicho).
Los que llaman pornografía a la literatura erótica están confundidos (la ignorancia es algo perdonable). Hay una literatura erótica prosaica y pura y otra lírica (lo que vendría a ser la ciencia ficción del sexo o sexo para niños).
No hay pornografía a menos que el texto vaya adornado de un buen nabo o un buen higo jugoso (obsérvese que he sido lírico y no he escrito polla y coño). Y aún así, deberemos distinguir (si podemos ante el impacto de la imagen), que lo que vemos no es lo mismo que leemos.
Sin embargo, a pesar de toda esa belleza del erotismo lírico, no hay nada como meter los dedos profundamente en su coño, separar sus labios para que su fluido mane y se empape la vulva. Y así llevarme los dedos a la boca para que vea que amo hasta el sabor de su chocho.
Veréis pequeños, olvidaos de pornografía. La literatura no muestra imágenes, sólo nos hace imaginarlas. Y si lo que imagináis es pornografía, no tenéis remedio. Ya que lo mismo da que jodan Adán y Eva con sus hojas de parra cándidas o Linda Lovelace tragando pollas con su clítoris en las cuerdas vocales; porque siempre hay corrida de por medio: semen, leche, esperma, maná divino, etc...
Para los estrechos de mente, para los que no han leído ni entienden lo que es leer e imaginar, seguirá siendo pornografía la literatura erótica que no es lírica.
Cosa que me suda la polla, porque si alguien dice que mis textos son pornográficos, me hace sentir especialmente bien; ya que casi cumplo con el objetivo de la fotografía: ser crudo y descarnado.
Beber del dulce néctar de su divino brote, es lo mismo que correrse en su boca. Es sólo una cuestión de estilos; como pueden ser el aburridísimo y completamente aséptico lirismo; o la más ofensiva pornografía en el erotismo crudo.
Y ambas frases describen lo mismo: una corrida, una acabada, una eyaculación oral.
¿De verdad los seres más sensibles aficionados a la literatura se van a creer que el semen sabe a néctar y mieles y que los coños y penes no huelen y saben a veces a orina? Y el culo a mierda.
Si alguien se ofende con ello, mejor que vea a Pocoyo bailando, que es algo que le hará soltar una lágrima tierna.
No hay hábito de lectura e internet es campo abonado para aquellos que su imaginación está tan limitada y moldeada, que una simple palabra directa sobre los genitales, les hace recordar que el placer viene por donde se mea. Y eso les parece un poco embarazoso.
¿Erotismo o pornografía? Las palabras pollas o coño no son pornográficas, y podrían ser eróticas en su contexto. Y sin embargo, en los lugares que se pide ese respeto mojigato, esas dos palabras se consideran pornográficas. Y más si se lo imaginan en sus propias bocas.
Pues a mí no me molestan esas palabras. Y me gusta que me coma la polla, y me gusta comerme el coño de mi reina.
Puede que los que tienen verdadera suciedad en el cerebro, sean aquellos que buscan la ofensa en una palabra y tal vez sus cerebros son tan sucios, que imaginan aberraciones más allá de lo que el escritor narra.
Vamos a ver si nos aclaramos: a quien le molesta verse el coño o la picha en el espejo, sin duda alguna debería leer literatura erótica lírica.
Insisto: siempre hay un glande eyaculando, un coño baboso y unos labios (vaginales o no) que van a ser regados. Sea tontilírico o sea simplemente erótico.
De verdad, debéis aprender a dejar de leer algo si no os gusta y si os excita no avergonzaros, no hay nadie mirando a vuestros genitales cuando leéis. Y olvidaos de esa hipócrita pregunta ¿Es erótico o pornográfico?
Mejor os preguntáis por vuestra vergüenza, vuestra insana religiosidad. Y sobre todo, por la envida que os corroe cuando alguien se expresa con total libertad y sin prejuicios.



Iconoclasta


Diseño y montaje de la imagen por Aragggón



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