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31 de agosto de 2011

Delicadezas eróticas



Soy un hombre delicado y mi forma de expresarme es con un sutil erotismo.
Y la polla me arde.
Sé que debería escribir que siento una deliciosa comezón en mi miembro viril; pero la puta realidad es que tengo el pijo inundado de una baba espesa.
Es mi néctar delicioso, el fluido del amor.
Y una mierda: es una baba de olor fuerte, casi almizclado que ríete tú de la peste que echan los hurones. Es un fluido que me prepara para la penetración, para follar.
Y hacer el amor entre sábanas de satén es lo más excelso que hay.
Es que me pongo malo de pensarlo; no puedo ser tan sutil cuando pienso que la follo entre las sábanas aún húmedas de semen anterior, de su propio fluido que deja manchas.
Beberé de su cáliz…
Lo tenéis crudo, yo no bebo de ningún cáliz de mierda, no soy católico ni masón. Lo que hago es dar largas lamidas a su vagina, desde donde empieza su deliciosa raja hasta el mismísimo ano.
Y con ello consigo que se abra desesperadamente de piernas y su culo se relaje.
Ella no bebe el jugo de la vida, ella se inunda la boca de semen y cuando su pelo roza mi pecho, siento esa leche fría en mi piel. Mi semen en su cabello.
Accidentes del follar… Cosas que pasan, cosas que me la ponen dura.
Me cogería ahora mismo el pene con el puño y lo apretaría hasta estrangularlo y que mis cojones liberen toda la presión en el papel.
Tinta invisible erótica…
Quiero que pase sus labios por todas y cada una de las venas que dan relieve a la piel que cubre mi bálano que se agita en espasmos.
Cuando hundo los dedos en las entradas de ese paraíso cálido, en las grutas carnosas de un universo resbaladizo…
Coño… No es así, joder.
Sólo un cabestro habla así.
Cuando meto los dedos en su coño y en su culo siento como vibra toda ella.
Y eso me hace macho, me hace importante.
Y empujo para dilatar todo ese placer, para que se sienta zarandeada, posiblemente de puto amor; pero mi último fin es que grite, que se muerda los pezones de placer, que sus ojos se cierren y sentir como su líquido se asemeja a una eyaculación.
Eyacular… ¿O es más correcto liberar la vida en su deliciosa corola?
Otra mierda…
Erotismo… Me pone tan nervioso… Al fin y al cabo soy un animal, la jodo porque la deseo con toda mi alma y la deseo porque la amo, eso sí.
Cuando me corro, cuando suelto mi esperma en su coño es porque su santa vagina (y es santa, es lo más bendito) oprime mi capullo, y de una forma nada sutil me pide leche. Me desangro en esperma con el pijo aprisionado en su coño. Rozando su punto G que es el mío.
Porque cuando la jodo, no sé donde empieza mi pene y dónde su coño.
Está todo tan inundado…
Entiendo que nazcan bebés en el agua.
Escupiendo mi semen embisto hacia arriba sin cuidado. Se tiene que aferrar hasta al aire para poder seguir clavada a mí. Quiero joderle hasta el estómago, inundarla toda de mi semen.
Quiero que sus tetas le duelan de tanto que se agitan por mis convulsiones.
No hay pájaros de mierda a nuestro alrededor, está mi jadeo y el suyo.
Y siento que abraza mi hombría con delicadeza.
Me cago en Dios. No abraza nada, me maltrata el capullo y me obliga a correrme cuando no quiero. Hace mierda mi voluntad y control.
Luego viene una banda sonora o una música celestial.
Mentira, reposo con una respiración agitada, con ganas de escupir por el esfuerzo al que he sometido mis pulmones.
No escucho nada, sólo a ella respirar.
Erotismo… Menuda mierda.
Siempre huelen los sexos a orina y cuanto más te acercas al culo, más huele también.
Y eso es lo que me gusta, eso es lo que me hace babear.
Ya soy demasiado mayor, ya sé demasiadas cosas de la vida como para que nadie me enseñe erotismo.
Coño… El suyo el que lamo…
El que parece a veces eyacular…
A la mierda.
Adoro follarla. Y odio los pájaros.



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Semen Cristus (14)



Cuando David despertó en el establo, sintió náuseas por la insoportable peste y se sacudió el pelo para sacarse los insectos que tenía enredados. Miró la cruz y sintió vergüenza. Y una fuerte excitación. La heroína aún fluía por sus venas dulcificándolo todo. Jamás se había metido mierda como aquella en la sangre.
Cuando entró en la casa, se encontró a María planchando sábanas y túnicas.
—Es para ti. Tienes que parecer Leo, que nadie sepa que me ha abandonado. Les diremos que es tu penitencia cubrirte el rostro —dijo entregándole el pasamontañas.
—¡Joder! Voy a parecer Rey Misterio, pero con la polla en un tubo.
María soltó una carcajada y sus enormes y fofas tetas temblaron como gelatina.
—Ya verás como te gustará. Además, ¿dónde te iban a pagar por hacerte unas pajas?
—Voy a ducharme, ese establo está hecho una mierda.
—Mañana, cuando acabes las misas, lo limpiarás y tal vez matemos al cerdo.
¬—Lo que usted diga, jefa —contestó desapareciendo tras la puerta del lavabo.
Durante el resto del día, David estuvo ensayando las frases que usaba Semen Cristus en sus misas. María, lo miraba muy fijamente con las piernas separadas y sin bragas bajo la bata. Cosa que provocaba cierto desagrado al chico, puesto que olía a orina y mierda.
Al anochecer, María se dio por satisfecha con lo aprendido por David.
Ninguna de esas zorras rurales, podría sospechar que David no era más que un yonqui. Un completo desconocido.
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Eran las ocho de la mañana cuando Carlos vio a su hijo caminando por el campo, condujo el tractor a su encuentro. Se preguntó extrañado qué debía ocurrir para que se presentara en el campo tan temprano y sin haberse curado de la gripe; imaginó muchas cosas y todas malas. Aceleró con impaciencia.
Fernando llevaba guantes y un grueso anorak de plumón; las mañanas ya eran muy frías. Su semblante como siempre, estaba serio y no dejaba transmitir más emoción que cierta agresividad adolescente.
Detuvo el tractor a unos metros de Fernando, que esperó quieto a que su padre llegara hasta él. Abrió la puerta para que su hijo subiera a la cabina para evitar hablar con aquel frío en el campo.
—¿Qué ocurre Fernando?
—Mamá me ha dicho que te traiga este bocadillo. Se va a casa de la María y no tendrá tiempo de preparar la comida hoy —dijo echando una última nube de vapor.
—¡Pero bueno! ¿Qué coño le pasa a esta mujer? Ya estoy cansado de esta historia de la bruja y sus remedios de mierda. Y encima te envía a ti. ¿Te ha dicho por qué va pasar tanto tiempo con María la loca?
—No. Sólo la he oído hablar por teléfono con Lía y la Eugenia, por lo visto se van a reunir unas cuantas.
—¿Me dejas conducir el tractor hasta los chopos?
Carlos sonrió, a Fernando le encantaba conducir el tractor. Y ya no tenía que variar el ajuste del asiento, era tan alto como él.
Carlos bajó del vehículo para que Fernando ocupara su asiento y volvió a subir por el otro lado.
Sin mediar palabra, Fernando pisó el embrague, introdujo la primera velocidad y condujo lentamente hacia los chopos.
—¿Y tú cómo te encuentras? ¿Vas a ir a clase?
—No, ya llego tarde y estoy cansado. Y además, hoy hay clase de educación física; cuando llegue a casa me meteré en la cama.
Carlos puso la palma de la mano en la frente de su hijo y éste hizo un mohín de disgusto.
—No parece que tengas fiebre.
—¿Crees que de verdad María puede curar con sus hierbas y unas cuantas oraciones?
—Lo que creo es que tu madre y sus amigas están muy aburridas.
—¿Crees en Jesucristo, en Dios?
Carlos miró a su hijo asombrado.
—Sí, supongo que sí.
—María dice que su hijo es Jesucristo encarnado, el nuevo mesías.
—Ni se te ocurra hacer caso de lo que dice esa loca. Tu madre va a tener que dejar de ir a su casa.
—Yo creo que dice la verdad, papá.
Carlos miró a los ojos de su hijo, tenían un brillo especial, algo parecido a la locura que crea realidades de la fantasía. ¿Y si en el colegio tomaba algún tipo de droga?
—Te voy a llevar a casa, esta noche hablaremos de este asunto.
—Papá, soy Jesucristo, soy su hermano: Semen Cristus.
El asombro de Carlos se convirtió en su último pensamiento. Fernando le clavó el cuchillo que había sacado de dentro de la manga del anorak. El acero partió en dos el corazón y Carlos aunque abrió la boca, no fue capaz de articular sonido.
Cuando le arrancó el cuchillo del pecho, el cuerpo se estremeció ligeramente.
Condujo el tractor al interior de la chopera, hasta que debido a la cantidad de troncos, el campo no se podía ver y por lo tanto, el tractor tampoco se vería desde el camino de acceso a la finca.
Dejó el motor en marcha, limpió con cuidado el volante y el interior de la cabina. Sacó la vieja cartera del bolsillo de la camisa de su padre y se la guardó en el bolsillo del anorak.
Cuando bajó del tractor, limpió la maneta de la puerta por la que había subido y corriendo campo a través, se dirigió a casa de la María la loca.
A trescientos metros de distancia pudo ver la figura esbelta de su madre entrar por el camino de la casa de aquella santera.
Aceleró el ritmo y cuando su madre presionaba el timbre de la puerta, se tiró en el suelo para no ser visto.
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—Pasa, Candela, vamos a tomar un café.
Candela no abrió la boca, se sentó frente a María en la mesa de la cocina y negó un cigarrillo que le ofrecía.
—Ya está todo preparado, Semen Cristus espera en la cruz y tú serás la primera feligresa de su nueva etapa de reinado.
—¿Quién es, María?
—No importa la carne, es Semen Cristus, el cuerpo es sólo una caja. El Mesías del Placer está allí, gobernando su cuerpo y su mente.
Candela se sintió excitada a pesar de que sabía que no era así. El verdadero Semen Cristus se había reencarnado en su hijo. Aún sentía en la boca el calor del semen con la que había comulgado aquella mañana. Lo que fue su hijo la había bendecido con su leche divina.
Tal vez, la locura de María era contagiosa y aquella secta de dieciséis mujeres que aportaban su dinero semanalmente para sostener la Nueva Iglesia del Placer, no eran más que cerebros lavados por los desvaríos de aquella loca y su hijo también esquizofrénico.
—Estoy impaciente, María, necesito a Semen Cristus, lo necesito para ser mujer de verdad.
María sonrió satisfecha, sabía que todos aquellos meses de placer no podrían borrarse de las mentes de aquellas mujeres. Bien al contrario, aquellos casi cuatro días sin ritos, había creado en ellas una profunda ansiedad y voracidad. Sus sexos palpitaban, sudaban deseando comulgar con la leche de Semen Cristus salpicando sus pieles frías.
-Vamos al establo. Santíguate ante él cuando llegues y no esperes respuesta. El espíritu aún no gobierna bien el cuerpo. Dale tiempo; pero ofrécele tus oraciones en voz alta. Que se sienta confortado por las feligresas que lo han hecho divino en la tierra.
La santera se puso en pie, Candela la siguió. La santera caminaba firme y rápidamente hacia el establo. Candela dirigía la mirada al campo buscando a su hijo, el mesías, el nuevo Semen Cristus. Caminaba presurosamente intentando no quedar atrás.





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Las imágenes son de la autoría de Aragggón



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30 de agosto de 2011

Un puzle chino



Algo no acaba de ir bien, no acaban de encajar las piezas. Se hace difícil montar el gran puzle del amor cuando hay que oprimir con tanta fuerza las piezas para que encajen en su lugar. Los dedos duelen y acaban temblando ya entumecidos.
La frustrante sensación de que la próxima tampoco encajará bien me irrita.
¿Por qué no presta atención el fabricante a la calidad de sus productos? Es importante que las piezas encajen bien, suavemente. Porque de lo contrario, podemos encajar las que no son correctas y la confusión se torna caos.
El caos está bien en el puto cerebro de otro, yo no quiero caos en el mío.
Cada error es una desilusión.
Es un puzle horrible el del amor. No es amor, se trata de amargura.
Dicen que el amor hay que cuidarlo día a día, fortalecerlo, alimentarlo con ilusiones; pero las ilusiones no se han troquelado bien y alimentas todo: frustraciones y dichas, como ocurre con los bultos extraños en el cuerpo.
Lo malo y lo bueno tienen en común la alimentación, a ambos les sienta todo igual de bien, igual de mal.
El amor es una bacteria patógena que enaltece lo bello y lo horrible en idénticas proporciones.
Algo falló en la prensa de Puzzles del Cochino Amor S.A. Las piezas no acaban de casar bien unas con otras, la fotografía se separa del cartón. Queda feo.
Hay horribles huecos.
Y alguno lleno con mi polla; pero no es suficiente. Y solo tengo una polla.
Pego las piezas con semen gris. Un ámbar que apenas tiene valor y asegura que las piezas que encajan no se muevan, aunque asegure la podredumbre. No me puedo permitir el lujo de perder lo bueno por erradicar lo malo.
La vida dura muy poco como para entretenerse en esas cosas. Los hay que mueren intentando arreglar las cosas que están mal por no tener cojones, por no tener valor de soportar tanta mierda.
Hay piezas extrañas que no pertenecen al tema y uno se empeña en encajarlas. Hay piezas que no quiero que estén, y están. Las odio con toda mi alma de enamorado amargado.
Sobran piezas en mi puzle.
Sobra ese hijo de puta. Que un cáncer le coma el cerebro y lo estornude como un moco por la nariz. Me meo en él. Que se muera cuando esté dentro de ella, que se le muera encima, cuando la folla.
También falta alguna.
Carencias…
Se rompen las uñas cuando intento sacar la pieza mal encajada. Porque lo que está mal entra penosamente; pero cuando sale, lo hace desgarrando y arrancando trozos de carne ¿o es cartón?
Estoy confuso y el dolor se suma a la frustración.
Es una profunda tristeza que se muera el amor entre las manos. Girando la pieza entre los dedos siento la agonía subir como una descarga eléctrica a mi corazón.
Y un latido se pierde, o tal vez simplemente se ha convertido en una punzada.
Las piezas que no encajan son vudú en mi cerebro.
No debería ser tan difícil sostener el amor. Debería ocurrir suave y dulcemente.
El hálito del amor muriendo es un soplo helado que roba el calor de la piel. No es algo que transcurra suavemente, es una brusca congelación. Del corazón.
Aunque no sé bien donde está el jodido amor, digo el corazón porque así lo dicen; pero a mí me estalla de dolor la cabeza y siento que los cojones me arden.
Y acabo aterido de frío. Insensibles las fibras nerviosas, incapaz de imaginar la ternura de una piel cálida.
A mi puzle le faltan las piezas de un lado plano, las que ayudan a orientarte en el universo. Son necesarias para delimitar los confines del amor y no enloquecer en un universo donde no sabes bien si estás al derecho o al revés.
Un universo difícil de encajar.
Tal vez sea yo una pieza errónea, una tara que al fabricante le ha pasado por alto.
Mis ojos son de distinto color, es un error. Un error imperdonable de impresión y troquelado.
Como encajan los sexos de los amantes. Así deberían encajar las mil cosas, las mil emociones.
Mil lágrimas…
No entiendo donde encaja mi mano masturbadora. No comprendo porque aún follándola sigo deseando estar dentro de ella, a todas horas.
No hay consuelo ni paz en el puzle del amor.
Soy una pieza que encaja tan mal como la angustia latente de la muerte que nos divorciará.
Es una lágrima la que ha estropeado la pieza que ahora gira blanda y podrida entre mis dedos. Las piezas deberían ser impermeables.
No es un gasto significativo en el proceso de fabricación plastificar el puzle y darle algo más de vida.
Un puzle con condón…
No puedes comprar cosas chinas, se te rompen en las manos solo al desembalarlas.
Mi amor es chino y por ello nació roto.
Es barato mi puzle, no tenía otra cosa.
A la mierda, no pienso perder más el tiempo, lo acabaré, lo encajaré, encajaré yo mismo en el planeta como el feto en el útero de la preñada a punto de parir y cuando me haya engañado y sea medianamente feliz, el puzle arderá conmigo en la cama, cuando una colilla prenda el colchón donde descanso de tanto girar piezas que no son.


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Ilustrado por Aragggón.



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24 de agosto de 2011

El fin del mundo



Podría ser el fin del mundo. Hoy, un día soleado y tranquilo, no excesivamente caluroso podría sorprenderme.
De días preciosos estoy harto, me chorrean por la ropa como una lluvia pertinaz.
Que los días hermosos se los meta Dios en el culo.
No he vivido nunca un día del fin del mundo, dijéramos que me apetece experimentarlo. Es un tanto grotesco e incongruente pensarlo; pero la destrucción siempre es algo atractivo. La creación no me gusta porque al universo se le ha acabado la originalidad.
Puede que alguien sugiera que todos los días es un fin del mundo porque siempre hay alguien que la palma.
Y porque todos los días nace alguien es el día de la creación.
Tonterías de quien busca desesperadamente dar interés a su mediocre existencia.
No quiero un fin del mundo largo como una era geológica. El fin del mundo ha de ser brutal; pero nada de impactos que vengan del espacio, quiero algo más espectacular.
Lo que debe ocurrir es que el mundo reviente desde dentro.
Que el planeta quede partido en tres o cuatro trozos. De una puta vez.
Que los tan “poderosos” océanos se vacíen en cuestión de minutos por un imposible precipicio.
Puedo imaginar el crucero atestado de gente cayendo por la catarata del fin del mundo. Hay humanos que han caído del transatlántico y caen solos entre toneladas mortales de agua. Ballenas, delfines y tiburones intentando nadar hacia la arena que los asfixiará por evitar caer en ese horroroso vacío imposible.
Las gaviotas han perdido el rumbo y siguen al agua que se precipita al vacío, al espacio, a la nada…
Ningún ser vivo puede imaginar su planeta partido.
Necesito que no sea muy rápido para que YO y toda la jodida humanidad sintamos el inconsolable miedo a la muerte y al sufrimiento.
Necesito sentir miedo.
Estoy seguro de que con una buena dosis de pavor dejaría de sentir asco y desprecio.
Y lo que es más importante: aburrimiento.
A mi gato se lo tragaría una sima insondable y abrasadora. Puedo ver sus ojos asustados, sus pupilas como rendijas pidiéndome ayuda. Qué triste es ver lágrimas en los ojos de los gatos. Sus garras clavadas al borde del precipicio sin fondo tiemblan de cansancio.
Adiós gato mío.
Así tiene que ser el fin del mundo: tan horroroso que provoque el llanto hasta de las bestias.
No quiero que el fin del mundo sea tranquilo.
La humanidad ha de sufrir ahora y en la hora de su muerte, amén.
¿No es preciosa esta oración del fin del mundo?
Hasta las Vírgenes gritaran con su Jesús mamando teta ante el estruendo de la rotura planetaria.
Niños y adultos caminan sobre el mundo roto, cada cual sobre el pedazo que le ha tocado en suerte cubriendo sus oídos con las manos, intentando contener la hemorragia de los tímpanos destrozados.
Yo no, yo dejo que la sangre mane libre. Mis oídos siempre han sido defectuosos, no me importa y tampoco tengo gran cosa que oír. No me duelen más que cuando se me infectan.
Y se me infectan por la grandísima culpa de los sonidos y voces de lo vulgar y mediocre.
Dicen que mascando chicle se alivia la sobrepresión en las orejas, yo no masco chicle. Masco rabia y descontento. Que venga el fin del mundo, eso es lo que dará nueva vida a mis oídos ahítos de vida ajena.
El estruendo que ha provocado la fractura del planeta es inenarrable. Cuando ha cesado, se ha instalado la muerte con todo su silencioso poder, como la raya en el mar bate sus aletas colosales y su mirada fría busca vida con la que alimentarse.
Por primera vez en mi vida he escuchado el magno silencio, que ha durado varios minutos; hasta que los oídos han podido escuchar y las bocas han comenzado a gemir por amputaciones, roturas y muertes de amigos y familia.
Quiero vivir para escuchar ese silencio de nuevo y que sea real…
Es lo que siempre he pensado: la única forma de arreglar esto es que ocurra una gran catástrofe que acabe con todo. Que acabe con la vida simplemente.
Hay planetas deshabitados que no son infelices.
Es hora de morir pequeños…
Quisiera que ahora mismo se interrumpiera mi escritura ante la Gran Rotura de La Tierra. Vale la pena morir por disfrutar de unos instantes de absoluta sorpresa y terror.
La humanidad no es de las cosas más valiosas que se puedan encontrar en el universo. Si nuestra civilización estuviera tecnológicamente preparada para viajar a otros planetas, lo único que aportaría es vulgaridad y aburrimiento.
Una bandera de tolerancia e hipocresía dibujada en el fuselaje de la nave imbécil-espacial.
Follar no es para tanto, al final, si no te la meten por el culo también te aburre. Lo saben los ricos y los que ostentan cargos públicos de poder. Los que viven holgada y cómodamente en su mundo mierdoso.
La humanidad no es como follar, es como la masturbación con la que te consuelas, es una foto de un momento intenso donde el sexo abierto de una mujer se muestra durante los primeros segundos como algo nuevo a descubrir. Una vez te has corrido, pierde toda gracia e interés.
El fin del mundo, la gran hecatombe tiene que durar lo suficiente como para que pueda disfrutar el momento sin sentir la pestilencia de los cuerpos descomponiéndose.
Pongamos… ¿tres, cuatro horas?
Estaría bien.
Es solo por mi comodidad y un poco de higiene (aunque morirme sucio es algo que me la pela); porque muertos todos, poco importa una plaga.
Lo más probable es que hoy no ocurra nada. Que a lo sumo mueras tú o incluso yo.
Que mueran algunos bebés intrascendentes y ancianos que dejaron de importar hace tiempo.
No es consuelo alguno para mí. Hay que morir con mucha más fuerza, con más estrépito, han de morir millones. Algo que me impacte, que llame mi atención de una vez por todas.
Algo que no sepa, algo que no haya experimentado.
Y no me importaría ser el último en morir. No le temo a morir solo sin un abrazo de consuelo. No necesito consuelo.
Quiero acción.
En mi vida todo ha sido esperar y esperando muero lentamente, aburridamente.
Si he de esperar más, que sea observando con mi cigarrillo colgando de la boca como revienta el mundo y lo que contiene. Sería un triunfo en mi vida. O lo que quedara de ella.
Cuando queda tan poca vida uno ha de pensar que está muerto.
Cuando has gastado las tres cuartas partes de la vida, date por muerto, porque cada segundo que vives se lo has arrebatado a la muerte.
No puedo comprender porque los iluminados, los clarividentes y charlatanes de feria, los sectarios religiosos y todas esas culturas tan exóticas ven el fin del mundo siempre lejano. Estamos en el 2011, ¿por qué coño esperar al 2012?
Les faltan cojones. Al calendario maya le falta valor y le sobra hipocresía disfrazada de cobardía.
Tengo prisa, no he de esperar más.
Por eso mi hijo ha muerto bajo mi cuchillo con la garganta abierta. Yo haré mi fin del mundo mientras su sangre se filtra por las sábanas y gotea en el suelo tras atravesar el colchón.
¿Cómo morirán aquellos a los que amo? No importa, no se puede hacer nada por ellos.
Si a la madre de mi hijo no le hubiera reventado la cabeza con la plancha de la ropa, hubiera muerto ardiendo en una falla del suelo inundada de magma, o aplastada por el derrumbamiento de un edificio. Ha sufrido menos con mis dieciséis golpes en su rostro, que si hubiera resbalado por la tierra para acabar sumergiéndose en metales fundidos. Soy piadoso.
Lo bueno de la muerte total y para todos, es que es imposible el consuelo.
Nadie se queda para despedir a los muertos y todas las propiedades se desintegrarán con el planeta y la vida.
Será la muerte más justa.
Mi gato que cuelga del cuello en la lámpara del salón con los belfos encogidos, no llorará jamás en un fin del mundo. Sus garras no se aferrarán al borde de una sima sin fondo.
Y de la misma forma que no habrá consuelo alguno, será imposible la pena y la misericordia.
Moriremos solos, abandonados ante y dentro de la gran hecatombe.
Solo se abrazarán los cobardes. Yo no me abrazaré a nadie.
Mi pequeño bebé de piel morada, no será una pieza de este sacrificio cosmogónico. He incrustado su biberón todo lo que ha sido posible en su garganta.
Si para mí, un pobre hombre sin más poder, es fácil acabar con mi propia familia, bien podría el mundo entero reventar por algún mandato caprichoso de un universo también aburrido.
¡Ya!
Digo yo...
Tiene que ocurrir. En algún momento de flaqueza temo haber matado a los que amo para nada. Quería evitarles el sufrimiento ante la imposibilidad del consuelo.
¿Y si el fin del mundo es sólo un sueño de mi mente enferma?
¿Y si el mundo no reventará nunca?
No quiero esperar más y es muy triste morir sin ilusiones.
Que reviente ahora. ¡Ya!



Iconoclasta

Ilustrado por: Aragggón.


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22 de agosto de 2011

Semen Cristus (13)



—Ya sabes que necesito meterme caballo, así que luego no me vengas con historias —le decía a María mientras masticaba el bocado que le había arrancado al bocadillo de longaniza.
En la estrecha mesa de la cocina, María lo miraba fijamente, divertida.
—A mí lo que me importa es que hagas bien tu trabajo. Y si lo haces bien, te aseguro que ganarás más dinero del que hemos acordado, dependerá de ti.
María sirvió un café y ambos encendieron un cigarrillo. David empezaba a acariciarse con nerviosismo los antebrazos. El mono le estaba subiendo.
—Soy santera, curandera. Y vivo de lo que la gente me paga por ayudarla. Y las ayudo aquí en casa. En el establo tengo montada la consulta y es ahí donde quiero que me ayudes.
—Yo no creo en esas cosas; ni dejo de creer.
La frente de David se había perlado de sudor.
—Anda, métete el caballo y vamos al establo, que te enseñaré tu trabajo.
David inició el ritual y cuando sus ojos estaban a punto de cerrarse, María le invitó a seguirla al establo.
Cuando las puertas de madera casi podrida se abrieron, el hedor que salía de allí y los ronquidos del puerco le despejaron la mente durante unos segundos.
—Este será tu puesto de trabajo —le dijo María cuando llegaron frente a la cruz.
—¿Qué quieres decir? No lo entiendo.
La mente de David se había aletargado, y el Diazepán que iba disuelto en el café lo estaba llevando directamente en caída libre al país de los sueños y las alucinaciones.
—Ven, confía en mí. Serás el actor principal de una película que haremos para nuestras feligresas. No temas, es todo placer. Un engaño para que esas guarras pasen un buen rato.
María le empujó para que subiera a la escalera y acomodara los pies en el poyete del poste de la cruz. David se dejó atar los pies y las muñecas, sólo deseaba dormir.
Cuando María metió la mano dentro del pantalón y cogió el pene, David deseó que se lo chupara. Protestó cuando vio que metía con habilidad su miembro en un sucio tubo de vidrio.
De pronto, el tubo vibró, David contuvo la respiración.
—Serás Semen Cristus a partir de ahora, te enseñaré que has de decir en todo momento y sólo tendrás que correrte. Sólo eso, Mi Semen Cristus.
A David se le escapó una risa ebria. Y de fondo, el placer que le producía aquel aparato, le hacía jadear.
—Repite David: “Bienaventurados vuestros coños sedientos de mí”.
David repitió con un hilo de voz. Las frases que María pronunciaba, se grababan en su cerebro certeramente. Todo era placer: la droga en su sangre, el viaje de su cabeza, su cuerpo descansado y lacio. Su pene gozando...
—Mi leche es la hostia bendita con la que habéis de comulgar.
Cuando David eyaculó, entendió su trabajo. Y le gustó.
María lo liberó de la cruz. El chico estaba demasiado colocado para volver a casa; lo dejó durmiendo en el establo, el cerdo roncaba contento de tener compañía y un par de escarabajos se enredaban en el sucio cabello del drogadicto.
Cuando María escuchó el motor de un coche aproximándose a la casa, se guardó en el bolsillo de la bata el pasamontañas negro con el que cubriría la cabeza de David para que siguieran creyendo que era Leo el de la cruz. Una penitencia que le había ofrecido a su Padre y a su hermano Jesucristo.
Martín bajaba del coche.
—¿Dónde lo tienes trabajando?
—Ahora ha ido a comprarme un par de cosas al pueblo.
—No te fíes de estos chicos, María. Ya sabes lo que son y lo que ocurre cuando el mono se les sube a la chepa.
—Sí, lo sé. ¿Por qué te crees que te he encargado todo ese caballo? Y te voy a comprar muy a menudo. Me tienes que bajar el precio.
—Bueno, ya hablaremos, si me haces otro pedido como éste en dos semanas, hablaremos de ello. Eso si aún conservas a David y no se te va corriendo con toda la mierda que pueda coger.
—Te aseguro que no lo hará.
—Bueno, tú sabrás lo que haces. Me debes dos mil euros, contando el suministro de un yonqui para tus tareas domésticas.
María soltó una carcajada con ganas.
—¿Alguien ha preguntado por David?
—Claro, un par de amigos del campamento. Les he dicho que me compró un par de papelinas hace un par de días y no lo he vuelto a ver más.
—¿Crees que le habrá dicho a algún amigo que venía a mi casa?
—Seguro que no, no se fían entre ellos. Si se enteran de que un amigo trabaja y lleva dinero encima, le roban lo que pueden y le rajan. Son como animales.
María pensó que así debía ser.
—Si alguien pregunta por él, no digas nada. Y me avisas, aunque no tenga importancia.
—Así lo haré, María.
Martín se subió al coche y cuando salió al camino, hizo sonar el claxon a modo de saludo.
María abrió un armario superior de la cocina, retiró los vasos y platos y tiró de la balda descubriendo un doble fondo, allí ocultó las drogas.
Acto seguido cosió en un pasamontañas un par de cintas rojas y anchas para crear una cruz cuyo poste bajaría entre los ojos y el travesaño quedaría en la frente.
Una vez acabado, con la agenda en la mano llamó a todas las feligresas anunciándoles que a la mañana siguiente se iniciaban las misas de Semen Cristus.
A Candela la cito dos horas antes de la primera misa.
—Candela, mañana empiezan las misas a Semen Cristus. Ha resucitado.
—María... Es maravilloso. Tan muerto que estaba... Es increíble lo que hace la fe y Dios.
María guardó silencio unos instantes, esperaba oír la voz angustiada y deprimida en la mujer. Esperaba sentirla apagada y estaba preparada para pasar un largo rato convenciéndola para que asistiera a la primera misa desde la resurrección. Quería matarla, zanjar el asunto antes de que flaqueara su ánimo y a través de ella se pudiera descubrir todo.
—Y yo me alegro de verte tan animada. Entonces te espero mañana a las nueve, me ayudarás a preparar la misa y conocerás al nuevo Semen Cristus...
Una voz lejana la interrumpió, había creído entender “bendeciremos el vientre de la loca”. Y era terriblemente familiar.
—¿Qué tienes a alguien en casa, Candela? Me ha parecido escuchar algo.
—Mi hijo está en la cama con gripe; y no ha hablado, debe tratarse de algún cruce en tu línea, yo no he oído nada —dijo Candela sonriendo a su hijo que se encontraba desnudo ante ella, con una fuerte erección—. No te preocupes, ya es mayorcito para quedarse solo, mañana seré puntual.
Colgó el teléfono, se arrodilló ante Semen Cristus y besó su sagrado bálano. Semen Cristus sujetó su cabeza y empujó la pelvis para hundir más el pene en la boca de su devota madre.
Cuando Carlos llegó a casa para comer, encontró a su mujer extrañamente animada, como si se hubiera repuesto en pocas horas de una depresión que la hundía en el desánimo más desconsolador.
—Lávate ya y no fumes, la comida está servida —le dijo tras besarle.
—Hoy estás muy animada.
—Sí, lo sé. Supongo que unas cuantas horas de sueño me han hecho bien. Fernando está en la cama con gripe.
—¿Ha tenido que salir a media mañana del colegio?
¬—No ha ido. Esta mañana ya tenía fiebre.
—Pues ahora la pasaremos todos, como cada año. Prepárate para pasar algún día más de sueño reparador.
Durante la comida escucharon y comentaron las noticias del informativo de televisión. Carlos durmió como cada día una siesta de veinte minutos y Candela limpió la cocina, escuchando música en la radio.
No había nada que la preocupara, Semen Cristus la protegía de todo mal.
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17 de agosto de 2011

Lágrimas y posesión



Se derrama en lágrimas sintiéndose triste y desolada. Se rinde ante el espejismo de una lucha, ante rivales fantasmas que duelen como puñaladas. El pasado suele emborronar el presente. Ocurre como un accidente, como una mala suerte.
Es inevitable.
El pasado es una cinta ectoplasmática que se extiende en el universo haciendo viajar por el infinito todo lo vivido. Los imbéciles y sus actos se hacen eternos y ella vierte sus lágrimas desconsoladas por una aberrante conexión con ese universo pútrido.
Los recuerdos son aves carroñeras que beben las lágrimas como la puta traga el semen del marrano que la paga. Una lágrima llama a otra lágrima y todas las cochinas lágrimas del mundo corren por su rostro sin que ella misma pueda entender bien por qué.
Temo que se deshidrate porque la amo.
Temo su llanto porque bebo sus lágrimas y son amargas como hiel.
Temo parecerme a sus aves carroñeras.También causo lágrimas; pero con la intención que salgan por su coño húmedo, no por sus ojos.
Con la intención de metérselas en lo más profundo empujando, violándola con mis dedos, con mi falo, con mi lengua.
Mea culpa y dios es una batidora barata de almas.
No tendría que llorar; pero los buitres-fantasmas provocan el apocalíptico llanto debilitándola hasta hacerla desfallecer.
Es tan difícil y agotador dar un consuelo que no es posible y espantar mierda y carne podrida…
Cuando llora, el mundo a nuestro alrededor es una nube de moscas de la carne brillantes, metálicas.
Gordas y de tacto irritante como la piel de los que causan sus lágrimas.
Repugnantes…
Me es tan difícil abrazarla con una total misericordia y no metérsela hasta por el culo…
Soy bestia: mas los gusanos de lo putrefacto no me gustan. Quiero su carne fresca. Y ante todo, es mía, no necesito pudrirla como la descomponen padres y hermanos, como la pudren hombres-fantasmas, hombres con el pene escaso y sin leche en los cojones.
Es mía porque así lo exijo, guste o no guste la posesión humana; son cosas que no sopeso. Si atiendo sus lágrimas, atiendo su carne entre las piernas.
Daría dinero por su posesión, la compraría…
Soy el mercader de su libertad. Debería serlo.
Soy un mierda.
Bebo sus lágrimas porque no me queda más remedio; pero no me gustan. Prefiero la sangre que mana de su coño cada mes.
Odio su llanto doloroso porque me duele a mí. Tal vez sea puro egoísmo. No importa, con egoísmo o con lascivia la amo.
Y la jodo.
La poseo.
Ya ha llorado demasiado.
La culpa de mi animalidad es solo de ella. Sus lágrimas son puro elixir afrodisíaco en mi pequeño cerebro. Y debatiéndose en pena y dolor la parto, la penetro, me hundo en ella. La quiero ahogar con mi semen.
Se nubla mi visión cuando trago sus lágrimas.
Cuando libo su coño me exalto ante dios con el pene goteando.
Me excita la convulsión triste de su cuerpo-deidad cuando llora.
Y me aferro a mí mismo como a lo más sagrado con el firme propósito de joderla. Devolverle el agua que ha perdido escupiéndola por mi falo en lo más profundo de su coño.
Así mientras llora, no es barbarie apoyar mi pene erecto en sus nalgas y presionar. No es pecado clavar mis dedos en sus pechos y herir sus pezones.
Porque duelen más los fantasmas que mi posesión, que mi deseo.
No soy un buitre, yo la devoraré entera mientras esté viva.
No dejaré carroña alguna, ningún puto humano picoteará sus ojos hasta hacerla llorar.
Porque cada lágrima, cada sonrisa, cada quejido y cada gemido, son míos.
Nadie la merece, sólo yo.
La follaré ante la mirada miserable de los buitres.
Dejaré lágrimas como mierda para los fantasmas, mierdas que vuelen por el infinito cubriendo los rostros del pasado. Un cometa putrefacto que acabará con el mundo un día u otro.
Y mostraré a la luz la penetración salvaje para que también se eternice en el universo.
Como las putas lágrimas.



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Al filo de la palabra nº 8

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16 de agosto de 2011

Pajas que duelen



Aunque duela, aunque me jodan los conductos seminales, YO me masturbo con furor.

Me masturbo desbocadamente, presionando hasta el dolor el glande. Quiero eyacular esperma y la rabia del deseo contenido.
Y sangre si puede ser.
No me masturbo con finura, ni con sensualidad.
Aprieto con un guante de recio esparto mi bálano. Que reviente este puto ser de llanto blanco que tengo entre mis piernas.
Consigo correrme al dejar de sentir dolor. Y es entonces cuando deseo que la boca de mi amada me limpie de sangre la polla.
No nací para ser suave y delicado. Mi piel estaba llena de sangre y grasa. Como la de todos los bebés. Algunos no son conscientes de su fealdad y su suciedad al nacer.
He visto bebés sucios como YO, no hay nada hermoso en el momento primero de la vida. Sólo al crecer y ver que ya siendo hombre expulso blanco y limpio, todo adquiere otro color más amable en mi existencia.
He visto coños llenos de blanca baba, ellas también tienen ese privilegio. No soy machista, no más de lo necesario.
No hay pecado original, solo la suciedad primera con la que nacemos que es un avance de lo que será la vida.
No es pecado, es putada.
Me masturbo y mi pijo es un bebé sucio de sangre y grasa.
Sólo que YO no lloro al nacer, de mi boca se escapa un filamento de baba animal que a veces llega al suelo tan rápido como mi semen.
No lloro; contraigo el vientre y me cago en la santa virgen de puro placer. Soy obsceno y blasfemo con lo que no existe. Existo YO, mi falo y la imagen de su cuerpo en mi mente. Penetrada, reventada, partida en dos. Con sus pechos sucios de mi moco blanco y reproductor. Con su boca estampada por la nata de la vida.
Muerdo mis labios y mi puño se entumece. Me duele la piel que sube y baja, la piel agrietada, el carnal ojo ciego de mi polla inmensa que lo ocupa todo.
Que la llena toda.
Duele correrse, tengo tanta presión que me duele el cojón derecho cuando descargo toda mi vida en mi vientre, en mi ombligo, entre mis ingles...
Otras veces dejo que el semen se vierta por mi puño, que se escurra por mis pelotas, que deje un rastro frío en la cama. Me arqueo y padezco la muerte del tétanos con cada orgasmo. Podría partirme el espinazo en cada corrida.
Y en otras ocasiones mi paja va más allá. Y deseo manchar la tierra que piso, el planeta. No deseo dar placer, solo pretendo humillar y vejar.
Y me miro al espejo, y el ciego ser de amoratada piel que intenta sobrevivir a mi puño furioso, llora una primera lágrima densa que huele a orina y al principio ácido de la vida.
Y mis ojos se enturbian y la realidad se hace triple y cambiante.
Caleidoscopio de carnes desfiguradas, de ojos que se mezclan. De pezones inmensos que se hacen uno solo al mamarlos tan cerca.
Mis piernas tiemblan, y mis nalgas entran en un maldito baile incontenible. Es antinatural, los hombres no nacen para correrse verticalmente porque los conductos se estrangulan. El paso a presión del semen es doloroso.
Y YO mantengo el pijo derecho entre mis piernas; frente al espejo se hace extraña mi imagen manteniendo toda esa erección en verticalidad. La erección obedece a la horizontalidad, a lo plano. La vida es horizontal.
YO apunto con mi pijo al infierno, aunque duela.
La verticalidad es una espada que hiere los vientres de los caídos y mi polla es Excalibur.
La mano izquierda mantiene el pene recto entre mis piernas, la mano derecha pellizca el glande en un masaje atrozmente placentero.
Y la primera riada de semen, puja en mis huevos y duele cuando se abre paso por el pene.
Aguanto dolor y espero la salida de la leche.
Y por fin, con una presión considerable, se estrella contra el suelo y mis pies resbalan en la vida y la pisan y la ensucian.
Y me duele tanto correrme así… Mis pajas no son banales. Mi leche es placer, vida y humillación.
Nunca daré vida, solo busco el placer y el tormento.
Y con ello, vuestra vergüenza y repudio.
Mis pajas son dolorosas, pero todos querrían sentir mi placer insano.
Todas desearían bañarse en mi ácido placer.
Ahogar mi dolorosa eyaculación en sus bocas de labios rojos y carnales.
Soy odiado y deseado.
Envidiado.
YO humillo aunque mis pajas duelan.



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13 de agosto de 2011

Un muerto y un cínico



Entran marido y esposa en el tanatorio, el tío de la mujer ha muerto tras seis meses de cáncer de estómago.
El marido camina quedándose atrás, es lento caminando y más cuando no se siente especialmente afectado por la muerte de alguien.
Tiene ganas de fumar apenas ha cruzado la puerta del teatro de los plañideros (aunque puede reconocer que alguien llora por verdadero amor a su o sus muertos).
La familia se encuentra. La esposa habla con todos y especialmente con los hijos del muerto. Hablan tanto que siente dolor de cabeza y no quiere estar ahí, es aburrido, es más de lo mismo.
El marido se apoya en una pared y prefiere evitarse el espectáculo de: a ver quien llora más y quien ama más al muerto que nadie.
En los tanatorios las paredes suelen estar revestidas de mármol. Es bueno porque alivia el calor. No es por otra cosa, porque los muertos tienen una toma de aire acondicionado directa para que no se pudran ante los ojos de quienes le lloran con demasiada rapidez. La espalda del hombre cínico agradece esa frialdad aunque sea mortal. Piensa que él también puede matar, es un derecho que todos tenemos.
El hombre, apoyado en una pared de la sala de duelos, espera que se estropee el aire acondicionado. Se sonríe y recuerda que ha de fumar.
Se dirige a la salida y procura pasar lejos del corrillo donde su mujer habla y habla con los ojos rojos. Piensa el cínico que tal vez algo quería a su tío, todo puede ocurrir.
La mujer lo intercepta y lo llama.
—Ahí está mi tía, salúdala, por favor —le dice en voz baja, confidencialmente.
No responde y con malos modos da media vuelta para dirigirse a la reciente viuda.
—La acompaño en el sentimiento.
—Gracias, él te apreciaba mucho.
“Y una mierda”, piensa el hombre cínico. A ese hombre solo lo vio tres veces en veinte años y le parecía un patán de esos que se pasan toda la puta vida trabajando en su casa para sentarse por las noches a ver su mierda de televisión super-grande bebiendo cerveza barata. Un mediocre sin más importancia. Mueren muchos de ellos.
—Si quieres puedes pasar a verlo, lo han dejado muy guapo.
—Con su permiso —respondió entrando en el velatorio.
El ataúd era de madera clara y ocupaba casi todo el estrecho habitáculo. Un candelabro de pie en cada esquina de la habitación perfumaba el ambiente muy frío con unos cirios blancos y ya casi agotados.
La luz fría de un fluorescente empotrado en el techo no aportaba demasiada calidez y dificultaba la visión de las tres personas más que rezaban ante el ataúd.
No les saludó.
Cuando se asomó por encima del ataúd, pudo apreciar que había una tapa de zinc con una mirilla de vidrio sucio que dejaba ver la cara del muerto. Tampoco era algo que le emocionara mucho observar la cara de un muerto; pero ya que estaba allí no se iba a ir con la curiosidad.
Casi da un silbido al ver el rostro del muerto. Era un hombre de cincuenta y nueve años y parecía tener ochenta.
Lo conoció cuando pesaba más de cien kilos. Y algo más pesaba un año atrás cuando se lo encontró en la calle y se saludaron. Aquel rostro era de un tipo que se había quedado en cincuenta kilos. El cuello de la camisa permitía el paso de un puño entre la tela y la nuez. El cáncer lo había consumido como si fuera tabaco seco.
Un reflejo no le dejaba observar con detalle la cara e hizo pantalla con las manos: la boca se había hecho enorme, la nariz espantosamente grande y las orejas parecían pequeñas sábanas. Sus dientes asomaban por entre los labios arrugados y algo le decía que en el momento que sacaran la tapa de zinc, los operarios irían bien preparados con unas buenas mascarillas.
Una mujer joven lo miraba casi con admiración, pensaba que estaba diciéndole alguna intimidad al muerto.
El hombre cínico pasó la mano por encima del vidrio para borrar el vaho que había dejado. La mujer que lo observaba sonrió con ternura ante lo que ella creía que era una caricia de despedida. Se acercó a él.
—Yo era muy amiga de su hija y lo conocía desde pequeña. Si gusta, puede dejar una frase en el libro que hay a la entrada.
—Gracias, lo haré.
El hombre cínico salió del velatorio y abrió el libro de condolencias.
Escribió: Serenidad es un buen lugar, nos veremos allí.
No creía en toda esa mierda de la serenidad, el descanso eterno y los encuentros tras la muerte; pero se le daba bien escribir.
Firmó orgulloso de su regalo al muerto y salió con prisa de la sala de duelos para fumar.
Alguien le dijo que lo sentía, él dijo que también sin saber a quién.
“La peña tiene ganas hasta de dar el pésame por el simple gusto de socializar. Qué mierda”, pensó.
A través de las vidrieras podía ver como su esposa hablaba con unos y con otros.
Le hubiera gustado más asistir a la cremación del cadáver, aquello era muy aburrido.


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11 de agosto de 2011

Semen Cristus (12)



—¿María?
—Hola Martín, dime.
—Ya he encontrado un chico. Le he dado tus señas y te llamará esta tarde; pero le he tenido que dar cien euros para que acceda a verte.
—No te preocupes, te los pagaré. ¿Cómo se llama?
—David. Sin familia en la provincia, tiene diecinueve años. No te preocupes, parece un crío; está en los huesos. Y no creo que le quede mucho tiempo de vida. Tiene la sangre tan llena de caballo, que un día le saldrán alas en la espalda y se convertirá en el cabronazo Pegaso.
—Gracias Martín, llámame mañana, te comentaré como ha ido y quedaremos para pagarte los servicios y de paso encargarte algunas cosas.
—Hasta mañana.
María colgó el teléfono sin saber quién o qué era el “cabronazo de Pegaso”.
Se dirigió al cuarto de su hijo decidida a limpiar las manchas de sangre: le dio la vuelta al colchón y metió las sábanas en la lavadora. No hizo nada por el olor a sangre podrida, porque su olfato ya no podía distinguir ese hedor nauseabundo.
Sobre las cinco de la tarde sonó el teléfono.
—¿Señora María?
—Sí, yo misma.
—Soy David. Martín ya le habrá hablado de mí.
—¿Te importaría trabajar en el campo? Se trata de limpiar el establo, cuidar del huerto, limpieza y asuntos domésticos.
—En absoluto, estoy buscando trabajo.
—Bien, pues pásate por aquí mañana, sobre las diez y te mostraré lo que quiero. Eso sí, no te podré pagar más de seiscientos euros al mes. El alojamiento y la comida serán gratis.
David guardó silencio durante una eternidad.
—Me parece bien.
María le dictó la dirección y se despidieron hasta el día siguiente.
A las nueve cuarenta del día siguiente, llamaron al timbre.
María abrió la puerta y se encontró con un hombre famélico, vestía un deshilachado jersey de lana, unos pantalones de loneta sucios y el pelo aplastado y mugriento. Era un chico de ojos oscuros y cejas pobladas. Sus labios gruesos le daban un aire de imbécil, cosa que se confirmaba en cuanto con una voz rasposa y apocada, se presentó.
David nunca había trabajado en el campo; pero podía aprender.
Mientras hablaban sentados ambos en el sofá frente al televisor, el chico se rascaba con insistencia los antebrazos.
A la media hora de charla sudaba copiosamente y dijo encontrarse mal, necesitaba ir al lavabo.
—Puedes inyectarte aquí, no me molesta. Mi hijo lo solía hacer. Ya estoy acostumbrada.
El mono era tan fuerte que David, como respuesta se levantó la pernera del pantalón y sacó un bulto envuelto en plástico que llevaba sujeto al tobillo con una goma elástica.
En medio del silencio y con el rostro bonachón de la jefa observándolo, se inyectó la heroína.
Cuando sus ojos intentaban cerrarse, María posó la mano en su muslo y acabó llevándola hasta los genitales. David, en pleno viaje, dejó escapar un suspiro y cuando María metió la mano por la bragueta y aferró el pene, éste se encontraba duro y palpitante.
La boca cálida de María envolviendo su glande lo sumió aún más en los delirios del caballo y eyaculó en apenas unos segundos. Se quedó dormido durante una hora sin saber que María se masturbaba una y otra vez con el puño cerrado en su pene.
Tampoco sintió como se le inyectaba otra dosis, y tampoco supo que se trataba de hormonas para ganado. Cualquier cosa que entrara en la sangre con una aguja, era buena.
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Era mediodía y habían pasado ya dos días desde que enterró a Semen Cristus. Candela se encontraba en la habitación, tumbada en la cama sin ánimo de salir a la calle, tan solo vestida con unas bragas negras.
Sus muslos bien torneados y firmes se encontraban separados y sus brazos extendidos. En su profunda depresión, soñaba con Semen Cristus y su pene. Le pareció escuchar el zumbido del vibrador cuando se metió los dedos en la vulva y la masajeó primero lentamente. A medida que producía más fluido, su ritmo aceleraba.
—Tírame tu leche, ahógame con ella mi Señor —musitaba entre jadeos.
Fernando entró en casa y escuchó aquellos gemidos ahogados en la habitación de sus padres.
Cuando se acercó a la puerta entornada, vio a su madre masturbarse, se retorcía en la cama con la mano entre las piernas y sus pechos se agitaban espasmódicamente con cada arremetida de placer.
Sintió un fuerte dolor en la base del cráneo, como si en la nuca le hubieran clavado un puñal, intentó ahogar un gemido. Y algo en su mente pareció arder. Fernando se vio como espectador de si mismo, sin miedo. Algo había entrado en su cabeza y gobernaba su cuerpo. Había una paz inmensa y un fulgor blanco que parecía bañarlo y protegerlo. El era luz y la luz le confortaba. Olvidó su cuerpo y se convirtió en ente. En ese mismo instante, con un fogonazo de dolor que no pudo transformar en grito, el único asomo de voluntad se rasgó como un trapo viejo. Su cuerpo no era suyo y su alma era una ceniza al viento rozando las rugosidades de un cerebro joven y fresco. Fernando se convirtió en una presencia ajena a su propio cuerpo.
Se desnudó, su pene parecía una monstruosidad envuelta en venas. El glande estaba tan amoratado e inflamado, que el prepucio parecía cortar el riego sanguíneo.
Entró en la habitación dejando a Cándela atónita con los dedos profundamente metidos en la vulva.
—Ego te absolvo, Candela. Bebe mi semen, toma mi carne. Bésala. Puta, puta, puta... Besa a tu Señor, mama de él y serás conducida al reino del éxtasis. A la vera de Dios Padre. Junto a Jesucristo mi hermano.
Candela sintió el horror de lo imposible, y cuando Semen Cristus se plantó de rodillas en la cama, con el pene encima de su cara, ella abrió la boca y se dejó llenar.
El cuerpo joven y atlético se agitó con el orgasmo y la leche entró en la nariz de Candela, en su boca, rezumó por sus labios y se acarició los pezones con aquella crema divina.
¿Estaba loca? ¿Era aquello realidad?
—No lo dudes, Candela. Semen Cristus no puede morir, soy el Espíritu Santo, soy dios y soy mi hermano Jesucristo. Soy alma y soy materia que vive en cuerpos. Fernando está con nos. El te ama, te espera.
La voz profunda y grave de lo que era su hijo cambió y volvió a ser la misma.
—Mamá, yo estoy bien. El paraíso es inexplicable, es todo luz, es una sonrisa, es un agua cálida que no moja. Cuando sea la voluntad de Dios, nos veremos aquí, mamá. Ama a nuestro Señor. Venéralo.
Y su hijo el que parió, crió y amó; calló.
Para siempre.
Cogió con sus manos el pene de Semen Cristus y limpió cuidadosamente los restos de semen con la lengua.
—Candela, no podemos abandonar nuestra misión ahora. Sé fuerte. Yo te bendigo. Y maldigo a María. Maldigo al impostor que está creando y maldigo a todo aquel que representa una amenaza para mi cometido en la tierra.
Aquel cuerpo no era su hijo; se sentía profundamente aliviada.
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María hablaba con Martín por teléfono.
—Quiero que me traigas diez papelinas de heroína, necesito otra caja de hormonas y cinco gramos de coca. ¡Ah! y tres cajas de Diazepan.
—Dentro de una hora paso por tu casa ¿Qué te ha parecido el chico?
—Estupendo, ya está trabajando para mí. No tardes.
David dormía. El día anterior, tras despertar de su viaje, María le hizo limpiar la casa. Aún no le había enseñado el establo; pero para eso lo necesitaba colocado, muy colocado.
Eran las nueve de la mañana y despertó a David.
—Buenos días, María.
María vestía un camisón transparente que dejaba entrever su cuerpo gordo y celulítico. David no era delicado, y tenía una de las erecciones más fuertes y ardorosas que nunca había experimentado. La mujer miraba directamente la montaña que su pene creaba en la colcha.
Sintió deseos de follar antes que meterse heroína.
—Ven aquí María.
Y a pesar de aquel olor a mierda que la gorda despedía, gozó como nunca lo había hecho. Su eyaculación había sido más intensa y el semen salía con más fuerza y cantidad de lo que recordaba; aunque había practicado algo de sexo en tres años, todo era meterse mierda en el cuerpo y masturbarse.
A los dieciséis abandonó la casa de sus padres a mil kilómetros de allí, para seguir a un colega que le prometía el paraíso más al sur. Y el paraíso no pasó de ser un mero purgatorio donde su vida transcurría en una plácida y sucia semi-inconsciencia.



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10 de agosto de 2011

Una imagen que sangra



Doblo la fotografía, procuro esconder cosas, solo me gusta el saturado cielo azul con nubes de algodón. Es algo puramente casual, un acto de aburrimiento. Una foto en la cartera siempre es motivo de pasatiempo.
Lo mismo hago con las servilletas de papel en los bares; pero la fotografía sangra.
¿Es que no puedo tener un momento relajado?
Es normal que me sangren los oídos y la nariz. Es algo habitual cuando se padece necrosis de los sesos. Que mi sangre moje el pan que como, es algo normal, los bultos en el cerebro hacen esas cosas.
Distraídamente, casualmente la foto también se ha sentido molesta. En una mente podrida estas cosas ocurren.
Creo que no quiero conocer el origen de esa hemorragia imposible.
Todo se estropea y el hermoso cielo se ha convertido en una marea roja que no posee belleza alguna y ensucia mi dedo pulgar.
Muerdo la uña del dedo corazón y tiro de ella. El dolor resta tristeza a la mancha sanguínea.
Y río sin alegría.
Río con pena y con vergüenza; tengo miedo de que mi experimentada y cínica sonrisa se convierta en una lágrima. Solo una porque no lloro demasiado, lo llevo con la misma discreción que si se tratara de las almorranas de un borracho que no quiere reconocer que lo es.
Yo no sé si existe en nosotros una buena y una mala conciencia. Creo que hay una conciencia tranquila y otra inquieta que todo lo quiere saber. La muy curiosa…
A mí me suda la polla saber más o menos, sé todo lo necesario para vivir, no tengo curiosidad alguna, no me interesa demasiado saber porque sangra una puta fotografía.
La conciencia cotilla y chismosa quiere saber porque los dedos han sido manchados de sangre. Exige saber, la muy puta, qué venas se han partido en la imagen.
Porque si hay sangre es que hay vasos capilares seccionados.
Es lógico hasta en el papel fotográfico.
Tengo pavor a desdoblar la foto. Saber no ocupa lugar. Y el dolor tampoco; pero martiriza.
El dolor duele.
Y los idiotas que observan mi sonrisa con curiosidad, que se vayan a tomar por culo. Como si no tuviera bastante con esta sangre. Voy a hacer una foto de todos estos idiotas y luego la doblaré, para que sangren.
Me cago en dios…
Hay un trozo de piel clara entre la sangre y el cielo. Yo diría que es tan clara como la de mi hijo cuando era pequeño.
Sé que es la piel de mi hijo.
Soy un hijo de puta, he hecho daño a lo que un día creé.
No soy un buen padre.
Soy un padre que busca un cielo azul, simplemente algo de aire. No tenía que hacer daño. No pretendía causar lesiones.
Hay idiotas que tratan mal a sus hijos y sus fotos no sangran.
Hoy debe ser el día en el que me han de joder especialmente. Me cago en el día del padre y en el de los idiotas y las fotos sangrantes.
He desdoblado la cuarta parte de la foto y mi hijo sonríe encima de una pequeña bici; yo estoy a su lado.
Yo sólo quería ver el cielo limpio.
Desdoblo la mitad del papel; lo había doblado por la cintura y su pantalón caqui está inundado de sangre. Su sonrisa hermosa permanece impoluta. El cerdo que está a su lado, YO, sonríe también y aunque estoy doblado, no sangro. Me gustaría no ser tan fuerte y tan irrompible y así poder sangrar con mi hijo.
No es justo. No es justo para mí, que mi niño sangre.
Era solo un juego, simplemente pretendía ocultar todo aquello que me preocupa, todo aquello que amo y sentirme libre por unos segundos en un cielo azul. No soy un monstruo, solo era un juego inocente.
Es triste recordar tiempos de amor que ya no volverán, es triste la ternura perdida. La inocencia de unas pequeñas manos que te buscan como si fueras un dios o un superhéroe que todo lo soluciona.
He doblado la realidad para soñar libre por unos segundos. No es pecado mortal. No soy especialmente malvado.
Sentía un tremendo vacío, sólo quería viajar al límpido cielo y no ser nada, no tener conciencia de haber perdido o haber ganado.
No quería hacerle daño, porque si alguien o algo le hace daño a mi hijo, yo me arranco los ojos.
En algún momento lo dejé, pensaba que ya era mayor, que se valía por si mismo.
No me acordaba de la foto en la cartera.
Solo la doblaba para evitar penas, para no llorar la única lágrima.
No respeto semáforos cuando no conduzco un coche, es un acto de rebeldía muy bien estudiado. No tengo matrícula en el culo, no me pueden multar y cruzo la calle cuando y por donde me da la gana.
Solo que esta vez no espero a que no haya coches que se aproximen, es curiosa mi mala suerte. Ahora que necesito tráfico, no hay coches.
Me enciendo un cigarro, el tráfico se ha detenido por un semáforo a medio kilómetro de distancia de aquí; tal vez pueda dar un par de chupadas al cigarro antes de que irrumpa la estampida de acero y colores de mierda.
La foto no deja de sangrar, y se crea un charquito de sangre al lado de mi zapato.
He desdoblado del todo la realidad, pero no hay cura, no hay quien pare esta hemorragia.
Yo buscaba libertad. No soy idiota como la humanidad, sé que no existe la libertad. Era un ensayo banal.
Pues ahora la voy a tener y voy a abandonar este puto mundo de fotografías sangrantes.
A la mierda. Mi hijo me quiere por mucho que la foto se desangre.
El camión se aproxima veloz, es del color rojo de la sangre, siempre me han gustado los coches rojos y nunca he podido tener uno porque la mierda de modelos que he elegido no se fabricaban en rojo.
La cuestión es dar por culo.
Mira por donde que un vehículo rojo me va a proporcionar la paz de una vez por todas.
Qué puta y burlona es la vida.
Segunda chupada al cigarro. Está bueno.
Oculto la foto de mi hijo pequeño sangrando en mi pecho, encima del corazón; como está empapada de sangre se adhiere a mi piel.
Es tibia, me da consuelo al corazón helado.
Me sangra la nariz, el bulto en mi cerebro continúa presionando.
El camión no puede frenar ni yo tampoco, avanzo un paso y mi cara estalla, lo veo todo rojo.



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29 de julio de 2011

Semen Cristus (11)



En el campamento de chabolas los drogadictos hablaban entre si un idioma desconocido, un farfullo solo comprensible para los cerebros hechos papilla. Sentados frente a las ruinosas casas se abrazaban las rodillas balanceándose, intentado contener el ansia por chutarse. El que le vendía las hormonas y otras drogas, suministraba en aquel barrio.
En uno de los callejones sin salida, se encontraba estacionado un Audi negro, y un chico tembloroso de “mono” se encontraba hablando con el conductor. Metió la mano en el interior del coche y la volvió a sacar para meterla enseguida en el bolsillo de la cazadora vaquera. Cuando salió a la calle principal, giró la cabeza a izquierda y derecha y emprendió camino cabizbajo.
El conductor del coche se encendió un cigarrillo.
María se mordía el labio inferior nerviosa dentro de la furgoneta.
Acercó el vehículo al bordillo y estacionó frente al callejón, delante del parachoques del Audi.
El conductor hizo sonar el claxon varias veces con enfado. Gesticulaba con las manos indicándole que aparcara a un lado, no allí delante.
Cuando María bajó de la furgoneta, el hombre dejó de hacer sonar el claxon tras reconocerla.
María, al igual que el yonqui, se agachó para hablar a través de la ventanilla.
El hombre accionó un pulsador en la puerta y la luna bajó rápidamente.
—Hola, Martín.
—Hola María. Menudo susto me has dado. No sabía si eras una poli o un mugriento yonqui de éstos. ¿Qué necesitas con tanta urgencia que te ha traído hasta aquí?
—Necesito unos cuantos sedantes, valium o diazepan. Y también que me digas cual es el chico más necesitado, el que se prestaría a venir conmigo para trabajar en casa. Alguien sin familia o que nadie pregunte por él.
—Puedes encontrar a patadas de esos por aquí, no tienes más que elegir uno al azar.
—Lo quiero muy joven, no he visto a ninguno así por aquí. Te pagaré seiscientos euros si me envías a un chico a casa de entre quince y dieciséis años. Que venga pensando en tareas de granja. Estará servido de cualquier cosa a la que esté enganchado.
—¿Se puede saber qué tramas?
—Estoy cansada para limpiar la mierda del establo y atender además a mi consulta. Y mi hijo quiere irse del pueblo y conocer otros lugares. No me quiero quedar sola.
—¿Sabes en lo que te vas a meter? Esta gente, en cuanto siente el mono, son intratables.
—No te preocupes por eso, lo tendré contento. Y sabes que siempre te he pagado, yo cumplo —le pasó un papel doblado.
—Esto es mi dirección y teléfono, que llame antes de venir.
—¿Y los seiscientos?
—Cuando el chico esté trabajando para mí, te compraré más mierda. Y en ese momento te pagaré lo acordado.
—Está bien, a ver si encuentro alguno entre toda esta basura. Te llamaré en cuanto sepa algo —le entregó una bolsita llena de pastillas a María—. Esto son ciento cincuenta.
María sacó el dinero del bolso y se lo entregó.
—Que sea rápido, Martín. Tengo prisa.
Cuando María ya se dirigió hacia su furgoneta, Martín arrugó la nariz con disgusto por el olor que desprendía María la loca.
—Te hace falta ayuda y jabón, so guarra —pensó.
María se volvió hacia él con una mirada de intenso odio y Martín temió haber pensado en voz alta; pero la mujer se subió a la furgoneta sin decir nada.
Cuando llegó a casa, el contestador acumulaba un gran número de mensajes. Eran las feligresas, querían su misa.
Llamó a Candela.
—¿Estás más tranquila, Candela?
—Estoy que me va a dar un ataque de nervios. No puedo ni dormir ni pensar.
—Necesitas a Semen Cristus.
—Necesito olvidar que mataste a tu hijo y yo lo enterré.
—Entonces date prisa en olvidar, porque no será bueno ni para ti ni para mí que alguien sepa lo ocurrido.
—¿Y qué harás cuando pregunten por tu hijo?
—Encontraré su reencarnación y volveremos a celebrar la misa del Gran Placer. Ten fe.
—Estás loca.
—Te avisaré cuando esté lista la próxima misa.
Candela colgó el teléfono y todo el autocontrol que había conseguido reunir se hizo añicos. Sintió su corazón palpitar con latidos arrítmicos. Estaba a punto de sufrir una crisis de ansiedad. Tenía que hacer cosas, olvidar.
Salió de casa con el carrito de la compra y en lo que menos pensaba era en lo que iba a comprar.
La única opción que tenía, era conservar su trato con María y convencerla de que no hablaría jamás de aquello.
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Carlos escuchaba la radio confortablemente sentado en su tractor, yendo y viniendo de un extremo a otro del campo, arando la tierra por enésima vez en seis meses, infinita en toda su vida. Pensaba en Candela, en la rápida depresión en la que se estaba sumiendo. Dando vueltas a la cabeza para encontrar las palabras adecuadas para convencerla que debía acudir al psicólogo. No sería la primera mujer de un agricultor que debía acudir en busca de ayuda médica.
Se desvió y llegó hasta situarse discretamente lejano de la casa de María. La mujer estaba apeándose de la furgoneta. Su hijo no iba con ella.
Debería hablar con ella. Comentarle que Candela se encontraba distante y triste, consultarla como cliente y conocer así más de cerca a la loca. No podía ser casualidad que Candela hubiera pasado de un estado de tranquilidad inicial cuando comenzó sus visitas y de pronto cayera en especie de apatía y tristeza.
Pero por alguna razón dejaría que el cura se informara discretamente, a un lugar donde solo van mujeres, un hombre aunque sea un vecino conocido, causaría desconfianza.
Esa misma mañana, se acercó a la parroquia y habló con el padre José.
—Buenos días, José.
—Buenos días, Carlos. ¿Qué te trae por aquí tan pronto?
—Tengo que consultarte algo, porque Candela se encuentra muy decaída. ¿Sabes por casualidad que tipo de tratamientos ofrece la María a las mujeres? Candela inició sus visitas hace ya meses y parecía que iba bien; pero hace unos días ya que va deprimida.
—Pues te parecerá extraño; pero con la cantidad de mujeres que acuden a casa de la María, no tengo ni un solo chisme de ninguna. Y María misma, es una asidua a misa. Pero no cuesta imaginar que siempre se trata de remedios caseros y un poco de cuento y supersticiones. En definitiva, creo que se curan por distracción, de tanto hablar entre ellas, que por las infusiones o pomadas que prepara.
—No sé que decirte, José. Candela anda muy triste y sigue acudiendo a la consulta de esa curandera, que por cierto, huele que apesta y se trae ese mismo olor a casa.
—Un día de la próxima semana tengo que ir a la parroquia vecina y me pilla de paso la casa de María, haré una visita de cortesía y de paso le pediré un remedio para el dolor de pies, y veremos que prepara. Te comentaré lo que vea. Pero yo no me preocuparía, Carlos.
—Gracias, José. Me dejas más tranquilo.
Cuando Carlos se metió en su auto, el padre José entró en la parroquia y se sorprendió al ver que Jobita, la mujer de Gerardo lo miraba con intriga.
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Iconoclasta

Las imágenes son de la autoría de Aragggón



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