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10 de julio de 2010

AmorSexo 1.0

AmorSexo V1-I2

No puede mantener relaciones sexuales sin amor. Y quisiera ser un animal, un vulgar de tantos: pagas a una guarra para que te la chupe, te corres y luego te sientes el puto rey. Ligar en una discoteca, compartir unas copas, unas rayas de coca y metérsela en el aseo.

No es así, y está condenado por algún capricho de la genética a estar enamorado para poder disfrutar del sexo.

Tiene que pasar por todo el calvario de amor y dolerse durante años luz para disfrutar del placer puro y único.

Se masturba con su poderosa imaginación; pero sus pajas son tristes, es una leche cargada de frustración. Un semen frío y desleído en agua.

Es normal una momentánea confusión cuando los datos llegan a ocupar las tareas del procesador al límite de la avería fatal. De la fusión de su puto núcleo neuronal. Es por ese caos de amor que ahora lo invade y que resulta una nueva experiencia, por lo que llora con sequedad, sin espasmos, con los dedos goteando esperma en su pijama mientras en la habitación duerme una mujer que no ama. Está en la terraza, en la oscuridad de la noche sucia que cubre las estrellas y la luna.

Buscando la posibilidad de arrancarse de la cabeza ese maldito procesador y programa llamado AmorSexo 1.0 (V1-I2).

V1 significa que se encuentra en su primera versión, I2 es el segundo intento. No ha podido completar las subrutinas que conforman todo ese software cuántico-neuronal, el intento uno falló y es la que duerme ahora en una habitación que comparten sin ningún tipo de alegría.

No se puede ser alegre con todos esos comandos en la cabeza. Nunca lo ha sido. Contar chistes no se le da bien. Le es más fácil mantener un sano odio y una simpatía que marca distancias abismales entre él y el resto de sus congéneres.

Su cerebro tiene la construcción simple y lógica de un ordenador y unas rutinas que cumplir. Así se ve. Sus procesos mentales permiten el flujo del programa cuando toda su memoria se ha llenado de amor. Cuando la única variable es Ella.

La siguiente rutina consiste en enviar un caudal enorme de sangre a su pene para alimentar el deseo sexual. Hay momentos en los que deja de caminar y tiene que aferrarse el paquete genital pensando que se le escapa el semen.

Se podría pensar que siente picazón por una cuestión de falta de aseo. La gente es tan básica que es descorazonador conocerla.

Su cerebro transmite la orden para crear terabytes de proteínas y hormonas para la producción masiva de esperma.

Gloria y largos años de vida a su procesador neuronal. Hay momentos en los que la euforia de ser poseedor de un cerebro tan simple pero eficaz, le lleva a pensar en bendiciones y discretos y medidos optimismos. Es una reacción casi alérgica a una hiper-producción hormonal.

Tampoco hay alegría en un programa informático hasta que éste no se cumple. Sólo destellos de esperanza.

Y los destellos de esperanza sirven como emergencia cuando falla el papel higiénico. No le hace gracia, porque la verdad es que ni para eso le sirven.

¿Dónde está el paso entre él y lo vulgar? ¿Es otro eslabón perdido en la evolución?

Darwin se pegaría un tiro desesperado si lo conociera.

Eso piensa cuando camina bajo un sol abrasador y el resto del planeta lo hace bajo las sombras o bien ocupa asientos en lugares estratégicos donde el aire se mueve con más fuerza y frescura. Frente a las fuentes de agua turbia y sucia como la atmósfera que respira. Abrasarse lo distrae de todo ese cúmulo de necesidad, de la agonía de amar.

¿En qué momento decidió la naturaleza dotarle con un cerebro bio-informático y alimentarlo con esa angustiosa necesidad de encontrar a la bella que un día inundara sus neuronas con sus palabras y sentimientos? Si pudiera, retrocedería en el tiempo y nacería unos segundos más tarde o más pronto y que fuera otro el bendecido por la exclusividad de un cerebro potente y anómalo. Y evadirse así de amar, evadirse de la añoranza, de la trágica sensación de que la vida no tiene un final feliz.

Ni siquiera el camino es feliz.

¿Y si la felicidad es sólo para los idiotas? Es demasiado denigrante, prefiere sufrir.

Los años han pasado con la angustiosa sensación de que le faltaba algo, de que siempre había un seno vacío en su cerebro: un nicho de sinapsis apagadas, muertas. Una zona desértica sin luz ni color que debía ser rellenada.

Ha intentado con programas de mentiras piadosas, a rellenarlo con vidrios rotos y fibras minerales. Con carne podrida y con cadáveres por los que nunca sintió pena.

Pero no ha sido posible piratear el programa AmorSexo 1.0 y éste ha tenido que desarrollarse sin obviar uno solo de los tormentos que conlleva amar.

El cadáver del intento fallido de AmorSexo V1-I1, la que duerme en la habitación, apenas ocupa espacio en su mente. Ni siquiera los cadáveres sirven para llenar hueco en el poderoso port de amor.

No es viable la sonrisa con toda esa basura en su agujero negro.

Necesitaba un implante de amor que no existía. Que consideraba cuento, fantasía. Una necedad adolescente.

Con un sucedáneo de amor burdo y engaños malvivía.

Cualquier cosa servía para rellenar el hueco.

Sus ojos se mueven lentos enfocando con precisión los más mínimos detalles, los más mínimos dolores.

Porque los dolores se ven, tienen cuerpo y fuerza devastadora. A veces le doblan el alma con un gancho de derecha y escupe sangre de un labio partido.

En demasiadas ocasiones sus ojos brillan por el exceso de luz y de cosas examinadas. Todos sus sentidos están dedicados a la búsqueda y a la eliminación de esa angustia que se apodera de él al despertar cada día. Ahora la tristeza viene de un amor real que necesita abrazar al despertar y no tiene en todo momento. Antes la tristeza era su ropaje, cuando no podía siquiera imaginar que existía alguien semejante en el planeta. Sea como sea, sus ojos no descansan y hay sobrecarga sensorial en su cerebro simple.

La subrutina amor se ha ejecutado completamente, Ella ocupa su vacío. Todo está bien. Apareció en algún momento cuya fecha está enterrada entre miles de datos. No tiene tiempo ni fuerzas para recuperar bits de memoria. Sólo quiere amarla.

Oscila entre el amor y el vivir como buenamente puede, mientras su cerebro está inmerso en la creación de las bases de la rutina de sexo. Su seso simple y potente, desecha cualquier otra consideración que no sea amor y placer.

Y así la rutina Amor V1-I2 ha sido cumplida, se han seguido todos los pasos necesarios y el hueco ha sido llenado. Ha pasado por largos meses de retorcerse entre sus propios brazos intentando hacerla corpórea. Se angustia de amor con algo concreto, se aferra a su dolor y lo acuna como a un hijo al que cuidar. Es su bit de amor.

Se aproxima el contacto, lo necesita. Todo su cuerpo está pendiente del momento.

Lleva meses en los que las erecciones son cada vez más potentes y sus calzoncillos huelen demasiado fuerte a mitad del día. Sin darse cuenta, se acaricia distraídamente la dureza húmeda que crea mil pequeños placeres con cada paso. Hasta la tos provoca un vergonzoso placer en su entrepierna. O cuando viaja en metro y los cuerpos presionan y desearía que fuera Ella quien lo hiciera, se siente tentado de aferrar el pene y tirar de él y castigar su obsesiva dureza.

Ahora una subrutina, atiende a la conservación del amor, mientras el poderoso programa Sexo V1-I2 lo lleva directo a la brutalidad del placer.

Pero son demasiadas variables, es el momento crítico. Los primeros momentos del amor siempre son agradecidos. Pero los cálculos de probabilidad de que pueda mantener su área de amor intacta, indican un claro riesgo a ser rechazado cuanto más tiempo pase. Tal vez, no llegue al sexo. Pero el programa no puede hacer un break ni volver a una función goto o retorno a una línea anterior.

Los caminos del dolor y del placer siguen la misma dirección, y están superpuestos. No se puede caminar sin pisar ambos. Es una trampa cosmogónica.

El comando amar, es inexorable y provoca ceguera. No podrá ver el fracaso hasta que sienta sangrar el alma.

Como en la vida, no hay segunda oportunidad y los amores nos dicen adiós tristemente con una mano, mientras son arrastrados al espacio profundo y mueren congelados o vaporizados por algún sol.

El tiempo se lo come a él, se come los programas, se come el ánimo y se come el amor que una vez acumuló.

Siempre aparece alguien que vale más, siempre aparece alguien más simpático, más querido. Y el programa no puede con ello. Ahora siente ganas de llorar, iba todo tan bien...

Lo siente doler en su cabeza, el mecanismo de una bomba autodestructiva pulsa en las sienes donde las venas se hinchan desmesuradamente para dar mayor caudal sanguíneo y refrigerar los procesadores de amor y sexo que funcionan al límite de su capacidad. Hay que evitar derrames, si pudiera ser.

El amor se está corrompiendo, conoce tan bien esa sensación que desearía morir ahora mismo antes que pasar por ello otra vez. La sonrisa que le dedicó hace un par de semanas... Ella ha sonreído de esa forma que los desconocidos usan para ser amigables. Le pareció una sonrisa extraña en ella; pero la amaba, su programa es potente.Imparable. Pero el programa AmorSexo 1.0 (V1-I)2 posee una potente base de datos y ha catalogado esa sonrisa, ha sido un bit 0 de amor. La ha perdido. Ese ha sido el resultado de un examen exhaustivo de la sonrisa. Las señales a veces requieren un tiempo inverosímilmente largo para ser cotejadas y hacerse patentes. Es la lucha que mantiene el amor cegador contra el instinto. El bit de desamor acaba de subir a su córtex, hiriente como una puñalada. La desesperación se le viene encima como un alud de nieve.

Amor V1-I2 será destruido en apenas unos segundos y la bomba informática-biológica, comenzará a extender el comando Olvido por todas sus neuronas hasta barrer cualquier recuerdo de amor y vaciar completamente el eterno agujero en su cerebro.

Pierde el ritmo del corazón. El cerebro está demasiado colapsado para atender las emociones que se desintegran y el cuerpo al mismo tiempo. Durante dos latidos la sangre se ha detenido y el mundo gira veloz a su alrededor.

Una hemorragia de sangre entre uña y carne certifica el eminente shock traumático psico-somático.

La vida se ha convertido en el Festival del Dolor 9000.1

Es todo dolor.

Cuando se muerde las uñas y tira de ellas, es que un dato se ha pervertido.

Ella se pierde, como un astronauta que se ha desprendido de su cordón umbilical y se aleja de su nave. Le dice adiós con lágrimas congeladas. Con la sonrisa del desamor aún formada en sus labios.

Es así de repentino, como una aceleración en una nave espacial.

La derrota ya ha empezado a corromper el tejido neuronal Amor. El hueco se ha roto como una presa por una detonación. Ella se aleja, se va. Nunca existió.

El programa inicia el formateo de la zona negra. Y ahí es donde cree que no sobrevivirá, duele infinito. Duele el universo entero perderla. Los gusanos que dejan el hueso pelado de carne no duelen. Pero cuando aún respiras, cualquier cosa que te devore, duele y da pavor.

Otra arcada deja sangre en el suelo, sus cuerdas vocales se han herido con la fuerza del llanto seco.

Se detiene bajo el sol, esperando arder. Aunque muriera durante horas, no sería tan devastador el dolor como el proceso de limpieza del amor muerto.

Vomita en el alcorque de un árbol y piensa el mundo que es un borracho más. Un yonqui con la vena hambrienta. Un tirado de la vida.

Su pene está blando, tal vez sea la única parte del fracaso que le otorga cierta relajación.

Ella no está, un día amó.

Bits de amor: 0

Bits de sexo: 0

Probabilidad de una nueva activación del programa AmorSexo V1-I3: 0,1 %, inferior a la esperanza de vida.

Alternativa al dolor: terminación de la vida.

Le duele el corazón.

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AmorSexo V1-I3

Probabilidad de Amor y Sexo en este intento: es más probable morir.

Yo no puedo follar sin amar, necesito todo de Ella. Primero su mente, que ya es mía. Función completada: estoy tan metido en su alma, como Ella en la mía.

Hace meses me hundí en la miseria de una relación en la que fracasé, en la que no pude mantener mi valía ante Ella. No puedo luchar contra los que son mejores que yo, no quiero hacerlo. Tengo mi dignidad.

He vuelto a reincidir y ahora amo y soy amado. Una posibilidad entre un millón dada mi edad, dado mi ánimo.

No hay problema. El cadáver de amor que convive conmigo, no trasciende en mi pensamiento más allá de un saludo. Mi cerebro eficaz rechaza cualquier otra cosa que no sea Ella.

Todo es amor, no puedo respirar sin pensar en Ella. Es así de sencillo.

Informe semanal: Bit de amor: 1. Correcto.

Probabilidades de pasar a Sexo V1-I3: 90%.

Puedo joderla como una bestia porque al igual que su pensamiento está para ser invadido y absorbido, su cuerpo se formó para ser penetrado, chupado, arañado, salpicado de semen y saliva, mordidos los pezones...

Estatus de la rutina Sexo V1-I3, activada.

Segregando hormonas y semen a pleno rendimiento. Presión sanguínea en el falo: Alta con sobreesfuerzo.

La temperatura es fresca, aunque no hace demasiado frío. La ropa es liviana. Nos hemos besado desesperados en nuestra primera cita y he dejado mis dedos marcados en su espalda divina, en mitad de la calle, del mundo.

Un taxi nos traslada a la casa de campo, en el interior de la provincia, es un lugar lejano donde las noches son limpias y frías. Donde los cuerpos se abrazan de una forma natural.

De vez en cuando la naturaleza se equivoca y nos regala momentos hermosos.

La que no quiero, se ha querido convencer de que estoy en viaje de trabajo; pero sabe que es un cadáver de amor y yo carezco de piedad. Sigo escrupulosamente mi programación.

Durante el viaje, hemos hablado de cosas que mi banco de datos no recuerda, porque mi función principal es el placer.

Follar hablando en plata.

Ella se sabe amada, y yo soy amado. Ahora los cuerpos toman el mando y la piel es el alma que guiará la coreografía sexual.

Dejamos presurosamente las maletas a la entrada de la casa y en el rústico salón de mobiliario colonial, nos enfrentamos cara a cara, los ojos sonríen, los labios se humedecen con la lengua y los pechos respiran agitados.

Nos dirigimos a la habitación.

El control break (el paro de emergencia de mi cerebro) es un revólver del calibre 357, en el caso de corrupción del programa, de que se malogre, me volaré la tapa de los sesos y a la mierda mi programa y mi vida. No puedo soportar más dolor, se acabó mi tiempo y mi ánimo.

La amo demasiado para intentar respirar sin su amor.

Deslizo bajo la cama el revólver sin miedo, con frialdad, en un momento en el que Ella examina el armario.

Su rubia melena rizada y sus impactantes ojos oscuros, le otorgan una belleza felina. Mi falo se encabrita.

Y duele.

Me duele entre los pantalones, le falta espacio y presiona contra la tela, se rebela contra la oscuridad.

Es un baboso animal en celo.

Si la función Amor se ha cumplido, ahora soy un pene enorme que desea cubrirla y meterse dentro de ella.

El comando erección se transmite a la velocidad de la luz desde el port Amor y recorre pecho y vientre para enviar una descarga de placer a un glande húmedo y obscenamente henchido de sangre. Probabilidades de éxito en la ejecución completa del programa AmorSexo V1-I3: 80 %

Y eso ocurre porque ella también lo desea. Estoy sometido a sus deseos, entra en el lote de subrutinas de Amor-Pasión. Noto su excitación en cada una de mis terminaciones nerviosas.

Ella es una pantera acechando el placer, ofreciendo su cuerpo violentamente. Deseando ser sometida a mi falo y mi lengua, mis dientes y mis labios.

Mis brazos y mis uñas.

Ella desea hacer surcos con sus uñas en mi piel, acariciar mi glande dilatado y casi hemorrágico con su lengua salvaje. Trazará heridas de peligroso deseo en mi carne.

El amor es mutante, somos bestias con piel de amantes.

Cuando arranco su blusa y el sujetador de un rápido tirón, muestra en todo su esplendor unos pechos redondeados, pesados y plenos coronados por dos oscuros pezones que se erizan y contraen con un placer agónico en su ansia. Son dos cuentas de granito negro sobre porcelana blanca. Atraen mi mirada, y me hacen salivar abundantemente.

Me los ofrece sin recato, sin pudor alguno, exige el alivio de mis labios elevándolos con sus manos a mi rostro. Y mis labios hambrientos succionan los pezones haciéndolos resbalar por el filo de mis incisivos, hasta la difusa frontera que separa el placer del dolor. Responde con una respiración profunda y su cabeza se deja caer hacia atrás en un alarde de inusitado abandono, impactada por el placer líquido que inunda su organismo. Una marea caliente que eclipsa la razón.

No sé si existe la función amor ahora. No puedo respetar su cuerpo, he clavado los dedos en sus nalgas y la aprieto contra mí. Para que los pubis se fundan.

Activada la función de fuerza muscular extra. Hinchando venas para irrigar la mayor cantidad posible de músculos.

Intenta como puede liberar mi falo a través de la bragueta del pantalón; pero está demasiado duro, demasiado encajado entre la ropa. Sólo consigue arañarme con sus uñas, y la piel gime de placer ahí dentro, ahí abajo entre sus dedos. Mis jadeos son gruñidos.

Con brutal fuerza, tira de la cintura del pantalón y parece estallar el pantalón, el botón metálico repiquetea aún contra el suelo cuando Ella baja el elástico del slip y libera mi pene y mis testículos.

Es tan mínimo el espacio entre nosotros, que mi pene se encaja entre sus muslos tibios y mojados y siento la humedad de su vagina bañarme.

Ella separa los muslos para abrazar mi trozo de carne hirviendo. Me duele la presión en los conductos seminales.

Sus pezones ahora se han contraído tanto que parecen puntos, coge mi mano y la lleva a uno. Me obliga a presionarlo. Tengo miedo de hacerle daño; pero ella es firme y conduce con inusitada fuerza y violencia mis dedos para que pellizquen con más fuerza. Intento aflojar la presión pero es ella quien maneja mis dedos y ha tomado posesión de mi cuerpo. Siento su pezón aplastado entre los dedos, y mi glande parece latir como otro corazón aprisionado en sus muslos.

La presión es insoportable.

Activada la subrutina brutalidad controlada, músculos en tensión. Se deja en suspenso la actividad del lenguaje. Programa al 60 %. Probabilidades de éxito en su ejecución: 95 %.

Siento hervir mi sangre, me separo de ella y con la mano libre agarro su vagina con fuerza y la obligo a ponerse de puntillas. Nuestra respiración es ruidosa. El dedo corazón y anular la han penetrado. Sus pechos oscilan trémulos y siento el temblor del placer en sus muslos. Cierro con más fuerza mi mano en su sexo y se escurren sus fluidos calientes y viscosos. Mi visión es roja como la sangre. Beso y muerdo sus labios dejando una pequeña perla de sangre que recojo con la punta de la lengua.

Ella responde aferrando mi bálano con un rápido movimiento, retira el prepucio para atrás y siento una repentina frescura. Mis cojones están contraídos hasta el dolor. Me duelen por la presión, me duelen porque ella los trata sin cuidado. No me duelen y temo que si aprieta más, me derramaré en su mano.

Usa la resbaladiza cabeza amoratada para acariciar el vértice de su sexo y siento la dureza de su clítoris, lo frota y se me escapa un gruñido animal de placer.

Llevo una mano a su nuca, la acerco hasta mí con violencia.

- Puta -le susurro al oído.

Ella deja ir un gemido y su cuerpo se deja caer en mi mano. Los dedos siguen enterrados en ella.

Noto en mis dedos como su orgasmo se prepara, como se va creando con una presión creciente en algún lugar de su coño. Y me arrodillo para besarlo, mis dedos gotean su esencia y ella mantiene su vulva desflorada para que mi lengua lo ocupe todo. Lamo sus dedos, sus uñas y su coño sagrado.

Subrutina final: queda en estado de suspenso toda actividad intelectual. El amor queda bloqueado y aislado. Probabilidades de ejecución correcta del programa: 97 %.

Suspira al límite del orgasmo, como yo.

Con el sabor de su sexo en mi lengua y mis labios untados de su viscosidad, la empujo a la cama, se arrodilla y planta las manos en el colchón. Su sexo se ofrece indefenso ante mí.

Apoyo las manos en su cintura y clavo los dedos sin ningún cuidado. La penetro bruscamente, su vagina está tan lubricada que siento mis testículos aplastarse contra ella.

Eleva la cabeza arqueando la espalda cuando siente que todo mi miembro se ha enterrado en ella. Empuja con sus nalgas mi pubis para clavarse más profundamente.

Es salvaje en su belleza.

Salvaje en su deseo.

Cuando retrocedo para otra embestida, mi pene está recubierto de una suave crema blanca y enciende aún más mi deseo.

En la siguiente embestida los dos lanzamos un grito difícilmente contenido.

Y hay más embestidas, cada vez más cercanas al paroxismo. De la unión de nuestros sexos se desprenden gotas densas que forman breves hilos que se parten con las embestidas.

Ha llegado el momento, y me derramo dentro de Ella con empujones rápidos que provocan salpicones en sus nalgas. Cuando siente el calor de mi esperma, ella separa aún más las rodillas y planta los codos en el colchón. Su vientre se contrae y parece sucumbir a un desmayo. Pero mientras de su sexo gotea mi semen, cuando aún estoy penetrándola, se encoge repentinamente y se lleva una mano al pubis. Y allí intenta controlar el placer en vano. Su espalda es un espasmo continuo y yo mantengo mi pene dentro de ella, profundamente clavado. Dos, tres y a la cuarta contracción de su espalda, sus piernas desfallecen y se derrumba en la cama. Su cuerpo se agita tres veces más antes de relajarse respirando profundamente. Mi pene está aún erecto, goteando, con pequeños espasmos de placer.

Me siento cansado.

Fin del programa. En espera de estímulos y datos externos para los cálculos estadísticos.

Me acuesto a su lado, casi derrotado, ha sido mucho tiempo esperándolo. Mi brazo cuelga desde la cama y con la punta de los dedos siento el frío tacto del revólver.

No nos rozamos, estamos respirando con dificultad, intentando asimilar tanto placer.

Caigo en un profundo sueño.

Activado descanso por sobrecalentamiento de los procesadores neuronales.

Despierto, tanteo la cama. Ella no está a mi lado. Aún es de noche.

Se apodera de mí un miedo horrible, algo ha salido mal.

Mis dedos se cierran en la culata del revólver y presiono el gatillo a medio recorrido preparando el tiro en la sien. La vida no es viable sin ella.

Ya no me queda tiempo. No puedo empezar otra vez. No quiero tanto dolor de nuevo.

Siento el vértigo doloroso de un nuevo borrado de mi memoria.

El revólver pesa y da alivio a mi tristeza.

-Mi amor... ¿Estás despierto? Eres bello durmiendo. ¿No decías que serías tú el que se mantendría despierto para verme dormir? -ríe con una belleza que me hace agua.

Es Ella...

Se acuesta a mi lado y acaricia mi espalda. Dejo caer el revólver bajo la cama y volteo hacia ella. La abrazo con un ansia milenaria. Agradezco a la noche que no deje ver mis lágrimas.

Programa AmorSexo V1-I3 completado al 100 %.

Inicio del programa Vida 1.0

Probabilidades de ejecución completa: 100 %.

Fin del informe.

Iconoclasta

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5 de julio de 2010

Yo Cupido



¡Hola!
Soy Cupido. Y la verdad, no es que sea algo como para tirar cohetes multicolores en forma de pene que estallan con crakeling en la palmera plateada final que metaforiza una eyaculación.
Mi trabajo es fácil, lo hago bien y a veces me siento lleno. Como todo hijo de vecino.
Salvo por el detalle por el que me suelen representar.
Los pintores y dibujantes han sido unos hijos de puta toda la vida: siempre me han dibujado como un bebé rollizo, con mi sonrosado culito al aire. Le dan mejor color a mi culo que a mi cara. Casi nunca se muestra mi pene (como si no tuviera o bien lo llevara metido en la raja del culo), o en el mejor de los casos, me dibujan una patética picha que sólo causa ternura en las mujeres y una sonrisilla imbécil en los machos, que piensan que prefieren ser víctimas del amor que arqueros, y que no quieren un pene tan tonto e inocuo como el mío ni que vivan mil años.
¡Mal! Tengo un pene monstruoso y un poblado pubis. Siempre dejo perdido de pelos de polla el inodoro. Y el culo lo tengo lleno de pelarros y granos. Lo único sonrojado es mi pijo.
¡Gilipollas!
Pero no tengo Cupida.
Yo no vivo sólo de la satisfacción de los enamorados. No soy el tonto de San José que se sonreía como un deficiente mental cuando María gemía lujuriosa en brazos del Espíritu Santo. Hay que ser hipócrita para afirmar que María era virgen después de saber como la trató el sagrado ente.
Aquello sí que era un falo que deprimiría a la más ilustre polla de la industria de la pornografía.
Recuerdo el ruido que hacían los testículos del palomo contra la mesa de madera donde se beneficiaba a María.
Aún me la pelo evocando los gritos y jadeos de la susodicha beata.
Y San José, mientras tanto, dale que te pego al cepillo en plan autista.
Aquello era de lo más absurdo.
Pero está visto que en casa del herrero, cuchillo de palo. Y yo voy más salido que mis alas. Y no son esas ridículas alas de pollo que me pintan. Mis alas son enormes del carajo.
Mi pene, mis testículos y mis alas, tienen la proporción áurea. Sólo que los pintores son unos envidiosos de la hostia.
Para lo que me sirven...
No hay nadie que me lance una flecha y me dé una compañera. Llevo una eternidad pagando para poder tener ayuntamiento con hembra. Las putas pasan de flechas y me señalan el lavabo cuando les guiño un ojo intentando conquistarlas.
Y de ahí mi venganza. Yo también soy rencoroso y perverso.
Muchos que comentan que hoy en día hay más maricas y tortilleras que en ninguna otra época, tienen razón.
Seré bondadoso, pero mi paciencia tiene un límite.
Hoy es un día de esos que no estoy de buen humor, por decir poco, por decir lo mínimo.
Cuando llega el calor, toda/os los idiotas se van a la playa y se ponen cachondos mirando los cuerpos casi desnudos. Cosa que me toca los huevos porque tengo que trabajar a pleno sol, lo que me obliga a aplicar en mi delicada piel crema protectora de factor dos mil setecientos. Y así se me resbalan las flechas entre los dedos y me convierto en el hazmerreír de los dioses.
Acabo de enamorar a una tía con una pierna ortopédica y a un chulo de playa cargado de cadenas de oro, gafas de Elvis y tanga rojo ajustado hasta el asco. Yo quería disparar al parapléjico que estaba un poco más allá para que se sintieran en mayor armonía esos dos tullidos seres. Esta crema es una mierda.
El muy cabrón del chulo, encelado perdido, ya le ha arrancado la pata de plástico y se la quiere beneficiar en plan cómodo, de pie y por un lado. Ella se queja pero aparta el muñón la muy rijosa y se sujeta a la sombrilla mientras se deja embestir.
Unos niños con la boca manchada de arena y crema de cacao los miran con interés.
Así de fácil es enamorar.
El amor es ciego y yo estoy hasta mis rizos púbicos de tanto flechazo al sol.
Y me está poniendo cachondo la manca, hay que ver como guardan el equilibrio los tullidos cuando se trata de follar. Y que comodidad sin la pierna...
Mi pene está listo para la acción y ya no aguanto más, necesito aligerar los testículos porque me cuesta volar.
El año pasado por estas fechas, estaba tan empalmado como hoy y localicé entre toda la borregada que había en la arena a una maciza en topless, tomando el sol con las piernas abiertas. Muy abiertas.
Su novio estaba en la orilla ligando con una mulata que tenía más tetas que cerebro y más culo que tetas. Era más puta que las gallinas de Jericó que aprendieron a nadar para chingarse a los patos. Lo llevaba escrito en la frente con un rótulo de neón del tamaño de un rinoceronte. Pero leer es algo que no se le da muy bien a mucha peña.
Así que a la desatendida maciza le aparté un poco la braguita del biquini después de haberle pegado un buen flechazo en su minúsculo cerebro, cosa que la sumió en un erótico sueño.
Me la tiré con ganas, flotando encima, agitando mis alas rápidamente como un colibrí. Recuerdo haber pensado lo molestas que eran las piernas (la suerte que ha tenido el chulo que se está tirando a la tullida ahora mismo).
Como resultado de aquello, la chica quedó impactada por su sueño y le buscaba alas a su novio. También buscaba el miembro que la llenó y la elevó a la cúpula del placer. Pero claro, el novio no daba la talla y de volar, ni batiendo las orejas a quince mil revoluciones por minuto.
La maciza entró en un estado de ansiedad que la llevó a un tratamiento de seis meses con ansiolíticos y a su novio a una clínica para agrandar el pene si no quería perderla.
Cuarenta grados a la sombra y yo aquí sudando y sin Cupida.
Me limpio bien las manos con arena para evitar que me resbale la flecha, tenso el arco y suelto la flecha que impacta en el corazoncito de un gay que toma el sol con una gorra alemana de cuero negro. Se levanta con su tanga, también de cuero negro y se acerca al patriarca gitano que preside una de esas tiendas que tanto les gusta hacer con toallas y palos de sombrilla robados. El gitano, clase ni tiene ni la ha conocido en toda su vida, su reloj de oro es más falso que un billete del monopoly. La uña larga de su meñique con la que se escarba la nariz y el culo alternativamente, provocan cierto vómito en mi candorosa alma. Y su sombrero negro tiene más mierda que el palo de un gallinero. Eso sí, tiene muchos hijos, muchos churumbeles.
Le pego un buen flechazo que le impacta en su vieja barriga y automáticamente recibe al gay duro con unos besitos en los labios.
Las gitanas lo miran alucinadas, pero tienen que atender a sus hijos que están robando todo lo que encuentran en la playa si no quieren acabar en el trullo en menos de media hora.
Gitano y gay duro, se dirigen al cercano hotel Culo’s and Loca’s bien pertrechados con una caja de condones extra-fuertes y un par de tubos de vaselina.
A la puta mierda el amor. Y este calor de las narices.
Voy a ver si hago un par de lesbianas y me largo a echarme una siesta en las mazmorras del Coliseo.
Otra jornada más a la mierda y yo sin Cupida.
Seguro que la culpa la tienen esos malditos pintores con la estúpida imagen que han creado de mí.
Mañana buscaré un buen pintor para que me retrate en acción con la Janine del puticlub de la carretera de Matalascabras a Despeñachanchas, que es muy exótica y refinada. Y que me dibuje el rabo en todo su esplendor de una puta vez, coño.


Iconoclasta
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1 de julio de 2010

Mundo Gris



Ni siquiera hay muerte en este paraje. Se respira asepsia, como si no hubiera existido vida jamás.
En medio de este desierto de dunas de ruinas y escombros, en el páramo urbano y desolado se eleva una estructura de hormigón gris, vieja como la propia eternidad. Sólo son columnas y suelo, rampas sin escalones, no hay paredes. En cada planta el suelo forjado se extiende hasta difuminarse con los pilares, el cielo y la nada.
Quise hacer un cubo perfecto, que jamás pudiera confundirse con algo natural por mucho que el planeta lo cubriera con su mierda. Que jamás nadie pudiera pensar que pretendiera hacer arte.
Es lo más feo del universo.
El vanidoso reflejo de mí en el universo.
Las retorcidas varillas de acero que nacen de las columnas, son raíces intentado clavarse y enterrarse en el gris que lo domina todo. Son peligrosas a pesar de su inmovilidad.
La silueta de la construcción muerta se recorta sin apenas relieve y se integra contra un cielo de plomo triste y plano. Sólo hay vacío y más gris.
Es tan sórdido...
Es del mismo tono que mi alma, me siento así. Soy así. De otra forma no puedo entender que me sienta familiarizado con esto. Es como volver a casa, pero sin ningún tipo de alegría, con resignación. Más de lo mismo.
Siento el peso de mi obra. Los cadáveres callan allá aplastados. Si no callan, su voz no llega. Lo importante es no oír.
Me sobrecoge el ánimo y siento la ausencia de color como una tragedia que se forma y crece constantemente, es un tumor imparable.
Y sin embargo, avanzo directo a esa ruina funesta por un camino de polvo de cemento donde dejo unas profundas huellas. Es terrorífica la quietud, la ausencia de movimiento de aire que ni el polvo mueve y queda suspendido durante una eternidad a escasos centímetros de mi pisada.
No hay ruido alguno. Apenas oigo mis pasos.
Apenas recuerdo qué hago aquí, porque estoy aquí.
La memoria es caprichosa. La memoria es cobarde de sí misma.
Enciendo un cigarrillo y el humo se queda ante mí, quieto; no se aparta de mi camino ni cuando rompo la nube al atravesarla. Ni siquiera el vacío que dejo en mi caminar agita las volutas.
“La muerte es ingrávida. La vida pesada. La risa un sarcasmo. El llanto una cuchilla. Mi sangre veneno”. Es mi oración, es mi único rezo y las únicas palabras que pronuncio con mis labios desde que lo aniquilé todo.
Un día me convertí en Dios y provoqué el Juicio Final.
YO, un humilde químico, soy Dios.
Me rezo a mí mismo porque existo.
Aún.
Me duelen los párpados y bendigo la no luz.
Lo neutro relaja mis ojos dañados de tantos años de luminosidad y color.
Aunque no recuerdo la luz, está lejana como mi sonrisa.
Alcanzo la rampa de acceso al edificio, no sé cuando, no sé como. Sólo sé que tras de mí hay un rastro de polvo suspendido que mis pasos silenciosos ha alzado y que ningún aire barre.
Tal vez el aire fuera el aliento de la humanidad. Su apestoso aliento.
Si no hay humanidad el aire se pudre estancado.
Prefiero el aire estancado que el viento que traía sus voces y olores.
Es todo tan neutro que cuando intento esbozar una sonrisa patética, mis labios se agrietan. Tampoco se puede llorar, porque los ojos están demasiado secos. El cemento tapona los lacrimales y siento que todo se va hacia dentro, no puedo desahogar la presión de mi miseria.
De mi ruina mental.
Las lágrimas que no se vierten fermentan rápidamente.
Mi semen también se hace yogur en mis testículos, no me he vaciado en milenios.
Los retorcidos dedos de acero que surgen caprichosa y maliciosamente como arbustos entre el forjado de la construcción muerta, parecen agitarse ante mi proximidad. Algo cruje en el interior desnudo de la monstruosidad de hormigón. Y siento mis venas palpitar con el seco ritmo de mi corazón: un martillo que golpea sin inercia, con un golpe definitivo que distancia demasiado el siguiente movimiento.
Jadeo cansado.
Llego a la rampa de la planta baja, el cemento se extiende uniforme en toda la extensión del forjado, y no hay potente luz para que los pilares creen sombras que hagan algo verosímil toda esta tristeza, esta hostilidad que me infecta el alma.
Mis dedos se encogen dentro de los zapatos al pisar el rugoso piso porque temen contagiarse de gris. Hacerse piedra.
No puedo seguir adelante no quiero avanzar por la tundra de columnas grises. Giro a la derecha para subir la próxima rampa. En el rellano hay un charco de sangre líquida, reciente. De mis dedos gotea sangre. Y algo pasa con la gravedad, porque se deslizan las gotas en suave caída por el aire, formando esferas perfectas. Caen sin aplastarse, perdiendo su forma sin prisa, sin salpicar.
El silencio se come hasta mi aliento, y cuando gimo con angustia, no hay sonido. Este lugar me lo arrebata todo. No deja de ser un alivio, porque todo es pena.
Sé que hay algo parecido a la vida, porque el olor de los excrementos de rata es inconfundible, como espeluznante el cosquilleo de centenares de pulgas que metiéndose en mis pantalones, se enredan en el vello de mis piernas.
Podría vomitar, pero no quiero verter más miseria, podría convertirme en ella.
“La muerte es ingrávida. La vida pesada. La risa un sarcasmo. El llanto una cuchilla. Mi sangre veneno”.
El charco de sangre ahora se extiende y rellena grietas como arterias y el hormigón parece respirar. Las pulgas abandonan mis piernas y siento melancolía, porque ahora me encuentro mucho más solo. Se bañan en la sangre, se ahogan en ella.
Me parece impúdico. Una obscenidad.
Una rata avanza desde el profundo gris, arrastrando veloz y dolorosamente sus cuartos traseros convertidos en una masa de cemento, se aproxima hacia mí. De su boca emerge una pequeña varilla de encofrado que no le permite cerrarla. Sus ojos cuelgan de las cuencas, le dan un aspecto diabólico. Sus patitas son manos pequeñas, manos humanas de uñas ensangrentadas.
Tiene sed, tiene hambre. Subo por la rampa sin dejar de mirar porque siento asco y miedo. Si hubiera sonido, el animal chillaría, lo sé por la forma en que su garganta se inflama. Las pulgas la abandonan, como a mí, y se sumergen en el lago de mi sangre para ahogarse felices. La rata quiere beber la sopa de pulgas, pero el acero que destroza su boca, no le deja. Cuando la sangre como una marea perezosa baña sus patas, sus manitas se disuelven y sus ojos me miran con pena y dolor.
¬-Es triste deshacerse aquí –dice directamente en mi cerebro.
Continúo avanzando y resbalando por la rampa hacia arriba, penosa y temerosamente. Tengo un miedo cancerígeno. Otra vez la misma extensión en el siguiente piso, nada varía en el horizonte salvo algún jirón de una nube gris que por alguna caprichosa depravación de un ser ignominioso, se mueve como una amenaza de muerte.
Nunca debí dejar por acabar mi obra, pienso con convicción. Las paredes pueden tapar lo horrendo.
En el segundo rellano, hay sangre que no es mía. Amo la sangre porque rompe el gris, amo la muerte porque romperá la uniformidad de lo letal. El rojo sobre gris es una buena combinación. Aunque cualquier combinación es buena si rompe la plomiza locura.
La sangre mana por la base un pilar, y alguna gota cae desde los muñones negros de acero que sobresalen como sarmientos agostados de su unión con el techo. No son buenos acabados, las venas jamás deberían salir del cuerpo. Los sexos deberían estar siempre húmedos y dispuestos para la cópula, la sangre dentro. Y los cadáveres no tendrían que ser base de cimientos.
He pisado algo que ha cortado la suela del zapato y mi pie. Ahora mi sangre mana dulcemente, la piel resbala en el calcetín y una incómoda sensación de infección se apodera de mí.
Todos estaban muertos cuando llegué aquí, todos los huesos y todos los tejidos humanos calcinados, podridos y macerados, se encontraban en el cráter donde estalló aquello. Me propuse eliminar todo rastro de vida, y desde un lugar seguro a centenares de metros bajo la superficie, hice estallar el fin del mundo.
Y me quedé solo, era mi sueño.
Construí la estructura sobre sus cuerpos, quise sentar las bases de mi vida sobre sus muertes. Empezar de nuevo encima de sus huesos. Yo sobreviví, porque no estaba entre ellos. Siempre he estado solo.
Y muero solo.
Y loco. La soledad y el veneno del aire han podrido mi pensamiento de la misma forma que han pervertido la poca vida que ha quedado.
No tengo miedo, no me arrepiento.
Se ha desprendido mi brazo que cae silencioso, el aire quema el muñón ensangrentado y no me deja morir más tiempo. El aire cauteriza con su veneno. Algo bueno tenía que tener, algo lógico. Algo útil.
El cielo continúa emponzoñado de gris muerte. Lo envenenaron.
Yo solo lo hice, la humanidad fue el detonante, todos somos culpables de algo, los muertos y el vivo: yo. Y derramé el vapor de un nuevo mundo vacío.
Aún es corrosiva la ponzoña gris que cubre el mundo. Aún da vida a lo muerto, aún exige dolor y locura.
Aún amalgama cuerpos y objetos, animales y hombres, ruina y miseria.
Es mejor de lo que me pensé, más terrorífico.
Mi vida ha ganado en emoción.
En el forjado de la planta se forma una red de finas tuberías que sobresalen como caminos de gusanos y me duele la sangre de ser conducida por esos conductos duros.
El veneno diluye mi memoria y a menudo tengo la impresión de vivir un sueño deprimente. Y no sé donde estoy, hasta que el peso de los muertos golpea y da razón a mi conciencia.
“La muerte es ingrávida. La vida pesada. La risa un sarcasmo. El llanto una cuchilla. Mi sangre veneno”.
Un hombre-paloma se dirige a mí, batiendo sus alas-brazos, sus dientes están rotos por el pico que nace desde dentro de su boca rompiendo el paladar y su buche gris irisado, se abre dejando escapar sangre. Cuando se acerca gigantesco ante mí, extendiendo sus alas forradas de cucarachas, parece no verme y picotea con glotonería la sangre y mi brazo tirado en el suelo.
Le duele, cada picotazo es un diente que se mueve y desgarra las encías. A mí me da asco. Y quiero que muera. De algún sitio ha salido un pico oxidado, que al coger su mango astillado, se integra en mi piel doliendo. Le golpeo la cabeza que se abre sin ruido y algunas cucarachas saltan de su cuerpo muerto para prenderse en mi muñón buscando vida.
El hombre-paloma lanza un graznido silencioso y una pluma deshilachada queda flotando en el aire.
No podía seguir construyendo, por los cimientos subía mutada muerte alimentado la estructura. No podía seguir porque el miedo me paralizaba. Mi obra me ha sobrepasado.
No hay dios que me castigue y no quiero ser esto, no quiero...
Destruí el mundo por no ser ellos, como ellos.
Tal vez ayer, o tal vez hace cien años, desperté sintiéndome loco, sintiéndome enfermo. No conseguí acabar el Palacio sobre los Muertos como era mi sueño.
Abandoné la obra porque el pánico me ablandaba los huesos.
Tercer piso. Yo no tallé esa vagina en el pilar. Y tanto da, porque siento pulsar mi miembro haciéndose duro de una forma dolorosa. Las omnipresentes varillas de hormigón, rasgan mis pantalones y desnudan mi pene amoratado. Es una obra impresionista de vivos colores en medio de esta soledad neutra.
“La muerte es ingrávida. La vida pesada. La risa un sarcasmo. El llanto una cuchilla. Mi sangre veneno”.
El otro brazo se ha desprendido de mí, ahora sólo tengo dos piernas, una cabeza y un pene.
La vagina se hace carne, se hace elástica sin perder el gris y de sus labios mayores rezuma una sustancia lechosa que incrementa mi deseo.
La penetro en un tullido vaivén de pelvis. Dentro es dura, dentro son filos que hieren. Su útero corta y rasga. Y de la unión de los sexos, sangre rosa mana. Leche y sangre, sangre y humor sexual. Y entre todo ello, mi locura que parece desvanecerse y hacerse cruda realidad con la eyaculación de un semen abundante y viejo. Con la dolorosa destrucción de mi glande.
La vagina crece, y quiere más de mí. Me succiona partiendo en dos mi espinazo.
Y un escalofrío recorre toda mi piel, porque no muero, con la médula espinal partida, sufro sin el desahogo del grito cada dolor y cada miedo en mi carne.
Me duele cada hueso al crujir y me incordia el llanto de los millones de muertos que sube desde los cimientos de mi obra. Y soy cosa y soy sangre y soy piel y soy alienación.
No quiero ir con ellos, quiero morir.
“La muerte es ingrávida. La vida pesada. La risa un sarcasmo. El llanto una cuchilla. Mi sangre veneno”.
Soy una pesadilla de una pesadilla parida por el coño de mi obra.
Una puta vida.
No me arrepiento de nada, sólo duele.
Encontraré la forma de matar a los muertos desde dentro de este Mundo Gris del que soy Dios y Sacrificio. El miedo no libera de odio.
Sólo lo alimenta. Y tengo hambre.
No dejaré nada, lo mataré todo. Soy Dios.
Como sea.
Amén.


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27 de junio de 2010

Pornógrafo del amor


A quien los dioses quieren destruir, primero le vuelven loco.
Eurípides, 425 a.C.

Que el amor es un sentimiento que nace directamente en los cojones, es algo que YO, el gran pornógrafo de la humanidad, ha clamado al tiempo y al espacio desde que tenía uso de razón.
Soy el Pornógrafo Errante, una amoralidad que respira. Y sólo tengo corazón para alimentar mi miembro. Soy lo que nadie debería ser, pero que todos envidian en la oscuridad de sus miserias. Aferrados a si mismos, rechinando los dientes entre orgasmos enfermizos. Soy un Cristo que os redimirá con el miembro erecto.
Yo no retengo lágrimas de angustia y soledad, yo no me retuerzo en la penumbra de la soledad enfocado por la luz de su amor.
Yo sólo eyaculo.
Mi pene es el pilar sobre el cual se asienta el universo. Soy el agujero negro que los coños atrae, que los llena, que los dilata con lengua y dedos.
Que parte en dos a la mujer que no amo.
Porque yo no amo, yo jodo.
Follo.
No quiero a nadie, sólo taladro.
No deseo nada, sólo invado.
Entrar, penetrar, calar, meter, clavar.
Rasgar.
Inundar.
Meo en los árboles de puntillas para marcar mi territorio más alto que nadie.
Y dejo clavada una navaja de filo embotado de sangre seca por si el hombre ha olvidado que es bestia; para quede claro como la sangre en las blancas bragas de la virgen que ahora gime clavada a mí.
No me preocupa que nadie vea cómo se desprende el semen residual de mi pene empapado de su coño. Me corro con un gruñido y saco mi bálano aún escupiendo ante ella para que ore a su dios.
No soy un hombre romántico.
No la quiero, maldita sea.
No tengo corazón.
Ni siquiera soy hombre.
Soy sólo polla. Quiero golpear por dentro, llegar al útero sin piedad, llenarte tanto que sientas la necesidad de aferrarte a tu vientre para retener-sosegar el placer que te enloquece y sentir mis embates furiosos.
Sin amor, coño.
No amo.
Yo no me doblo, no siento la náusea del vértigo del amor. No pienso en ella sin poder respirar. No pierdo mi preciso ritmo cardíaco ante sus palabras de amor, que no caen pesadas sobre mi espalda y sentir así que soporto el peso de todo el cochino planeta.
Soy un músculo cavernoso, soy sólo la pobre conciencia de un pene impío que se deshace en lácteas hemorragias.
Soy un perro que hunde la nariz entre sus piernas y lame sediento con el glande a punto de estallar.
Soy la maldita amoralidad que provoca las más obscenas masturbaciones de las mujeres en sus deseos, en su imaginación, en sus soledades. Soy la carne que desean meter en su boca y cobijar entre sus pechos con sus dedos obscenos acariciando las venas que pulsan para alimentar la dureza del universo.
Soy la pornografía de la vida, carezco de pensamiento racional.
No soy reproductor, sólo existo para el placer.
Soy una lágrima de leche.
Convierto el amor en semen en mis testículos pesados, me gusta que me los acaricien cuando mi vientre se tensa, mis piernas se estiran y lanzo mi pubis al cielo para que estalle en un caliente géiser de leche que salpique a dioses y cerdos.
Quiero manchar de semen la faz de las divinidades.
No respeto ni a Dios.
No amo, no beso, no soporto a mi lado a la mujer cuando me he vaciado y jadeo como un toro cansado con el semen enfriándose en mi vientre y en mi pubis. Entre los palpitantes muslos de la mujer que no amo.
Soy amoral, no puedo amar, no quiero amar. Soy el semen que se enfría entre sus dilatados labios, que cubre su perla de placer como una viscosa marea.
Es imposible que pueda amar, dicen que tengo una parte del cerebro muerto. Algo de nacimiento.
Yo digo que mi cerebro está concebido para mi naturaleza y que no le falta nada.
Soy la quijada en el puño de Caín, soy el cráneo roto de Abel. Soy castigo y reacción. Un instrumento que sólo es útil.
No pienso, no juzgo. Simplemente hago.
Y mi puño es voluntad, mi pene quijada.
Y como la quijada, golpeo. No hay sangre, sólo leche en mis dedos.
He confesado, ahora todos saben qué soy, ahora sabes que quiero sólo tu coño y tus pechos, quiero tus labios derramando obscenidades ante mi penetración brutal.
Ahora sabes que soy un cerdo.
Dime que te doy asco, libérame de ti. Porque no es vivir ahogarse cuando no estás para darme oxígeno.
No se puede respirar sin ti. ¿Es que no lo entiendes?
Huelo tu coño en el aire, no hay amor alguno.
Lo juro.
Te odio.
Llámame hijoputa y abofetéame.
No siempre podré vencer la necesidad de ti con la fuerza para ofenderte. Temo rendirme a tu sexo.
Reconoce que te doy asco, que mi semen descolgándose en mis dedos es repugnante. Que no puedes querer a la quijada que se manchó de sangre con la bondad que no ha existido jamás.
Soy puro pecado original lamiendo tu piel.
Soy la brutalidad babeante, el Dios penetrante.
Amarte es un dolor que enloquece, es un orgasmo que funde el corazón, que mina la libertad de mi pensamiento y lo ocupas todo tú.
Todo yo cuelgo de ti.
Ódiame y libérame de ti. Ya no puedo más.
¿No ves como me denigro? No soy nada ya sin ti.
Cuando me siento solo, cuando no estás, no soy.
Cuando no te encuentro, sufro como un animal roto. Como una serpiente con el espinazo roto.
Soy un pornógrafo que no te ama.
Ódiame, antes que te pida que me abraces, que no me dejes nunca.
Antes que mi semen se derrame en tus manos y no tenga valor para pedirte que me liberes.
Nunca te he querido, el pacto de amor eterno era sólo el medio de entrar en ti tan profundamente que me convertiría en tu creador.
Pero no pensé que pudiera ser al contrario.
Mírame con asco, me masturbo ante el sol, sudando. Mis manos están bronceadas, mi pene pálido. Mi glande amoratado de la sangre que intenta mezclarse con la tuya.
Ahora que me duelen hasta las pestañas, de amarte.
Sólo un mensaje ha de llegar claro: no te amo.
Soy entropía seminal.
Por favor...
Dilo, dilo. Dime que soy un cerdo, reconoce lo que soy y déjame respirar libre ya.
Porque las mentiras se me acaban, porque el amor no cesa y no puedo más, no quiero pedirte de nuevo aire, necesito respirar yo solo.
Sentirme completo.
Soy la polla que no cesa.
Un monumento a la amoralidad.
Un muñeco en tus manos.
Y el amor vuelve loco.
(Incoherencias de amor, acto un millón)


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23 de junio de 2010

La realidad rota



El espacio que han cerrado en si mismos, la unión de los cuerpos al encontrarse ha deformado la realidad. Ella llora en su pecho la eternidad sin él.
Busca fundirse en él. Éste la abraza e intenta retener las lágrimas. Ensaya la sonrisa que ella necesita, se muerde los labios y la aprieta más contra si. Sin atreverse a mirarla a los ojos, aún no. Cuando la mire tendrá que ser con una sonrisa, es fuerte, se lo ha jurado mil veces.
Y ahora se arrepiente de esa fortaleza, ahora iría bien dejar correr las lágrimas y liberar rápidamente melancolías y desoladas eras interminables sin ella. Cierra sus ojos grises pálidos y sus brazos delgados desarrollan gruesas venas donde antes no había.
El mundo ha cambiado repentinamente. Miles de años de búsquedas, de calor malsano y de un amor que los ha destruido en mil vidas, han creado algo extraño. Está enredado, íntimamente imbricado en sus redes neuronales, en el sistema límbico. Una fuerza más allá de lo imaginable.
A su alrededor, todo se detiene. Aunque no lo ven, o no le prestan atención. Sólo se aman y han olvidado el planeta, tal vez ni respiren. Sólo así se puede entender esta hecatombe.
Cuando las ilusiones vencen a la realidad, ésta se derrumba, se desintegra y detiene el movimiento de todos los seres. De todas las cosas.
Se ha fracturado la realidad.
En la gran ciudad se ha detenido el movimiento, el silencio es opresivo. Hay seres intentando llorar su pánico y no pueden.
Las manos del hombre se adentran entre la ropa de la mujer de ojos azules como los mares del sur.
Busca su boca y la suave piel de su torso. Y encuentra entre sus labios un mechón de suave cabello negro.
El mundo se está deteniendo, un espejo de un escaparate se raja, parte el reflejo de los amantes y crea un caleidoscopio inmóvil de brillos quietos e incoherentes reflejos de miedo y quietud.
Las ilusiones liberadas por los amantes desintegran las dimensiones y crean otras nuevas. El silencio se hace mensurable, se pesa, se toca y grita. Si ello es posible en el silencio.
Dos ritmos cardíacos dan vida a la megápolis. El humo de los coches permanece inmóvil como bocadillos de una viñeta, sin letras, sin diálogos. Un cómic que cuenta una historia de amor desde el principio de los tiempos. Mudas viñetas que no pueden describir todo ese poder desatado que colapsa vida y movimiento.
El sol tiembla intentando seguir con su avance natural. No puede.
Los labios se encuentran, él ha cogido su mentón, no puede retrasar más el beso. No debe. Es su misión primera, le juró mil veces que le comería los labios. La humedad crea hilos de saliva en las bocas de los amantes, suturas que ahora se rompen al abrirse los labios para abarcarse cuanto puedan, silenciosamente, como se rompen las cuerdas de las guitarras en el espacio infinito y helado.
En el vacío de la soledad.
La tierra quiere girar, necesita seguir con su movimiento de rotación, el dador de vida. El motor de todo se ha detenido. Se queja con chasquidos tectónicos y de una fachada colonial se desprenden cortinas volátiles de fino polvo de cemento.
La luz porta partículas de polvo que la hacen amarilla y tiñe la faz de las cosas y las personas de miedo y asombro.
Las estructuras lloran libremente lo que los ojos de los humanos ahora no pueden.
La realidad se agrieta y se derrumba y la campana de ilusiones que protege a los amantes, es una bola de cristal en manos de algún dios con sonrisa afable. De un dios justo.
Si ello pudiera ser.
Si alguna vez existió dios, jamás pudo provocar algo parecido. Porque hasta las piedras gimen asombradas.
Los ojos abiertos de los inmóviles reflejan un pánico ancestral, es por lo único que no se pueden confundir con esculturas de carne.
Sólo una ciudad tan enorme podía soportar esa aberración dimensional que han provocado los corazones en comunión.
Y de sus labios se extiende, viajando por tierra y aire, una invisible onda de choque; el mercado central de abastos cruje en mil lamentos, y en lágrimas de vidrio que llora sin cesar se convierten las claraboyas. Un carro despide como metralla sus lunas de cristal contra los amantes que se funden sin herirlos.
Un avión vibra ansioso por librarse de una mano invisible que lo detiene desde la cola. Sus reactores son dos bombas que amenazan con no caer, con no servir para nada. Amenazan la cordura y las leyes de la física que una vez fueron constantes y universales.
Y ellos se besan y se besan y se aman y se aman. Se beben toda la espera acumulada en un beso inmisericorde con el planeta.
Tragan el deseo que les ha pesado como mercurio. Tragan sin respirar. Llenándose los pulmones de si mismos.
Y la manos de él se siguen acariciando con hambre la suave y cálida piel de la bella que relaja las piernas para que él la salve de caer, de volar, no pueden separarse, no puede haber espacio entre ellos. “Cógela en brazos, que sienta que nunca estaremos separados, ni un solo día más”. Y la coge, y ella se abraza a su cuello, y oculta su boca allí, en el hueco entre el cuello y la clavícula creando un lago de lágrimas de amor.
Y sonríe, porque él lo hace al mirar sus ojos de mar.
“Eres aire, mi amor, no pesas, no te llevo. Te respiro”.
Todas las palabras de amor, todas las sonrisas y todas las lágrimas han formado un invisible torrente voltaico de pasión. Un escudo de energía que los envuelve y se alimenta arrebatándole la fuerza al planeta.
Es un blindaje de amor eterno.
Es una némesis que estaba escrita desde tiempos inmemoriales.
Alguna vez tenía que pasar, Nostradamus nunca imaginó el fin del mundo así.
Nostradamus era un fraude.
El asfalto se abre y eleva la parte trasera de un taxi, que acaba enterrando el capó en la fractura sin hacer ruido.
Hay una silenciosa muerte universal, porque la ausencia de movimiento es Eterna Quietud. Como muertos se han sentido los amantes durante tanto tiempo de espera.
Ahora cobran su justa venganza sin saberlo, sin entender. No prestan atención a lo que ocurre a pesar de que millones de pensamientos les piden piedad. Que liberen el mundo. Quieren seguir existiendo.
Ya ha aprendido su lección el destino; se rasga con un grito mudo y es presa de una decepción: no era tan poderoso.
Un edificio de acero y cristal se pliega sobre sí mismo, y las gentes caen al vacío como estatuas inmóviles, sus ojos parecen llorar sangre por la presión del miedo y de la muerte inevitable.
El hombre tiene todos sus sentidos colapsados de ella. Y ella siente que se ha fundido en él.
El beso continúa, y bajo sus pies se abre la tierra. El infierno de lava exige su tributo.
Y ellos levitan sobre la agonía del todopoderoso infierno.
La tierra se cierra con un bramido mudo y encolerizada, se traga seres y carros con un silencio que asusta al mismísimo creador.
En otra falla, en el gran parque central explota un géiser de sangre y miembros humanos que la tierra regurgita como un alimento ominoso...
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Ha despertado y se niega a abrir los ojos, aún siente el calor de su piel, sus senos en su pecho. Las caricias de su negro cabello en el rostro. Aún se ve reflejado en sus ojos azules, intensos...
Se siente levitar sobre el colchón a pesar de estar empapado en sudor.
Rastros latentes de amor y dicha. No siente la muerte del mundo.
Cree que si fuera real, no sentiría ningún miedo, no entendería la catástrofe como algo horrible. Sólo sentiría la necesidad perentoria de ella.
¬—No por favor, que sea cierto...
Una lágrima de frustración se le escapa de sus ojos aún cerrados. Se escurre salada ahora por sus labios. Los separa para beberla, como si fuera un rastro de ella.
Lucha por conservar su aroma, se esfuerza por retener en sus brazos la intensa temperatura de la piel que ama, mientras la realidad, inexorable, ocupa sus sentidos barriendo el sueño sin piedad.
— Te amo —susurra tapándose el rostro con las manos.
El sueño se repite cada semana, a veces hasta cuatro veces.
Se deja llevar por él, es consciente de que sueña y ha aprendido a identificar cada momento, a perfeccionar sus sentidos para al despertar, retenerla por más tiempo.
Pero el choque con la realidad invariable es brutal.
Queda una esperanza: que el sueño sea la realidad y lo real pesadilla.
Tal vez está confuso. Y está soñando que se encuentra en otro planeta, a eones de ella. Sueña que se ha despertado en una mañana de ruidos habituales, de olores tóxicos para la libertad, de luz sucia y maloliente. La luz también huele.
La realidad empeora por momentos. Es hostil para sus ilusiones y esperanzas. La realidad mata el amor, lo tritura y lo convierte en polvo entre sus dedos.
El cigarrillo le hace toser y unas gotas de café caen en su pecho. El gris de sus ojos es tan opaco que nadie diría que pueden absorber luz.
Aún así, a pesar de su disgusto, corre las cortinas y la dolorosa luz hiere hasta sus sentimientos y borra la última imagen latente de su amor sonriendo en sus brazos.
El miserable sol ha borrado con sadismo la sonrisa de su amada.
Ha mutado esperanza en tristeza.
Cuando se ha vestido y sale de la casa para dirigirse a la oficina, lo hace sin ningún tipo de alegría.
Otra noche, otra mañana, el mismo sueño: cuando la tierra abre sus fauces y traga seres y cosas; despierta.
Y cada día es más angustioso.
Y la realidad es insostenible. Vive una pesadilla, sueña vida pura, emociones chutadas directamente en la vena, en el iris de sus ojos de gato triste.
A veces se araña el rostro intentando cubrirse con fuerza, de la infección de la consciencia: la pesadilla.
Aprieta fuerte las manos para que no se escape su calor ni su tacto.
Y como humo se va entre sus dedos crispados dejándolo solo y fracasado.
Deja las lágrimas que inunden sus labios como si fuera ella la que los humedece con los suyos.
De nuevo el ritual: corre las cortinas de la realidad sabiendo que será arrasado por la misma luz. Sus recuerdos, todo lo vivido durante la noche, toda la realidad, lo que debería ser, será barrido por la pesadilla.
Un cigarro mojado de lágrimas crepita con una bocanada profunda.
Todo un tiene un límite, y hasta el cerebro se siente infectado de la pesadilla.
Actúa de la única forma posible, porque no se puede escapar. Nadie puede hacerlo. No hay precedentes, su banco de datos ancestral se lo asegura.
La colilla llega al suelo antes que él.
La tierra no se abre para tragarlo, ni un blindaje de amor lo frena cuando se estrella contra el pavimento y su cerebro se aplasta lejos de su cráneo.
No ha habido magia en su muerte, ni fantasía. Sólo un foco de luz de un turbio sol matutino, que arranca reflejos metálicos de la sangre que se espesa y coagula al derramarse de su cuerpo roto.
Roto como la realidad que soñó. Roto como su cuerpo en esta pesadilla.
Alguien se preguntará porque sus puños estaban tan fuertemente cerrados, porque hay piel de su propio rostro entre las uñas. Los suicidas se hacen el daño justo, no se torturan antes de morir.
Tal vez nadie se lo pregunte.
Tal vez, la propia realidad no soporte revivir la pesadilla de su destrucción una y otra vez, y destruye las pruebas de su miedo: el ser que le da muerte.
Nadie puede romper la realidad y vivir para contarlo.
Sentaría un mal precedente.
El cerebro se marchita bajo el sol por el peso de la realidad victoriosa.
Algún dios sonríe cínico ante una victoria demasiado fácil.
Injusta.
Vergonzosa.


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14 de junio de 2010

Póquer y pesas


Estoy cansado por un exceso de ejercicio y es bueno.
O al menos necesario.
Lo necesario no tiene que ser bueno. Suele ser doloroso.
La vida es una cerda sarcástica que ríe roncando bañada en purines.
Necesito disolver en sudor todo este amor pegajoso que me cubre. No es feo amar, está bien.
Es una buena cosa.
A veces.
Y si además te crees que eres amado, incluso podrías tener en tu mano un proyecto de felicidad. Uno sonríe mirando las cartas y piensa: “esta vez no será un farol”.
Sólo un proyecto.
Cojones...
Sólo una ilusión, porque lo que es casi seguro, es que en el primer descarte te darás cuenta de que el proyecto de felicidad se ha convertido en una mierda.
Una puta mierda.
Y a tomar por culo.
Y por eso paso de póquer y amor. Por esto sudo como un cabrón tirando de kilos de hierro, pesas rojas de pintura rota, mancuernas oxidadas por el sudor; para que estallen las putas venas. Para que se forme un edema bajo mi piel, una hemorragia interna de amor. Que se libere presión de las entrañas contraídas.
Que el sudor arrastre los besos imposibles, engañosos e inexistentes que la piel se ha empeñado en sentir. La piel está loca, está para que le peguen un tiro y evitarle tanto padecimiento.
Que besos y caricias muertas resbalen hasta formar un charco en mis pies.
No hay póquer de amor ni escalera a la felicidad.
Sólo los músculos contrayéndose alimentados por venas gordas como sanguijuelas. Pulsantes.
Lombrices azuladas que laten bajo mi piel pálida.
Y mi indecente pene impío. Bum-bum-bum...
Inasequible a la tristeza y a la destrucción.
Bestia.
Puro y puto instinto.
Reproductor.
¿Es posible reproducirse uno mismo? No hay nadie más.
Es estúpido. Es idiota y triste la idea de ser hermafrodita.
Me haré la paja más triste, una paja eterna y estéril.
Vacía.
Nada.
Cero.
Tal vez masturbe la mancuerna hasta que me sangren los ojos de ver tanta locura.
Me la pelaré tan vacío que provocaré un profundo desasosiego en la faz del planeta, tan triste y decadente que las flores se marchitarán en un inusitado otoño.
Soy poderoso expandiendo mis miserias.
Dale, dale. Que duela.
Hay semen negro en el mazo de cartas, no quiero cambiar cartas, prefiero no tener nada que conseguir una escalera de dolor. No quiero ganar porquería.
Gotas de sudor en las pesas, las manos sucias de orín. Es mejor que la leche del diablo.
Dale que dale.
Más útil que una mamada al macho cabrío que ni el alma me quiere comprar. Me cago en su puta madre.
Ya he perdido bastante.
Ya tengo bastante.
Y por más que sudo, no acabo de sentirme limpio.
Sangre en el meato...
Está bien, es dramático.
Mientras no duela, me importa un carajo.
Y duele, coño.
Me cago en la puta.
Las putas me miran y me ven limpio. Me ven fuerte, me ven macho y deseable. Me ofrecen una mamada por sólo diez euros; pero hay algo en mí que hace que casi se arrepientan de rentar sus malolientes bocas a mi excelsa polla. Tal vez la sangre que sudan mis músculos les causa recelo. O soy demasiado hermoso para ellas y se sienten demasiado putas, exageradamente zorras.
Soy vanidoso cuando me siento mierda.
Supervivencia pura.
O eso...
O me pego un tiro.
Joder...
El bíceps se tensa, es curioso que todo se tense, que el organismo entre en crisis ante una mala mano. Ante Negranoche que me hace desesperar imaginando mundos horribles sin ella. Hay mil ciento ochenta y cinco formas de sufrir por ella.
Las conozco todas.
Tengo kilos de hierro colgando de mis manos que jamás podrán tener la densidad de este amor que me cubre entero, como una brea.
Una brea que me aterroriza, que me unta de miedo.
Otro fracaso no.
Me marco un press de banca para que los pectorales se desarrollen hacia adentro. Ojalá me aplastaran el cochino corazón.
A veces me siento como en la trena, sin otra cosa que hacer que jugar al póquer o levantar pesas para exprimir el hierro como si exprimiera el ansia de mis huesos.
Dame dos cartas vida: ¿puedo mirarlas y elegir? El fracaso nada entre jotas y ases. Hagamos trampas, no soy orgulloso.
No necesito faroles para fracasar.
Tengo unas pesas para purgar el fracaso. Lo llevo bien.
Estoy acabado. No lo llevo tan bien.
Miento lo necesario para que el fracaso no se convierta en tumor.
Lo llevo bien.
Si se puede llevar bien toda esta basura.
Dame dos jotas de amor, de joder, de jamás.
Ten misericordia, cabronazo.
No me obligues a jugar a la ruleta rusa, crupier de mierda.
Desafortunado en el juego, afortunado en amores.
Y una polla.
Eso no va conmigo. Soy desafortunado en todo.
Me cago en dios.
Ahora tengo un póquer de pesas y he quemado las cartas.
No ha querido hacer trampas y le tendré que reventar la cabeza con diez kilos de hierro.
Acepta la trampa, iremos a medias, te doy el corazón aún goteando sangre y a cambio me tatúas sus besos eternos en los ojos, es el tormento 966 de 1985 que hay.
La he amado/sufrido una eternidad.
¿No crees que es hora de darme un premio?
Métete el premio por el culo, porque ya es tarde.
Hijo puta.
Dame jotas o muere. Soy peligroso, soy un animal acorralado.
O mejor muero yo, es más fácil que ver cada día las mismas pesas, los mismos naipes con su mensaje de perder otra partida.
Porque estoy seguro de que no hay más, la baraja se hizo sin jotas.
Sin jotas de joder y sin jotas de amor. Sin jotas de sonrisas.
Coño, a veces pienso que no me sirvió de nada ir al colegio.
Porque amor se escribe con la m de mamar.
Puedo ser más obsceno, puedo decir barbaridades hasta que un rayo me parta en señal de justo castigo.
Porque si no me das las cartas que necesito, te puedes meter en el culo tus enseñanzas, crupier de mierda.
Así que apuesta rojos y par, olvida los naipes, no jugaré más. Apuesta por los músculos reventados, por un sudor ácido que escalda los ojos.
Porque sólo tengo rojos y par. Pesas y kilos a pares.
Dos, cuatro, seis, ocho y un millón de putos kilos para morir cuanto antes.
Dame jotas crupier, las pesas no dan esperanzas. Sólo dos cartas y prometo chutarme mi propia orina en la vena.
Soy un yonqui de mis miasmas.
Un desafortunado en todo.
Untado como una jodida tostada de amor y miedo.
Que te den por culo.
Un curl de bíceps más y el corazón se partirá en dos.
No es una amenaza, crupier de mierda. Es un aviso de inminente sangre.
Recoge las cartas, el semen negro del diablo será cubierto por mi vómito rojo.
No hay tiempo para faroles, no quedan jotas para un póquer de joder y amor.
Tal vez necesite descansar, tal vez me arranque la piel a tiras.
Tal vez...
Póquer de jotas, muerte por kilos.
Estoy perdido, cielo.
Me han ganado con una pareja de doses, así de fácil es destruirme.
Y entre uña y carne, ya mana dulce la sangre. La presión de unas pesas era mi pobre comodín.
Una carta en la manga.
Deja que me ría.
Mi joker de muerte.
Morir con el rabo tieso... Me lo tendrán que cortar para cerrar el ataúd.
Mi último acto de obscenidad.
Es que me río la hostia.
Hilarante.


Iconoclasta
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8 de junio de 2010

Nadie es imprescindible



Todos deberían saberlo, todos deberían reconocer que no son tan necesarios como se piensan.
A mí me lo han dicho muchas veces: “Nadie es imprescindible”.
A veces agitan el dedo índice para que preste la necesaria atención y sentirme amenazado y adoctrinado por su sentencia idiota.
“Vete a la puta mierda, cabrón. Me cago en la hostia puta consagrada y en tu madre que también es puta”, pienso yo pasándome por el culo su dedo de mierda.
Pero lo jodido es cuando ellos se tienen que aplicar el cuento de la prescindibilidad no suelen creerse lo que dicen.
Son como los santones y sacerdotes de todas las religiones: Haz lo que yo diga; pero no lo que yo haga.
Lo que me jode es que me repitan hasta el vómito lo que ya sé.
Y lo que me hace sentir como si me obligaran a mamársela, es que no lo dicen de corazón y el tarado que me suelta su puta cátedra, sólo consigue darme por el culo porque él se siente imprescindible. O sea, más importante que yo.
Lo tiene crudo.
Esto es un problema que me preocupa y al que suelo darle solución.
Yo no soy un profeta o un iluminado, yo no le voy diciendo a nadie que si es imprescindible o deja de serlo, son cosas que me la sudan.
Son cosas que me la pelan.
No me importa nadie fuera de mi reducido círculo familiar y de amistades. Concretamente son cinco personas. Fuera de ello, no siento respeto, cariño ni emoción alguna por nada ni nadie.
Y mucho menos lo sentiría por el más poderoso presidente del más rico país, ni por los que mueren con la piel reseca con las moscas bebiéndose sus lágrimas en los ojos directamente. Siempre he creído que la foto del buitre esperando que la niña negra muera para picotearla, es una simple escena de naturaleza.
En efecto, nadie es imprescindible, parece que es la puta y gran verdad de esta gloriosa civilización.
Si yo no molesto a nadie ¿por qué tiene que soltarme su mierda pseudo-filosófica cualquier gilipollas al que le han dado un poco de mando?
— ¿Y me tenías que molestar para decirme semejante idiotez?
El supervisor me mira con los ojillos llenos de terror. Y estoy seguro de que esa mancha de humedad del pantalón no es sudor.
Sudará, pero ahora es sólo un acto reflejo por el miedo. Es normal que los grandes portadores de las verdades más absolutas se orinen encima cuando se dan cuenta del horror que la prescindibilidad trae consigo.
Cuando alguien sabe que va a ser cortado a cuartos como un pollo, se entera del verdadero alcance de sus propias palabras.
— Yo sé, Genaro, que tienes que mantener al personal firme, entra dentro de tu cargo procurar que todos trabajemos al cien por cien. Pero a veces se tiene suerte y conmigo no la has tenido, hubiera sido mejor que aconsejaras echarme a la puta calle que soltarme cada mes cuando me entregas la nómina, el mismo rollo.
Hace como cuando a mí me habla, no le escucho.
Así que muevo el cuchillo con precisión y le afeito un pezón.
Lo único que se consigue repitiendo siempre lo mismo, es fabricar al psicópata perfecto, y la verdad, no soy delicado. Ser psicópata no es algo que me preocupe. Si hay que ser loco se es. Si hay que trabajar un chorro de horas por una mierda de paga, lo hago.
Si he de matar a un hijo de puta porque le tengo asco. Lo hago.
A él, a sus hijos a su mujer y a su puta madre, esa vieja gorda de mierda que ahora está desangrándose frente al televisor con una puñalada en el hígado.
Y si no grita es porque le he metido una manzana en la boca. Siento ganas de meterla en el horno y asarla como una cerda.
Ella misma me ha abierto la puerta de esta adocenada casita pareada de extrarradio, donde es más barata la vivienda y así cualquier muerto de hambre puede aparentar ser un hombre acomodado.
— ¡Buenas tardes, señora! ¿Genaro está en casa? Soy un compañero de trabajo.
La gorda le grita a su hijo que hay un compañero que pregunta por él y me deja en la puerta esperando. Ni siquiera me ha dirigido la palabra. Seguro que ella también es de esas personas que se pasan el día diciendo a los demás que no son imprescindibles.
Desde la entrada observo como vuelve a su sillón y se deja caer en él para seguir viendo la tele. Me coloco unos guantes de látex y un gorrito de papel en el recibidor y cierro la puerta de entrada.
Entro en el salón, le empujo la cabeza hacia adelante obligándola a doblarse sobre su barriga para dejar espacio al cuchillo. Lo clavo aproximadamente por debajo de las costillas inferiores derechas, muy cerca del estómago y lo hago entrar y salir cortando el hígado. Acabo de cortar cuando llego a la espalda con el corte. El foie está listo.
De un centro de mesa de cristal cojo una manzana y se la meto en la boca. La dentadura postiza se ha movido y se le sale un poco, pero la manzana está firme. Dejo que la vieja caiga en el suelo, de ahí no pasará.
Genaro baja del piso de arriba y nos encontramos en la escalera.
— ¡Hombre, Fidel! ¿Qué haces aquí? —me pregunta con cordialidad de mierda.
Le puse el cuchillo en la barriga, sin decirle palabra y me condujo a la habitación de matrimonio donde lo he atado con cables eléctricos.
Entre tanto me ha puesto al corriente de que sus dos gemelos (Alex y Albert) y su mujer Sonia (no sé porque se empeña la peña en hablar de sus familiares que no conozco por el nombre, a mí me importa una mierda como se llamen; parece que quieran que uno sienta cariño por ellos, como si fueran especiales y se lo merecieran), han de llegar en cualquier momento de la piscina donde están aprendiendo a nadar los chavales de siete años.
Y así de fácil hemos llegado al momento en el que le he despezonado. Que se joda.
Se retuerce de dolor e intenta mirarse la herida, pero como le he atado la cabeza contra el colchón, no puede ver lo que le ocurre a su cuerpo. Un dolor ciego es mil veces más efectivo que el que se ve. Porque la imaginación es buena para las cosas buenas, para las cosas malas acojona más que la realidad.
El pezón se ha quedado pegado en la hoja de cuchillo y se lo pego en la frente.
Le hago una foto con la cámara del teléfono y la envío directamente a mi Face.
Apenas han pasado dos minutos, cuando recibo un email en el móvil: “A Sandra, María, Rosa y Alejandra les gusta esto”. Se refiere a la foto.
Coño, la peña es que se lo pasa bomba con cualquier cosa.
No follo más porque no me da la gana.
Ahora está pensando en su total intrascendencia sintiendo el cuchillo hundirse en su ombligo y cortar hacia el pubis liberando los intestinos. Que los he cortado también. La compresa usada de Sonia que he cogido del cubo del aseo, le llena la boca para que no grite. Huele mal que te cagas.
Es mentira, no piensa en nada más que en el dolor y que va a morir. Estos idiotas hablan mucho de filosofía barata para joderte en el trabajo, pero en el momento de la verdad sólo aflora en ellos un miedo instintivo tan viejo como este puto planeta.
Si lo abandonara ahora, la muerte le sobrevendría en pocas horas, ya que toda la mierda que hay en sus intestinos ahora desgarrados se está mezclando con la sangre y filtrándose en el flujo sanguíneo. A su cerebro, en estos instantes, está llegando literalmente mierda.
Vaya, para ser un prescindible, tengo bastante culturilla de anatomía y medicina.
Para no ser jamás imprescindible, su vida resulta que está en mis manos. Soy su amo, su señor, y lo mato porque hago lo que me da la gana con trascendencia o sin ella.
Bueno, cuando te acostumbras a matar (como ocurre en todas las actividades habituales), lo haces de una forma relajada y sin prisas. Luego, en tus ratos de ocio y si te interesa de verdad tu trabajo, indagas sobre el cómo y el porqué de las cosas. Y así sabes que si se rompe un conducto en el cuerpo y se mezcla con la sangre, la contaminas y la muerte llega antes por envenenamiento que por desangrado.
Claro que podría hacer un buen tajo que interesara a más vasos sanguíneos. Pero no hay prisa, tal vez luego. Cuando Sonia, Alex y Albert lleguen de su clase de natación.
A Alex y Albert los decapitaré y a Sonia la ataré en la cama boca abajo, la follaré por el culo y luego le dejaré al descubierto la columna vertebral.
Lo cierto es que con Genaro será mi vigésimo cuarto (la vieja la contaré cuando esté realmente muerte, los agonizantes no cuentan) prescindible asesinado. Joan me gana por tres.
No es que lo busque, no me paso los días pensando que he de dar con un imprescindible para matarlo a él y a su familia si la tuviera. Supongo que tengo un especial imán para atraer a lo más idiota de la humanidad. Es una fatalidad que llevo con humor.
Y como soy una buena persona, mis amigos Aitor, Joan y Sabater, jurarán que he estado con ellos (en la casa de Sabater) cenando pizza y viendo un DVD de alquiler. Es viernes y los amigos nos emborrachamos de la forma más natural y más tonta.
Mis amigos son como yo, nos hemos encontrado a lo largo de la vida. Unos hemos matado más y otros menos, pero nos llevamos bien. Nos sentimos cómodos.
Somos prescindibles y nos reímos de ello entre sangre y cervezas, entre vísceras y buenas comidas. Con un humor sano y cordial.
Bajo al salón, he oído un ruido.
La vieja gorda se ha arrastrado dejando un reguero de sangre en el parqué, como una babosa reventada. Ha intentado coger el teléfono y se le ha resbalado de sus manos ensangrentadas. Le doy una, dos, tres y cuatro patadas en la cabeza hasta que deja de moverse agitando las gordas piernas espasmódicamente durante varios segundos.
Esto ocurre cuando el cerebro se ha desprendido de su membrana protectora. Es como una conmoción pero mortal de necesidad.
Antes de subir, pongo la radio no demasiada alta.
Seguramente, tampoco la música es imprescindible, pero a mí me gusta.
Se retrasa el resto de la familia.
Genaro está cianótico no parece que vaya a durar mucho y respira rápidamente, el shock es inminente.
Ha intentando vomitar y le ha salido por la nariz.
Salgo al pasillo arrastrando una pequeña butaca, el hedor en la habitación es insoportable: la sangre, la mierda que deja ir los intestinos y la orina no son los ingredientes ideales ni para morir ni ver morir.
Me enciendo un cigarro, y suena el móvil.
Es mi hija.
— Dime cariño.
— La mama quiere saber cuando vas a venir.
— Que se ponga mamá.
— No puede, está en la ducha.
— Pues dile que volveré muy tarde, que estoy en casa de Sabater, cenaré allí.
— Yo quería ir al cine…
— Iremos mañana, cariño. Y cenaremos pizza ¿vale?
— ¡Siiiiiiii…!
— Un beso. Y dale otro a mamá.
— Adiós…
Me había olvidado de que habíamos quedado para ir al cine. Hoy tendré mal rollo con mi mujer; no le acaba de gustar que un viernes al mes pase la noche con mis amigos. Ella no sabe que mato idiotas y no es algo que sea agradable de decir. Es un dato que carece de interés en el núcleo familiar ya que no pienso matarla a ella ni a mi hija.
Para que luego digan que no somos imprescindibles. Si no llegas pronto a casa, se preocupan. Si te encuentras mal, se preocupan.
Si le pasara algo a mi mujer o mi esposa, yo me muero.
Eso de que no soy imprescindible, lo dicen por pura envidia.
Claro que algunos somos imprescindibles, somos imprescindibles para alguien que nos ama. Ahí está el gran pecado de quien te dice que no eres necesario: en que te trata como a una mierda. Es el peor insulto porque falta el respeto a los que te aman. A los que piensan que tu vida es tan importante como la suya propia.
Sí, muchas veces es pura retórica, no se debería hacer mucho caso. Pero sigo pensando que si el río suena es porque baja cargado de mierda y me da por culo que un palurdo que no sabe ni leer, me diga si tengo o no tengo importancia.
Mi hija tiene nueve años y no me gusta nada la idea de que un día se tropiece con alguien que le dice que carece de importancia y lo que es ella, cualquiera lo puede ser.
Eso es una crueldad.
Mis amigos están de acuerdo.
Genaro está padeciendo convulsiones muy violentas, tan fuertes que ha escupido la compresa maloliente de Sonia.
Eso de que nadie es imprescindible sólo me lo decía a mí para joderme, se nota que él se sabe imprescindible, le da una importancia desmesurada a su existencia. No es un hombre valiente. De los que he matado, éste es posiblemente el más histriónico y cobarde.
Su cerebro lleno de excrementos posiblemente se halle en algún lugar muy lejano de la consciencia, orbitando alrededor de un agujero negro que se lo va tragando a él y toda su trascendencia.
Si tuviera fuerzas, gritaría como un cochino, porque las venas de su cuello parece que van a estallar. De repente se arquea, las tripas se desparraman más por el encharcado colchón y deja ir una potente bocanada de vómito.
— Joder, Genaro. ¿Me tenías que dar la vara cada mes con esa mierda de lo imprescindibles que somos todos? ¿Ves como tú también lo eres para mí? Y no te he molestado en todos estos meses, simplemente te he matado sin más y ya está.
A tu madre también, pero no la he jodido con tu mierda de filosofía.
Me enciendo otro cigarro.
— ¿De verdad pensabas que ibas a doblegarme el ánimo y obligarme a trabajar más para que tú tuvieras tu prima de producción a costa de mi esfuerzo? Mañana me llevaré a mi hija a comer pizza, esas con menú infantil. Iremos al cine y cuando llegue a casa y se duerma, joderé a mi mujer hasta por el culo. Si algo me ocurriera, serían las personas más desgraciadas del mundo. Es posible que ¿Alex y Albert? y Sonia también sientan tu muerte; pero creo que no se van a enterar… A tus hijos les cortaré la cabeza y a tu mujer la coseré a puñaladas cuando se arrastre por el suelo con los tendones de Aquiles cortados.
Otra vez el teléfono.
— ¿Cómo va eso Fidel?
— Bien, al Genaro ya lo he despachado, se va muriendo lentamente, su madre ha dejado de existir y nadie la echa en falta, ésa sí que es completamente imprescindible.
— ¡Qué cabrón! —ríe Aitor.
— Llama a Sabater, le he dicho a mi mujer y a mi hija que estoy con vosotros en su casa viendo el partido.
— De acuerdo. ¿Necesitas ayuda?
— Hombre, si pudieras acercarte hasta aquí para controlar un poco el vecindario y de paso recogerme, te lo agradecería. No pensaba tardar tanto. Mato a los críos y a la mujer y nos vamos a tomar algo fresco. ¡Qué calor, coño!
— Vale, te aviso cuando esté allí.
— Gracias Aitor, nos vemos.
Genaro me mira con los ojos casi muertos, reflejan la poca vida que queda en ellos. Ha comprendido que hoy se acabó toda su estirpe aquí, en este momento. Que de él no quedará ni un solo gen para la posteridad.
Tengo sed.
La cocina está en la planta de abajo. La vejiga de la madre de Genaro se ha vaciado también. Se extiende un charco de sangre demasiado líquida para ser sólo sangre. En la nevera encuentro varias latas de coca cola y un sándwich vegetal envuelto en film plástico. Me encantan.
Me lo como con glotonería, y de un solo trago me bebo una lata.
Cuando cierro la puerta de la nevera, observo un sobre sujeto con un imán que dice con letra fea: Genaro.
Saco el papel que hay dentro, es una carta escrita con una caligrafía pésima. Abro otra lata de coca cola, me enciendo un cigarro, eructo y me tiro un pedo.
Se me escapa la risa porque cuando hago estas cosas en casa, mi mujer me llama cerdo y mi hija se ríe mucho. Le encanta que haga estas cosas.
Al final mi mujer también se ríe y dice que cómo pudo casarse con alguien tan cerdo como yo. Le digo al oído, sin que nos oiga nuestra que hija, que no me llama cerdo cuando le mamo el coño y sonríe con lujuria sin decir nada más.
Las amo.
La carta dirigida al supervisor dice así:
Genaro, ya no volveré a casa, me voy con los críos a un lugar que ya te comunicaré cuando me sienta con fuerzas para hacerlo. Esto es muy duro.
Ya no puedo soportar tu maltrato ni tu malhumor. No quiero volver a pisar esa casa donde he sido tan desgraciada; ni tener que soportar tus infidelidades. A tu madre...

Dejo de leer porque no me importa una mierda, le describe diversos episodios de su vida que justifican el abandono.
Joder, pues va a ser que Genaro es completamente prescindible, si ya decía yo que cuando el río suena…
Esto se acaba. Cojo el cuchillo jamonero y me subo para la habitación donde agoniza Genaro, tirándome un pedo, eructando y ensuciándome la camisa con coca cola.
El teléfono vibra, es Aitor.
— ¿Te queda para mucho, Fidel?
— Dame cinco minutos y bajo.
— Estoy delante mismo de la puerta, te avisaré si hubieran moros en la costa.
— No te preocupes, no vendrá el resto de la familia. Lo han abandonado.
— No jodas, menudo hijo puta tiene que ser.
— Ahora te cuento. Hasta luego.
Me guardo el teléfono en el bolsillo y sin más preámbulos hundo el cuchillo bajo sus costillas. Necesitaba uno bien largo. Me gusta que el forense al realizar la autopsia, se sienta sorprendido de lo elaborado de la muerte.
Un poco a la izquierda de su plexo solar, introduzco lentamente la fina y larga hoja, cuando pincho el pulmón salen burbujitas de sangre. Sus espasmos de dolor dificultan mi precisión. Le aconsejo que coja pequeñas bocanadas de aire con mucha rapidez, como si pariera.
Tras unos segundos de seguir deslizando el acero, siento tocar algo más duro, más denso. He llegado al corazón y juraría que siento como transmite el movimiento a la hoja del cuchillo.
Los ojos de Genaro están en blanco.
Tengo que presionar fuerte para clavar la hoja en el corazón. En apenas diez segundos abre los ojos desmesuradamente. Sus pupilas se han hecho visibles y se han llenado de muerte oscura. Los ojos de los asesinados me recuerdan siempre los de las imágenes de los santos que agonizan. Sólo que este cerdo de santo tiene lo mismo que de buena persona: una puta mierda.
Yo creo que la conciencia tarda mucho más tiempo en morir y por eso los muertos abren los ojos desmesuradamente: necesitan luz entre tanta oscuridad.
Le dejo el cuchillo clavado y le atiborro la boca muerta con la carta que le ha escrito su mujer llamada Sonia y que me importa un huevo como se llame.
Me voy al lavabo y me cago en su puta madre cuando estaba viva y ahora que está muerta: no encuentro jabón de manos y tengo que lavármelas con gel del cabello.
Antes de salir de la casa, entro de nuevo en la cocina y giro los mandos de los fogones para que salga el gas.
Como mucho tardar, dentro de dos horas, va a oler a cerdo frito en todo este barrio de mierda.
Aitor me saluda con la mano desde la ventanilla de su cupé deportivo.
Siempre es agradable encontrarse con su sonrisa franca.
Me invita a un cigarro que acepto, mi nariz aún recuerda el olor a mierda y sangre y necesito fumar para borrar ese aroma.
— Así que al cabronazo no lo quería ni su familia.
— Pues sí, al final tenía razón, era de lo más prescindible.
— ¿Y Sabaté? —le pregunto.
— Ha alquilado un DVD que dice que es la hostia puta de bueno.
— ¿Y a Joan cómo le ha ido?
— Ha tenido más trabajo que tú, el prescindible tenía tres hijos, la mujer y dos amigos de los críos. Aún los está descuartizando, pero me ha dicho que en media hora estará con nosotros, que vayamos encargando la cena.
— ¿Es que no dejarán de aparecer idiotas nunca?
— Vamos, tío, siempre es así. Das un pisotón y se te enganchan cuatro intrascendentes en la suela del zapato.
Aitor tiene razón, los idiotas no se acaban nunca, por muchos que mates, por muchos que se mueran.
Me miro las cutículas de las uñas sucias de sangre. Vaya mierda de jabón...
Aitor se tira un pedo y yo le doy un puñetazo en el hombro.
Nos reímos.
Nadie es imprescindible...
Los hay que sí, los hay que no.
A mí me la pela si me tocan los huevos, me los cargo.
Y no es puta retórica.


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3 de junio de 2010

Desdichado

Firme, seguro, osado y potente. Espada de Muerte, Yelmo de Odio, Escudo de Horrores.
¿Quién eres?
No hablas, no escuchas.




Tu espada es tu voz, tu yelmo el pensamiento y tu escudo el reflejo de la muerte.
Y tú, en este camino de Dios sabe que mundo ¿A dónde vas? ¿Qué buscas?.
La prueba de tu caminar son tus fuertes y profundas pisadas anegadas de sangre. Sangre de tus víctimas. Porque aprecias demasiado la tuya como para dejarla derramar. Tal vez ni siquiera recuerdas tener sangre.




Tu mente sólo te muestra el miedo y el horror que sufriste.




Una mujer joven (¿dieciseís años?) es arrastrada a latigazos a la hoguera. Tu hermana. Un crío llorando y gritando por la clemencia de esa joven mujer. Eres tú.

“¡No es una bruja!”, gritabas.

Y la maldita y sencilla y humilde gente clama porque se queme ese joven cuerpo.
El señor feudal aún envidia el joven cuerpo que no pudo poseer ni mancillar. Y él mismo prende fuego a la pira.
Lo intentas detener pero; tus cinco años no te dejan. Te azotan y te cortan las orejas y la lengua. Y te guardan entre ratas y leprosos no sabes cuánto tiempo.


Y matas; levantas tu espada forjada con el odio como si un quintal pesara, y la haces bajar con ímpetu infinito y destructor. Un cuerpo se destroza y sus vísceras salen alegremente como las serpientes de un cesto. Y entre la fuente de sangre que mana de los tajos y la cascada de horror te sientes más hombre, y más fuerte.



Y te olvidas, ya no te acuerdas de esa vida que has segado.
Y así tu sed de venganza nunca se sacia.
Y con violencia sigues adelante: un pie delante del otro sin vacilar, tu espada en guardia, tus músculos vibrando de ansiedad, tu escudo reflejando la muerte que portas; tu yelmo expectante; vigilante y destilando odios y rencores.



El viento sopla y aleja
el acre olor a sangre,
y tú solo en el fantasmal
camino de la Muerte.
Y la Muerte eres tú, Desdichado.


Iconoclasta
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1 de junio de 2010

Viejo animal enamorado



¿Por qué cojones tienes que enamorarte, animal?
¿Por qué buscas el dolor y el tormento?
¿No sabes ya, viejo animal, que el amor está en la última milla del mundo, allá donde tus viejos huesos apenas van a llegar?
Tus ojos secos y resecos, ni lágrimas brindan.
¿Era necesario enamorarse?
Cobarde. Hay lejías, hay venenos, hay cuchillas, hay alturas.
Hay pastillas del sueño eterno.
Cobarde animal enamorado.
Ya es tarde para aprender, no tenías que someter al cuerpo y a la mente a este juego. Tu cerebro lerdo y gastado no puede abarcar lo que ella ofrece. No te queda vida para tanta belleza.
¿No lo entiendes viejo carcamal? Eres patético.
¿No te enseñaron a cerrar los ojos, viejo y puto animal?
Jódete y traga todo ese amor, que te sangren las encías.
Cabrón...
Tira. Tira de esa alforja de amor, desgraciado.
Patético...
Toda la puta vida sin sentir más que un asomo de cariño si acaso, y ahora has clavado tus viejas rodillas en el barro del amor.
Porque el amor es un montón de tierra mojada de lágrimas.
Y ya no te quedan en los ojos.
Sólo orina en tu ridículo pene.
Los jóvenes amasan el barro, los viejos se hunden y nadie les da una rama donde asirse. Tampoco la verían.
Das pena, viejo animal.
Porque no tienes fuerza ni elegancia para levantarte.
Te crujen los huesos de tanto amor y tus pellejos se tensan en bolsas vacías.
Eres un triste boceto de una desleída acuarela. Una vieja tela manchada que quiere un marco hermoso.
Margaritas a los cerdos.
Y si fueras cerdo, lo entendería, un animal sano.
Pero eres un hombre gastado. ¿Qué coño te has creído, viejo animal?
¿Acaso esperas aplausos del respetable cuando tu pene cuelgue lacio y arrugado?
¿Quieres un espejo, viejo cabrón?
¿Quieres unas gafas, viejo miope?
¿Qué haces, viejo loco, usurpando edades que no te corresponden?
Sé hombre y no te enamores, ni lo pienses. Ya es tarde.
Tus putos dedos retorcidos tiemblan.
¿De verdad vas a hacer el ridículo?
Pobre viejo enfermo de amor.
Tanto tiempo vivido, tanta experiencia malgastada.
Tu perro es más inteligente, ese perro viejo como tú que ni al culo de las perras se acerca ya, tiene más dignidad.
Vamos viejo, que alguien te sacuda con una vara en tus viejas costillas porque eres un burro tirando de algo demasiado grande.
Una mula con la pata rota.
Una polla muerta.
Unos testículos enormes que cuelgan herniados.
¿Quieres que te siga denigrando, viejo loco enamorado?
Que te follen el alma, idiota.
Tarado.
Triste.
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El hombre se lleva un cigarro a los labios, y lo enciende mirándose aún frente al espejo del recibidor. Aspira el humo deseando ser viejo, ser anciano.
Buscando razones válidas para no amar, para dejar de sentir esa ansiedad angustiosa.
A veces es necesario denigrarse uno mismo para recordar que la vida es una puta enferma que te contagia gonorreas y toda clase de mierdas.
Cuanto más te sonríe la vida, más has de desconfiar.
Sus músculos pectorales llenan la camiseta con la bocanada de humo.
Y con un rictus cínico de madurez, exhibe una sonrisa predadora.
—Viejo loco...
—Pero mi polla aún funciona.
—Y al planeta, que le den por culo, con todas su focas y pingüinos en peligro de extinción.
—Maldita envidia...
Acabado el entrenamiento de angustia existencial cierra la puerta con rabia tras de sí. Su bella le espera.
La ama incansablemente.
Denodadamente.


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