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28 de agosto de 2009

Mi trozo de mundo

Tan solo hace unos minutos que me encontraba abajo, aún llevo metido en las narices el olor a sudor rancio de la chusma de la ciudad, de su fetidez enquistada en asfalto y paredes.
He subido la montaña, he escalado con rabia, pisando la tierra con un rencor malsano, hiriéndola. Haciéndole pagar al planeta toda mi frustración.
Ahora estoy en la cima y he tomado posesión de mi trozo de mundo, he sudado sangre sin ser necesario para llegar aquí.
Muestro los dientes al mundo como un animal rabioso.
He tomado lo que por derecho me pertenece. He marcado mi territorio y he gruñido hostil, arisco. Adrenalínico.
Y siendo dueño de este trozo de mundo conquistado, justo el que hay debajo de mi culo, el que ensucio con la ceniza de mi cigarro; no me siento dichoso, ni sereno, ni completo.
Soy el amo y señor de todo lo que se extiende a mis pies. Miro al resto de la humanidad desde una posición privilegiada y estratégicamente situada. Estoy en una situación de poder, autoridad y posesión.
Me la he ganado con mi sudor, con mi dolor.
El esfuerzo ha valido la pena y los poderosos y los idiotas, los vulgares y los felices se mueven a mis pies sin ser conscientes de que son mis esclavos.
Desde la atalaya de la plenitud es fácil, es inevitable ser el hombre y sentirse todopoderoso.
Por otra parte, mi genética me aleja mucho de la madre Teresa de Calcuta, eso también ayuda a ser cabrón y bestia.
Y a pesar de todo la quiero a morir.
Me falta ella como el aire.
La pierna enferma recibe una sangre que no puede retornar y su desmesurada presión sanguínea, provoca en mí una oscura ira creciente y latente, algo que nace de un tejido casi podrido.
No hay dolor que pueda apartarla de mi mente.
No puedo olvidarla.
Negranoche pulsa con su amor en mis sienes, acelera mi corazón, hace de mi pene algo que duele, que se entumece. Hace de mis órganos gelatina.
Ni ante la naturaleza salvaje ni ante mi consagración como Dios puedo dejar de pensar en ella. Es mi bella infección, mi enfermedad crónica, mi cáncer del alma.
No hay nada en el mundo, ni la belleza y poder de un árbol partido por un rayo o la ola devastadora que arrasa vidas y propiedades, que pueda hacerme olvidar a Negranoche.
Negra... La luna hermosa y plateada nos torna a todos oscuros ante su láctea faz.
Mi Negranoche esplende allí en el disco deslumbrante que baña el mundo con una luz espectral, donde la magia trepa sibilinamente por los pies para apoderarse del corazón.
Yo, amo de vosotros, dueño ahora del mundo; no puedo ser feliz, no es posible cuando Negranoche no está prendida de mí. La quiero tanto que el vértigo de amarla me provoca una náusea de soledad.
La quiero aquí, la necesito aquí, conmigo.
En mi reino, en mi montaña conquistada, en mi sagrado trono.
Es mi trozo de mundo, lo he conquistado por ella. Todo es por ella.
Si ella no bajara como una diosa de la luna, como la reina de mis noches; mi crueldad no tendría límites y todo sería sacrificable. Si yo perdiera mi esperanza de abrazar su talle y hacerle sentir la dureza de mi pene erecto al besarla estrechamente abrazada, la vida de todos estos que se arrastran a mis pies, de mis esclavos, no valdría ni el pequeño cardo que llevo prendido en el pantalón.
Soy dueño de todo y todos, mi sangre bautiza la tierra y la hace mía.
Pero todo es nada sin Negranoche, sin la bella que hace la luna irresistible.
La que da importancia vital al satélite.
El olor nauseabundo de la ciudad, su calor enfermizo y el hedor de la chusma ya no existe, es un lejano recuerdo. Una pesadilla desdibujada.
Debería sentirme libre porque hiede el animal muerto, se mezcla con aromas de romero y anís y el viento ruge entre las ramas de los pinos intentando asustarme.
Y río con una carcajada que enmudece la montaña, ahora me teme. Teme mi locura y el viento se ha retirado astuto. Lo cierto es que sólo soy esclavo de mi naturaleza, de mis instintos brutales.
Ella sigue pulsando en mis sienes, en mi corazón, en mis brazos vacíos de ella misma, en mi grandísima polla doliente.
Es tan poderosa... Vence mi brutalidad y crea una lágrima donde debería haber un grito de ira.
Negranoche conjura mi ferocidad y me hace mierda mirando a la luna. Soñándola.
Con Negranoche no puede haber sufrimiento. Quiero apoyar mi cabeza en su regazo. Quiero que sepa que me muero de pena.
Sin ella no quiero libertad. No existe.
La quiero absolutamente, orgánicamente, psíquicamente, loca y provocadoramente. Por ella dejaría mi reino y me arrodillaría ante su sagrado coño y su santa palabra, es la verdadera diosa.
Miro a la luna donde ella promete estar cada día y desde la lágrima aún prendida de mis ojos, alucino un guiño de sus increíbles ojos.
Desciendo de la montaña un poco cansado, cojeando. Un hombre orina en la orilla del sendero. Hay seres que son casi tan desgraciados como yo.
La hoja de la navaja se despliega veloz, con un clic metálico y tranquilizador. El filo es mi propia mano, tal vez, las venas y nervios se extienden hasta la cuchilla.
Si Negranoche estuviera, si ella me abrazara...
No está, y es mi montaña. ¡Es mía! Es mi territorio y él lo ha usurpado. La navaja corta el riñón hundiéndose profundamente, el hombre grita con su ridículo pene aún en la mano y otro navajazo le hace una sonrisa nueva bajo la boca. Me salpica la sangre mientras intenta agarrarse a mí con una mirada interrogante y preñada de miedo. Sabe que está muerto y yo no puedo disfrutar de la belleza trágica de la muerte.
Ni la lucha, ni la muerte evitan que piense en ella, y miro el cuerpo desangrarse; en el breve tiempo que la sangre tarda en filtrarse entre la tierra, la luna me mira en ella reflejada. Y es tan preciosa y poderosa, que ni la sangre puede teñir de rojo.
Negranoche, ni como bestia, ni como esclavo, ni como amo puedo olvidarte.
Cuando griten los muertos, cuando los condenados y mis esclavos aúllen de dolor, seguiré pensando en ti. Seré el rey infeliz. El rey con las manos manchadas de sangre que no obtiene consuelo. Seré un triste Tarzán.
Huele a romero y muerte en mi trozo de mundo y tu ausencia sigue pesando en mí como una condena.
En mi trozo de mundo faltas tú.
Y tal vez, cuando estés, no necesite nada más ni haya nada que defender.
Amarte es letal para otros seres.
Qué extraño y paradójico es el mundo que has creado para mí.
Mi Negranoche es caprichosa y su sonrisa hace triviales sangre y dolor.
Su sonrisa acalla los gritos de los muertos que no tienen nada que decir.
Y desciendo de la montaña, alejándome de la luna, como si descendiera al mismísimo infierno.
Mañana conquistaré otro trozo de mundo, marcaré mi territorio y la esperaré.
Y sin ella, no tendré piedad.


Iconoclasta

6 de agosto de 2009

La Blanca

He cerrado los ojos y me he zambullido en mi oscuridad, dulce y cansadamente. Soy un viejo héroe cansado que sólo araña unos segundos al tiempo para recuperarse.
Me gustaría ser héroe.
Y ahí está, esplende como una perla. Mi estrella, la única.
Mi Blanca.
La Blanca viaja por mi cosmos negro, mi pensamiento derrotado. Orbita por zonas oscuras, se eclipsa en amores rotos, abortados, arrancados, imposibles, dolientes y dolidos. Sobrevive al cuerpo y sus dolores, rompe maleficios y enfría la piel caliente. Revienta la maldición de la soledad y la convierte en paz.
Y hoy luce de nuevo. Es tan bonita...
Por mi alma rota...
Vale la pena su eclipse si he de experimentar el vértigo de sus renacientes rayos plateados surcando mi pensamiento, cuando crea un cénit de luz. Es un cometa que arrastra recuerdos brillantes, que recoge migajas de felicidad en un cosmos de negros e invisibles asteroides. Peligrosos como perros hambrientos.
Soy un espacio con una única estrella que brilla como el platino. No es mucho; pero sin ella yo no...
Ella alimenta mi vida, es la nodriza de la esperanza.
Es bella en su soledad, pulsando, venciendo lo oscuro. Desafiando miedos.
Ella sí que es una heroína.
Es una reina.
Mi Blanca.
Soy un cosmonauta en su busca. No hay cordón umbilical que me asegure a la nave, ni oxígeno, sólo su luz. Su visión me mantiene vivo. Si viajando a su encuentro se apagara, yo también moriría.
Lo prometo.
Cuando la sangre quiere correr fuera del cuerpo, cuando los pulmones ya están ahítos de oxígeno, cansados de respirar y las manos ciegas se abren demandando una caricia. Ahí sale ella, mi Blanca salvadora.
Y barre con su luz tinieblas y penumbras. Los monstruos aúllan y se repliegan.
Avanzo por una pasarela de plata.
El héroe ya no se siente cansado, y sus heridas han valido la pena.
Su luz es proteica.
Regenera células.
He dejado que mi sangre gotee en su pista de luz, ofreciéndome y llorando sin vergüenza. Un sacrifico por ser parte de ella, por ser ella.
Cuando inicie de nuevo su travesía por las galaxias oscuras, cuando deje mi cuerpo cansado de nuevo en la tierra, mi Blanca no estará; pero sentiré su luz correr por mis venas.
Mi Blanca, he de volver. He de dejarte, mi reina.
El cuerpo quiere ponerse en pie y caminar.
No tardes en regresar. Soy un héroe viejo.
Me llevo un poco de tu luz. Cuando vuelva a la oscuridad, cuando prefiera morir, cuando odie la vida que castiga el cuerpo y el ánimo; aparece. Destruye mi desánimo, anula la autodestrucción. Llena mi esperanza, mi Blanca. Estaré demasiado cansado para pedírtelo.
Si tardaras, no podría detener la cuenta atrás. No vale la pena sin ti; el cosmos dejaría de serlo. Y yo también.
Una mano rozó su hombro y abrió los ojos.
Una mujer estaba en cuclillas aún con la mano en su hombro.
—¿Juan? ¿Juan el Conan?
Miró a la mujer con los ojos deslumbrados, su cabello contra el sol formaba un halo de oro.
—¿Vero? La pecosa Vero —su voz era pura sorpresa y en su cabello quedaron prendidas briznas de césped cuando se incorporó.
La mujer sonrió y los ojos del hombre se relajaron.
—Octavo curso, la tía más buena de la clase.
—Siempre te gustó estirarte en el césped de los parques —dijo sonrojada y divertida.
—Tú eras mi novia.
—Tú mi héroe.
—Tantos años sin saber de ti...
Juan se puso en pie y se saludaron con un beso en la mejilla.
Las manos se entrelazaron sin que pudieran evitarlo.
Y la luz corrió por sus venas, rauda como una nave en el espacio.
De un recuerdo perdido, de un recuerdo bañado por la luz de la Blanca, se creó otra estrella. Otra luz.
El cosmos se expandió en un instante.


Iconoclasta

31 de julio de 2009

Es el momento


Es el momento, mi bella. Por ninguna razón en concreto.

Por ti.

Es preciso cuando todo el peso de la realidad, hace del amor una prensa
hidráulica que nos aplasta.

Es hora de extender las alas que soñamos poseer y escapar.

Ha de ser contigo, sé lo que es volar solo. Sé lo que es volar hacia ti, y es desesperanzador. Nunca llego. Nunca es suficiente.

Ahora o nunca, mi bella.

Se necesitan dos corazones para escapar de la prensa: un corazón cesa el movimiento de la gris realidad y el otro late más rápido para volar.

O nadar.

O teletransportarse.

Tú congelarás la prensa dando un manotazo al pulsador rojo y se detendrá el mundo con un chirrido de agonía. Yo aceleraré con fuerza mi corazón y esta vez servirá para algo más que amarte conteniendo toda mi ansia: te arrancaré de la asfixiante realidad.

Te raptaré y arrastraré al paraíso donde una narcótica y sedosa vegetación acogerá nuestros cuerpos y musitará palabras de amor y sensualidad que una brisa suave transportará como una invisible caricia a los sentidos. Aromas que erizarán la piel, que al aspirar excitarán nuestras mentes. Las alas de nuestros torsos se batirán furiosamente libres creando una tormenta de plumas azules y negras.

Ángeles del paraíso...

No somos ángeles, mi vida. Los ángeles son buenos, son virginales, no follan ni meten los dedos en tu raja divina.

Y tampoco esto es el paraíso.

Soy perverso y tú no mereces bondad. Todo tu ser dice no quererla. Naciste para ser amada y tomada.

Brutalmente, obsesivamente.

Nuestras alas caerán porque así lo quieren nuestras conciencias creadoras y de la tierra emergerán manos sarmentosas que apresarán tus muñecas y tobillos. Se arrastrarán por tus pechos cerrándose con fuerza en las areolas que tantas veces he mamado. Inflamando los pezones hasta casi el dolor.

Estrangularán mi pene ante tus ojos y clamaré al pie del volcán blanco un placer-dolor animal.

Te arañaré la piel, no es por dañarte, es por tenerte en cada resquicio de mí. Y lameré las heridas arrastrando mi lengua pesada y ávida, saboreando cada célula tuya.

Clavaré los dedos en tus pechos y aliviaré luego la presión desmesurada del deseo con la lengua. Amenazaré con los dientes tus pezones dilatados y sensibilizados.

Una gota de baba se desliza perezosa desde el contraído y maltratado pezón empapado. Rocío carnal...

La hierba se agitará y no habrá viento. Y yo clavado de rodillas en una tierra fría, mamaré tu sagrado cáliz tallado entre los muslos.

Beberé de tu coño el elixir de la carne y te inundaré con el mío.

Serás sagradamente mamada.

Jadearás y me ordenarás que te joda con la frente empapada del mador de la lujuria, con las muñecas heridas por intentar aferrar mi bálano dolorosamente duro y clavar tus uñas en él, por herir con tus dientes ávidos mi glande tenso que oscila frente a tu rostro.

Es ese el lugar al que te llevaré. Te arrancaré del mundo y sin piedad te haré mi reina y esclava en un orco-paraíso de bendita duplicidad.

Somos la dicotomía del amor y la carne. Ni ángeles ni demonios.

Y cuando el deseo se haya saciado, este esquizofrénico paraíso coserá de nuevo alas a nuestra espalda y hablaremos cosas que no importan, reiremos sin ser necesario. Volaremos alrededor del imposible cráter blanco que humea rojos pétalos de flor y ruge alegres melodías de amor.

Lloraremos para bebernos las lágrimas como absenta cristalino y lamentar tanto tiempo perdido.

Cazaré y untaré en tu vientre mi nombre con la sangre de nuestra comida.

Y ni un solo detalle de nuestro ser quedará oculto en esta naturaleza extraña y nuestra.

Creadores de Fantasías S.A. Y tú la bella gerente.

¿Oyes esos gruñidos hostiles?

Allí no habrá voces, que como en La Tierra, ahoguen las de los dioses; escucharemos los gruñidos de las divinidades con sus sagrados sexos presos en sus puños y de sus dedos descolgarse filamentos de fluido espeso.

Supurarán deseo como una infección.

Ahora son ellos, los otros: ídolos, dioses e idiotas crédulos los que se debaten gimiendo, pegados al invisible cristal que los excluye de este orco-paraíso. ¿No los ves arañar y empañar con su aliento el invisible y sordo muro que nos rodea y protege?

¿Sabes que escucharán nuestros suspiros y chapoteos libidinosos? Como animales en celo se rozarán con lascivia. Ni la masturbación podrán consumar enfermos de envidia.

Sufrirán hasta que yo lo diga, hasta que me dé la gana.

Su dolor será el voyeur insano que nos excite. Sufrirán toda su puta y eterna vida. Pagarán mi tiempo perdido sin ti.

Padecerán tumores por aferrar tu coño con la mano y provocar los gemidos y el movimiento convulso de tus piernas ante las oleadas de placer que mis dedos provocarán.

Labios entreabiertos por los que se escapa el placer incontenible.

Desearán ser yo, hacer lo que yo.

Desearán matarme y violarte.

Somos los dioses y nuestra unión nunca creará nada, porque nuestro amor excluye todo, hasta la vida. Somos únicos y mortales.

Mortales porque nos vaciaremos el uno en el otro hasta quedar exhaustos, hasta cumplir la sagrada comunión de una unión sin límites.

Únicos porque sólo cuando muramos podrán pudrir este lugar con su presencia.

Las finas heridas que se extienden desde tus pechos a los muslos les enfurece.
Como les enfurece la gota de semen que cae de mi pene a tu ombligo adorándote apresada a la tierra, esclava e indefensa en mi realidad.

Araño mi pene duro y embotado en sangre ante tu sagrada vulva húmeda y brillante.

Es mi mundo perfecto donde millones de ojos quisieran ser como tú y yo.

Eres mía y te quiero abandonada a mí, de la misma forma que me hiciste tu esclavo.

Abierta hasta que vea la luz en tu bendito coño.

Hay un momento para el amor y otro para follarte. Es mi mundo, es mi ley.

Ésta es mi voluntad.

Yo no creo mundos piojosos como este en el que nos escupieron.

Nos cagaron.

Porque haber caído aquí, en este tiempo y lugar, no es nacer. No es vivir.

Es precipitarse y penar.

Te arrancaré de este anodino presente.

A ti y a tu coño.

Clavada a mí.

Una sonrisa de dientes ensangrentados, unos labios heridos por dientes que se clavan soñando el sabor de tu piel. Es el rostro de mi sueño, de mi fantasía.

La sonrisa en el orco-paraíso no es gratuita y tiene el acre sabor del deseo convulso.

Es el momento, mi bella.


Iconoclasta

23 de julio de 2009

Viejos

No soporto a mi suegro, es uno de esos repugnantes seres que como cerdos hocicando en mierda, buscan miserias, fallos de los demás con los que alimentarse para creerse a si mismos un asomo de lo inteligentes que no pudieron ser y que su podrido cerebro es ya incapaz de hacerse.
Ancianos venerables... (ahora mismo me froto la entrepierna excitado por tanta respetabilidad, no te jode).
Estos especímenes son ideales para ceniceros, deberían estar mejor repartidos a lo largo de las calles.
Los cerdos no son tan repugnantes; pero mi suegro sí.
Esto es sólo una introducción sobre lo que es la vejez de los ignorantes, de los desgraciados que en su vida han destacado en nada, ni siquiera para reproducirse; porque su genética la han transmitido estropeando así una generación o dos.
Porque mi suegro es sólo una representación subatómica de la Gran Verdad.
¿Sus calaveras llevadas al oído dejarían oír el rumor del mar? Bien pulidas y barnizadas... Cualquier cosa vacía nos provoca la ilusión de rumor de mar.
Si alguna vez los ancianos han sido los sabios y consejeros de la sociedad, fue cuando la esperanza de vida del hombre rondaba los treinta y pocos.
A esa edad el cerebro no se ha licuado aún y es razonable pensar que tuvieran suficiente amplitud de miras e inquietudes. Algo de humor inteligente en aquellos primeros ancianos de la humanidad.
Porque lo que yo veo ahora, son deshechos que se agarran como chinches a las vallas de las obras y juzgan trabajos que no han tenido valor, inteligencia y ni entereza para realizar.
Y esta es una pequeña muestra, la mínima.
A veces mean en rincones, como perros que no pueden alzar la pata.
Perros viejos...
Se les puede escuchar criticar a los jóvenes, llamarlos guarros y otras lindezas. Evocan tiempos en los que sí que había respeto y nadie le ensañaba la polla a nadie en la calle.
Encima de idiotas, miopes. Deberían ser sacrificados como toros viejos y liberarlos de esta vida llena de cosas malas que los rodean en todas direcciones.
Viejos idiotas que sólo hablan del tiempo, del tiempo, del tiempo... Las ofertas del supermercado y de la economía que sus deficientes cerebros no comprendieron jamás y que ahora su vejez les hace alucinar que son capaces de asimilar.
Viejos de reflejos gastados para los que el mundo va demasiado rápido.
Tienen la falsa creencia de saber hacer algo más que metérsela a su vieja mujer de muslos ennegrecidos y de coño seco.
Lo del coño seco, es un regalo gratuito de obscenidad para hacer el texto más ameno. Soy un zorro.
Alguien dirá que hay viejos muy dignos; pero a mí lo que me interesa son los de cerebro liso que consiguen que mi pensamiento se torne hostil como el filo de una navaja en el glande henchido de sangre, baboso como las viejas bocas envidiosas que recelan continuamente creyendo que en sus pequeños cráneos hay algo más que un cerebro primitivo de reptil.
Desgraciados...
Sus arcos superciliares se desarrollan como los de un cromañón y sus cejas se pueblan de desconfianza y miedo.
Y repiten muchas veces al día lo mucho que han trabajado en su vida, como si quisieran que aturdido ante ese chorro de horas de trabajo y como si yo me hubiera rascado los cojones toda la vida, me arrodillara ante ellos y les comiera la polla en señal de sumisión y respeto.
Precioso.
Viejos muertos de hambre, corruptos de ignorancia que con sus porcinos ojos desconfían del camarero, del cocinero, del carpintero que les hace un trabajo y de la cajera del supermercado.
No se mueren nunca.
Vagos y ahora viejos, con coches de marca de lujo, la versión más básica que su limitada economía les deja comprar y que será el último coche de su anodina y prescindible existencia.
Podrían aprender a leer y a escribir en lugar de practicar la envidia y la desconfianza, no puede hacer daño. Y tal vez, con un poco de suerte, una mañana al despertar se darían cuenta del imbécil que ven frente al espejo y vomitarían de asco de si mismos. La sabiduría no da consuelo ni mejora la percepción de uno mismo.
Y aún, yendo más lejos, con un poco de suerte, se abrirían la garganta con una vieja y mellada navaja de afeitar dejando correr su sangre sucia que desafortunadamente han eternizado jodiendo a la cerda de su mujer.
Y me ahorrarían parte del trabajo sucio.
Sé que puede resultar cacofónico tanto mentar a los cerdos; se trata de una astuta licencia literaria que me he tomado la libertad de introducir en un texto de carácter científico y social para acentuar el dramatismo que yo mismo padezco en mis paseos de tullido.
Hoy he visto a un viejo sentado a la sombra con un bolígrafo y una libreta más grande que él. Y escribiendo sonreía. Sonreía desde adentro, disfrutando.
No babeaba, sólo gozaba de lo que se le escapaba entre los dedos.
Son cosas que saltan a la vista.
Pero es sólo uno entre miles: ancianos tristes como una mancha de negro aceite en el asfalto acarreando una bolsa de pan que sacan cuatro céntimos más barata en un supermercado que se encuentra a más de media hora de camino de su piso de mierda: su máxima ilusión y fin último de su vida, propietarios de algo.
Viejos animales que luego suben a su cochazo comprado como si fuera el gran puto premio de su vida y conducen inmaculado.
Y lento.
Y mal.
No es justo ni conveniente que el ser humano sea tan longevo. Hay viejos (tantos que la cifra causa vómito) que deberían haber muerto; que hubieran muerto si vivieran en consonancia con la naturaleza y no en esta degenerada sociedad.
La sanidad es la culpable de la involución del ser humano.
Mi suegro es un mierda, al igual que los otros miles que huelo.
Porque huelen a carne vieja y sucia, por debajo del olor a colonia barata dejan su tufo de sudor rancio.
Sucias estelas invisibles tejen un entramado de miseria añeja en el aire urbano.
Sus cerebros porcinos, ante la situación de la economía y su básica y primitiva visión, padecen por lo ricas que se hacen las compañías distribuidoras de energía y de comunicaciones a su costa. Miran su teléfono móvil continuamente y se angustian con el saldo, es otra de sus grandes preocupaciones.
Y escatiman agua en su higiene.
Su principal misión ahora que son jubilados, es ahorrar.
El hombre que escribe a la sombra, no se preocupa de ello, que viva largos años y sonría tanto como los viejos idiotas desconfían y porfían. Un abrazo ¿quieres ser mi padre?
Queda una esperanza: que la gripe porcina (conocida por el eufemismo de gripe A), limpie en los próximos cambios de estación, toda esta manada de viejos que viven pendientes de los demás. Malas personas que buscan ahora justicia y rectitud. Que las putas leyes se cumplan porque de lo contrario, todo sería un caos.
Esos viejos que tienen el absoluto convencimiento que todo el mundo les quiere engañar, que no se fían de nadie. Que necesitan que a los hijos de los demás les den disciplina y severidad.
Porque sus hijos de mierda sí que son ejemplares.
Y pretenden enseñarnos a ser como ellos, para que no nos engañen.
“No se puede dejar pasar una” rezan en grupo los viejos monos.
Porque estos tarados, piensan que los demás son idiotas y no sabemos ir por la vida.
Es la desconfianza del ignorante, del que su cerebro ya no da más de sí.
Zotes.
La vejez no es buena, acentúa la podredumbre genética.
Ojalá la gripe porcina ponga las cosas en su sitio.
Aunque temo que al final, de tanto tiempo que viven los indeseables, conseguirán hacer mutar el virus y se lo devolverán amplificado a los pobres cerdos.
Si Buda existiera, sus pequeños genitales enterrados en grasa, se aplastarían bajo la desagradable barriga agitada por una carcajada burlona.
Si los dioses existieran, los oiríamos reír a carcajadas dando puñetazos encima de la mesa donde nos joden.
Los cerdos sólo han dejado de mi suegro un trocito de uña que aparece absurdamente impoluta entre el barro y la mierda. Su gran aportación y último legado a la humanidad.
No pueden salir buenos embutidos con semejante alimentación.
Aunque antes de echarlo a los cerdos he desangrado convenientemente a mi suegro y reservado la sangre, creo que no voy a hacer morcillas, no creo que puedan ser sanas ni buenas.

Iconoclasta

15 de julio de 2009

Desolación, cementerio de sueños

Es desesperante, tiene que haber algo más, tiene que haber un atisbo de magia y fantasía. Cada día que vivo, sé más. Soy más sabio y la verdad es un cálculo en el riñón.

Meo sangre al despertar.

¿O cae de mi cabeza? No lo sé, lejos de Desolación todo es posible, porque en Desolación no existe la magia, todo es tan previsible como el destino de un ataúd.

Duele todo esto que espero y deseo, todo aquello que imagino y es imposible. Está aquí, en mi cabeza. Hay un lugar donde el suelo es tierra y polvo, donde el cielo no se oculta tras la porquería que la chusma expulsa al aire y se escucha el viento y la quietud. El mudo rumor de la serenidad aplaca mi desánimo, como un elixir de paz.

No quiero volver a Desolación, por favor...

Las mieses doradas sucumben plenas ante el peso de los rayos del sol. Son salvajes y sólo el viento las ha plantado. No hay manos previsibles que cultiven en mi mundo.

Hay un lugar en el que al mirar las estrellas, siento el vértigo de la magnificencia del universo.

Hay una luna desde la que ella me mira con una deliciosa sonrisa y es tan fácil llegar a ella... Me espera, me invita. Me aturde y un camino de cristal desde el cielo hasta mí, se extiende como la pasarela de una nave espacial.

Unas lágrimas emocionadas se unen con la sangre que mana de mi cabeza. Soy un esquizofrénico alucinando el mundo como debería ser. Me abandono, olvido el saber acumulado durante los escasos segundos en el que soy imbécil.

Desolación se vislumbra en el horizonte, partiendo en mil pedazos la luna y el camino de cristal. Desolación lanza su luz sucia y polvorienta al universo y rasga el gélido tapiz negro en el que las estrellas lucen. Desolación es la estrella más negra, la estrella más voraz del universo.

Soy un desolado, un nativo de la frustración.

He inventado lugares en los que el aire trae aromas de clorofila y muerte salvaje. Mundos en los que mi existencia no se ve alterada por chusma de incultas palabras, de risas ebrias. Idiotas de cerebro vacío aplastados contra el planeta como las ratas en el asfalto, en el metal de los coches, en el dinero.

Y cuando mi pensamiento sabio concluye que no es más que una fantasía, me encuentro en Desolación.

No es un buen lugar Desolación, donde los sueños se estancan, caducan y como el agua queda, se corrompen y hacen veneno.

La sabiduría no es un consuelo, no aporta sosiego sólo una comprensión que maldita sea la falta que me hace.

Es una condena. Desolación es mi gulag, y el vuestro idiotas. Aunque no lo sepáis.

La ignorancia es la auténtica esperanza y cuanto más vivo, más verdades se revelan. La idiotez me está vedada desde el mismo momento que me parió una madre jadeante y quejosa.

Sucio mundo, sucio yo.

Necesito ser imbécil; hay tanta presión y tristeza aquí, en mi cerebro.

Los deseos y los sueños estancados no son errores, no acumulo errores. Nadie lo hace.

Se acumula la vergüenza como dato a tener en cuenta, como experiencia inservible.

Y se repite un día, y otro, y otro, y otro...

Los errores se cometen y se incineran sin más. Cobran su precio como las putas y chaperos a los idiotas que tienen el cerebro en sus genitales, y desaparecen. La belleza y la magia, sí que se acumulan. Si hubiera nacido antes, unos siglos antes, hubiera hecho arder el mundo entero para que no se pareciera a esta infección que respiro.

¿Qué hago con todas esas ilusiones enquistadas? He cortado el cuero cabelludo con el cuchillo. Estoy tan frustrado que no duele. Sólo me molesta el ruido del filo contra el cráneo. No hay magia, no aparecerá ante mí un ser misericordioso que me unte el alma de paz y me transporte lejos de Desolación.

No hay cirujanos que extirpen esperanzas vanas, no hay tratamiento alguno para la realidad que se extiende ante mí como un vertedero de basura.

¿Qué sentido tiene imaginar belleza y bondad, amor y ternura, fuerza y vida? ¿O la sonrisa y la dicha? ¿O la bendita lucha y la sangre de una batalla territorial, animal? La violencia de la supervivencia, de la reproducción. La simple ira animal. La muerte y la venganza. Los jueces muertos, empalados...

No hay nada de eso en Desolación, y si lo hay, necesito ser deficiente para verlo.

Que la sabiduría se haga tumor y la extirpen.

Sabiendo lo imposible: ¿por qué cojones mi cerebro sigue soñando con escapar de aquí? Sabiendo lo imposible ¿por qué insisto en imaginar mundos bien hechos?

No tengo con que romper el hueso. Necesito romper el puto cráneo para que salgan los sueños caducos e imposibles. ¿Es que no me va ayudar nadie?

Necesito aliviar la presión. Necesito en mis manos el cachorro de un tigre que juguetea con mis dedos y la madre que me arranca la cabeza de un zarpazo. No quiero morir en Desolación, es triste, es humillante.

Si un cerebro podrido como el mío es capaz de imaginar en mis manos el cachorro de un tigre que duerme, es que puede ocurrir.

¿Qué sentido tiene fantasear? Iluso de mierda, estoy acabado.

Debería ocurrir... Para esto me he levantado el cuero cabelludo, desde la sien izquierda cuelga como un bistec fresco. Si no fuera por el hueso, el cerebro podría aliviar la presión vaciándose de ilusiones. Si tuviera suerte dañaría alguna parte de los sesos y me convertiría en subnormal.

¿Qué he hecho para que mi imaginación se desboque?

No quiero, me niego a escribir, a soñar; porque despertar a la verdad duele un millón. Un millón de voltios que fríen mis sesos, la realidad es una fuente de energía inagotable. Apestosa.

¿Para cuándo el fin del mundo? Me gustaría vivir para disfrutarlo, No quiero morir antes de que la humanidad sucumba como la plaga que es.

He soñado caminar por un manto verde y suave; inundado de rocío fresco. Y he despertado gimiendo con los pies abrasados en un pavimento gris y sucio.

¿Para qué coño imagino mundos mejores?

Puto cerebro de mierda...

Odio la sabiduría; cuando respiro en el mundo que no es mío, se forman en mi garganta flemas de veneno, ponzoñas mortales para el ánimo y la alegría con las que desearía contaminar el agua de este planeta erróneo producto de un aciago azar.


Soy un príncipe encantado convertido en un sapo venenoso, como en un cuento; pero ni lo peor se hace realidad. Y no soy un sapo. Un cerdo a lo sumo dirían unos. Un hombre prisionero en la región Mediocridad City, del planeta Desolación.

Soy un desolado, nativo de la frustración.

Imagino cosas tan bellas que me es imposible aceptar esta porquería de tiempo y lugar. Lo tangible.

No hay elfos, no hay duendes. No hay ogros, arpías o diablos.

No hay infierno ni paraíso en Desolación, sólo hay monotonía y lisura.

Estoy enfermo, sé la verdad; pero este cerebro podrido sigue creando magia, belleza y las pasiones más temibles y las más tiernas.

No soy de aquí, no lo seré jamás a menos que algún microorganismo patógeno licúe mi cerebro. Y me haga idota.

Desolación... ¿Cuándo el fin del mundo? Es otra esperanza de fantasía que tengo acumulada, presionando: ver estallar Desolación con un trillón de gritos y lamentos.

Mi hijo me está gritando algo desde Desolación y con una toalla me hace un turbante que sujeta el trozo de carne que cuelga de mi sien. Limpia la sangre que cae por el rostro del prisionero de Desolación con un teléfono en la oreja.

—¿No tienes algo con lo que romper el hueso? ¿No puedes ayudarme? Eres mi hijo. Yo lo haría.



Iconoclasta

10 de julio de 2009

Gravedad cero

¿Es posible que a algunos el amor les haga vivir en un estado de gravedad cero? Flotando...
No puede ser, eso es porque hay enamorados que tienen aire en el cráneo y flotan.
No quiero decir que se sean idiotas; pero es evidente que lo estoy afirmando y no puedo evadirme de ser despectivo. Sarcástico y cruel.
Mas no encuentro otra explicación para los que caminan flotando en el aire o incluso son capaces de andar sobre el agua igual que Jesucristo o algunos patos listillos que se pueden ver en los documentales de sobremesa de los canales más aburridos de la tele.
Si ocasionalmente me he enamorado, no me he sentido flotante como una boya (que rima con joya y algo mucho más obsceno), si no pesado y sudoroso. El tiempo se dilata de tal forma que cualquier cuántico físico afirmaría que soy una especie de agujero negro. Así que de aire en mi cabeza, nasti de plasti.
Tengo una buena masa cerebral. Eso sin contar con esto tan denso que tengo entre las piernas y que más denso se pone cuando estoy enamorado.
A propósito de agujeros negros: es ella el verdadero agujero negro. Lo afirmo por la metáfora y por su cuerpo inmenso que me atrae y me lleva hasta dentro de ella.
Mi cabeza, mi pene, mis cojones y mis brazos demasiado desarrollados para el gusto de los demás machos, no hacen de mí un globito de cumpleaños infantil precisamente. No floto nada, no puedo flotar.
Yo sólo me froto las manos contando los segundos que me esperan por encontrarme con ella y besar su cuerpo todo. Lamerla, chuparla, libarla, penetrarla. Hacerla gritar. No soy el mejor amante, pero como soy pesado, mi cuerpo la cubriría toda y debería respirar a través de mis pulmones.
Es lo más romántico que puedo ser.
Lo más que puedo admitir que algo levita, es ella cuando me cabalga y yo la elevo con mi cintura y ella se siente llena e ingrávida ante mi ritmo sexual.
No es un alarde, lo que me parece un alarde presuntuoso es que alguien que pesa más de ochenta kilos y tenga ya unos cuantos años, afirme que se siente ingrávido cuando está enamorado.
Si estás enamorado amas cuerpo y mente. Es inevitable como una infección. No soy puramente animal, también soy psíquico como lo demuestra esta forma de desearla continuamente y en todas direcciones.
Pasaría mi lengua por su coño con la misma avidez con la que besaría su boca. Puede parecer grosero, pero que le pregunten a ella cuando estoy trabajando su cuerpo.
A veces dice una obscenidades que me pone de lo más bruto. Flotar no; pero fácilmente influenciable por ella, sí. Es imposible evitar una oleada de placer que parece estallar en el cerebro cuando ella me dice alguna sutileza como: “¡Cabrón, que me estás haciendo!”.
Suda y sus piernas pesadas se apoyan en mis hombros. Y cuando le sobreviene un embate de placer, todo su cuerpo se contrae y duplica su peso.
Ingravidez, flotar, fluir ligero...
Vaya mierda. Me siento ofendido ante esta afirmación de levitación permanente de los enamorados porque me deja en un lugar muy poco evolucionado respecto a mis compañeros de mierda de vida.
Hasta la risa es pesada. ¿Nunca os habéis reído conteniendo las ganas de morder esos labios que dejan escapar un sonido maravilloso? No hay nada ligero en el movimiento, en la agitación de sus pechos cuando ríe. Se mueven pesados y yo como un agujero negro que soy, busco absorberlos hacia mí. Y ella busca absorberme a mí.
No les falta razón a los físicos, sólo que soy un agujero negro muy selectivo, yo no me follo, perdón, yo no me lo trago todo.
Una cosa es que tenga que soportar y hacerme el inofensivo para poder seguir sobreviviendo entre la peña. Soy eminentemente práctico, lo cual no deja espacio para la gravedad cero, es una cuestión de madurez mental y no banalizar el amor con tonterías de flotabilidad.
Gravedad cero... Viajaremos al espacio y allí me la tiraré, dos volutas de carne moviéndose entre restos de patatas fritas y latas de refrescos en la cápsula espacial.
Es la única forma de pender ingrávidos de ninguna parte, aunque lo dudo, ella es mi kriptonita, ella tiene el poder de pegarme a la tierra y obligarme a caminar con botas de plomo como un antiguo buzo de escafandra de latón.
Gravedad cero... Bendito el amor que me hace pesado y me clava de rodillas en la tierra. No quisiera que el amor me despegara los pies del suelo.
Tengo que amar en mi propio medio, sin demasiadas fantasías ingenuas. Sin romanticismos que le quiten su propio peso, su existencia en la mía. No importa el aire ni el decorado. Ella es la atmósfera y lo único que da sentido a todo lo demás.
No me jodas que eso es una sensación de ligereza.
Tengo las venas gordas como cables bajo mi piel. Y pulsan por ella.
Quiero apretar sus músculos pesados y beber la lágrima densa como el ácido que de sus ojos mana cuando se siente triste. Agua regia...
No es un fluido gentil. Son tristes las lágrimas de las ilusiones. Las lágrimas de una larga espera son gotas de plomo fundido que duelen sin darnos cuenta.
El amor lo único de terapéutico que tiene, es que anula el dolor. El amor es todo ansia y es tiempo cosmogónico. Demasiado crueles las distancias. Aberraciones del espacio-tiempo de las que sólo podemos evadirnos cuando nos abrazamos y la tierra parece tragarnos.
Somos la blasfemia de la ingravidez. El desengaño de la bondad del amor. Tal vez los otros se confundan, piensan que están enamorados cuando en realidad sólo viven un momento de baladí euforia.
Futesas...
Yo no quiero decir con esto que no haya suficiente materia gris en los cráneos de los otros, de mis paisanos de vida. Sin embargo, es imposible no concluir que es un insulto a la humanidad en general.
A grandes rasgos.
Y es imposible que no se nos forme una sonrisa en los labios al pensar en esos seres que flotan sin importancia, como globos metalizados de formas infantiles.
La ligereza es pura intrascendencia. Es redundante; pero tiene que quedar muy claro.
También es fácil deducir que estar enamorado provoca sobrepeso y todos los problemas cardiovasculares que ello conlleva.
Pero a mí me la pela.
La quiero con toda mi alma, con todo mi peso, como el soldadito de plomo que una pierna tristemente perdió.
A ver, que levante la mano el gracioso que habla de amor y ligereza. Me copiará cien veces en el cuaderno: El amor tiene la densidad del mercurio.
Si alguien flota, no es por amor, es el efecto del canabis.
Gravedad cero...
Espermatozoides flotando...
Qué chocho.



Iconoclasta

27 de junio de 2009

La rabia

Si os arrancara el corazón, si os viera sufrir hasta que de vuestros lacrimales manara la sangre, mi dolor de cabeza desaparecería.
Vuestro dolor es mi analgésico.
Sois un tumor que pulsa tras mis ojos, os odio por el solo hecho de que existís, de que respiráis. Habláis y me rozáis. Necesito que muráis para poder tener espacio.
Y yo tengo que respirar las miserias y porquería que dejáis flotando en el aire, cosas que vuestros pulmones idiotas expulsan. Infecciones de imbecilidad. Lerdos, idiotas, tarados...
No soy un amante de hermosos y edificantes power-points.
No creo en la felicidad que respiro y que no sé aprovechar. Sólo sé que estáis ahí y vuestra voluntad inculta y deficiente; vuestra imbecilidad es el punto de partida para gobernar el mundo.
Os odio porque me robáis mi espacio, no me dejáis ver más allá de vuestras chepas. Siento el asco que palpita aquí, en la nuca, un quiste que se llena segundo a segundo con pus y asco.
Y la cólera... Si no fuera por ella, no sería hombre. Si no fuera por este pene erecto y duro que podría usar para partiros en dos, haría sangrar mis cuerdas vocales deseando a gritos vuestra muerte y enfermedad.
Me tiraré a Negranoche ante vosotros, ante vuestros hijos lameré su sexo, os dedicaré la Gran Follada como vosotros me dedicáis cada día de mi existencia vuestra Gran Idiotez. Y ella me llamará cabrón entre suspiros de éxtasis y lujuria, posando sus manos en mi cabeza obligándome a respirar a través de su coño. Cogerá mi rabo enhiesto y me masturbará como a un semental, y lloverá mi semen sobre vuestros ojos vacuos, vuestros ojos idiotas. Vuestros ojos envidiosos.
La ira... Si vosotros sois mi cáncer, mi cólera es la quimioterapia. La que me provoca un doloroso vómito de restos amarillos y rojos.
Os detesto hasta lo más hondo, hasta los mismísimos testículos. Odio vuestras creencias y vuestro civismo. Siento asco de saber que os reproducís en cualquier lugar, en cualquier momento. Jodería a todas las mujeres del mundo, las embarazaría para crear mi propia especie. Os impediría vuestra reproducción. Os esterilizaría a patadas, a golpes, a esputos.
Pagaríais de alguna forma la interferencia que provocáis en mi mente, en mi voluntad. En mi andar por el planeta.
Esta ira es venenosa, es peligrosa. Os golpearía con los miembros amputados de vuestras madres, con la piel de vuestros padres haría un látigo y con los huesos de vuestros hijos, cuchillos para arrancaros la piel a tiras.
Lo tengo todo pensado: mataré focas a patadas, ballenas a hachazos, partiré en dos a los sonrientes delfines y a un cachorro de tigre blanco quemaré vivo. Seres inocentes desmembraré sólo por el placer de ver vuestros infectos ojos entrecerrarse ante el horror de la rabia desatada.
¿Podéis entender la horripilancia de la ira que pulsa en el cuerpo y el cerebro? Porque alma no hay, es todo rabia.
Soy una pesadilla que ha tomado vida, soy un canto a la liberadora ira. Teñiré el arco iris de una gama de rojos hemoglobínicos que hasta los dioses sentirán rechazo al verlo. Iluminaré vuestro mierdoso cielo con la sangre, con vuestra sangre, con la de ellos.
Con mi orina marcando territorio.
Es tarde para la bondad y los buenos presagios, es tarde para evitar que el filo del cuchillo se hunda más de lo aconsejable en la fina piel de mi antebrazo y libere algo de presión. El tejido de las arterias es tan sutil... Y sin embargo me pregunto como puede contener esta presión sanguínea que envía mi corazón podrido. Nací para acumular ira, mi genética está basada en la rabia que contengo.
Gotea la sangre sobre mi perro blanco que la lame en el suelo con glotonería.
Su pelaje níveo adquiere el dramatismo de la tragedia. Lo hace especial. La ira nos hace especiales a todos los seres. Todos los seres rabiamos en la oscuridad cuando nadie nos ve.
Gotea la sangre sobre los pechos de Negranoche, derramo mi sangre entre sus muslos calientes y húmedos. Soy el perro que lame su coño con fruición.
El cenicero es vuestra boca abierta. Envío cartas de amor y sexo a Negranoche, paso los sellos por vuestras lenguas ensangrentadas.
La ira... Saber, imaginar, soñar que estáis muertos, que sufrís, que penáis, que os duele hasta el aura que os rodea y que la paranoia de la ira desatada os hace llorar sangre, es lo único que serena mi ánimo.
Ya estoy más tranquilo, te amo mi vida. Ya no están, los he matado. Te regalo el mundo.
Llego ante ti cubierto de sangre ajena: ha habido un baño de sangre. Y te deseo tanto, que te brindo la extinción de la chusma para que nada ni nadie pueda distraerme de ti.
Te brindo mi vena sajada, te brindo mi cuerpo abierto en canal si así lo quieres. Pero no me dejes entre ellos.
Tengo un cáncer que no me mata, que no se cura, que late. Un eterno embarazo de tejido ponzoñoso que lo mantiene vivo: la imbecilidad de La Tierra.
Yo sólo quiero enseñarte la flor que abre sus pétalos y lanza al mundo sus lágrimas: el rocío de la oscuridad y la soledad. Una sola flor, o al menos la oportunidad de cogerla, saber que hay una.
Pero la pisan, mi amor.
La pisarían si la hubiera.
Ni llorar la dejan.
Quisiera ver una estrella y soñar que estás allí. Son cosas sencillas.
No me dejan Negranoche. Un imbécil con su moto rompe la magia del momento en la sucia noche de la ciudad. La tos de un hombre-marrano que llega desde las paredes me roba las ideas. Las convierte en ira. Sueño que meto en su boca vidrios rotos y le obligo a masticarlos.
Sólo la ira me mantiene vivo, sólo la rabia mantiene en jaque la mediocridad que me roba ideas, que me arrebata la sonrisa y la paz.
Ya no me duele la cabeza, tu sonrisa tierna amansa a las fieras. Ojalá pudiera hacerte responsable de hacer de mí un manso; pero es el dolor de los ajenos lo que me infunde paz. Son los sueños de sangre y destrucción los que me hacen llegar a ti como un caballero que ha combatido contra la innombrable bestia del reino.
Estoy fuera de lugar, Negranoche.
No es mi tiempo, no lo pedí.
¿Se me puede reprochar que mi ira pueda ser la causa de dolor y penuria en el mundo? No se puede ir contra la naturaleza, se me debe aceptar, como yo acepto a los idiotas sin arrancarles los ojos.
Te brindo el hambre y la enfermedad. Te brindo la pasión más pútrida, la que sale de lo más oscuro de mí, como una muestra de absoluta pertenencia a tu mirada líquida y serena.
Tú que me miras con la sonrisa tierna de quien disfruta con las travesuras de un niño. Yo que te miro con las escleróticas vidriosas, con los labios sangrando de morderlos, con la brasa del cigarro calcinando la piel de entre mis dedos.
Así no hay quien folle: tú ríes y yo sangro.
Follemos. Jodamos encima de los muertos, encima de los vivos vacíos. Quiero que grites como una zorra sobre los ancianos y los enfermos cuando la sientas tan dentro de ti que tengas que sujetar tu vientre deseado.
Cualquier cosa que nos haga distintos a ellos.
Tengo un cáncer, y es la humanidad.
Y mi quimioterapia es la ira.
Tú, Negranoche, la alucinación de un terminal hasta las cejas de morfina.
Que se pudran.


Iconoclasta

8 de junio de 2009

Secretos

Tengo una cantidad tan grande de secretos que la sangre se me espesa y el corazón late lento y potente.
Fuerte y cruel.
Secretos que ya no conseguirán acelerarlo. Estoy tan lleno de ellos, que se ralentiza el ritmo cardíaco cuando un secreto arranca una mentira a mis labios.
Tengo un secreto: soy frío y calculador.
Malo...
Y no me importa. Sonrío ante algunos de mis secretos con buen humor. Con cierto orgullo.
En un mundo lleno de buena gente, yo soy lo amoral; sin mí no habría forma de medir la virtud y la indecencia. Soy necesario para que otros puedan llamarse buenos.
Sin mis secretos la vida es clara y sencilla, honrada.
Podría ser bueno, podría tener algo de decencia por el mismo esfuerzo; incluso mejoraría mi sistema vascular. Pero quiero a la otra, y mi sangre se lanza directa a mi pene al evocar a la que deseo.
Fumo mucho, y eso tampoco ayuda a que mi sangre sea más clara y mis secretos menos hirientes.
Tengo un secreto: la lujuria salvaje me hace más hombre.
La certeza absoluta de que liberando uno de mis secretos haría tanto daño a la que no quiero, me otorga un poder divino.
Ergo soy un dios con su cristiana sangre preñada de veneno con la que quisiera haceros compartir una santa eucaristía.
Tengo un secreto: creo en Dios como el cabrón que me jode cada vez que puede. Moriré con una navaja en la mano para degollarlo cuando lo tenga ante mí.
“¿Me has dado a una mujer que no quiero y a la que amo la has llevado a otro confín del universo, hijo de puta divino?”.
Tengo un secreto: mis blasfemias son inconfesables. Aterran al expresarse en voz alta. Como un conjuro maldito.
Secretos... ¿No son frustraciones los secretos? Cosas que deseamos y que nos dan vergüenza.
Algo de asco.
La sangre se espesa y cuando me sumerjo en mi propio torrente sanguíneo siento la presión del fracaso. De no amar a la que comparte mi cama.
No me importa, no siento remordimientos. Amo a la otra y el amor excluye al mismísimo hijo que tengo.
Tengo un secreto: quiero más a la otra que a mi hijo.
Tengo un secreto: soy una bestia impúdica.
Mi sangre se espesa cuando la sonrío. Un latido, un solo latido potente para bombear el deseo en el plasma-lava que es mi sangre ponzoñosa. Mi corazón es un pistón vertical, como mi miembro penetrando a la otra.
Dentro y fuera, dentro y fuera, dentro y fuera...
Me masturbo acostado al lado de la que no quiero pensando en la que amo y deseo. Mi leche es espesa como la sangre.
Toda mi vida es densa, mis secretos son brea pura que se llevan la piel al arrancarlos. Piel de otros.
Secretos... ¿Cómo no avergonzarse de ello?
Si sintiera vergüenza de ellos, no sería tan cerdo.
La beso cada día sin cariño, por inercia, porque es así la mediocre vida. No la quiero y guardo el secreto. Sin piedad.
Si ella supiera mis secretos... Qué daño más innecesario, que dolor más gratuito.
Ojalá yo la amara como ella me ama a mí. No tendría una sangre tan espesa, un corazón tan frío y eficiente bombeando veneno puro.
Comería más verdura, relajaría más mi mente, adelgazaría y me pondría crema hidratante en el rostro, como todo hombre sensible que cuida de sí y de los suyos. Precioso.
A mí me gusta la carne y la piel curtida.
Yo no quiero a los míos, ya no son míos. Son un accidente, algo que he de soportar.
Amo a la otra, a la que no tengo, a la que está tan lejos que hago responsable de mi ansia a la zorra que duerme a mi lado.
Mi secreto: ella no tiene peso para mí, sólo la sonrío por que aún me queda algo de cortesía. Porque esta puta vida me ha enseñado a ser cabrón. A guardar y atesorar secretos como el alquitrán del cigarrillo que se acumula en las arterias.
Y sonrío de verdad cuando ella dice: “Ya no me quieres ¿verdad?”
Un secreto y la miento: “Sí que te quiero”.
Y una mierda.
Tengo más secretos: soy un hijo de puta sin corazón. La jodo pensando que es la otra, sin pudor alguno en mi mente. Cuando clavo mis dedos en sus pezones, son los de la otra los que siento, la castigo por no ser la amada y a pesar de ello, siento las contracciones salvajes de su coño expandirse por sus tejidos reverberando en los míos.
Pero quisiera que llegara a la otra, que mi gruñido de placer lanzara saliva y semen en la piel que amo. No en la de ésta que un día amé. Un día que ya no cuenta, un día que ya no pesa porque es la otra la que ocupa mi mente toda.
Secretos... Los secretos espesan la sangre que corre lenta por unas venas gordas e hinchadas. Los secretos son un veneno contenido, un compuesto que he de controlar para no envenenarla. Ya sufre bastante sabiendo en su ego más profundo que no soy de ella.
Secretos... Ninguna confesión podría absolverme de mi traición, porque algunos secretos, se los cuento a la que amo.
Tengo un secreto: ella disfruta sabiendo de ellos. La que amo goza con mi maldad nata. Con mi ponzoña que la hace grande en mi vida.
Importante.
Necesaria.
Tengo un secreto: la he visto masturbarse cuando le digo que me la follo en el cuerpo de mi esposa. Desea sentir entre sus muslos el calor de mi sangre espesa. El bombeo de mi corazón vertical. De mi pistón.
La que amo se siente única ante mis secretos a ella le desvelo alguno para excitarla. Para que sepa lo que se pierde. La amo y la jodo, la condenaría a gemir hasta desfallecer de tanto que la deseo.
A la otra no, a la que duerme a mi lado cada día, la jodo por una cuestión hormonal.
¿He dicho que soy un poco cerdo? Me importa poco. Son mis secretos, tengo derecho a tenerlos. Puedo adulterar mi puta sangre como me de la gana.
Tengo un secreto: no estoy loco, no puedo alegar locura. Soy sólo un hombre amoral que disfruta siéndolo.
— ¿Puedo añadir una tarjeta al paquete del regalo?
— Por supuesto. ¿A qué se debe el obsequio?
—A nuestro aniversario de boda.
La mujer puso encima del mostrador del mostrador una tarjeta en la que había un dibujo de dos manos entrelazadas donde resaltaban las alianzas.
El hombre escribió:
“Feliz aniversario, Cris.
Mi querida esposa a la que no amo.”
La dependienta no pudo evitar leer la dedicatoria y miró al hombre asombrada.
— A veces se me escapan los secretos —respondió el hombre cogiendo la tarjeta de sus manos. — Hay tantos...
La rompió sin pasión, como un pequeño error.
-No. Es igual, mejor sin tarjeta. Los secretos jamás deberían ser contados.
Tengo un secreto: mi sangre corre espesa, como mi pensamiento.
Tengo un secreto: jodo a la que no amo.
Tengo un secreto: mi sangre es mierda, como mi vida.
Tengo un secreto: he roto su regalo de aniversario, que se joda.
Tengo un secreto: soy amoral y divino.


Iconoclasta

2 de junio de 2009

Una ráfaga de ternura

Hay un aire que trae besos tiernos, ráfagas de caricias sutiles que confortan la piel y pintan mi aura de un azul intenso.
Es el tiempo de amar, el tiempo de la bondad y la ternura.
El cielo esplende iluminado por su sonrisa. Es la luz que alumbra un universo gris.
Marca mis estaciones, mis fríos y escalofríos, mis calores y ardores. Mi otoño seco y gris en la aterradora distancia que me condena sin ella.
Y crea primaveras y deshielos.
No siempre es el momento de hundir mis dedos en su voraz y húmedo sexo mordiendo mis labios hasta hacerlos sangrar, reteniendo la bestialidad de un deseo.
Hoy mi mirada es líquida, sus besos son agua de rosas y no quiero más que cerrar los ojos y decir que es la cosa más bonita del mundo.
Porque ese aire que sus labios mueve y corre lleno de besos, es un bálsamo que me unta de serenidad todo el cuerpo y el alma si la tuviera; porque es de ella.
Un momento de paz.
Gracias...
Mentira, no le agradezco nada. Miento como un cabrón.
Mi intención es besarla como un poseso, devorar la boca de la que marca el ritmo de mis emociones. Es lo único que puedo permitirme con voluntad propia. Morder sus labios carnales hasta que mi puto miembro reviente por ella. Hasta que mis venas se inflamen ante los rayos de su amor y un deseo descontrolado.
Hoy no.
Hoy no huelo su coño como un animal en celo. Hoy no soy el pene que hiere y rasga el amor e insulta a Dios en las alturas.
Hoy soy dulce, debo serlo porque el aire trae la ternura y besos a los que es imposible no cerrar los ojos y abandonarse.
Hoy no soy hombre, soy un rumiante de vacua mirada. He perdido todo asomo de humanidad, de mi animalidad cultivada con tesón; por una ráfaga de aire de su boca fresca. No quiero ser más que un manso entre sus brazos.
A veces me doy asco cuando la miro con el deseo de penetrar todo su cuerpo. A veces me siento un pornógrafo de todo ese amor que me regala y al que a duras penas puedo responder con una torcida sonrisa.
Hoy no es el momento de vomitar.
Que no se fíe, que no se acerque creyendo que la bestia duerme.
Sonríe traviesa... No quiere que la bestia duerma, sólo juega con ella.
Bella maldita...
Sonríe como una mujer-niña que me conoce, que se conoce. Que usa cuerpo y mente como un ser perfecto. Un milagro de la evolución en un planeta lleno de especies erróneas, innecesarias.
Y mi pene se expande, se endurece hasta el dolor, hasta presionar la mismísima boca de la cordura y desencajar sus mandíbulas.
No alardeo, es que no puedo dominar el amor ni este trozo de carne que palpita entre mis piernas como un corazón más.
Una sonrisa por favor, unos besos de mariposa en la nariz, y conseguirá que me rinda otra vez.
Ella dicta el tiempo y la atmósfera. Su atmósfera, la que me envuelve. Me enloquece, me hace libre y esclavo, poderoso y derrotado.
Los seres superiores no entienden el tormento que representa para un vulgar amarlos. No entienden que es imposible soportar su mirada dulce y sus labios brillantes sin desear lamer sin asomo alguno de ternura su piel toda. Su coño...
Su coño bendito y de puta.
Me masturbaría ante ella, ante su mirada tierna, como un anormal, como un sátiro, como alguien que no sabe bien qué hacer con ella.
Ni todo es sexo, ni todo es amor... Qué fácil y que sencilla es la ambigüedad de los idiotas.
Me debato entre el amor y el sexo y es imposible extirpar lo indecente de lo decente, lo carnal de lo espiritual sin que salga seriamente dañado mi cerebro.
¿O tal vez está dañado? ¿Cómo puede sonreír a un hombre de tan peligrosa y rota mente?
Peligrosa para sí mismo, porque hasta las cucarachas y las ratas saben que existo para ser su placer y su deseo. Para ser su pelele, su consolador. Para musitar confidencias de amante en su oído.
Hoy no es tiempo de follar, es tiempo de llegar a su alma. Ella dicta el momento con una bella sonrisa, sin ser consciente de que es cruel en su devastador poder.
Me llena de paz y me anula.
A veces cierro el puño en la navaja de afeitar y aprieto con fuerza. Es obsceno el filo que se hunde en la carne con un dolor que es un escalofrío que penetra en los huesos. La sangre se espesa con el calor de mi piel, cálida como la carne húmeda de entre sus piernas.
Densa como mi baba recorriendo su piel.
Y el puño ensangrentado es lo más parecido a su coño que he podido encontrar en este sucio planeta al que estoy condenado.
Son cosas que uno piensa cuando está solo. Cuando me encuentro terriblemente solo y alejado de ti.
Indecentemente lejana, mi bella diosa.
No soy peligroso para nadie más que para mí.
Pero soy ofensivo, soy blasfemo y de la misma manera que sacudo la sangre de mi mano ensangrentada al mundo, también le escupo mi semen preñado de deseos, mi caldo de lujuria y bestialidad.
Y es triste que se estrelle contra el suelo, es triste que se evapore. Quiero escupirlo en su piel, entre sus muslos, en su sonrisa magna y su sexo expuesto, abierto e indefenso a mí.
Hoy es día de besos y una sonrisa, de unas manos que se estrechan. Ella dicta que es tiempo para la ternura.
Tengo miedo de no poder obedecerla, de caer en rebeldía ante mi diosa.
Es un momento para que la bestia no despierte, no presione contra la tela de los calzoncillos y me regale ese momento de serenidad, siquiera un instante para la paz.
Sólo ella sabe dominar y aplacar a la bestia, a lo carnal de mí.
Pero que no se fíe.
No te fíes mi bella diosa, no siempre podré ser tierno, no siempre tu sonrisa me sumirá en la paz.
No siempre podré ser dulce cuando todo mi ser se agita ante tu recuerdo, ante tu presencia.
Es tan difícil ser hombre y controlarse ante ti...
Que tu sonrisa me de paz, necesito una tregua.
Te beso con ternura desde el abismo, aferrado a mi pene, preciosa.
No puedo hacer otra cosa.
Y ríes...


Iconoclasta

19 de mayo de 2009

Soy tu puta



Tengo un conjuro para ti, para derribar mi amor por ti y sólo follarte.
Recita mi hechizo: Soy puta.
No quiero que me ames, no quiero amarte. Eres una sima tan profunda que me agotaría intentado amar todo lo que hay en ti.
Sabes de mi escasa capacidad para entender, soy un hombre tan simple que obedezco a instintos primarios.
Dilo: Soy puta, soy tu puta.
Y yo te daré un billete, pagaré mi placer, pero no dejes que me hunda en tu pensamiento poderoso.
¿No lo entiendes? Te parieron para que cada fibra de tu ser fuera amada. No tengo tiempo para tan magna obra.
Dime al oído: Soy tu puta.
Y separa las piernas y deja que tu sexo sea mi único objetivo a conseguir.
Soy peligroso, mi puta. Corres peligro ante mi brutalidad y simpleza, temo desear meterme en tu corazón en lugar de penetrar tu coño. Te podría hacer daño, cielo. ¿No te das cuenta, puta? Los hombres no lloran, no los de mi estirpe. Nosotros cazamos y follamos, no queremos amar. Queremos clavar nuestras uñas en tu piel y embestirte a cuatro patas. Como perros en celo.
¿Por qué hay esa profundidad insondable en tus ojos de hembra? Cuando sonríes todo gira vertiginosamente. Y mis ojos lerdos bucean en los tuyos sin poder encontrar de dónde viene esa luz.
Toma, puta. Coge los cincuenta euros y traga.
Joder...
Este vertiginoso amor no es bueno para mi virilidad. Cuando me mareo así, pierdo el norte y no me encuentro el pene. Ni siquiera lo necesito.
Con lo duro que está... Necesito tus dedos estrangulándolo.
Me duele de dura que me la pones, mi puta.
Tu boca...
Me duele el alma de agua que me haces por dentro.
Como un ser extraño, me conformo con arrancarte una sonrisa, que me hables de la existencia de cosas que desconozco. Que ilumines mi cerebro primitivo.
Los hombres no arrancan sonrisas, arrancan gemidos. Se llevan a la boca los pezones duros de la mujer y meten la mano brutalmente en tu sexo para mojarse de placer. Yo cazo, yo follo, yo no amo.
Yo no lloro, ni me meso los cabellos esperando el momento de encontrarme contigo.
Tú no lo entiendes porque eres demasiado inteligente, mi puta.
Dime al oído: Soy tu puta.
Y acepta mi billete.
Eres mi puta y me la chupas...
¡Coño! Con lo fácil que podría ser, y me enamoras como un cabrón desquiciado convirtiendo al hombre en un títere de hilos enredados.
No lo hagas, mi puta. Abre tus piernas, conduce mi cabeza a tu coño y oblígame a lamer como un perro en celo.
Desliza gemidos obscenos a través de esos labios que deseo con toda mi polla. Con toda mi alma, mi pequeña y triste alma.
Porque es lo único pequeño que tengo, el alma y el cerebro.
Dilo: Soy tu puta.
Por favor, no me obligues a amarte tanto. Duele más que mi pene eternamente endurecido.
Soy un fenómeno sacrílego de la moralidad.
Eres mi puta, eres mi puta...
Un collar de cuero negro ceñido a tu garganta y mi mano sujetando la cadena de él prendida. Eres mi puta, mi esclava.
Dímelo, hazme creer que no es de mi cuello donde pende la cadena que sujeta tu mano.
Tu mano de puta.
Dilo: Soy tu puta.
Y yo me masturbaré, me acariciaré hasta que me sangre el glande y de entre tus labios asome tu lengua de ramera.
Por favor, por mi orgullo, no dejes que te ame. Deja que te pague, deja que te folle y cierra esos malditos ojos que me derrotan.
Y no sonrías, y no seas tú, y no me toques, y no hables si no has de decir: Soy tu puta.
Es tan duro amarte, tan difícil...
Eres mi puta.
Y yo un pobre imbécil.


Iconoclasta

8 de mayo de 2009

666 en Ciudad Juárez


No existe mejor sitio para matar, despedazar y exterminar, donde el asesinato, la cobardía y la falta de cerebro en los primates es algo común y cotidiano.
Una de las abundantes ciudades que cumplen estas expectativas, es Ciudad Juárez.
Aquí me puedo mover con total impunidad (tranquilidad) y nadie se extraña cuando los muertos se pudren por docenas en cualquiera de esos barrios pobres construidos encima del polvo.
Matar a doce primates en un lugar como éste, se hace más rápido de lo que tarda el sol en prolongar veinticinco centímetros la sombra de la cruz de Jesucristo el loco.
A veces tardo más llevado por la concentración y el sufrimiento de los monos.
Lo verdaderamente hermoso de estos lugares, es que aunque sus gentes estén habituadas al dolor y a la constante del miedo, cuando los matas sufren como cualquier otro primate o incluso más. Esta tierra ardiente, también les da un calor extraño a sus pasiones y amplifica dolores y penas. Pero no las alegrías.
Se mortifican en su agonía pensando que no es justo que tan mal vivir, acabe con una muerte tan cruel y dolorosa.
Mueren pensando que la vida es una mierda.
A veces los primates tenéis algún arranque de sabiduría.
Cuanto más se acerca uno a la frontera con Estados Unidos, los barrios de Ciudad Juárez degeneran y las casas se convierten en módulos prefabricados y barracones con techo metálico que alguna grúa ha dejado caer por accidente en mitad de un barrizal. El asfalto se convierte en polvo y las casas se distancian cada vez más unas de otras para dejar espacio a la basura, la mierda y los escondrijos de droga.
No es difícil pasar las ruedas de mi Aston Martin por el cadáver de una cría de primate.
—Detén el coche, mi Señor, quiero sus ojos.
Hemos pasado por encima de un primate de unos doce años con la espalda manchada de sangre, por el retrovisor puedo ver las piernas destrozadas por los neumáticos de mi excelente coche. De cualquier forma, no ha debido sentir dolor por haberle aplastado la patas, seguramente está muerto o insensible con la espina dorsal deshecha por el balazo.
A los niños los matan como aviso a sus padres, que en su mayor parte se dedican a trapichear con las drogas de los capos, para que entiendan que han de seguir trabajando para ellos sin robarles un solo centavo. No hay mayor muestra de crueldad que matar a un hijo. Los primates os escudáis en vuestra descendencia y los muertos para justificar la cobardía y el abuso a otros.
Yo mato cachorros de primates a menudo, aunque me parece bastante aburrido. Mueren enseguida y sin gritar demasiado. A medida que los primates crecen, se hacen más miedosos y su capacidad para soportar el dolor mengua.
La Dama Oscura se lleva la mano entre las piernas y saca de ahí (como me gusta pensar que de su coño) un puñal de doble filo. Afilado como un estilete.
Por el espejo retrovisor veo su culo. La falda cortísima se la ha subido y sé que no lleva bragas, porque ha dejado una mancha oscura en la tapicería del asiento.
Siempre está caliente, penetrable, follable, violable...
El calor es insoportable y forma una atmósfera densa como la mantequilla. Los olores a mala comida y excrementos de la única calle de este poblado lo empeora todo. Aún así, he bajado las ventanillas del coche y apagado el climatizador.
Llegado el momento de mi gozo, me gusta sudar, me da un aire más patológico.
Cuando los párpados se me escaldan, mi visión vira al rojo, la ira se desata con rapidez y mi odio llega a matar con sólo aproximarme a mi presa.
Mi Dama Oscura arrastra el cadáver del pequeño y lo cuelga de la puerta del coche, doblado en el vano de la ventanilla. Sus largos cabellos sucios se apoyan en la blanca tapicería y siento deseos de arrancar esos repugnantes pelos de su muerta cabeza y follarme a la Dama Oscura frente al inmóvil primate. —¿Quieres su alma? —me pregunta mirándome intensamente, con expectación.
Elevo la cabeza de la cría de primate cogiendo sus cabellos y uno mi boca a sus labios muertos, siento el aliento de la podredumbre invadir mis correosos pulmones. Las vísceras han comenzado a descomponerse, es la muerte pura.
Su alma aún está perdida, no acaba de asimilar la muerte del cuerpo y sigue ahí, como el cachorro que se hace un ovillo junto a su madre muerta. Está perdida, su alma está asustada, lo siento gritar, y a medida que me trago su alma, siento su miedo entrar como un torrente en mi ser.
-Soy Dios —siseo con el pene dolorosamente erecto.
Cuando acabo con él y lanzo la carcasa hacia la calle, la Dama Oscura le extirpa sus vulgares y mediocres ojos pardos y me los muestra en la palma de su mano.
—Para sus padres. Están ahí, escondidos en algún lugar.
Con toda probabilidad, el macho y la hembra están vivos. Los primates cuanto más pobres más se reproducen; por lo tanto es de suponer que tengan más hijos. En muchas civilizaciones simplonas, tener muchos hijos hace del macho un reproductor digno de admirar y suelen exhibir a su hembra preñada por sus territorios.
Cuando una familia se queda sin hijos, los sicarios de los señores de la droga, decapitan al matrimonio y exponen sus cabezas durante unos días en la puerta de su casa.
El sol cae tan vertical que ni siquiera los perros que se meten bajo el suelo de los barracones, nos ladran. Desde que hemos dejado el cadáver, hemos recorrido ochocientos metros lentamente, haciéndonos ver y oír. Dos cadáveres de adultos machos, se encontraban a pocos metros el uno del otro.
Los pezones de la Dama Oscura se marcan rotundos contra la sutil tela de seda de la blusa rosa pálido de Versace, que contrasta gozosamente con su minifalda negra.
Por su escote bajan gotas de sudor en las que empapo mis dedos. Cuando oprimo su pecho, ella lleva la mano a mis genitales y todo es fuego.
Ha separado sus piernas, sus muslos están brillantes de humedad, y sangre. Se ha tocado con los dedos manchados.
En su puño, derecho mantiene los ojos infantiles ciegos a pesar de estar tremendamente abiertos.
Son las dos y media de la tarde y cuando paro el motor del coche, se extiende por todo el poblado un silencio sepulcral. Una vez los oídos se han acostumbrado, se capta la actividad en las casas: televisores, gritos, murmullos, peleas.
De una casa se escuchan los llantos de una hembra, la madre del primate. El padre calla, seguramente colocado con la mercancía con la que trapichea en la ciudad; coca, mescalina... Hay demasiados cactus de peyote en este árido poblado.
—¡Miguel deja de beber, cabrón! Nuestro hijo está ahí fuera pudriéndose.
—¡Calla Juanita! Preocúpate de Sara, la vas a despertar; ándale puta. ¿No sabes que Don Senén no deja retirar los cuerpos hasta el anochecer? Matarían a Sarita también si nos traemos a Julito.
—¡Cobarde chingón!
Lo bueno de estos primates es que sus conversaciones, son cortas y así tanta deficiencia mental, no se llega a hacer pesada. Cuando descuartizas a un intelectual, no calla ni bajo el agua; encuentra cientos de razones convincentes para él por las que seguir viviendo.
Estamos frente a la puerta de la casa y siento que nos vigilan desde las ventanas de la casas vecinas: he escuchado cerraduras girar para asegurar la puerta y algunos televisores han bajado su volumen. Los miserables están muy cerca de parecer animales y conservan sus instintos casi como lo tenían antes de evolucionar. Si hubiéramos sido unos vulgares primates de turistas, nos habrían robado el coche y secuestrado, tal vez lo intenten. Siempre hay algún mono que destaca por ser más tarado que otros.
Clavado entre los omoplatos, siento el metal del puñal latir por salir y cortar carne de mono. En la sobaquera, bajo la americana de lino beige, pesa con orgullo una Desert Eagle Mark XIX, 44 magnum. Es excesivo este calibre para los disparos que buscan intimidar o inmovilizar, puesto que causa hemorragias masivas, muy intensas y arranca importantes trozos de carne y hueso.
Si se me acabaran las balas, les arrancaré la vida a mordiscos.
Los idiotas, pobres y cobardes jamás se ayudan entre sí, será raro que alguien intente ayudarlos mientras los destrozamos. Piensan que somos los importantes amigos del capo del cártel local.
La Dama Oscura se ha abierto la camisa arrancando los botones y sus pechos asoman libres y enhiestos, musculosos... Bajo la cabeza hasta coger un pezón entre los dientes y lo amenazo con una presión contenida. Ella cierra los ojos y separa las piernas llevándose un dedo a la raja; si le arrancara este duro pezón, se correría ante mí con el seno manando sangre.
Entraría en esa repugnante madriguera de primates con ella clavada en mí.
Estoy tan caliente que le reventaría todos los agujeros de su puto y deseado cuerpo.
Es hora de matar y morir. Del grito que rasgue esta cortina de calor ponzoñoso. No es uno de los lugares más peligrosos del mundo, hoy será el más doloroso y temeroso.
De una patada abro la puerta y el primer disparo va directo a la cama donde duerme Sarita. Cuando recibe el impacto de la bala, la primate de unos cuatro o cinco años, se golpea contra la pared a la vez que sus brazos se elevan como los de una muñeca rota. La sangre ha dibujado una mancha con forma de cresta de gallina en la sucia pared. De su desnuda espalda asoma un trozo de columna vertebral rota.
—Vamos güey. Es hora de morir. Y chingarse a la Juani. ¿Cómo lo ves?
Aún está mirando mi cañón humeante y no creo que haya asimilado mis palabras. Estoy ante él, lo suficientemente cerca para que su borracha nariz capte mi olor corporal a carne en descomposición. Cuando intenta reaccionar ya es tarde, y le he clavado el puñal por debajo de la axila izquierda, justo entre dos costillas. He atravesado el pulmón y hace ruido a fuelle roto al respirar.
Por supuesto no puede lanzar grandes gritos, sólo una aguada sangre comienza a manar de su hocico y boca. Su torso esquelético se hunde desmesuradamente para captar un aire que no le da consuelo.
La Juanita no ha gritado, la Dama Oscura la mantiene amordazada con su mano y ha clavado su fino puñal bajo la teta izquierda. En su blusa blanca y sucia, se extiende lentamente un manchurrón de sangre.
Lamería esa sangre que mana por la morena piel de la primate. La Dama Oscura obliga a coger a la Juani los ojos de su hijo y al verlos intenta zafarse de la presa. La Dama Oscura lleva el puñal al sexo.
—¿Te apetece este consolador? Si te sigues moviendo, te lo meteré para que te folles con él.
El primate no hace ni caso. Un macho de su edad, normalmente aguanta mejor el tipo ante estas heridas, pero Miguel no debe ser un hombre fuerte ni muy sano. Le doy un manotazo al mango del cuchillo que se mantiene firme contra su piel y cae al suelo hecho un guiñapo, haciendo ruido al intentar coger más aire. Error, cuanto más fuerza el pulmón, más se llena de sangre.
—No me he quedado ni con un peso de la mercancía de Don Senén, se lo juro, señor.
—A mí eso me da igual, lo que quiero es hacer una obra de arte con vosotros. Dicen que este es un mal lugar para vivir. Que convivís tanto con la muerte, y sois tan violentos, que no hay nada parecido en todo el planeta. Mentira, puedo hacer que empeore.
Le desclavo el cuchillo sin ningún cuidado, corto el pantalón por la cinturilla y como no se está quieto, le hago un profundo corte en la cresta ilíaca, no me gusta el roce del filo con el hueso. Me da dentera, soy un dios delicado.
Si no fuera por el humor...
Como es normal, no lleva calzoncillos, lo agarro por los genitales y lo obligo a ponerse en pie.
—Llama a Don Senén y dile que has perdido parte de su mercancía, que esta tarde no podrás acercarte a la ciudad para venderla. Y dile también, que te traiga pasta o quemas la coca que te queda.
Lo que pretendo con esto, es que los primates se acerquen a mí, y no hay nada más efectivo como el último mono de la manada, retando al jefe. Vendrá.
Le entrego mi teléfono y durante una eternidad marca los números en el teclado. La Dama Oscura, manosea el coño de la primate mirándome con una sonrisa burlona. La primate llora y parece decir el nombre de su macho en una estúpida letanía.
De su coño mana el olor a hembra preñada y es por ello que la Dama Oscura acaricia su vientre con sádica ternura.
A través de la ventana, del comedor-cocina-dormitorio-fumadero de esta choza, puedo ver al vecino de enfrente fisgar. A mí se me da bien matar con lo que sea, y si hubiera habido cuatro ventanas por en medio, le hubiera reventado la cabeza con la misma precisión.
A los pocos segundos, sale una mujer de dentro de la casa, seguida por dos jóvenes.
A la hembra le acierto en un seno y se le desintegra en el aire como un balón. A uno de los jóvenes le vuelo la cabeza y al otro le encajo una bala en la barriga; ahora un riñón cuelga por la salida de la bala. Éste y la hembra, quedan tendidos en el polvoriento suelo retorciéndose bajo el sol abrasador. Los únicos que se acercan a ellos, son los famélicos perros que lamen la sangre que mana de sus cuerpos y muerden tímidamente la carne cruda de las heridas.
Me está entrando hambre.
Los perros se pelean por la comida y sus rugidos me hacen sentir bien, se parecen a mis crueles en mi oscura y húmeda cueva.
Cojo una de las manos de Miguel, le fuerzo a que las extienda en la mesa y con la culata de la Desert, le reviento los dedos. Escupe sangre cada vez más espesa, le queda poco tiempo hasta que la hemorragia le colapse el pulmón sano. Le rompo la otra mano también asegurándome que no las podrá usar en lo poco que le queda de vida, clavo mi puñal en la mesa atravesando su pene. El glande parece una cabeza casi decapitada. Y contra todo pronóstico, ha gritado el primate; poco pero lo suficiente para que mi Dama Oscura se excite y acerque la mano para acariciar el ensangrentado pene clavado a la mesa, como si fuera un trozo de Jesucristo. El primate resopla y resopla moviendo espasmódicamente los brazos pero sin tirar de la polla, el dolor los hace inteligentes.
Me arrodillo frente a la Juani, le arranco la falda negra y las gruesas bragas de algodón. Hundo la lengua en su coño. No la noto predispuesta, así que tengo que invadir su mente. Cuando mis dientes amenazan su clítoris, el flujo empieza a manar y se olvida de la herida de su teta para gemir como una perra en celo con mi lengua hurgando su apestoso coño.
La Dama Oscura hunde el cuchillo en su vientre sin que la primate se percate, siento sus orgasmos en mi lengua. Y la sangre que baja por su monte de Venus viene a mi boca con todo su intenso sabor.
Cuando corta hacia un lado, he de apartar los intestinos de mis ojos para no perder visión. El Miguel intenta por todos los medios mantenerse en pie de puntillas para no rasgar definitiva y dolorosamente el pene tan bien fijado a la mesa. Y así, ante el dolor del macho y el enfermizo placer de su hembra, de mi pene mana tranquilo un semen espeso que provoca un círculo oscuro en mis pantalones caquis. A veces me corro con la misma tranquilidad que si me meara. Para eso soy un dios. Vosotros no lo intentéis, o simplemente os mearéis encima.
La Dama Oscura se está masturbando con la mano oculta tras las nalgas de la mona que se me está corriendo en la boca. Su respiración profunda se transmite hasta a los huesos de la mona.
Sin dejar de lamer en su coño, hundo los dedos en su vientre y encuentro el feto que arranco de un tirón.
Y ahora, es el momento en el que dejo de presionar su mente y dejo que la naturaleza siga su curso. De una patada la echamos a la calle para que el poblado se haga una idea de lo que está ocurriendo. El dolor de la Juani se extiende por toda la tierra caliente. Tropieza con sus propias tripas al bajar el escalón de la casa y cae de bruces al suelo provocando un extraño y sucio barro con la sangre.
Hago girar entre mis dedos el feto de primate y lo dejo al lado de la polla destrozada de Miguel que aún sigue pegado a ella. No parece haber prestado mucha atención a su mujer y se tambalea casi ya desmayado. Sin fuerzas para mantenerse en pie. Dentro de unos segundos, le importará muy poco lo que le queda de pene y decidirá que es mucho mejor dejarse caer y morir de una puta vez.
Pero morirá cuando yo diga y en el preciso instante que me plazca y ningún ser vivo, animal, humano o divino podrá distraer mi atención del dolor de este primate. Sufrirá lo que yo crea necesario.
Le arranco una oreja de un bocado y a pesar de que me desagrada su sabor, me la trago ante sus enloquecidos ojos.
Dos todoterrenos y una ridícula limusina blanca ruedan por la única calle del pueblo levantando una polvareda tras ellos. Salimos a la calle.
Un perro ha entrado en la casa y lame el pene destrozado de Miguel subiendo las patas delanteras sobre la mesa.
La Dama Oscura se unta con sangre el rasurado monte de Venus y yo me toco el pene distraídamente observando los vehículos avanzar.
Lo normal para una pistola de este calibre, es disparar a diez metros, pero vosotros no intentéis hacerlo a sesenta metros como yo, fallaríais.
Con ocho disparos, mato a los siete sicarios que van sentados en los furgones de los todo terreno. Cambio el cargador y ya se encuentran los vehículos a cuarenta metros.
Mato a los conductores y las lunas delanteras, se cubren de sesos y sangre.
La limusina es blindada y sólo he podido reventar los faros.
—Mi Oscura, colócate tras de mí.
Y lo hace, mete una mano en la bragueta de mi pantalón y apresa el glande amoratado de sangre, resbaladizo y mojado. Sabe que cuando me toca la polla, mi odio se acentúa hasta derretir la materia que me rodea. Ahora me masturba y mis ojos se tornan rendijas donde el odio se confunde con el placer y la muerte es mi vida, el dolor mi fin.
Deseo mataros a todos y que ni uno solo de vosotros deje de gritar hasta su último aliento.
—¡Miguelito! ¿Qué has hecho, güey? Don Senén quiere hablar contigo, sal de ahí o quemaremos la casa.
Es uno de los esclavos de Don Senén, el matón que va al lado del conductor. Cuando deja de gritar, el potente ruido del motor del Cadillac, apaga cualquier otro sonido.
—¿Eh güey? Te lo saco ahora ¿vale? Espera y te pongo al Miguel delante de las narices.
La Dama Oscura se toca obscenamente frente al matón mientras entro de nuevo en la casa.
—Ya está, Miguel. Te quedan unos segundos de vida. Saluda a ese marica de dios, no quiero tu alma apestosa.
Dicho esto, tiro de sus hombros hasta liberar su pene clavado a la mesa. Ahora entre las piernas tiene una especie de carne picada que le cuelga lastimosamente.
Lo acerco a la puerta de la casa.
—¿Quieríais esto?
El sicario me apunta muy profesional él, con las piernas separadas y bien afianzadas, con la automática sujeta con ambas manos.
Pego la cabeza del cañón a la sien de Miguel. Tras la detonación, de la cabeza del primate sólo queda colgando del cuello la mandíbula inferior.
Ya os lo he dicho: disparar con este calibre es una auténtica gozada. Da igual que disparéis a blancos, negros o asiáticos, niños, o embarazadas. Compráosla, la disfrutaréis.
Y ya como me apetece, le pego un tiro en la rodilla al pistolero de Don Senén.
Dejo caer la carcasa de Miguel fuera de la vivienda y con el cuchillo aún sucio de sangre, le corto los testículos al pistolero. Grita como un cochino.
Le he metido sus propios huevos en la boca a modo de mordaza. La Dama Oscura acaricia la herida de su entrepierna, y se unta los pechos con la sangre.
El chófer ha salido y dispara, una bala indolora se clava en mi abdomen y me da risa.
Le acierto de un balazo en la boca y dientes y huesos quedan estampados en el techo del blanco vehículo.
Lo blanco me trae siempre a la memoria la vanidad de Dios y su pretendida pureza y toda esa mierda. Los ángeles no follan porque no tienen coño ni polla, pero si por ellos fueran, se tirarían a los putos apóstoles. Los muy promiscuos...
Dios ha tapado el sol con una nube, siempre hace eso cuando los primates gritan demasiado. Cuando siente envidia de mi poder.
La Dama Oscura ha pegado su vagina a la boca del primate que está perdiendo la vida por el agujero de sus cojones. La boca rellena de testículos que intenta respirar masajea accidentalmente su vagina siempre brillante, resbaladiza, húmeda.
Don Senén es un macho de cuarenta y pocos años, viste traje de lino blanco. Oculta el rostro tras sus manos cuando abro la puerta y le apunto con el arma a la cara.
No me quedan balas.
Saco mi puñal de entre los omoplatos y lo clavo en su muslo, tiro del cuchillo y él con gritos y prisa, corre por el asiento hacia a mí.
Recupero mi cuchillo y sale un chorrito pequeño de sangre.
—¡Así, así, así...! —grita en pleno orgasmo la Dama Oscura.
Su ensangrentado monte de Venus me excita. Sus pezones hirientemente duros provocan que se deslicen dos gotas de fluido de mi glande, que se extienden por el pantalón. Da igual la humedad, sea de donde sea, es bienvenida en este lugar.
—Ándele, don Senén. Entre en nuestra casa, que tenemos que hablar de lo que vale de verdad la vida y del dolor. Pero no tengo mescalina, ni coca para amenizar la charla.
Le doy una patada en el culo y le obligo a caminar. La Dama Oscura está sudando y con el fino estilete, dibuja una amplia sonrisa en la garganta del moribundo. No se ha molestado en sacarle los cojones de la boca.
—¿Quiénes sois? ¿Os envía Alcázar? Yo os pagaré el doble, ese cabrón tiene los días contados. Una patrulla del ejército viene para acá. Y espero que estéis de mi lado cuando lleguen.
—Calla, idiota.
Le he empujado reteníendome de clavarle el puñal en la médula.
Cuando entramos en la casa de Miguel y Juani, el acre olor de la sangre se extiende por la estancia. El perro está lamiendo la sangre espesa de la pequeña Sarita.
El feto aún permanece en la mesa. Me pregunto porque, si Dios es tan perfecto, os hace pasar el mal trago de la gestación en lugar de nacer ya formados.
Le encanta que sufráis, es un hipócrita vuestro dios. Todos los dioses lo son. Sólo yo cuento verdades y no prometo nada. Margaritas a los cerdos, nunca entenderéis nada, Dios os creó idiotas.
Agarro el feto y obligo a Don Senén a tumbarse de espaldas en la mesa, dejo que aplaste el glande de Miguel con su espalda. La Dama Oscura se ha arrodillado frente a mí, ha sacado mi endurecido pene y se lo ha llevado a la boca.
Crispo los dedos de los pies de puro placer.
—A ver, Senén. ¿Cuántos de los capos habéis muerto en las últimas semanas?
—Ninguno.
—¿Y no os aburre matar siempre a estos monos?
Mi Dama produce fuertes ruidos de succión con la felación y siento que me va a estallar el pene entre sus labios.
La obligo a que se ponga en pie, la tumbo encima del pecho de Senén y la penetro furiosamente. Sus pechos se mueven frenéticos con las embestidas y sus muslos tiemblan como gelatina.
El estilete continúa en su mano, tan peligroso como su coño, como su amor por mí. Contrayendo su coño, oprimiendo mi polla dentro de ella, clava el cuchillo en la ingle de Don Senén. Es precioso el contraste de la sangre en el lino blanco. No es una sangre muy clara, así que presumiblemente ha pinchado un ganglio linfático y duele tanto que Don Senene no deja de subir su abdomen arriba y abajo para sacarse a mi Dama de encima. Y me ayuda follarla sin que lo sepa.
Si quieres que un primate haga lo que quieras, le has de proporcionar un dolor sin contemplaciones. Sólo de esa forma, puedes conseguir una total atención.
Cuando suelto mi carga de leche, la Dama Oscura se golpea el clítoris con tanta fuerza que temo que se lo rompa.
Se corre, se corre como una puta. Como una perra en celo.
Con la polla aún tiesa me acerco hasta el rostro de Don Senén.
—¡Estáis muertos, hijoputas!
Me molesta que un primate me dirija la palabra y le meto el pequeño feto en la boca. Le clavo el puñal en la glotis, cortándola con cuidado para que no se me desangre enseguida.
Ahora sus ojos se abren desmesuradamente, la Dama Oscura está clavando sus manos a la mesa con unos clavos y un martillo que se encontraba en un capazo a la entrada de la casa.
—No me jodas, Senencito, que tú eres uno de los grandes asesinos de este poblado de miserables. Que tú, primate de mierda, has sido capaz de imponer el terror entre esta piara de idiotas. Eres sólo un hombre, un mono. No deberías haber usurpado el poder de un dios —le sermoneo dirigiéndome ahora a su pies.
Le estoy tatuando 666 en la planta del pie con mi cuchillo.
No, no corro ningún peligro de que me de una patada, la Dama Oscura a encontrado clavos muy largos y se los ha clavado en ambas rótulas también.
Las piernecitas del feto asoman por entre sus labios dándole un aire lastimoso. Tanto poderío y ahora se ha convertido en un vulgar.
No necesito milagros para transformar a los hombres.
Huele a mierda. Senén se ha cagado y meado encima.
Es normal que pasen estas cosas, cuando el primate está sometido a un fuerte dolor durante cierto tiempo, pierde el control del esfínter y la próstata y así, una vida que ya de por sí es mediocre, acaba de una forma humillante. Aunque no creo que les importe mucho morirse con dignidad, de hecho, sé que no quiere morir.
Mi Dama Oscura observa mi mano cortar la piel, jadeando aún por el esfuerzo de clavar a Senén en la mesa. Es adorable y me acerco a ella para besar sus labios y hundir mi lengua en su boca. Chuparla por dentro...
Su alma me dice que quiere unirse a mí.
—Aún no, mi perra preciosa. Eres mía te parieron para mí. Mi esclava...
Se relaja, la siento feliz.
Me aburro de estar aquí, me apetece acercarme al centro de la ciudad para tomar algo fresco y subir al hotel y follarla mil veces.
Lo cierto es que es tan repetitivo matar, que empiezo a perder el interés por verlos sufrir.
Me acerco ahora al rostro bien tonifiicado y bronceado de Senén, le hago un corte continuo bordeando su cara por debajo de los maxilares hasta llegar al cabello elegantemente implantado en su frente.
De un tirón le arranco la cara, ha sido casi perfecto. Lástima que el labio superior se haya roto. Me encanta cuando gritan, ni ellos mismos saben de lo que son capaces de emitir.
Mi Dama se acerca con un salero y espolvorea el tejido ensangrentado con él.
Eso duele. Duele tanto que ha conseguido escupir el feto. Ha caído al suelo y el perro se lo come con voracidad. A veces mato perros también por puro aburrimiento y le he cortado el cuello.
Cuando empiezo una faena la acabo y nunca dejo un ser vivo que pueda ser testigo de mi sacratísima maldad. Y si apareciera una rata, le arrancaría la cabeza de un bocado.
Cuelgo el rostro del primate en el pomo de la puerta de entrada.
—Vámonos de aquí, mi Dama. Hace demasiada calor.
Me muestra el arma del matón de la limusina con una sonrisa y una mirada suplicante.
Acepto.
Abandonamos el Aston Martin en este sucio poblado y volvemos caminando al hotel, por donde hemos venido; entrando en las casas, degollando y tiroteando todo lo que sea humano, todo lo que se ha creado a imagen y semejanza de Dios. Si supiera que cada primate muerto es una herida a Dios, acabaría con toda la humanidad en un instante. Una columna de soldados está acercándose al poblado, tal y como dijo Senén.
Aquí ahora sólo huele a muerte y al coño húmedo y hambriento de mi Dama Oscura. Mi pene se encabrita... Mis dedos se hunden en su raja y ella me llama Dios.
Dejaremos que vivan los militares, sólo un tiempo más.
El ángel Sienidín, canta un aria divina bajo el ardiente sol. Sus músculos se marcan bajo la túnica blanca y sus poderosas alas se baten dulcemente. Le lanzo una patada de polvo para que se calle de una puta vez.
—¿Por qué no le llevas a Dios el rostro de su imagen y semejanza? Se llama Senén. Que se cubra su bondadoso pene con ese pellejo.
Dicen que en Ciudad Juárez hay una media de doscientos cincuenta asesinatos al mes. Gracias a nosotros, batirá records esta semana.
Aunque noventa primates tampoco es como para tirar cohetes. He hecho mejores trabajos.
Pero quedan miles, millones.
Mi odio no se calma, se calienta cada día más como el planeta, como este sucio y polvoriento suelo.
Dejadme, mi Dama Oscura me está masturbando, no quiero hablar más.
Os contaré más crueldades, más aventuras. Secretos...
Siempre sangriento: 666.


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