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27 de agosto de 2010

666 Invasión, dolor, placer



Morir es vuestro fin, nacéis para ello. Sois sólo un ornamento en el planeta.
Desde que Dios creó el Universo y hasta que apareció el primer primate, pasaron millones de años. He matado a bestias más inteligentes y comunicativas que vosotros.
Sin embargo, no eran cobardes; y yo no conseguía sacar plena satisfacción de mis actos.
Cuando apareció el primer hombre y le arranqué las uñas de manos y patas, me ofreció a su peluda hembra y la cría que llevaba en su vientre a cambio de no sufrir más. Fue el primer pacto que la especie humana hizo conmigo, con el Mal Puro.
No dejé que la hembra muriera durante el tiempo en el que abría su vientre. Le arranqué su pequeño macho y le aplasté la cabeza contra una roca. Le di el cadáver al neandertal y lo devoró a mi orden. No dudó. Su ridículo pene aún no evolucionado hacia complejas prácticas sexuales, dejaba escapar un incontrolado chorro de orina. Invadiendo la mente de la primate, sentí en mi propia piel el miedo y el dolor que padecían estos nuevos animales. Y me sentí sucio de cobardía.
Os odié instantáneamente, el sólo hecho de ser un invento de Dios era suficiente, pero conocer la textura de vuestro pensamiento provocó la ira en mí.
Al primate macho le permití vivir a cambio de su alma. Murió de viejo. Vivió lo suficiente para hacer saber de mi existencia entre sus contemporáneos y así empezó la humanidad a comprender lo que es el Mal. A temerme y adorarme.
En ese momento supe que nunca me cansaría de torturar, desmembrar, asesinar y enloquecer monos.
Yo invado vuestra mente, yo permito gritar o gozar durante vuestra agonía. Yo decido como morís, porque la muerte no es una decisión que tenga que considerar. Los primates sois cadáveres que no se han dado cuenta de que están muertos.
Descabezados.
Mi Dama Oscura mantiene la boca cerrada y los brazos en cruz. Le permito que sus manos descansen en las argollas del muro, donde cuelgan las cadenas malolientes, sucias de sangre y tejidos podridos.
Y si le permito que se sujete las manos, es por causa de su tremenda naturaleza voluptuosa, cuando le sobreviene el orgasmo, entra en estado de shock, sus piernas se doblan, su espalda se arquea y su vientre parece entrar en erupción.
Quiero que se mantenga de pie durante el clímax de sus orgasmos y no moleste mi trabajo con la lengua. Quiero que se corra de pie en mi boca.
No necesito cadenas para que se mantenga en la posición que le exijo. Invado una parte muy precisa de su mente para controlar algunas partes de su cuerpo dejando su voluntad intacta. Ella asiste a mi invasión con un terror irracional, siempre ocurre, es lo peor que existe: que alguien usurpe la voluntad propia. Por pequeña que sea la presión, es la violación de las violaciones. Es peor que ser atado o encadenado. Infinitamente peor, y si presiono y tomo el control de la totalidad de la mente de un primate, aún es más aterrador, ya que a partir de ese instante, son conscientes de que les queda muy poco de vida. Tener la certeza absoluta de que se va a morir en ese instante, provoca que cualquier primate se aboque a la locura en cuestión de minutos.
He permitido el control de su boca porque me ha retado: no la abrirá para gemir en ningún momento. He dejado sus manos a su control, para que se canse. Sólo controlo sus piernas, que entre ellas, es donde se encuentra su coño profundo y salvaje.
–Esta puta no te regalará hoy un solo gemido –dice con sus desafiantes oscuros ojos entrecerrados y peligrosos.
–Lo sé –le contesto metiendo la mano por dentro de la braguita de blonda blanca que contrasta contra su piel siempre morena.
Está húmeda y resbaladiza la tela, por la vulva se deslizan mis dedos con tal facilidad, que la penetro con tres sin necesidad de empujar.
Deja caer la cabeza hacia atrás llevada por el placer y de su frente se deslizan gotas de sudor que le escaldan los ojos y no puede enjugárselos con las manos. Lagrimea y los lamo, me gusta el sabor salado de las lágrimas. A menudo hago llorar de terror a los primates para obtener una buena copa de lágrimas.
Tal vez monte una granja de humanos para tener lágrimas frescas cuando me apetezca. Los pondré a cuatro patas, haré profundos cortes en sus lomos, y clavaré astillas entre sus vértebras; unos embudos sucios de sangre, recogerán sus lágrimas. Será una técnica que requerirá estudiar muy bien la distancia entre el ojo y el embudo, ya que se pueden juntar lágrimas y mocos.
Nunca se me acaban las ideas cuando se trata de hacer daño a los primates.
Cuando saco los dedos de su vagina, están cubiertos de una densa mucosidad que extiendo por mi falo con tanto entusiasmo, que a punto estoy de acabar masturbándome ante su coño dilatado.
Me llevo los dedos a la boca con obscena glotonería.
Sus ojos son dos rendijas, me odia por no metérsela, sus muslos están temblando y he abierto sus piernas cuanto he podido para que se ofrezca a mí. Que me incite la puta a que la folle hasta que le salga mi pijo hediondo por la boca.
¬–Dime que quieres ser follada, dime que necesitas sentirte llena, a reventar de mí.
No abre la boca. Si yo invadiera profundamente su pensamiento, escupiría esas palabras en el acto.
–Crueles, venid y lamed su coño hasta que sangre.
Los cerdos bípedos, de piel negra y verrugosa recubierta de vello crespo duro, con sus zarpas de oso y afilados colmillos que les provocan perpetuas heridas en los belfos, emergen de la oscuridad de mi húmeda cueva, salen de entre las rocas. Son cuatro.
Sin cuidado alzan el cuerpo hasta la horizontalidad.
La muerte es horizontal y lleva al infierno.
Dos son los crueles mantienen a la Dama en suspensión. Dos los que lamerán la piel de su sexo hasta el dolor.
Lucha por mantener las manos aferradas a las argollas. Sus enormes pechos, se estiran ante el esfuerzo y sus pequeños y contraídos pezones son recorridos por las ásperas lenguas de los crueles que la sujetan. Lenguas largas y anchas que dejan un rastro enrojecido en la piel. Cuando las lenguas se arrastran por ellos, piensa que se los arrancarán.
Los otros dos crueles se han arrodillado frente al altar que es su coño, sus largas lenguas se enredan entre sus muslos y dejan pequeñas heridas en la zona interna.
El dolor no es demasiado fuerte para ella, puede aguantar mucho más, pero mi invasión, su forzada postura y las dos lenguas que ahora han penetrado en su vagina provocan en su gesto un rictus contradictorio de dolor y placer.
La piel que recubre sus costillas parece rasgarse por la agitada respiración. Su boca continúa sellada.
Invado la mente de un cruel y con una uña de su peligrosa zarpa de oso, practica pequeños cortes en el rasurado pubis.
Llevo la uña hasta el clítoris y allí la detengo, el cruel suda, es demasiado básico su cerebro para entender nada de lo que hace. Ni siquiera sabe que estoy dentro de él.
La Dama Oscura separa aún más las piernas, hasta tal punto, que los labios interiores de su vulva asoman como una flor fresca y dejan ver el profundo agujero de su coño. Sangra su espalda, allá donde las garras de los crueles la sujetan con fuerza en alto.
Las lenguas entran y salen de su vagina y la suave piel de sus muslos sangra levemente. Cierra los ojos en un profundo éxtasis.
–¡Méate! –le ordeno.
Y deja escapar suavemente la orina que corre por las lenguas y los rostros de los crueles. Éstos gruñen excitados y lamen con más fruición. La orina corre también por su vientre, gotea por sus muslos. Es un agua caliente que ahora moja mis endurecidos pies.
De mi glande se descuelga un filamento denso que se estira sin romperse, mi glande está tan sensibilizado que siento como oscila y es una caricia más que me lleva a la brutalidad más peligrosa.
–Separad más sus piernas, aguantadla firme.
Los crueles con sus lenguas aún colgando, gruñendo pura maldad, cogen sus piernas y las separan hasta que los abductores de las ingles hacen palidecer la piel morena de la Dama. Las venas de su cuello se han hinchado ante el dolor. Los crueles respiran agitados, inquietos cuando me acerco a ellos y los rozo. Una lengua larga y pesada reposa bajo el pecho izquierdo de la Dama Oscura.
Lamo las venas palpitantes de su cuello, cierro los dientes en una de ellas y siento como su cuerpo se tensa ante la mortal amenaza, su boca sigue firmemente sellada.
Aflojo la tensión de mis mandíbulas y beso la vena, para absorberla y dejar una moratón oscuro en su cuello. Unas gotas de orina manan de nuevo de su sexo y yo dejo escapar la mía entre mis propios pies.
–Puta –le susurro al oído ¬–Pídeme que te empale.
Me mira con una sonrisa lasciva, y saca su lengua mojándose los labios. Sus manos no aflojan la presión de la argolla. Lamo el sudor de su frente e invado con la lengua sus labios entreabiertos, su lengua combate contra la mía con furia. Me muerde el labio inferior y escupe el trozo que me ha arrancado.
Mi pene se endurece hasta la desesperación y el dolor es un cable que une mi labio con la polla. Laten al unísono y una gota de prematuro semen aparece en mi meato que se muestra abierto como su coño.
Pinzo el pezón izquierdo con los dedos y lo retuerzo. Sus ojos se quedan en blanco y una fuerte convulsión de su cuerpo hace que el cuerpo casi se escape de las garras que lo inmovilizan a la altura de mi cintura. Otros pequeños espasmos seguidos e incontrolados como un ataque epiléptico, anuncian que ha subido la cima de un clímax.
Me mira con la sonrisa sucia de sangre.
Ante sus piernas casi desencajadas, lanzo un fuerte manotazo a su pubis desnudo. Saco el puñal de entre mis omoplatos y presiono suavemente el filo en su clítoris.
Deja de respirar y su piel se eriza en un escalofrío.
Cuando deslizo el cuchillo no puede saber lo que ocurre en su coño. Todo su cuerpo se ha convertido en un tenso cable de acero.
Retiro bruscamente el puñal de su sexo y beso su clítoris aplastándolo con la lengua, se deja llevar por la lasitud y de su vagina mana un abundante flujo.
No habla por la boca, pero su coño es poesía pura.
–¡Puta!
He lanzado un grito atroz que resuena hasta el infinito en las paredes de la cueva. Los crueles gimen y he visto por el rabillo del ojo, un ángel asomarse desde la entrada de la cueva con la cara asustada.
Ahora su pelvis se ondula entre los brazos de los crueles, me invita, me incita a penetrarla. Ostenta control sobre mí.
Su vagina palpita deseando ser invadida. Planto mi pene en su coño y presiono sin penetrar.
Las venas de sus sienes y cuello continúan inflamándose por la tensión acumulada. Los crueles gruñen excitados sin atreverse a mover un músculo. Mi Dama muerde su labio inferior hasta hacerlo sangrar, para no lanzar un gemido que nace de la presión sostenida de mi falo en su sagrado coño.
–Traedme a la princesa.
La joven hija del rey de un pequeño principado europeo, es arrastrada por los pelos ante mí por dos crueles, las patadas que le dan la ayudan a moverse como una borracha.
Apenas debe tener quince años. Sus pechos nuevos y aún por mamar, están pálidos, coronados por unas areolas de rosadas y unos pezones blandos que apenas resaltan, son una tentación que devorar.
La Dama Oscura se revuelve furiosa de celos entre las garras de mis bestias sin importarle herirse con las garras que la aprisionan.
Los crueles la elevan en brazos, colocándose a un costado de la Dama Oscura, ofreciéndome en ofrenda satánica su coño cerrado.
Su vagina sellada.
Dos coños ante mí y mi pene expandiéndose y llenando de obscenidad el infierno.
–¿Qué me van a hacer?
No presiono su mente, no la invado. Dejo que el miedo y el dolor la inunden y sus nervios transmitan toda la intensidad de la maldad.
Me inclino ante uno de sus pechos y succiono con fuerza arrastrando la areola entre mis dientes casi cerrados. Grita de dolor y patalea, el movimiento hace que mis dientes rasguen más aún su sensible pecho. Sangra por la espalda, a la altura de los lumbares, allá donde las uñas aceradas de los crueles la sujetan.
Bebo su sangre con delectación y uno de mis dedos recorre la raja de su coño.
El escaso vello rubio de su pubis deja entrever la delicada piel que hay debajo y que nadie ha besado. Ni mordido, ni arañado, ni cortado...
La Dama Oscura ha soltado las argollas y araña los ojos de los crueles. Clava profundamente sus largas uñas en sus globos oculares reventándolos, sangre y un incoloro líquido espeso desciende por sus pelajes plagados de gordas garrapatas y cucarachas de ojos rojos.
La princesita es un pago de su padre. Le libré de la leucemia que lo estaba matando, de la leucemia y del sida que le inocularon por su culo herniado de tanto que lo han follado.
Prolongar su vida ha tenido el coste del cuerpo de su hija y su alma. Cuando muera, su alma será mía y durante toda la eternidad, tendrá a su hija mamando de su pequeño pene. Para siempre, para que se ofenda Dios, para que sangren de vergüenza y asco los ojos de los santos y los ángeles.
Para que Dios se masturbe enfermizamente en su trono celestial, ante la corrupción de este purísimo coño.
Escupo con desprecio en el vientre de mi Dama Oscura para excitar más su cólera. Está a punto de librarse de las garras de mis crueles, ambos están ciegos. Y sus brazos tiemblan de dolor.
Con el puñal dibujo en el estómago de la princesa un imperfecto círculo sin otro fin que provocarle dolor y torturarla. Para mí es una obra de incomparable belleza la dulce sangre brotando por la pálida piel inmaculada.
Me excita.
Cuando la penetro, la sangre de su himen rasgado lubrica mi falo. Es tan estrecha su vagina que la presión que ejerzo desestabiliza a los crueles, pero consiguen mantenerla firme para mí.
Mis cojones golpean sus nalgas aún no formadas. Su pubis se deforma ante la penetración. Y hasta en su vientre siente con un insoportable dolor la gorda cabeza que es mi glande.
Está tan encajada en mí, que a mi orden, los crueles la liberan y sus hombros y cabeza golpean contra el suelo, pero su pelvis está pegada a la mía. Está tan profundamente empalada, que parecemos dos perros enganchados en la cópula. Muevo mi cintura follándola, provocando que su cabeza golpee contra el suelo.
Sangra y sangra su coño, sangran sus vísceras reventadas, sangra su cuero cabelludo. Sangran sus ojos por las hemorragias de los golpes. Toda belleza real se ha esfumado de su cuerpo. Toda cordura se ha corrompido y el dolor es locura y la locura terror.
Una breve eyaculación y el semen rezuma por nuestro coito, ensangrentado y viscoso.
Ya apenas grita y siento la deliciosa vagina acoger y presionar con fuerza los abultados capilares de mi pene.
La Dama Oscura por fin está de pie, los crueles ciegos buscan un lugar donde esconderse y chocan cómicamente contra si mismos, contra las rocas afiladas.
Mueren lentamente desangrados sin encontrar el camino al infierno.
Me ha quitado el puñal de las manos.
Apoya el filo en mi pubis amenazando con cortarlo. Jadea por el esfuerzo y la excitación. Me besa la herida del labio.
Me escupe mi propia sangre a la cara.
Clava el puñal en el pubis de la princesa y corta hacia el clítoris. Cuando se desgarra el tejido, la cintura de la joven princesa resbala por mi pene hasta liberarse cayendo al suelo entre gritos de dolor.
Mi pene bañado en sangre me excita.
La Dama Oscura se arrodilla ante mí y con el filo del cuchillo en mis testículos se lleva mi falo a la boca. Se lo mete tan profundamente que le sobreviene un vómito y los restos de una digestión hieden en el suelo de la cueva. Mi polla ahora está limpia de sangre.
La niña sigue lanzando sus irritantes gritos. Le clava el puñal en la garganta y lo deja allí, para que se ahogue en sangre la puta princesita.
A veces pienso si mi Dama Oscura no fue un error de Dios, un ángel caído en medio de la nada, sin saber ni ella misma de su naturaleza.
Se arrodilla ante mí, retrae el prepucio con violencia y muerde mi glande.
Rujo de excitación y dolor, un fino polvo se desprende del insondable techo negro. La princesita sufre pequeñas convulsiones muriendo.
La belleza del Mal no tiene parangón en el Universo. Muerte y dolor, agonía y eternidad...
La aferro por su melena negra y la obligo a incorporarse, atenazo su coño con mi mano, cerrando con fuerza los dedos, exprimiendo sus jugos.
No gime, no emite un solo sonido y me enfurece.
Fuerzo su mente y araña mi voluntad furiosa, se revuelve contra mí en su pensamiento ante la intrusión. Sin que pueda evitarlo, la obligo a sentarse en mi trono de piedra, con los muslos sobre los apoyabrazos, indefensa su vagina abierta ante mí.
Quería que se corriera de pie en mi boca, incómoda y tensa; pero hay que improvisar cuando las situaciones así lo exigen, soy adaptable, tengo tiempo. Tenemos toda la eternidad.
La penetro sin cuidado y su cabeza golpea la piedra, sus pechos se agitan salvajemente y sus manos se cierran en ellos para evitar el dolor.
Mi bálano aparece untado de una crema blanca, el roce eleva el calor de los sexos amalgamando los fluidos. Pinzo su clítoris duro como una perla y su boca se abre.
Lanzo mi pelvis en otra embestida furiosa y eyaculo con fuerza en su interior, presiono con cada contracción que siento, sosteniendo el orgasmo que crece en ella imparable y se extiende por su pubis, por el vientre, electriza sus pezones y se aloja como una puñalada de intenso placer en su cerebro.
Su flujo abundante rezuma por la unión de los sexos y noto como gotea por mis testículos al suelo.
Un perro con una pata amputada, de pelaje atigrado, lame el suelo y sus miserias.
La Dama Oscura aún se sacude con los ecos del orgasmo.
Hay un momento de silencio, tras de mí, el cadáver de la princesa empieza a apestar el aire. Los crueles muertos son bultos en la penumbra. El sonido profundo de nuestros pulmones es la única prueba de que hay vida en el infierno.
Enciendo un Cohiba y aspiro con fuerza el humo ante el sexo goteante de la Dama Oscura. Me toco distraídamente el pene.
–No me has arrancado ni un gemido, mi Dios Negro.
Y beso su boca profundamente, sin dolor, sintiendo lo que yo no debería pronunciar ni pronunciaré jamás.
Le paso mi puro y aspira de él profundamente.
Observamos el sexo destrozado de la cría de primate, como un objeto decorativo.
–¿Así de fácil te la dio como pago?
–Tiene la esperanza de tener más hijos.
–¿Lo permitirás?
–No. Violé a la reina. Y engendrará una cría de primate con espina bífida. Y vivirá muchos años con ellos. No serán felices jamás, no podrán olvidar su hija primera.
–No tienes piedad, mi 666. Por mucho mal que hagas, no tienes suficiente...
–Nunca, mi Dama Oscura, jamás dejaré de hacer aquello para lo que existo.
–¿Te gustó tirarte a la reina? –me pregunta con un asomo de malicia, de celos.
–Me gustó pudrirla por dentro, en sus entrañas ahora corre la enfermedad de mi semen venenoso. Ya no es bella, su piel se desprende como escamas secas, sus uñas sangran. ¿La oyes gemir abrazada a su embarazo? Sin piedad, mi Dama Oscura.
Iros, dejadnos solos, ya habéis visto bastante, me molestáis.
Ya os contaré más cosas, más muerte y más dolor. Más sexo y aberración.
Siempre sangriento: 666.



Iconoclasta
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25 de agosto de 2010

De la humillación y el amor



Es una extraña mujer de parcos mensajes de aberrante amor y necesidad. Ruega castigos y humillaciones.
Cansada de amabilidades ha perdido la esperanza de encontrar la pasión en el amor. Pide un maltrato, un insulto que la haga sentir que importa. Aunque sea para ser humillada.
Busca lo abyecto.
–¡Maltrátame, véjame!
Afirma ser sumisa.
Desconfía de la palabra amable y cortés que pinta su piel de gris. No quiere palabras tiernas que la condenan a la mediocridad de los días iguales. Tiene piel sedienta y un sexo húmedo.
Busca la humillación para importar a alguien. El amor que han pretendido darle mata el ánimo y la ilusión, la hacen madre y sirviente. Un jarro de agua fría en su ardiente corazón.
Un corazón cubierto por unos hermosos y pesados pechos de pezones que se erizan ante la palabra obscena, que responden instantáneamente a la boca que saliva obscena por mamarlos.
Ser succionada un poco más allá del límite del dolor.
Importar. Importar aunque sea para ser odiada.
Trascender con su coño húmedo y los dedos mojados.
Cualquier cosa por ser ella, porque los ojos la miren, porque sepa el mundo que su coño arde, que se masturba furiosa enterrando el puño entre sus piernas.
–Yo te maltrato, puta –susurraré en tu oído tirando de tu cabello.
Voy a llenar ese coño blasfemo.
Eres una puta.
Una golfa que me excita con su lacónica tristeza, con su amor frustrado.
Te joderé hasta el alma, morderé tus muslos hasta marcarte.
Escupiré mi esperma en tu pubis y lo extenderé por tus pechos.
Meteré los dedos en tu ano de zorra cuando te corras.
Abofetearé tu rostro obsceno de placer y perversión.
Y cuando respires cansada, con las manos sujetando tu coño dolorido, mientras tus pezones se relajan del dolor de mis dientes; invadiré tu mente idiota.
Y te diré que te amo, que eres preciosa.
Te lo diré con mi pijo aún mojado de semen y de ti, rozando tus nalgas, acostado a tu lado.
Y te haré el animal más importante de La Tierra.
Porque hay un momento para el amor puro, y es cuando los cuerpos están derrotados y la piel ha dejado de exigir. Cuando el cansancio es tal, que no permite al pensamiento usar falsos amores para arruinar el desesperado amor con el que te jodo.
Y ahora, zorra melancólica, bésame los dientes que te harán sangrar los labios de hambre y deseo.
Olvida humillaciones y castigos, y abre tu mente al amor de verdad como tus piernas se han abierto para recibir mi falo duro y doloroso.
Porque la vida es tan simple, hermosa mujer triste, que no merece la compleja tortuosidad de tu deseo.


Iconoclasta

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21 de agosto de 2010

Crónica del amor letal



Nunca pensó que podría vivir sin ella; tenía razón, pero falló en el cálculo del tiempo de supervivencia.
Se masturba de costado, dando la espalda a su mujer. Presionando precisa y rítmicamente un glande henchido y amoratado de sangre. Su polla reacciona como su pensamiento a la lejanía de la que ama: amplificando el amor, desmesurando el deseo para llegar a ella como sea. Su pene endurecido es un eco de su pensamiento absolutamente dedicado a ella.
Se siente solo y por alguna razón de instinto y posesión, su erección lo lleva hasta el dolor pensándola, amándola.
Siempre pensó que moriría en el mismo instante en el que ella dejara de amarlo.
Sus dedos resbalan en el viscoso prepucio, arrancando placeres que provocan espasmos musculares que lucha por controlar.
El pantalón del pijama está mojado y cuando desnuda el glande, la tela recibe la sensible carne con dulzura. La dulzura del sexo que desea.
Intenta mover tan solo los dedos, como una pinza que se centra exactamente en el génesis de todo el placer y anular todo movimiento innecesario. Su masturbación es compleja y sus testículos bullen de un semen que presiona indecentemente. Se le escapan micro-gemidos que lucha con todas sus fuerzas por ahogar, para que la que detesta, no oiga.
Que no despierte.
Que lo deje a solas con su pensamiento, con su paja.
Con la que ama más que a su puta vida.
Podría correrse imaginando que la besa, el simple roce de sus labios provocaría una intensa eyaculación.
Va más allá y en su imaginación su lengua lame lenta y potente la raja de su coño, abriéndose paso entre los labios y aplastando un clítoris duro y eléctrico que hace que el vientre que ama se contraiga con cada lamida.
Su glande está bañado de un moco oloroso y sexual, el movimiento del hombro es apenas perceptible, tan sólo el aleteo de un insecto le provocaría un orgasmo. No necesita el puño, está tan excitado que suda su bálano. Sus piernas se estiran, se tensan y con la otra mano, coge los testículos llenos y pesados haciéndose daño.
Las yemas de los dedos presionan ahora dolorosamente el glande; están tensos ante el desenlace. Siente la presión en sus conductos seminales y duele el semen inundando la caverna de su falo. Su vientre se contrae con fuerza y muerde el labio inferior para no gemir cuando el hirviente semen sale con fuerza e inunda el ombligo y de una cálida marea la tela del pantalón.
Se duerme diciéndole que la ama más que a cualquier cosa en el mundo. Duerme como si aún tuviera en su boca y su nariz, el sabor y el olor de su coño puto.
Y la llama puta al oído por tener semejante cuerpo y ella sonríe y le coge la polla sacudiendo el semen que aún gotea.
Mientras duerme, el semen se seca en el pijama y su vientre, en el vello de su pubis.
Cuando despierta, el esperma endurecido ha dejado tirante la piel y evocándola, se rasca suavemente, demasiado cerca de la polla y de los cojones, para limpiar los restos de amor y deseo.
Así ocurre cada noche de un verano tórrido, en las que se encuentra más alejado de ella que nunca. Duele hasta el alma amarla.
Así ocurre cuando se queda solo en la casa y el cuerpo rotundo de la que ama, ofrece sus pezones duros para ser recorridos por su glande cruento.
Duele el pene desconsolado que cabecea gordo entre sus piernas, que incluso en los momentos de mayor cansancio, se expande presionando contra los jeans provocando una excitante incomodidad.
Su boca está llena de baba sexual.
Y todo eso es locura de amor.
Amarla a veces en la lejanía, le hace sentirse condenado, recluido en una vida errónea.
Algo debería ocurrir para evitar esa sensación de estar rasgado: un infarto, un derrame cerebral, algo que él no pueda evitar. Porque voluntariamente no puede dejar la vida. No puede estar sin ella.
Cada despertar deja escamas entre las sábanas, secas láminas de amor que se desprenden con el primer bostezo.
El tiempo pasa lento entre anhelos y frustraciones, entre sueños construidos y abatidos. Sueños que se cumplen en contadas ocasiones, pero que les dan fuerzas para continuar amándose. Han condensado una vida entera en tan sólo unos pocos años.
Un día, sin esperarlo, sin creer que pudiera ser cierto, el dolor padre de todos los dolores se aferró a su cuerpo como una garrapata sedienta de sangre.
Ya es tarde. Ella sonríe a otro como una vez le sonrió a él.
El dolor es cáustico. Está perdido.
El dolor tiene filo de cuchillo que parte el corazón en dos y colapsa los pulmones.
Me duele a mí a pesar del tiempo que ha pasado. No creo que sea una buena idea dejar testimonio de estas vidas, requiere sentir dolor. Estoy tentado de apagar la computadora, temo infectarme de ese espantoso germen del desamor.
Se retira, da un paso atrás. Llegó el momento. Uno es apartado del camino cuando llega otro mejor y más fuerte. O diferente.
El tiempo es caprichoso, y puede crear un amor inquebrantable o puede hacer mediocridad de lo más hermoso. Cómo no... Toca destrucción.
Sonríe llorando y se desconecta del chat sin decir adiós. Cuando el camino se pone duro...
Ella le envía algún correo amistoso, contándole de ese nuevo amigo que ha conocido. El hombre no puede acabar de leerlo y lo archiva en la carpeta con su nombre. No le contesta.
Con el paso de las semanas, no recibe nada de ella.
Y de la misma forma que sentía su amor invadirle desde miles de kilómetros de distancia, siente ahora el doloroso ácido de la indiferencia.
No puede permitirse llorar ante ella, pedirle que no lo deje. Que se convertirá en vómito sin ella.
El tiempo es el disolvente universal y diluye todo aquel amor convirtiéndolo en un triste recuerdo. Incluso deja de ser amor. Incluso duda de que alguna vez hubiera sido amor.
Ahora se masturba por no llorar y aún así, llora con la misma técnica silenciosa al lado de la que no quiere. Las noches son largas, nunca habían sido tan largas.
El dolor lo ocupa todo.
El semen es molesto, se enfría enseguida, es desapacible. Huele mal.
El orgasmo es un llanto que sale sin fuerza y se escurre muerto entre los dedos.
Y continúa dejando escamas al amanecer, ahora son pútridas de desamor. Escamas de un semen cuajado y mohoso. Duele en la piel, ya no hay ilusión alguna.
Arde su pijo cuando se masturba pensando en cuando ella le amaba.
De lo único que puede arrancar algo de orgullo es de su dignidad, de haber dado un paso atrás silencioso, una discreta salida del escenario. Le dijo que sería así, que no tenía que preocuparse. Pero él sí que tenía de qué preocuparse. Sabía del dolor, pero no conocía la correosa mordida del desamor. Ignoraba la infinita magnitud del dolor de no ser amado.
La destrucción de su única y poderosa historia de amor y la más bella que nunca osó soñar, ha llegado imparable como el viento atómico.
No tan poderosa... Se ha deshecho en jirones como la voluta de humo del cigarro que cuelga de sus labios.
No tiene valor para abandonar la vida, como tampoco lo tuvo para abandonarla cuando ella le amaba.
Ahora se rasca las escamas y debajo de ellas sale sangre. Las escamas del olvido tienen poderosas raíces que invaden sus intestinos.
Algo quema sus entrañas: su cuerpo tampoco entiende la vida sin ella.
Quimioterapia le receta el médico. El cáncer de piel está haciendo un agujero en su vientre y el pubis aparece despellejado con pústulas de pus que se extienden hasta el ombligo. Allá donde se formaban las escamas de amor, ahora se pudre.
Repudia la quimioterapia y todo aquello que pueda calmar su dolor, todo aquello que pueda prolongar su vida.
La que no ama no lo entiende, no puede entender que el maldito cáncer haga presa en su hombre. No quiere que muera. Y a pesar de ese dolor que demuestra la mujer que no ama, no consigue tener ni el más mínimo acto de ternura hacia ella. Ni el miedo a la muerte puede traicionar el amor que una vez sintió. La ama en silencio, quedamente por las noches, supurando amor roto por las llagas de su vientre.
Las sábanas al amanecer están manchadas de sangre y piel necrótica. Y sus tripas rugen de dolor al incorporarse. Se cubre con una venda el vientre para poder soportar el roce del pantalón y va a trabajar cada día.
Y cada día huele peor, la llaga es profunda, y una última piel que ha desprendido con sus dedos, muestra el intestino palpitar como un gusano agonizante, aplastado.
El desamor siempre es letal, y él, pobre idiota, pensaba que amar era lo más duro.
Siempre pensó que cuando fuera relegado por otro, no sobreviviría, que moriría fulminado.
Pero ahora escupe sangre, y el humo del cigarrillo parece ácido en sus pulmones.
El desamor es inaguantable y pide al corazón que falle.
Pide que el tumor se extienda rápido.
Se llena de tierra seca las heridas buscando más infección. Que la pus acelere su muerte.
Que los gusanos le coman las costras que sujetan con precariedad sus intestinos.
El tiempo no sólo se ha detenido, si no que avanza para atrás y se eterniza la muerte y la corrupción del alma y el cuerpo.
Pero toda esa podredumbre, no puede distraer la masiva hemorragia de desamor. No existe un dolor más fuerte. Murió su hijo hace años atrás y aquel dolor era soportable.
Ahora ya muere, ya es tarde, el cuerpo ha perdido toda capacidad de regeneración y la mente se ha perdido en algún lugar demasiado remoto dentro de sí misma.
Sus tripas se deslizan a través de la carne muerta, como lombrices mojadas se escurren por sus piernas. Muere en el asiento de la oficina, en un despacho donde le habilitaron para que nadie pudiera oler la carne del leproso del desamor.
La muerte empezó hace seis meses; pero realmente ocurrió hace seis años, hace seis siglos.
El desgraciado ha tenido suerte, ha podido morir por fin, antes de que la verdad le abofeteara de nuevo: un icono de nuevo email parpadea en la esquina del monitor. Sea lo que sea ya no dolerá, ni siquiera importará.
Lo abro y dice:
“Aunque no te lo creas, te extraño. ¿No podrías contarme al menos cómo te encuentras?
Un día me dijiste que si supieras que amaba a otro, te marcharías en silencio, sin una sola queja. Y lo cumpliste. Gracias por ello, corazón.
Espero que no hayas cumplido aquello de “sin ti me muero”, siempre fuiste muy exagerado, muy pasional.
¿Crees que un día podríamos hablar?
Besos.”
He borrado el mensaje, porque si hubiera la posibilidad de que hubiera otra clase de vida tras la muerte, alguien debe hacer algo. Es bueno evitar el dolor.
La verdad es dolorosa e innecesaria.
Soy un hacker sin ambiciones, por puro entretenimiento. Ellos captaron mi atención en una de esas redes literarias, Había una corriente inusual entre ellos. Como un voyeur entré en sus cuentas, asistí a sus conversaciones, a sus deseos y anhelos.
Incluso con un pequeño programa de escucha, intercepté sus llamadas. Sus imágenes de cibersexo.
No era el sexo, no buscaba excitarme. Era la tremenda pasión que había en ellos, la tremenda y dramática emoción que poseía a los amantes, lo que me llevaba a pasar horas oyéndolos, leyéndolos, observándolos.
No me enamoraré jamás, sé lo que se siente.
No vale la pena pasar por ello.
Que esta crónica os enseñe que el amor no es felicidad.
Amar es una cabronada.
Que descanse en paz si puede; porque que si el amor puede ser eterno (que no lo es), el dolor más aún.
Si estáis enamorados, si amar os duele, estáis condenados, aún así, prefiero vuestra muerte dolorosa que la mediocre vida de los vulgares.
Pero yo no me enamoro, da miedo...


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17 de agosto de 2010

El hombre de vidrio



Despertar es mi pesadilla, el día es un tormento, empieza cuando su hermoso rostro se difumina en la espantosa realidad de un feo amanecer.
Esta mañana es tan horrible como todas, al despertar, un lado de la cama está ocupado por una extraña que lleva años compartiéndola. No es Ella, como en mis sueños. La he estrangulado y ha muerto sin entender.
He meado y luego he enterrado sin miedo y sin cuidado las manos en un cubo lleno de vidrios rotos que tenía preparado para cuando llegara un día como hoy.
Porque sabía que un día estallaría en mi cerebro la locura, estas cosas pasan.
Porque el vidrio invadiendo la carne no duele, cuando estás abandonado, cuando la desesperación es tal que te miras al espejo y te ves deshacer el rostro, no hay nada que pueda salvarte de sufrir.
Dicen que un dolor tapa otro dolor.
Pues el vidrio entre uña y carne, a pesar de lo doloroso que resulta el alzamiento sangriento de las uñas, no consigue tapar el dolor de mi rostro deshaciéndose de pena y de una sensación de soledad que se extiende por mi piel.
Se me descuelgan los labios y aunque con los dedos sangrando los sostengo en su lugar, se me vuelven a derramar y cuelgan lacios junto con las mejillas.
Exprimo los vidrios, tal vez consiga llegar a un nervio principal y envíe una descarga de dolor que rompa un vaso capilar en el cerebro y muera con los ojos ensangrentados.
Sé que nada podrá calmar este dolor.
Salvo la que está lejos, muy lejos.
¡Qué lejos, cielo!
Sí, el cerebro da la voz de alarma: hay un daño masivo en las manos, en las manos que tienen un reflejo de preciosa miniatura en la lejanía.
¿Por qué todo lo que amo está en el fin del mundo?
Yo a mi cerebro no le hago caso, he aprendido a actuar igual que mi polla, aunque duela, aunque la miseria me coma, aunque el cáncer del ansia se extienda por mi carne como un hongo negro, mi pene se mantiene duro. Es animal puro.
Tic-tac, tic-tac, tic-tac...
Pasa el tiempo y esto no mejora.
¡Cielo, qué lejos!
Me froto las manos y entre ellas la sangre se derrama dulce, espesa. Me la extiendo por el dorso, como un jabón contra la pena. Un tratamiento de colágenos de amor. Porque yo lo valgo (lo dice Denise Richards en un anuncio de cosmética).
Yo no valgo una mierda, ahora no sirvo ni para estar escondido.
Se me escapa una risa que parece un graznido, me pregunto como todo este dolor me permite pensar en cosas tan banales. El cerebro tampoco es como para tirar cohetes.
Los dedos meñique y anular de la mano izquierda han quedado completamente rígidos, crispados. Como si estuvieran aterrorizados.
Y no duele...
A la mierda los tendones, me los he cargado y el dolor de mi ansia deshaciendo el pensamiento no ha mermado en absoluto.
Debería dedicarme a otra cosa, no se me da bien la psicología. Debería dedicarme a la jardinería y podar los dedos de los pies.
Esos no se parecen a los de nadie, son prescindibles.
Coño...
¿Por qué tan lejos?
¿Qué dirá cuando la intente acariciar con estas manos si consigo mantenerme vivo?
Todo lo estropeo.
Los párpados inferiores se han descolgado y los intento llevar al sitio, me da angustia verme así. Y me corto con los vidrios que hay clavados en mis dedos.
Esto no va bien.
No quería, pero es que no sé porque, hoy duele horrores su lejanía.
Mi pene está tan duro, está tan gallardo y emotivamente lleno de sangre...
Aprieto los dientes con fuerza y cierro el puño plagado de vidrios.
Mi pene es valiente, es bizarro y no pierde el tono cuando los vidrios cortan la sutil piel y la carne. Con la otra mano acaricio el vientre y cometo más castigos en mi cuerpo.
Mi rostro debería ser como mi polla. Duro, con forma, sin deshacerse.
¡Qué lejos, cielo!
Ya no sé si es placer o es dolor, o es simplemente un estado alterado de la conciencia; pero hay placer y le imprimo rapidez al puño. La sangre se derrama por el vello del pubis y gotea por los testículos.
Y el glande bañado en sangre, lubrica aún más el contacto.
Escupo pequeñas gotas de sangre en una falsa eyaculación aberrante.
Un poco más... El cerebro combate, ordena y toma por un momento el control, la mano ha soltado el pene que cabecea excitado esperando ser otra vez acariciado. Hay cortes tan profundos que pierdo la esperanza de que un día pueda ser útil.
Vuelvo a cerrar el puño en torno a él. Y he lanzado un grito atroz. Ahora sí que duele fuerte, potente como la luz de las estrellas.
Me tranquilizo un poco más, el dolor de la lejanía, por un segundo ha quedado solapado. Y cuando mis rodillas tiemblan ante el orgasmo y el semen se mezcla con la sangre, consigo no pensar más que en apretar aún más el puño para exprimir la última gota de mi pijo.
Soy el hombre de vidrio, una figura rota con el rostro fundido.
¡Qué lejos, cielo!
Me pregunto, que dirá de mis manos cuando me encuentre con ella, de mi pene destrozado.
Todo lo estropeo.
¿Podré sanar en seis días?
Seis días es una eternidad es una eternidad cuando se trata de esperarla, de encotrarla. Hay tiempo.
Sólo seis días para abrazarla, me hace tanta falta...
Voy a llamar a un taxi y que me lleve a urgencias.
Sólo seis días...
Todo lo estropeo, maldita impaciencia.



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6 de agosto de 2010

Amantes dolientes



El camino está cubierto de polvo ardiente y vidrios rotos. Salpicado de rosales secos sin rosas, ni frescas ni muertas, de duras espinas. Y a ambas orillas del camino, bebiendo y comiendo, están los rostros borrosos de los vacíos, de los no dolientes. Los millones de humanos que sonríen o bostezan sintiéndose cómodos pegados unos a otros, observando a los amantes dolientes avanzar, jaleándoles para que anden más deprisa o pisen con más fuerza en el doloroso suelo. O que les regalen con una escena de sexo hambriento y desesperado.
Ninguno de esos vacíos puede comprender porque siguen caminando abrazados dejando sus huellas ensangrentadas, formando un rastro de sangriento barro. No hay premio al final del camino. Ni siquiera hay final.
Los amantes dolientes no usan los bancos que se encuentran a los lados del camino, a la sombra de frondosos árboles, ya no beben de las fuentes; temen el descanso, temen dejar de sufrir dolor y cansancio.
Es difícil que los vacíos puedan comprender porque los dolientes no llevan zapatos, ni gafas para protegerse del viento que les llena de tierra los ojos.
Es absurdo amar en toda su magnitud y vivir con intensidad el dolor que conlleva. Los vacíos follan y tienen hijos que llevan de compras cada sábado.
Pero los dolientes hacen el amor con los pies ensangrentados y las mamadas dejan barro en los sexos. Los labios deberían doler, pero no hacen caso de la piel desgarrada. El escozor de sus humores sexuales, es el mismo vinagre que pusieron en los labios del nazareno crucificado. Así de doloroso, de perversamente placentero.
Ni siquiera se sienten tentados de salir del camino y entrar en el paraíso que los flanquea a pocos metros.
El amor es un desierto salpicado de pequeños oasis que no acaban de saciar el hambre ni la sed. Y se abrazan débiles, aguantando el peso del uno en el otro. No se tienden en la hierba que hay a los márgenes del absurdo y obsceno camino del dolor, no descansan. Mientras caminen, permanecerán despiertos, se sienten malditos por el mundo; y cuando el sueño les vence, al despertar se encuentran solos.
Y vuelven a vivir entonces otra vida y la angustiosa búsqueda del uno y el otro. Y vuelven a morir con la firme voluntad de encontrarse en cualquier tiempo pasado o futuro, en cualquier lugar.
Nada ni nadie los maldijo, ellos pactaron su amor eterno en la fragua de sus sexos. En una gota de saliva que se desprende de los labios, densa y lentamente en la piel.
Ellos no se lamentan, repiten una y mil veces “te amo”, y es como maná que los llena de fuerza y de resurrección los músculos.
Para seguir caminando, para no parar. Para no dormir.
Se tienen ahora, se tienen que mantener unidos todo el tiempo posible, porque no duelen los vidrios en los pies, no duelen los pérfidos rosales en la piel, ni el calor que los deseca.
Lo que duele infinito es no tenerse.
Han recorrido tantas épocas y han pasado por tantas esperas y ausencias, que los pies destrozados, que la piel quemada por el sol y los labios cortados, se han convertido en sus arras de amor eterno.
Por eso pisan vidrios en lugar de hierba fresca, la vida les ha enseñado que es el dolor lo que se hace eterno. Que lo fresco se evapora, que lo placentero vuela. Que lo hermoso se rompe con un grito, como un fino cristal.
Es el dolor de los labios dando placer, los músculos agarrotados de tanto abrazarse y la sed de si mismos, lo que levanta su acta de amor eterno.
No es difícil de entender, sólo doloroso.
Para los vacíos es puro espectáculo; cuando faltan gladiadores en la arena, cuando los leones están muertos, y los huesos pelados de los cristianos se calientan semienterrados. Abren las rejas de las mazmorras y dejan salir a los amantes dolientes bajo un sol de justicia. Los vacíos callan deteniendo en la boca la comida.
Es profundo reconocerse en el reflejo de una lágrima y banal en una sonrisa. Es otra máxima que los amantes dolientes asumen con trágico romanticismo. La tragedia está servida a lo largo del camino.
Un vacío se masturba solapadamente metiendo la mano en el bolsillo del pantalón, clavando su mirada en el escote sucio de polvo de la mujer doliente.
El cáncer mata, la droga nos hace felices, el dolor está en el amor y la risa es un acto reflejo sin trascendencia. Ellos lo han aprendido así.
No hay ninguna razón para ello, pero de la misma forma que la vida hiere, el amor es dolor.
Alguien cometió un tremendo error con la creación del mundo.
Y ellos, amantes dolientes, son la prueba del error, un ejemplo a no seguir.
El dolor no es popular, nadie lo quiere experimentar.
Pero verlo en ellos, es hipnótico.
Los amantes se arrodillan, sangran al hacerlo. Se abrazan y se besan, es un momento para el descanso, para alimentarse de sí mismos.
Silencio.
El bebé de un vacío llora, alguien lanza una botella de cerveza al cochecito y el bebé calla con un gemido que no sabe aún como proferir. Parece el débil gorjeo de un pájaro que muere.
Los amantes dolientes siguen el camino abrazados de la cintura.
Los vacíos no aplauden, esperaban muerte, la desaparición de uno de ellos, el grito angustioso y desesperado del amante que queda solo, abandonado.
Aún queda mucho tiempo, aún pueden morir mil veces.
Ab eterno (desde siempre).


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5 de agosto de 2010

Luna Llena



Luna llena y yo tan vacío...
Tanta luz y yo tan oscuro.
Tanta blancura y mi sangre roja empujando mi ansia, mi hombría.
¡Oh Luna que haces foco en mi escenario surrealista!
No soy lobo y aúllo al cuerpo rotundo de la mujer que bañas con tu luz fría, Luna Llena... Me excita tu luz en su piel.
Bañas sus pechos plenos, das plata a su piel deseada, a su piel de blanca seda.
Luna llena, baña con tu luz su cabello. Mójala de ti, hechízala para mí.
Descubro mi naturaleza invasora para que bañes también mi hombría.
Si no fueras tan gélida y mortal, caminaría desnudo por tus cráteres misteriosos. Copularía tu tierra.
Tan solitaria bella e inalcanzable.
Eres el paradigma del amor.
Enamórala de mí, y baña nuestros cuerpos unidos.
Haz con tu foco nuestra escena de amor.



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3 de agosto de 2010

Maldita gravedad



Maldita gravedad...
Hasta los pensamientos caen sometidos a esa propiedad planetaria.
Pensar es como escupir al cielo y toda la porquería cae en la cara multiplicando masa por aceleración gracias a la cochina ley enunciada. Y rompe la nariz.
Sangro.
Si fuera más ignorante podría pensar en seres no humanos y banales deidades que me atormentan y hacer así mi mísera vida más interesante.
Lo cierto es que si el escupitajo cayera suavemente, sangraría igual. Porque no solo es culpa de la masa, es culpa del filo.
Maldita sea la gravedad...
Y el filo cortante de un pensamiento enfermo.
Mis pensamientos caen ante mis pies y tropiezo con ellos.
Algunos llevan una emoción que me hace sentir un asesino cuando al pisarlos los aplasto.
No es práctico un pensamiento tan denso en un planeta con una gravedad tan angustiosa.
¡Puta pena! Acabo de pisar una idea feliz y se ha pulverizado con un seco llanto bajo mi zapato.
El sosegante y divertido pensamiento quebradizo... En algunos momentos sonrío pensando que mis emociones son las burbujas de un plástico protector y no puedo evitar hacerlas estallar retorciéndolo con las dos manos.
No puedo evitar ser malvado conmigo mismo. ¿Cómo no lo voy a ser con los humanos?
Porque yo no soy humano, yo no tengo alma. El barro sólo es frustración amasada con lágrimas y saliva animal. Mi barro es indecente en su humedad, jamás se seca, siempre es amorfo. Los sentimientos están tan amasados, que a veces confundo el odio con el amor.
Maldita sea la gravedad, el filo cortante de un pensamiento enfermo y el barro.
Voy a ponerme una redecilla en la cabeza, no quiero parecer uno de esos chulos de putas hispanos de las películas americanas; pero he de asegurar cuantas pequeñas ilusiones pueda.
La gravedad está acabando con mis mejores y peores pensamientos.
Me está destrozando.
¿Y si no fuera solo la gravedad? ¿Y si fuera mi pequeño cerebro anegado y asfixiado en un magma frío y húmedo? Puede que tenga demasiado barro dentro del cráneo. Eso explicaría mi escasa sensibilidad hacia el dolor humano. Y sienta como un hierro al rojo el mío propio. Explicaría porque me odio a veces tanto como los odio a ellos.
No explica nada, no explica una mierda; pero me esfuerzo por entenderme. Por dar importancia a mi pensamiento.
Lo del barro tampoco sería consuelo, porque a mi edad, si el fango no ha salido, no saldrá jamás.
La decapitación no es terapia, es mera actuación. No se necesita ser médico para cortar una cabeza, un simple matarife con un simple certificado de escolaridad, basta.
Tener barro en la cabeza, debería tener también sus ventajas, porque proporciona una frialdad emocional que evita que te partas en dos cuando ves que todo lo que esperas de la vida, cuando todo lo imaginado, el amor como es y se siente, no existe.
Hay que permanecer frío cuando toda la fuerza del pensamiento te golpea y te llama iluso. Hay que contrarrestar con fuerza el ridículo que te invade como un torrente que baja lleno de basura y ramas y afea lo que fue bello. Cuando las propias ideas se ríen de uno mismo revolcándose en un barro, que afortunadamente se mantiene húmedo como mi glande cuando pienso en ella.
Hay que hundirse en el lodo metafísico cuando sabes que te vas a morir sin cumplir lo soñado. No, el barro no calma, pero te asfixia. Es mejor morir asfixiado que patético.
En su coño profundo.
Pero hasta ese acto voluntario de sumergirme en mis propias miserias se me escapa, y la gravedad me hunde antes de que lo haga yo. ¿Es rápida la gravedad o yo soy lerdo?
Yo soy lerdo, un hijo puta con ilusiones rotas que las abraza, que las intenta coger entre sus brazos, para que no caigan y se rompan.
Un triste augusto que gime y ríe al tiempo. La esquizofrenia tiene el encanto de lo irreal e incoherente y el drama de la cadena perpetua en un mundo hostil.
Que besa sus labios en el aire.
Pobrecitas mías... Ilusiones hechas añicos bajo mi zapato.
Maldita gravedad... Siempre está presente como la imbecilidad humana.
Si pudiera llorar lo haría, estoy nervioso, han muerto tantos sueños...
¿No hay plantas de tratamiento de ilusiones rotas?
¿Por qué las hay de basuras y de ilusiones no?
Este no es mi mundo, no puedo seguir aquí. Me hundo en mi mismo, me aplasto contra mis propios pensamientos y el barro no me deja respirar.
No quiero ayuda, sólo quiero salir de aquí.
Nada más.
Abrazarla entera.
Sólo necesito que nadie intervenga, que todos mueran.
Y puede que alguien piense que el mío no es un final feliz.
El que alguien pudiera ver el salir de este mundo como un drama, sería un error.
Porque se me escapa una sonrisa traviesa al pensar que dentro de unos minutos ya no estaré aquí. Es una de esas ideas que he podido conseguir mantener estrechada contra mi pecho, con los brazos sucios de barro. Con la gravedad fumando con desprecio hacia mi dignidad sentada encima de mis hombros.
La vieja puta desdentada gravedad...
Indoloras y repugnantes mamadas de agrio placer.
Esto es una mierda... Por favor, estoy cansado, tengo prisa.
Saber que me voy de aquí, con todo mi barro, y me convertiré en nada, es mi pequeña y bien guardada ilusión. Sólo unos minutos más, y no la pisaré aunque caiga. No se romperá.
Es agradable el olor a nafta del gas, te lleva dulcemente por encima del barro hacia aguas limpias.
Adiós, gravedad ojalá te mueras después de mí.
Muerte ingrávida... ¿Por qué he vivido tanto, si todo era más sencillo?


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1 de agosto de 2010

Dormidito



Yo quisiera estar fresquito a dos metros bajo tierra y quedar dormidito, como un bebé al que nadie ha de molestar. Que la vida hable con la voz baja para no despertarme.
Hoy me siento tierno.
Alimentar a los gusanitos... Dicen que quien come lo que tiene, le crece.
Pues cuando los gusanitos se coman mi gusanazo, van a parecer mutantes o X-gusanos. Tengo mucho alimento.
De pequeñito comía mucho plátano y quesitos; de ahí mi escandalosa medida en el aparato reproductor y la calidad de mi néctar blanco y cremoso.
De pequeñito, me quedaba bizco jugando con mi pilila.
Y ahora llevo gafas.
Pues que se coman mi músculo del amor, el monolito del placer, la carne del éxtasis, el faro de los acantilados de la costa del placer.
Hoy me siento tierno y lírico.
Cerebro no tengo, siempre me lo dijeron: que era bueno; pero tonto.
Pues que se lo coman las ratas, mal no les puede hacer y a mí, para la falta que me hace, para lo que me ha servido...
Yo pienso con mi corazoncito tierno, aunque tenga más años que la tos.
Hoy me siento feliz como una perdiz.
A dos metros bajo tierra se tiene que estar fresquito y tranquilo. Quiero quedarme dormidito con una sonrisita traviesa en mi carita. Los tontos no tenemos grandes ambiciones.
Seguro que alguien llorará un poquito, no mucho, porque los que somos tontos pero buenos, apenas dejamos buenos recuerdos. Apenas dejamos malos recuerdos.
La bondad es algo es tan estéril como el coñito contaminado de una putita sifilítica. De esas que de tan podridas, hablan a gritos a alguien invisible y con la voz ronca maman pililas de hombres que no son buenos, pero son listos. Putitas que no saben que están muertas, que se creen vivas. Yo soy tonto; pero sé muy bien que estoy vivo. Y lo sé tan bien, porque ahora mismo quiero quedarme dormidito.
Sé que soy un tontito candoroso e inocentón, pero para lo que me queda de vida no voy a cambiar.
Los hombres que hacen lo que aconsejan sus padres y una larga tradición, son listos y hacen las cosas que se deben. Por eso los hombres listos pagan por meter su pilila en el coñito de una putita para hacerse machotes como sus papás hicieron en su tiempo.
Me gustaría que mi hermanito dijera mentirijillas ante mi fosa y que alguien llorara emocionado como en las películas. Que por una vez, las mentiras con las que me han obsequiado, sirvan para creerme querido por alguien. Seré tonto, pero donde esté una buena mentirijilla, que se quite la verdad. Me gusta mucho cuando echan un puñado de tierra en el ataúd; si fuera menos bueno y menos tonto, pensaría que tienen prisa por cubrir al muerto.
Si papá no estuviera muerto, le pediría que me llevara de la manita al cementerio, me destrozara el cuellecito con una pala y me dejara caer en una tumbita sin nombre. Y ya sé que haría el ridículo porque soy más viejo que él cuando murió y no es bonito que un padre lleve de la mano a su hijo más viejo que él. Pero hoy me siento pequeñito y me gustaría que mi papi me llevara a mi tumba. Puedo hacer el ridículo cuantas veces haga falta. Lo hice siempre. Por eso me apetece más cada día, quedarme dormidito.
A veces no quiero seguir solito por el camino.
Estoy un poco cansadito, será una tontería de tontos; pero quiero dormir para siempre. Soñar y no despertar jamás.
Muertecito como un nene pequeñito que duerme tranquilito.
Dormidito.
Buenas noches mis amigos muertecitos; no os molestaré.
Papi, dame con la pala, dame un besito luego en la pupita.
Y que el tete diga algo bonito.


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30 de julio de 2010

Enemiga mía



Te cuento de un cansancio
que no es.
Te cuento de una guerra
que no es.

Enemiga mía,
no tengas piedad.
Que cansancio y guerra
es simple tragedia de amar.

Que en la mochila hay pertrechos,
proteínas y vitaminas
raciones individuales
de amor y deseo,
para el agotamiento.

Munición pesada de besos
de largo alcance y abrazos.
Bayonetas de agudos filos
untados de esperanza
de agónica espera.

Armas químicas de fluidos
de celos animales.
Ántrax de sexo convulso
infecta de pasiones caníbales.

Te cuento de lo impío
del ataque cruento al corazón
en trincheras solitarias
en la oscuridad y la humedad,
en un barro amasado
por sexos ávidos.

Enemiga mía
no me des tregua
no tengas piedad.
Porque no me rendiré nunca.

Serás mi botín de guerra
violada y esclavizada
herida profundamente
por una salvaje bayoneta
resbaladiza y obscena.

No esperes piedad, mi bella enemiga
yo no la espero de ti.
Desfilaré como un caído de amor
o apuntándote con mi fusil
bajo un arco del triunfo
con tu uniforme hecho jirones
hacia las galeras carnales.

En los campos del amor forzado
incineraremos en crematorios hornos
las penas y dolores rancios
de lo diario y vulgar.
Quemaremos el pasado doloroso
carbonizaremos el árido tiempo
de años de paz.

Enemiga mía,
no tengas una piedad
que no es.
Quiero perder contra ti
una batalla
que tampoco es.
Sucumbir ante ti,
mi bella enemiga,
en una trinchera del amor.
En tierra nuestra
y de nadie.


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27 de julio de 2010

Cicatrices



Como náufragos del desierto, sedientos de si mismos, acarician sus cicatrices rindiendo culto a la lucha y a la muerte, al sufrimiento y al miedo. Al tesón y a la desesperación.
La piel sana y sin tacha es ignorada por carecer del valor del dolor. Se besan las cicatrices y a través de ellas, el alma directamente. Sin saberlo, sin pretenderlo. Sólo alguien desde la distancia puede entender lo que ocurre entre esos seres. Ellos se aman demasiado para intentar describir o comprender lo que les une tan íntimamente. Sólo quieren sentir.
Sólo pueden sentir.
No son conscientes de las heridas del alma. Creen no tener algo tan horrendo.
Pero quien quiera que los vea besarse y abrazarse, acariciar y dejar una pátina de saliva en la piel lacerada, concluirá que han sufrido lo inimaginable.
Nadie puede besarse con esa agónica pasión de quien vive el último segundo de su vida y pensar que la vida es un trigal dorado de espigas combadas por el peso de la mies. Lo han pasado mal. No han llegado a este momento por el camino de la alegría.
Me pregunto cómo pueden respirar sin gemir de dolor.
Pienso en coger un puñal y trinchar sus cuerpos hasta que no se reconozca ni una sola de sus asquerosas y tan queridas cicatrices.
Ellos son mi ignominia, mi fracaso ante el mundo.
Hacen patente mi aridez emocional.
Y despiertan mi profunda envidia que pulsando en mi cráneo se desarrolla como una monstruosa criatura. Una abominable frustración.
“Nunca serás como nosotros” dicen con cada beso, con cada abrazo, con cada paso que dan juntos.
Y se lo dicen también a la repugnante humanidad.
Tal vez revolcarme en sus cuerpos mutilados y ensangrentados me contagie de algo de trascendencia. Tal vez me infecte de amor.
La primera vez que los vi pasear por los jardines del parque de La Gloria, me sentí un intruso al observarlos. Un mundo diferente los rodeaba, todo lo demás, éramos atrezo. Algo a lo que no prestar atención.
Mi perro cagaba en el césped cuando sentí su imponente corriente de amor. Fue ofensivo.
Caminaban abrazados por la cintura, acumulaban eras de un amor agónico. Ella apoyaba la cabeza de vez en cuando en su hombro buscando descanso. El ensanchaba el pecho para coger más aire y superar el vértigo de la proximidad de su amada; pero sus pasos eran el resultado de un cansancio acumulado. Caminaba arrancando de algún lugar de su cuerpo las únicas fuerzas que aún le quedaban.
No lo he experimentado jamás, pero sé que el amor tiene que ser agotador.
Me sentí ofendido, me sentí excluido de los placeres y del sufrimiento. Y supe que jamás gozaría de algo tan intenso como lo que ellos llevaban enredado e insertado en la piel y extendían a su alrededor creando un aura de obscena belleza.
Fue una pesada condena dictada por un mal juez.
Aquellos amantes de magnético carisma que llevaban con sencillez su gran epopeya de amor, se convirtieron en el paradigma de lo que yo desconocía y ansiaba.
“No pueden vivir, no puede ocurrir de nuevo” la voz del mundo me provoca náuseas.
Hace tres meses que los encuentro casi cada día. He variado mis horarios para coincidir con ellos en el parque y seguirlos. Durante sus paseos cotidianos a los que acuden puntuales cuando el sol lanza sus rayos sesgados y crea un caleidoscopio de luces y sombras en todo el parque. Los colores saturados de la vegetación es una inyección de vida. Y la grava hace un delicioso ruido al ser pisada. Las tardes en el parque de La Gloria son pequeños paisajes de un otoño crónico que cada día un artista plasma en su lienzo.
Sólo que la grava bajo mis pies, suena solitaria y triste.
Soy la envidia del mundo personificada en un cuerpo solitario, en una mente aislada.
Yo quiero cicatrices, quiero unos labios aliviando la picazón de mis heridas, quiero ser héroe de amor. Un caído en la batalla. Ser algo, importar.
Sentir...
“No pueden mostrar al mundo su amor, los vulgares no podemos sentir. Los vulgares ordenamos su muerte, porque ellos hacen que nuestra vida carezca de valor.”
No calla, la conciencia del planeta transmite en mi cerebro a una frecuencia que destroza mi voluntad.
Viven a veinte minutos del parque, en el ático de un edificio de cuatro pisos. Donde la ciudad deja de serlo abruptamente. Tras su edificio se extienden las viejas montañas redondeadas, desgastadas y cubiertas de pinos que desde lejos parecen bolas verdes apiladas al tres bolillo. Las torres de alta tensión son pequeños defectos que salpican la naturaleza sin que parezca importar demasiado al artista de esta creación.
Ellos gozan de una vista impresionante de la ciudad, que se extiende hasta meter los pies en el mar. Yo vivo de cara a la montaña, de cara a ellos. Al menos desde hace cinco semanas. Alquilé un piso desde el que pudiera verlos, a unos prudentes seiscientos metros, seguro y anónimo con un pequeño telescopio de observación astronómica situado en un trípode.
Me encuentro ligeramente más alto que ellos, lo que me da una visión plena de sus vidas, de sus actos; tanto dentro de la casa como en la terraza. Los he visto follar en su habitación y en la terraza, creyéndose a salvo de las miradas por la distancia que separa el edificio que se encuentra frente a ellos, el mío. Les gusta que la brisa fresca de la noche entre en su casa. Las cortinas se extienden como enormes alas celebrando el amor.
A mí no me gusta que entre la brisa en mi casa, porque en muchas ocasiones, junto con la brisa, se cuelan voces de otros seres que contaminan mi intimidad. Y con ellas, el adocenamiento de siempre. La misma mierda que respiro cada día.
Las cortinas de mi casa son alas de buitre que inmóviles en la penumbra esperan que la vida se haga cadáver.
A veces me olvido de cenar, de comer, sólo fumo y estoy atento a sus vidas. Mi trabajo son ellos. Mi paga es el dinero que la conciencia de la colmena me ingresa puntualmente cada mes para que ejecute sus voluntades cuando así es requerido. Vivo con comodidad y hasta que ellos aparecieron en el parque aquel día llevando consigo su propio universo, no tenía ningún trabajo importante.
El mundo me ha reclamado, la conciencia colectiva, el conjunto de todas las envidias de todos los seres humanos del planeta, ha reclutado mi locura para exterminar lo que afea sus vidas.
Por las noches cenan en la pequeña terraza, en una mesa de cristal y en hamacas de madera con cojines de color azul. Se ríen a menudo. Ella se levanta, lo coge del cabello y le da un beso intenso y rabioso. Yo aprieto el puño con fuerza y se me cae un hilo de saliva que pende cargado de envidia y frustración desde mi labio.
Él le responde dándole un manotazo en las nalgas y la obliga a sentarse en sus rodillas. Más veces de las que yo quisiera y puedo soportar, cenan sirviendo el uno al otro en los labios pequeñas porciones de comida. Fuman del mismo cigarro y cuando han acabado, reclinan el respaldo de las hamacas y miran al cielo sin decir palabra, sin rozarse.
Y de repente...
Estoy preparado y desnudo de cintura para abajo, mi erección es tal que mi pene tropieza continuamente con una de las patas del trípode.
“Mátalos, mátalos, mátalos” atruenan las voces de la conciencia humana.
“Son la blasfemia de nuestra cotidianidad, no pueden vivir, no pueden sentir como dioses, son humanos. Mátalos, mátalos, mátalos”.
Me sangra la nariz por la presión de las voces.
Aumento la longitud focal para captar los detalles, porque sé lo que va a ocurrir, he de apresurarme. Preparo el fusil, al lado del telescopio y bajo la persiana hasta quedar justo por encima de la mira telescópica. Los amantes aparecen aislados en un círculo redondo, resaltando su universo. Apuntando a su universo.
Mi fusil es un Barret M82 A1. Calibre 12,7 mm. con mira telescópica de diez aumentos. Con un alcance eficaz de 1.800 m.
Alguien dice que disparar a un cuerpo con este calibre desde esta distancia, es un acto de sadismo.
La policía, bajo las órdenes del ministerio del interior, me ha proporcionado el arma. El ejército me ha entrenado en un solitario campo de tiro, donde otros dos cerdos como yo, impregnan su envidia y su mediocridad en la munición anti-amor.
Soy bueno. En el amor no valgo una mierda, pero con las armas, soy bueno de una forma instintiva.
Siguen tumbados en las hamacas. Él lleva la mano al vientre de ella, sus dedos se internan entre la ropa. Ella mantiene los ojos cerrados y sus labios se abren ligeramente ante el placer del roce. Me excito... No quiero tocarme aún, porque no podría parar.
El telescopio me da más detalle, vuelvo a él.
El hombre baja el short de su amada y deja al descubierto un breve tanga negro que cubre un pubis totalmente rasurado, se adivina la pálida piel bajo la transparencia de la tela y la unión de los labios vaginales.
El hombre ostenta una aparatosa erección bajo la tela de su pantalón mientras su mano evoluciona por la piel de la mujer.
Ella extiende los brazos tras la cabeza y relaja las piernas, dejando que se separen ligeramente los muslos. Su sensualidad es prácticamente un tormento que colapsa mi pensamiento.
Él sube la camiseta sin dejar al descubierto los pechos, y aparece nítida la cicatriz del vientre que nace de un ombligo herido hasta un poco por debajo de la línea del pubis, después de besarlo y hundir la lengua en él, el dedo corazón del hombre se posa suavemente en el ombligo, y baja siguiendo la cicatriz lentamente, hasta donde acaba. Prosigue hasta llegar al vértice de su sexo, allí se detiene. Ella separa aún más las piernas. Sus pechos se mueven notoriamente con la excitación creciente. Él le dice algo y ella sonríe sacando lujuriosamente la lengua por los labios entreabiertos.
“Que dejen de respirar, que dejen de amar. Mátalos, mátalos, mátalos”.
Me está prohibido, alguien, algo o mi propia personalidad, decidió que yo no gozaría de la vida como ellos. Son seres privilegiados.
El dolor y el sufrimiento pasados, es sólo un trámite, una tasa por una entrega absoluta y eterna, yo pagaría con mis dos piernas por sentir así, como ellos. Por tener mi propio universo.
Ella se incorpora para sacarse el tanga. Se aproxima a su hombre para jalar de su pantalón y desnudarlo. Vence con dificultad la resistencia que ofrece el falo erecto contra el elástico y éste se libera de golpe, apareciendo agresivo y firme como un mástil azotado por el huracán. Ella besa el glande aún cubierto por el prepucio y él se lleva la mano a los testículos.
Ella me muestra sus nalgas perfectas, lamibles y penetrables cuando hace lo de siempre: ha dejado el pene para besar una cicatriz en el pecho del hombre, nace por encima de los pectorales y se prolonga hasta la boca del estómago, es una cicatriz vieja bordeada de pequeños puntos de sutura. Ya curtida, mucho más vieja que la de la mujer. Es la cicatriz de una operación de corazón.
Ella la recorre con la punta de sus uñas haciendo un cosquilleo que provoca escalofríos en él; la besa, la lame, la inunda de saliva y se extiende ésta pecho abajo.
Él ha metido la mano entre sus piernas y puedo observar como los dedos masajean su coño. Su delicioso torso se dobla de placer y baja sus nalgas para que los dedos penetren más profundamente en su vulva.
Él la conduce de nuevo al sillón, la ayuda estirarse. Su polla cabecea atacada por espasmos. Como la mía.
Estoy dejando un goteo viscoso en el suelo.
Hundo la navaja en mi pectoral izquierdo, muy cerca del hombro y corto hacia el centro del pecho. Quiero cicatrices, aunque sean de envidia, aunque sean de una podredumbre letal para la cordura. No me duele, no dolerá jamás como a ellos les duele, como a ellos les lleva al placer.
Siento pena y excitación por ellos, siento mi fracaso y hago mío su universo tranquilo donde no les falta nada, donde el círculo se ha completado. Esas cosas uno las siente, las reconoce aunque sepa que está condenado a no experimentarlas jamás.
“Han vivido mucho tiempo, un círculo jamás se debe cerrar, han de morir. Mátalos, mátalos, mátalos. Te lo ordenamos”.
Él ha descapullado su glande, y levanta una pierna para dejar las de ella entre las suyas, con poco margen de movimiento.
Lleva la húmeda cabeza amoratada de su pene al ombligo y presiona en él como si quisiera penetrarla.
Juraría que he sentido un gritito de placer de la mujer.
Deja un rastro brillante de humedad, y el glande sigue su camino cicatriz abajo, haciendo pequeños círculos, demorándose en llegar adonde ambos desean. Ella mueve nerviosa los pies, las piernas de su hombre no le permiten abrirse más, diríase que desespera por ofrecer su vulva abierta a la piadosa brisa de la noche.
El glande se detiene en la raja húmeda, en el inicio, ella ha llevado sus manos allí para separar los labios. El hombre no hace caso y deja su pene para llevar las manos a los pechos, sin levantar la camiseta, trabaja sus pezones, los endurece. Ella le dice algo con muecas de placer y ansia.
Aferro con fuerza mi polla e imprimo movimientos bruscos con el puño atrás y adelante, mis cojones se contraen con la excitación. La sabia que deja ir mi glande ha empapado mi puño y las pieles se hacen resbaladizas y ello me obliga a dar más velocidad a la masturbación.
Él ha vuelto a coger su pene y le ha permitido alzar las piernas, ella las aguanta en alto con sus manos dejando su sexo indefenso ante la invasión, se abandona a él y puedo leer en sus labios: “Métemela ya...”
En lugar de eso, se arrodilla ante ella para besar su puto coño. Joder...
“Deberían estar muertos ya”, dice la voz de la envidia de la humanidad. Yo vomito algo de bilis que me deja un sabor repugnante en la boca.
Introduce dedos en su vagina mientras lame y mueve su lengua violentamente en esa vulva brillante, mojada. Ella agita sus pechos con más fuerza ante una respiración violenta.
Yo me lastimo la polla cerrando el puño con fuerza a su alrededor. Me duelen los cojones, porque el puño los aplasta con cada vaivén.
Esto no puede seguir así, me estoy muriendo emponzoñado de la humana envidia. Me pudre mi propia insania.
Soy el reflejo de la humanidad refractado en agua pútrida.
“Que mueran los amantes del tiempo, no hay lugar para ellos. Mátalos, mátalos, mátalos”.
Él se incorpora, y aguantando su pene erecto con la mano derecha, la penetra con fuerza y rapidez. A la mujer se le ha escapado un grito de sorpresa y lujuria, quedando por unos instantes con la boca abierta y los ojos cerrados.
Los pechos sufren con los embates furiosos a los que es sometida.
Él está tenso, concentrado y una de sus manos masajea sin piedad el clítoris.
Cuando el vientre de la mujer comienza a contraerse con fuertes espasmos y sus piernas se cierran en la espalda de su hombre para meterlo más adentro, dejo el telescopio y me coloco frente al fusil. El centro de la cruz milimetrada apunta al pecho izquierdo que se mueve frenéticamente en todas direcciones, sus pezones están contraídos y duros. Presiono el primer recorrido del gatillo.
Ella lleva sus manos a su sexo y extiende el semen por su pubis apetecible, por su cicatriz, por sus pechos, por sus labios.
Disparo.
Su pecho se agita y explota en un surtidor de sangre. De su boca sale una bocanada roja.
El hombre se abalanza sobre ella, coge su cabeza entre sus brazos sacudiéndola, como si pudiera ahuyentar la muerte.
Disparo y media cabeza estalla, desaparece todo su cuerpo, que ha quedado tumbado, oculto al lado de la hamaca.
Ella está ahí, con su cicatriz tersa, brillante de esperma y deseo. Ahora un reguero de sangre baja hacia el vientre para bañar también su coño aún hirviendo.
Se vacían de sangre al tiempo, y el tiempo es vengativo como es la envidia de la colmena. El universo que habían creado, se ha roto como un espejo, mi envidia se diluye lentamente.
Mi pene está fláccido y mi mano llena de semen que gotea en mis pies.
Mi perro lame el semen de mis dedos, saco la navaja de mi bolsillo y acciono la apertura. He sentido el deseo de cortarle el cuello. El perro pertenece a la conciencia de la colmena. Busca y rastrea amores eternos que burlan el tiempo y la distancia para que yo los ejecute.
Me ducho, me visto y coloco el collar al perro para sacarlo a pasear. Las voces de la humana envidia han cesado. No hablan cuando han de agradecer, cuando has cumplido la misión para la que has nacido, no hay nada que alegar.
Callan como cerdos, siguen disfrutando de sus miserables vidas, como yo llevando a cagar a mi perro.
Se tiran a sus mujeres y a sus hombres, hacen ignorantes a sus hijos, una pizza barata para disfrutar del partido semanal y un libro viejo sirve de calzo a una pata de una mesa que cojea. Así vive la humanidad, aunque los detalles pueden variar según el grado de incultura geográfica.
Ni conocen el amor ni lo conocerán jamás. Se reproducen adocenadamente y alardean: ellas de haber sido jodidas por sus machos. Ellos de su esperma eficaz ante otros machos.
Es repugnante cuando el macho camina con una sonrisa chulesca por delante de su jodida mujer que lo sigue anadeando ostentosamente con sus piernas separadas por una gran barriga. Metería una bala en esa barriga, para matar las dos vidas. Y otra en la boca del macho para matar hasta su descendencia.
Pero no serviría de nada. Hay tantos...
Escupo una flema densa en el impoluto parabrisas de un coche aparcado.
Soy el ejecutor a sueldo de la humana envidia, pero siento un profundo asco por ellos. Los mataría a todos, aunque no me pagaran por ello.
Tal vez lo haga.
Me acerco hasta el banco. Han ingresado una suma de dinero tan importante que por primera vez en mucho tiempo se me escapa una sonrisa.
Se volverán a encontrar en algún lugar y tiempo como se prometieron hace centenares de años. Siempre lo hacen y yo estoy encadenado a su voluntad inquebrantable.
Cuando regreso y entro en casa, ya no está el telescopio ni el fusil de larga distancia. Han limpiado hasta el semen en el suelo.
Han dejado un sobre. Contiene las pieles aún ensangrentadas con las cicatrices de los amantes pulcramente recortadas por un forense. Abro el álbum fotográfico, donde guardo las otras pieles, los trofeos de anteriores cazas. Son exactamente idénticas a las primeras de hace trescientos años. A las segundas, que datan de hace doscientos cincuenta, y a las otras siete.
Las distancias se acortan, los amantes eternos adquieren más fuerza y habilidad con el tiempo. Pronto habrá que buscarlos en los úteros, antes de que nazcan.
Se prepara una nueva guerra donde millones de seres serán exterminados en un intento desesperado por acabar de una vez por todas con los amantes eternos.
No tiene sentido, Hitler no consiguió evitarlo. No aprenden, ni siquiera la historia deja huella en sus minúsculos cerebros adocenados.
La conciencia de la colmena, no es inteligente, sólo es avaricia y envidia.
No siento alegría alguna, despliego la hoja de la navaja y la clavo en la garganta del perro y corto. Éste gime durante un segundo y muere con una mirada tierna y acuosa: “Me has matado, compañero”.
No es difícil matar un perro, es casi una liberación cuando has asesinado a los amantes eternos.
La herida en mi pecho ha desaparecido, la conciencia humana no permite cicatrices de pasión.



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23 de julio de 2010

Mercurio



Estoy maldito, mujer.
Te amo con tal intensidad que sé que te provoco ese ardor intenso en la boca del estómago. Porque es el mismo maravilloso pesar que me ataca en cualquier momento, a cualquier hora.
Lees mis palabras y se convierten en manos rudas que rozan tus mejillas, con delicadeza. Me encanta tu sonrisa al leer esto, crees que soy un romántico acabado y que mi maldición es una metáfora.
Ojalá lo fuera, mi amor.
Estoy maldito, créelo mi amada. Es una condena que duele y daña el alma y el cuerpo.
Oyes mi voz y te deshaces para mí; te conviertes en un ser sensual de dramática importancia para mi vida.
Y tú y yo ¿qué culpa tenemos de amarnos así, mi cielo?
No hay culpa en amarse. No debería haberla.
Nadie nos enseñó a amar sin lógica, precipitadamente.
Compulsivamente.
Nacimos intensos como el color rojo de Marte.
Soy culpable de mi maldición, te deseo tanto, que no siento aprecio ni por mi vida. Pero no soy culpable de enamorarte con mis palabras, exijo tu amor palabra a palabra. Firmaría con sangre mis súplicas de amor. Mi desbocada pasión por ti.
Y he hecho de mi maldición la tuya.
Bendito sea tu cuerpo y tu alma.
Soy mercurio, no un dios. No un planeta.
Soy ese metal líquido que se deshace al rozarte. Ante tu proximidad.
Y no me creías…
Un día pedí a los dioses que me convirtieran en líquido para deslizarme bajo la puerta y entrar en tu habitación.
Y resulta que esos dioses rieron, oí sus carcajadas poderosas que se metieron por los poros de mi piel como un malsano deseo cumplido.
No puedo ponerme delante de tus ojos porque me deshago. Literalmente mi vida.
¿Tienes un frasco de vidrio?
Méteme en él. No quiero ser hombre; prefiero ser una gota plateada, cromada; pero a tu lado, cerca de ti y reflejar tu mirada porque es la única forma de hacer soportable esto.
Quiero ser la gota que refleje tus sonrisas y lágrimas.
Quiero ser importante en tu vida, una presencia constante en tu pensamiento.
Soy una maldición sin esperanza, un cuerpo que se disgrega ante tu amor y sensualidad. Ante tu proximidad.
No todo está perdido, no soy un espejismo. Me puedes guardar, puedes jugar con mi cuerpo convirtiéndome en mil gotas metálicas de amor.
Mis letras en un papel y tus dedos que lo acarician anticipándose a un encuentro.
Cada vez que intento tocarte me deshago en multitud de gotas metálicas que luchan por unirse y alzarse ante ti.
Saber que no puedo abrazarte ni mirarte a los ojos me convierte en algo tan triste y desolador como un delfín varado y abandonado en la playa. Gimiendo mientras el sol lo abrasa.
Hasta la rana encantada tenía el privilegio de rozar a su amada. No lo digo con humor, mi vida. Es una afirmación amarga como la hiel que vomito.
Yo no puedo abrazarte, mi vida. Yo sólo me disgrego ante ti.
Tan solo un color intenso ofrezco, cuando tus labios se reflejan en mi múltiple fractura de gotas plateadas.
Y reflejo con dolorosa luminosidad la inmensa tristeza de que no me reconozcas en esas gotas que se filtran por el suelo, en el subsuelo.
En el infierno de mi maldición.
En el infierno de tu sufrimiento de no encontrarme.
No sé, mi vida. Yo no quería esto, yo no sabía cuando decidí amarte que me transformaría en una gota de mercurio antes de poder besarte.
Una gota densa y pesada, llena de amor y pasión.
Es que no lo sé todo, preciosa; no sabía lo que me iba a ocurrir.
Y esto no es un cuento, no tiene moraleja ni final.
Tan sólo un dolor continuo y eterno.
No hay final de fuegos artificiales, de amantes abrazados. Felices.
Jamás habrá un beso espectacular.
Sólo un ansia inconsolable de ambos por ambos.
Volveré a ser hombre cuando tú te alejes de nuevo, cuando tu presencia vuelva a ser lejana.
Cuando pienses que por enésima vez no me he atrevido a presentarme en el encuentro pactado y secreto. Y no mirarás al suelo, sólo el reloj y al cielo con tristeza cuando tengas la certeza que no me presentaré.
Y leerás esto con una triste sonrisa; pensando con cariño en mi imaginación desbordada.
Una metáfora de un loco enamorado.
Y yo con solo imaginar la humedad de tus labios, veré con tristeza como la pluma cae sobre el papel entre una lluvia de gotas de plata, son mis dedos que han ido más allá de la imaginación y han sentido tu roce.
Guarda estas gotas en un frasco, mi amor.
No sé como hacerlo, pero un día podré llegar completo a ti en una carta.
Y si me reconoces, no me beses, porque soy venenoso.
Los dioses han sido desproporcionadamente malvados. Nunca he hecho tanto daño para que me hicieran esto.
De verdad, mi vida. Sólo quería estar cerca de ti.
Nunca me permitirán ser hombre ante ti.
Me conformaré conque te reflejes en mí.
Y así hasta que me evapore, hasta que haya perdido tantas partículas que mi masa no sea más que un triste átomo que se destruye en un microcosmos terrorífico en su cuántico tamaño.
Es tan triste deshacerme ante ti…
Es tan hermoso reflejar tu luz en mí…


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21 de julio de 2010

La grulla



El puente cruza muy próximo a la desembocadura del río Besós que fenece en el mar cortejado fúnebremente por una planta de tratamiento de residuos y en la otra orilla, una pista asfaltada para bicicletas. De hecho, hace decenas de kilómetros arriba que ha muerto el río. Es sólo un líquido insalubre y pestilente.
Y en bicicleta avanza el hombre por el puente, cargando en la espalda la mochila y el calor acumulado de un par de horas de baño de agua y sol en la playa. Ir en bicicleta es bueno cuando hace calor, la velocidad hace del sudor un aire fresco que invita a pedalear sin parar. Él piensa que cuanto más rápido va, menos tiempo tiene que soportar la fealdad que le rodea.
Su hijo va detrás, un poco alejado, porque se toma las cosas con más calma que su padre. Porque es joven y aún tiene que descubrir cosas que a la larga, desearía no haber descubierto. Tal vez sea consciente que le queda más tiempo que a su padre y no le apetece morir tan rápido. Su padre siempre tiene prisa.
El padre piensa que la ilusión de su hijo tiene el mismo final que el río muerto, sólo que su hijo es infinitamente más importante, y lo ama hasta tal punto, que jamás inventará una mentira por dolorosa que sea la verdad, no se merecen engaños pueriles las personas a quien amas. O afirmas cosas que se cumplirán, o callas para no mentir. Las mentiras son para los demás, como un “buenos días” al vecino. Como un beso falso a la mujer que no quieres.
No se puede mentir en las cosas importantes a quien amas, deben saber que ya estás en el lado oscuro, y cuando ellos lleguen, tú estarás ahí para decirles que todo va bien a pesar de la puta pena de sentirse preso en el mundo. Que sonreiréis juntos ante la puta vida. Con dos cojones.
Y ojalá no lleguen a la zona oscura, donde se sentirán tan solos que encontrar el amor constituirá la más épica y cruenta de las batallas de su vida. Habrá un desgaste importante. Y es importante estar en tierra yerma con ellos. Que no se sientan solos como él se siente agua que corre muerta.
En mitad del puente, con el cadáver vertiéndose a si mismo al mar y el horizonte marcando el fin del mundo, el hombre afloja la marcha.
En la orilla izquierda, cerca de la pista de asfalto, se encuentra inmóvil con las patas metidas en el agua, una grulla negra. O parece negra, porque el sol de mediodía mata los colores de la misma forma que arranca hirviendo feos e inútiles espejismos del asfalto. El contraluz, paradójicamente, lo hace todo oscuro.
Es incongruente que en el lugar más feo del planeta, un bello animal estilizado y negro como el pelaje del diablo, haya decidido descansar.
O es un ser con mala suerte, o con un gusto pésimo.
Dicen que las grullas viajan en bandadas y que forman parejas que duran toda la vida. Eternas.
Aquel animal solitario, quieto como una estatua, está lejos de todo lo que es su mundo, lejos de la bandada, lejos de su pareja, lejos de la vida. Lejos de un lugar digno donde mojar sus patas.
Está sola en una ciudad horrible, en un río lleno de mierda. ¿Quién es la grulla y quién el hombre?
Los que se sienten basura, acaban entre la basura. Aunque el hombre piensa, con temor a que su hijo pueda oírlo, que la verdad es que se siente basura porque fue parido en este muladar apestoso. Y que su fracaso es no haber podido escapar del influjo de la mierda.
Da igual ser basura o vivir entre ella, al final pierdes el origen y a efectos prácticos, la conclusión es que estás sucio.
Morir de pena o de asco... Semánticamente es lo mismo.
La grulla inmóvil es su reflejo. Está a punto de detenerse, dos gotas de sudor caen en el velocímetro de la bici que indica apenas tres kilómetros por hora.
Se apea de la bicicleta y no fuma. Por primera vez en mil años, se detiene para admirar a un ser vivo en esta ciudad que asesina el ánimo, la ilusión y la intimidad.
Él es un hombre-grulla en un río lleno de restos de vidas tristes, de deshechos miserables, pero él tiene las alas rotas. Es una grulla tullida de negro pensamiento.
Quiere gritarle que vuele, que se marche lejos que puede hacerlo porque sus alas están sanas, porque no está enferma como él.
El animal se mantiene en pie con orgullo, firme. Su cuello largo y terso forma una “s” perfecta y rígida. En un momento dado extiende sus alas y están sanas. Brillan.
Está sola la grulla, lo sabe. Se siente mierda como él. Sus corazones laten sincronizados en la oscura frecuencia de la frustración.
Su hijo llega hasta él y se detiene.
—¡Qué pasada! ¿Qué es ese pájaro? —exclama al ver al animal.
—Una grulla —responde el padre sintiendo el frescor que causa en su ánimo el entusiasmo de su hijo.
Vale la pena ser mierda para sentir como algo nuevo y sorpresivo la alegría de un hijo.
—No se mueve. ¿Estará enferma?
—No lo está, tal vez se haya perdido o esté cansada.
—Es la primera vez que veo una.
—Yo también —le responde.
Y se guarda de matizar que es la primera vez en toda su puta vida, que ha podido ver un animal salvaje en esta podrida ciudad.
Tampoco le explica que la grulla parece un presagio de muerte. Que se han juntado dos tristes para despedirse. Que dos se han encontrado en tierra yerma y que sonríen con un par de cojones a lo que les queda de vida.
Uno ha perdido su pareja de por vida, el otro no llega a tiempo y el tiempo se lo come.
No queda más que morir, y todo es sencillo.
No le dice que su propio hijo no basta para llenarlo de vida y alegría. Que necesita más que un hijo. Y siente asco de sí mismo, de su propia crueldad.
Hace mucho calor y echa un trago de agua caliente de la botella. Una ira implosiva se apodera de él porque el agua tendría que ser fresca, la grulla debería estar en un río limpio, pescando con su pareja de vida a la sombra de un sauce que llora. Él debería sentirse completo con su hijo a su lado. Y vivo.
Y limpio.
Y no sentir la ausencia de ella con esa dolorosa precisión en el corazón.
La grulla alza el vuelo con facilidad, con majestuosidad, y siente el deseo de acompañarla. Dos mierdas rumbo al infierno.
Va directa al fin del mundo.
Sin bandada, sin su pareja de toda la vida. Con el peso de la vida a cuestas.
Él pedalea igual en la vida. Y ahora detrás de su hijo.
—El último paga la cocacola —grita pedaleando de pie.
A veces no se acuerda que su padre es un tullido, le quiere demasiado.
Está contento el hijo de haber visto el vuelo de la grulla cuando parecía enferma allí quieta, allí sola. Su alegría es la prueba definitiva que no se merece un padre tan gris. Aún no puede adivinar adonde va la grulla, bendita inocencia...
Cuando giran a la derecha para pasar bajo el puente, la grulla aún se recorta en el horizonte, sigue la línea recta de la muerte del río.
Su hijo le ha sacado un centenar de metros de distancia.
Detiene la bici, y da media vuelta.
Él también vuela solo, Ella no está y la vida es tan pesada...
Las rocas del espigón son el fin del mundo. Su vuelo en picado es breve, mucho más corto que el de la grulla; pero también le lleva al fin del mundo. Es un ser racional, puede buscar atajos.
Nunca ha querido casco, no le gusta prolongar la vida cuando es como la suya.
Que su hijo le perdone, que su amada le entienda y se sienta querida por toda la eternidad.


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