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20 de marzo de 2009

El hombre sierpe (final)

Cuando llega a casa abre la puerta del salón que da al balcón para que entre la bestia. Se angustia al salir al balcón y no ver sus ojos opacos ojos verdes.

—No pienses más, te estás obsesionando. Fue terrorífico —intenta convencerse vertiendo en una cazuela un salteado congelado.

Un siseo en sus tobillos y un aliento frío eriza su piel con un escalofrío. Los ojos de la serpiente la miran fijamente desde el suelo y su cabeza sube por sus piernas delgadas de carnosos muslos.
El animal supera su vientre y se interna por dentro de la camiseta, siente su cuerpo resbaladizo entre los senos y su cabeza aparece por el escote. Se eleva hasta que sus ojos se encuentran frente a frente. La lengua bífida palpa sus labios con brutalidad, entrando entre ellos. Su sexo está cubierto y presionado por el cuerpo de la bestia. La respiración de la serpiente hace vibrar su clítoris y unas gotas de humedad se desprenden de la vulva para rodar por los muslos.
Linda ha abierto las piernas apoyándose en la encimera de la cocina y la serpiente bajo su falda, lanza la lengua rápida por toda su vulva. Se muerde los labios cuando la serpiente se abre paso en su vagina de forma brutal y siente que va a estallar “mi puto coño”. La mitad del cuerpo de la serpiente se ha arrollado en su pierna y sólo puede abrir más la otra para poder mantener el equilibrio.

Vosotras no sois repugnantes, sólo carnales.

La serpiente sale de la vagina, abre la boca y clava lentamente los colmillos en el pubis; la lengua castiga el clítoris durante unos minutos hasta crear un orgasmo bajo la falda que se propaga a través del vientre para estallar directamente en el cerebro de Linda.
Y mientras jadea e intenta regular su respiración, la serpiente repta ahora por su espalda, y sisea en su oído provocando en la mujer una sonrisa tierna.
Cuando Linda consigue mantenerse en pie sin apoyarse en la encimera, la serpiente ya ha desaparecido.
Se estira en el sofá sin haber comido y duerme absolutamente relajada a pesar de un calor pegajoso que provoca un sensual mador brillante en su piel.
Las venas de sus brazos resaltan con un brillante fulgor amarillo que se apaga paulatinamente hasta desaparecer al mismo tiempo que la respiración se normaliza.

Me erijo en Dios ante vosotras y me adoráis con los muslos abiertos y los pezones duros.

Linda se ha depilado el pubis y la vulva, cuando camina se excita con el roce íntimo de la braguita entre los labios y siente que se hace agua.
Hace ya ocho días que la serpiente la visita, que la usa. Ocho días en los que sólo piensa en ella, en sus escamas arrastrándose por la pared de su coño y en esos ojos que durante la oscuridad de la noche y el sueño, parecen flotar muy cerca de ella. Ocho días en los que tiene que dejar su puesto en la oficina para masturbarse en los lavabos dos o tres veces al día.
Cuando llega a casa se desnuda y corre la puerta del balcón. Escucha el suave roce del animal al deslizarse tras ella. Se arrodilla en el suelo y apoya también las manos. La serpiente avanza entre sus piernas separadas y hacia su rostro, arrastrándose por sus pechos plenos que penden pesados. La lengua recorre sus labios para jugar con ellos. La cola presiona en la vagina sin entrar y ciegamente tantea sus nalgas en busca del ano. Entra con tanta fuerza que le fallan los brazos y su rostro queda pegado al suelo. La cabeza de la serpiente repta por su espalda. Se siente acariciada y empalada. El ano está tan dilatado con la penetración, que le tensa la vulva. Alarga una mano hasta su sexo y acierta a encontrar el clítoris menudo y duro entre los pliegues de la piel. Cuando lo descubre, siente que se le nubla de visión, la lengua de la bestia ha aparecido entre sus dedos y fustiga con vehemencia esa dura perla rosada. La viscosa y pegajosa lengua... Es casi doloroso el castigo al que la somete.
La cola ha dejado de invadir su ano y ahora busca la vagina, tanteando e insinuándose por entre sus labios dilatados y blandos. Se lleva una mano a las nalgas para encontrar la cola del animal y ella misma la conduce a sus entrañas, la empuja sin cuidado, con ansia.

—Jódeme hasta reventarme, cabrona. Empálame zorra arrastrada.

El cuerpo de la bestia se tensa y se pone rígido; la cola se le escapa veloz de entre los dedos para penetrarla con un ataque veloz y violento. De la cópula se derrama un líquido lechoso blanco que lubrica el sexo y da un brillo mojado a las escamas.
Linda grita su placer acompañando con un vaivén de sus nalgas el ritmo de la penetración. Cuando aúlla ante el orgasmo, se encuentra con la cara de la bestia, sus ojos verdes se han tornado casi azules y hay un asomo de tristeza en ellos.
La lengua roza sus labios con lentitud, y le transmite una extraña sensación de pérdida. Cuando de su sexo resbala la cola del animal, siente vaciarse y un nuevo placer la obliga a entrecerrar los ojos.
La serpiente se aleja hacia el balcón.

—¿Adónde vas? Quiero ir contigo —susurra entre jadeos la mujer que ahora yace acurrucada en el suelo.

La serpiente gira la cabeza hacia la voz e inmóvil fija sus verdes ojos en los de la mujer de suave pelo rubio, hasta que una lágrima se desborda dejando un reguero negro de rímel en su pómulo. Se arrastra de nuevo a la oscuridad y a la inmundicia de las cloacas.

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No llega, la serpiente no aparece. Linda se asoma al balcón y escudriña los setos por donde ha desaparecido estos días.
Los setos se agitan y la cabeza de la serpiente asoma entre ellos, los ojos se encuentran, la serpiente yergue la mitad del cuerpo y agita la lengua, suavemente. Desaparece entre los setos. Linda llora.
Se masturba en el sillón, se toca y gime casi gritando. Intenta que la bestia la oiga, que la bestia acuda llevada por su lujuria.
Pero no aparece.
Al día siguiente, el animal asoma su cabeza de nuevo entre los setos para clavar su mirada en la de ella.

—Ven, ven, ven... —le suplica Linda aferrando a la barandilla, sus brazos se han tensado y bajo la piel, las venas pulsan amarillas.

La bestia desaparece de nuevo.

—Lin, tienes mala cara, no te encuentras bien. Vamos a urgencias. —le propone su marido al llegar a casa y verla tumbada en el sofá con unas profundas ojeras.

—Estoy bien, Loren —le miente.

Linda no come, no duerme. Sus ojos empañados de lágrimas impiden la buena visión para trabajar frente al monitor de su mesa. Hay momentos en los que rompe a llorar de forma intempestiva.
Dice sentirse mal y se va de la oficina. El jefe de la sección, lo comprende al ver las venas amarillas que como raíces se extienden por el cuello bronceado de Linda.

—No volverá, no me tomará —musita con la cabeza apoyada en la ventanilla del tren.

Camina despacio hacia casa, el calor parece hervirle la sangre.
No abre la puerta del balcón, al llegar a casa y eso la lleva a llorar de nuevo. Conecta el aire acondicionado y se desnuda.
Lleva la mano al sexo y no siente nada, no hay nada en su coño moviéndose, no se arrastra nada por su cuerpo. Está vacía.

Me arrastraré entre vuestras sábanas y me anillaré en vuestros pechos con mi cuerpo. Os arrancaré gemidos impúdicos; os tocaréis cuando os sisee en el oído y mi lengua roce vuestros labios entreabiertos.

El cuchillo que sostiene en la mano está agradablemente frío.
Sale al balcón, allí está la bestia.
Linda se clava el cuchillo en el cuello, y debe esforzarse por enterrar completamente la hoja en la carne. Los ojos de la serpiente la distraen de la sangre que sale entre sus labios. Los pulmones se inundan de sangre y ella no hace esfuerzo alguno por respirar. Su cuerpo cae sobre la barandilla y la cabeza cuelga inerte; de su boca un hilo de sangre cae en la cabeza del animal que se ha arrastrado para bañarse en ella.
Hasta que no cae una gota más de sangre, el animal no se mueve. Sus escamas están terroríficamente salpicadas de un rojo que ya se ha hecho casi negro, el calor seca la sangre y le roba su color vital.
Trepa por el tubo de desagüe hasta el cuerpo de la mujer. Sus ojos ávidos y brillantes miran con expectación las nalgas del cadáver. Del muerto sexo emerge con rápidos movimientos una pequeña culebra amarilla que la serpiente devora sin que llegue a tocar el suelo.

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El rostro del hombre sierpe está iluminado por el monitor del ordenador portátil. Teclea “mujer muerta” en el buscador del diario digital que normalmente lee.
No hay fotos, la breve noticia hace mención a un posible suicidio en la nueva zona residencial y de la víctima, sólo destaca su edad: treinta y dos años y sus iniciales: L.S.M.
Es mejor así. Recorta la noticia con el cursor y la guarda en Constrictor.
Su último amor de verano.
Los rayos del sol caen con fuerza y se siente melancólico y deprimido. El otoño se ha llevado a la bestia a hibernar en algún lugar de su cuerpo humano. El intenso dolor de la transformación, dejará paso a la monotonía diaria.

—Maldito... ¿Por qué no es el hombre el que duerme?

Nada es perfecto.
Nueve meses para ser Dios de nuevo. Nueve largos meses de vulgaridad y hastío.
De un violento manotazo cierra la pantalla del ordenador y desnudo se hace un ovillo en la penumbra del cuarto y llora la maldición de ser hombre.

Hurgaré en vosotras, en lo más íntimo, una y otra y otra vez hasta que me otorguéis vuestra vida; hasta que en vuestras entrañas se haga un hijo mío que devoraré para seguir siendo bestia hasta el fin de los tiempos.
Porque así lo ha querido algún Dios.



Iconoclasta

13 de marzo de 2009

El hombre sierpe (3 de 4)

Y penetraros, entrar en vosotras y sentir en mis escamas las convulsiones de vuestro placer.

Ahora sujeta el grueso cuerpo de la serpiente entre sus piernas, forzando que entre más en ella y lucha por separar las nalgas cuanto puede para que la cola que le está destrozando el esfínter pueda entrar y salir con más facilidad.
Y grita, grita y su vientre se contrae, su frente empapada de sudor se ha arrugado ante el orgasmo que colapsa su sistema nervioso de tal forma que nunca hubiera podido imaginar.
De los labios interiores de su vagina, se derrama un líquido caliente y espeso que se desliza hasta llegar al ano. Sus manos aún permanecen crispadas en el cuerpo del animal, que ahora está sacando la cabeza.
Eleva su cabeza y observa atentamente a la mujer que ahora cierra los ojos y se deja llevar por los pequeños espasmos residuales del orgasmo.
La serpiente se separa de ella y se dirige hacia la puerta del balcón, se yergue para picar en el cristal con el hocico.
Linda intenta levantarse pero se tambalea y cuando por fin lo consigue, se da cuenta de que sus bragas se encuentran por debajo de las rodillas, se las sube y se dirige a la puerta del balcón. Cuando la abre, el animal sale al exterior, alcanza la barandilla y se enrosca en el tubo de desagüe del tejado. Cuando toca tierra, desaparece entre los setos.
Linda llora, sus bragas están empapadas de humor sexual y los pezones amoratados. Se acaricia el pubis observando el lugar por el que la serpiente ha desparecido.


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El animal surge de nuevo por la boca del sumidero labrado en el bordillo y llega a su cuarto trepando por el mismo árbol.
Se anilla en la penumbra de un rincón de la habitación, esperando el crepúsculo que debilitará los rayos del sol.
La luz se torna anaranjada y el movimiento cósmico se acelera para dar paso a una creciente oscuridad. El animal abre sus increíbles ojos verdes opacos y su cuerpo se estira. Hay miedo en su mirada animal, la misma cantidad de miedo que de dolor cuando es hombre y se transforma.
El cerebro va tomando conciencia de su parte humana y las extremidades adquieren relieve bajo la piel y se desgajan del tronco central, los colmillos caen al suelo y dan paso a la dentición humana. La liberación total, llega cuando el pecho se ensancha y los pulmones consiguen inflarse de aire.
Durante unos segundos el hombre sierpe, se mantiene estirado boca arriba con los brazos en cruz y la planta de los pies en el suelo, absorbiendo frío de las baldosas.
Cuando se pone en pie, una arcada lo dobla y vomita dos esqueletos de rata y una bola de pelo.
La visión de ese vómito le lleva a otro hasta debilitarse de nuevo y caer de rodillas en el suelo, expulsando baba de su boca jadeante.
Son las ocho y media de la noche, apenas le queda una hora de tiempo para reponerse antes de salir de casa para una nueva jornada. Es especialista en una empresa de fundición de plástico.
No hay recuerdos, sólo sensaciones de su vida como animal, está enamorada la bestia y no sabe de quién. Por enésima vez, otra caza de amor, la pasión animal y primitiva.
El amor y la destrucción.
Venas que se abren, cuerpos que caen desde alturas letales, un veneno en la garganta, pastillas que tornan azules los labios. Otra muerte, otro suicidio.
Y así siempre, así toda la vida. Desde que se hizo sexualmente adulto, su cuerpo se transforma cuando el sol cae más vertical. Los veranos son para el amor y la pasión.
Durante todos los mediodías de verano, se arrastra por el mundo escondido entre mierda y ratas que a veces come. Y llega hasta ellas, preciosas y cálidas mujeres, guiado por un efluvio que sólo su cerebro de reptil es capaz de identificar; un efluvio que enamora a la bestia y hace desplegar una sensualidad tan animal como primitiva.
El verano se acaba, y su último amor en este año.
Y jamás conocerá a la mujer que enamoró a la bestia, las mujeres que enamoran a la serpiente y a su vez son tomadas por ella, no viven, sólo sufren un tiempo hasta que dan fin a sus vidas.
Enciende el ordenador y escribe la contraseña de acceso.
Abre una carpeta de imágenes titulada Constrictor y la galería de imágenes que contiene. Sesenta y cuatro noticias escaneadas de los periódicos van pasando lentamente y él intenta evocar cada mujer; pero sólo le llega un aroma identificativo de cada una que no aporta más que angustia y desazón ante la falta de recuerdos y sensaciones. No las quiso, no las amó, no las buscó. La bestia es algo que habita en él, que lo usa como cueva, como agujero oscuro y húmedo y a la vez cálido. Nunca han cruzado pensamientos la bestia y el hombre.
Cadáveres rígidos, restos en las vías de un tren, una mano ensangrentada, cada noticia tiene su color. Su particular presentación.
Y le gusta, su propio misterio y lo que esconde entre sus genes lo hace único. Y vale la pena ser único aunque repugne.
¿Quince años tenía cuando horrorizado sintió su cuerpo desgarrarse hasta convertirse en una serpiente? Hace veinticinco años que vive solo, aislado. Ha cambiado de domicilio más de doce veces.
Cuando un ojo humano captaba la monstruosidad reptante de color amarillo y negro deslizarse por la ventana de su casa, se creaba alarma en el barrio. La policía se presentaba en su casa y quería saber si tenía una serpiente y ésta no estaba debidamente encerrada en un terrario, porque “hay niños en el barrio”, “¿Podemos dar un vistazo al patio?”.
Era el momento de mudarse. La presión era grande, quien veía a la serpiente, la buscaba de nuevo. Y se hacía difícil moverse con discreción.
La bestia se mueve a plena luz del día y es difícil ser discreto.
Jamás sentirá nada por esas mujeres que se suicidaron, y ninguna mujer sentirá nada por él siendo hombre.
No le importa en absoluto, sólo padece breves episodios de melancolía, un rastro de humanidad que cada día está más olvidada.
Se acaba el calor, el verano se va y deberá pasar meses enteros sumido en la mediocridad, como un hombre más.
Cuando se transforma en serpiente, es Dios. Jamás ha querido otra cosa; si pudiera, no se transformaría en hombre jamás.


Retorcerme dentro de vuestros coños y embestiros desde dentro, anillando mi cuerpo en vuestras piernas para que no podáis cerraros ni defenderos del placer impío.


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Linda se ha vendado el codo, los colmillos de la serpiente han levantado la piel pero sangra poco. La braguita está empapada y no puede evitar pasar las manos por ella evocando sus propios gemidos, recordando la oleada de placer que la ha hecho olvidar que es humana. Tiene pequeñas ampollas que no duelen en el pecho por las quemaduras de las brasas del cigarro. Se aplica crema durante más tiempo del necesario. Y los pezones responden contrayéndose. E imagina la boca de la serpiente clavada en ellos, mamando, succionando...
Le explica a Loren que se ha golpeado el codo contra el cajón abierto de un archivador esa misma tarde, momentos antes de la hora de salir.
No se acuerda de que hace apenas dos horas, quería sexo con su marido. De hecho, ya no volverá a desearlo jamás.
Pasa la noche en vela, sin moverse de posición en la cama. Los ojos verdes de la serpiente danzan en la oscuridad y siente aún las vibraciones de los músculos del animal en su piel. En su coño.... en sus tetas. Los ojos de la bestia brillan de amor por ella como ningún ojo de ningún ser ha brillado jamás.
Se masturba silenciosa al lado de su marido. El primer rayo de sol entra por la ventana al tiempo que su boca se abre silenciosa para exhalar el último placer de la noche con la mano entre los muslos conteniendo su sexo como si fuera a estallar.
Ha tenido que esforzarse mucho en la oficina para hacer su trabajo y no pensar en ser tomada por el monstruo. El placer vence a la repulsión y el amor hace bellas las cosas más horrendas.


No soy tentación, no busco vuestra expulsión de paraíso alguno, sólo quiero vuestro placer que es el mío. Y mi alimento, mi razón de ser.

Camina deprisa el trayecto desde la estación de tren hasta su casa. El sudor corre por su espalda y se desliza entre sus pechos. La camiseta azul pálido muestra grandes manchas de sudor en las axilas, no lleva bragas bajo la falda, se las ha quitado en la oficina porque se le han empapado de su propio humor sexual.
Su melena corta y rubia se agita con cada paso rápido que da y sus pechos se mueven libres. El sujetador también la molestaba.


(Continúa)


Iconoclasta

5 de marzo de 2009

El hombre sierpe (2 de 4)

Coloca la mesita con el cenicero cerca del sofá y se vuelve a estirar con las piernas abiertas, una de ellas, en el suelo; como había dormido.
Está caliente, necesita sexo y tal vez no espere a que llegue la noche, cuando llegue Loren en un par de horas, lo va a recibir acariciándole los testículos y lo va a llevar a ese mismo sofá para que la folle.

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Soy una serpiente que repta ávida por las piernas de las mujeres.

La serpiente asoma furtivamente la cabeza bajo la butaca y lo primero que enfoca su visión es el pie de la mujer. El olor del tabaco le da una inopinada sensación de familiaridad.
Usa la lengua para acariciar la piel del tobillo, y en el mismo instante se lanza con velocidad, como un resorte, para enredarse a lo largo de la pantorrilla.
La mujer lanza un fuerte alarido; grita y patalea.
Saltan brasas del cigarro sobre sus pechos desnudos cuando se le escapa de entre los dedos. Sacude la pierna intentando sacarse de encima la repugnante serpiente; pero sólo consigue caer al suelo. Con cada movimiento por liberarse, el anillo que hace presa en su pierna aumenta la presión y siente la inconfundible sensación de la sangre retenida y colapsada en la carne. Los ojos verdes de la serpiente la observan con fijeza y su lengua inquieta y nerviosa, parece amenazarla.

—Cálmate Lin, que el animal no sienta tu miedo —se dice a si misma.

Con dificultad consigue gobernar su cuerpo y quedar quieta.
La serpiente no se ha movido, pero siente que ha relajado la presión de su presa. Ya no sisea amenazadora. Los ojos siguen fijos en los suyos.
En algún sitio oyó que mirar directamente a los ojos de un animal, constituye un desafío.
Ahora el animal avanza, su cuerpo viscoso y frío se desliza lentamente hacia el muslo. Siente sus asquerosos músculos ejercer tracción en su carne. El anillo ha superado la tibia y se detiene en la rodilla; el hocico de la serpiente se encuentra tan cerca del vientre que cree sentir su aliento en la piel.
Le duelen los brazos y la espalda en su lucha por mantenerse erguida en el suelo. El peso en su pierna empieza a debilitar su resistencia y se deja caer de espalda para descansar los brazos y los músculos lumbares.
Y para recuperar algo razón.
Alarga la mano hasta la mesita y palpa el sobre de vidrio hasta asir el teléfono. Cuando empieza a marcar el número de la policía, el anillo que apresa su pierna se cierra hasta hacerla gritar, si sigue estrangulando su muslo teme que le arranque la pierna.
Hace un nuevo intento por marcar los números, y la serpiente le lanza un ataque con la boca abierta, hace presa en su codo clavando los fabulosos colmillos y arroja el móvil lejos de si ante ese trallazo de dolor.
El animal ha vuelto a suavizar la presa y ahora arrastra la cabeza por su muslo, siente en la ingle la lengua gélida palpar la delicada piel. Parte del peso del animal ha pasado a la pierna izquierda y siente cosquilleo en los dedos del pie. La sangre parece llegar ahora normalmente.
Piensa que el animal debe estar aturdido, que se ha escapado del terrario de algún vecino. Parece no querer atacar más.
Con sumo cuidado y venciendo la repulsión que le produce, alarga la mano hasta la cabeza de la serpiente y ésta no hace ningún movimiento por evitar el contacto.
Cuando sus dedos se posan en la dura piel de la cabeza, los verdes ojos parecen desaparecer durante unos segundos tras unos párpados que han corrido verticales, en un extraño y absurdo guiño.
La actitud de la serpiente la tranquiliza.

Me deslizo entre hombres y mujeres muy alejada de sus alientos. Ellas, en ocasiones, no llevan nada bajo la falda y me excito tanto que mis escamas supuran un liquido viscoso tornándolas resbaladizas.

La serpiente parece dormirse y deja caer la cabeza sobre su muslo, el hocico está muy cercano a su sexo y el terror a que le pueda morder ahí la inmoviliza.
Ahora no hay presión alguna, en su pierna. El animal parece confiar en ella.
La lengua está rozando su braguita, y se mueve a lo largo de los labios vaginales. Hay un momento en el que la serpiente ejerce presión con el morro en la tela de la braguita y Linda se olvida de respirar.
Vuelve a acariciar su cabeza y la serpiente queda quieta, dejándose tocar y dejando la lengua lacia. El contacto del hocico contra su sexo es total y Linda intenta estirar la pierna para separar la cabeza del animal.

Soy repulsiva y adoro ser rechazada para después observar con mis ojos inhumanos sus piernas abrirse para ofrecerme sus sexos indefensos.

Ahora el animal se insinúa en su vientre parece oler su miedo, su cabeza erguida se balancea de un lado a otro chascando el aire suavemente con la lengua.
Vuelve a retroceder y al arrastrar su cuerpo hacia atrás, el elástico de la braguita se enreda sobre la tela y la mitad de su sexo queda desnudo.
Sentir en su sexo la piel de la serpiente es dar vida a una pesadilla; sin embargo, como si a su sexo no le importara, se humedece. Una corriente eléctrica apenas perceptible corre por su piel para descargarse en sus menudos pezones hasta endurecerlos.
La serpiente ha metido el hocico entre los labios mayores de su sexo, Linda intenta cerrar las piernas, pero el animal tensa sus músculos y separa aún más la pierna aprisionada. Siente una punzada de dolor en el fémur y relaja ambas piernas.
Cierra los ojos y llevándose las manos a la cara rompe a llorar.
El miedo ha ocupado ya su mente y apenas es consciente de que la serpiente está lamiendo su sexo, hasta que siente como el corazón se acelera y su sexo produce fluido.
Se le escapa un gemido de miedo, aunque le de vergüenza y asco reconocer que hay placer también.

Soy tan repugnante como indecente y carnal.

Parece haber pasado una eternidad de tiempo desde que la serpiente la ha atacado, y apenas han transcurrido más de cinco minutos.
Piensa que el animal no la herirá de nuevo, y no le queda más que esperar que Loren llegue a casa y avise a la policía.
Lentamente acerca la mano hasta la mesita, tantea con los dedos hasta dar con el paquete de tabaco y el encendedor. La serpiente levanta su cabeza y observa el movimiento de sus manos. Cuando exhala su primera bocanada de humo, la serpiente vuelve a meter la cabeza entre sus muslos, y con total serenidad, siente como la cabeza hociquea en su vulva para presionar el protegido clítoris con precisión.
Cierra los ojos dejando que el placer llegue a su mente y retira cuanto puede las bragas hasta dejar su sexo completamente desnudo.
El anillo que apresa su muslo se deshace, y la cola del animal se mueve arrastrándose bajo la pierna para liberarse. Aparece la cabeza en su campo de visión, para acercarse a su pecho izquierdo. Siente algo agudo golpear su vagina, la cola presiona entre sus piernas, mientras Linda sujeta el pecho con ambas manos para que la lengua de la serpiente azote el pezón hambriento.
No puede ver lo que está ocurriendo entre sus piernas, pero siente que su vagina se llena y vacía rítmicamente.

Soy serpiente para enredarme y reptar por vuestras piernas para llegar al centro mismo del placer y lanzar mi lengua bífida e inquieta a vuestro sexo; lamerlo y morderlo suave y venenosamente para excitaros.

La serpiente se retira, su cabeza vuelve a bajar hacia el vientre, hacia su entrepierna, a su coño a cada momento más inflamado. Nota en lo más profundo de la vagina, la lengua del animal agitarse. Eleva las rodillas flexionadas para que la penetración sea más intensa, para que entre más en ella ese cuerpo grueso que la llena y la hace lubricar como a una puta.
Piensa que tiene que ser una gran puta para hacérselo con una serpiente.
Ahora la cola se eleva por encima de su vientre y golpea los pezones alternativamente, hay un leve dolor que se convierte en una mortificación excitante. Sus pezones se han puesto tan duros que desearía que alguien mamara de ellos hasta reblandecerlos.
Se los pellizca brutalmente, y de su boca se escapa un gemido jadeante y algún grito sostenido cuando le sobreviene un orgasmo que la obliga a arquear la espalda.
La cola de la serpiente ha dejado sus pechos y ahora la siente presionando en el ano. Relaja el esfínter y la cola empieza a penetrar en él con suaves ondulaciones que la llevan al paroxismo del placer.

(Continúa)


Iconoclasta

27 de febrero de 2009

El hombre sierpe (1 de 4)

Ni por un momento se me hubiera ocurrido soñar con transformarme en un ser celestial, en una mitología poderosa y justiciera.
Mi natural humildad me hace sentir bien con mi maldición.
Vampiros, licántropos, cíclopes, centauros, ogros, machos cabríos, cadáveres andantes... ¿Quién quiere ser eso?
Mi maldición es más placentera, es obscena. Ellos, los otros, sólo matan o dan miedo, incluso dan la vida eterna.
Aburrido, mediocre.
Lo mío es más difícil, es más artístico. Yo soy el placer más profundo. No busco víctimas, sólo doblegar voluntades por medio del placer. Tampoco me importa que cuando hayan disfrutado de mi placer, se deban suicidar porque jamás volverán a sentir lo mismo. Es terrible reconocer el placer total y desinhibido, y que se te escape por entre los dedos. Esperar cada día con el sexo húmedo volver a experimentar el placer divino y desesperar porque no vuelve es lo peor que le puede ocurrir a nadie. A mí me pasa.
Y tú llorarás cada día porque me arrastre de nuevo por tu piel y estrangule tus pechos. Porque me meta entre tus piernas hasta conseguir que te convulsiones con una lascivia que ni los dioses pueden provocar.
Satanás se transformó en serpiente para tentar a Eva. Yo soy más: soy tentación y pecado. Premio y castigo.
Lo bueno si breve, es una cabronada. La vida está plagada de demasiados malos momentos como para sentirse satisfecho por unos minutos de nirvana en toda la vida.
Soy una obscenidad reptante y provocar el tránsito del miedo y la repulsión al goce más profundo y obsesivo es mi único fin. Me alimento de vuestros coños, de vuestros humores sexuales, de vuestro corazón desbocado. De la dureza de vuestros pezones erectos.
Os amo hasta tal punto, deseo poseeros y dejar tal huella en vuestro cuerpo y vuestra alma, que la vida sin mí carece de sentido para vosotras.
Que mi ausencia os mate.

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Hace calor, el hombre se ha desnudado y se deja bañar por la intensa luz del sol de mediodía. Las paredes calientes del cuarto radian el calor a su piel y ésta reacciona escamándose.
El dolor intenso de cada día, como el pan de los cristianos, se apodera de todos sus puntos neurálgicos, un rollo de tela en la boca evita los gritos y los insultos al planeta por tamaño sufrimiento.
Su cabeza se oprime y se aplasta, cada escama que aparece rasgando la piel es una puñalada de dentro a fuera. No mana la sangre que lo pudiera liberar de la presión del dolor.
Las costillas se curvan y perforan los pulmones, nada es perfecto y de su boca mana un poco de sangre regurgitada, porque es necesario respirar a pesar de los reventados pulmones. Sus brazos se funden con el torso y las piernas entre si mismas. Alguien diría que se trata de una sirena.
Sin embargo el cuerpo sigue doliendo, y estirándose y fundiéndose los dedos y las piernas para convertirse en algo ondulante. Los órganos parecen pudrirse y es como morir. La lengua se ha transformado, se ha partido y ahora es un nervioso y fino látigo negro. Los ojos son dos bolas negras que son invadidas por un verde esmeralda obscenamente bello, vivo y brillante.
Cesa el dolor. El planeta ha cambiado, los colores más que reflejar, arden y algunos sólo están ahí, muertos. La materia fría y muerta relaja su visión, no le interesa. Sisea en el aire agitando su bífida lengua y dos metros y medio de carne recubierta de escamas amarillas y negras se mueven con celeridad para subir hasta el alféizar de la ventana, saltar a las ramas del árbol del patio del piso inferior y bajar por el tronco para desaparecer entre la hierba y las rendijas de las paredes.
Se arrastra por la oscuridad y la inmundicia que lanzan los vulgares por tuberías al subsuelo convirtiéndolo en algo ignominioso. El territorio del hombre serpiente es la basura de los superficiales, se arrastra por sus miserias en busca de mujeres a las que dar el goce que los hombres jamás podrían proporcionarles.

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De todos los animales de la tierra, sólo yo puedo hacerlo, sólo yo puedo cumplir las expectativas de ellas.

Linda llega por fin a casa. El sol del mediodía la ha seguido durante el camino a casa como una mala compañía. Su marido no llegará hasta bien entrada la tarde. Da gracias por tener un horario intensivo que le de un razonable tiempo para relajarse y descansar.
Se desnuda en la habitación quedando en ropa interior, lencería de algodón que muestra manchas de sudor y deja asomar algún rizo de vello púbico. Se deja caer en la cama y recupera el aliento durante un largo minuto.
Se desnuda completamente ya más relajada y se dirige al baño para ducharse.
Calienta una ración de carne estofada en el microondas y con prisa se hace una ensalada. Coloca los dos platos en una bandeja y se sienta en el sillón con ella en las rodillas. El televisor emite noticias a las que no hace demasiado caso. Sus pechos asoman por entre la camisa blanca abierta y unas braguitas de licra negra dejan entrever un tupido vello en el monte de Venus. Come casi con desgana, el aire acondicionado aún no ha alcanzado la temperatura de confort y bebe con avidez el vaso de agua.
Inevitablemente, y como cada día, tras dejar la bandeja de la comida en la mesita del comedor, se estira en el sofá y el aire que ya llega fresco, relaja sus músculos y su ánimo. El sopor se apodera de ella y también una dulce excitación que es el resultado de haber acabado la jornada diaria en la oficina. Se acaricia el monte de Venus mientras sus ojos se cierran.


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Una serpiente del grosor de un brazo y larga como un utilitario emerge a través de la boca de granito de un desagüe de la calzada. Se ha deslizado entre una rendija inferior del vallado de una de las casas adosadas de un barrio periférico y el mediodía le da un aire desértico al complejo residencial. Sus escamas negras y amarillas parecen fundirse por el efecto estroboscópico que produce su ondulante movimiento. Se dirige al canalón de desagüe del tejado, se anilla al tubo y trepa oliendo el aire y agitando la lengua. Sus ojos verdes están fijos en el balcón de la casa.

Me arrastro silenciosa por el suelo, lo más alejada posible de ese sol eterno e incombustible que no da un respiro a mis escamas.

Aún con medio cuerpo sujeto al tubo de desagüe, su cabeza parece flotar en el aire hasta hacer contacto con la baranda del balcón. Se arrastra con elegancia hasta llegar al suelo y repta hacia la puerta de cristal del salón; la cortina deja un resquicio que le deja ver el interior. El inconfundible aroma de una mujer excita al animal y su cabeza se eleva sobre los anillos de su cuerpo para observar con unos ojos curiosos y ávidos el interior de la casa. Su lengua golpea el vidrio de la puerta corredera.
La mujer resalta como lo único vivo en el salón, su cuerpo aparece rodeado de una aura naranja que vira al rojo en la zona de los pulmones; los brazos y las piernas, emiten un aura menos intensa. Entre sus piernas, hay un rojo brillante.
La serpiente golpea con la nariz el cristal de la puerta.
Necesita dar cuatro golpes más para que la mujer se despierte de su sopor y con los ojos aún adormilados, intente vislumbrar el origen del golpeteo.

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Linda se ha despertado, ha creído oír unos golpes en el vidrio de la puerta corredera del balcón. El noticiero ha acabado, son casi las cuatro y media de la tarde. Ha dormido casi tres cuartos de hora y tiene la impresión de que han sido escasos minutos.
Estira los brazos para desperezarse y sus pechos parecen saltar fuera de la camisa abierta. Lleva la cabeza hacia atrás para estirar la espalda y la braguita desciende hasta mostrar el inicio del vello púbico.
Se acerca hasta la puerta y la abre, una oleada de calor la incomoda.
No se ha fijado en las manchas húmedas del vidrio de la puerta.
Se asoma a la baranda del balcón con los ojos deslumbrados, sin reparar en una enorme serpiente arrollada bajo una de las sillas de plástico. No hay nadie en la calle, es demasiado pronto; la mayor parte de los vecinos empiezan a llegar a partir de las cinco y media de la tarde. Los críos son el aviso de que hay vida en el planeta, apenas han pasado las cinco, se pueden oír sus gritos al salir del colegio.
Tampoco ha podido ver la cola de la serpiente deslizarse silenciosamente dentro del salón hasta esconderse bajo una de las butacas, que se encuentran flanqueando el sofá, enfrentadas entre si.
Cuando entra de nuevo en el salón, se dirige a la habitación para buscar en el bolso el tabaco y el encendedor.
Se fumará un cigarro, lavará los platos y aspirará el suelo de la casa.
(Continúa)


Iconoclasta

17 de febrero de 2009

Al infierno

Os espero en el infierno, porque esto no es cielo, ni siquiera un purgatorio. Esto es sólo un lugar de tránsito donde escupir con rabia mi semen.
Mi semen agrio, mi semen triste, mi semen esclavo.
De la paja a la locura, de un glande sangrante a una boca sin dientes que me la mama con seguridad...
Toda esa basura se viste de amor y las rosas crecen entre mierda y fracasos.
No, no es un buen momento para sonreír. Hoy me conformo con sangrar por el pijo; aunque duela, alivia la presión.
Hoy es el día en el que me la pelo y escupo a este mediocre mundo.
Un vano intento por convertir este planeta engañosamente azul en el infierno donde nos podamos corromper amantes y tarados.
Monstruos fuera de lugar y tiempo.
Resbalar entre sexos viscosos y lamer labios obscenos.
¿Quién quiere belleza aséptica? Miguel Ángel me aburre y los mártires, cuanto más mutilados, más me excitan.
No creo en Dios, pero el dolor...
El dolor es lo real y que ni los cerdos dioses son capaces de disfrazar.
El puro dolor del sexo mordido, demasiado ansiado para ser acariciado; llega directo al vientre y estalla en locura entre dedos crispados.
Hoy con la polla en la mano y gritando a su santo coño, quiero crear el infierno y llevarla conmigo.
Pudrirse en el infierno es mejor que vivir en la mediocridad del no placer, del no dolor.
Hoy me sentía especialmente tierno.


Buen sexo.


Iconoclasta

11 de febrero de 2009

Un cálido beso



Es hora de un dulce morir, es hora de un beso sereno y líquido, algo que reblandezca las duricias y costras del alma.
Porque es necesario dejar que el amor fluya y dejarse someter a él.
Sería emocionante.
La lucha ha convertido el corazón en un trozo de sílex como el que los antiguos usaban para cazar y matarse. Diríase que retorno a los orígenes del hombre y camino entre el mal y el dolor como si no existiera otra cosa.
A veces el tránsito por la vida depara bellezas que quedan grabadas en la retina como un espejismo de absurda realidad. Las he archivado todas en mi cerebro, sólo me queda irme con la calidez de tus labios.
Es hora de demostrar un cansancio, desidia de vivir.
Que un beso llegue tranquilo como un batir de alas lento. El silencioso planear de una gaviota contra el viento.
Hay un momento para la lucha y otro para la derrota.
Y está el cansancio.
Entiendo al que muere de hambre sin un quejido, entiendo al desnutrido cuyas costillas parecen rasgar la piel y no le importan las moscas que beben sus lágrimas secas. La sal de la vida. Qué ironía...
Entiendo la tranquila respiración del enfermo que ve como su carne se pudre y sus dedos caen.
Y no grita, no llora. Sólo mira al cielo o la tierra y tal vez piense en cómo será posible salir del agujero en el que será enterrado para viajar al paraíso o al infierno.
Necesitará ayuda. Necesitará un beso sereno. Sólo un beso a la hora del final, una delicadeza de la vida, algo que llevarse con una sonrisa.
Nada carnal.
Necesitamos los desgraciados algo dulce, algo hermoso que llevarnos a la tumba. Nadie es tan malo como para morir sin haber conocido la ternura de unos labios que aman a pesar de todo y todos.
A veces pienso que he llegado ahí, donde los sentimientos se han transformado en una osada indiferencia, en un irreparable agotamiento. El cuerpo se devora a si mismo y el alma se encoge, se esconde entre células enfermas. Células que les dicen a otras que es hora de descansar.
“No os reproduzcáis más, no podéis dividiros más veces. ¿No os dais cuenta que ya es tarde para eso? Venga preciosas, a dormir”.
Y si me das tu beso, yo cierro los ojos y no me divido más.
He blasfemado tanto... Gritado, insultado, golpeado y follado como un animal en celo.
Lo he hecho casi todo, pero no recuerdo tus labios en mi piel perdonando mi vida, mis actos.
He visto boquear desesperadamente en busca de aire bendito a los hombres y mujeres que he estrangulado. Y sé que ellos hubieran agradecido un beso que les ayudara a cerrar los ojos, a relajarse ante la muerte inminente después de tanto luchar y al final, perder.
Morir.
Cuando te estrangulan, los segundos duran años. Y tienes tiempo a sentir pena por la vida que vas a perder. Por lo que podrías haber sido, por lo que ha quedado por reparar. Por cosas que ya jamás podrás ver.
Agonizar es sólo arrancar unos segundos más a la vida cuando todo está perdido. Yo no quiero morir así, yo quiero morir en paz.
Un beso en la agonía es un billete directo a la paz.
“Pasajeros, suban al tren de la muerte, y no miren por la ventanilla o sentirán vergüenza y su morir se convertirá en una auténtica pesadilla. Si alguien les ha querido una vez, pidan un beso y cierren los ojos”.
He matado a tantos en mi continuo viajar por el mundo, que mis manos han tomado la temperatura de los cadáveres y mis labios se han secado. No puedo besar sin que me sangren.
Por eso pido un beso líquido como el mar. Un beso en el que sumergirme, en el que ahogarme de paz.
Me duelen las manos, de tanto matar. Y me duele el cerebro de amarte.
Los muertos hablan y me dan las gracias.
Las treinta mujeres, los quince niños y los cuarenta y dos hombres que he matado a lo largo de mi vida, todos están contentos de estar muertos. Soy el que mata a los enfermos y a los desesperanzados.
Soy un suicidador, el terminador de vida.
Por poco dinero mato a los que ya no pueden más con su vida tan dura, como maravillosa es la de otros.
Siempre se me ha dado bien matar, no siento nada, no amo ni odio.
Es sólo un trabajo. Experimento día a día el descontento y me siento en una prisión en este mundo donde todo está detalladamente reglamentado. Donde no quedan sorpresas.
Y eso ayuda a matar a otros, les haces un favor.
He decidido suicidarme porque ya estoy cansado de matar y si me he cansado de ello, no me queda otra cosa por la que desear seguir vivo.
Estás tú, pero no cuentas. Eres un ángel y los ángeles sólo se llevan a los muertos.
Creo que he matado a algunos que no me han contratado llevado por mi deformación profesional. Recuerdo aquel que lloraba porque se le había metido el humo del cigarrillo en los ojos y le partí el cuello. A veces ocurren errores que nos alegran por un momento la vida y nos renuevan la esperanza de que todo pueda cambiar de alguna manera.
Ahora sólo te pido, que cuando mis pulmones paralizados por el veneno ya no puedan aspirar me beses en la mejilla con tus cálidos labios. Me gustaría que fuera en los labios; pero cuando alguien ha bebido un buen trago de veneno, es mejor optar por la profilaxis.
Tú siempre me has ayudado, has comprendido mi trabajo y lo has aceptado desde el primer momento que te lo conté.
¿Te acuerdas? Tenía la cuerda de piano rodeando tu cuello y el dinero que me pagaste por el servicio, asomaba a punto de caerse por el bolsillo de la camisa.
Y sin aire en los pulmones y con el acero a punto de cortar la carne, llevaste la mano a mi pecho y aseguraste el dinero en el bolsillo para que no cayera.
Aquello fue un acto de pura ternura que me descolocó.
Y yo te besé, recuerdo que no fue por amor. Sólo sé que necesitaban tus tristes ojos un poco de ternura para el tenebroso camino de la muerte.
Siempre has sujetado sus brazos cuando yo les rodeaba el cuello con la cuerda y los estrangulaba. Has sentido la muerte apoderarse de sus brazos y la sangre manar cuando la cuerda ha penetrado obscenamente en la carne de sus cuellos. Sabes de lo que hablo, los que mueren no deberían irse jamás sin un beso, es una crueldad innecesaria.
Siempre me has besado apasionadamente tras cada muerte. Diríase que hemos follado sobre sus tumbas.
Y ahora, que todo pesa. Ahora que estoy cansado y que el veneno cauterizador de penas está deteniendo cualquier movimiento interno de mi cuerpo; necesito un beso tuyo que llevarme a la tierra.
Necesitaría que existieras para poderme besar, necesitaría saber que alguien de verdad sujetó los brazos de aquellos valientes que pagaron por morir.
Me gustaría que te hubieras negado a morir tras aquel beso.
Que toda tú, y todos los besos soñados. Que la pasión en las tumbas de mis muertos, hubiera sido real.
Necesito que el recuerdo de tu belleza (una de las pocas cosas hermosas que tengo archivada en mi mente) cree el espejismo de un beso. Una fantasía de una vida plena de muerte y amor.
Moriré como ellos, los otros, sin un beso, sin que nadie los llore.
A quien encuentre mi cuerpo muerto, que no me mire, que no diga en voz alta que he muerto sin un beso.
Que mienta.
Una mentira piadosa, algo de dignidad en un mundo infame.



Iconoclasta

4 de febrero de 2009

Dios aprieta

No camino, salto alegre y danzarín en una calle estrecha, tan estrecha que apenas hay unos minutos de sol al día.
No me importa que mis mantecas se agiten alborozadas con este alegre corretear. Sorteo con gracia y agilidad una mierda de perro, para chapotear al siguiente paso en un charco de meados y cerveza.

Mi esposa está embarazada, voy a ser padre. Y como soy de naturaleza confiada y optimista, estoy seguro que también seré el padre biológico.
No siempre me han de salir mal las cosas; es hora de que la vida me sonría.
Aún me quedan seis meses de paro.

Ahora hago el pino y camino con las manos.
Esto de la alegría es la hostia; no me duelen las manos en absoluto después de haber caminado quince metros de acera llena de vidrios rotos.
La sangre es inquietantemente hipnótica cuando fluye sin dolor.
Cuando la alegría entra en nuestros corazones, hay un importante ahorro de analgésicos.

¿Cómo será mi hijo? ¿Seré un buen padre?
Debo serlo y además deprisa, antes de que el páncreas se me deshaga del todo.
Quiero que cuando mi hijo hable, digan: “Dice las mismas cosas que su padre, que Dios lo tenga en gloria”.

Mi esposa ha llorado un poco cuando me ha dado la gran noticia. Yo no creo que llore por la duda de que pueda ver crecer a mi hijo. Llora porque ayer nos cortaron la luz. Estas cosas pasan, pero conozco un amiguete que es electricista y nos volverá a conectar el contador hasta que podamos pagar lo que debemos.
Tendré que regalarle a mi esposa alguna cosa para animarla. En cuanto cobre dentro de tres semanas le compro el bolso de la Betty Boop del bazar chino.
A ella le gustan estos detalles.
Le arrancaré una sonrisa, como la morfina me la arranca a mí.
La alegría es contagiosa y si no, debería.
Que la vida son cuatro días.
Me parece que yo voy por el tercero...
No importa, a veces los días se hacen larguísimos, yo mismo a veces, antes de inyectarme la morfina, pienso que son incluso insoportablemente largos. Afortunadamente, sólo son bajones esporádicos y la nube pasa deprisa.
Es tan larga la vida cuando duele... No vale la pena vivir días así, es mejor irse pronto.
Y cuando de nuevo el sol inunda la estrecha calle, me siento saltimbanqui.

Es una dura carga la de ser padre, tienes que educar a tu hijo, agradecer a tu mujer el que te haya hecho padre y mantener el equilibrio emocional necesario, para no amargarnos en un piso oscuro con una sola habitación y un comedor-cocina-lavabo, que nos cuesta el sueldo de uno de los dos.
Y menos mal que la morfina me la paga la sanidad pública, de lo contrario, el dolor del páncreas me habría vuelto loco y habría matado a mi esposa y al pequeño vampiro que lleva en su tripa.

Hay gente tan afortunada en el mundo por las cosas más tontas, que no agradecen que no haya ningún bulto en su cuerpo.
Los bultos, aparte de dolorosos, te acortan la vida.
A pesar de la morfina, a pesar de que correteo feliz y cándido como Caperucita Roja cogiendo margaritas por el bosque, me sube la tensión y me pulsan las venas de las sienes como dos tambores cuando pienso que de toda esa fortuna, suerte o tranquilidad que tantos disfrutan; no he gozado yo ni un ápice.
Parece injusto y es prácticamente imposible no concluir que la vida es una mierda y que ojalá una catástrofe natural arrase el mundo entero y que sean las ratas las que dominen la tierra.

Ahora voy a ser padre y no me puedo permitir estos pensamientos funestos. He de inyectarme más morfina. El médico es un buen tío, me ha dicho que ya he llegado a un punto en que me inyecte lo que necesite, que no vale la pena padecer si no es necesario; ya no puede hacer daño un exceso de euforia.

Quiero que mi hijo me recuerde como un hombre positivo, que sepa que en ningún momento me pudo el desánimo. Ha de saber que en esta sociedad lo importante no es integrarse. Lo importante es vivir intentando soslayar toda norma o ley sin que cause perjuicio en nuestra vida. Es la única forma de sentirse libre y hombre en esta civilización.
Le enseñaré de una forma suave y delicada, que es muy posible que haya heredado mi falta de suerte o fortuna. Que no se preocupe, gozará de valentía y fortaleza, son virtudes. La cobardía y la debilidad, por mucho que le mientan, jamás serán cosas de las que sentirse orgulloso.
La morfina puede que me haga parecer un payaso; pero no imbécil.

Hay gente de la que apartarse para evitar caer en el asesinato. No es por la morfina lo ingenioso de mis eufemismos; se debe a que siempre me ha gustado leer y escribir lo que pienso y se me da bien la locura caligráfica.
Y ahora salto y choco los tacones en el aire. Dos mujeres me miran con cierto asco y se bajan a la calzada para alejarse cuanto pueden de mí. Es normal, yo se lo aconsejaré también a mi hijo. Que siempre que vea un hombre extraño, un hombre que sonríe solo, o salta alegremente por la acera; se aleje de él. Nunca se sabe si te pegarán un navajazo con esa simpática sonrisa en la cara.
Por otro lado, la locura podría ser contagiosa. No hay que fiarse, ni tampoco obsesionarse. Es tan difícil encontrar el término medio como encontrar un trozo de mi piel libre de pinchazos de morfina.

Sé que despedirán del trabajo a mi mujer cuando sepan que está embarazada.
No hay problema, todo se arreglará, no puede ser que tanta mala suerte no alterne con algo de buena.
Ahora doy una voltereta de contento, voy a ser padre y estoy seguro de que llegaré a ver a mi hijo.
Pues no, ya es mala suerte la mía, he acabado la voltereta delante del camionazo de la basura que viene a toda velocidad en esta estrecha calle.
Menos mal de la morfina, porque esto va a doler.
Ni mi hijo, ni el bolso de la Betty Boop, ni nada de nada.

Con que Dios aprieta pero no ahoga ¿eh?


Iconoclasta

2 de febrero de 2009

Cataluña, república bananera: Velocidad limitada

En Enero del 2008, en la autovía de Castelldefells por la que se podía circular a cien kilómetros por hora, se restringió la velocidad a ochenta.
Ahora a las putas se las puede ver por más tiempo y así disfrutar de las bondades de la prostitución rusa.
De Enero-2008 a Enero-2009, la Generalitat ha recaudado tres millones de euros en multas.
Y otro pico que se calla de chulear a las putas que siempre hay en las cunetas.
Enero-2009, la Generalitat necesita más dinero e instala una red de control para restringir la velocidad hasta cuarenta kilómetros por hora.
Dos millones de euros ha costado la señalización y control variable de la velocidad en la autovía de Castelldefells.
Y parte lo dedicarán a poner WC químicos y dispensadores de condones a las putas.
O sea, han invertido dos millones de los tres que han conseguido quitar a los conductores y ahora van triplicar las ganancias. Aducen que es para evitar contaminación y aglomeración. Y una mierda, a cuarenta kilómetros por hora, un vehículo está consumiendo tres veces más gasolina que a noventa. A cuarenta kilómetros por hora, no hay aglomeraciones, simplemente la carretera se llena de coches lentos y pone a prueba los nervios de los conductores. Es fácil que se supere el límite y por tanto, se pueda multar masivamente. Esto lo sabe hasta mi perro, el otro día lo comentábamos tomando unas copas de whisky antes de coger el coche para volver a casa.
¿Y si hacemos una paradita para que una puta nos la mame?
Yo no tengo un coche potente para ir por una autopista de peaje a ciento veinte kilómetros de mierda. Ni pago el impuesto de circulación más caro que en ningún otro lugar para seguir circulando a ciento veinte kilómetros por hora. Pero a cuarenta kilómetros por hora es otra cosa, uno tiene tiempo de que todo el mundo admire tu coche y darte el vacile durante horas. A esa velocidad, puedes parar un momento en el arcén y pedirle a la puta que entre en el coche y te la chupe.
Lo malo es que salga su chulo y con el cuento de que está de servicio por aquello de llevar el uniforme, te extorsione aún más que con la velocidad.
La Gestapo catalana está cerrando más el lazo en el cuello de los ciudadanos haciendo creer a la peña que van de demócratas, socialistas, o que Esquerra es un partido para el currante, que buscan el bienestar social.
El bienestar de las putas rusas es muy importante para que sus chulos se saquen una pasta. Dentro de un tiempo, podrán construirles paradores en primera línea de mar e incluso reducirán la velocidad a veinte por hora para que tengan más clientes.
Pero es su puto país y hacen lo que les sale de la polla como haría cualquier señor feudal. Sólo tienen un fin: seguir restringiendo la libertad y el poder adquisitivo del trabajador catalán.
Lo que me asusta de estos tiranos, es que se visten de ecólogos para justificar el robo descarado al ciudadano y se lo creen. Cataluña a los catalanes cada vez les da menos y la Generalitat quiere quitar a sus ciudadanos lo poco que les va quedando.
Es como esa puta que mientras te la pela, te está quitando la cartera.
Yo lo que tengo ganas, es que esto ocurra en otras comunidades, para así reírnos todos y por aquello de que mal de muchos consuelo de tontos.
Es bueno y bonito tener putas en las cunetas cuando circulas más lento, sino tienes pasta, te puedes masturbar, hay tiempo para todo.
Vamos, que me da por culo que esto sólo pase en la región más pobre de España. ¿Acaso no somos todos españoles?
Todos ibéricos menos las putas rusas.
Es la mierda de siempre, cuanto menos tienes más te quitan y luego viene la sonda anal.
Y la Generalitat ha abierto una nueva oficina en Nueva York para no sé qué. Y claro, no es sólo la oficina, sino a los amigos que meterán en ella cobrando una pasta.
¿Las putas neoyorquinas son más baratas? Seguro, el dólar está hecho una mierda también.
Se creen tan inteligentes y tan “bons ciutadans”, que piensan que nos creemos toda la mierda que nos cuentan.
Igual se piensan que sólo vamos a pagar putas rusas si las hay nacionales y que te la maman en un correcto español.
En cambio las conductoras, lo pasan peor, porque putos no veo muchos. Aunque los chulos con su uniforme y su coche patrulla, no están nada mal. Hay mujeres que buscan la multa para que se acerquen.
Deliciosas y macizas lascivas... Como bajen más la velocidad, tendremos tiempo de ligar y a la larga nos ahorraremos todos una pasta.
Aunque no sé si la puta soy yo, y encima pago.
Buen sexo, españoles y catalanes.


Iconoclasta

28 de enero de 2009

El día de Obama y Aznar


El 20-1-09 pasará a la historia de mi vida como uno de los días en que me chirriaron los dientes durante más horas y con más frecuencia que en cualquier otro.
Talmente como si alguien clavara las uñas en una pizarra y la arañara.
Sólo vomité dos veces y encendí diez cigarrillos por el filtro. Como soy pobre por naturaleza, arranqué el filtro y me los fumé a pelo, como los machotes, y escupí cantimploras al ritmo del himno estadounidense.
El provincionalismo sentimentaloide y fanático de los estadounidenses en la fiesta de la toma de posesión del presi negro, me hizo ver de nuevo la verdadera cara de la chusma rumiante que se mueve en grandes manadas. A mí me parece bien que haya un presidente negro en su país; pero vamos, no me altera el ritmo de vida aunque fuera de color verde pistacho. Y eso de soltar una lágrima... Las lágrimas las dejo para los billetes de cien euros, que esos sí que me emocionan.



Y para mayor inri, ver al ex presidente español Aznar de labio leporino y voz de pervertido, tocado con un birrete y nombrado “Horroris Causa”, también me impactó vivamente. No sé qué clase de universidad (la valenciana Cardenal Herrera-CEU) ha cometido semejante error. Cuando llegue al poder lo pagarán caro. Los obligaré a trabajar.
Aznar con su perfil de buitre y aplastado por el peso del birrete y la capa, era también la imagen viva de la España profunda. Es imposible no pensar con que se debe medicar cuando habla. Tiene que ser algo muy fuerte para que la imbecilidad se agrave por momentos.




Parece que los presidentes españoles deberían acudir al logopeda y al colegio para aprender algo, tanto si cargan el paquete a la izquierda o a la derecha; al final siempre acaban en el centro, dando por culo.
Son maravillosas las cosas que tienen en común los estadounidenses y los españoles: un degenerado mal gusto por las celebraciones y una forma de adocenarse de lo más vulgar, valga la redundancia. Sólo que los americanos nos ganan, ya que su presidente al menos tiene carisma y un color más llamativo. Seguramente no servirá ni para estar escondido como pasa con todos los presidentes de todos los países, pero adorna la Casa Blanca más que los que aquí adornan La Moncloa.
Si los establounidenses tuvieran rey, serían ya igualitos que nosotros.
Así que ese día era imposible ver las noticias: Aznar asomó con su labio descolgado farfullando algo, entrevistaron a algún idiota que asistía a la investidura del Obama y hablaron del tiempo y el fresquito que haría en todo el norte de España.
¿Y para esto vamos al colegio de pequeños? Ya nos podrían hacer imbéciles desde un principio, es una pérdida de tiempo aprender y desaprender.
Seré malo y cruel, pero ojalá se instaure una dictadura antes de volver a tener que soportar un acto de investidura americano.
Y ojalá que cierren la universidad que le ha puesto un birrete al border line de Aznar.
Buen sexo.



Iconoclasta

24 de enero de 2009

El probador de condones: el amor es anal

Encontrábame haciendo sudokus en la consulta del traumatólogo por un dolor bastante fuerte que tenía en un dedo tras pillármelo en el archivador.
Estaba buscando la ficha de los nuevos condones Obama’s Maricuelas Black (ahora es imprescindible que todas las pollas luzcan la cara de Obama con la misma histeria que en todas las series televisivas aparezca un maricón y una tortillera ingeniosos y superinteligentes), la nueva línea de condones para liberales me tenía angustiado, ya que no sabía si eran aptos para la fuerte tracción anal y peluda de los más aguerridos juláis, la ficha técnica me iba a desvelar el secreto. El cuarto de archivadores estaba atiborrado de armarios y la maciza Yoli también buscaba documentos. Fue ella quien quiso rozar sus pechos contra mi espalda buscando ayuntamiento carnal en aquel estrecho pasillo, me empujó con sus tremendos pitones, se cerró el cajón y me pilló el dedo.
Yo grité, insulté y blasfemé contra Dios, cosa que si hubiera existido, ya me habría castigado haciendo que la polla se me cayera a pedazos y la Virgen devolviéndome los insultos arrebolada ella.
— ¡Uy, perdona! ¿Te he hecho daño? —dijo soltando una carcajada sin inteligencia alguna.
— ¡No, qué va! —dije con ganas de pegarle un tiro entre los ojos.
La falangina del dedo índice de la mano derecha había cogido un color oscuro, casi negro y si no fuera por el dolor, me hubiera quedado contemplándolo un rato largo con curiosidad y pensando sobre la extraña forma en la que el cuerpo reacciona ante las agresiones y traumas.
Cogió con delicadeza mi dedo sangrante y lo besó manchándose los labios (los de la cara) de sangre. Todo lo puta que era se hizo patente en aquel beso que me puso duro el miembro a pesar del dolor que se ocultaba tras mi sonrisa.
Gracias a mi innata naturaleza sexual, el dolor pasó a segundo plano. Invité a Yoli a que se diera la vuelta y apoyara sus tetas en los archivadores que había a su espalda, levanté su falda, hice a un lado sus braguitas manchándolas de sangre y la penetré con violencia. Su vagina estaba inundada de flujo, me encanta el chapoteo de los sexos en cópula. Le pellizqué un solo pezón, el izquierdo, el derecho no podía ya que si movía el dedo destrozado, corría el riesgo de eyacular precozmente debido a lo complejo de mi mente. Como nos encontrábamos en un sitio tan estrecho, ella no pudo doblarse bien y la penetración fue muy intensa, ya que el ano recibió un fuerte masajeo. Me corrí balbuceando: “Hija de puta subnormal” y acaricié la cara interna de sus muslos por los que bajaban dos pequeños ríos de blanco y cremoso semen.
Se dio la vuelta de nuevo y me besó vigorosamente cogiendo mi bálano aún pulsante, exprimiendo las últimas gotas de semen.
—Eres un cielo —susurró con aquellos labios aún manchados de sangre.
Me limpié bien el capullo en la tela de su falda antes de irme al departamento de Recursos Humanos a recoger un volante para que me visitaran en la mutua.
—Pero la polla la tienes bien ¿no? —preguntó evidentemente alarmada la jefa de personal.
Es normal que hagan estas preguntas, trabajo con el pene todo el día y la peña cree que paseo mi terso glande por las pestañas de las carpetas archivadoras dejando un rastro húmedo como una babosa.
Después de tres horas en la sala de espera de urgencias, desde una consulta una enfermera gritó mi nombre; recogía su negro cabello bajo una cofia, una mascarilla con una cruz roja dibujada no dejaba ver más que sus oscuros y crueles ojos. Un ajustadísimo uniforme se pegaba a su cuerpo como una piel. Yo calculaba con frialdad y con el miembro en plena expansión que no debía llevar bragas, no se notaba costura alguna en su pelvis bajo aquel prieto uniforme.

—El doctor no está, le haré la primera cura.
Me hizo sentar en la camilla.
Yo soy de naturaleza simpática y amable con las mujeres, a los tíos que les den por culo. Y díjele con un derroche de ingeniosidad:
—¿Quieres que me baje los pantalones?
Lanzó una enigmática sonrisa ante mi ingeniosa pregunta, una especie de ¡Je! un tanto despectivo, socarrón e inquietante. Yo diría que no le gustó mi broma a la borde.
—Sí y apóyate en la camilla.
—No jodas —le respondí con la voz contrita.
Soy un bocazas.
Se hicieron añicos mis ilusiones al comprender que me iba a banderillear contra el tétanos. Pensé por el ruido a lata desgarrada que debían tener las vacunas en conserva. También escuché el inconfundible ruido que hacen los guantes de látex, he visto muchas películas y conozco muy bien ese sonido, siempre precede a los dedos que invaden el interior de los hombres. Dedos impíos de proctólogos sin corazón.
—Relájate, salao —dijo con un sarcasmo que no me tranquilizó.
Sentí algo frío presionar el ano y mis peores temores se hicieron realidad: enema. Esa enfermera debía estar confundida. Yo no necesitaba una lavativa para calmar el dolor del dedo.
—Me parece que te has equivocado. Yo vengo por un dedo destrozado, mis intestinos y mi culo están perfectos.
—Pues si sabes tanto ¿por qué no te curas tú solito?
Intenté incorporarme; pero me puso la mano en la espalda obligándome a quedar en aquella absurda posición.
—¿Qué tiene miedo el machote?
Aquella mujer era un diablo, una psicóloga potente y preparada, no pude evitar picarme y quedarme quieto para demostrar mi valor y coraje.
Tampoco se trataba de una lavativa; tras la presión inicial se me dilató el ojete y luego se cerró tragándose el extraño supositorio. No me sentía nada excitado, mi sexualidad es muy sana.
Cuando me introdujo el décimo me lagrimeaban los ojos, ya me estaba aburriendo y tenía el culo dolorido. Me incorporé intentando mantener con dignidad todo aquello que me había metido.
Sostenía en la mano una lata de aceitunas rellenas y se estaba comiendo una tan plácidamente, la muy golosa.
—¿Me has metido en el culo media lata de aceitunas?
—Pues sí, me apetecía algo de cerdo relleno.
Qué rencorosa era la hijaputa.
La llamé guarra y alguna cosa más que no me acuerdo. Ella impasible y sin quitarse la mascarilla, cogió el teléfono de la mesa:
—¿Seguridad? Un paciente está nervioso.
Pasaron apenas unas décimas de segundo cuando apareció el guardia y me pillaba aún con “uta” entre los labios.
Me aporreó en mis tersas nalgas y salió disparada una aceituna que impactó en su camisa. Yo grité, él dijo algo descortés y me soltó otro golpe.
Salió otra aceituna a la velocidad del sonido con estampido que jamás hubiera pensado que mi cuerpo pudiera producir.
Se quejó y se llevó una mano a la mejilla, se le había quedado pegado el relleno de anchoa.
—¡Qué cabrón! Ahora en la jeta...
Los seguretas no son muy listos, pero aprenden bien si los sometes a intensas sesiones de comportamiento condicionado. Ya no me pegó con la porra en el culo.
Cogiome por el pescuezo sin dejarme subir los pantalones y me echó a la puta calle. La enfermera gritaba con voz afectada:
—El cerdo quería que se las quitara yo.
Ya una vez en la calle y antes de subirme los pantalones para evitar que cualquier mujer o julandrón que pasara por allí se amorrara a mi exuberante y lustroso pilón, intenté librarme de mi carga; me apoyé en un árbol doblé la cintura y tras un gran esfuerzo lancé una andanada de aceitunas acompañadas de una sonora ventosidad. El mundo entero se detuvo guardando silencio con los ojos fijos en mí.
Los vecinos se asomaron a las ventanas sin sospechar siquiera la procedencia de aquel estampido. Debían temer que se tratara de una bomba de ETA o Alcaeda.
Hubo un daño colateral que no revistió gravedad: una vieja que salía de comprarse unas bragas de fantasía en un bazar chino, se estaba quitando de la dentadura los restos de una aceituna.
Si aquel era un día aciago para la anciana, pensé que en cuanto se probara aquellas bragas y dadas las noticias sobre las reacciones alérgicas que producen ciertos productos chinos, se le pondría el chocho del tamaño de una calabaza. Hay personas a las que el destino sólo les depara sinsabores y aceitunas rellenas con olor a mierda.
Y por lo visto también era un día aciago para mí; un policía venía a toda hostia, probablemente porque mi rabo escandalizaba y el cagar olivas no es algo que te haga popular.
Como quiera que el dedo no afectaba a la motricidad de mis piernas, salí corriendo a pesar de que el policía me pedía por favor, que me detuviera para ayudarme a subir los pantalones y llevarme al gastrointestinal para revisar el porqué de aquellas extrañas, violentas y exóticas deposiciones públicas.
Tras un par de travesías a la carrera, el poli se dio por vencido (son las ventajas de vivir en un país con pocos recursos) y yo me metí en un bar a fumar tomándome una cocacola y un bocadillotortillapatatas.
Pensé en volver a la mutua y ponerle los cuernos a mi esposa, me había enamorado de aquella sanitaria traviesa y perversa.
Mi psique es tan compleja...


Iconoclasta

20 de enero de 2009

Queridos muertos

Demasiados sueños con los muertos. Son ellos los que no me dejan tranquilo. Se empeñan en vivir, en usar mi sangre y respirar por las noches en mi cerebro; y parece que no se dan cuenta de que murieron, de que un día los lloré.
No me atrevo a decirles lo muy muertos que están, no tengo porque ser cruel.
Daría lo que fuera por rozar su piel y sentir la calidez de su vida (su barba rasposa, mi piel de niño, manos fuertes y serenas que transmitían cariño sin escatimar, generosamente, naturalmente).
No se puede volver.
Vendería mi alma por cruzar una palabra con ellos; mientras tanto, los mantengo engañados en mi cabeza.
No se puede volver.
Aunque son diferentes: vivos no eran tan sarcásticos, divertidos y sexuales. No los quería tanto.
No sabía cuánto se podía querer, han tenido que morir para que yo lo supiera.
No soy una buena persona.
Y los muertos deberían ser más delicados con mi mente.
Puede que estén mejor muertos, enterrados los cuerpos.
Mis queridos muertos...


Iconoclasta

17 de enero de 2009

Balance año 2009

Creo que ya es hora hacer balance del año 2009, que las cosas se van dejando dejando y acabamos haciendo el balance a final de año cuando ya nada tiene remedio.
Es todo asquerosamente igual que en el 2008.
¿Tantas uvas y alegrías para esto?
Han pasado diecisiete días y esto no se mueve.
Y ahora las buenas noticias:
Dentro de poco, dicen, que se acabará el madrugar para ir a trabajar, puesto que no habrá trabajo alguno que hacer. Viviremos como en la Roma decadente cometiendo toda clase de excesos por un ocio tantas veces clamado a los dioses.
En la década de los ochenta del siglo pasado, con aquella crisis que empezó a mediados de los setenta, se crearon miles de pistas de petanca, y parados y jubilados llenaban los parques públicos y cualquier solar que encontraran.
A saber que nueva distracción prepararán en esta crisis una vez que Israel (uno de los pocos países que curran) haya acabado su trabajo.
Si yo fuera uno de esos político-funcionarios, ya mismo estaría pergeñando alguna manifestación de distracción. Hace ya muchos años que la peña no se manifiesta por nada económico y político, y eso no debe suceder. Yo creo que se inventarán otro motivo ecológico y así tendrán además la excusa perfecta para clavarnos otra polla tatuada con “impuesto medio ambiente”. Por ejemplo, algo así como: No a los bigotes rotos de las focas que hociquean entre montañas de latas de cerveza sumergidas en los océanos.
Y es que va a haber mucha res con tiempo libre y eso no mola.
Por otro lado, y si las depresiones, suicidios e incestos no lo impiden, habrá mucho más buen sexo como es lógico y de esperar. Y lo que es mejor, en muchos casos será gratuito ya que parados y paradas se solidarizarán entre sí.
Buen sexo e id reservando vuestro juego de petanca, y sobre todo el imán recoge pelotas, que luego el dolor lumbar os impedirá una satisfactoria relación sexual.


Iconoclasta

15 de enero de 2009

Yo, Dummy

Soy un dummy que se da golpes continuamente. Tenazmente.

Me gusta el deporte de riesgo. Soy osado.

Me soban, me fijan en asientos de vehículos y me usan para toda clase de pruebas violentas. A veces, me tiran desde alturas que si no fuera dummy, harían que me cagara por la pata abajo. El miedo a veces puede ser muy romántico.

Espero ansioso que me lancen contra sus tetas. La ingeniera jefa está buenísima, ya vería la muy maciza si el dummy se está quietecito de la misma forma que cuando lo sientan en el coche para matarlo. Disfrutando haciéndole daño.

Y es que tengo otro trozo de dummito pegado a mí (concretamente entre las piernas) que te cagas.

Soy como Pinocho pero en polla y no lo digo porque sea un mentiroso charlatán asexuado hijo de la mente senil de un carpintero.

Cuando me lanzan desde una altura mortal, volteo en el aire con gracia y agilidad felina para no aterrizar de cara al suelo. Con este pedazo de dummito que tengo siempre vistoso y altanero, me quedaría clavado en la tierra. Incluso podría doler.

Aunque los dummys no sienten dolor.

Eso dicen.

Alegar ignorancia no exime de responsabilidad a los envidiosos. Y todo porque soy un dummy muy bien dotado. Estoy seguro de que no lo hacen para salvar vidas humanas. Son como hienas los ingenieros.

Soy un dummy pegado a un dummito que los acompleja hasta la vergüenza.

Da igual lo que hagan, yo no tengo miedo. Si me han de arrojar al fuego o meterme entre un montón de hierro, no gritaré. Y si ha de doler que duela.

Soy arrojado y crash y test son mis apellidos.

Claro que no soy un dummy idiota; prefiero que hagan las pruebas de impacto las familias en sus vehículos; que se estrellen con felicidad fraternal; así en familia con los corazones henchidos de felicidad dominguera. Muy unidos, como debe ser.

Que nadie se piense que los dummys somos misioneros, yo no lo soy.

Nos gusta follar como a todo el mundo. Aunque a este gilipollas que tengo por compañero y que le falta un brazo y una pierna, no dice nada. Simplemente choca sin ningún tipo de inquietud. También hay dummys idiotas y viejos.

Los ingenieros son unos hijoputas.

¿Por qué no hacen las pruebas con los peluchitos de sus hijos?

Me encanta que la ingeniera jefa me roce con sus pezones cuando me acomoda en el asiento y afloja el cinturón de seguridad para que me haga más daño.

¡Qué guarra y masoca es! Me pone a cien en todos los aspectos.

Es una ocupación que está bien, vives la emoción del riesgo y después te pasas media vida viéndote a cámara lenta, adetrás, adelante, rápido, congelado.

Empalmado.

Me gusta cuando saltan los cristales y se clavan en mis ciegos ojos. Y lo que más disfruto: cuando el impacto es muy fuerte, me doblo tanto que puedo besar mi dummito y tenerlo metido un buen rato en el agujero de mi cara. Si tuviera ojos de verdad, me quedaría bizco.

He de reconocer que hay un poco de frustración en mi mente de maniquí de impactos; los humanos son cortos y no se dan cuenta de mi sexualidad y mis necesidades.

A mí el amor me importa tan poco como el arañazo del retrovisor de la puerta del conductor; no quiero cosas imposibles como el amor. Soy un dummy que conoce sus limitaciones.

Estoy nervioso, espero impaciente que la ingeniera jefa se siente en mis rodillas. A veces ocurre; hay días en los que ha de regular los sensores del salpicadero, se sienta en mis rodillas y mi dummito se mete dentro de ella. Y estamos así un buen rato hasta que lanza un gritito y se pasa la mano por el cuello entrecerrando los ojos.

Yo me hago el tonto; pero a juzgar por lo empapado que queda mi dummito, la ingeniera jefa ha pasado un buen rato.

Y yo.

No siempre ocurre, otras veces es un mecánico que huele a sudor rancia el que me pasa el sobaco por la cara. Si tuviera dientes y boca articulada, le arrancaría de una dentellada la piel y la melena que le cuelga.

Lo bueno si escaso, es totalmente angustioso.

¡Hala! ¡Ya está!, ya han encendido el motor del coche y han dejado en la pista un bloque de hormigón del tamaño de un cerdo.

Bueno, al trabajo. A ver si hay suerte y el impacto me dobla hasta poder meterme el dummito en el agujero de la cara.


Iconoclasta

11 de enero de 2009

San Zapatero de Calcuta



Escuchando al Zapatero lloriquear por Palestina, he sentido una profunda vergüenza de ser español (la verdad es que me la pela ser español, sólo quería dar más dramatismo al texto).
Nunca había visto a un actor de asociación de vecinos llorar tan mal y hacerse el emocionado, desde que una vez hace ya tiempo, vi al ridículo y maricón Hitler en un viejo documental, dando golpecitos a un atril con sus pervertidas manos de pederasta y el repugnante tupé tapándole la frente.
Porque Zapatero, casi lloraba repitiendo “Palestina la herida” “Palestina” y “Pa----les-----ti------na”. El actor ante tanto derroche de lágrimas y jetas de profunda contrición (o algo en el vientre de ese hombre no funcionaba bien en ese momento), parecía haber olvidado los trescientos asesinatos que cometieron en su país terroristas islámicos.
Por lo visto, los Reyes Magos de la edición 2009 no le dejaron regalos y aprovechó la rueda de prensa para asegurarse un buen lote para el año que viene, convirtiéndose en todo un santurrón de lo más emético para cualquier humano maduro sexual y mentalmente.
A todo esto, queridos niños, os he de decir que los Reyes Magos no existen y son vuestros padres quienes os compran todos esos juguetes.
Entre palabras silabeadas y separadas entre sí con pausas de eternos segundos de aburrimiento que obligaban a los que asistían a la rueda de prensa, a mirarse las uñas mientras capeaban el tostón; el Zapatero contrajo los músculos faciales en un rictus de dolor y ofreció las palmas de sus manos abiertas con santidad. He de reconocer que todo ese dolor derrochado, y arrastrando aún añoranza por las pasadas fiestas navideñas, me puso la polla dura ante tal dechado de humanidad. A veces mi sexualidad dura, hostil y desalmada me produce inesperados momentos de alegría.
Seguro que luego el español santurrón y el beato palestino, han tenido una sana relación conyugal.
Qué chocho y qué poco hombre...
España tenía que ser.
Lo que yo digo: un país no es pobre por casualidad o injusticia; lo es porque no puede ser otra cosa.
Y mucho menos cuando un presidente tiene tanto carisma y poder de resolución que ha de mendigar que le dejen una silla en las reuniones de primeros mandatarios mundiales. Seguro que le van a hacer caso y los israelíes más que ninguno. Je.
Casi que prefiero que me llamen catalán que español. Los políticos deberían pensar que su imagen puede influir mal en los ciudadanos que no tienen culpa alguna de estar bajo su yugo.

Buen sexo.


Iconoclasta

6 de enero de 2009

Un bello misterio

Si hubiera un misterio que diera por inexplicable qué es ella, aún tendría esperanza para no pensar que soy un hombre preso simplemente de una mujer humana. Un vulgar pelele encoñado de una tía.
No es que me disguste; pero si ha hecho esto conmigo, que se me permita dudar de su humanidad.
Soy tan sórdido y pragmático que parece una broma amarla tan perentoriamente. Sé que no estoy loco porque conservo mi trabajo y ninguna mañana me he despertado en un calabozo vestido con las bragas y el sostén de mi madre.
Eso no pasaría jamás, hasta el más lejano y remoto de mis nervios mantiene a buen recaudo el secreto de mi amor por ella. Estoy enamorado; mas conservo la razón.
Está bien, soy un poco paranoico y amar así debería ser motivo de alegría; pero soy cauto y pesimista por sistema; hay mucho envidioso y alguien podría querer apartarme de su lado.
Si algo me ha enseñado la vida, es que hay humanos que sólo viven para envidiar. Hombres, mujeres, niños, niñas, ancianos y ancianas que sólo viven para observar con envidia, mientras un hilo de baba animal se desprende de su belfo inferior.
Ambicionan lo que ellos no podrán conseguir jamás.
Da igual cuánto tengan, coge al tío con más dinero del planeta y trátalo como a un igual: le rechinarán los dientes y su día estará marcado por una corrosiva necesidad de demostrarte que es poderoso y arruinará tu vida para que un día al cruzarte con él, le hagas voto de admiración mamándosela de rodillas.
Y en medio de toda esta mierda y mediocridad espantosa que a veces se pega a mi piel como una brea maloliente, está ella.
Conozco el mundo y sé como se comportará cualquier individuo en un momento determinado. Conociendo esto ¿cómo ha sido posible que ame tanto a alguien? Porque no hace milagros, no me tiene en un perpetuo orgasmo.
Habla conmigo con pasmosa sencillez y sin venir a cuento, me pellizca una mejilla y con un gritito de niña me dice: “¡Uy, cuánto te quiero!” Yo entre dientes y mirando a izquierda y derecha por si alguien se ríe, le digo muy rápido y flojito: “Y yo”.
Soy parco en palabras. Sé muy bien que cuanto más se habla por ser ingenioso, más probabilidades hay de que te jodan. O de tener que conocer a más humanos, cosa que no me apetece, no soy sociable.
A lo largo de la vida he tenido que pedirle a muchos que se callaran; el dolor de cabeza que me producen me provoca náuseas. El otro día en el metro, sin ir más lejos, vomité en el pecho de un mendigo que pedía, puesto que “es mejor pedir que robar”. Yo no tenía la gripe ni gastroenteritis; pero cuando el tipo se me puso delante con la mano extendida, oliendo a orina y cerveza agria, me dio una arcada y arrojé toda mi comida en su cazadora tejana sucia y rota.
El se me quedó mirando y yo un tanto asustado por aquella repentina náusea díjele: “Lárgate apestoso de mierda”. El amargo sabor del vómito me puso de mal humor. Ya digo yo que no soy un buen conversador.
Con ella no me pasa, la escucho hablar durante horas y me encuentro ante ella en un océano tranquilo y cálido en cuyas aguas se transmite su voz y sólo la suya. Nadie interfiere.
No es romántica ni sugerente la idea; pero ella es el tanque de aislamiento donde se altera mi conciencia, donde me encuentro a salvo de esta cotidianidad infecciosa.
Qué poderosa es.
Si fuera crédulo o supersticioso, pensaría que es un ente angelical.
Su verdadero encanto radica en que es humana, la parieron así. Si fuera divina no sería tan frágil.
A veces llora en una escena de una película romántica o dramática. Le pegaría fuego al cine, a la cinta, al televisor o al lugar donde nos encontrásemos en ese instante. Y lo que es peor: me gustaría llorar con ella para que no se sintiera sola en ese momento de acusada sensibilidad.
No puedo llorar por nadie más que por ella.
Mi amor por ella es algo que transmite hasta mi piel y por esa sencilla razón, la no-diosa se coge de mi brazo y apoya la cabeza en mi hombro. Cuando noto su lágrima calar la ropa, me siento hombre en todo su significado. No hay ninguna prueba de amor tan intensa como la lágrima de quien amas en tu piel. Cuando eso ocurre, es que no existe frontera alguna, es más íntimo que follar.
En ese instante en el que me siento bautizado por sus emociones, giro con disimulo la cabeza a un lado, me soplo las uñas y me las froto con vanidad en el pecho.
Con chulería sería más correcto.
Si alguien le hiciera daño, le arrancaría la espina dorsal con mis dedos. No soy un hombre refinado como otros; que no sea un envidioso y me importen una puta mierda mis congéneres, no hace de mí alguien pasivo o estoico. No soy inofensivo en absoluto. Y no es por hacerme publicidad.
Odio en la misma medida que amo y me siento orgulloso de ello.
Así pues, a pesar de ser un hombre práctico y que toca de pies a tierra, aún me permito soñar cuando camino con ella de la mano. Un día me guiará por un camino en el aire y saldremos de esta atmósfera de luz vulgar que tanto me aburre e incluso me pudre; hablando de cosas banales sin dar importancia al hecho de que el homicida vacío del espacio no nos mata. Y así acariciaré el terciopelo cósmico.
El polvo de asteroides tan viejo como mi pensamiento se prende en mi ropa como una pátina añeja; pero en su cabello oscuro parece oro viejo. El universo huele a melancolía fría y estática. En el espacio están las añoranzas expuestas y de la mano de mi no-diosa los sueños viajan en carrusel a nuestro alrededor.
Me siento pequeño y le ruego que no me lleve de vuelta allá abajo. Quisiera estar más tiempo ahí, toda la vida.
Me pellizca una mejilla y me dice:”¡Uy, cuanto te quiero!”.
Los hombres no lloran, y yo que siempre he sido incapaz de llorar, tengo que taparme los ojos con la mano y decirle que si llego a saber que salimos al espacio, me pongo gafas de sol, el polvo estelar es un poco irritante.
Cómo se ríe...
Si hubiera una leyenda sobre ella que explicara el origen de su divinidad, creería que es una diosa y tal vez la veneraría; pero es una mujer. Es piel, carne y amor. Sólo es posible amarla y cuidarla porque es frágil. Casi tanto como yo.
Enciendo un cigarro frente a un planeta que ella llama Dulcerimious, hay tres lunas una azul, una roja y otra verde. La tierra es ocre, los pies se hunden en ella y tiene la temperatura de su piel.
Es un cigarro lo que estoy fumando, lo juro. Es ella la especial, la autora de mundos de inenarrable belleza. De momentos de serenidad.
Cuando mi lágrima cae en aquella tierra, se forma un minúsculo cráter. Sube una nubecilla de polvo y se arremolina en caprichosas volutas: un pequeño brillante aparece en el cráter. Ella me mira atenta, sonriendo.
—Una más, cariño, llora una más por mí.
Lo difícil es llorar sólo una. En este dichoso Dulcerimious, el polvo me provoca irritación y las lágrimas son incontables e incontenibles.
Dos pequeños cráteres se han formado a nuestros pies, cuyos brillantes reflejan desde su interior los colores de las tres lunas.
El vértigo de la belleza es simplemente aniquilador y las murallas de contención de las emociones, hace ya un par de segundos que han estallado.
Llorar con ella es reír. Se libera el líquido acumulado en el organismo, seguramente por la descomposición de las sales minerales. Cualquier físico diría que en esa atmósfera se disuelven con más rapidez, y ¡hala!, a llorar como una Magdalena.
Es extraño Dulcerimious, no te puedes fiar de ver a un hombre reír, seguro que está viviendo un drama devastador. Ella se ríe cuando pienso esto en voz alta; pero se ríe de verdad, no llorando como yo. Me dan una rabia las listillas...
Cuando la beso y cierro los ojos, mi amor por ella es de esos tres colores lunares que se han quedado grabados en mi retina y el amor ya tiene todas las propiedades de un ser vivo. Tamaño, peso, calor y color.
Ella me ahorra la tristeza de la vuelta a la Tierra, no deja de besarme hasta que siento el sol calentar mis hombros. Mis lágrimas se han secado y su sonrisa me conforta de esta tristeza que me produce el retorno.
No hay misterios, no son posibles en este mundo feo; pero ella lo es. Nada explica como es posible amar con este afán en este tiempo y en este lugar.
Mi bello misterio...


Iconoclasta