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27 de junio de 2010

Pornógrafo del amor


A quien los dioses quieren destruir, primero le vuelven loco.
Eurípides, 425 a.C.

Que el amor es un sentimiento que nace directamente en los cojones, es algo que YO, el gran pornógrafo de la humanidad, ha clamado al tiempo y al espacio desde que tenía uso de razón.
Soy el Pornógrafo Errante, una amoralidad que respira. Y sólo tengo corazón para alimentar mi miembro. Soy lo que nadie debería ser, pero que todos envidian en la oscuridad de sus miserias. Aferrados a si mismos, rechinando los dientes entre orgasmos enfermizos. Soy un Cristo que os redimirá con el miembro erecto.
Yo no retengo lágrimas de angustia y soledad, yo no me retuerzo en la penumbra de la soledad enfocado por la luz de su amor.
Yo sólo eyaculo.
Mi pene es el pilar sobre el cual se asienta el universo. Soy el agujero negro que los coños atrae, que los llena, que los dilata con lengua y dedos.
Que parte en dos a la mujer que no amo.
Porque yo no amo, yo jodo.
Follo.
No quiero a nadie, sólo taladro.
No deseo nada, sólo invado.
Entrar, penetrar, calar, meter, clavar.
Rasgar.
Inundar.
Meo en los árboles de puntillas para marcar mi territorio más alto que nadie.
Y dejo clavada una navaja de filo embotado de sangre seca por si el hombre ha olvidado que es bestia; para quede claro como la sangre en las blancas bragas de la virgen que ahora gime clavada a mí.
No me preocupa que nadie vea cómo se desprende el semen residual de mi pene empapado de su coño. Me corro con un gruñido y saco mi bálano aún escupiendo ante ella para que ore a su dios.
No soy un hombre romántico.
No la quiero, maldita sea.
No tengo corazón.
Ni siquiera soy hombre.
Soy sólo polla. Quiero golpear por dentro, llegar al útero sin piedad, llenarte tanto que sientas la necesidad de aferrarte a tu vientre para retener-sosegar el placer que te enloquece y sentir mis embates furiosos.
Sin amor, coño.
No amo.
Yo no me doblo, no siento la náusea del vértigo del amor. No pienso en ella sin poder respirar. No pierdo mi preciso ritmo cardíaco ante sus palabras de amor, que no caen pesadas sobre mi espalda y sentir así que soporto el peso de todo el cochino planeta.
Soy un músculo cavernoso, soy sólo la pobre conciencia de un pene impío que se deshace en lácteas hemorragias.
Soy un perro que hunde la nariz entre sus piernas y lame sediento con el glande a punto de estallar.
Soy la maldita amoralidad que provoca las más obscenas masturbaciones de las mujeres en sus deseos, en su imaginación, en sus soledades. Soy la carne que desean meter en su boca y cobijar entre sus pechos con sus dedos obscenos acariciando las venas que pulsan para alimentar la dureza del universo.
Soy la pornografía de la vida, carezco de pensamiento racional.
No soy reproductor, sólo existo para el placer.
Soy una lágrima de leche.
Convierto el amor en semen en mis testículos pesados, me gusta que me los acaricien cuando mi vientre se tensa, mis piernas se estiran y lanzo mi pubis al cielo para que estalle en un caliente géiser de leche que salpique a dioses y cerdos.
Quiero manchar de semen la faz de las divinidades.
No respeto ni a Dios.
No amo, no beso, no soporto a mi lado a la mujer cuando me he vaciado y jadeo como un toro cansado con el semen enfriándose en mi vientre y en mi pubis. Entre los palpitantes muslos de la mujer que no amo.
Soy amoral, no puedo amar, no quiero amar. Soy el semen que se enfría entre sus dilatados labios, que cubre su perla de placer como una viscosa marea.
Es imposible que pueda amar, dicen que tengo una parte del cerebro muerto. Algo de nacimiento.
Yo digo que mi cerebro está concebido para mi naturaleza y que no le falta nada.
Soy la quijada en el puño de Caín, soy el cráneo roto de Abel. Soy castigo y reacción. Un instrumento que sólo es útil.
No pienso, no juzgo. Simplemente hago.
Y mi puño es voluntad, mi pene quijada.
Y como la quijada, golpeo. No hay sangre, sólo leche en mis dedos.
He confesado, ahora todos saben qué soy, ahora sabes que quiero sólo tu coño y tus pechos, quiero tus labios derramando obscenidades ante mi penetración brutal.
Ahora sabes que soy un cerdo.
Dime que te doy asco, libérame de ti. Porque no es vivir ahogarse cuando no estás para darme oxígeno.
No se puede respirar sin ti. ¿Es que no lo entiendes?
Huelo tu coño en el aire, no hay amor alguno.
Lo juro.
Te odio.
Llámame hijoputa y abofetéame.
No siempre podré vencer la necesidad de ti con la fuerza para ofenderte. Temo rendirme a tu sexo.
Reconoce que te doy asco, que mi semen descolgándose en mis dedos es repugnante. Que no puedes querer a la quijada que se manchó de sangre con la bondad que no ha existido jamás.
Soy puro pecado original lamiendo tu piel.
Soy la brutalidad babeante, el Dios penetrante.
Amarte es un dolor que enloquece, es un orgasmo que funde el corazón, que mina la libertad de mi pensamiento y lo ocupas todo tú.
Todo yo cuelgo de ti.
Ódiame y libérame de ti. Ya no puedo más.
¿No ves como me denigro? No soy nada ya sin ti.
Cuando me siento solo, cuando no estás, no soy.
Cuando no te encuentro, sufro como un animal roto. Como una serpiente con el espinazo roto.
Soy un pornógrafo que no te ama.
Ódiame, antes que te pida que me abraces, que no me dejes nunca.
Antes que mi semen se derrame en tus manos y no tenga valor para pedirte que me liberes.
Nunca te he querido, el pacto de amor eterno era sólo el medio de entrar en ti tan profundamente que me convertiría en tu creador.
Pero no pensé que pudiera ser al contrario.
Mírame con asco, me masturbo ante el sol, sudando. Mis manos están bronceadas, mi pene pálido. Mi glande amoratado de la sangre que intenta mezclarse con la tuya.
Ahora que me duelen hasta las pestañas, de amarte.
Sólo un mensaje ha de llegar claro: no te amo.
Soy entropía seminal.
Por favor...
Dilo, dilo. Dime que soy un cerdo, reconoce lo que soy y déjame respirar libre ya.
Porque las mentiras se me acaban, porque el amor no cesa y no puedo más, no quiero pedirte de nuevo aire, necesito respirar yo solo.
Sentirme completo.
Soy la polla que no cesa.
Un monumento a la amoralidad.
Un muñeco en tus manos.
Y el amor vuelve loco.
(Incoherencias de amor, acto un millón)


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23 de junio de 2010

La realidad rota



El espacio que han cerrado en si mismos, la unión de los cuerpos al encontrarse ha deformado la realidad. Ella llora en su pecho la eternidad sin él.
Busca fundirse en él. Éste la abraza e intenta retener las lágrimas. Ensaya la sonrisa que ella necesita, se muerde los labios y la aprieta más contra si. Sin atreverse a mirarla a los ojos, aún no. Cuando la mire tendrá que ser con una sonrisa, es fuerte, se lo ha jurado mil veces.
Y ahora se arrepiente de esa fortaleza, ahora iría bien dejar correr las lágrimas y liberar rápidamente melancolías y desoladas eras interminables sin ella. Cierra sus ojos grises pálidos y sus brazos delgados desarrollan gruesas venas donde antes no había.
El mundo ha cambiado repentinamente. Miles de años de búsquedas, de calor malsano y de un amor que los ha destruido en mil vidas, han creado algo extraño. Está enredado, íntimamente imbricado en sus redes neuronales, en el sistema límbico. Una fuerza más allá de lo imaginable.
A su alrededor, todo se detiene. Aunque no lo ven, o no le prestan atención. Sólo se aman y han olvidado el planeta, tal vez ni respiren. Sólo así se puede entender esta hecatombe.
Cuando las ilusiones vencen a la realidad, ésta se derrumba, se desintegra y detiene el movimiento de todos los seres. De todas las cosas.
Se ha fracturado la realidad.
En la gran ciudad se ha detenido el movimiento, el silencio es opresivo. Hay seres intentando llorar su pánico y no pueden.
Las manos del hombre se adentran entre la ropa de la mujer de ojos azules como los mares del sur.
Busca su boca y la suave piel de su torso. Y encuentra entre sus labios un mechón de suave cabello negro.
El mundo se está deteniendo, un espejo de un escaparate se raja, parte el reflejo de los amantes y crea un caleidoscopio inmóvil de brillos quietos e incoherentes reflejos de miedo y quietud.
Las ilusiones liberadas por los amantes desintegran las dimensiones y crean otras nuevas. El silencio se hace mensurable, se pesa, se toca y grita. Si ello es posible en el silencio.
Dos ritmos cardíacos dan vida a la megápolis. El humo de los coches permanece inmóvil como bocadillos de una viñeta, sin letras, sin diálogos. Un cómic que cuenta una historia de amor desde el principio de los tiempos. Mudas viñetas que no pueden describir todo ese poder desatado que colapsa vida y movimiento.
El sol tiembla intentando seguir con su avance natural. No puede.
Los labios se encuentran, él ha cogido su mentón, no puede retrasar más el beso. No debe. Es su misión primera, le juró mil veces que le comería los labios. La humedad crea hilos de saliva en las bocas de los amantes, suturas que ahora se rompen al abrirse los labios para abarcarse cuanto puedan, silenciosamente, como se rompen las cuerdas de las guitarras en el espacio infinito y helado.
En el vacío de la soledad.
La tierra quiere girar, necesita seguir con su movimiento de rotación, el dador de vida. El motor de todo se ha detenido. Se queja con chasquidos tectónicos y de una fachada colonial se desprenden cortinas volátiles de fino polvo de cemento.
La luz porta partículas de polvo que la hacen amarilla y tiñe la faz de las cosas y las personas de miedo y asombro.
Las estructuras lloran libremente lo que los ojos de los humanos ahora no pueden.
La realidad se agrieta y se derrumba y la campana de ilusiones que protege a los amantes, es una bola de cristal en manos de algún dios con sonrisa afable. De un dios justo.
Si ello pudiera ser.
Si alguna vez existió dios, jamás pudo provocar algo parecido. Porque hasta las piedras gimen asombradas.
Los ojos abiertos de los inmóviles reflejan un pánico ancestral, es por lo único que no se pueden confundir con esculturas de carne.
Sólo una ciudad tan enorme podía soportar esa aberración dimensional que han provocado los corazones en comunión.
Y de sus labios se extiende, viajando por tierra y aire, una invisible onda de choque; el mercado central de abastos cruje en mil lamentos, y en lágrimas de vidrio que llora sin cesar se convierten las claraboyas. Un carro despide como metralla sus lunas de cristal contra los amantes que se funden sin herirlos.
Un avión vibra ansioso por librarse de una mano invisible que lo detiene desde la cola. Sus reactores son dos bombas que amenazan con no caer, con no servir para nada. Amenazan la cordura y las leyes de la física que una vez fueron constantes y universales.
Y ellos se besan y se besan y se aman y se aman. Se beben toda la espera acumulada en un beso inmisericorde con el planeta.
Tragan el deseo que les ha pesado como mercurio. Tragan sin respirar. Llenándose los pulmones de si mismos.
Y la manos de él se siguen acariciando con hambre la suave y cálida piel de la bella que relaja las piernas para que él la salve de caer, de volar, no pueden separarse, no puede haber espacio entre ellos. “Cógela en brazos, que sienta que nunca estaremos separados, ni un solo día más”. Y la coge, y ella se abraza a su cuello, y oculta su boca allí, en el hueco entre el cuello y la clavícula creando un lago de lágrimas de amor.
Y sonríe, porque él lo hace al mirar sus ojos de mar.
“Eres aire, mi amor, no pesas, no te llevo. Te respiro”.
Todas las palabras de amor, todas las sonrisas y todas las lágrimas han formado un invisible torrente voltaico de pasión. Un escudo de energía que los envuelve y se alimenta arrebatándole la fuerza al planeta.
Es un blindaje de amor eterno.
Es una némesis que estaba escrita desde tiempos inmemoriales.
Alguna vez tenía que pasar, Nostradamus nunca imaginó el fin del mundo así.
Nostradamus era un fraude.
El asfalto se abre y eleva la parte trasera de un taxi, que acaba enterrando el capó en la fractura sin hacer ruido.
Hay una silenciosa muerte universal, porque la ausencia de movimiento es Eterna Quietud. Como muertos se han sentido los amantes durante tanto tiempo de espera.
Ahora cobran su justa venganza sin saberlo, sin entender. No prestan atención a lo que ocurre a pesar de que millones de pensamientos les piden piedad. Que liberen el mundo. Quieren seguir existiendo.
Ya ha aprendido su lección el destino; se rasga con un grito mudo y es presa de una decepción: no era tan poderoso.
Un edificio de acero y cristal se pliega sobre sí mismo, y las gentes caen al vacío como estatuas inmóviles, sus ojos parecen llorar sangre por la presión del miedo y de la muerte inevitable.
El hombre tiene todos sus sentidos colapsados de ella. Y ella siente que se ha fundido en él.
El beso continúa, y bajo sus pies se abre la tierra. El infierno de lava exige su tributo.
Y ellos levitan sobre la agonía del todopoderoso infierno.
La tierra se cierra con un bramido mudo y encolerizada, se traga seres y carros con un silencio que asusta al mismísimo creador.
En otra falla, en el gran parque central explota un géiser de sangre y miembros humanos que la tierra regurgita como un alimento ominoso...
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Ha despertado y se niega a abrir los ojos, aún siente el calor de su piel, sus senos en su pecho. Las caricias de su negro cabello en el rostro. Aún se ve reflejado en sus ojos azules, intensos...
Se siente levitar sobre el colchón a pesar de estar empapado en sudor.
Rastros latentes de amor y dicha. No siente la muerte del mundo.
Cree que si fuera real, no sentiría ningún miedo, no entendería la catástrofe como algo horrible. Sólo sentiría la necesidad perentoria de ella.
¬—No por favor, que sea cierto...
Una lágrima de frustración se le escapa de sus ojos aún cerrados. Se escurre salada ahora por sus labios. Los separa para beberla, como si fuera un rastro de ella.
Lucha por conservar su aroma, se esfuerza por retener en sus brazos la intensa temperatura de la piel que ama, mientras la realidad, inexorable, ocupa sus sentidos barriendo el sueño sin piedad.
— Te amo —susurra tapándose el rostro con las manos.
El sueño se repite cada semana, a veces hasta cuatro veces.
Se deja llevar por él, es consciente de que sueña y ha aprendido a identificar cada momento, a perfeccionar sus sentidos para al despertar, retenerla por más tiempo.
Pero el choque con la realidad invariable es brutal.
Queda una esperanza: que el sueño sea la realidad y lo real pesadilla.
Tal vez está confuso. Y está soñando que se encuentra en otro planeta, a eones de ella. Sueña que se ha despertado en una mañana de ruidos habituales, de olores tóxicos para la libertad, de luz sucia y maloliente. La luz también huele.
La realidad empeora por momentos. Es hostil para sus ilusiones y esperanzas. La realidad mata el amor, lo tritura y lo convierte en polvo entre sus dedos.
El cigarrillo le hace toser y unas gotas de café caen en su pecho. El gris de sus ojos es tan opaco que nadie diría que pueden absorber luz.
Aún así, a pesar de su disgusto, corre las cortinas y la dolorosa luz hiere hasta sus sentimientos y borra la última imagen latente de su amor sonriendo en sus brazos.
El miserable sol ha borrado con sadismo la sonrisa de su amada.
Ha mutado esperanza en tristeza.
Cuando se ha vestido y sale de la casa para dirigirse a la oficina, lo hace sin ningún tipo de alegría.
Otra noche, otra mañana, el mismo sueño: cuando la tierra abre sus fauces y traga seres y cosas; despierta.
Y cada día es más angustioso.
Y la realidad es insostenible. Vive una pesadilla, sueña vida pura, emociones chutadas directamente en la vena, en el iris de sus ojos de gato triste.
A veces se araña el rostro intentando cubrirse con fuerza, de la infección de la consciencia: la pesadilla.
Aprieta fuerte las manos para que no se escape su calor ni su tacto.
Y como humo se va entre sus dedos crispados dejándolo solo y fracasado.
Deja las lágrimas que inunden sus labios como si fuera ella la que los humedece con los suyos.
De nuevo el ritual: corre las cortinas de la realidad sabiendo que será arrasado por la misma luz. Sus recuerdos, todo lo vivido durante la noche, toda la realidad, lo que debería ser, será barrido por la pesadilla.
Un cigarro mojado de lágrimas crepita con una bocanada profunda.
Todo un tiene un límite, y hasta el cerebro se siente infectado de la pesadilla.
Actúa de la única forma posible, porque no se puede escapar. Nadie puede hacerlo. No hay precedentes, su banco de datos ancestral se lo asegura.
La colilla llega al suelo antes que él.
La tierra no se abre para tragarlo, ni un blindaje de amor lo frena cuando se estrella contra el pavimento y su cerebro se aplasta lejos de su cráneo.
No ha habido magia en su muerte, ni fantasía. Sólo un foco de luz de un turbio sol matutino, que arranca reflejos metálicos de la sangre que se espesa y coagula al derramarse de su cuerpo roto.
Roto como la realidad que soñó. Roto como su cuerpo en esta pesadilla.
Alguien se preguntará porque sus puños estaban tan fuertemente cerrados, porque hay piel de su propio rostro entre las uñas. Los suicidas se hacen el daño justo, no se torturan antes de morir.
Tal vez nadie se lo pregunte.
Tal vez, la propia realidad no soporte revivir la pesadilla de su destrucción una y otra vez, y destruye las pruebas de su miedo: el ser que le da muerte.
Nadie puede romper la realidad y vivir para contarlo.
Sentaría un mal precedente.
El cerebro se marchita bajo el sol por el peso de la realidad victoriosa.
Algún dios sonríe cínico ante una victoria demasiado fácil.
Injusta.
Vergonzosa.


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14 de junio de 2010

Póquer y pesas


Estoy cansado por un exceso de ejercicio y es bueno.
O al menos necesario.
Lo necesario no tiene que ser bueno. Suele ser doloroso.
La vida es una cerda sarcástica que ríe roncando bañada en purines.
Necesito disolver en sudor todo este amor pegajoso que me cubre. No es feo amar, está bien.
Es una buena cosa.
A veces.
Y si además te crees que eres amado, incluso podrías tener en tu mano un proyecto de felicidad. Uno sonríe mirando las cartas y piensa: “esta vez no será un farol”.
Sólo un proyecto.
Cojones...
Sólo una ilusión, porque lo que es casi seguro, es que en el primer descarte te darás cuenta de que el proyecto de felicidad se ha convertido en una mierda.
Una puta mierda.
Y a tomar por culo.
Y por eso paso de póquer y amor. Por esto sudo como un cabrón tirando de kilos de hierro, pesas rojas de pintura rota, mancuernas oxidadas por el sudor; para que estallen las putas venas. Para que se forme un edema bajo mi piel, una hemorragia interna de amor. Que se libere presión de las entrañas contraídas.
Que el sudor arrastre los besos imposibles, engañosos e inexistentes que la piel se ha empeñado en sentir. La piel está loca, está para que le peguen un tiro y evitarle tanto padecimiento.
Que besos y caricias muertas resbalen hasta formar un charco en mis pies.
No hay póquer de amor ni escalera a la felicidad.
Sólo los músculos contrayéndose alimentados por venas gordas como sanguijuelas. Pulsantes.
Lombrices azuladas que laten bajo mi piel pálida.
Y mi indecente pene impío. Bum-bum-bum...
Inasequible a la tristeza y a la destrucción.
Bestia.
Puro y puto instinto.
Reproductor.
¿Es posible reproducirse uno mismo? No hay nadie más.
Es estúpido. Es idiota y triste la idea de ser hermafrodita.
Me haré la paja más triste, una paja eterna y estéril.
Vacía.
Nada.
Cero.
Tal vez masturbe la mancuerna hasta que me sangren los ojos de ver tanta locura.
Me la pelaré tan vacío que provocaré un profundo desasosiego en la faz del planeta, tan triste y decadente que las flores se marchitarán en un inusitado otoño.
Soy poderoso expandiendo mis miserias.
Dale, dale. Que duela.
Hay semen negro en el mazo de cartas, no quiero cambiar cartas, prefiero no tener nada que conseguir una escalera de dolor. No quiero ganar porquería.
Gotas de sudor en las pesas, las manos sucias de orín. Es mejor que la leche del diablo.
Dale que dale.
Más útil que una mamada al macho cabrío que ni el alma me quiere comprar. Me cago en su puta madre.
Ya he perdido bastante.
Ya tengo bastante.
Y por más que sudo, no acabo de sentirme limpio.
Sangre en el meato...
Está bien, es dramático.
Mientras no duela, me importa un carajo.
Y duele, coño.
Me cago en la puta.
Las putas me miran y me ven limpio. Me ven fuerte, me ven macho y deseable. Me ofrecen una mamada por sólo diez euros; pero hay algo en mí que hace que casi se arrepientan de rentar sus malolientes bocas a mi excelsa polla. Tal vez la sangre que sudan mis músculos les causa recelo. O soy demasiado hermoso para ellas y se sienten demasiado putas, exageradamente zorras.
Soy vanidoso cuando me siento mierda.
Supervivencia pura.
O eso...
O me pego un tiro.
Joder...
El bíceps se tensa, es curioso que todo se tense, que el organismo entre en crisis ante una mala mano. Ante Negranoche que me hace desesperar imaginando mundos horribles sin ella. Hay mil ciento ochenta y cinco formas de sufrir por ella.
Las conozco todas.
Tengo kilos de hierro colgando de mis manos que jamás podrán tener la densidad de este amor que me cubre entero, como una brea.
Una brea que me aterroriza, que me unta de miedo.
Otro fracaso no.
Me marco un press de banca para que los pectorales se desarrollen hacia adentro. Ojalá me aplastaran el cochino corazón.
A veces me siento como en la trena, sin otra cosa que hacer que jugar al póquer o levantar pesas para exprimir el hierro como si exprimiera el ansia de mis huesos.
Dame dos cartas vida: ¿puedo mirarlas y elegir? El fracaso nada entre jotas y ases. Hagamos trampas, no soy orgulloso.
No necesito faroles para fracasar.
Tengo unas pesas para purgar el fracaso. Lo llevo bien.
Estoy acabado. No lo llevo tan bien.
Miento lo necesario para que el fracaso no se convierta en tumor.
Lo llevo bien.
Si se puede llevar bien toda esta basura.
Dame dos jotas de amor, de joder, de jamás.
Ten misericordia, cabronazo.
No me obligues a jugar a la ruleta rusa, crupier de mierda.
Desafortunado en el juego, afortunado en amores.
Y una polla.
Eso no va conmigo. Soy desafortunado en todo.
Me cago en dios.
Ahora tengo un póquer de pesas y he quemado las cartas.
No ha querido hacer trampas y le tendré que reventar la cabeza con diez kilos de hierro.
Acepta la trampa, iremos a medias, te doy el corazón aún goteando sangre y a cambio me tatúas sus besos eternos en los ojos, es el tormento 966 de 1985 que hay.
La he amado/sufrido una eternidad.
¿No crees que es hora de darme un premio?
Métete el premio por el culo, porque ya es tarde.
Hijo puta.
Dame jotas o muere. Soy peligroso, soy un animal acorralado.
O mejor muero yo, es más fácil que ver cada día las mismas pesas, los mismos naipes con su mensaje de perder otra partida.
Porque estoy seguro de que no hay más, la baraja se hizo sin jotas.
Sin jotas de joder y sin jotas de amor. Sin jotas de sonrisas.
Coño, a veces pienso que no me sirvió de nada ir al colegio.
Porque amor se escribe con la m de mamar.
Puedo ser más obsceno, puedo decir barbaridades hasta que un rayo me parta en señal de justo castigo.
Porque si no me das las cartas que necesito, te puedes meter en el culo tus enseñanzas, crupier de mierda.
Así que apuesta rojos y par, olvida los naipes, no jugaré más. Apuesta por los músculos reventados, por un sudor ácido que escalda los ojos.
Porque sólo tengo rojos y par. Pesas y kilos a pares.
Dos, cuatro, seis, ocho y un millón de putos kilos para morir cuanto antes.
Dame jotas crupier, las pesas no dan esperanzas. Sólo dos cartas y prometo chutarme mi propia orina en la vena.
Soy un yonqui de mis miasmas.
Un desafortunado en todo.
Untado como una jodida tostada de amor y miedo.
Que te den por culo.
Un curl de bíceps más y el corazón se partirá en dos.
No es una amenaza, crupier de mierda. Es un aviso de inminente sangre.
Recoge las cartas, el semen negro del diablo será cubierto por mi vómito rojo.
No hay tiempo para faroles, no quedan jotas para un póquer de joder y amor.
Tal vez necesite descansar, tal vez me arranque la piel a tiras.
Tal vez...
Póquer de jotas, muerte por kilos.
Estoy perdido, cielo.
Me han ganado con una pareja de doses, así de fácil es destruirme.
Y entre uña y carne, ya mana dulce la sangre. La presión de unas pesas era mi pobre comodín.
Una carta en la manga.
Deja que me ría.
Mi joker de muerte.
Morir con el rabo tieso... Me lo tendrán que cortar para cerrar el ataúd.
Mi último acto de obscenidad.
Es que me río la hostia.
Hilarante.


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8 de junio de 2010

Nadie es imprescindible



Todos deberían saberlo, todos deberían reconocer que no son tan necesarios como se piensan.
A mí me lo han dicho muchas veces: “Nadie es imprescindible”.
A veces agitan el dedo índice para que preste la necesaria atención y sentirme amenazado y adoctrinado por su sentencia idiota.
“Vete a la puta mierda, cabrón. Me cago en la hostia puta consagrada y en tu madre que también es puta”, pienso yo pasándome por el culo su dedo de mierda.
Pero lo jodido es cuando ellos se tienen que aplicar el cuento de la prescindibilidad no suelen creerse lo que dicen.
Son como los santones y sacerdotes de todas las religiones: Haz lo que yo diga; pero no lo que yo haga.
Lo que me jode es que me repitan hasta el vómito lo que ya sé.
Y lo que me hace sentir como si me obligaran a mamársela, es que no lo dicen de corazón y el tarado que me suelta su puta cátedra, sólo consigue darme por el culo porque él se siente imprescindible. O sea, más importante que yo.
Lo tiene crudo.
Esto es un problema que me preocupa y al que suelo darle solución.
Yo no soy un profeta o un iluminado, yo no le voy diciendo a nadie que si es imprescindible o deja de serlo, son cosas que me la sudan.
Son cosas que me la pelan.
No me importa nadie fuera de mi reducido círculo familiar y de amistades. Concretamente son cinco personas. Fuera de ello, no siento respeto, cariño ni emoción alguna por nada ni nadie.
Y mucho menos lo sentiría por el más poderoso presidente del más rico país, ni por los que mueren con la piel reseca con las moscas bebiéndose sus lágrimas en los ojos directamente. Siempre he creído que la foto del buitre esperando que la niña negra muera para picotearla, es una simple escena de naturaleza.
En efecto, nadie es imprescindible, parece que es la puta y gran verdad de esta gloriosa civilización.
Si yo no molesto a nadie ¿por qué tiene que soltarme su mierda pseudo-filosófica cualquier gilipollas al que le han dado un poco de mando?
— ¿Y me tenías que molestar para decirme semejante idiotez?
El supervisor me mira con los ojillos llenos de terror. Y estoy seguro de que esa mancha de humedad del pantalón no es sudor.
Sudará, pero ahora es sólo un acto reflejo por el miedo. Es normal que los grandes portadores de las verdades más absolutas se orinen encima cuando se dan cuenta del horror que la prescindibilidad trae consigo.
Cuando alguien sabe que va a ser cortado a cuartos como un pollo, se entera del verdadero alcance de sus propias palabras.
— Yo sé, Genaro, que tienes que mantener al personal firme, entra dentro de tu cargo procurar que todos trabajemos al cien por cien. Pero a veces se tiene suerte y conmigo no la has tenido, hubiera sido mejor que aconsejaras echarme a la puta calle que soltarme cada mes cuando me entregas la nómina, el mismo rollo.
Hace como cuando a mí me habla, no le escucho.
Así que muevo el cuchillo con precisión y le afeito un pezón.
Lo único que se consigue repitiendo siempre lo mismo, es fabricar al psicópata perfecto, y la verdad, no soy delicado. Ser psicópata no es algo que me preocupe. Si hay que ser loco se es. Si hay que trabajar un chorro de horas por una mierda de paga, lo hago.
Si he de matar a un hijo de puta porque le tengo asco. Lo hago.
A él, a sus hijos a su mujer y a su puta madre, esa vieja gorda de mierda que ahora está desangrándose frente al televisor con una puñalada en el hígado.
Y si no grita es porque le he metido una manzana en la boca. Siento ganas de meterla en el horno y asarla como una cerda.
Ella misma me ha abierto la puerta de esta adocenada casita pareada de extrarradio, donde es más barata la vivienda y así cualquier muerto de hambre puede aparentar ser un hombre acomodado.
— ¡Buenas tardes, señora! ¿Genaro está en casa? Soy un compañero de trabajo.
La gorda le grita a su hijo que hay un compañero que pregunta por él y me deja en la puerta esperando. Ni siquiera me ha dirigido la palabra. Seguro que ella también es de esas personas que se pasan el día diciendo a los demás que no son imprescindibles.
Desde la entrada observo como vuelve a su sillón y se deja caer en él para seguir viendo la tele. Me coloco unos guantes de látex y un gorrito de papel en el recibidor y cierro la puerta de entrada.
Entro en el salón, le empujo la cabeza hacia adelante obligándola a doblarse sobre su barriga para dejar espacio al cuchillo. Lo clavo aproximadamente por debajo de las costillas inferiores derechas, muy cerca del estómago y lo hago entrar y salir cortando el hígado. Acabo de cortar cuando llego a la espalda con el corte. El foie está listo.
De un centro de mesa de cristal cojo una manzana y se la meto en la boca. La dentadura postiza se ha movido y se le sale un poco, pero la manzana está firme. Dejo que la vieja caiga en el suelo, de ahí no pasará.
Genaro baja del piso de arriba y nos encontramos en la escalera.
— ¡Hombre, Fidel! ¿Qué haces aquí? —me pregunta con cordialidad de mierda.
Le puse el cuchillo en la barriga, sin decirle palabra y me condujo a la habitación de matrimonio donde lo he atado con cables eléctricos.
Entre tanto me ha puesto al corriente de que sus dos gemelos (Alex y Albert) y su mujer Sonia (no sé porque se empeña la peña en hablar de sus familiares que no conozco por el nombre, a mí me importa una mierda como se llamen; parece que quieran que uno sienta cariño por ellos, como si fueran especiales y se lo merecieran), han de llegar en cualquier momento de la piscina donde están aprendiendo a nadar los chavales de siete años.
Y así de fácil hemos llegado al momento en el que le he despezonado. Que se joda.
Se retuerce de dolor e intenta mirarse la herida, pero como le he atado la cabeza contra el colchón, no puede ver lo que le ocurre a su cuerpo. Un dolor ciego es mil veces más efectivo que el que se ve. Porque la imaginación es buena para las cosas buenas, para las cosas malas acojona más que la realidad.
El pezón se ha quedado pegado en la hoja de cuchillo y se lo pego en la frente.
Le hago una foto con la cámara del teléfono y la envío directamente a mi Face.
Apenas han pasado dos minutos, cuando recibo un email en el móvil: “A Sandra, María, Rosa y Alejandra les gusta esto”. Se refiere a la foto.
Coño, la peña es que se lo pasa bomba con cualquier cosa.
No follo más porque no me da la gana.
Ahora está pensando en su total intrascendencia sintiendo el cuchillo hundirse en su ombligo y cortar hacia el pubis liberando los intestinos. Que los he cortado también. La compresa usada de Sonia que he cogido del cubo del aseo, le llena la boca para que no grite. Huele mal que te cagas.
Es mentira, no piensa en nada más que en el dolor y que va a morir. Estos idiotas hablan mucho de filosofía barata para joderte en el trabajo, pero en el momento de la verdad sólo aflora en ellos un miedo instintivo tan viejo como este puto planeta.
Si lo abandonara ahora, la muerte le sobrevendría en pocas horas, ya que toda la mierda que hay en sus intestinos ahora desgarrados se está mezclando con la sangre y filtrándose en el flujo sanguíneo. A su cerebro, en estos instantes, está llegando literalmente mierda.
Vaya, para ser un prescindible, tengo bastante culturilla de anatomía y medicina.
Para no ser jamás imprescindible, su vida resulta que está en mis manos. Soy su amo, su señor, y lo mato porque hago lo que me da la gana con trascendencia o sin ella.
Bueno, cuando te acostumbras a matar (como ocurre en todas las actividades habituales), lo haces de una forma relajada y sin prisas. Luego, en tus ratos de ocio y si te interesa de verdad tu trabajo, indagas sobre el cómo y el porqué de las cosas. Y así sabes que si se rompe un conducto en el cuerpo y se mezcla con la sangre, la contaminas y la muerte llega antes por envenenamiento que por desangrado.
Claro que podría hacer un buen tajo que interesara a más vasos sanguíneos. Pero no hay prisa, tal vez luego. Cuando Sonia, Alex y Albert lleguen de su clase de natación.
A Alex y Albert los decapitaré y a Sonia la ataré en la cama boca abajo, la follaré por el culo y luego le dejaré al descubierto la columna vertebral.
Lo cierto es que con Genaro será mi vigésimo cuarto (la vieja la contaré cuando esté realmente muerte, los agonizantes no cuentan) prescindible asesinado. Joan me gana por tres.
No es que lo busque, no me paso los días pensando que he de dar con un imprescindible para matarlo a él y a su familia si la tuviera. Supongo que tengo un especial imán para atraer a lo más idiota de la humanidad. Es una fatalidad que llevo con humor.
Y como soy una buena persona, mis amigos Aitor, Joan y Sabater, jurarán que he estado con ellos (en la casa de Sabater) cenando pizza y viendo un DVD de alquiler. Es viernes y los amigos nos emborrachamos de la forma más natural y más tonta.
Mis amigos son como yo, nos hemos encontrado a lo largo de la vida. Unos hemos matado más y otros menos, pero nos llevamos bien. Nos sentimos cómodos.
Somos prescindibles y nos reímos de ello entre sangre y cervezas, entre vísceras y buenas comidas. Con un humor sano y cordial.
Bajo al salón, he oído un ruido.
La vieja gorda se ha arrastrado dejando un reguero de sangre en el parqué, como una babosa reventada. Ha intentado coger el teléfono y se le ha resbalado de sus manos ensangrentadas. Le doy una, dos, tres y cuatro patadas en la cabeza hasta que deja de moverse agitando las gordas piernas espasmódicamente durante varios segundos.
Esto ocurre cuando el cerebro se ha desprendido de su membrana protectora. Es como una conmoción pero mortal de necesidad.
Antes de subir, pongo la radio no demasiada alta.
Seguramente, tampoco la música es imprescindible, pero a mí me gusta.
Se retrasa el resto de la familia.
Genaro está cianótico no parece que vaya a durar mucho y respira rápidamente, el shock es inminente.
Ha intentando vomitar y le ha salido por la nariz.
Salgo al pasillo arrastrando una pequeña butaca, el hedor en la habitación es insoportable: la sangre, la mierda que deja ir los intestinos y la orina no son los ingredientes ideales ni para morir ni ver morir.
Me enciendo un cigarro, y suena el móvil.
Es mi hija.
— Dime cariño.
— La mama quiere saber cuando vas a venir.
— Que se ponga mamá.
— No puede, está en la ducha.
— Pues dile que volveré muy tarde, que estoy en casa de Sabater, cenaré allí.
— Yo quería ir al cine…
— Iremos mañana, cariño. Y cenaremos pizza ¿vale?
— ¡Siiiiiiii…!
— Un beso. Y dale otro a mamá.
— Adiós…
Me había olvidado de que habíamos quedado para ir al cine. Hoy tendré mal rollo con mi mujer; no le acaba de gustar que un viernes al mes pase la noche con mis amigos. Ella no sabe que mato idiotas y no es algo que sea agradable de decir. Es un dato que carece de interés en el núcleo familiar ya que no pienso matarla a ella ni a mi hija.
Para que luego digan que no somos imprescindibles. Si no llegas pronto a casa, se preocupan. Si te encuentras mal, se preocupan.
Si le pasara algo a mi mujer o mi esposa, yo me muero.
Eso de que no soy imprescindible, lo dicen por pura envidia.
Claro que algunos somos imprescindibles, somos imprescindibles para alguien que nos ama. Ahí está el gran pecado de quien te dice que no eres necesario: en que te trata como a una mierda. Es el peor insulto porque falta el respeto a los que te aman. A los que piensan que tu vida es tan importante como la suya propia.
Sí, muchas veces es pura retórica, no se debería hacer mucho caso. Pero sigo pensando que si el río suena es porque baja cargado de mierda y me da por culo que un palurdo que no sabe ni leer, me diga si tengo o no tengo importancia.
Mi hija tiene nueve años y no me gusta nada la idea de que un día se tropiece con alguien que le dice que carece de importancia y lo que es ella, cualquiera lo puede ser.
Eso es una crueldad.
Mis amigos están de acuerdo.
Genaro está padeciendo convulsiones muy violentas, tan fuertes que ha escupido la compresa maloliente de Sonia.
Eso de que nadie es imprescindible sólo me lo decía a mí para joderme, se nota que él se sabe imprescindible, le da una importancia desmesurada a su existencia. No es un hombre valiente. De los que he matado, éste es posiblemente el más histriónico y cobarde.
Su cerebro lleno de excrementos posiblemente se halle en algún lugar muy lejano de la consciencia, orbitando alrededor de un agujero negro que se lo va tragando a él y toda su trascendencia.
Si tuviera fuerzas, gritaría como un cochino, porque las venas de su cuello parece que van a estallar. De repente se arquea, las tripas se desparraman más por el encharcado colchón y deja ir una potente bocanada de vómito.
— Joder, Genaro. ¿Me tenías que dar la vara cada mes con esa mierda de lo imprescindibles que somos todos? ¿Ves como tú también lo eres para mí? Y no te he molestado en todos estos meses, simplemente te he matado sin más y ya está.
A tu madre también, pero no la he jodido con tu mierda de filosofía.
Me enciendo otro cigarro.
— ¿De verdad pensabas que ibas a doblegarme el ánimo y obligarme a trabajar más para que tú tuvieras tu prima de producción a costa de mi esfuerzo? Mañana me llevaré a mi hija a comer pizza, esas con menú infantil. Iremos al cine y cuando llegue a casa y se duerma, joderé a mi mujer hasta por el culo. Si algo me ocurriera, serían las personas más desgraciadas del mundo. Es posible que ¿Alex y Albert? y Sonia también sientan tu muerte; pero creo que no se van a enterar… A tus hijos les cortaré la cabeza y a tu mujer la coseré a puñaladas cuando se arrastre por el suelo con los tendones de Aquiles cortados.
Otra vez el teléfono.
— ¿Cómo va eso Fidel?
— Bien, al Genaro ya lo he despachado, se va muriendo lentamente, su madre ha dejado de existir y nadie la echa en falta, ésa sí que es completamente imprescindible.
— ¡Qué cabrón! —ríe Aitor.
— Llama a Sabater, le he dicho a mi mujer y a mi hija que estoy con vosotros en su casa viendo el partido.
— De acuerdo. ¿Necesitas ayuda?
— Hombre, si pudieras acercarte hasta aquí para controlar un poco el vecindario y de paso recogerme, te lo agradecería. No pensaba tardar tanto. Mato a los críos y a la mujer y nos vamos a tomar algo fresco. ¡Qué calor, coño!
— Vale, te aviso cuando esté allí.
— Gracias Aitor, nos vemos.
Genaro me mira con los ojos casi muertos, reflejan la poca vida que queda en ellos. Ha comprendido que hoy se acabó toda su estirpe aquí, en este momento. Que de él no quedará ni un solo gen para la posteridad.
Tengo sed.
La cocina está en la planta de abajo. La vejiga de la madre de Genaro se ha vaciado también. Se extiende un charco de sangre demasiado líquida para ser sólo sangre. En la nevera encuentro varias latas de coca cola y un sándwich vegetal envuelto en film plástico. Me encantan.
Me lo como con glotonería, y de un solo trago me bebo una lata.
Cuando cierro la puerta de la nevera, observo un sobre sujeto con un imán que dice con letra fea: Genaro.
Saco el papel que hay dentro, es una carta escrita con una caligrafía pésima. Abro otra lata de coca cola, me enciendo un cigarro, eructo y me tiro un pedo.
Se me escapa la risa porque cuando hago estas cosas en casa, mi mujer me llama cerdo y mi hija se ríe mucho. Le encanta que haga estas cosas.
Al final mi mujer también se ríe y dice que cómo pudo casarse con alguien tan cerdo como yo. Le digo al oído, sin que nos oiga nuestra que hija, que no me llama cerdo cuando le mamo el coño y sonríe con lujuria sin decir nada más.
Las amo.
La carta dirigida al supervisor dice así:
Genaro, ya no volveré a casa, me voy con los críos a un lugar que ya te comunicaré cuando me sienta con fuerzas para hacerlo. Esto es muy duro.
Ya no puedo soportar tu maltrato ni tu malhumor. No quiero volver a pisar esa casa donde he sido tan desgraciada; ni tener que soportar tus infidelidades. A tu madre...

Dejo de leer porque no me importa una mierda, le describe diversos episodios de su vida que justifican el abandono.
Joder, pues va a ser que Genaro es completamente prescindible, si ya decía yo que cuando el río suena…
Esto se acaba. Cojo el cuchillo jamonero y me subo para la habitación donde agoniza Genaro, tirándome un pedo, eructando y ensuciándome la camisa con coca cola.
El teléfono vibra, es Aitor.
— ¿Te queda para mucho, Fidel?
— Dame cinco minutos y bajo.
— Estoy delante mismo de la puerta, te avisaré si hubieran moros en la costa.
— No te preocupes, no vendrá el resto de la familia. Lo han abandonado.
— No jodas, menudo hijo puta tiene que ser.
— Ahora te cuento. Hasta luego.
Me guardo el teléfono en el bolsillo y sin más preámbulos hundo el cuchillo bajo sus costillas. Necesitaba uno bien largo. Me gusta que el forense al realizar la autopsia, se sienta sorprendido de lo elaborado de la muerte.
Un poco a la izquierda de su plexo solar, introduzco lentamente la fina y larga hoja, cuando pincho el pulmón salen burbujitas de sangre. Sus espasmos de dolor dificultan mi precisión. Le aconsejo que coja pequeñas bocanadas de aire con mucha rapidez, como si pariera.
Tras unos segundos de seguir deslizando el acero, siento tocar algo más duro, más denso. He llegado al corazón y juraría que siento como transmite el movimiento a la hoja del cuchillo.
Los ojos de Genaro están en blanco.
Tengo que presionar fuerte para clavar la hoja en el corazón. En apenas diez segundos abre los ojos desmesuradamente. Sus pupilas se han hecho visibles y se han llenado de muerte oscura. Los ojos de los asesinados me recuerdan siempre los de las imágenes de los santos que agonizan. Sólo que este cerdo de santo tiene lo mismo que de buena persona: una puta mierda.
Yo creo que la conciencia tarda mucho más tiempo en morir y por eso los muertos abren los ojos desmesuradamente: necesitan luz entre tanta oscuridad.
Le dejo el cuchillo clavado y le atiborro la boca muerta con la carta que le ha escrito su mujer llamada Sonia y que me importa un huevo como se llame.
Me voy al lavabo y me cago en su puta madre cuando estaba viva y ahora que está muerta: no encuentro jabón de manos y tengo que lavármelas con gel del cabello.
Antes de salir de la casa, entro de nuevo en la cocina y giro los mandos de los fogones para que salga el gas.
Como mucho tardar, dentro de dos horas, va a oler a cerdo frito en todo este barrio de mierda.
Aitor me saluda con la mano desde la ventanilla de su cupé deportivo.
Siempre es agradable encontrarse con su sonrisa franca.
Me invita a un cigarro que acepto, mi nariz aún recuerda el olor a mierda y sangre y necesito fumar para borrar ese aroma.
— Así que al cabronazo no lo quería ni su familia.
— Pues sí, al final tenía razón, era de lo más prescindible.
— ¿Y Sabaté? —le pregunto.
— Ha alquilado un DVD que dice que es la hostia puta de bueno.
— ¿Y a Joan cómo le ha ido?
— Ha tenido más trabajo que tú, el prescindible tenía tres hijos, la mujer y dos amigos de los críos. Aún los está descuartizando, pero me ha dicho que en media hora estará con nosotros, que vayamos encargando la cena.
— ¿Es que no dejarán de aparecer idiotas nunca?
— Vamos, tío, siempre es así. Das un pisotón y se te enganchan cuatro intrascendentes en la suela del zapato.
Aitor tiene razón, los idiotas no se acaban nunca, por muchos que mates, por muchos que se mueran.
Me miro las cutículas de las uñas sucias de sangre. Vaya mierda de jabón...
Aitor se tira un pedo y yo le doy un puñetazo en el hombro.
Nos reímos.
Nadie es imprescindible...
Los hay que sí, los hay que no.
A mí me la pela si me tocan los huevos, me los cargo.
Y no es puta retórica.


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3 de junio de 2010

Desdichado

Firme, seguro, osado y potente. Espada de Muerte, Yelmo de Odio, Escudo de Horrores.
¿Quién eres?
No hablas, no escuchas.




Tu espada es tu voz, tu yelmo el pensamiento y tu escudo el reflejo de la muerte.
Y tú, en este camino de Dios sabe que mundo ¿A dónde vas? ¿Qué buscas?.
La prueba de tu caminar son tus fuertes y profundas pisadas anegadas de sangre. Sangre de tus víctimas. Porque aprecias demasiado la tuya como para dejarla derramar. Tal vez ni siquiera recuerdas tener sangre.




Tu mente sólo te muestra el miedo y el horror que sufriste.




Una mujer joven (¿dieciseís años?) es arrastrada a latigazos a la hoguera. Tu hermana. Un crío llorando y gritando por la clemencia de esa joven mujer. Eres tú.

“¡No es una bruja!”, gritabas.

Y la maldita y sencilla y humilde gente clama porque se queme ese joven cuerpo.
El señor feudal aún envidia el joven cuerpo que no pudo poseer ni mancillar. Y él mismo prende fuego a la pira.
Lo intentas detener pero; tus cinco años no te dejan. Te azotan y te cortan las orejas y la lengua. Y te guardan entre ratas y leprosos no sabes cuánto tiempo.


Y matas; levantas tu espada forjada con el odio como si un quintal pesara, y la haces bajar con ímpetu infinito y destructor. Un cuerpo se destroza y sus vísceras salen alegremente como las serpientes de un cesto. Y entre la fuente de sangre que mana de los tajos y la cascada de horror te sientes más hombre, y más fuerte.



Y te olvidas, ya no te acuerdas de esa vida que has segado.
Y así tu sed de venganza nunca se sacia.
Y con violencia sigues adelante: un pie delante del otro sin vacilar, tu espada en guardia, tus músculos vibrando de ansiedad, tu escudo reflejando la muerte que portas; tu yelmo expectante; vigilante y destilando odios y rencores.



El viento sopla y aleja
el acre olor a sangre,
y tú solo en el fantasmal
camino de la Muerte.
Y la Muerte eres tú, Desdichado.


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1 de junio de 2010

Viejo animal enamorado



¿Por qué cojones tienes que enamorarte, animal?
¿Por qué buscas el dolor y el tormento?
¿No sabes ya, viejo animal, que el amor está en la última milla del mundo, allá donde tus viejos huesos apenas van a llegar?
Tus ojos secos y resecos, ni lágrimas brindan.
¿Era necesario enamorarse?
Cobarde. Hay lejías, hay venenos, hay cuchillas, hay alturas.
Hay pastillas del sueño eterno.
Cobarde animal enamorado.
Ya es tarde para aprender, no tenías que someter al cuerpo y a la mente a este juego. Tu cerebro lerdo y gastado no puede abarcar lo que ella ofrece. No te queda vida para tanta belleza.
¿No lo entiendes viejo carcamal? Eres patético.
¿No te enseñaron a cerrar los ojos, viejo y puto animal?
Jódete y traga todo ese amor, que te sangren las encías.
Cabrón...
Tira. Tira de esa alforja de amor, desgraciado.
Patético...
Toda la puta vida sin sentir más que un asomo de cariño si acaso, y ahora has clavado tus viejas rodillas en el barro del amor.
Porque el amor es un montón de tierra mojada de lágrimas.
Y ya no te quedan en los ojos.
Sólo orina en tu ridículo pene.
Los jóvenes amasan el barro, los viejos se hunden y nadie les da una rama donde asirse. Tampoco la verían.
Das pena, viejo animal.
Porque no tienes fuerza ni elegancia para levantarte.
Te crujen los huesos de tanto amor y tus pellejos se tensan en bolsas vacías.
Eres un triste boceto de una desleída acuarela. Una vieja tela manchada que quiere un marco hermoso.
Margaritas a los cerdos.
Y si fueras cerdo, lo entendería, un animal sano.
Pero eres un hombre gastado. ¿Qué coño te has creído, viejo animal?
¿Acaso esperas aplausos del respetable cuando tu pene cuelgue lacio y arrugado?
¿Quieres un espejo, viejo cabrón?
¿Quieres unas gafas, viejo miope?
¿Qué haces, viejo loco, usurpando edades que no te corresponden?
Sé hombre y no te enamores, ni lo pienses. Ya es tarde.
Tus putos dedos retorcidos tiemblan.
¿De verdad vas a hacer el ridículo?
Pobre viejo enfermo de amor.
Tanto tiempo vivido, tanta experiencia malgastada.
Tu perro es más inteligente, ese perro viejo como tú que ni al culo de las perras se acerca ya, tiene más dignidad.
Vamos viejo, que alguien te sacuda con una vara en tus viejas costillas porque eres un burro tirando de algo demasiado grande.
Una mula con la pata rota.
Una polla muerta.
Unos testículos enormes que cuelgan herniados.
¿Quieres que te siga denigrando, viejo loco enamorado?
Que te follen el alma, idiota.
Tarado.
Triste.
--------------------------------------------------
El hombre se lleva un cigarro a los labios, y lo enciende mirándose aún frente al espejo del recibidor. Aspira el humo deseando ser viejo, ser anciano.
Buscando razones válidas para no amar, para dejar de sentir esa ansiedad angustiosa.
A veces es necesario denigrarse uno mismo para recordar que la vida es una puta enferma que te contagia gonorreas y toda clase de mierdas.
Cuanto más te sonríe la vida, más has de desconfiar.
Sus músculos pectorales llenan la camiseta con la bocanada de humo.
Y con un rictus cínico de madurez, exhibe una sonrisa predadora.
—Viejo loco...
—Pero mi polla aún funciona.
—Y al planeta, que le den por culo, con todas su focas y pingüinos en peligro de extinción.
—Maldita envidia...
Acabado el entrenamiento de angustia existencial cierra la puerta con rabia tras de sí. Su bella le espera.
La ama incansablemente.
Denodadamente.


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28 de mayo de 2010

Pompas de jabón



Mi hijo ha recuperado un antiguo juguete y sopla pompas de jabón evocando cuando hace apenas unos segundos era un crío. Lo veo en su mirada aún ilusionada, aún subyace un brillo infantil, un infinito número de esperanzas.
Procuro sonreír y acompañar algún recuerdo para evitar caer en alguna introspección dolorosa. Siempre ocurre cuando se rememoran cosas.
— ¿Te acuerdas como te enfadabas cuando las pompas de jabón estallaban en el aro?
Se ríe, claro que lo recuerda. Yo llegué a desesperarme buscando la justa proporción de agua y jabón para que hiciera pompas grandes y sutiles.
Ahora me pudro sin encontrar proporción de una puta mierda.
Pero desde dentro de mí observo fijamente las esferas; cómo se elevan, se expanden, explotan y se pulverizan creando pequeños arco iris.
No puedo decirle a mi hijo lo que pienso, no puedo decirle a nadie de la profunda decepción que me atrapa y me arrastra a la frustración, a desear cerrar los ojos y olvidar que existo. Que una vez existí.
Malditas pompas hermosas, tan hermosas como efímeras y débiles. Nunca he podido acariciar una el suficiente tiempo para sentirme confortado, para creer que la ilusión puede palparse.
La magia se me escapa de las manos como estalla la pompa de jabón, en silencio, con un leve frescor de agua pulverizada que irrita los ojos con el jabón que contiene. La sosa de la ilusión que deshace la piel y siempre es tarde para aliviar la herida.
Es mejor romperlas voluntariamente, al menos controlar el dolor, los errores cometidos, los fallos de la vida que me colocaron donde no debía, que me hicieron amar cuando no era posible. Cuando usurpé lugares y momentos que no me correspondían dejándome llevar por una imaginación traidora, engañosa.
Hermosa hasta llorar.
Hay que ser valiente, no hay que temer al dolor. Con un par.
Al fin y al cabo, ha habido ocasiones en las que he sobrevivido a la muerte.
Puedo sobrevivir a una pompa de jabón.
Sí, creo que podré hacerlo sin sentir que el corazón se convierte en un vidrio que me rasga el pecho con un dolor tan íntimo que ni gritar me deja. Llorar por dentro es el peor de los llantos. Lo sé porque me ocurre de vez en cuando. Cuando me abran para hacerme la autopsia, no sabrán a que se deben todas esas cicatrices en mis vísceras, esos rastros de lágrimas ácidas que duelen infinito.
— Mira ésta, papa. He usado el jabón concentrado.
Asiento con la cabeza, intentando formar una sonrisa. No quiero que intuya que me siento reventado.
Sus amigos le llaman al teléfono. Deja a mi lado el frasco y el aro; se va y me deja solo con un beso en la mejilla.
Soplo y la pompa se crea, se hace grande y hermosa, es hipnótica, refleja amor y ternura, cariño. La reviento, duele mucho. No quiero más belleza, no quiero más ilusiones que jamás se cumplirán. Es hora de ser hombre, de ser práctico.
La siguiente pompa... No recuerdo haberla formado, yo no quería crear más ilusiones, hay un lugar hermoso al que no llego, un lugar tan cercano en el reflejo irisado de la pompa como intocable para mi realidad. Duele tanto saber lo que podría ser y no será...
Hago estallar la pompa con la brasa del cigarrillo y baña mi nariz, como si me acariciara agonizando.
Como si hablara y me dijera:
— ¿Por qué me revientas? Soy tu ilusión.
— No te cumplirás jamás, te odio. Haces de mí un ser débil, me das el dolor del fracaso, de lo inalcanzable, de la melancolía desangrante. No siento haberte matado, jódete.
Soy un hijo de puta.
Otra pompa de jabón. Sí, definitivamente no es un accidente, soy como una mala madre que aborta todos sus hijos cuantas veces se queda preñada por un insano placer de acabar con todas las ilusiones que pudieran crecer.
En ella giran más recuerdos y un sentimiento que nunca fue poderoso, un cariño que apenas llega a la categoría de amor. La ternura y el cariño es la degeneración, un fracaso del amor. Del mío. Rompo la pompa y las hermosas sonrisas que giran en su superficie con una palmada.
—Nos necesitas, no hagas eso. Déjanos volar, un día seremos sólidas, no nos mates apenas nacer.
No sé si hablan, no importa, pero me siento un hijo de perra asesino.
Y la ira me lleva.
— Estoy harto de dolor, de espera, de no llegar, de estar aquí prisionero. Habéis tenido vuestro tiempo para hacerlo, para cumpliros. Ahora ya es tarde. Soy un fracasado. Papá es un fracasado.
Algunas pequeñas pompas se me escapan volando traviesas, como jugando antes de poder reventarlas, y me maldigo. He lanzado un soplido rápido porque me sentía ahogar.
Pero no duran mucho, sólo prolongan su agonía. A unos metros estallan en una lluvia de sonrisas y un mar de penas. Ni ellas mismas se imaginan de lo difícil que es vivir y desarrollarse en la esperanza y la imaginación.
Es mejor amputar, aniquilar cualquier proyecto de felicidad que fracasar.
Uno se cansa de estrellarse y levantarse, de cortarse y curarse. De romperse y no poder correr. De errores que no todos he cometido yo.
Las ilusiones duelen. Hay que estallarlas, extirparlas. Crecen hermosas como un tumor y estallan dejando una niebla de tristeza.
Mi hijo de bebé ha estallado también, no debiera haber pasado; pero cuando hay que romper las ilusiones, no se puede ser permisivo.
Una pequeña ilusión, una pequeña sonrisa te puede elevar a lo más alto, y cuando estalla, caes y el cerebro salpica el mundo con un dolor eterno.
Tengo experiencia.
A veces me pregunto para qué coño nací.
Demasiadas veces odio a quien me dio la vida. Esta vida.
También me exploto yo mismo, con pantalones cortos saltando y riendo con una bolsa de petardos, cuando pensaba que no podía ser más feliz. Tenía razón. Soy un mierda. La estallo y yo mismo me miro con una profunda tristeza, me digo adiós con la mano, con la bolsa colgada del codo, con mis pantalones cortos y mis piernas sucias entre una neblina de agua y jabón.
Lanzo contra el suelo el frasco y todas las pompas que aún quedan por crear, lo aplasto con el pie y rompo el aro.
Rompo cualquier posibilidad. Nunca es tarde para ahorrarse un dolor.
Adiós irisadas esperanzas, efímeras. Se acabaron las sutilezas.
Es hora de coger las pesas, algo más doloroso, más pesado.
Es hora de alzarlas con fuerza, cambiar ilusión por un esfuerzo muscular que anule la memoria si es posible. Cambiar una sonrisa por un sudor salvaje.
Cambiar la lágrima por un gruñido de denodado e innecesario esfuerzo.
Es hora de llevar la pesa por encima de la cabeza y aflojar el seguro.
De que la pesa caiga y de la misma forma que el pie aplastó todas las ilusiones que pudieran existir y crearse, que se aplaste el cráneo y liberar lo que fui y lo que fracasé. Lo que pude ser.
Sentirme pompa de jabón reventada.
No puede haber final feliz, nunca lo hubo.
Chao vida.


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25 de mayo de 2010

666 y la ninfómana



La marrana se arrastra.
La primate se retuerce en el suelo deseando gozar de un profundo orgasmo producido por las fuertes vibraciones de un consolador enterrado profundamente en su vagina.
Cerda de coño dilatado...
Mi erección sólo se basa en el dolor y la muerte a la que la voy a someter. Tengo buen gusto para las mujeres y esta mona sólo me excitará cuando se convierta en un trozo de carne picada.
Casi grita presionando su clítoris, como si temiera que le fuera a reventar, lo aplasta. Con fuerza. Sus pechos están enrojecidos por el roce contra el suelo.
Pero está seca de placer.
Una espesa baba se le escapa con la última contracción en un vano intento por alcanzar el orgasmo, es la contracción de la frustración. Sus pechos se agitan con la angustia de la nada; se puede apreciar la cicatriz del relleno de silicona.
La primate ninfómana quiere atraer a todos los machos que pueda a costa de su cuerpo y naturaleza.
Aún no conoce el verdadero placer, para ello ha de experimentar el verdadero dolor. Es un sistema sencillo que se usa en los ratones de laboratorio.
Sólo que cuando yo educo, no hay esperanza alguna para vivir y lo aprendido morirá junto con vuestro cuerpo y no servirá absolutamente para nada, salvo para que yo pase un buen rato haciendo lo que deseo. Y deseo acabar lentamente con todos los primates del planeta y tirar sus ojos sin vida a los pies de ese dios maricón y sus amanerados querubines que ni polla ni coño poseen.
La cerda conocerá el placer más puro, el que nace de la más básica animalidad. Desde la sangre y con la sangre.
Estoy seguro, primates, que muchos de vosotros y vosotras, desearíais pasar unas horas sudando con una puta psicótica como ésta.
No sabéis lo que decís.
La ninfómana os destrozaría; hay que tener el cerebro tan podrido como ella para que podáis disfrutar de su a-orgásmico coño.
Se consumen en su deseo siempre insatisfecho y consumen a los que se encuentran.
Yo os mostraré como comportaros con una primate así.
Aunque con ella jamás podréis poner en práctica lo aprendido. Si es que sois capaces de aprender.
Os podéis consolar con que aún queda un buen número de estas monas calientes.
Aún hay unas cuantas para que podáis usarlas.
Os invito a la muerte en directo. Os daré una práctica lección de cómo llegar a torturar a un primate (uno de vuestra especie) hasta el punto de hacerle olvidar su propia locura. Hasta que el mono desee morir cuanto antes para escapar del inenarrable dolor.
Aunque al final, lo que más duele es el terror a morir.
No es popular morir y ver como la vida se escapa con cada herida, con cada uno de mis actos.
Me tengo que contener para no acabar con toda la humanidad en un mismo instante.
Encontrar a una ninfómana es muy fácil. Basta con acudir a un psiquiatra, a poder ser de un importante y gran manicomio, esperar en la sala de recepción a que la Dama Oscura haga su trabajo, contar hasta treinta y entrar sin llamar.
Abrir la puerta de la consulta y ver lo que ocurre, aún hoy día, me llena de ira. Soy un macho territorial y siempre me fastidia ver a mi Dama Oscura con sus muslos obscenamente separados dejando su rasurado y sedoso sexo completamente indefenso y a merced de una lengua que no es la mía.
A veces yo también sufro arrebatos de amor.
El psiquiatra aún tiene su facultativa boca metida en el coño de mi dama (es rápida mi puta), cuando se gira hacia a mí un tanto azorado y con los labios húmedos y pringados de flujo de coño.
— ¡Salga y espere su turno, joder!
— Ya es mi turno.
No es un buen psiquiatra, porque no ha sabido captar que de morir no se libra.
Como ocurre siempre, hay que infligir dolor para que un primate nos preste la debida atención.
Avanzo hasta él rápido sólo son cuatro pasos y al cuarto, mi pie se estrella contra su cabeza. Nunca deis un solo golpe, se podría considerar como accidental. El segundo golpe es muy importante.
Así que lo cojo por el rizado y engominado cabello y le estrello la cara contra el suelo. Los dientes se parten y los labios se convierten en pulpa.
—Quiero los datos de las pacientes afectadas de hipersexualidad. Ninfómanas.
No me escucha, ahora mismo está procesando el dolor.
Los primates difícilmente podéis pensar en varios canales.
Y yo amo el juego. Necesito jugar y olvidar que lo sé todo, que todo es soberanamente aburrido. La eternidad no es un buen reto para mi intelecto.
Así que necesito jugar a que soy como vosotros, que no lo sé todo.
La Dama Oscura se levanta de la camilla sin bajarse la falda; su pubis está empapado de saliva. Coge suavemente por los hombros al médico y le ayuda a incorporarse.
—Vamos, mi macho loquero, si no vas al ordenador y haces lo que dice mi negro dios, vas a sufrir más allá de lo que tu mente puede entender.
—Pero ¿qué queréis?
—Atiende bien mono de mierda. Busca a pacientes aquejadas de ninfomanía, me da igual que sean tuyas, de otro colega o de la puta perra que te parió.
La bata del médico está salpicada de sangre y mi tono es lo suficientemente hostil para que deje de pensar y acepte las órdenes.
Teclea en el ordenador e imprime un listado.
Cuando me lo entrega, sólo hay tres pacientes. Una de cuarenta y cinco años, una de dieciséis y otra de treinta y cuatro años.
La Dama Oscura apoya la barbilla en mi hombro para leer la lista y me acaricia los genitales.
— ¿Qué quieren de ellos? Son sólo gente normal, enfermos, pero sin nada que ofrecer —lloriquea el médico escupiendo sangre, sus ojos están amoratados por el golpe y sus labios rotos le dan un deje de deficiente mental al hablar.
La Dama Oscura se acerca aún con la falda elevada, con la raja húmeda de babas. De la cinturilla de la falda saca la daga ocultándola hasta que se abraza al cuello del psiquiatra y le lame la sangre de los labios.
Clava la hoja muy lentamente a la altura de un riñón, yo presiono sin ninguna dificultad la mente del hombre y éste sufre lo indescriptible sin poder mover un solo músculo mientras el cuchillo corta y trincha su apreciado órgano. Lo sé porque estoy dentro de él y siento su dolor, su frecuencia crea una aparatosa erección en mi pene dios.
Mi Dama clava ahora el cuchillo en el otro riñón, para que no quede ninguna duda de su muerte. Siento como la orina intoxica su sangre y el shock traumático lo coloca al borde mismo de la locura. Aunque sobreviviera, al masivo destrozo, nunca volvería a recuperar su cerebro.
Mis cerdos, mis crueles roncan excitados desde la otra dimensión, en el otro lado la muerte despierta su hambre. No les doy permiso para pasar. Que se jodan.
También los odio.
—Córtale el cuello, voy a dejar de presionar su mente.
Con la misma calma y precisión, corta en redondo el cuello. La boca del primate muestra la obscenidad del dolor y su nueva sonrisa sangrienta, unos dedos más abajo, deja ir burbujas de sangre y saliva que explotan como pompas de jabón sin abandonar la herida.
No hace ruido al morir, sólo el gorjeo de quien se ahoga con su sangre y el aire no acaba de llegar a sus pulmones.
La muerte está servida.
Y así, jugando a ser humano es como hemos conseguido llegar a la casa de la ninfómana treintañera.
La verdadera maldición de ser dios reside en el conocimiento total, no tengo capacidad para sorprenderme, duermo sabiendo exactamente qué pasará al día siguiente y qué ocurrirá en cien años.
Todo, absolutamente todo es conocimiento. Y las sorpresas las debo crear, tengo que tener un aliciente. De lo contrario, os desmembraría sin pasión, sin alegría.
Os aplastaría aburrido. Y la eternidad es un deja vu también eterno, es vivir eternamente en el pasado.
Hemos llegado con el Aston Martin a un barrio obrero de alguna ciudad que no importa, donde la pobreza se combate con electrónica de consumo, con un gran televisor que pagarán a largos plazos, con cámaras de fotografiar que sólo usarán dos veces en la vida porque sentirán asco de verse a si mismos. Las cámaras digitales les muestra demasiado pronto lo que de verdad son.
Para variar llueve.
A la entrada del edificio colmena donde vive la ninfómana, nos esperaba Ezutial, el ángel que protege a los locos. Dios está demasiado aburrido y todo lo que sea sexo, le llama poderosamente la atención.
Llueve y antes de entrar en el portal, me he quedado bajo el aguacero, apoyado en el capó de mi bólido. He encendido un puro enorme que Dios no ha conseguido apagar con su lluvia de mierda.
La Dama Oscura le ha susurrado a Ezutial algo en el oído y ha llevado la mano entre sus piernas
—Estás vacío... —dijo mirándome y riendo hace unos instantes.
Ezutiel se hizo niebla dejando un triste y lamento en el aire.
Son tan melodramáticos los ángeles.
Ese dios maricón debería decirles que la sobre-actuación es un recurso ya aburrido.
Ha sido la puta mona quien ha abierto la puerta cuando tras llamar, me ha visto a través de la mirilla.
Ni siquiera ha preguntado quien soy.
Ha visto un hombre, es suficiente.
La puerta da directamente al salón, y si parece grande es porque sólo hay una pequeña mesa redonda, una mesita con ruedas para un viejo televisor y un par de sillas.
Las cortinas raídas no dejan pasar la escasa luz de este día, el ambiente es opresivo y el suelo está sucio y pegajoso.
Su madre es una anciana que se encuentra en una silla de ruedas, su cabeza ladeada e imbécil, deja caer un hilo de saliva. Su pecho está rodeado por un cinturón que abraza a su vez el respaldo de la silla.
Su puta hija le estaba obsequiando con una monumental paja cuando hemos llegado. En el regazo de la vegetal vieja hay un pequeño vibrador rosado. A veces los primates tenéis arrebatos de verdadera genialidad y negro humor. El viejo trozo de carne es como una mesa camilla.
En la casa huele a meados y mierda. Hay un orinal lleno de excrementos al lado de la silla de ruedas.
Me molesta la vieja. Y me produce tanto asco, que no me apetece nada arrancarle el corazón con mi puñal.
Mi Desert Eagle dorada, brama dos veces. La primera bala destroza su mama izquierda y la sangre le salpica la cara. Parece que le ha devuelto la inteligencia porque me ha mirado con el supremo terror que cualquier primate me debe.
La segunda bala ha hecho un pequeño agujero en su frente, pero le ha arrancado la mitad posterior del cráneo. Las balas expansivas producen un hermoso arco iris de sangre, sesos y huesos.
La Dama Oscura se aproxima a la ninfómana, que tras el estruendo de las balas, se ha quedado paralizada con el gran vibrador abrazado entre sus tetas.
Ni siquiera ha gritado.
—Estás seca, cielo. ¿Cómo pretendes correrte así? —habla con cariño a la psicótica.
Se arrodilla ante sus piernas y apoyando las manos en sus rodillas, le obliga a separar las piernas.
Yo me he sacado el pene por la cremallera del pantalón.
La Dama escupe en su coño y le extiende la saliva.
La ninfómana, terriblemente fea, con pelos en el bigote y la barbilla, con sus muslos gordos y fofos, ennegrecidos por el roce de treinta años de una vida repugnante, gime desesperada sin hacer caso al cadáver de su madre.
—Eso no me cabe dentro, me va a partir en dos —dice atónita mirándome la polla—. Párteme en dos hijo puta, párteme el coño de una puta vez, clávamela hasta el corazón y haz que me corra.
La Dama Oscura le ha dado una fuerte palmada en la vulva para llamar su atención.
—Calla mona de mierda —la adoro cuando deja de ser cariñosa.
Ezutiel se ha hecho corpóreo y reza a su amo maricón con la mirada clavada en el suelo, casi pegado a la espalda de la ninfómana.
Algunas plumas de sus gigantescas alas están manchadas de sangre. La sangre de la madre muerta. Los pisos de los trabajadores son muy pequeños y es inevitable rozarse con cosas y cadáveres.
La primate se llama Abelarda.
—Métemelo —le pide a la Dama Oscura ofreciéndole el sucio consolador.
Yo estoy acariciando mi pene, endureciéndolo, las venas se hacen gruesas para irrigar todo el tejido. Cuando hago retroceder el prepucio, se descuelga un filamento de fluido. Es un extra con que les obsequio a los muertos que aún no se han dado cuenta de que lo son.
Hay que encontrar poesía en todos los actos de nuestra vida para poder vivir esta existencia desabrida que os ha tocado en suerte.
La Dama Oscura ha clavado con fuerza brutal el consolador en la vagina de la gorda mantecosa. Ha lanzado un grito de dolor y sus muslos se han ensuciado de sangre.
Con esa obscenidad intenta acercarse hasta mi divino pene arrastrándose como una babosa. La Dama Oscura hace volar con rapidez la daga en el aire y corta y corta la pálida piel de la espalda.
La túnica del ángel se salpica de sangre, en ningún momento me mira a los ojos.
Es tímido.
Es necesario quitar presión. Drenar la sangre es bajar también la fogosidad, el sangrado es algo que ha caído injustamente en el olvido de la medicina.
Podéis apuñalar doscientas veces a un primate con el cerebro tan podrido como lo tiene ésta, que apenas lo sentirá.
Su único fin en la tierra es sentir un orgasmo que jamás le llegará en toda su puta (nunca mejor dicho) vida.
Mi Dama Disfruta:
—Tranquila, cerda, mi Negro Dios te partirá en dos, a su tiempo. ¿No quieres dar un besito a mamá? —le gira la cara para que me observe.
Yo he cogido la mano de su madre, como si de una marioneta se tratara y la he movido de un lado a otro, haciendo un saludo a la perra hija. Los ojos de la primate lloran, pero sus tetas se agitan con una respiración excitada.
Es tan corrupto, está tan estropeado su cerebro, que estoy tentado de llevármela entera al infierno, porque algo tan estropeado sólo puede ser una obra maligna.
La lengua de la gorda cuelga de su boca, mirando ahora fijamente el glande descubierto. Jadea como una perra encelada.
La Dama Oscura se eleva la falda, retira el tanga a un lado y deja sus dilatados labios al descubierto.
—Bébeme cerdita.
Ha cerrado el puño en su cabello negro y sucio. Y la obliga a chuparle el coño.
El ángel ha elevado el tono de su cántico. Se siente verdaderamente avergonzado. Sufre el muy bendito.
La espalda de la primate es un continuo gotear de sangre, no es consciente de ello; pero el sangrado la ha aplacado un poco.
Me encanta el ruido de succión de la cerda, me gustan los gemidos fuertes y sin concesiones del goce de mi Dama que se separa los labios de la vulva para que la lengua se cebe en su clítoris duro y tan pequeño como sensible. Me basta acariciárselo por encima del pantalón para que sus muslos tiemblen y se le haga agua el coño. Toda ella es una maravillosa máquina de follar.
—Ezutiel, reza más bajo, tu dios julandrón te oye hasta el pensamiento. No me jodas o te arrancaré la cabeza —le digo deslizando peligrosamente cada palabra entre los dientes.
Es obediente el querubín. Ahora el ruido líquido de la mamada, la respiración forzada de la gorda y los jadeos de la Dama Negra, forman un concierto impresionante.
Yo dejo escapar un grueso chorro de semen que cae lento encima de mis zapatos.
Meo lo que me apetece. Lo que quiero, para eso soy el puto Satanás.
La gorda mira de reojo mi blanca ducha y gime con impaciencia desatendiendo el coño de la Dama.
Me limpio los dedos en el pelo gris de la vieja muerta y me arrepiento de ello, su repugnante cabello me ensucia aún más. Siento un ataque de ira hinchar las venas de mis sienes. Le doy una patada a la silla y la vieja cae con ella de lado.
Para llamarla al orden de nuevo, mi Dama le pincha la mama derecha sin profundizar demasiado, pero lo suficiente como para que se forme un abundante reguero de sangre que cubre el pezón.
La gorda ni siquiera ha cambiado el ritmo de su respiración y se lleva el pecho a la boca, abre sus piernas ante mí mostrándome su vagina ensangrentada e invadida por el vibrador y me muestra como se bebe la sangre que riega su pezón blando y pequeño que asoma discreto en el centro de una enorme areola.
— ¡Córrete otra vez así!
Yo sonrío con afabilidad y dejo escapar otro chorro de semen, a veces soy demasiado complaciente.
Cojo un brazo de la madre muerta y uso la mano para acariciarme distraídamente el bálano. Los brazos de la vieja no son muy largos; pero mi polla sí.
Si soy completamente insensible hacia la vida (hacia la vuestra), la muerte es que me da risa.
La Dama se acerca a mí gateando felinamente, y sin levantar un solo miembro del suelo, lame mi pene con fruición, lengüetazos que obligan a mis testículos a contraerse y endurecerse. El glande parece resbalar por el interior del prepucio por lo lubricado que está. Aparece sólo ante el mundo, como cayendo.
El paroxismo parece apoderarse de Abelarda y se lanza con inusitada rapidez para apartar a la Dama y ocupar su lugar.
Su vehemencia es tal, que sus dientes hieren la piel hipersensibilizada de mi glande. Mis pectorales se tensan, mis músculos abdominales se endurecen por los embates de un dolor profundo que me hace feliz.
Mi puño se cierra con fuerza y golpeo su sien.
La primate cae al suelo con fuertes convulsiones. Se orina y caga descontroladamente. Su ojo derecho se ha cerrado completamente y toda la mitad derecha de su cuerpo ha quedado inmóvil. Necesitaba llegar profunda y contundentemente a la zona límbica del encéfalo.
Si hubierais matado a tantos primates como yo, estas cosas os resultarían familiares y una actuación puramente instintiva.
No podéis aprender, os falta vida.
Aquí ha empezado el verdadero tratamiento. Ocurre como con el cáncer: matar células malignas también lleva la masacre de células sanas.
Su cerebro es lo mismo, la mitad está podrido.
Cuando has torturado, desmembrado y diseccionado a tantos primates, el conocimiento se torna instinto y se actúa en consecuencia.
Parte de su cerebro ha muerto con el golpe, y esa parte muerta contenía una zona “confusa” donde las corrientes eléctricas de su sistema nervioso, no llegaban a traducirse en placer.
Ahora está casi tan inválida como lo estaba su madre hace unos minutos; pero con el poco cerebro que le queda útil, receptivo.
La Dama Oscura vuelve a separar sus piernas y encuentra un clítoris cubierto con una gruesa capa de piel encallecida, casi insensible.
¿Y ningún primate médico se había fijado antes en esto? La sanidad pública es una mierda, decididamente. Sus archivos son violados, los médicos asesinados, los pacientes ignorados... Sólo falta que llueva mierda.
Mi Dama va a resolver el problema.
Cojo los pies de la Abelarda y los elevo y separo, hasta que sus piernas quedan completamente separadas, incluso provocando alguna dolorosa rotura en los abductores.
El olor de esta cerda es insoportable.
No invadiré su mente, quiero que sienta el dolor.
La Dama se coloca frente a su vagina, arrodillada. Con la afilada daga practica varios cortes rodeando el clítoris de la cerda. No le ha quitado el consolador porque así los pliegues de la vulva se mantienen tensos.
Abelarda está sufriendo lo indecible. Cuando pellizca la piel del clítoris y tira de ella desnudando ese duro núcleo fibrado y repleto de nervios, la espalda de la gorda se arquea y de su inválida boca sale un grito atroz.
Me acaricio el pene tras soltar sus piernas y pinzo con fuerza uno de los endurecidos pezones de mi Dama, que gime y a su vez acaricia mi glande resbaladizo y colapsado de sangre.
El coño de la gorda es como el nacimiento de un rojo río y la sangre corre dulcemente creando un pequeño lago en el suelo, entre sus muslos.
Cuando toco su clítoris se convulsiona de dolor, pero también hay una frecuencia distinta entre el dolor: el placer que nace en su clítoris y se extiende como una marea oleosa por su sistema nervioso para por fin, llegar a la parte de cerebro sano que le queda.
Su sexo se inunda de fluido. Me arrodillo y ahora es Mi Dama Oscura la que separa los gruesos labios de su vagina para mantener descubierto el clítoris.
Lo golpeo con mi pene hirviendo, aplasto su pequeño nervio del placer extendiendo la sangre, difuminándola en su piel, entre los pelos de su coño.
Sus grandes tetas se agitan y los pezones se endurecen de una forma desconocida para ella hasta este mismo instante que la he elegido para morir.
Le retiro el consolador y sin miramientos la penetro. Siento su útero contraerse de dolor. Las extremidades izquierdas de su cuerpo se tensan, contraen y arañan su propia piel llevada por el paroxismo del dolor y el placer.
La Dama Oscura ha hundido la Daga en su ano para retrasar el orgasmo retenido durante más de tres décadas. Me molesta porque mis cojones golpean el mango; pero no soy demasiado delicado. Es más, hundo los dedos en el charco de sangre y me los llevo a la boca.
Sus dedos útiles se crispan y las uñas se parten en el suelo, de su boca sale espuma con el inicio del orgasmo.
Alguien llama a la puerta.
Presiono su cerebro podrido: es divorciada, su enfermedad amargó la vida de los que le rodeaban: sus dos hijos y su marido. Hace un año y medio la madre sufrió un ictus y se vino a vivir a este piso para cuidarla. Hace meses que está cobrando el subsidio de desempleo porque nadie quiere a una tarada como trabajadora.
El que ha llamado es su hijo de trece años, cuando sale del colegio, suele visitar a su madre sin que el padre lo sepa. Abelarda llora por su único ojo abierto.
La Dama Oscura abre la puerta y el niño nos mira sin entender. La estoy penetrando, bombeando con tal fuerza en ella, que necesita llevarse las manos al vientre y sujetar lo que se está formando en él.
La mente de su madre grita que corra y se vaya mientras un orgasmo devastador la desconecta de la cordura y deja escapar una riada de flujo que empapa mi pene.
Con un disparo consigo destrozar medio rostro del niño que cae muerto como un pelele cuando el eco de la detonación aún retumba en las paredes.
Ezutiel grita, y corre hacia él, a tiempo de coger su alma nívea entre sus brazos.
La gorda llora y jadea. Es esquizofrenia pura. Es la locura más absoluta. Es el dolor-placer que jamás hubiera deseado sentir.
Antes de cortarle el cuello, la Dama Oscura arranca la daga de su ano y vacía sus pechos de las prótesis de silicona mientras yo me fumo un cigarro sin invadir su mente. Para que le duela y se joda, sólo cuenta con el consuelo de un simple y desgarrador grito emitido por su semiparalítica boca.
Cuando le hunde la hoja en la papada, es capaz incluso de agitar levemente la parte paralizada de su cuerpo. La hoja asoma entre sus dientes atravesando la lengua.
Mi Dama se masturba sentada en su cálida y gorda barriga mirando mi pene ahora fláccido gotear semen.
Ezutiel intenta coger su alma entre sus manos.
Pero no se lo permito.
—La cerda se viene conmigo al infierno.
Ezutiel me mira con los ojos tristes, es su forma de pedir clemencia. Está cansado, es natural. No son seres preparados para estos trabajos. Dios no debería haber permitido que llegara tan pronto, sólo al final.
Pero ese idiota quiere saberlo todo desde el principio.
—Llévate al joven primate, porque la cerda se queda, no insistas. Vete antes de que mis crueles te arrastren también al infierno.
Y doy permiso a mis crueles para que entren en este mundo y se lleven su negra alma que grita desaforada y llena de terror.
Ezutiel se hace incorpóreo con un sonido a cascabeles divinos y un lamento en arameo.
De los cadáveres brota ya el olor de la muerte, la sangre se descompone muy rápidamente y deja un acre olor en el aire en pocos minutos. Me gusta y tomo aire con avidez.
Mi Dama Oscura está en el lavabo lavándose la vagina.
Pienso que todo está bien, mi trabajo me calma por unos instantes. La muerte es una dulce presencia que serena mi ánimo. Mi respiración es tranquila y el cigarro sabe a gloria.
Cuando sale la Dama Oscura del lavabo con una amplia sonrisa, orino en los cadáveres.
Volvemos al infierno.
En mi húmeda y oscura cueva dormitamos tranquilos; ella hecha un ovillo a mis pies y con las manos apretadas entre sus muslos. Y yo en mi trono con mi pene descansando en la dura y fría piedra. Mi mente odiando tan intensamente como siempre.
Imagino cosas, sé cosas que ocurrirán, y un manto de rojo y espeso líquido cubre la faz del planeta.
Dulces sueños primates.
Habrá más muertes y más dolor. Y más semen y sangre.
Y sólo el semen será mío.
Siempre sangriento: 666.


Iconoclasta
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14 de mayo de 2010

Podrido por dentro


Tengo un virus que me pudre la sangre, hace agujeros en mis venas y sangro orugas que cavan túneles en mi carne hacia el exterior.
Como un cerdo con triquinosis que no consigue morir a tiempo para escapar de lo inevitable. De lo degradante.
Matar una oruga es un delectación patológica, tirar de ella a través del gordo poro en la piel donde anida, se retuerce y me martiriza, es arrancar frustraciones y vergüenzas.
Mis ojos se cierran ante el mórbido cosquilleo de la carne que jamás ve la luz.
Me metería una aguja larga para rascarme las venas por dentro.
La oruga que estalla entre mis dedos, deja un miasma innombrable que miro hipnótico con un cigarro sucio entre los labios.
Me excita.
Anidan en mi pene y cada vez que tiro de una, siento la sangre llenar su espacio y nos expandimos mi polla y yo en medio de asco y miserias.
La eyaculación es furiosa y amarilla, es sulfuro y pus. Es volcán de infecciones.
El semen negro de lo no humano.
Nunca quise ser puro. Nunca quise ser humano. No quise ser ángel, tampoco diablo. Sólo quiero ser miseria, porque no hay nada en el universo parecido a mi profunda depravación.
Me conformo con ser el único del cosmos que está podrido, que es alimento de gusanos en vida.
En una mano el antibiótico, en la otra, los restos de una oruga que doy vueltas como plastilina entre mis dedos.
Doy vergüenza ajena y asco.
Nací para ello, porque otra cosa no he podido inspirar jamás.
No quiero curarme, y el antibiótico se va junto con el cadáver de la oruga a la alcantarilla. Con toda la mierda que los otros tiran. Que esconden tras su espalda para que nadie la vea. Son podridos cuidadosos y cautelosos.
Aseados.
La cucaracha me mira con las antenas inquietas y abre sus alas para lanzarse en caótico vuelo hacia mi piel infecta. La rata se la come con un crujido a algo frito.
Me pica tras la oreja y cuando llevo la mano, un gusano se retuerce ensangrentado entre mis dedos.
De la rata muerta saltan pulgas que se prenden en el vello de mis piernas.
No pican, tal vez mi sangre es demasiado venenosa. La rata ha muerto porque sus roedores incisivos han crecido demasiado y se han clavado en su cerebro. Sucios de restos de cucaracha y una antena aún entre sus patas rosadas, obsceno color para la mierda.
Las pulgas me hacen cosquillas moviéndose nerviosas, asomándose a los nidos de orugas.
Soy el santo patrón de la humana miseria. ¿No os apetece tirar de una oruga?
Soy la sangre podrida de dios. Soy la orina al pie de la cruz del judío rey de míseros que fue crucificado.
Semen de ahorcado. Una gacela que se descompone sin estar muerta del todo y asiste con los ojos tristes al festín de los buitres. Como si sus vísceras no fueran de ella.
Se toma su esfuerzo por no darse por aludida en el asunto de sus tripas.
Yo sí que me doy por aludido, porque acudo demasiado a menudo a mi pene para consolarlo de tanta oruga. Para correrme cuantas veces pueda.
Tal vez no soy yo, tal vez soy el sueño ponzoñoso de mi propia muerte.
Y qué más da... No confío en la bondad de los tiempos, en esperanzas creadas por desesperación. Demagogia del alma.
Me conozco y no quiero amar y sentirme dios. Es cuestión de tiempo que te muestren tu verdadero lugar en el mundo. Que te enseñen que no tienes nada de especial y todas las ilusiones se hagan trizas ante la risa de todos los seres vivientes.
Prefiero que giren la cara con asco a que se rían de mi fracaso.
Quiero ser infecto antes que patético.
Soy ofensivo, hace tiempo que dejé de ser lastimoso.
Prefiero las orugas que ese ridículo.
Los gusanos no engañan, son lo que soy, son mis hijos. Soy padre y útero de mierda y miseria. Aborto y doy a luz según mi humor.
Devoro a mis propios hijos cuando salen del interior de mi boca.
Soy un sueño negro de un pintor enfermo.
Tirad de la oruga que asoma por mi espalda, no llego bien a ella.
Tal vez seáis mis carroñeros que picotean mis últimas miserias.
Las cucarachas vengativas cubren el cadáver de la rata y froto las manos nervioso, porque siento miles de patitas en mi piel.
Tal vez el espejo no funciona bien. Los espejos se estropean y los cuerpos se pudren.
Las ilusiones rotas hacen un daño irreparable del que el ratón Mickey no hace caso esnifando una raya de cristal molido que le hace sangrar la nariz.
Yo no soy un ratón. Sólo algo podrido y sangro gusanos.
Prefiero la repugnancia a la pena. No voy curarme, definitivamente.
Es tarde.


Iconoclasta
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