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28 de abril de 2010

De lo inmoral



Dirán que soy un pervertido, un hombre sin sensibilidad ni corazón.
Tal vez será porque tengo toda mi sensibilidad y emotividad danzando el hulla-hop en la punta del nabo, se me acumula en los testículos y crea una rica crema de nata capaz de embrutecer a la más frígida de las mujeres.
Esto es a costa de mi empatía con el entorno, es un precio que hay que pagar, ser insensible es una tremenda carga para los otros. Porque a mí, sinceramente, me la pela el dolor y el hambre en el mundo.
A mí me ha caído en desgracia ser un hombre sexual que da y goza placer. Es una cruz que llevo con resignación.
Tener un físico agraciado y una mente insensible, te convierte automáticamente en un esclavo de tus pasiones, del sexo.
Pobre de mí que follo y follo y soy tan deseado...
Yo estoy aquí por obligación, no pedí toda esta mierda que me rodea.
Así que soy único y vosotros muchos. Estáis en ventaja, cosa que me parece bien.
Cada uno tiene que asumir su propia responsabilidad y sentirse bien consigo mismo. Ser coherente con su forma de ser.
Por eso me siento muy hombre y muy macho cuando al despertar, y aún danzando en mi mente sencilla mi sueño pornográfico, mi pene babea un hilo viscoso de fuerte olor. Me gusta caminar hacia el lavabo con el pene tan duro, que cada paso es una vibración que se transmite hasta el glande y me hace sentir deseos de llevar clavada a una mujer, de follarla caminando con cada paso que doy.
La insensibilidad y lo amoral no están reñidos con la imaginación.
Yo me acepto tal como soy, vosotros no me aceptáis a mí y me suda la polla.
Estos fundamentos son constantes universales e inalterables y me tenéis que respetar de la misma forma que desprecio lo que me han obligado a aprender.
O memorizar.
No os necesito; pero yo sí que soy necesario. Soy un elemento extraño y al no formar parte de un gran colectivo, soy la necesaria excepción, la rareza que da contraste a lo mediocre, a lo tierno y lo sensible.
Nadie folla por instinto animal (dicen), yo sí.
De la misma forma que hay niños que se mueren de hambre con un pezón seco y cuarteado en sus labios débiles y otros comen foie de oca en el bocadillo de la merienda. Con toda esa complejidad de matices, mi personalidad es otro punto extremo, la indiferencia total a todo lo que no sea follar. Una perspectiva aberrantemente perversa; pero placentera.
Soy el ejemplo vivo de lo que nadie debería ser.
Me encanta.
Carezco de esa filantropía de la que hacen gala los millonarios y poderosos, y por la que dan una pequeña parte de su dinero a la beneficencia para paliar el hambre que ellos mismos provocan.
Si fuera sensible, si tuviera un mínimo de moralidad y vergüenza, me sentiría tan mal como vosotros. Me culparía a mí mismo de sobre alimentar a mi hijo con el jornal miserable de un trabajo de doce horas diarias, me sentiría mierda viendo la tele y convenciéndome que yo soy el responsable de parte de la hambruna, y no los pobres dirigentes políticos y millonarios.
El Papa parte la pata de una langosta y mancha sus gafas de blanca carne de marisco rica en fósforo, que lo hará más inteligente.
Siempre llueve sobre mojado y yo me corro en sus pieles suaves, en sus coños dilatados y resbaladizos.
En lugar de ser buena persona, de sentir cierta solidaridad o empatía con los desfavorecidos, me acerco a la mujer que deseo, le beso con fuerza y con ferocidad en la boca y aprieto con fuerza su sexo con mi mano. Ella, lo más probable es que me coja las manos y me enseñe que la debo presionar con más brutalidad, que no tenga miedo de presionar hasta cortarle el aliento.
Unos les roban la comida a los niños, otros sobrealimentan a sus hijos, otros pagan por ser absueltos de su responsabilidad y vosotros gemís ante el televisor por la subida de una hipoteca en la que nunca os deberíais haber embarcado si hubierais tenido algo más de marisco que comer para tener un cerebro más brillante.
Vuestra mediocre inteligencia es la voluntad de los filántropos adinerados.
Así que mientras todo el mundo está sensibilizado y lloriqueando como nenazas yo saco mi falo duro y brillante de humedad para meterlo entre sus muslos aún vestidos y excitarla.
Tengo mis recursos.
“Me vuelve loco tu coño de puta encelada”. Yo digo cosas así, sin complicaciones ni sentimentalismos. “Tengo el rabo tan duro y ardiente que te voy a marcar por dentro”, esta última pega duro y separa las piernas sin darse cuenta.
Nunca uso palabras bonitas, las palabras bonitas las usáis vosotros y los sobrealimentados para sentir pena por cosas banales, como la muerte de un político corrupto al que muchos idiotas votaron, o bien por las lágrimas de la puta de un torero que necesita diez millones de euros para comprarse una casita para su hija (una deficiente mental que nadie se da cuenta de que lo es) y su perrito de mierda.
Mientras todo eso ocurre, hundo los dedos en su coño sin preguntar, porque no necesito saber cuando está empapada. Son cosas que se me dan bien de una forma natural.
A mí me importa sacar mis dedos untados en su jugo sexual y obligarla a lamer, y lamerlo yo también. Que las lenguas se peleen por limpiar toda esa viscosidad.
Cuando ella aspira fuerte y se le entornan los ojos con mis dedos en su vagina, soy uno con el universo. Siento su carne palpitar, sus muslos relajarse y ponerse de puntillas para que los meta más adentro. Es entonces cuando para mí, la vida adquiere trascendencia.
Eso y cuando me masturbo obscenamente ante ella, cuando está muy caliente y me suplica que se la meta, que no eyacule en otro sitio que no sea su coño o sus pechos.
Yo soy un amoral insensible, que no provoca hambre en el mundo, tan solo me dedico a dar placer y sentir placer. Soy un cabrón mala persona.
Debería comer langosta y clavar su cáscara en la teta de la madre seca para que pueda chupar algo su hijo.
Ellos lo hacen y así obtienen su título de sensibles de mierda del puto siglo y lo celebran con un premio Nobel que aún los hace más millonarios.
A mí importa el rabo de la vaca loca el dinero, yo meto mi polla dura y venosa en su vagina con fuertes embestidas para que sus pechos se agiten hasta doler y obligarla a asirlos con los duros pezones asomando entre los dedos.
“Joder, este tío es sólo polla, ¿no puede pensar en otra cosa?”, estáis pensando.
Pues sí, la verdad es que no quiero ser otra cosa. Nunca me cansaré de repetirlo, me gusto, me va bien en la vida ser así. He encontrado mi camino.
Y pasa como una autopista por su coño.
Me gusta también alguna pequeña perversión. De la misma forma que a algunos individuos les gusta arrancar el clítoris a sus hijas, yo disfruto metiéndole una buena y oblonga fruta en el coño a la mujer. Y ellas cuando alzan la cabeza y ven esa fruta saliendo de entre sus piernas, juraría que se vuelven tan amorales como yo.
Me envanece que al final se me de la razón.
Uno piensa en que si más que una cuestión de ética o moralidad, se trata de una mera cuestión de gustos. Gusto por el marisco, por tocar y lamer los sexos, por comer langosta o por mirar a los niños que se mueren de hambre en los documentales y soltar unas lágrimas bebiendo una copa de coñac.
Luego está el asunto de trabajar. Yo no he nacido para pasarme doce horas al día trabajando. Me gusta follar y el resto del tiempo descansar, incluso leer o ver películas.
Sin embargo, a pesar de mi naturaleza extraña, estoy sometido a las leyes de la economía y tengo que ganar dinero.
También en eso soy amoral, siento decepcionar en todo; pero es que soy así de especial.
No trabajo, deambulo por las noches frente a las puertas de los más selectos restaurantes, siempre hay algún tipo que espera un taxi en la calle, que está demasiado borracho de licores de decenas de euros la copa. Siempre los hay que prefieren dar un paseo para estirar las piernas y despejarse de la gran cena.
Y los sigo, todos llevan tarjetas de crédito, varias. Son especialmente sensibles y emotivos con sus tarjetas de crédito.
A veces no necesito ni abrir la boca para que se dirijan al cajero automático y obligarles a sacar todo el dinero que sea posible. Me pica la barba postiza y la peluca; pero la alternativa sería tener que trabajar un chorro de horas.
Rara vez he tenido que matar a un matrimonio o una familia.
Así que sin abrir la boca en muchas ocasiones (todo lo contrario que cuando la mujer separa cuanto puede sus piernas para abrir su sexo y apoya las manos en mi cabeza para que le coma el coño y sentir mis dientes en su sensible carne de forma amenazadora y feroz), consigo guiarlos sin una sola palabra. Cuando apoyas el cañón de una pistola en los lumbares, se consigue la máxima atención y obediencia de los más sensibles seres de este mundo.
Cuando el cajero automático no da más dinero, caminamos como dos silenciosos compañeros en la noche hacia otro banco. Saco mucho dinero, lo suficiente para no tener que arriesgarme muy a menudo. Y cuando estoy satisfecho, los llevo a una calle poco transitada y les pego un tiro en la frente.
No es algo que me excite, no soy un pervertido, a mí me excita follar mujeres, masturbarme pensando en ellas, obligarlas a descender conmigo a lo más profundo y atávico del placer sin preocuparse por alguna otra cosa.
La muerte no me excita, es sólo el trabajo, la parte crematística de mi vida. Si pudiera, no mataría. Pero esta sociedad es así.
Unos matan miles de niños, pagan putas caras para que les digan que son muy hombres y a mí me importa todo una mierda. O trabajas o matas, o follas o te sensibilizas. O das placer o matas.
¿No es maravillosa la diversidad humana?
Todos esos matices de personalidad, esas ideas...
Esos coños lamibles y deseables.
Mi falo tan dolorosamente erecto por las mañanas, mi puño acariciándolo con rudeza, el glande desprendiendo un hilo de fluido, un semen escupido.
Muertos con la piel del cráneo chamuscada y tetas de pergamino más secas que la mojama.
Es esto la puta vida que unos disfrutamos de una forma u otra.
Soy inmoral, lo confieso, no lo siento.
Intimidades, cositas que contar.
Soy lo que nadie debería ser.
Una excepción que os hace mejores y casi angelicales.
Qué chochos...



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25 de abril de 2010

Canto de amor y resolución


Estaremos, seremos, viviremos lo que por derecho nos pertenece.
Somos nuestros ad eternum.
Los labios no hablarán, besaremos la piel adorada y la silenciosa calma drenará las lágrimas acumuladas.
Ya está bien, mi amor, de toda esta espera.
La cuenta atrás comenzó cuando nos reconocimos en un sudor de nuestra piel, cuando unas palabras desatadas se escaparon por entre los labios, arrolladoras: Te amo.
Y todo fue descenso hacia nosotros.
La cuenta atrás apenas tiene ya que contar, se agota.
Vamos cielo, extiende la mano a la mía. Es firme, titánica en su deseo de abarcarte.
Nada puede pararnos.
Me llora el corazón de la emoción. Está empapado de ti.
¿Te das cuenta, mi reina, de que hasta el organismo sabe de lo inevitable de los besos?
Nos someteremos a nosotros mismos.
Lo hemos logrado.
Es hora de llorar alegría.
Ab imo pectore (desde el fondo de mi corazón).




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21 de abril de 2010

De babosas y locos



¿Es posible ser confundido con una babosa?
Yo creo que sí, que toda esta serosidad que en ocasiones dejo en el suelo como un rastro continuo de mi mismo no deja lugar a dudas.
Me parece indecente ser babosa, no es un animal digno, incluso aplastarlas me da asco. El mundo podría seguir girando sin babosas y a mí me importaría nada.
Porque no camino; en demasiadas ocasiones la percepción es la de que me arrastro.
No es desánimo, no es abulia. Es una lucha titánica por seguir avanzando. Y haceros sentir mal. No soy una buena persona, no pertenezco a vosotros a pesar de ser deprimentemente parecido en lo físico. Bueno, soy mucho más guapo, más fuerte. Y eso le da más valor y generosidad a mi constante autodestrucción.
Alguien ha parado el movimiento y necesito llegar, sé que si me muevo llegaré. Aunque no sé adónde, no sé a quien. Pero cada vez que el peso de la existencia se apoya firmemente en mis poderosos hombros, se me escapa el aire de los pulmones porque me han dado un gancho de izquierda en las costillas flotantes.
¿Desde cuándo saben nadar las costillas? Que absurda es la medicina.
Y me arrastro.
El suelo no es precisamente un ejemplo de tersura, no hay limpieza. No hay profesionales que se metan la mierda en la boca, la digieran y luego caguen latas de refrescos. Si yo me arrastro, si tengo que ser una repugnante babosa, no me costaría nada coger la botella rota de vidrio que hay a unos metros de mis narices y metérsela por el cuello a cualquier individuo al azar, sea cual sea su raza, edad, sexo o nacionalidad. Si no lo hago es por la misma razón por la que no aplasto con el pie las babosas.
En las películas se arrastran los personajes y sólo ensucian la camisa. No se destripan con la basura que dejan los humanos en la calle.
He levantado el cuello para no rajarlo con la botella rota. Prefiero agonizar que tener un final rápido. Me gusta molestar. Cuando uno carece de dignidad todos sus esfuerzos van destinados a hacer sentir mal a la cochina humanidad: joder sus sonrisas banales. Joderles un cumpleaños en una bonita tarde con la sangre de mi abdomen abierto... Cosas sencillas que demuestren que soy una babosa, no por casualidad, sino porque me he hecho a mí mismo con todas y cada unas de las cucharadas de mierda que he tenido que tragar.
Me arrancaría la piel a tiras frente a vuestros pequeños hijos y vomitaría coágulos por el glande. Más o menos como el loco que lamía el vidrio, pero con odio. No sé porque os odio; pero nací así, con esta rabia. Unos están locos, otros son babosas y por fin estáis vosotros que sois algo a cazar.
Ese intestino que ha quedado enganchado a la botella de cerveza rota, pertenece a mi cuerpo, podéis pisarlo si queréis pero que nadie intente recogerlo.
No hay dignidad en determinadas luchas. Las células no entienden de dignidades, su mensaje es vivir y partirse en mil pedazos para seguir manteniendo la cohesión en el organismo. No hay dignidad en vivir arrastrándose, aunque sea en el fragor de una lucha estéril que no conduce a nada. Y sin embargo, arrastrarse y demostrar mi más absoluta desprecio por vuestra comodidad y sonrisa, es casi mi misión.
Tengo sed. El propio vidrio que ha abierto mi abdomen y ahora se encuentra sucio de sangre y mierda, es un apetitoso trago. Tiro del intestino para alcanzar el vidrio enredado. Es una cuerda extraña esta de la que tiro. Se me escapan los mocos por la nariz cuando el dolor me hace contener un grito.
Seré una babosa, pero soy valiente.
Chupo el vidrio y me canibalizo a mí mismo sin ningún pudor. Yo también me corto la lengua; pero para vuestro pesar, no estoy entre barrotes, estoy pegado a vosotros como vosotros habéis estado pegados a mí durante toda mi babosa vida.
Si me habéis robado el aire, ahora aspiraréis mi muerte y el olor a mierda de un intestino que aún está lleno de heces.
No he cagado. Normalmente cago antes de salir de casa. Seguramente mi cerebro debía intuir que hoy abría espectáculo y no ha dictado reflejo de dilatarse al esfínter. A veces el cuerpo va por libre. A su puta bola.
Yo me dejo hacer arrastrándome.
Me acuerdo de aquel loco que tras los barrotes del manicomio, rompió el cristal de una ventana y con su desproporcionada lengua lamía el filo roto repetidamente. No podía tener sabor. Aquel tío estaba loco de remate, por eso estaba en aquella jaula de azulejos blancos de carnicería antigua. Yo aspiraba el humo del cigarrillo prendido de mis infantiles dedos. Me gusta pensar que me enganché al tabaco gracias a la locura.
El loco se cortaba la lengua una y otra vez lamiendo, y yo fumaba ante él. Tan cerca que olía la miseria de su aliento. Tan cerca, que las volutas de mi cigarrillo, se enredaban en sus pestañas sin que le impotara.
Si aquel tarado no estuviera loco, seguramente estaría arrastrando un trozo de intestino por el suelo y haríamos carreras por saber quien llega antes a no se sabe donde.
¿Por qué fumaba con doce años admirando la auto-mutilación de un loco? Eso me hace extraño, me hace horrible.
Quiero ser horrible, puesto que otra cosa no he podido ser. Los hay que mueren siendo simplemente familia de otros. Yo no quiero ni a dios.
Yo dejo un rastro de mierda y sangre en la calle. Y si el servicio de recogida de animales muertos me trata como la babosa que soy, es algo que no me importa.
Creo firmemente en la muerte, da igual quien se mee en mi boca cuando por mis propios intestinos deshilachados me desangre. No lo sabré, no sabré quien saca su sucio y reproductivo pene para mear. Porque la gran parte de los idiotas que pueblan el mundo, sólo usan el pene para mear y para soñar que dan placer a sus mujeres aburridas y hastiadas.
Yo no, yo hago gritar de placer a la más puta y vieja de las mujeres. Dar placer se me da bien.
No lo siento, parece que estoy inmunizado contra el placer, pero me satisface ver como se deshacen en jadeos, como abren las piernas y me ofrecen su vulva extendida con los dedos y hacen aflorar un clítoris duro y brillante. Me gusta lamer sus dedos clavados a su propia vagina intentando contener el placer que les hace sentir que sus coños van a estallar por la presión de mi lengua, de mi pene hambriento por un placer que no llega.
Mi semen mana lento, y tranquilo, apenas se me escapa un ronquido con la eyaculación. Me queda el dolor de la lengua, de tanto mamarles el coño. Eso me hace sentir macho.
Y sus dedos pringados de mi leche, de mi mala leche, también.
Pero la mayor parte del tiempo soy babosa. Ojalá fuera imbécil como la humanidad y no viera la realidad sin chovinismos provincianos.
La muerte es sólo eso y no vamos a ningún lado. La muerte no es ningún tránsito de mierda, cobardes.
Desaparecemos.
Todos mienten por cobardía, los religiosos y los místicos y paganos.
Me estoy muriendo y nadie ni nada tira de mí.
Me gustaría resucitar durante un par de segundos para deciros que vuestra “alma” sólo es vapor, que se disgrega sin tener conciencia y que todo lo que habéis hecho en la vida, no sirve para nada.
El alma se pudre y se hace materia gaseosa inane, sólo se posa en el pelo de los vivos como una caspa molesta.
Así que cuando os muráis, no seréis rien de rien, no iréis a ningún lado. No tenéis esperanza de nada.
No habrá segunda oportunidad ni otro tiempo ni lugar.
Simplemente os acordaréis de cómo me arrastré y os ofrecí toda esta miseria, para luego desaparecer sin más.
Me encanta saber que no volveréis, que desapareceréis para siempre.
Mirad como la babosa lame el vidrio manchado de su propia sangre y mierda. Mirad a la babosa valiente hacer alarde de un valor que vosotros no poseeréis jamás.
Tal vez deberíais fumar delante de un loco que con su podrido cerebro lame y se desangra por la lengua. No aspiréis incienso para vuestro control mental, son idioteces.
Mirad la miseria y luego vuestro reflejo en el espejo.
No sois para tanto, sólo babosas que se empeñan en caminar derechos, con cobardía.
No sé adónde voy a llegar, no sé cuanto podré luchar por seguir en movimiento, pero si os ofendo, daré por bien concluida mi vida.
Y recordad, los cerdos no se arrastran, soy una babosa, a ver si leemos un poco más. Hay una diferencia abismal entre un molusco gasterópodo y unas lonchas de bacon.
Es que os conozco tan bien...



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14 de abril de 2010

Placer mudo



Sus muñecas se encuentran firmemente rodeadas de suaves tiras de terciopelo negro que se han sujetado al cabezal de la cama. Aunque para ella pudieran parecer cadenas que la esclavizan.
La tenue luz de la habitación crea un halo en torno a la cabeza del hombre que suspendida sobre su vientre, apenas roza la piel de su vientre con los labios.
Sus pechos tiemblan, plenos y erizados los pezones. Sus párpados aletean: el movimiento más perceptible de su rostro.
Sus labios permanecen entreabiertos dejando escapar un continuo suspiro silencioso de placer y ansia. Se ocultan bajo un pañuelo negro que cubre hasta la nariz. No debe hablar, no debe gemir audiblemente. Él quiere que contenga el placer hasta el mismo límite de la locura.
Y la locura nace de cada poro de su piel y mana como un fluido denso y lechoso por su vagina dilatada y hambrienta.
Espera trémulo el vientre la lengua que se hundirá en el ombligo.
Se le escapa un gemido: error.
Él detiene sus caricias, el ombligo está anegado de una baba caliente que se escurre lentamente por la piel suave. El castigo se prolonga.
Lo odia. El pañuelo se ondula en sus labios ante el aliento rápido de la tortuosa espera.
Tras unos interminables segundos, siente un sorpresivo cachete en el rasurado monte de Venus.
— ¡Puta! —la llama en un susurro tajante, apenas audible.
El pañuelo casi vuela encima de sus labios y todo su ser le pide cerrar los muslos para oprimir y así acariciar la anegada y hambrienta vagina.
El suave golpe ha sido una contundente caricia que ha hecho vibrar su clítoris duro y brillante. Resbaladizo en los dedos en los que desearía ser apresado.
— ¡Perdón! —susurra buscando piedad.
Quiere ser follada, lamida, mordida, arañada.
“Mete ya tu puta lengua en mi raja”, desea decirle con un susurro hostil; herida de ansia y deseo acumulado en su sexo.
Siente ahora la proximidad de sus labios en el vientre, la respiración del hombre es un chorro de aire ardiente. La lengua inquieta ofrece breves oasis de fresca humedad en su enfebrecida piel.
Todo su cuerpo se encuentra asolado por el hambre de un deseo carnal e irracional en la que el juego la ha sumergido.
Es demasiado tarde para pensar, su sexo pulsa henchido de sangre y necesita con urgencia ser embestida y penetrada o se deshará como mantequilla.
Es demasiado tarde para intentar abandonar el juego y ceder el placer a sus propios dedos. No es una opción masturbarse desbocada ante el hombre que la está destrozando de deseo.
Sus pensamientos se han desvanecido ante la invasión de los recios dedos que se hunden lentos entre los labios de la vulva, sin apenas hacer presión recorren el filo y ella responde elevando la cintura para que los dedos profundicen más.
Desearía gritar de placer, insultarlo, pero él cesaría en el acto con su caricia, no tiene piedad.
Tal vez...
Con un esfuerzo sobrehumano, relaja sus piernas, hace caso omiso de las ondas que llegan de su coño a su cerebro y su cintura pierde también tensión.
El hombre titubea, ya no detecta el ansia contenida.
Es un cabrón. Y ahora ejerce más presión, incluso dos dedos se asoman amenazadores al interior de su vagina.
Pero no puede disimular el abundante flujo que mana de su sexo y extiende una mancha en la fresca sábana de lino.
— ¡Méate! —le ha susurrado tan cerca del oído que se ha sobresaltado.
Cierra los muslos intentando no acatar esa sucia orden.
¿Sucia?
La orden la acepta su cuerpo, su mente lucha contra la humillación intentando cerrar los muslos; pero su cuerpo cede a los deseos de aquel que le proporciona el placer. Y los muslos ceden.
Mana la orina lenta entre su vulva, ardiente se filtra bajo sus muslos.
Lanzaría gritos de placer cuando la orina que parece hervir se filtra por sus nalgas y llega a bañar el ano por cursos que la piel traza invisibles y directos a los centros del placer.
La incomodidad de sentirse empapada acelera su ritmo y lanza mil destellos de placer a su mente.
Pierde de su campo de visión al hombre.
Ruido de agua.
Agua fresca baña su sexo.
Y su vientre se contrae con tres pequeños orgasmos que la obligan a morderse la lengua para no gemir.
La mano ancha y dura frota su sexo sin delicadeza, mete el agua dentro de su coño, juega con ella, la reparte, la extiende y sin recibir orden alguna, afloja la vejiga para dejar escapar unas gotas más.
Una toalla seca su sexo, la roza con más fuerza de lo necesario y se siente penetrada por el algodón.
Una palmada muy cerca del clítoris y siente que se le inflama, que toda su vagina es clítoris y allá donde él posa la mano, la enloquece.
Cuando los dedos se insinúan en su ano, ella eleva un poco la cintura. Necesita que la penetren ya, por donde sea.
Y el dedo se baña entre su vulva resbaladiza para entrar por el estrecho agujero del culo. Sólo la uña...
El hijo de puta podría meter todo el puto dedo.
Pero no lo hace, eleva sus piernas atrayéndola al borde mismo de la cama y sin sacar el dedo, presiona levemente el glande en la vagina.
Le duelen los pezones...
El pene penetra lentamente, tiene tiempo a sentir como su vagina anegada de si misma se adapta, nota hasta las rugosidades de las venas acariciar sus labios gordos, sobre irrigados de sangre.
Y mirando al techo de la habitación no esperaba que los dedos apresaran con fuerza el pezón derecho y la llevara a la frontera del dolor.
Ya no sabe como gestionar todas las ondas de placer que le llegan del ano y el coño, de los pechos y de su propio cerebro colapsado de ansia.
Su vientre se hunde por el peso del placer y los músculos de sus piernas se tensan ante un nuevo orgasmo.
Él saca el pene y por un par de segundos no ocurre nada salvo el latido de su coño hambriento.
Y con brutalidad se siente embestida.
El orgasmo parece salirle desde los dedos crispados en las sábanas.
La nuca hace presión contra la almohada y ofrece su cuello tenso, los tendones conducen el placer como los pináculos de una catedral conducen a Dios.
La tercera embestida, la lleva directamente al paroxismo que provoca que su cuerpo se contraiga repetidamente, desmadejado y abandonado al placer brutal.
Y su pubis es regado por una leche densa y caliente que los ásperos dedos extienden y arrastran por su vientre, por su vulva, por los muslos.
Se da la vuelta de costado cogiéndose el sexo con las dos manos, sus pezones aún están endurecidos, erizados hasta el deseo de ser mamados.
Él se extiende a su lado, alojando su pene ahora blando entre sus nalgas.
Cubre sus pechos con sus brazos y los jadeos de ambos es lo único audible en la habitación.
— Eres hermosa, no he conocido a nadie como tú jamás —le susurra él al oído.
— Has perdido, cielo. Has hablado.
— Vamos, preciosa... Ya habíamos acabado.
— Te dije que ni una sola palabra hasta que hubiéramos salido de la habitación o te cortaba los huevos. Y no cobras.
La Dama Oscura, saca de debajo del colchón la daga aún manchada de sangre de 666 y zafándose del abrazo del chulo, coge sus testículos y de un certero tajo los corta.
El hombre se revuelca en la cama sujetándose la herida, vaciándose de sangre entre gritos.
La Dama Oscura se viste ante el cuerpo retorcido y deja sus bragas negras de blonda entre las manos del chulo.
— Toma, contén la hemorragia con esto. Hijo de puta, no tenías que hacerme mear. Cabrón.
La puerta de la habitación se abre de golpe, con violencia. Una patada ha astillado el marco.
— Mi Dama Oscura, el primate grita mucho, los otros monos se están alarmando. Y no tengo ganas de pasarme el día matando idiotas en este burdel.
666 coge el puñal de la mano de la Dama Oscura y lo clava en el cuello del que aún se retuerce sangrando en la cama. Ahora no emite más que jadeos con las cuerdas vocales destrozadas, mientras su propia sangre inunda los pulmones y lo ahoga.
666 se enciende un enorme Cohiba, mientras admira la muerte del hombre.
— Era un buen esclavo, ha hecho que me corra seis veces —dice ensimismada y acariciándose el sexo la Dama Oscura.
— A veces pagar tiene su morbo —dice tirando al hombre que respira con un jadeo rápido y leve un fajo de billetes de cien euros.
— ¿Te has sentido humana al ser follada por el primate, mi Dama? ¿Has recordado cuando lo eras?
— He disfrutado tanto que quiero más... —responde con una sonrisa perversa y obscena.
Es excitante jugar a ser dominada y poder tomar el control. Con 666 jamás puede, la arrastra sin remisión al infierno del placer y su voluntad cede ante la carne y la maldad pura.
666 lleva la mano a su sexo y por debajo de la falda pinza con fuerza la zona del clítoris sin cuidado alguno. Los sonidos débiles y agónicos del chulo que se asfixia parecen llenar la habitación. Lleva el filo del puñal hasta uno de los pezones y hiere la piel.
La presión en el sexo no disminuye y la Dama Oscura, cierra los ojos temblando, no sabe si de dolor. Pero una pequeña gota de sangre corre por su torso desde el filo del cuchillo que corta la piel de su areola.
Un dedo brutal se desliza dentro de su sexo y se siente alzada en el aire, los pies no tocan el suelo por unos centímetros y es arrastrada irremediablemente a un orgasmo de dolor y placer que hace que sus ojos se aneguen en lágrimas.
Besa la boca de 666 mordiendo con furia sus labios y cuando otro orgasmo la sacude entera, el chulo exhala su último suspiro en la cama dejando escapar una orina muerta y sin presión.
Muere mudo como mudo folla.
— Así, mi Dama, así es como tienes que correrte —666 le muestra el dedo brillante y mojado con el que la ha penetrado.
Ella se lleva la mano al sexo, lo siente latir con tanta fuerza... Un fino hilo de fluido sexual se descuelga como una hebra de seda desde la mano.
— Vámonos de aquí, mi reina. Vayamos al infierno, allí se está más fresco.
Cuando salen al corredor, tienen que pasar por encima del cadáver de una puta decapitada, cuya cabeza está colgada de la maneta de una de las muchas puertas con el “No molesten” asomando por la boca abierta en un grito de terror.
—Me comían los celos y me aburría, mi Dama.
Ella responde acariciando su sexo a través del pantalón.
Unas palabras impronunciables abren la puerta del infierno, y una vaharada de aire fresco y húmedo los recibe.
La puerta se cierra dejando el mundo tras de sí junto con un par de cadáveres que antes no habían.


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5 de abril de 2010

La piel del alma



Qué manía más fea tengo.
A veces tiro de las pieles muertas y resulta que no lo están. Siempre me mato antes de tiempo. Me quiere, no me quiere, me quiere, no me quiere...
Me deshojo a mí mismo como si de una oronda y fea margarita se tratara.
Yo con una margarita... No jodas.
Margaritas a los cerdos.
¡Jodeeeer...! La piel estaba aún bien cogida. Duele un huevo.
Sólo estaba seca. No soy precisamente un dechado de sensibilidad, cualquier otro se hubiera dado cuenta de que la escama que colgaba aún prendía fuerte de la piel fresca e hidratada en el extremo. Una viruta de mí mismo se ha rizado entre la pinza de mis dedos, ante mis ojos vidriosos de falta de sueño. De falta de ella.
Vi una piel hace ya un par de segundos y tiré de ella, es feo ir con pielecitas colgando como escamas.
Soy coqueto.
Dolió horrores, mucho más que cualquier miembro gangrenado.
Era una piel del alma.
La soriasis del alma es una afección un tanto molesta, por decir poco, por decir lo mínimo.
Dolió tanto como un abrazo incorpóreo, de esos que se dan en el aire, allá donde desearíamos que estuviera la persona que más amamos en nuestra vida.
Los tendones se tensan en vacío y se muestran insatisfechos.
¿Es posible que el alma padezca tendinitis?
Los caballos tienen suerte cuando se rompen una pata: los matan.
Otros dicen que los sacrifican. Pero un sacrificio también es echar margaritas a los cerdos. Le da demasiada importancia al sacrificador.
Es un simple asesinato por misericordia.
Yo necesito misericordia.
También tienen suerte los equinos de no poder tirar de las pieles secas: no tienen dedos
No hay analgésicos para combatir el dolor de la piel arrancada del alma.
Ni ansiolíticos para combatir la incongruencia, la incoherencia de un pensamiento ávido de salir de este tiempo.
Del horror del alma pelada.
Desnuda y desamparada.
La hemorragia está servida, no hay apósitos que la contenga. Uno se cubre los ojos para no ver lo profundo de la herida esperando en vano así, no sentir.
Puta mierda...
Hay de todo: miedos, alegrías (0,5 %), tristezas y errores.
Tengo ganas de fumar, aunque sea a través de un filtro manchado de cianuro.
Pero me tendré que conformar con un filtro manchado de un moho gris.
Hay un color más neutro que el hastío en mi alma; hubo algún fallo en la impresión de color. Tintes que en algún momento no consiguieron colorear ninguna emoción.
Y a medida que mi alma sangra, la percepción de lo vivido adquiere un patético matiz aproximadamente incoloro.
Como las lágrimas de dolor.
Si alguien viera esta sangre desleída del alma, se preguntaría porque insisto en seguir viviendo. Hay demasiado porcentaje desabrido, sin emoción alguna.
Tiene razón...
No me extraña que el alma se haga jirones de piel seca.
Se muere de pena. Yo.
¿Se puede morir por una hemorragia del alma?
A ver: ¿cómo cojones le hago yo un torniquete al alma?
No es por no morir, es que me da asco ver todo eso que mana.
Algunas cosas no; pero es tanto lo que no quiero recordar...
Porque preferiría morir. Ya que estoy pudriéndome de dolor y frustración, no sería mucho más doloroso un buen tajo en la carótida. Aunque podría recurrir a alguna dosis extra de psicotrópicos.
¿Y si tengo un mal viaje durante la agonía? Morir alucinando mediocridades tampoco es algo como para sentirse heroico.
Ni orgulloso.
Hay pitidos de burla desde el anfiteatro.
Los del gallinero, un respeto a un tío que está hecho mierda, por favor. No duraré mucho, lo juro.
Aunque no creo que nada pueda ser peor que ver la propia alma y concluir que estás más vacío que la propia soledad.
Me voy a arrancar la piel del pene, seguro que duele menos.
Bueno, mejor en otro momento. No puedo pasarme toda la vida tirando de pieles secas.
¡Ooopss...! Por ahí va un muerto, dos, tres... Incluso yo mismo.
¿El alma nunca se sacia? ¿Tiene síndrome de Diógenes? No necesito tanta basura.
Es un gigantesco muladar
¿Es posible que el alma se sienta irritada por el tirón de la piel y me haya matado en justa venganza? Como al caballo; pero sin misericordia.
No estoy muerto. Todo duele, coño.
¿Alguna vez os arrancado una uña con unas alicates? A mí sí. Y ese dolor cuasi psicodélico y estrambótico, ahora mismo está saliendo por la herida del alma. Es sólo anecdótico, una muestra de lo que tengo acumulado.
No jodas que la muerte va a ser una prórroga eterna del dolor.
Lo mío no es la suerte. Por eso, en lugar de jugar a la lotería, tiro el dinero directamente a la basura.
Es un acto de rebeldía inmaduro, lo sé. No conduce a nada.
Tampoco hay adonde conducir.
¿Se puede quemar o de alguna manera destruir el alma y que no quede absolutamente nada de mí?
Mana ahora un color violáceo que provoca una tristeza desasosegante: son días sin ella. Pero está bien, me siento orgulloso. Al menos hay color de amor.
Ahí va otro borbotón de alma incolora. Joder... Son años de no sentir, menuda temporada. Los dinosaurios tuvieron tiempo de evolucionar a pájaros por lo larga que fue aquella era de mi vida.
Y escuece mucho. La vida (¿no era piel? me confundo por momentos) muerta es un ácido corrosivo.
Maldita la hora que se me ocurrió tirar de esta piel...
Anda, ahora sale un color turquesa hermoso.
Hay un hijo que nació y una bella criatura que está por nacer, una princesita. Hay una hermosa mujer que amo más que a mi puta alma, pero es rojo como la sangre oxigenada en las alturas. Es mi bella.
Sus piernas están tan abiertas y su sexo tan húmedo, que a pesar de esta hemorragia, aferro mi pene y le doy consuelo con un buen masaje. Golpes furiosos y espaciados estrangulándolo con el puño. Me masturbo con violencia, con la violencia con la que la amo. El glande tiene tanta sangre presionando y está tan cubierto de fluido resbaladizo que lanza destellos de barniz. Y se me doblan las piernas de un placer que no consigue imponerse del todo al dolor de la piel arrancada. Del ansia de ella.
Será casualidad, pero parece que mi polla es lo único que tiene color. No es por machismo, es porque es así.
Sólo por lo último vale la pena vivir.
Pero uno pasa cuentas, y el promedio es de lo más deprimente. La mediocridad supera con creces lo intenso. No es un buen negocio seguir invirtiendo tiempo en vivir.
Pero ese rojo y ese turquesa...
¿No va a parar nunca de sangrar el alma? Yo creo que hay más alma que sangre. Con razón me siento tan cansado: el peso.
Hay otra piel, tira de ella a ver si consigues vaciarte de una vez por todas y podemos escapar de aquí. Me digo yo mismo sin reconocerme.
Esto no es dolor, ya se ha superado la fase física, ahora es una angustia que se escapa de mi boca como un pequeño jadeo histérico.
La náusea se encuentra en algún lugar de mi cuerpo que bien podría ser el corazón. El cerebro también, porque me duele la cabeza... Alguien diría con cierto sarcasmo, que en mi sexo, que soy muy carnal y simple. No me avergüenzo.
Lo que me avergüenza es esta hemorragia toda gris.
Sacrificaría mis mejores momentos por tener amnesia de todo lo malo.
No te rindas, coge los mejores y muérete ahogado en ellos.
Ojalá fuera tan valiente y pudiera acabar con todo lo gris; pero el rojo y el turquesa obligan a mis células a seguir viviendo. No obedecen a mi voluntad de morir.
Posiblemente sólo sea cobardía, y esté montando este triste espectáculo para ocultar lo miserable que soy.
Tal vez, esos colores vivos sean los clavos al rojo a los que me aferro a la vida.
Hasta la metáfora deja mucho que desear. El olor a cerdo quemado no es nada agradable.
¿Es que no hay salida? ¿No podría simplemente taponarse la herida por si misma y dejar de mostrarme lo que sé de hace ya milenios? Es que odio la redundancia cuando no tiene efectos literarios.
¿Y si vaciara el alma de lo bueno y lo malo para poder seguir viviendo ya más relajado lo poco que me queda de vida?
Esto es una estupidez, el alma sólo sangra y duele, no se vacía de nada. Podría estar derramando tristeza toda la vida sin sentir el más mínimo alivio a la presión.
Alguien que muere descansa completamente. Es un dato a tener en cuenta.
Estoy en un buen problema: sin sus palabras de amor, me muero. Es así de simple.
Todo lo demás es pesadilla.
Si una piel duele, sopeso lo que puede ser cortarse una arteria o vena. No tengo a nadie que me amordace para evitar que lance a la humanidad mi grito de dolor si el tendón se cortara retrayéndose entre mis carnes. Como un cable de acero que se parte por dentro y corta músculo y alguna entraña.
¿La carne se seca como la piel? Soy un tronco hueco, podrido.
Una vez se me rompió un hueso y cuando cierro los ojos sin poder evitar rememorar aquello, aprieto el puño con fuerza para sacarlo de mi pensamiento.
Algo me cortaba la carne desde dentro con cada intento por mover el hueso. Hubiera deseado que me hubieran pegado un tiro en la cabeza como a un caballo.
¿Cómo puedo amarla tanto y no sonreír?
Bueno, hay momentos en los que inevitablemente te quedas solo. Desprotegido sin sus palabras de amor, sin sus caricias y sin sus besos. Y la sonrisa, simplemente se pudre.
Ella conjura la iniquidad.
Es cuando no está que los monstruos vienen a por mí. Y están furiosos.
Y tiro de pieles muertas que son cicatrices de sus desgarros.
Es un círculo vicioso y pobre de aquel que tire de una piel que no está del todo muerta. Le pasaría como a mí.
No es un buen asunto. Insisto.
No quiero morir con un grito. Quiero morir solito, como he vivido.
Me da vergüenza morir delante de nadie. ¿Y si alguien coge mi cadáver y hace un número de ventriloquía metiéndome una mano en el culo y sujetando mi fría mano muerta?
Quiero morir arrastrándome a algún agujero cavado en el suelo y enterrarme como un huevo de tortuga.
Esto va a peor... Cada vez me hundo más.
No debería profundizar más allá de la epidermis.
El color rojo del friegasuelos es cautivador.
A lo mejor tiño el alma con algo más de color.
Brindo por mi alma gris salpicada con algún lunar de color (0,5 %).
Creo que no ha sido una buena idea: me está abrasando por dentro, como si me hubiera arrancado una piel del paladar.
Pero no pienso vomitar, soy tenaz.
Me da mucha pena el caballo muerto con su pata rota.
Con su piel del alma aún prendida en sus cascos.
Da pena no recibir un tiro, es patético morir envenenado de friegasuelos.
Yo no uso esas cosas.
Ahí os quedáis, yo me voy.
Salud y muerte (son compatibles, creedme).



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31 de marzo de 2010

La vida es bella, the movie

Uno pasa el rato viendo una película en principio amable y distendida, y no hay forma de relajarse. Es un tanto dramática, muy dramática; pero vale la pena pasar un mal rato para disfrutar del arte.

A veces sueño que pulso el botón rojo, que arderán millones de cuerpos gracias a mi acto de poder y no sentiré más que una sensación de alivio. Odio a la especie humana tanto, que les arrancaría los pulmones metiendo mis puños en los millones de bocas hipócritas, envidiosas, enfermas, insanas...

Es un error el podrido cerebro en el hombre.

Ocurre que las películas afables, sencillas y emotivas provocan en mí sentimientos encontrados. Porque hacen mundos mejores o realmente peores, tan malos que uno siente pavor de imaginarlos. Y así el mundo es más interesante.

Disfrazan la realidad de fábula y todo adquiere una trágica ilusión que nos enseña a dar importancia a una bocanada de aire

Pues no hay forma de relajarse ni con la Barcarola de Offenbach. Odio tanto a la humanidad que ni la música me amansa. Soy demasiado bestia.

Otros me podrían llamar misántropo, pero la semántica me la paso por el forro de los huevos.

En ocasiones escribo de un dios malvado que mata niños, que descuartiza seres y se los come si es menester, que clava el dolor en el dolor. Es literatura.

La vida es bella es cine basado en un tiempo y una situación real.

Y eso me hace pensar en los cerebros podridos que me leen torciendo el gesto con disgusto y sus delicadas tripas que se revuelven con asco porque hay pasajes de sexo y violencia ficticia. Y yo que pensaba que era algo divertido mis historietas... Soy tan cándido.

Es lo peor que pueda haber para vosotros, mis detestados ignorantes: una palabrota, un taco, una expresión soez. Una imagen de sexo crudo.

Preferís mil veces el pequeño y pálido pene de un cadáver judío. ¿Correcto?

¿No os apetece una vitamina para fortalecer vuestro cerebro? Id al médico y me ahorráis un ardor de estómago cada vez que penséis.

Es mucho más soportable abotonarse la camisa con un hueso de judío o gitano y pensar que era historia y que ya pasó. O como no lo habéis visto, no ha pasado. Al fin y al cabo, mis lerdos ignorantes, si no veis, no sentís. Eso sí, si os ponen unas bonitas imágenes que no sean demasiado escabrosas, podréis filosofar sobre la conveniencia o la sinrazón de una exterminación con una taza de café en la mano. Y sin fumar que es mucho más sano.

La literatura es horrible, una maldición cuando habla de sexo y sangre. Hitler y sus maricones asesinos fueron algo a estudiar y sobre lo que discutir en una agradable tertulia. Ellos no decían palabrotas, simplemente y con todo el respeto, quemaban a los judíos, que tanto odiáis, intelectuales fariseos; pero con las puertas cerradas, sin decir palabrotas. Para que no os sintáis ofendidos ante la violencia y el desnudo.

¿Os gusta más así, mis delicados fariseos?

No debería ser necesaria la hermenéutica para entender un simple texto. Eso es para las cosas sagradas que son confusas y mentirosas. No hay que desentrañar grandes misterios cuando la comunicación cumple su función.

Os dan más miedo las palabras que los muertos, os ofende más una ficción sexual que el asesinato y la esclavitud real.

Es que es muy feo decir que un hombre le mete su polla a una mujer en el coño y esta rabia de placer. Es mucho mejor y más sano, más catártico el que quemen de verdad a unas mujeres y niños; que de haber vivido, habrían ocupado más sitio en Israel y jodido más a Palestina.

Y quien habla de judíos, habla de las distintas culturas que han sido extinguidas en nombre de la civilización y la religión.

Podríamos tomar de ejemplo de cerdos a los españoles en Sudamérica y a los ingleses, franceses y holandeses en Norteamérica y África. Así citados de una forma somera, no hiere la sensibilidad ¿verdad, cretinos?

Vamos, mis psicoanalistas filósofos baratos de pavoroso miedo a la sangre de la literatura. ¿Seguro que no habéis soñado con follar a vuestra mujer por el culo arrinconándola en la cocina?

¿O es menos ofensivo el cadáver de la mujer judía tirada en un rimero de cientos de muertos manchados con cal viva?

¿Por qué no vomitáis por los quemados y quemadas? ¿Sabéis que sus coños estaban hinchados como los de una vaca por el raquitismo? No es culpa mía, no lo hice; simplemente lo comento.

Os llamo la atención sobre el dato, mis detestados hipócritas de mierda; y si queréis podéis tachar coños raquíticos para no sentiros ofendidos. Y luego os hacéis una paja soñando que os folláis ese coño enorme. Os conozco hasta el vómito.

Hasta el asco.

Os repetís en la historia, vuestro mensaje genético se itera generación tras generación y no hay predadores que os devoren. Ni otro asesino de masas conseguiría acabar con vosotros, degenerados hipócritas.

No se trata de literatura, fariseos. Era gente que vivía y respiraba, no había un dios satánico que diera algo de emoción e importancia a la muerte. Eran tarados como vosotros que leéis palabras y os asustáis de la iniquidad imaginaria que hay en ellas. Es mucho peor la muerte de un ser humano que la violación de un personaje en una novela.

Y os sentís peor con lo último.

Os haría arder hasta que vuestros huesos se hicieran ceniza al viento. Puritanos.

¿Os lamentáis de la violencia en el cine? ¿Qué os creéis que es La vida es bella? Una fábula donde se demuestra el coraje y el valor humano.

Y una mierda para vuestra puta boca infecta y llagada de moralina. Esa película es una pesadilla en la que buscamos una escena en la que poder reír para escapar de la verdad. Sólo que hay una bonita banda sonora y no dicen palabrotas.

Queman a la gente y no se ve. Es importante que no se vean esas cosas ¿verdad, piara de hijos de puta?

Para que lo sepáis: una piara es una manada de cerdos.

Lo que vosotros necesitáis, es un brillante y amable diálogo donde no hayan palabras como follar o cojones. Y si las hubiera que salieran de boca de un escritor bien publicitado con la venia de vuestros amos, los que os dictan el pensamiento.

Os conozco tan bien, que vuestra desaparición sólo constituiría una ligera arritmia de alivio en mi corazón.

Odio la inevitable tautología.

Vaya, vaya, mis idiotas... ¿Queréis cuentecitos donde a los muertos se les mata tras el telón y no digan cosas sucias? ¿Que os pinten el puto botón de la camisa de color verde para que no parezca el hueso de una judía que antes de ser carbonizada tenía un coño desmesuradamente desarrollado?

Yo no quisiera ser grosero, entendedme. Pero tampoco quisiera ser como vosotros, fariseos.

Hacéis daño y me ofendéis la inteligencia con vuestra existencia.

Prefiero coger por el coño a mi reina y decirle que la quiero más que al puto dios y follármela en el altar de la Catedral del Mar que lavarme la cara con la grasa jabonosa de un judío.

Es la diferencia entre la humanidad y yo: la humanidad detesta las palabras y los sueños retorcidos, prefiere la tranquilidad de los inocentes incinerados en hornos crematorios para después llorar su muerte con bellas bandas sonoras y películas que exaltan el inconmensurable amor de un padre por un hijo.

Yo solo fumo y odio lo banal y lo hipócrita.

Ojalá os quemen la lengua que os mordéis al ver como penetro a mi reina en la iglesia.

No sabéis la suerte que tenéis de que sienta tanto asco de pensar en vosotros, que ni siquiera quiera ensuciarme los dedos con vuestra muerte.

Puritanos de mierda. Maricas de culo sucio...

A mí no me jodáis con la blasfemia y la falta de gusto. No os masturbéis mortificándoos, soñando como yo o mi diablo penetramos a la mujer de enormes tetas y la hacemos gozar a pesar de la navaja que corta sus pezones.

Porque mientras tras el precioso decorado queman a un niño, vosotros, hijo putas, os tomáis un café pensando en el ingenio de la fábula narrada.

Y no tenéis suficiente cerebro para llegar a sentir el verdadero mensaje y la ira encerrada en esa buena película. Os falta sensibilidad, os sobra envidia y os sobra podredumbre mental.

¿Por qué os creéis que en las películas todos los exterminados son cobardes disfrazados de ingeniosos y de gran corazón? Para que os sintáis identificados, tontos del culo. Para que la tan cacareada catarsis de consuelo a vuestro cerebro aborregado.

Dejad pues, que para que yo pueda relajarme os insulte. Como en una película, si queréis, mientras os llamo hijos de la grandísima perra, podéis escuchar alguna canción amable.

Porque mis odiados enemigos: el mal lo tenéis detrás de vuestros pequeños penes, de vuestros perfumados y rasurados coños bien aromados. Sois vosotros.

Es para daros con una vara, piara de cerdos.

Yo no quemo judíos, ni negros, ni maricas. Sólo invento mentiras sangrientas y sexuales con el único fin de molestaros. Porque los cadáveres a los que no se ve el pene o el coño, no os molestan. Y si no os molestan los muertos no han servido de nada.

No como palomitas con el holocausto, o con los soldados valientes que desactivan minas en películas oscarizadas.

La verdad es espantosamente horrible, porque los asesinos son gente como vosotros.

Os debería de enseñar algo de ética y moralidad. Os debería extirpar el cerebro.

No al son de Offenback, sino escuchando a Iron Maiden y su Run to the hills, es maravilloso.

Sacudo los brazos como si destruyera los platillos y tambores de la batería porque son vuestros cráneos falsos y piadosos de mierda.

Me cago en la madre que os parió.

Claro que podría haber hablado de vuestro comportamiento condicionado, de vuestra nula capacidad para ser imaginativos, sólo sois buenos ciudadanos de pensamientos limpios. De esos que no huelen el olor del culo tan cercano a los sexos.

Gilipollas.

Deberían nacer más Freuds para que disculparan con filosofías de feria vuestra aleatoria inteligencia a veces funcional. Las más de las veces: anodina.

Soy yo quien corre a las colinas con Iron Maiden, soy yo el que corre huyendo de vosotros, infecta plaga, para salvar mi vida. Para resguardar mi ánimo.

¡Bum! He apretado el botón.

Y fumo tranquilo.

Ahora sí que Offenbach en la película cumple con su función de aflorar toda la tristeza en mis ojos ante esa temible y real aniquilación contada con bellas palabras, una hermosa fábula para mis ojos, captada con toda su intención e intensidad.

Lo ocupáis y ensuciáis todo con vuestro pensamiento hipócrita.

Hasta siento haber perdido el tiempo escribiendo esto.

Coño.

A quien corresponda.

Buen sexo.

Iconoclasta

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29 de marzo de 2010

Tragos de tristeza y melancolía



No hay nada más doloroso que tragar tristeza; es una baba que inunda la boca y no deja respirar.
Si fuera saliva...
A veces sacudiría las manos de lo que duele, como un crío que no puede dominar todo ese dolor.
Lo que en realidad trago es una lágrima que me esfuerzo en no llorar, o en llorarla por dentro. A veces se me escapa y la sorbo por la nariz, a veces cae directamente en los labios y los resquebraja.
La melancolía hace un desierto de mis labios.
O eso parece. Eso siento.
¡Cómo duele la lágrima! Aplasta la garganta, arrasa las cuerdas vocales y cae en el estómago como el mercurio.
Me esfuerzo en que la lágrima no me traicione al caer por fuera; pero es tan doloroso...

—A ti te pasa algo —dice una voz que no quiero, que dudo que en algún momento llegase a amar.
La lágrima me ha traicionado. Justo lo que no necesitaba.
No sé quien es, es un eco lejano. Es tan extraña como no querida.
Es todo tan ajeno a mí cuando mi pensamiento está lleno de ella...
La lágrima está contaminada de melancolía, de deseos y anhelos desesperantes, de distancias ominosas. De desamparo.
Yo no sabía, nunca hubiera imaginado lo que es llorarla, amarla y desearla tanto que su ausencia se convirtiera en un torrente de agua pesada y aplastante.
Vuelvo a tragar saliva y ruego porque nadie me hable, porque esa lágrima intra-llorada, ha aplastado la faringe y temo responder con un gemido.
Consigo tragármela respirando muy rápido, y a veces se me humedecen tanto los ojos que temo no haberlo conseguido.
—Tú estás triste —una velada acusación de la voz que no amo, que sé que nunca amé.
Hay una inflexión de alarma en esa afirmación y es prudente esa voz que jamás amé a la hora de ser demasiado categórica. La verdad da miedo y avergüenza.
Hay cosas que duelen. No sé cuales, son tantas que se mezclan en collage formando un grito estéril. Y las lágrimas que desbordan por dentro, crean un torbellino que arrastra todo.
Una cloaca de miserias.
Y nadie quiere estar cerca del de los ojos húmedos.
Parece tan contagioso...
¿Por qué siempre me hablan voces que no deseo? ¿Hice algo malo en otra vida que ahora deba pagar? No he sido especialmente malo.
Mi amor...
—Por favor, dime que no lloras como yo. Dime que este dolor que a veces siento, que esta opresión en mi alma, no me llega de ti. Que no estás triste, mi vida.
Júramelo. Porque todo duele más cuando te duele a ti.
Necesito saber que es locura.
Porque a veces creo que toda esta puta pena me viene de ti y necesito abrazarte y sentirme hombre. Ser tu salvador rastrear e interceptar penas. Destruirlas con misiles de besos.
Dime que estoy loco y que no siento tu desamparo, tu soledad bulliciosa que ni una intimidad te deja para verter una lágrima. Que no doblo el espinazo con una punzada en el vientre porque siento tu deseo de lanzar un gemido al viento y acariciar la pared-metáfora de la proximidad inalcanzable.
Dime que no estamos tan íntimamente conectados a través del tiempo y el espacio; que sólo estoy obsesionado y tus súplicas a la vida no son reales.
Que no te duela.
Tengo pánico a que ella sienta lo mismo. Y conteniendo mi dolor en un rincón de mi garganta para que no me lleve a la locura, le hablo, le grito con el alma cosida a puñaladas de añoranza.
— ¡No llores, mi vida! ¡No estés triste! Todo está bien cielo. Te estoy besando, te estoy amando. Te estoy abrazando y dando calor.
—Tengo frío — dice ella.
Y la lágrima se ha desbordado, ya no sé si lloro por dentro o por fuera.
Por favor, no...
A veces me dice que tiene frío. Yo me muero. Eso sólo lo confiesa quien te ama. Lo confiesas a quien amas. Porque son los únicos que pueden vencer esa gelidez que se enquista en el ánimo cuando la distancia es vertiginosa. Son ellos los que dejan helado el espacio que deberían ocupar.
Y me doblo...
Esto no es amar, es arrancarse el alma, es rasgarse la piel haciéndola jirones con las uñas. Es donar la vida entera. Ser de ella, ser suyo.
— Somos amor puro, mi bella. Es un privilegio. Sonríe, por favor. Que no te ocurra como a mí. Que tu angustiosa melancolía sea sólo un delirio de mi mente enferma. Que no exista ese nexo entre las almas que provoca descargas de súbita necesidad. De un deseo que arde bajo la piel a falta de que el amante lo sofoque.
De mi alma doliente.
— Ánimo, mi amor. Todo está bien...
Tengo horror a que mi saliva, esa lágrima que parece cerrar mi esófago con un paralizador dolor, sea una respuesta a la suya.
—Escucha, mi vida, estoy contigo, no importa el tiempo y el momento. ¿No ves que el dolor del uno duele en el otro? Nos amplificamos. Tranquila, preciosa... Shh... Duerme feliz, cielo. Estoy ahí.
Esta es mi letanía constante, la única que da alivio a la saliva que trago, a la lágrima que engaño y gestiono como puedo.
Debería instalarme un catéter en la vena del brazo y vaciarme de sangre cuando la presión es insostenible.
Soy fuerte ¿verdad? Dame tu dolor deshazte de él y lánzamelo con un beso, porque el mío lo puedo soportar; saber del tuyo me está matando. Dámelo por favor, te lo pido por puro egoísmo.
Dame la lágrima, me la tragaré, la sorberé, abrasaré mi corazón.
Porque si lloras, habré fracasado. Mi función es hacerte feliz.
Tengo que hacerte feliz, mi vida... Nací para eso, tú lo dices.
No me hagas esto, mi amor. Sonríe.
Quiero hacerlo todo bien contigo. No puedo fallarte.
Otra vez... Los párpados me tiemblan y un poco los labios, el estómago se me cierra. Estoy loco, te siento. Y envío las lágrimas adentro tragando saliva.
Le abriría mi pecho para mostrarle en esos instantes que toda la sangre se ha retirado hacia algún lugar recóndito. Vería el corazón azul como el de una vaca colgado en la barra de la casquería.
Colgando inerte dentro de mi pecho.
Eso ocurre cuando no estás.
— Estás pálido.
¿Por qué no se calla la que no quiero de una puta vez y deja que me muera de pena en paz?
¿No ve que dejó de existir?
Si ocurriera a cada momento no me preocuparía. Si estuviera todo el día angustiado, sería mera paranoia. Unos meses en el sanatorio, una sobredosis de liberador valium... Sería el síntoma de mi locura, me sentiría tranquilo de saberte a salvo de esta afección de amor.
Pero estaba riéndome de algo, sería una película y de repente... La lágrima se ha asomado al borde del párpado. Peligrosamente triste, saturando el color del iris como el otoño melancólico satura el cielo y el ocre de la tierra.
El silencio de mi dolor se ha extendido por las cosas y las personas, como un grito invasor de cadáveres boquiabiertos. Una onda de choque que aparta todo de mí y me conduce a ella por un túnel de amor y luz.
Y no puedo hacer otra cosa que llevarme la mano al corazón y decir que la amo, intentar apaciguar el ritmo desquiciado de este corazón que ya no es mío.
Hay ocasiones en las que tampoco puedo respirar.
Será una percepción producto de mi mente triste; pero me ahogo.
Sólo algo me salva: encontrarla.
Cuando la encuentro todo es luz, cuando le grito mi amor, no me duele la garganta y el llanto se hace sonrisa.
Cicatrizan los tejidos muertos.
Pero cuando te vas, mi alma se va tras de ti, y deja lágrimas detrás de los ojos que intentan bañar mi piel.
Otra vez.
Y todos me dejan sólo en mitad de mí, porque ese desamparo es una experiencia que nadie quiere sentir.
Soy un leproso infecto de amor.
Y aún así, mi vida, necesito este dolor, te amo y amo todo lo que tienes. Amo tu pena y tu tristeza como amo tu sonrisa y tu ánimo inquieto. Vale la pena sentir tu momento de desamparo y hacerme único en el universo. Ser el que recoge tu dolor es tanto como ser el único hombre en toda la capa de la tierra.
Otra vez...
Vamos cielo, coge mi mano, todo está bien. No llores, apóyate en mí, mi bella.
No tengas frío, mi reina.
Yo me bebo las copas de la melancolía y tú recoges mis lágrimas con tus labios.
Es un deseo...



Iconoclasta

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26 de marzo de 2010

El probador de condones en la estación espacial



¿Quién podría imaginar que la industria del follar precisara ir al espacio para el diseño de unos simples condones?
Yo no, no soy tan idiota como esos investigadores de lo absurdo e inútil.
Acabo de regresar de la estación espacial anglo-germana-hispano-rumana Lechazo I.
La industria de los profilácticos sexuales está tan cargada de tonterías e idioteces como la de los detergentes para las mujeres y sus lavadoras.
Porque me parece (y “me parece” es un forma de ser amable y dar una oportunidad a esos idiotas), que si el semen flota o los condones son más ligeros, es algo que no tiene aplicación alguna.
A mí me va essssstupendo porque me pagan una pasta gansa en dietas extra planetarias; pero ni de coña me voy a convencer de que tiene alguna utilidad. Si acaso, sólo como excusa para subir el precio de las gomas.
Pero aún así, es una idiotez: existe la mentira para hacer uso de ella y se ganaría más dinero si yo me quedara en la tierra follándome a la hija del consejero delegado y que los de publicidad escribieran la mentira para excusar el alto precio de los condones: “Nuestros productos han sido especialmente diseñados y ensayados en el espacio bajo rigurosos controles de calidad científicos”. Yo lo escribiría, al fin y al cabo, cuando te pones un condón no es para disfrutar de la literatura y menos de la que luce la caja. Ser empresario no libra a nadie de ser idiota, les pasa a los empresarios como a los obreros, que son idiotas en mayor o menor grado.
Así que allí me encontraba yo: flotando en la estación espacial, sin ser necesario.
Había un tufillo académico un tanto hostil, la tripulación estaba formada por ingenieros, doctores, biólogos y hasta el que limpiaba los tubos de cagar de los trajes espaciales, tenía un doctorado en mierda. Les costó un huevo darme la mano, y cuando les dije que era probador de condones, me miraron el paquete pollal buscando una explicación evidente a mi afortunado trabajo. Algo que evidenciara el porque me ganaba la vida de forma tan bohemia.
Se presentaron uno a uno presumiendo de su currículum académico, y mientras soltaban su parrafada de títulos, yo buscaba el tabaco que me habían quitado antes de subir a la lanzadera.
—Yo me llamo Iconoclasta y puedo dar ayuntamiento carnal hasta doce veces al día, más otras cuatro por placer. No tengo títulos; pero mi pene es la prueba viva de que poseo también una excelencia y que fui bendecido por ella. Y si queréis os regalo un llavero a escala 1:10 de mi polla, que es el regalo promocional de mi empresa, lo podéis usar para seguir vuestros complicados cálculos o como punto de lectura. Y para metéroslo en el culo.
Tampoco eran la hostia puta de inteligentes, no se habían enterado de una mierda de todo lo que dije, salvo de “polla”, parece que junto con “coño” se conoce en todos los idiomas.
Normalmente no soy tan borde, pero aquellos ingleses y alemanes, no me caían bien. Al rumano ni lo miré, era el que limpiaba los tubos excrementicios de los trajes y me daba asco por razones obvias.
También me endosaron como ayudante de los ensayos a una maciza contratada especialmente para este tipo de pruebas. Mis compañeros de la fábrica se reían con cierta perversidad cuando me la presentaba el director de la fábrica.
Se llamaba Pandora, que no sé que coño significa; pero me dio muy mal rollo porque hacía babear a la tripulación que reían simpáticos pronunciando su nombre y mirando sus enormes tetas con indisimulada curiosidad no científica, mientras jugueteaban con la cremallera de su traje y hacían sonidos extraños de explosiones.
Da igual que seas científico, filósofo o papa de Roma, al final, ante unas buenas tetas, todos los humanos machos descienden cuatro o cinco escalones en la escala evolutiva.
Mi cultura a veces raya la sabiduría gracias a los documentales televisivos de naturaleza en la sobremesa de National Geographic. No hay nada como hacerte una paja y que entres en la fase rem del sopor pajillero contemplando a un hipopótamo nadar grácilmente en el río Kikicicococuctucocagán.
O algo parecido.
Nuestro reducido departamento de ensayos era un cuartucho acolchado en rojo para que nos pareciera un burdel, con un banco de acero inoxidable fijado al suelo y una almohadilla para que Pandora se sintiera cómoda durante la prueba de esta edición de lotes ingeniosamente bautizada por el departamento de publicidad como: Polvo Orbital Lácteo: Guerra de orgasmos.
Nos habían aconsejado, que debido a la nula gravedad de la estación, Pandora se sujetara al banco de pruebas con unos cinturones de seguridad para evitar accidentes cuando la embistiera.
Tiene su lógica, a veces los idiotas tienen algún arranque de genialidad.
— ¿Qué tienes de especial para haber sido elegida para esta misión? —le pregunté abriendo ya la primera caja del lote.
—Me da vergüenza decirlo, Ico —dijo con un simpático rubor de mejillas.
Con los dedos haciendo estiramientos de los labios vaginales para calentar el coño.
Estaba buena que te cagas.
— ¿Me estás mostrando las muelas del juicio a través de tu chocho y te da vergüenza decirme por qué te eligieron?
Se bajó la cremallera del traje y dejó salir sus dos enormes tetas coronadas por dos morenos pezones que parecían de chocolate. Mi pene respondió con violencia y el glande golpeó la caja de condones que tenía en las manos y la lanzó contra la pared y de esta rebotó a la de enfrente y de enfrente a un lado y al otro y al otro y al...
Y me quedé viendo evolucionar la caja de la misma forma que observo atentamente como gira la pizza en el microondas. Pensando en cosas de complicados cálculos cosmológicos... Hasta que se metió los dedos en la boca, los embadurnó generosamente con su saliva y se mojó los pezones que respondieron con dureza instantánea. La caja me golpeó irritantemente suave en la frente y la cogí sujetándola bien por encima de mi pene que ante aquella nula gravedad, las venas lucían como gruesos cables de acero enviando la sangre de forma enérgica y violenta a todo el cavernoso músculo.
Luego se untó con generosidad la vulva y el tono brillante que adquirió, me hizo babear notoriamente.
Yo ya había hidratado mi pene y el condón casi había caído cubriéndolo de lustroso y terso que me había quedado el pellejo.
—Verás, Ico. Tengo un pequeño problema de nervios: cuando algo me aburre, mi vientre se suelta y me tiro pedos.
— ¿Cómo? ¿Así?
Acto seguido, me tiré uno bueno, con tanto entusiasmo que temí que se me hubiera escapado algo. Los científicos que nos miraban a través de la mirilla de la puerta del departamento, empalidecieron y se apresuraron a bajar el volumen de sonido.
Yo diría que alguno escupió al suelo con asco; como si se hubiera tragado un pelo de mi culo que salió despedido por la fuerza de mis gases.
Me sentí catapultado adelante por la fuerza propulsora de mi propio pedo y frené apoyando mi glande en el coño de Pandora. Abrió la boca en un gemido a la espera de que entrara del todo; me retuve para recuperar el equilibrio.
Se reía con una gracia... Le hubiera follado la boca en lugar del coño. Deliciosa.
— ¿Y eso te da vergüenza? ¿Y cómo sabré que te aburro? No quiero salir despedido al espacio.
Se rió de buena gana acariciando distraídamente mi glande enfundado en el metalizado y dorado condón.
—Seguro que no me aburres, mi astronauta.
Entonces embestí con fuerza. Me pasé y soltó un gritito de dolor, follar en gravedad cero es como super-follar y todo adquiere una rapidez y una profundidad enriquecedoras. Épicas, que diría un académico de la lengua.
Y que fácil... Así en cámara lenta: mete y saca mete y saca...
A veces me entra la vena poética.
Los científicos, recuperados de mi pedo, se agolpaban en la mirilla de la puerta y sus ojos no tenían nada de sabios. Yo diría que se le estaban pelando, pero hablando con propiedad, se estaban haciendo una paja a juzgar por el continuo golpeteo en la puerta.
El condón parecía resistir bien el veloz trabajo de rozamiento en tales condiciones de gravedad.
— ¡Puta! Me voy a correr.
Siempre me ataca el romanticismo cuando el semen está a punto de salir.
El condón pareció desintegrarse en la última y más vigorosa embestida antes de penetrarla de nuevo.
Una hermosa y vistosa gota se quedó flotando en el aire para formar una hermosa bola blanca. Era mágico.
Y sentí calor.
Así que abrí la puerta para ventilar el cuartucho y los tres científicos aparecieron ante nosotros medio encogidos con sus penes asomando por la bragueta de los espaciales pantalones.
—Tranquila Pandora, que acabo con la boca. Júrame que no te tirarás un pedo.
Se río con ganas y se tiró un pedo con alegría.
Tuve reflejos para asirme a la mesa y dejé que el metano agitara mis cabellos. Con la otra mano hacía pinza en la nariz.
Pero aquella ventosidad no había hecho más que desencadenar un hecho sino trágico, al menos terrorífico para la tripulación.
La bola de semen que flotaba fue empujada por los vientos fétidos que lanzó Pandora (aún me sigo preguntando por ese extraño nombre) y aceleró de cero a mil doscientos en apenas un milisegundo.
La bola iba hacia los científicos que dijeron “¡Oh dios mío!” en inglés, francés, rumano, italiano, esperanto y suajili. Incluso me pareció entender algo en cantonés, cosa extraña porque faltaban idiotas para tantos idiomas.
Se pusieron histéricos y ni siquiera se guardaron las pollas cuando vieron que la pelota iba directamente hacia ellos.
Gritaban histéricos, se agarraban los unos a los otros para adelantarse, y gritaban cosas como “¡Mamá! ¡Qué asco! ¡Corred que eso se seca y luego queda duro en la ropa! ¿Alguien tiene una mascarilla? ¡Cerrad la boca por lo que más queráis!”
Todo esto era pronunciado en tal algarabía de idiomas, que parecía la estación espacial Babel.
Me hizo cierta gracia esa cobardía. A veces me masajeo la cara con mi propia leche como bálsamo tras el afeitado. Huele mal, pero me deja una piel preciosa y tal vez por eso, en lugar de besarme las mejillas, mis compañeras de trabajo me las lamen. Me postré frente a las piernas abiertas de Pandora y lamí su coño sin hacer caso al follón de gritos y carreras que hacía la tripulación. No cesaron de gritar y corretear durante los cinco minutos que tardé en hacer que se corriera la bella Pandora, unas seis veces.
Cada vez que esa belleza se corría, me decía: “Hijo puta, hijo puta...”
Me enamoré de ella y desde ese momento mi mujer se hizo cornuda a miles de miles de kilómetros de distancia.
Menuda energía la de Pandora. Los super-pedos en el espacio son super-mega-pedos. Y la leche se extiende por el espacio-tiempo voluptuosa y veleidosa buscando una piel, una boca o unos ojos donde descansar. Mis pequeños iconoclastitos buscando descanso... Un útero en el frío cosmos...
El espacio es inspirador.
Pandora tenía el coño tan empapado, que un denso y brillante hilo de baba y fluido se desprendía desde la mesa al suelo.
Y cuando me estaba encendiendo un cigarro de un paquete que me guardé en los cojones previendo que me los confiscarían, se escuchó un grito desgarrador.
— ¡Arghhhhhhhhhhhh!
Era un grito de asco en alemán. Corrí hacia ellos sin acordarme de meter el falo en el pantalón, Pandora se liberó del arnés y me siguió con sus enormes tetas flotando en cámara lenta.
Cuando el inglés y el rumano me vieron correr hacia ellos con el rabo enhiesto, aplastaron contra la pared sus culos mirándome con los ojos llenos de pánico.
— ¿Qué ha pasado?
El alemán se encontraba de rodillas en el suelo doblado sobre su propio estómago.
—Se lo dijimos: cierra la boca, cierra la boca... Dios mío... —lloraba en inglés el inglés, sacudiendo la cabeza arriba y abajo mecánicamente.
Había llegado al límite de la cordura aquel hombre.
Puse una mano en el hombro del cabeza cuadrada y como si fuera el mismísimo Jesucristo le consolé.
—Vamos amigo, eso no es nada, déjame ver. Vamos, tranquilo.
Alzó su cara hacia a mí.
La verdad, era mi propio semen; pero no era una estampa agradable. De las pestañas le colgaban dos pequeñas gotas blancas que le enturbiaban la visión. De la punta de su nariz pendía un moco perfectamente redondo y la comisura de sus labios estaba impregnada de semen.
Su traje espacial estaba lleno de restos de pollo y arroz deshidratado. El hedor era insoportable.
Así que me sentí samaritano y le limpié la cara con mis calzoncillos, que llevaba en la mano, porque de allí había sacado el tabaco.
No fue perfecto porque le quedó un vello rizado enganchado en la mejilla, pero por lo menos ya podía respirar sin temor a tragarse otro chupito leche.
La cosa mejoró cuando fijó su mirada en los enormes pezones de Pandora.
Le di unas palmadas en la espalda y lo ayudé a incorporarse.
— ¿Por qué no le acompañáis a la ducha para que se lave? No lo dejéis solo en estos momentos.
Sus compañeros miraban mi polla ahora dura de nuevo con desconfianza cuántica.
—Y nosotros vamos a seguir con lo nuestro que aún quedan diez lotes que probar antes de que nos vengan a recoger dentro de de tres días.
Pandora se postró ante mí, cogió sus enormes tetas entre sus manos y me hizo una paja con ellas. Eso no era trabajo, era jodienda pura y dura.
La ayudé a manejar las tetas para que se acariciara el clítoris, que asomaba tímido pero muy duro entre sus dedos. Resbaladizo y poderoso como una enana blanca.
Decidí hacerme el macho en aquella nula gravedad. La levanté en brazos y sujetándola por las nalgas, le comí el coño hasta que sentí como se corría en mi boca.
Mi pene cabeceaba en la ingravidez y otra lefa quedó flotando cual nívea medusa en el aséptico (hasta hacía unos minutos) clima de la estación espacial.
Cuando se corrió gritó de nuevo cariñosamente: “Hijo puta, hijo puta” y yo le contesté: “Mi puta, mi puta”, nos dirigimos a nuestro departamento a seguir trabajafollando sin descanso.
Yo no estaba presente; pero gracias a las cintas de video, pude ver durante la cena lo que aconteció durante nuestra jornada laboral.
El rumano se encontraba en la cocina preparándose un sobre de polvos de lechón al horno y unas cuantas patatas fritas en brick espacial sin darse cuenta de que la bola de leche que había quedado suspendida en el aire, se acercaba a él.
Y lo que son las coincidencias de la vida, al aburrido astronauta le dio por dejar en el aire un chorro de yogur líquido para luego tragárselo como si fuera un caramelo. Como esas viejas demostraciones que hacían los astronautas en los documentales televisivos para que los ignorantes televidentes se sintieran profundamente emocionados por tal derroche tecnológico. Miles de millones de dólares para que un idiota se tomara un vaso de leche como si comiera un bombón flotando.
¿No es cierto que algo está fallando en la evolución de la humanidad? Nace cualquier cosa.
En definitiva, la bola de semen avanzó hasta colocarse al lado de la de yogur. Si eres inteligente; lo más probable es que tu semen lo sea también.
El rumano, miró con total ausencia de inteligencia las dos bolas volubles y trémulas que se agitaban ante sus ojos y le echó un vistazo a la botella de yogur que tenía en la mano. En su frente se iluminó en letras de neón: “¿Habré dejado escapar dos tragos en lugar de uno?”.
Ni corto ni perezoso, abrió la boca como un pez que come tranquilamente entre los arrecifes coralinos y se tragó una de las bolas. Cerró los ojos con cierto placer y se relamió.
Si no hubiera sido tan glotón...
Abrió de nuevo la boca y se tragó la segunda. Los ojos que estaban cerrados ante el placer del dulce manjar se abrieron como platos. La textura, no es la misma y el rumano no debía ser trigo limpio porque se dio cuenta demasiado pronto de que se estaba tragando una mamada ya fría. Aquel tío era un profesional.
Y parece que tienen el estómago muy delicado los astronautas, porque vomitó como una fuente.
Y todo aquello quedó flotando en el aire.
Alarmados ante el rugido a cloaca rumana, el alemán y el francés acudieron a la cocina y al entrar, sus rostros se toparon con la papilla.
Como en la canción del elefante que se balanceaba en la tela de araña y llamó a otro elefante que se empezó a balancear también, ellos también lo hicieron, me refiero a vomitar.
Se puso en marcha el dispositivo de emergencia porque los filtros purificadores de aire se obturaron. Se quedaron encerrados y aislados en la cocina hasta que se tragaron todo lo que flotaba y el aire quedó razonablemente limpio.
Más tarde, cuando mi bella Pandora y yo acudimos a la cocina, los encontramos sentados en silencio. Nos miraban con un odio atroz mientras cenábamos y mirábamos con una amplia sonrisa el video de los hechos. Ahora comprendo lo dura que debía resultar la convivencia entre los antiguos marineros que tenían que soportarse meses y meses a lo largo de una travesía sin fin.
Pero no pensaba que en el espacio ocurriera tan rápido. Aunque si las velocidades son mayores, es lógico que el hastío también sea más veloz en presentarse.
Ni lo sé ni me importa.
Pandora, con sus felinos ojos negros brillando aún de lujuria y ante el deprimente espectáculo dijo:
— ¡Por Dios, qué muermo de gente! Aburren a las ovejas.
Y ni corto ni perezoso se tiró uno bueno.
Los científicos ya no gritaron, lloraron de forma queda directamente y yo le di una palmada en el culo a mi diosa. Me encendí un cigarro y prendió una ligera llamarada que nos chamuscó a todos el pelo y el sistema anti-incendios se puso en marcha dejando ir una gélida neblina helada.
—Pues ya sólo falta que granice mierda —dijo el alemán en alemán.
Los científicos furiosos, nos apresaron, nos encerraron en nuestro departamento de folleteo y nos lanzaron al espacio rumbo a La Tierra.
Son unos idiotas intolerantes los cientifistas todos.
Los odio.
Cuando nos rescataron en el mar, mi amada se encontraba evidentemente aburrida y se tiró un pedo que despeinó a los marineros cuando abrieron la puerta de la cápsula de emergencia.
La besé profundamente y me tiré un pedo con ella.
El amor nos hace tan primitivos...
Dicen que llegamos a tierra firme en un tiempo récord, que jamás un barco había surcado tan rápido el océano.
Cuando llegué a casa, la que ya no quería me preparó una buena tortilla de patatas y me la follé sin ninguna alegría pensando en Pandora.
Un tímido pedo se me escapó en la noche.
— Cerdo —díjome cariñosamente la que no quiero.
Buen sexo.


Iconoclasta
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19 de marzo de 2010

Los cipreses de la muerte



Están tan doblados...
Los plantaron para guiar las almas de los muertos, una consolación a la devastadora muerte. Como si las almas tuvieran miedo en el camposanto y no supieran donde ir. Como si no quisieran salir de sus ataúdes.
Tímidos los muertos.
Los cipreses son la cara amable de la muerte, dan la bienvenida a las ánimas que se han liberado del cuerpo.
Eso dicen; pero yo sé que ellos no pidieron ser plantados en el cementerio, no querían eso. Es demasiado larga la vida del ciprés para alimentarse de muerte esa eternidad. Los condenaron al nacer.
Los cipreses no tienen dibujos de calaveras en sus hojas ¿Qué le hizo pensar a nadie que querían estar con los muertos?
Yo tampoco lo pedí. Nadie me preguntó si quería nacer, nadie me avisó de que hay cipreses doblados y que yo me rompería. El aborto no tiene nada de malo.
Tal vez por eso sienta una tristeza infinita por ellos, tal vez por eso los fotografío, como un autorretrato de mí mismo. Son mi reflejo, soy su reflejo, soy lo que ellos también dan gracias de no ser.
Nos consolamos con nuestras propias ponzoñas.
Son mis amigos, mis compañeros. Yo estoy condenado.
Pero algo ha pasado, y se han doblado. Pareciera que se han cansado de alimentarse de tanta muerte, de respirar cadáveres.
—Amigos, me doblo con vosotros. Yo también estoy clavado a un lugar y a un tiempo. ¿Jugamos a algo mientras nos pudrimos sin hacer demasiado caso a esta tristeza infecta? No sé, podemos jugar a aguantar la respiración. A ver quien aguanta más sin aspirar: vosotros la muerte que supura la tierra, yo el aire envenenado de soledad y monotonía.
Ojalá pierda y me muera.
La muerte pesa en los cipreses doblados, algunos desearían no ser flexibles y partirse, porque parece que sus copas quieren hundirse en la tierra, con los muertos.
Y descansar.
A veces yo siento algo parecido con la vida, pero no me doblo, me parto. Algo se me rompe. Pienso que estoy formado por cuerdas por dentro, cuerdas tibantes que de golpe, alguna se parte. Y hay un trallazo de dolor que se hace pena en vapor y una lágrima en el ojo.
Si fuera ciprés, dejaría caer una piña con un lamento.
Pobres, no tienen boca para gemir; sólo raíces que no pueden cerrar y aunque no quieran, siguen sorbiendo muerte. Constantemente, eternamente, definitivamente, condenadamente.
Nos dan una vida que no queremos.
No pedimos ser cipreses en un cementerio, no pedimos ser hombres que poco a poco se van partiendo.
¿Pueden caer las piernas como si fueran conos de ciprés?
A veces temo mirar atrás y dejar una pierna agitándose convulsa en el suelo; un rabo de lagartija. O un brazo, a poder ser, que sea el izquierdo. Sólo la mano derecha puede escribir de la pena y el hastío. Si he de vivir un poco más, una eternidad más, que no me dejen como un ciprés que ha de tragar toda esa miseria sin poder morir. Que me dejen la mano derecha para vomitar.
Tal vez, mi alma esté ya con los cipreses preguntando si hay algún lugar mejor que éste.
—Os invito a que me sorbáis, cipreses.
—No, gracias estamos hartos de muertos; pero si insistes, no podemos evitar sintetizarte. Ve a buscar cipreses que no se hayan doblado, ten piedad.
—Pues no parece que esto vaya a mejorar. Pensé que la muerte sería más definitiva. Que me devuelvan el dinero del entierro, esto es una mierda. Reíd cipreses, poneos derechos, ánimo.
Es que su doblez me contagia. Somos hermanos, y un hermano doblado, es igual de doloroso que una cuerda rota en la guitarra, o en el alma, que una pierna abandonada, que un abrazo en el aire, que un padre solo...
¿Por qué hay tantas cosas tristes?
No les quiero preguntar porque me da no sé qué remover su tristeza. Pero estoy seguro de que ellos quisieran ser madera de barco y navegar. Aunque los llenen de clavos, aunque las lapas los hieran. Estoy tan seguro de ello, que no me atrevo a decirlo en voz alta, podrían partirse al final ante el vértigo que da lo que pudieron ser y no serán.
Con ellos no me siento solo, estoy bien. Tomamos la amarga infusión de los huesos muertos molidos como viejos amigos disfrutando de aromas acres de flores marchitas, de algún lamento de los vivos, de la humedad pegajosa de la muerte.
Una tertulia silenciosa, un intercambio de penas que no ayuda a nada; pero no hay otra cosa en la que invertir el tiempo.
El rocío de la muerte. Las hojas de los cipreses brillan con una humedad mortal, hay que tener un buen objetivo para captarlo, es muy sutil la diferencia entre el rocío de la vida y el que la muerte infecta.
Es todo tan lógico, es todo tan coherente con ellos...
Responden a la muerte con una agonía que no los acaba de dejar morir, no sonríen. Como yo.
Está bien no sonreír, porque sonreír duele cuando te espera acto seguido un lamento. Es morir dos veces.
—Aún no ha llegado mi hora, me quedan cuerdas por romper; pero si queréis las corto yo. Sois buena gente.
—No lo hagas, no queremos más muerte. Si quieres hacernos un favor, muere lejos, donde no podamos usarte de alimento. No es por despreciar, entiéndenos. Pero nos harás más felices si nos cortas. Tú sigue viviendo y si un día puedes, tálanos y arranca las raíces. Si dejaras un tocón seríamos capaces de crecer de nuevo. No es por despreciar, tú también eres un buen tío; pero ya es mucho tiempo; nuestra vida-muerte es tan pesada...
—Ha nevado ¿no tenéis frío?
—No sentimos nada ya, nos da igual la nieve o el sol. Sólo queremos un viento fuerte que nos arranque. ¿Podrías soplar? ¿Conoces el cuento del lobo y los tres cerditos? Somos más, pero valga como ejemplo, como pauta a seguir.
No les contesto, reviso la fotografía, cierro el objetivo mientras otra cuerda se me ha partido y camino con la pierna entumecida por la inmovilidad hacia algún sitio que sé; pero no quiero nombrar. Ella no está.
Yo también tengo mi propio cementerio, y no puedo salir de él.
No tengo piñas de ciprés que llorar, sólo lágrimas que ni siquiera me dan un alivio de frescor en el rostro.
—Adiós compañeros.
—Adiós, amigo. Trae un hacha la próxima vez.
—Ok.




Iconoclasta
201003191952

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