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27 de junio de 2009

La rabia

Si os arrancara el corazón, si os viera sufrir hasta que de vuestros lacrimales manara la sangre, mi dolor de cabeza desaparecería.
Vuestro dolor es mi analgésico.
Sois un tumor que pulsa tras mis ojos, os odio por el solo hecho de que existís, de que respiráis. Habláis y me rozáis. Necesito que muráis para poder tener espacio.
Y yo tengo que respirar las miserias y porquería que dejáis flotando en el aire, cosas que vuestros pulmones idiotas expulsan. Infecciones de imbecilidad. Lerdos, idiotas, tarados...
No soy un amante de hermosos y edificantes power-points.
No creo en la felicidad que respiro y que no sé aprovechar. Sólo sé que estáis ahí y vuestra voluntad inculta y deficiente; vuestra imbecilidad es el punto de partida para gobernar el mundo.
Os odio porque me robáis mi espacio, no me dejáis ver más allá de vuestras chepas. Siento el asco que palpita aquí, en la nuca, un quiste que se llena segundo a segundo con pus y asco.
Y la cólera... Si no fuera por ella, no sería hombre. Si no fuera por este pene erecto y duro que podría usar para partiros en dos, haría sangrar mis cuerdas vocales deseando a gritos vuestra muerte y enfermedad.
Me tiraré a Negranoche ante vosotros, ante vuestros hijos lameré su sexo, os dedicaré la Gran Follada como vosotros me dedicáis cada día de mi existencia vuestra Gran Idiotez. Y ella me llamará cabrón entre suspiros de éxtasis y lujuria, posando sus manos en mi cabeza obligándome a respirar a través de su coño. Cogerá mi rabo enhiesto y me masturbará como a un semental, y lloverá mi semen sobre vuestros ojos vacuos, vuestros ojos idiotas. Vuestros ojos envidiosos.
La ira... Si vosotros sois mi cáncer, mi cólera es la quimioterapia. La que me provoca un doloroso vómito de restos amarillos y rojos.
Os detesto hasta lo más hondo, hasta los mismísimos testículos. Odio vuestras creencias y vuestro civismo. Siento asco de saber que os reproducís en cualquier lugar, en cualquier momento. Jodería a todas las mujeres del mundo, las embarazaría para crear mi propia especie. Os impediría vuestra reproducción. Os esterilizaría a patadas, a golpes, a esputos.
Pagaríais de alguna forma la interferencia que provocáis en mi mente, en mi voluntad. En mi andar por el planeta.
Esta ira es venenosa, es peligrosa. Os golpearía con los miembros amputados de vuestras madres, con la piel de vuestros padres haría un látigo y con los huesos de vuestros hijos, cuchillos para arrancaros la piel a tiras.
Lo tengo todo pensado: mataré focas a patadas, ballenas a hachazos, partiré en dos a los sonrientes delfines y a un cachorro de tigre blanco quemaré vivo. Seres inocentes desmembraré sólo por el placer de ver vuestros infectos ojos entrecerrarse ante el horror de la rabia desatada.
¿Podéis entender la horripilancia de la ira que pulsa en el cuerpo y el cerebro? Porque alma no hay, es todo rabia.
Soy una pesadilla que ha tomado vida, soy un canto a la liberadora ira. Teñiré el arco iris de una gama de rojos hemoglobínicos que hasta los dioses sentirán rechazo al verlo. Iluminaré vuestro mierdoso cielo con la sangre, con vuestra sangre, con la de ellos.
Con mi orina marcando territorio.
Es tarde para la bondad y los buenos presagios, es tarde para evitar que el filo del cuchillo se hunda más de lo aconsejable en la fina piel de mi antebrazo y libere algo de presión. El tejido de las arterias es tan sutil... Y sin embargo me pregunto como puede contener esta presión sanguínea que envía mi corazón podrido. Nací para acumular ira, mi genética está basada en la rabia que contengo.
Gotea la sangre sobre mi perro blanco que la lame en el suelo con glotonería.
Su pelaje níveo adquiere el dramatismo de la tragedia. Lo hace especial. La ira nos hace especiales a todos los seres. Todos los seres rabiamos en la oscuridad cuando nadie nos ve.
Gotea la sangre sobre los pechos de Negranoche, derramo mi sangre entre sus muslos calientes y húmedos. Soy el perro que lame su coño con fruición.
El cenicero es vuestra boca abierta. Envío cartas de amor y sexo a Negranoche, paso los sellos por vuestras lenguas ensangrentadas.
La ira... Saber, imaginar, soñar que estáis muertos, que sufrís, que penáis, que os duele hasta el aura que os rodea y que la paranoia de la ira desatada os hace llorar sangre, es lo único que serena mi ánimo.
Ya estoy más tranquilo, te amo mi vida. Ya no están, los he matado. Te regalo el mundo.
Llego ante ti cubierto de sangre ajena: ha habido un baño de sangre. Y te deseo tanto, que te brindo la extinción de la chusma para que nada ni nadie pueda distraerme de ti.
Te brindo mi vena sajada, te brindo mi cuerpo abierto en canal si así lo quieres. Pero no me dejes entre ellos.
Tengo un cáncer que no me mata, que no se cura, que late. Un eterno embarazo de tejido ponzoñoso que lo mantiene vivo: la imbecilidad de La Tierra.
Yo sólo quiero enseñarte la flor que abre sus pétalos y lanza al mundo sus lágrimas: el rocío de la oscuridad y la soledad. Una sola flor, o al menos la oportunidad de cogerla, saber que hay una.
Pero la pisan, mi amor.
La pisarían si la hubiera.
Ni llorar la dejan.
Quisiera ver una estrella y soñar que estás allí. Son cosas sencillas.
No me dejan Negranoche. Un imbécil con su moto rompe la magia del momento en la sucia noche de la ciudad. La tos de un hombre-marrano que llega desde las paredes me roba las ideas. Las convierte en ira. Sueño que meto en su boca vidrios rotos y le obligo a masticarlos.
Sólo la ira me mantiene vivo, sólo la rabia mantiene en jaque la mediocridad que me roba ideas, que me arrebata la sonrisa y la paz.
Ya no me duele la cabeza, tu sonrisa tierna amansa a las fieras. Ojalá pudiera hacerte responsable de hacer de mí un manso; pero es el dolor de los ajenos lo que me infunde paz. Son los sueños de sangre y destrucción los que me hacen llegar a ti como un caballero que ha combatido contra la innombrable bestia del reino.
Estoy fuera de lugar, Negranoche.
No es mi tiempo, no lo pedí.
¿Se me puede reprochar que mi ira pueda ser la causa de dolor y penuria en el mundo? No se puede ir contra la naturaleza, se me debe aceptar, como yo acepto a los idiotas sin arrancarles los ojos.
Te brindo el hambre y la enfermedad. Te brindo la pasión más pútrida, la que sale de lo más oscuro de mí, como una muestra de absoluta pertenencia a tu mirada líquida y serena.
Tú que me miras con la sonrisa tierna de quien disfruta con las travesuras de un niño. Yo que te miro con las escleróticas vidriosas, con los labios sangrando de morderlos, con la brasa del cigarro calcinando la piel de entre mis dedos.
Así no hay quien folle: tú ríes y yo sangro.
Follemos. Jodamos encima de los muertos, encima de los vivos vacíos. Quiero que grites como una zorra sobre los ancianos y los enfermos cuando la sientas tan dentro de ti que tengas que sujetar tu vientre deseado.
Cualquier cosa que nos haga distintos a ellos.
Tengo un cáncer, y es la humanidad.
Y mi quimioterapia es la ira.
Tú, Negranoche, la alucinación de un terminal hasta las cejas de morfina.
Que se pudran.


Iconoclasta

8 de junio de 2009

Secretos

Tengo una cantidad tan grande de secretos que la sangre se me espesa y el corazón late lento y potente.
Fuerte y cruel.
Secretos que ya no conseguirán acelerarlo. Estoy tan lleno de ellos, que se ralentiza el ritmo cardíaco cuando un secreto arranca una mentira a mis labios.
Tengo un secreto: soy frío y calculador.
Malo...
Y no me importa. Sonrío ante algunos de mis secretos con buen humor. Con cierto orgullo.
En un mundo lleno de buena gente, yo soy lo amoral; sin mí no habría forma de medir la virtud y la indecencia. Soy necesario para que otros puedan llamarse buenos.
Sin mis secretos la vida es clara y sencilla, honrada.
Podría ser bueno, podría tener algo de decencia por el mismo esfuerzo; incluso mejoraría mi sistema vascular. Pero quiero a la otra, y mi sangre se lanza directa a mi pene al evocar a la que deseo.
Fumo mucho, y eso tampoco ayuda a que mi sangre sea más clara y mis secretos menos hirientes.
Tengo un secreto: la lujuria salvaje me hace más hombre.
La certeza absoluta de que liberando uno de mis secretos haría tanto daño a la que no quiero, me otorga un poder divino.
Ergo soy un dios con su cristiana sangre preñada de veneno con la que quisiera haceros compartir una santa eucaristía.
Tengo un secreto: creo en Dios como el cabrón que me jode cada vez que puede. Moriré con una navaja en la mano para degollarlo cuando lo tenga ante mí.
“¿Me has dado a una mujer que no quiero y a la que amo la has llevado a otro confín del universo, hijo de puta divino?”.
Tengo un secreto: mis blasfemias son inconfesables. Aterran al expresarse en voz alta. Como un conjuro maldito.
Secretos... ¿No son frustraciones los secretos? Cosas que deseamos y que nos dan vergüenza.
Algo de asco.
La sangre se espesa y cuando me sumerjo en mi propio torrente sanguíneo siento la presión del fracaso. De no amar a la que comparte mi cama.
No me importa, no siento remordimientos. Amo a la otra y el amor excluye al mismísimo hijo que tengo.
Tengo un secreto: quiero más a la otra que a mi hijo.
Tengo un secreto: soy una bestia impúdica.
Mi sangre se espesa cuando la sonrío. Un latido, un solo latido potente para bombear el deseo en el plasma-lava que es mi sangre ponzoñosa. Mi corazón es un pistón vertical, como mi miembro penetrando a la otra.
Dentro y fuera, dentro y fuera, dentro y fuera...
Me masturbo acostado al lado de la que no quiero pensando en la que amo y deseo. Mi leche es espesa como la sangre.
Toda mi vida es densa, mis secretos son brea pura que se llevan la piel al arrancarlos. Piel de otros.
Secretos... ¿Cómo no avergonzarse de ello?
Si sintiera vergüenza de ellos, no sería tan cerdo.
La beso cada día sin cariño, por inercia, porque es así la mediocre vida. No la quiero y guardo el secreto. Sin piedad.
Si ella supiera mis secretos... Qué daño más innecesario, que dolor más gratuito.
Ojalá yo la amara como ella me ama a mí. No tendría una sangre tan espesa, un corazón tan frío y eficiente bombeando veneno puro.
Comería más verdura, relajaría más mi mente, adelgazaría y me pondría crema hidratante en el rostro, como todo hombre sensible que cuida de sí y de los suyos. Precioso.
A mí me gusta la carne y la piel curtida.
Yo no quiero a los míos, ya no son míos. Son un accidente, algo que he de soportar.
Amo a la otra, a la que no tengo, a la que está tan lejos que hago responsable de mi ansia a la zorra que duerme a mi lado.
Mi secreto: ella no tiene peso para mí, sólo la sonrío por que aún me queda algo de cortesía. Porque esta puta vida me ha enseñado a ser cabrón. A guardar y atesorar secretos como el alquitrán del cigarrillo que se acumula en las arterias.
Y sonrío de verdad cuando ella dice: “Ya no me quieres ¿verdad?”
Un secreto y la miento: “Sí que te quiero”.
Y una mierda.
Tengo más secretos: soy un hijo de puta sin corazón. La jodo pensando que es la otra, sin pudor alguno en mi mente. Cuando clavo mis dedos en sus pezones, son los de la otra los que siento, la castigo por no ser la amada y a pesar de ello, siento las contracciones salvajes de su coño expandirse por sus tejidos reverberando en los míos.
Pero quisiera que llegara a la otra, que mi gruñido de placer lanzara saliva y semen en la piel que amo. No en la de ésta que un día amé. Un día que ya no cuenta, un día que ya no pesa porque es la otra la que ocupa mi mente toda.
Secretos... Los secretos espesan la sangre que corre lenta por unas venas gordas e hinchadas. Los secretos son un veneno contenido, un compuesto que he de controlar para no envenenarla. Ya sufre bastante sabiendo en su ego más profundo que no soy de ella.
Secretos... Ninguna confesión podría absolverme de mi traición, porque algunos secretos, se los cuento a la que amo.
Tengo un secreto: ella disfruta sabiendo de ellos. La que amo goza con mi maldad nata. Con mi ponzoña que la hace grande en mi vida.
Importante.
Necesaria.
Tengo un secreto: la he visto masturbarse cuando le digo que me la follo en el cuerpo de mi esposa. Desea sentir entre sus muslos el calor de mi sangre espesa. El bombeo de mi corazón vertical. De mi pistón.
La que amo se siente única ante mis secretos a ella le desvelo alguno para excitarla. Para que sepa lo que se pierde. La amo y la jodo, la condenaría a gemir hasta desfallecer de tanto que la deseo.
A la otra no, a la que duerme a mi lado cada día, la jodo por una cuestión hormonal.
¿He dicho que soy un poco cerdo? Me importa poco. Son mis secretos, tengo derecho a tenerlos. Puedo adulterar mi puta sangre como me de la gana.
Tengo un secreto: no estoy loco, no puedo alegar locura. Soy sólo un hombre amoral que disfruta siéndolo.
— ¿Puedo añadir una tarjeta al paquete del regalo?
— Por supuesto. ¿A qué se debe el obsequio?
—A nuestro aniversario de boda.
La mujer puso encima del mostrador del mostrador una tarjeta en la que había un dibujo de dos manos entrelazadas donde resaltaban las alianzas.
El hombre escribió:
“Feliz aniversario, Cris.
Mi querida esposa a la que no amo.”
La dependienta no pudo evitar leer la dedicatoria y miró al hombre asombrada.
— A veces se me escapan los secretos —respondió el hombre cogiendo la tarjeta de sus manos. — Hay tantos...
La rompió sin pasión, como un pequeño error.
-No. Es igual, mejor sin tarjeta. Los secretos jamás deberían ser contados.
Tengo un secreto: mi sangre corre espesa, como mi pensamiento.
Tengo un secreto: jodo a la que no amo.
Tengo un secreto: mi sangre es mierda, como mi vida.
Tengo un secreto: he roto su regalo de aniversario, que se joda.
Tengo un secreto: soy amoral y divino.


Iconoclasta

2 de junio de 2009

Una ráfaga de ternura

Hay un aire que trae besos tiernos, ráfagas de caricias sutiles que confortan la piel y pintan mi aura de un azul intenso.
Es el tiempo de amar, el tiempo de la bondad y la ternura.
El cielo esplende iluminado por su sonrisa. Es la luz que alumbra un universo gris.
Marca mis estaciones, mis fríos y escalofríos, mis calores y ardores. Mi otoño seco y gris en la aterradora distancia que me condena sin ella.
Y crea primaveras y deshielos.
No siempre es el momento de hundir mis dedos en su voraz y húmedo sexo mordiendo mis labios hasta hacerlos sangrar, reteniendo la bestialidad de un deseo.
Hoy mi mirada es líquida, sus besos son agua de rosas y no quiero más que cerrar los ojos y decir que es la cosa más bonita del mundo.
Porque ese aire que sus labios mueve y corre lleno de besos, es un bálsamo que me unta de serenidad todo el cuerpo y el alma si la tuviera; porque es de ella.
Un momento de paz.
Gracias...
Mentira, no le agradezco nada. Miento como un cabrón.
Mi intención es besarla como un poseso, devorar la boca de la que marca el ritmo de mis emociones. Es lo único que puedo permitirme con voluntad propia. Morder sus labios carnales hasta que mi puto miembro reviente por ella. Hasta que mis venas se inflamen ante los rayos de su amor y un deseo descontrolado.
Hoy no.
Hoy no huelo su coño como un animal en celo. Hoy no soy el pene que hiere y rasga el amor e insulta a Dios en las alturas.
Hoy soy dulce, debo serlo porque el aire trae la ternura y besos a los que es imposible no cerrar los ojos y abandonarse.
Hoy no soy hombre, soy un rumiante de vacua mirada. He perdido todo asomo de humanidad, de mi animalidad cultivada con tesón; por una ráfaga de aire de su boca fresca. No quiero ser más que un manso entre sus brazos.
A veces me doy asco cuando la miro con el deseo de penetrar todo su cuerpo. A veces me siento un pornógrafo de todo ese amor que me regala y al que a duras penas puedo responder con una torcida sonrisa.
Hoy no es el momento de vomitar.
Que no se fíe, que no se acerque creyendo que la bestia duerme.
Sonríe traviesa... No quiere que la bestia duerma, sólo juega con ella.
Bella maldita...
Sonríe como una mujer-niña que me conoce, que se conoce. Que usa cuerpo y mente como un ser perfecto. Un milagro de la evolución en un planeta lleno de especies erróneas, innecesarias.
Y mi pene se expande, se endurece hasta el dolor, hasta presionar la mismísima boca de la cordura y desencajar sus mandíbulas.
No alardeo, es que no puedo dominar el amor ni este trozo de carne que palpita entre mis piernas como un corazón más.
Una sonrisa por favor, unos besos de mariposa en la nariz, y conseguirá que me rinda otra vez.
Ella dicta el tiempo y la atmósfera. Su atmósfera, la que me envuelve. Me enloquece, me hace libre y esclavo, poderoso y derrotado.
Los seres superiores no entienden el tormento que representa para un vulgar amarlos. No entienden que es imposible soportar su mirada dulce y sus labios brillantes sin desear lamer sin asomo alguno de ternura su piel toda. Su coño...
Su coño bendito y de puta.
Me masturbaría ante ella, ante su mirada tierna, como un anormal, como un sátiro, como alguien que no sabe bien qué hacer con ella.
Ni todo es sexo, ni todo es amor... Qué fácil y que sencilla es la ambigüedad de los idiotas.
Me debato entre el amor y el sexo y es imposible extirpar lo indecente de lo decente, lo carnal de lo espiritual sin que salga seriamente dañado mi cerebro.
¿O tal vez está dañado? ¿Cómo puede sonreír a un hombre de tan peligrosa y rota mente?
Peligrosa para sí mismo, porque hasta las cucarachas y las ratas saben que existo para ser su placer y su deseo. Para ser su pelele, su consolador. Para musitar confidencias de amante en su oído.
Hoy no es tiempo de follar, es tiempo de llegar a su alma. Ella dicta el momento con una bella sonrisa, sin ser consciente de que es cruel en su devastador poder.
Me llena de paz y me anula.
A veces cierro el puño en la navaja de afeitar y aprieto con fuerza. Es obsceno el filo que se hunde en la carne con un dolor que es un escalofrío que penetra en los huesos. La sangre se espesa con el calor de mi piel, cálida como la carne húmeda de entre sus piernas.
Densa como mi baba recorriendo su piel.
Y el puño ensangrentado es lo más parecido a su coño que he podido encontrar en este sucio planeta al que estoy condenado.
Son cosas que uno piensa cuando está solo. Cuando me encuentro terriblemente solo y alejado de ti.
Indecentemente lejana, mi bella diosa.
No soy peligroso para nadie más que para mí.
Pero soy ofensivo, soy blasfemo y de la misma manera que sacudo la sangre de mi mano ensangrentada al mundo, también le escupo mi semen preñado de deseos, mi caldo de lujuria y bestialidad.
Y es triste que se estrelle contra el suelo, es triste que se evapore. Quiero escupirlo en su piel, entre sus muslos, en su sonrisa magna y su sexo expuesto, abierto e indefenso a mí.
Hoy es día de besos y una sonrisa, de unas manos que se estrechan. Ella dicta que es tiempo para la ternura.
Tengo miedo de no poder obedecerla, de caer en rebeldía ante mi diosa.
Es un momento para que la bestia no despierte, no presione contra la tela de los calzoncillos y me regale ese momento de serenidad, siquiera un instante para la paz.
Sólo ella sabe dominar y aplacar a la bestia, a lo carnal de mí.
Pero que no se fíe.
No te fíes mi bella diosa, no siempre podré ser tierno, no siempre tu sonrisa me sumirá en la paz.
No siempre podré ser dulce cuando todo mi ser se agita ante tu recuerdo, ante tu presencia.
Es tan difícil ser hombre y controlarse ante ti...
Que tu sonrisa me de paz, necesito una tregua.
Te beso con ternura desde el abismo, aferrado a mi pene, preciosa.
No puedo hacer otra cosa.
Y ríes...


Iconoclasta

19 de mayo de 2009

Soy tu puta



Tengo un conjuro para ti, para derribar mi amor por ti y sólo follarte.
Recita mi hechizo: Soy puta.
No quiero que me ames, no quiero amarte. Eres una sima tan profunda que me agotaría intentado amar todo lo que hay en ti.
Sabes de mi escasa capacidad para entender, soy un hombre tan simple que obedezco a instintos primarios.
Dilo: Soy puta, soy tu puta.
Y yo te daré un billete, pagaré mi placer, pero no dejes que me hunda en tu pensamiento poderoso.
¿No lo entiendes? Te parieron para que cada fibra de tu ser fuera amada. No tengo tiempo para tan magna obra.
Dime al oído: Soy tu puta.
Y separa las piernas y deja que tu sexo sea mi único objetivo a conseguir.
Soy peligroso, mi puta. Corres peligro ante mi brutalidad y simpleza, temo desear meterme en tu corazón en lugar de penetrar tu coño. Te podría hacer daño, cielo. ¿No te das cuenta, puta? Los hombres no lloran, no los de mi estirpe. Nosotros cazamos y follamos, no queremos amar. Queremos clavar nuestras uñas en tu piel y embestirte a cuatro patas. Como perros en celo.
¿Por qué hay esa profundidad insondable en tus ojos de hembra? Cuando sonríes todo gira vertiginosamente. Y mis ojos lerdos bucean en los tuyos sin poder encontrar de dónde viene esa luz.
Toma, puta. Coge los cincuenta euros y traga.
Joder...
Este vertiginoso amor no es bueno para mi virilidad. Cuando me mareo así, pierdo el norte y no me encuentro el pene. Ni siquiera lo necesito.
Con lo duro que está... Necesito tus dedos estrangulándolo.
Me duele de dura que me la pones, mi puta.
Tu boca...
Me duele el alma de agua que me haces por dentro.
Como un ser extraño, me conformo con arrancarte una sonrisa, que me hables de la existencia de cosas que desconozco. Que ilumines mi cerebro primitivo.
Los hombres no arrancan sonrisas, arrancan gemidos. Se llevan a la boca los pezones duros de la mujer y meten la mano brutalmente en tu sexo para mojarse de placer. Yo cazo, yo follo, yo no amo.
Yo no lloro, ni me meso los cabellos esperando el momento de encontrarme contigo.
Tú no lo entiendes porque eres demasiado inteligente, mi puta.
Dime al oído: Soy tu puta.
Y acepta mi billete.
Eres mi puta y me la chupas...
¡Coño! Con lo fácil que podría ser, y me enamoras como un cabrón desquiciado convirtiendo al hombre en un títere de hilos enredados.
No lo hagas, mi puta. Abre tus piernas, conduce mi cabeza a tu coño y oblígame a lamer como un perro en celo.
Desliza gemidos obscenos a través de esos labios que deseo con toda mi polla. Con toda mi alma, mi pequeña y triste alma.
Porque es lo único pequeño que tengo, el alma y el cerebro.
Dilo: Soy tu puta.
Por favor, no me obligues a amarte tanto. Duele más que mi pene eternamente endurecido.
Soy un fenómeno sacrílego de la moralidad.
Eres mi puta, eres mi puta...
Un collar de cuero negro ceñido a tu garganta y mi mano sujetando la cadena de él prendida. Eres mi puta, mi esclava.
Dímelo, hazme creer que no es de mi cuello donde pende la cadena que sujeta tu mano.
Tu mano de puta.
Dilo: Soy tu puta.
Y yo me masturbaré, me acariciaré hasta que me sangre el glande y de entre tus labios asome tu lengua de ramera.
Por favor, por mi orgullo, no dejes que te ame. Deja que te pague, deja que te folle y cierra esos malditos ojos que me derrotan.
Y no sonrías, y no seas tú, y no me toques, y no hables si no has de decir: Soy tu puta.
Es tan duro amarte, tan difícil...
Eres mi puta.
Y yo un pobre imbécil.


Iconoclasta

8 de mayo de 2009

666 en Ciudad Juárez


No existe mejor sitio para matar, despedazar y exterminar, donde el asesinato, la cobardía y la falta de cerebro en los primates es algo común y cotidiano.
Una de las abundantes ciudades que cumplen estas expectativas, es Ciudad Juárez.
Aquí me puedo mover con total impunidad (tranquilidad) y nadie se extraña cuando los muertos se pudren por docenas en cualquiera de esos barrios pobres construidos encima del polvo.
Matar a doce primates en un lugar como éste, se hace más rápido de lo que tarda el sol en prolongar veinticinco centímetros la sombra de la cruz de Jesucristo el loco.
A veces tardo más llevado por la concentración y el sufrimiento de los monos.
Lo verdaderamente hermoso de estos lugares, es que aunque sus gentes estén habituadas al dolor y a la constante del miedo, cuando los matas sufren como cualquier otro primate o incluso más. Esta tierra ardiente, también les da un calor extraño a sus pasiones y amplifica dolores y penas. Pero no las alegrías.
Se mortifican en su agonía pensando que no es justo que tan mal vivir, acabe con una muerte tan cruel y dolorosa.
Mueren pensando que la vida es una mierda.
A veces los primates tenéis algún arranque de sabiduría.
Cuanto más se acerca uno a la frontera con Estados Unidos, los barrios de Ciudad Juárez degeneran y las casas se convierten en módulos prefabricados y barracones con techo metálico que alguna grúa ha dejado caer por accidente en mitad de un barrizal. El asfalto se convierte en polvo y las casas se distancian cada vez más unas de otras para dejar espacio a la basura, la mierda y los escondrijos de droga.
No es difícil pasar las ruedas de mi Aston Martin por el cadáver de una cría de primate.
—Detén el coche, mi Señor, quiero sus ojos.
Hemos pasado por encima de un primate de unos doce años con la espalda manchada de sangre, por el retrovisor puedo ver las piernas destrozadas por los neumáticos de mi excelente coche. De cualquier forma, no ha debido sentir dolor por haberle aplastado la patas, seguramente está muerto o insensible con la espina dorsal deshecha por el balazo.
A los niños los matan como aviso a sus padres, que en su mayor parte se dedican a trapichear con las drogas de los capos, para que entiendan que han de seguir trabajando para ellos sin robarles un solo centavo. No hay mayor muestra de crueldad que matar a un hijo. Los primates os escudáis en vuestra descendencia y los muertos para justificar la cobardía y el abuso a otros.
Yo mato cachorros de primates a menudo, aunque me parece bastante aburrido. Mueren enseguida y sin gritar demasiado. A medida que los primates crecen, se hacen más miedosos y su capacidad para soportar el dolor mengua.
La Dama Oscura se lleva la mano entre las piernas y saca de ahí (como me gusta pensar que de su coño) un puñal de doble filo. Afilado como un estilete.
Por el espejo retrovisor veo su culo. La falda cortísima se la ha subido y sé que no lleva bragas, porque ha dejado una mancha oscura en la tapicería del asiento.
Siempre está caliente, penetrable, follable, violable...
El calor es insoportable y forma una atmósfera densa como la mantequilla. Los olores a mala comida y excrementos de la única calle de este poblado lo empeora todo. Aún así, he bajado las ventanillas del coche y apagado el climatizador.
Llegado el momento de mi gozo, me gusta sudar, me da un aire más patológico.
Cuando los párpados se me escaldan, mi visión vira al rojo, la ira se desata con rapidez y mi odio llega a matar con sólo aproximarme a mi presa.
Mi Dama Oscura arrastra el cadáver del pequeño y lo cuelga de la puerta del coche, doblado en el vano de la ventanilla. Sus largos cabellos sucios se apoyan en la blanca tapicería y siento deseos de arrancar esos repugnantes pelos de su muerta cabeza y follarme a la Dama Oscura frente al inmóvil primate. —¿Quieres su alma? —me pregunta mirándome intensamente, con expectación.
Elevo la cabeza de la cría de primate cogiendo sus cabellos y uno mi boca a sus labios muertos, siento el aliento de la podredumbre invadir mis correosos pulmones. Las vísceras han comenzado a descomponerse, es la muerte pura.
Su alma aún está perdida, no acaba de asimilar la muerte del cuerpo y sigue ahí, como el cachorro que se hace un ovillo junto a su madre muerta. Está perdida, su alma está asustada, lo siento gritar, y a medida que me trago su alma, siento su miedo entrar como un torrente en mi ser.
-Soy Dios —siseo con el pene dolorosamente erecto.
Cuando acabo con él y lanzo la carcasa hacia la calle, la Dama Oscura le extirpa sus vulgares y mediocres ojos pardos y me los muestra en la palma de su mano.
—Para sus padres. Están ahí, escondidos en algún lugar.
Con toda probabilidad, el macho y la hembra están vivos. Los primates cuanto más pobres más se reproducen; por lo tanto es de suponer que tengan más hijos. En muchas civilizaciones simplonas, tener muchos hijos hace del macho un reproductor digno de admirar y suelen exhibir a su hembra preñada por sus territorios.
Cuando una familia se queda sin hijos, los sicarios de los señores de la droga, decapitan al matrimonio y exponen sus cabezas durante unos días en la puerta de su casa.
El sol cae tan vertical que ni siquiera los perros que se meten bajo el suelo de los barracones, nos ladran. Desde que hemos dejado el cadáver, hemos recorrido ochocientos metros lentamente, haciéndonos ver y oír. Dos cadáveres de adultos machos, se encontraban a pocos metros el uno del otro.
Los pezones de la Dama Oscura se marcan rotundos contra la sutil tela de seda de la blusa rosa pálido de Versace, que contrasta gozosamente con su minifalda negra.
Por su escote bajan gotas de sudor en las que empapo mis dedos. Cuando oprimo su pecho, ella lleva la mano a mis genitales y todo es fuego.
Ha separado sus piernas, sus muslos están brillantes de humedad, y sangre. Se ha tocado con los dedos manchados.
En su puño, derecho mantiene los ojos infantiles ciegos a pesar de estar tremendamente abiertos.
Son las dos y media de la tarde y cuando paro el motor del coche, se extiende por todo el poblado un silencio sepulcral. Una vez los oídos se han acostumbrado, se capta la actividad en las casas: televisores, gritos, murmullos, peleas.
De una casa se escuchan los llantos de una hembra, la madre del primate. El padre calla, seguramente colocado con la mercancía con la que trapichea en la ciudad; coca, mescalina... Hay demasiados cactus de peyote en este árido poblado.
—¡Miguel deja de beber, cabrón! Nuestro hijo está ahí fuera pudriéndose.
—¡Calla Juanita! Preocúpate de Sara, la vas a despertar; ándale puta. ¿No sabes que Don Senén no deja retirar los cuerpos hasta el anochecer? Matarían a Sarita también si nos traemos a Julito.
—¡Cobarde chingón!
Lo bueno de estos primates es que sus conversaciones, son cortas y así tanta deficiencia mental, no se llega a hacer pesada. Cuando descuartizas a un intelectual, no calla ni bajo el agua; encuentra cientos de razones convincentes para él por las que seguir viviendo.
Estamos frente a la puerta de la casa y siento que nos vigilan desde las ventanas de la casas vecinas: he escuchado cerraduras girar para asegurar la puerta y algunos televisores han bajado su volumen. Los miserables están muy cerca de parecer animales y conservan sus instintos casi como lo tenían antes de evolucionar. Si hubiéramos sido unos vulgares primates de turistas, nos habrían robado el coche y secuestrado, tal vez lo intenten. Siempre hay algún mono que destaca por ser más tarado que otros.
Clavado entre los omoplatos, siento el metal del puñal latir por salir y cortar carne de mono. En la sobaquera, bajo la americana de lino beige, pesa con orgullo una Desert Eagle Mark XIX, 44 magnum. Es excesivo este calibre para los disparos que buscan intimidar o inmovilizar, puesto que causa hemorragias masivas, muy intensas y arranca importantes trozos de carne y hueso.
Si se me acabaran las balas, les arrancaré la vida a mordiscos.
Los idiotas, pobres y cobardes jamás se ayudan entre sí, será raro que alguien intente ayudarlos mientras los destrozamos. Piensan que somos los importantes amigos del capo del cártel local.
La Dama Oscura se ha abierto la camisa arrancando los botones y sus pechos asoman libres y enhiestos, musculosos... Bajo la cabeza hasta coger un pezón entre los dientes y lo amenazo con una presión contenida. Ella cierra los ojos y separa las piernas llevándose un dedo a la raja; si le arrancara este duro pezón, se correría ante mí con el seno manando sangre.
Entraría en esa repugnante madriguera de primates con ella clavada en mí.
Estoy tan caliente que le reventaría todos los agujeros de su puto y deseado cuerpo.
Es hora de matar y morir. Del grito que rasgue esta cortina de calor ponzoñoso. No es uno de los lugares más peligrosos del mundo, hoy será el más doloroso y temeroso.
De una patada abro la puerta y el primer disparo va directo a la cama donde duerme Sarita. Cuando recibe el impacto de la bala, la primate de unos cuatro o cinco años, se golpea contra la pared a la vez que sus brazos se elevan como los de una muñeca rota. La sangre ha dibujado una mancha con forma de cresta de gallina en la sucia pared. De su desnuda espalda asoma un trozo de columna vertebral rota.
—Vamos güey. Es hora de morir. Y chingarse a la Juani. ¿Cómo lo ves?
Aún está mirando mi cañón humeante y no creo que haya asimilado mis palabras. Estoy ante él, lo suficientemente cerca para que su borracha nariz capte mi olor corporal a carne en descomposición. Cuando intenta reaccionar ya es tarde, y le he clavado el puñal por debajo de la axila izquierda, justo entre dos costillas. He atravesado el pulmón y hace ruido a fuelle roto al respirar.
Por supuesto no puede lanzar grandes gritos, sólo una aguada sangre comienza a manar de su hocico y boca. Su torso esquelético se hunde desmesuradamente para captar un aire que no le da consuelo.
La Juanita no ha gritado, la Dama Oscura la mantiene amordazada con su mano y ha clavado su fino puñal bajo la teta izquierda. En su blusa blanca y sucia, se extiende lentamente un manchurrón de sangre.
Lamería esa sangre que mana por la morena piel de la primate. La Dama Oscura obliga a coger a la Juani los ojos de su hijo y al verlos intenta zafarse de la presa. La Dama Oscura lleva el puñal al sexo.
—¿Te apetece este consolador? Si te sigues moviendo, te lo meteré para que te folles con él.
El primate no hace ni caso. Un macho de su edad, normalmente aguanta mejor el tipo ante estas heridas, pero Miguel no debe ser un hombre fuerte ni muy sano. Le doy un manotazo al mango del cuchillo que se mantiene firme contra su piel y cae al suelo hecho un guiñapo, haciendo ruido al intentar coger más aire. Error, cuanto más fuerza el pulmón, más se llena de sangre.
—No me he quedado ni con un peso de la mercancía de Don Senén, se lo juro, señor.
—A mí eso me da igual, lo que quiero es hacer una obra de arte con vosotros. Dicen que este es un mal lugar para vivir. Que convivís tanto con la muerte, y sois tan violentos, que no hay nada parecido en todo el planeta. Mentira, puedo hacer que empeore.
Le desclavo el cuchillo sin ningún cuidado, corto el pantalón por la cinturilla y como no se está quieto, le hago un profundo corte en la cresta ilíaca, no me gusta el roce del filo con el hueso. Me da dentera, soy un dios delicado.
Si no fuera por el humor...
Como es normal, no lleva calzoncillos, lo agarro por los genitales y lo obligo a ponerse en pie.
—Llama a Don Senén y dile que has perdido parte de su mercancía, que esta tarde no podrás acercarte a la ciudad para venderla. Y dile también, que te traiga pasta o quemas la coca que te queda.
Lo que pretendo con esto, es que los primates se acerquen a mí, y no hay nada más efectivo como el último mono de la manada, retando al jefe. Vendrá.
Le entrego mi teléfono y durante una eternidad marca los números en el teclado. La Dama Oscura, manosea el coño de la primate mirándome con una sonrisa burlona. La primate llora y parece decir el nombre de su macho en una estúpida letanía.
De su coño mana el olor a hembra preñada y es por ello que la Dama Oscura acaricia su vientre con sádica ternura.
A través de la ventana, del comedor-cocina-dormitorio-fumadero de esta choza, puedo ver al vecino de enfrente fisgar. A mí se me da bien matar con lo que sea, y si hubiera habido cuatro ventanas por en medio, le hubiera reventado la cabeza con la misma precisión.
A los pocos segundos, sale una mujer de dentro de la casa, seguida por dos jóvenes.
A la hembra le acierto en un seno y se le desintegra en el aire como un balón. A uno de los jóvenes le vuelo la cabeza y al otro le encajo una bala en la barriga; ahora un riñón cuelga por la salida de la bala. Éste y la hembra, quedan tendidos en el polvoriento suelo retorciéndose bajo el sol abrasador. Los únicos que se acercan a ellos, son los famélicos perros que lamen la sangre que mana de sus cuerpos y muerden tímidamente la carne cruda de las heridas.
Me está entrando hambre.
Los perros se pelean por la comida y sus rugidos me hacen sentir bien, se parecen a mis crueles en mi oscura y húmeda cueva.
Cojo una de las manos de Miguel, le fuerzo a que las extienda en la mesa y con la culata de la Desert, le reviento los dedos. Escupe sangre cada vez más espesa, le queda poco tiempo hasta que la hemorragia le colapse el pulmón sano. Le rompo la otra mano también asegurándome que no las podrá usar en lo poco que le queda de vida, clavo mi puñal en la mesa atravesando su pene. El glande parece una cabeza casi decapitada. Y contra todo pronóstico, ha gritado el primate; poco pero lo suficiente para que mi Dama Oscura se excite y acerque la mano para acariciar el ensangrentado pene clavado a la mesa, como si fuera un trozo de Jesucristo. El primate resopla y resopla moviendo espasmódicamente los brazos pero sin tirar de la polla, el dolor los hace inteligentes.
Me arrodillo frente a la Juani, le arranco la falda negra y las gruesas bragas de algodón. Hundo la lengua en su coño. No la noto predispuesta, así que tengo que invadir su mente. Cuando mis dientes amenazan su clítoris, el flujo empieza a manar y se olvida de la herida de su teta para gemir como una perra en celo con mi lengua hurgando su apestoso coño.
La Dama Oscura hunde el cuchillo en su vientre sin que la primate se percate, siento sus orgasmos en mi lengua. Y la sangre que baja por su monte de Venus viene a mi boca con todo su intenso sabor.
Cuando corta hacia un lado, he de apartar los intestinos de mis ojos para no perder visión. El Miguel intenta por todos los medios mantenerse en pie de puntillas para no rasgar definitiva y dolorosamente el pene tan bien fijado a la mesa. Y así, ante el dolor del macho y el enfermizo placer de su hembra, de mi pene mana tranquilo un semen espeso que provoca un círculo oscuro en mis pantalones caquis. A veces me corro con la misma tranquilidad que si me meara. Para eso soy un dios. Vosotros no lo intentéis, o simplemente os mearéis encima.
La Dama Oscura se está masturbando con la mano oculta tras las nalgas de la mona que se me está corriendo en la boca. Su respiración profunda se transmite hasta a los huesos de la mona.
Sin dejar de lamer en su coño, hundo los dedos en su vientre y encuentro el feto que arranco de un tirón.
Y ahora, es el momento en el que dejo de presionar su mente y dejo que la naturaleza siga su curso. De una patada la echamos a la calle para que el poblado se haga una idea de lo que está ocurriendo. El dolor de la Juani se extiende por toda la tierra caliente. Tropieza con sus propias tripas al bajar el escalón de la casa y cae de bruces al suelo provocando un extraño y sucio barro con la sangre.
Hago girar entre mis dedos el feto de primate y lo dejo al lado de la polla destrozada de Miguel que aún sigue pegado a ella. No parece haber prestado mucha atención a su mujer y se tambalea casi ya desmayado. Sin fuerzas para mantenerse en pie. Dentro de unos segundos, le importará muy poco lo que le queda de pene y decidirá que es mucho mejor dejarse caer y morir de una puta vez.
Pero morirá cuando yo diga y en el preciso instante que me plazca y ningún ser vivo, animal, humano o divino podrá distraer mi atención del dolor de este primate. Sufrirá lo que yo crea necesario.
Le arranco una oreja de un bocado y a pesar de que me desagrada su sabor, me la trago ante sus enloquecidos ojos.
Dos todoterrenos y una ridícula limusina blanca ruedan por la única calle del pueblo levantando una polvareda tras ellos. Salimos a la calle.
Un perro ha entrado en la casa y lame el pene destrozado de Miguel subiendo las patas delanteras sobre la mesa.
La Dama Oscura se unta con sangre el rasurado monte de Venus y yo me toco el pene distraídamente observando los vehículos avanzar.
Lo normal para una pistola de este calibre, es disparar a diez metros, pero vosotros no intentéis hacerlo a sesenta metros como yo, fallaríais.
Con ocho disparos, mato a los siete sicarios que van sentados en los furgones de los todo terreno. Cambio el cargador y ya se encuentran los vehículos a cuarenta metros.
Mato a los conductores y las lunas delanteras, se cubren de sesos y sangre.
La limusina es blindada y sólo he podido reventar los faros.
—Mi Oscura, colócate tras de mí.
Y lo hace, mete una mano en la bragueta de mi pantalón y apresa el glande amoratado de sangre, resbaladizo y mojado. Sabe que cuando me toca la polla, mi odio se acentúa hasta derretir la materia que me rodea. Ahora me masturba y mis ojos se tornan rendijas donde el odio se confunde con el placer y la muerte es mi vida, el dolor mi fin.
Deseo mataros a todos y que ni uno solo de vosotros deje de gritar hasta su último aliento.
—¡Miguelito! ¿Qué has hecho, güey? Don Senén quiere hablar contigo, sal de ahí o quemaremos la casa.
Es uno de los esclavos de Don Senén, el matón que va al lado del conductor. Cuando deja de gritar, el potente ruido del motor del Cadillac, apaga cualquier otro sonido.
—¿Eh güey? Te lo saco ahora ¿vale? Espera y te pongo al Miguel delante de las narices.
La Dama Oscura se toca obscenamente frente al matón mientras entro de nuevo en la casa.
—Ya está, Miguel. Te quedan unos segundos de vida. Saluda a ese marica de dios, no quiero tu alma apestosa.
Dicho esto, tiro de sus hombros hasta liberar su pene clavado a la mesa. Ahora entre las piernas tiene una especie de carne picada que le cuelga lastimosamente.
Lo acerco a la puerta de la casa.
—¿Quieríais esto?
El sicario me apunta muy profesional él, con las piernas separadas y bien afianzadas, con la automática sujeta con ambas manos.
Pego la cabeza del cañón a la sien de Miguel. Tras la detonación, de la cabeza del primate sólo queda colgando del cuello la mandíbula inferior.
Ya os lo he dicho: disparar con este calibre es una auténtica gozada. Da igual que disparéis a blancos, negros o asiáticos, niños, o embarazadas. Compráosla, la disfrutaréis.
Y ya como me apetece, le pego un tiro en la rodilla al pistolero de Don Senén.
Dejo caer la carcasa de Miguel fuera de la vivienda y con el cuchillo aún sucio de sangre, le corto los testículos al pistolero. Grita como un cochino.
Le he metido sus propios huevos en la boca a modo de mordaza. La Dama Oscura acaricia la herida de su entrepierna, y se unta los pechos con la sangre.
El chófer ha salido y dispara, una bala indolora se clava en mi abdomen y me da risa.
Le acierto de un balazo en la boca y dientes y huesos quedan estampados en el techo del blanco vehículo.
Lo blanco me trae siempre a la memoria la vanidad de Dios y su pretendida pureza y toda esa mierda. Los ángeles no follan porque no tienen coño ni polla, pero si por ellos fueran, se tirarían a los putos apóstoles. Los muy promiscuos...
Dios ha tapado el sol con una nube, siempre hace eso cuando los primates gritan demasiado. Cuando siente envidia de mi poder.
La Dama Oscura ha pegado su vagina a la boca del primate que está perdiendo la vida por el agujero de sus cojones. La boca rellena de testículos que intenta respirar masajea accidentalmente su vagina siempre brillante, resbaladiza, húmeda.
Don Senén es un macho de cuarenta y pocos años, viste traje de lino blanco. Oculta el rostro tras sus manos cuando abro la puerta y le apunto con el arma a la cara.
No me quedan balas.
Saco mi puñal de entre los omoplatos y lo clavo en su muslo, tiro del cuchillo y él con gritos y prisa, corre por el asiento hacia a mí.
Recupero mi cuchillo y sale un chorrito pequeño de sangre.
—¡Así, así, así...! —grita en pleno orgasmo la Dama Oscura.
Su ensangrentado monte de Venus me excita. Sus pezones hirientemente duros provocan que se deslicen dos gotas de fluido de mi glande, que se extienden por el pantalón. Da igual la humedad, sea de donde sea, es bienvenida en este lugar.
—Ándele, don Senén. Entre en nuestra casa, que tenemos que hablar de lo que vale de verdad la vida y del dolor. Pero no tengo mescalina, ni coca para amenizar la charla.
Le doy una patada en el culo y le obligo a caminar. La Dama Oscura está sudando y con el fino estilete, dibuja una amplia sonrisa en la garganta del moribundo. No se ha molestado en sacarle los cojones de la boca.
—¿Quiénes sois? ¿Os envía Alcázar? Yo os pagaré el doble, ese cabrón tiene los días contados. Una patrulla del ejército viene para acá. Y espero que estéis de mi lado cuando lleguen.
—Calla, idiota.
Le he empujado reteníendome de clavarle el puñal en la médula.
Cuando entramos en la casa de Miguel y Juani, el acre olor de la sangre se extiende por la estancia. El perro está lamiendo la sangre espesa de la pequeña Sarita.
El feto aún permanece en la mesa. Me pregunto porque, si Dios es tan perfecto, os hace pasar el mal trago de la gestación en lugar de nacer ya formados.
Le encanta que sufráis, es un hipócrita vuestro dios. Todos los dioses lo son. Sólo yo cuento verdades y no prometo nada. Margaritas a los cerdos, nunca entenderéis nada, Dios os creó idiotas.
Agarro el feto y obligo a Don Senén a tumbarse de espaldas en la mesa, dejo que aplaste el glande de Miguel con su espalda. La Dama Oscura se ha arrodillado frente a mí, ha sacado mi endurecido pene y se lo ha llevado a la boca.
Crispo los dedos de los pies de puro placer.
—A ver, Senén. ¿Cuántos de los capos habéis muerto en las últimas semanas?
—Ninguno.
—¿Y no os aburre matar siempre a estos monos?
Mi Dama produce fuertes ruidos de succión con la felación y siento que me va a estallar el pene entre sus labios.
La obligo a que se ponga en pie, la tumbo encima del pecho de Senén y la penetro furiosamente. Sus pechos se mueven frenéticos con las embestidas y sus muslos tiemblan como gelatina.
El estilete continúa en su mano, tan peligroso como su coño, como su amor por mí. Contrayendo su coño, oprimiendo mi polla dentro de ella, clava el cuchillo en la ingle de Don Senén. Es precioso el contraste de la sangre en el lino blanco. No es una sangre muy clara, así que presumiblemente ha pinchado un ganglio linfático y duele tanto que Don Senene no deja de subir su abdomen arriba y abajo para sacarse a mi Dama de encima. Y me ayuda follarla sin que lo sepa.
Si quieres que un primate haga lo que quieras, le has de proporcionar un dolor sin contemplaciones. Sólo de esa forma, puedes conseguir una total atención.
Cuando suelto mi carga de leche, la Dama Oscura se golpea el clítoris con tanta fuerza que temo que se lo rompa.
Se corre, se corre como una puta. Como una perra en celo.
Con la polla aún tiesa me acerco hasta el rostro de Don Senén.
—¡Estáis muertos, hijoputas!
Me molesta que un primate me dirija la palabra y le meto el pequeño feto en la boca. Le clavo el puñal en la glotis, cortándola con cuidado para que no se me desangre enseguida.
Ahora sus ojos se abren desmesuradamente, la Dama Oscura está clavando sus manos a la mesa con unos clavos y un martillo que se encontraba en un capazo a la entrada de la casa.
—No me jodas, Senencito, que tú eres uno de los grandes asesinos de este poblado de miserables. Que tú, primate de mierda, has sido capaz de imponer el terror entre esta piara de idiotas. Eres sólo un hombre, un mono. No deberías haber usurpado el poder de un dios —le sermoneo dirigiéndome ahora a su pies.
Le estoy tatuando 666 en la planta del pie con mi cuchillo.
No, no corro ningún peligro de que me de una patada, la Dama Oscura a encontrado clavos muy largos y se los ha clavado en ambas rótulas también.
Las piernecitas del feto asoman por entre sus labios dándole un aire lastimoso. Tanto poderío y ahora se ha convertido en un vulgar.
No necesito milagros para transformar a los hombres.
Huele a mierda. Senén se ha cagado y meado encima.
Es normal que pasen estas cosas, cuando el primate está sometido a un fuerte dolor durante cierto tiempo, pierde el control del esfínter y la próstata y así, una vida que ya de por sí es mediocre, acaba de una forma humillante. Aunque no creo que les importe mucho morirse con dignidad, de hecho, sé que no quiere morir.
Mi Dama Oscura observa mi mano cortar la piel, jadeando aún por el esfuerzo de clavar a Senén en la mesa. Es adorable y me acerco a ella para besar sus labios y hundir mi lengua en su boca. Chuparla por dentro...
Su alma me dice que quiere unirse a mí.
—Aún no, mi perra preciosa. Eres mía te parieron para mí. Mi esclava...
Se relaja, la siento feliz.
Me aburro de estar aquí, me apetece acercarme al centro de la ciudad para tomar algo fresco y subir al hotel y follarla mil veces.
Lo cierto es que es tan repetitivo matar, que empiezo a perder el interés por verlos sufrir.
Me acerco ahora al rostro bien tonifiicado y bronceado de Senén, le hago un corte continuo bordeando su cara por debajo de los maxilares hasta llegar al cabello elegantemente implantado en su frente.
De un tirón le arranco la cara, ha sido casi perfecto. Lástima que el labio superior se haya roto. Me encanta cuando gritan, ni ellos mismos saben de lo que son capaces de emitir.
Mi Dama se acerca con un salero y espolvorea el tejido ensangrentado con él.
Eso duele. Duele tanto que ha conseguido escupir el feto. Ha caído al suelo y el perro se lo come con voracidad. A veces mato perros también por puro aburrimiento y le he cortado el cuello.
Cuando empiezo una faena la acabo y nunca dejo un ser vivo que pueda ser testigo de mi sacratísima maldad. Y si apareciera una rata, le arrancaría la cabeza de un bocado.
Cuelgo el rostro del primate en el pomo de la puerta de entrada.
—Vámonos de aquí, mi Dama. Hace demasiada calor.
Me muestra el arma del matón de la limusina con una sonrisa y una mirada suplicante.
Acepto.
Abandonamos el Aston Martin en este sucio poblado y volvemos caminando al hotel, por donde hemos venido; entrando en las casas, degollando y tiroteando todo lo que sea humano, todo lo que se ha creado a imagen y semejanza de Dios. Si supiera que cada primate muerto es una herida a Dios, acabaría con toda la humanidad en un instante. Una columna de soldados está acercándose al poblado, tal y como dijo Senén.
Aquí ahora sólo huele a muerte y al coño húmedo y hambriento de mi Dama Oscura. Mi pene se encabrita... Mis dedos se hunden en su raja y ella me llama Dios.
Dejaremos que vivan los militares, sólo un tiempo más.
El ángel Sienidín, canta un aria divina bajo el ardiente sol. Sus músculos se marcan bajo la túnica blanca y sus poderosas alas se baten dulcemente. Le lanzo una patada de polvo para que se calle de una puta vez.
—¿Por qué no le llevas a Dios el rostro de su imagen y semejanza? Se llama Senén. Que se cubra su bondadoso pene con ese pellejo.
Dicen que en Ciudad Juárez hay una media de doscientos cincuenta asesinatos al mes. Gracias a nosotros, batirá records esta semana.
Aunque noventa primates tampoco es como para tirar cohetes. He hecho mejores trabajos.
Pero quedan miles, millones.
Mi odio no se calma, se calienta cada día más como el planeta, como este sucio y polvoriento suelo.
Dejadme, mi Dama Oscura me está masturbando, no quiero hablar más.
Os contaré más crueldades, más aventuras. Secretos...
Siempre sangriento: 666.


Iconoclasta

29 de abril de 2009

Máster en Sonrisa Inteligente


Es hora, mis graves alumnos, de sonreír.

¿Por qué es necesario para vosotros este Máster en Sonrisa Inteligente?

Muy sencillo, la risa se ha convertido en una necesidad social. Sonreír y ser jovial es una obligación, un requisito cuasi indispensable para ser aceptado como persona grata a grandes rasgos.

Cuando se entra en detalle, hay muy pocas personas gratas; creo que sólo los que os habéis matriculado en este máster, un servidor y alguno más que no hemos tenido la suerte de encontrar.

Y vosotros, no acabáis de hallar la razón para sonreír siempre. La Universidad de la Risa de los Seres que Guardan un Lamento en el Alma, no busca razones vanas. No formamos hipócritas, sólo os enseñamos algunos consejos básicos para poder sobrevivir en un medio que os es hostil. Sonreiréis con el pleno convencimiento de que no sois idiotas.

Os educamos en la Sonrisa Inteligente porque estáis solos y no hay nadie que os pueda ayudar.

Mis queridos tristes, vais a sonreír en muy pocas horas y detendréis con esa sonrisa el palpitar del corazón que tengáis delante. Sea por vuestra sonrisa irónica o franca.

El Máster de Sonrisa Inteligente para Seres Tristes (MSIST) se ha creado para combatir la sonrisa hipócrita y fácil.

La sonrisa vana que nos aburre. La sonrisa de la mediocridad, el miedo y el prejuicio.

Es una paradoja que para poder sonreír, hayáis tenido que llorar ante el desmesurado importe de la cuota.

Podemos empezar a reír con esta guasa; pero poco, lo suficiente para calentar los músculos. Vuestros maseteros están un poco atrofiados y no quiero que os lesionéis. Se nota a la legua que no estáis acostumbrados a esta actividad.

¿No es cierto que alguno de vosotros ha vomitado ante un sonriente pertinaz y latoso? Uno de esos que tiene más años que un galápago y se comporta como un adolescente descerebrado.

Si queréis sonreír, recordad su cara, no su sonrisa; porque si la evocáis de nuevo, no dejaréis de vomitar. Sólo tenéis que recordar vuestro vómito regando su ropa y sus ojos desmesuradamente abiertos. Recordad ese momento en el que su risa se transforma en una interjección de sorpresa y sus ojos se empequeñecen con ira. Los que sonríen son falaces, son víboras de incógnito.

Así me gusta, esa media sonrisa es importante, alumnos míos.

¿Os acordáis de aquello: medio mundo se ríe del otro medio?

Pues ahora sois el medio que ríe y el vómito marca al medio que llora.

¿No es deliciosa la justicia natural del planeta que reparte risas y vómitos tan equitativamente?

Sí, ya sé que os importa un carajo cada una de las mitades sonrientes, porque vosotros no pertenecéis a ninguna mitad de esas que amagan su hipocresía con un disfraz jocoso y animado. Ni siquiera lloráis ostentosamente. Nos pasa que vivimos entre la multitud porque no pudimos elegir. Vivimos sin ser ellos, vivimos incrustados, no integrados.

La mediocridad no es un buen lugar para la sonrisa natural. No hay tantos motivos.

Deberíais hablar seriamente con vuestros progenitores por haberos traído a un lugar y tiempo en el que la sonrisa os provoca náuseas.

Aunque no todas os dan asco ¿verdad, mis queridos carnales de grave semblante? He leído vuestras fichas de admisión y sé que todos amáis y deseáis a alguien y es su única sonrisa la que conjura como un encanto las necias.

Esta noche, cuando vuestra sonrisa de extraños ojos serios se abra ante ella o él, seguro que os va a proporcionar un buen rato de excesos carnales.

¡Qué cabrones sois! Ahora sí que se os escapa la risa ¿eh, bandidos? Y yo que pensaba que os habíais inscrito en el curso por razones metafísicas, por los amores lejanos e intocables o por los muertos queridos que han jalonado vuestra vida con tristes controles de avituallamiento de dolor.

Y ahora aquí, unos cuantos tristes se parten a reír por una cuestión de sexo sudoroso. Sois una gozada, los mejores alumnos que un catedrático podría tener.

Es por esa sonrisa por la que estáis aún vivos y no con las putas venas abiertas llenando de sangre el suelo del lavabo y lanzando materia orgánica por las cloacas, en lugar de recogerla en un puto contenedor de residuos orgánicos que los sonrientes de mierda ponen a vuestra disposición por el bien del medio ambiente, que es hoy más importante que los ojos llenos de moscas de un niño muerto de sed.

Disculpad, a veces soy visceral con mis cátedras y me dejo llevar por vuestro dolor e incomprensión. Por el mío también.

A veces me pregunto si vale la pena arrancarse la profunda sensación de malestar del rostro.

¿Os acordáis de la sarcástica y maliciosa risa de Cheshire, el gato de Alicia en el País de las Maravillas? A mí de pequeño me daba miedo. Hoy me gusta, me parece adultamente sarcástica y burlesca.

Walt Disney era potencialmente peligroso si dibujó esa sonrisa para los niños. Que siga congelado por muchos siglos.

Me gusta que sonriáis con esa naturalidad en una tranquila charla, sois unos buenos alumnos. Vuestras sonrisas son agua fresca en un mundo seco y resquebrajado.

Reímos de los muertos y con los muertos, con ese brillo de tristeza inevitable en los ojos. No lloréis tan abiertamente, mis pesarosos. Recordad a vuestro hijo muerto y reíd recordando su voz, sus ademanes y besos; el amor que os teníais. Dejad que sólo los ojos adquieran esa humedad sabia del dolor y detendréis el corazón de los hipócritas ante la calidad de vuestra sonrisa. Ante la valentía y el férreo control de un dolor que es cáncer devorando vuestros pulmones.

¿Comprendéis la poca popularidad de la seriedad en esta sociedad preñada de miserias y banalidades, de necesidades inventadas y de cielos sin estrellas? De la sucia luz que refleja asfalto y cemento... Nadie sufre, nadie tiene malos momentos, todo les va bien. Y sonríen, sonríen sin que nadie se lo pida. Están domados, condicionados como las ratas en un laberinto.

Si un funcionario, un empresario o un banquero se da cuenta de la gravedad de vuestro rostro, no podréis obtener trabajo, ni dinero, ni os facilitarán un trámite. Y todo porque no sonreís, no sois simpáticos cuando el dolor corre como cuchillas entre vuestro tejido neuronal.

No es sólo cuestión estética, mis apreciados seres de escasa sonrisa. En este medio, es importante el dinero; porque no nos engañemos el dinero es salud y bienestar. Comida y cobijo.

Ellos pensarán que sois unos deprimidos, que no aportaréis alegría a la esclavitud que pretenden venderos. Y eso no es bueno para el negocio ni para la mente cerrada de un funcionario ante el monitor de su ordenador.

Sólo los que ríen trabajan y rinden al cien por cien. Los que disfrutan con la porquería de comida del comedor de su empresa. Esa es la creencia.

Pero vosotros no queréis eso, no queréis pagar con imbecilidad vuestro paso por la vida.

Reíd ante la broma de mal gusto que representa trabajar diez horas a cambio de apenas nada. Sin siquiera poder mirar a un cielo limpio cuando estáis agotados.

Vamos, pesarosos de la vida. Ese brillo triste de vuestros ojos haría un espectacular contraste con una sonrisa discreta, aunque sólo sea un amago.

Os haría atractivos para un buen montón de mujeres y hombres con cierta inteligencia.

Esto es una forma amable y eufemística de deciros que hay tantos cerebros dañados en el mundo, que muy pocos apreciarán la tragedia de una sonrisa franca y unos ojos tristes. No es que quiera menospreciar al género humano.

Yo no menosprecio a tantos seres que sólo deberían comer y callar. Reproducirse bajo los efectos de sus ciclos hormonales y un día, evolucionar a una especie de rumiante bípedo al cual podamos cazar con total libertad de la misma forma que Búfalo Bill exterminó al bisonte americano. Los estúpidos tienen una facilidad roedora para reproducirse y el reino de los cielos está lleno de ratas.

Otra vez... Disculpad de nuevo esta exaltación. Es que me parece injusto que vosotros tengáis que hacer un máster en sonrisas y los otros ocupen cargos que les proporcionen dinero o poder. O simplemente respiren sin más función que la de reír y repetirse que los reyes magos existen aún cuando se tienen treinta años.

Esto no es serio.

¿Lo captáis? Si esto no es serio, es que es cómico.

Vamos... Esa sonrisa.

—Por favor, que el de la fila siete modere su sonrisa. La risa lujuriosa que provoca el profundo escote de su compañera, no creo que sea adecuada. Sin embargo, es normal. ¡Qué buena está!

Así, mis amigos, esas risas os vacían un poco de dolor y ansiedad.

No hay que esforzarse mucho cuando nos lo proponemos, siempre hay motivos de risa. Y cuanto más cruel sea, más eficaz. Que no os preocupe la crueldad.

La crueldad tiene otros responsables.

Una risa cruel es sólo un instinto que parte de nuestra naturaleza. No es ético reír de quien se cae en la calle de bruces al suelo, sin embargo, no tenéis la culpa y la vida os ofrece ese momento. Vale la pena aprovecharlo, porque ya ha habido bastante dolor. Sed animales, sed crueles si es necesario para sonreír. No dejaréis de ser humanos.

La verdadera sonrisa, aunque joda, pone de manifiesto nuestra naturaleza y sólo aceptándonos como las bestias que somos, seremos capaces de encontrar verdaderos momentos hilarantes.

El leproso que intenta sacarse los mocos de la nariz con los nudillos no tiene nada de jocoso, reíros de lo absurdo, de la importancia que tienen los mocos cuando no hay dedos. Será una falta leve de ética si vuestros ojos están húmedos de pesar por algo trágico que no puede abandonaros en ningún momento de vuestra vida.

Será un crimen cometido por un dictador o un presidente, que ese hombre muera ahogado por unos mocos que no se ha podido sacar porque no ha querido curarlo con un par de euros que cuesta el medicamento.

Reíd tranquilos pues.

Vale, he de reconocer que entre mocos y leprosos, esta parte de la lección resulta un poco escatológica. Pero el rictus concentrado del leproso mientras intenta engancharlos...

Repórtense, señores. Un poco de seriedad. Tampoco estamos en un concurso de imitadores. Dejen de hacer eso con los nudillos.

No dejéis de hacerlo con esa sonrisa desinhibida, alumnos de sonrisa trágica.

Pero no os paséis, porque el curso es de cuarenta horas y no quiero que dejéis de asistir a clase por haber aprendido en sólo unos minutos. Me sentiría solo. Eso sin contar que os ha costado una pasta.

Mi padre murió hace unas semanas de un infarto. El ascensor estaba estropeado, y se le escapaba la risa, tenía que bajar siete pisos a pie. Se reía durante el trayecto en taxi al hospital. Su sonrisa era franca, y sus ojos me decían que me quería.

Que se moría.

Y yo sonrío con él cada día. Me río de su mala suerte, de un infarto y unas escaleras. El planeta se asegura de que cada uno muera puntualmente cuando así lo decide.

Si no es pedir demasiado, y puesto que habéis aprendido mucho, me gustaría que como ejercicio para hoy le dedicarais una sonrisa imaginando sus bufidos bajando las escaleras con el corazón partido y rezando un rosario de blasfemias.

Yo dejaré correr unas lágrimas para ser el medio mundo que llora. Pero sólo hoy, cuando nadie me vea.

Mañana seguiremos con la clase. Sed aplicados, haced los ejercicios.



Iconoclasta

22 de abril de 2009

Amor sereno

Observa su alrededor con una mirada líquida. Con un desánimo calculado.
La vida ya no le muestra nada, no puede enseñarle nada más; conoce el mundo y su incapacidad para sorprenderlo.
Goza de una indiferencia serena y cultivada.
No es falta de ilusión, es una sabiduría casi ancestral. Hay un momento en la vida en el que lo aprendido se olvida. Se debe olvidar para no sentirse frustrado; para ser uno mismo. O renovar indecencias.
Y por eso su amor también es calmo y pacífico.
Es la simple bocanada de humo del cigarrillo, lo único que aún puede aspirar y gozar. El aire es como siempre, no aporta nada nuevo ni limpio.
Aunque esté ella a punto de romper la sucia realidad con su presencia.
No se fía, no puede haber un final feliz cuando toda la vida ha transcurrido mal. O cuando ni siquiera ha transcurrido.
Ella es humo, es etérea y cuando aspira del cigarrillo, traga su olor y su esencia. Su historia le ha enseñado que el amor es efímero y la belleza se disipa como la niebla cuando se agita una mano.
Lo hermoso es un ciervo tímido que al sentirse observado huye.
Ya no hay hormonas efervescentes sacudiendo sus instintos, ahora es sólo un hombre que se mimetiza entre otros seres adocenados, un camaleón que se confunde con asfalto y cemento. Pisando mierda de palomas en el suelo y basura destilando veneno de contenedores rotos.
No es una buena arquitectura para el amor; pero no le importa. Si está ella, nada molesta.
No es fácil amarla serenamente, requiere toda su atención. Hay detalles que demuestran que la quiere más adentro de lo que el humo penetra en sus pulmones. Si tuviera la mano fuera del bolsillo del pantalón, se podría ver como clava las uñas en la palma al cerrar el puño con ansiedad.
Contiene el amor como el cazador la respiración en el momento de tensar el gatillo. Retiene el ardiente humo en los pulmones porque le horroriza pensar que la pierde.
Cuando aparece por fin por la boca del metro, saca la mano del bolsillo: pende relajada y abierta. La ruda mano se apresta a prenderse de la amada.
El sonido de los autos se enmudece, y los que respiran a su alrededor, los ajenos, ya no interfieren en su espacio. Han quedado relegados a un mundo irreal donde son meras refracciones de luz que se mueven veloces e indefinidas.
Impersonales.
Cuando sonríe la bella y su rostro ilumina su sombrío ánimo, él tiene la certeza de ser amado; es un hecho. Y el tiempo parece rasgarse y dejar de funcionar; sus latidos se hacen lentos y espaciados.
Sentirse amado detiene el tiempo y queda colgado durante un segundo eterno de un amor que pesa hasta arrancarle el aire de los pulmones.
Si pudiera elegir un final feliz, sólo podría ser ese: asfixiado por todo ese amor que aplasta el tiempo, que lo aplasta a él.
Si alguien prestara atención podría apreciar un ligero temblor en su mano. Es ansiedad contenida; si se dejara llevar por la emoción, si hiciera caso a lo ya olvidado en su vida casi gastada, le gritaría; le rogaría que estrechara su mano ya. “Hace milenios que te espero”.
Se ha de morder los labios para no decir lo obvio: que los pulmones le queman de tanto aspirar su esencia y que necesita su carne para tocar la realidad y algo terso.
Está cansado de sus manos rudas.
Y no cuesta nada sonreír cuando ella lo hace; no cuesta nada tragarse y olvidar rencores y errores. Beberse por dentro las lágrimas vertidas.
Debería haber nacido pegado a ella.
Encontrarla en la mitad del camino ha sido arduo y cansado.
A veces desesperanzador como un astronauta se siente en el espacio, lejos de su nave. Flotando-muriendo.
Un dedo en la sien como el cañón de una pistola, y a solas frente al espejo ensaya lo que se su cobardía jamás le permitiría hacer.
Cobardía... No es verdad; la verdadera cobardía, es tener esperanzas y ser esclavo del momento árido que no trae nada.
Es cansado ser valiente e indiferente. Un día, si ella no aparece, y como no tiene pistola, se meterá la goma del gas en la boca hasta hincharse como un globo que venden los gitanos en los parques los domingos.
No puede uno engañarse, la bella durmiente no despertó jamás y unas feas llagas se infectaron y pudrieron su carne.
Es la inamovilidad el tumor del ánimo, uno se hace viejo y agota la vida sin moverse del mismo momento. Se hacen llagas en la piel que infectan la mente.
Hasta que ella, motor de vida, gira la corona que dará cuerda a su mundo desértico y monocromo.
Porque sin ella, la vida no tiene esencia. El tabaco sólo es humo acre en su boca. Y la comida un proceso orgánico. La sed se saciaba con un pequeño trago.
Y ahora bebe con las manos plenas, con ansiedad; la bebe a ella; salpicándose la camisa.
No deja de ser preocupante que a mitad de la vida todo se haya precipitado tan deprisa. A pesar de lo que sabe, a pesar de lo olvidado; esa monada de mujer se ha convertido en su punto de apoyo vital.
Toda su autosuficiencia se ha hecho trizas con ella.
La ventaja es que no necesita ser autosuficiente, es delicioso vivir por ella.
No es habitual, y tampoco puede hacer más daño que pudrirse día a día esperando que algo cambie.
Maldito cinismo... Aunque a veces ella ríe con él. Está cansada de amores puros y hombres blancos. Ha olvidado muchas cosas aprendidas también.
Hacen una buena pareja de olvidadizos.
Si el mundo pudiera, los mataría, los descuartizaría en pedazos y los echaría a los cerdos. El mundo es una bestia de mirada aviesa de sucio pelaje cubierto de envidia e ignorancia.
Él lo sabe, son cosas que ha podido experimentar toda su vida. El mundo no perdona que alguien esté bien a pesar de lo que le rodea.
Y ahora la abraza, hunde los dedos en su cabello con la misma fuerza con la que clava los dedos en la tierra cuando intenta arrancarle los ojos al planeta.
A ella le gusta esa fuerza, le gusta ese odio contenido que transforma el hombre en pasión por ella, con voluntad, con frialdad.
Y así dos enamorados se encuentran en una calle anónima, en medio de humo y ruidos de tubos de escape, de voces impersonales y mendigos que piden con las manos llenas de mierda y verrugas.
Saben que el mundo los mira envidioso, que aquel abrazo sereno de fuerza apenas contenida, de íntimas lágrimas y de años de búsqueda; es algo que han de pagar caro.
No se puede ser feliz con tanta serenidad, con tanta voluntad. Nadie puede amar y ser amado con la alevosía que da la completa comprensión del universo.
Tal vez por eso no se extrañan cuando el uno ve en los ojos del otro la deflagración que les incinera el cabello y convierte en cenizas la piel.
Tampoco sienten apenas el dolor de los miembros amputados.
No les extraña que precisamente en el mejor momento de su vida, una bomba colocada en un vehículo por un ajeno, por un extraño a ellos, los haya matado.
Y nadie se ha dado cuenta que por encima del rugido de la deflagración, el mundo ha soltado una sonrisa prolongada y asmática; el pensamiento universal abominable, se muerde la mano conteniendo una mala carcajada, observando la sangrante y serena mano que tiene un mechón de cabello entre los humeantes dedos muertos.
Los ajenos no saben; los otros, los borrones, corren espantados con las ropas rasgadas, sin escuchar, oyendo sus propios balidos y temiendo por sus prescindibles vidas.
Tampoco el mundo ha estado muy atento y no ha podido ver los finos dedos quemados de la mujer, encañonándose la sien con una sonrisa cínica y ensangrentada. Riéndose del mundo y de su envidia. Burlándose de la vida, de la mala vida.


Iconoclasta

14 de abril de 2009

666 Caliente

Esto es el infierno y el único lugar fresco y húmedo de mi reino es este trono de piedra sucia de sudor y sangres secas, sangres muertas desleídas en humores sexuales.
Mis testículos agradecen la caricia del frío y mi pene corrupto se endurece, se eleva y toma el poder de mi pensamiento.
Soy el Dios Polla que llena y rasga carnes, que escupe un semen hirviendo, una leche obscena.
Si ese Dios superfluo y homosexual rodeado de sus asexuados querubines asomara su divino y trino ojo en mi reino, le escupiría con este glande amoratado y colapsado de sangre y le cegaría con mi zumo de maldad pura.
Soy bestia, soy dios y soy aquello que más se teme y más repugna. No es una maldición, es mi soberana voluntad. Mi volición firme y desenfrenada.
Pero cuando el ansia se apodera de mí, puedo notar como las hembras primates sienten que sus sexos laten al compás de las venas que alimentan e irrigan mi puto pene.
Estoy caliente, ardo.
Cuando no os mato, primates, deseo follaros. Follar y partir en dos con mi rabo al rojo a las monas, a las primates que más cerca tengo. A las que tienen la desgracia de estar en un lugar equivocado en un mal tiempo.
El ansia por follar acrecienta de tal modo mi ira, que Dios llena el mundo de ángeles protectores en esos momentos para evitar la extinción de sus queridos primates.
Con el pene expandiéndose en mi puño, siento que todo el poder se concentra en el bálano y podría ahogar este universo idiota que Dios creó, con una andanada de semen.
Grito, lanzo tal rugido que migas de piedra y polvo caen en finas cortinas desde el inalcanzable techo de esta oscura y húmeda cueva.
Mis crueles se esconden entre las profundas grietas y mi Dama Oscura se despereza en la Ara del Dolor. Se libera de las cadenas con las que envuelve su deseable cuerpo de oscura y suave piel.
Lamible...
Sus pechos pesados hacen ostentación de unos pezones duros y contraídos y siento su deseo de que mi boca los chupe, los hiera con los dientes. Que la mortifique mientras su coño suda anhelos.
Se sienta en la piedra y separa sus piernas, de su sexo se desliza un fluido denso y pegajoso como el que ahora recubre mi glande hipersensibilizado.
A veces consigue que eyacule sin tocarme y le arrancaría su bella cabeza llevado por el éxtasis de mi placer.
—Tócate 666, mi señor. Que la Maldad hecha bestia, unte mi coño con tu lava blanca –lo pronuncia en un susurro, pero el eco de su voz retumba en cada piedra en infinitos lugares.
Su gemido libidinoso es un canto de sirenas.
Le gusta que me masturbe, le encanta cuando gruño y agito con fuerza mi puño; los testículos pesados y llenos parecen aplastarse con cada sacudida de mi puño. No soy cuidadoso con mis genitales cuando estoy caliente, salido como un perro en celo.
Un perro rabioso...
Si ahora se acercara a mí, la penetraría con tal furia, que sentiría aplastarse la matriz y mis cojones golpearían sus dilatados y resbaladizos labios del coño. Separaría con mis brazos sus piernas para dejar su sexo indefenso, hasta el punto de descoyuntarlas.
Le empujaría ese ano duro, plantaría mi glande en ese oscuro agujero hasta que se mordiera la lengua de placer-dolor.
La baba de mi pijo ha lubricado el puño y siento que un placer creciente tiñe de rojo el aire.
La Dama Oscura acaricia su perla dura, la golpea gimiendo impúdicamente ante mí, con tal lujuria que pienso que va estallar mi glande. Su presión es insoportable.
Ante ella estrangulo mi pene, lo castigo por lo que me hace, me ha poseído...
—¡Puta! —susurro batiendo con fuerza el pene— ¡Puta!
Responde con un gemido, acariciando su sagrada raja abierta con la palma de la mano. Baja del altar y se acerca a mi trono con los muslos brillantes y húmedos de sí misma.
Se eleva sobre mis rodillas y pisando los apoyabrazos de negro granito, se clava a mí. Sus nalgas se abren y la fragancia de su coño me llega como un vapor invisible.
Su coño me cubre, me empapa con su jugo. Su carne resbala en la mía y oprime mi pene desbocado. Mis testículos hierven, el semen llena los conductos seminales y me expando en el aire con un embate de placer, llevado por los espasmos de su coño.
Siento fundirme con ella. Clavo mis dientes en su cuello y atenazo su sexo henchido de mí con una mano, con fuerza. Noto su clítoris palpitar ávido de ser chupado.
Le arranco gemidos que no sabe si son de dolor o placer.
Y siento en mi boca el dulce y acre sabor de su sangre.
Mis crueles gimen como perros asustados entre las entrañas de roca.
La Dama Oscura ha quedado inmóvil y presiona con fuerza su mano en la mía. Quiere que le aplaste ese coño que la está matando de placer.
Mi semen fluye entre nuestros dedos, espeso, caliente.
Noto en mi glande como sus pulmones vuelven a aspirar aire y su vientre contraído.
Su sistema nervioso colapsado...
Mierda... Mi polla aún estalla en leche dentro de ella y lamo el sudor de su espalda.
Las sombras... Mis crueles, emergen de las profundidades; traen consigo un pequeño primate que llora asustado aferrando un muñeco en su pequeño puño.
Estoy tranquilo, mi ira se ha disipado, ha sido expulsada por el pijo y ahora gotea de nuestros sexos enfriándose en la piel y la roca.
La Dama Oscura masajea su sexo sentada a mis pies, untando los dedos en el semen que se le escapa entre los muslos; mientras lentas gotas de mi leche gotean en la piel de su torso desde mi rabo relajado.
Llevo la mano a mi nuca y saco el puñal enterrado entre mis omoplatos. Lo lanzo sin ningún tipo de alegría.
Se clava certero en el pequeño cuello del primate.
Muere sin soltar su juguete, con una mueca de dolor y espanto. Sus grandes ojos verdes no se han cerrado.
A los crueles se les escapa la risa, y a mí también. Todos reímos a carcajadas ante el cadáver del pequeño primate.
—Devolvedlo a su cuna —consigo articular.
—Que revienten de angustia y se pudran en vida sus padres.
¿O acaso pensáis que por haber follado os odio menos, primates?
Os contaré más cosas, más secretos, terrores, corridas... Descuartizamientos.
Me voy a lavar la polla, que esto se seca y me incomoda.
Siempre sangriento: 666

Iconoclasta

7 de abril de 2009

Una mano cansada


No sabe que la mano me pesa como un plomo, tira de mi hombro y hace mi caminar encorvado.
No tiene ni idea de lo fuerte que es. Porque ella, bella entre bellas es pura fortaleza. El poder desatado hecho mujer.
No soy un hombre refinado, no soy sutil. Ni un hombre débil. Mis músculos han desarrollado tantas toneladas de fuerza a lo largo de la vida, que me tiemblan los dedos alzando pétalos de flores. Nací tan fuerte que siento el peso de mi propio cuerpo como un lastre que me hunde cada vez más en la tierra.
La necesito para no clavarme en el suelo. La necesito para no convertirme en fósil. La deseo como un virus desea tomar el control del cuerpo. Con toda esa fuerza instintiva en su pasión; a nivel genético. En su voracidad por ser ella, estar en ella. Ser mecido por ella.
Por lo tanto sólo cabe pensar que cuando coge mi mano y libera mi carga, cuando me libera de mí mismo ocupando mi pensamiento; es más fuerte que yo.
Siento vergüenza.
Me da coraje ser más débil que ella.
No voy con ella, ella me lleva con su increíble capacidad para anular la gravedad y me siento volátil. Etéreo como un gas que se diluye en el aire, que se expande en la atmósfera.
Ingrávido.
La mano se balancea sola, pende triste, la observo con cierta angustia al desligarme de mi cuerpo. Uno aprende estas cosas si quiere sobrevivir. Uno aprende a liberarse de la carne durante los segundos necesarios para no caer de rodillas aplastado por el peso de todo.
Y viéndome desde el aire, siendo aire, la pobre mano parece cada vez más cercana del suelo. Está cansada, estoy reventado.
A veces la mano se agita, los dedos hacen un pequeño intento de cerrarse en el aire. La mano es tonta y sueña que abraza los finos dedos que la hacen ingrávida.
Da pena la mano, doy pena...
Tantos pasos firmes crujiendo el suelo, aplastando el planeta con resolución y ella con un solo paso, hace girar la tierra como una hermosa equilibrista gira la pelota bajo sus pies. Así de fácil.
Un día estaba cansado, y la mano golpeó un árbol del que no pudo apartarse, ni quiso. Los dedos fuertes y toscos, apenas se cerraron ante el dolor. Sólo se entornaron los ojos para enfocar la mano y la sangre que de un corte manaba lenta, serena.
Perezosa sangre que al fluir, da tregua al corazón.
No conviene cortar las hemorragias de soledad, pero va metida en la sangre. Como un virus.
Se ha de retener la sangre, con la ponzoña y la vida para no perderlo todo.
La voz:
—Está sangrando, se ha hecho un corte en la mano —me habló mirándome directamente a los ojos.
Supongo que lloraba, por alguna razón mis ojos vertían lágrimas. Los hombres fuertes también están sometidos a la fuerza del viento que arrastra cuerpos extraños y hace llorar los ojos.
Mentira. Lloraba porque estaba más solo que nadie en la puta vida.
La mano tembló ante aquella voz y se alzó ágil ante nuestros ojos.
Mi voz:
—He debido darme un golpe.
Dejó las bolsas de la compra en el suelo, su mano cogió la mía y todo aquel cansancio se disipó.
Los dedos se relajaron entre los suyos.
—Aquí mismo hay una farmacia, hay que limpiar esa herida.
Ella no miraba mi mano, miraba mis lágrimas. Maldita... Es lista...
Sus manos sostenían la mía mientras el farmacéutico limpiaba la herida. Y algo debió decir ella, porque lloré con un gemido. Y algo debió significar porque ella me acarició el rostro con una sonrisa calma.
Su boca esplende luz y vida.
Y dejé de ser el hombre más fuerte del planeta. Me arrebató el título.
La mano no quiere ir sola colgando de mí, parece abrirse la herida por la cicatriz que hace años se cerró; un estigma de amor. Sólo ella lo conjura, sólo ella sana y restaña la herida, con su voz. Con su mirada.
La mano se ha hecho más pesada, día a día cuelga doliendo del brazo como una condena. Día a día busca, buscamos el momento de asirnos a ella. De ser aire y piel sanada. De no llorar.
Ella trae un aire limpio que no aloja cuerpos extraños en los ojos. Con ella no hay lágrimas. No estoy solo.
Bendita sea la mano que pende triste y que la encontró. A ella, a la más fuerte del planeta.


Iconoclasta

28 de marzo de 2009

Sin uñas

No hay aves trinando, no hay fulgores de colores en el aire; no son las flores más coloridas, fragantes y hermosas.
No hay nada de eso, no hay magia, no hay ilusión, no hay esperanza para la fantasía.
No es por ninguna belleza natural, ni por la armonía en el planeta por lo que me siento bien, cómodo.
De hecho, me siento exultante de optimismo.
Todo se debe a ti; hace tiempo que dejé de engañarme y mi mente prosaica y burda no me permite crear bucólicas y líricas alucinaciones.
Y no quiero ver más belleza que la tuya. No quiero ver un agua cristalina como no puedo obviar el hedor de la ciudad. Soy incapaz de decorar la realidad.
Nunca se me ha dado bien la decoración ambiental, sinceramente.
Sonrío y espero impaciente besarte sin ningún paraíso que nos acoja.
Y ahí estás, esplendes entre negros, grises y suciedad.
Bella y única.
No eres bella porque yo te vea así, no quiero repetirme. Sabes que no soy amigo de espejismos. Te parieron así de hermosa.
Y escupo la tierra que me sostiene porque me da asco. De la misma forma que me la llevaría a la boca si supiera a ti.
No haces el mundo mejor, eres lo más deseado de él.
No quiero ir al lugar más hermoso contigo. Tú eres lo sublime y el universo está en tus ojos. Los secretos de la vida y el placer perfuman tu piel. Reflejas una luz propia, no es la del sol que calienta al resto de seres. Es otra luz, es para mí. Es mía y mataría y descuartizaría por ella.
Este amor que me corroe y me mantiene vivo, no es un engaño o un sueño.
Quiero y deseo tus manos, tu piel, tu cabello...
Tu sexo es la fragua del mío.
Retrocedo al pasado porque me encuentro masturbándome como cuando era adolescente, es la única sensación de irrealidad que tengo.
Aferro mi pene y sueño con arrancarte con la lengua el secreto del placer que la belleza oculta en tu coño.
¡Dios! ¡Cómo te quiero! Exclamaría si fuera creyente.
Pero no puedo exclamar eso, sólo se me cae una baba de felino hambriento y mi mano se va a mi sexo, como tú haces. Me haces.
Y presiono, y te busco y presiono, y te busco y gruño un placer húmedo y blanco deslizándose por entre mis dedos.
Parecerá una tontería; pero te doy el valor de la vida. No es una frase al uso, casual. Es la verdad.
¿O acaso te crees que las uñas caen de los dedos como la piel de un reptil?
No tengo psoriasis.
No hay belleza en el amor, no es así como funciona. Cuando amas desesperado, arañas las paredes, sueñas y deseas que esté ahí. Clavas las uñas en el muro como si fuera la piel que amas y las uñas se separan de la carne y hay sangre y hay un dolor.
Y uno se pregunta dónde está la bendición del amor.
Tengo la polla sucia de sangre, de uñas que no son. De arañazos en el muro. De labios devorados.
Puta bella, ¿qué me haces? No es necesaria tu existencia para que yo viva. De hecho, no me acuerdo de respirar cuando te beso.
Las apneas de amor son una dulce forma de morir. Una tortura narcótica.
Camino descalzo entre cucarachas y ratas, crepitan, crujen con mis pasos. No hay nada que me engañe, no bebo, no me drogo. Y adoro ahora estar vivo.
No eres mi hechizo, eres mi infección.
No puedes mirarme e ignorar que eres el centro del universo y que giro a tu alrededor. No te puedes permitir humildad cuando el hombre sangra deseos, llora semen y por sus venas corren lágrimas.
¿Te das cuenta? Lejos de hacer el mundo más hermoso, creas extrañas mutaciones en mi organismo.
¿Sabes que sonrío llorando? ¿Sabes que es desesperante amarte aquí? Decidir de repente no abrirme las venas para no alejarme de ti es una forma de cobardía que no conocía.
Tampoco es que antes fuera una especie de Batman, no tenía intención de ser un hombre arrojado.
No hay término medio, soy todo tuyo.
La rata que he pisado se retuerce con la espina dorsal rota, y vuelvo a pisarla sin notar los arañazos de sus agonizantes patas. Es curioso que no sienta asco.
Soy consciente de lo horrendo, no hay nada que me ciegue.
Sí, ya sé que no es el mejor atrezzo para esta función. Sin embargo, todo lo horrendo pierde protagonismo y la sangre de otros es una alfombra de mediocridad sobre la que camino hacia ti. Suave y cómoda como la aterciopelada sangre que se cuaja lentamente.
Me has faltado toda la vida, eso es lo que ocurre.
Tengo tanto que pensar...
Obsceno... Es inevitable amarte y no pensar en la lujuria. Tu pensamiento está embutido en ese cuerpo y para llegar a él, debo lamer, tocar, penetrar...
Embestirte mil veces.
Mariposas en el estómago...
Son buitres arrancándome los testículos. Las mariposas viven tan poco tiempo, son tan efímeras que apenas han podido batir las alas cuando agonizan.
Las alas de tu amor son formidables y las plumas caen pesadas al suelo como tu ropa hecha jirones por mí.
A veces pienso que soy una especie de tosca mariposa. El tiempo pasa deprisa a tu lado y temo morir demasiado pronto. No temo la posibilidad, temo la certeza.
Joder... Me duele de dura que me la pones, coño.
Me duele el pensamiento cuando no estoy contigo y tu fragancia, tu ser, no está ahí para equilibrar la hediondez de lo que me rodea.
Ya ves, te parieron así, maldita amada. No tienes magia, no me engañas.
Te engendraron así para amarte a pesar de todo, por encima de todo.
Por encima de ratas y bichos negros, por encima de los volcanes ardientes y de los campos de cerezos en flor.
No es un buen lugar para amarte; pero yo sé que para ti sí lo es.
Y no entiendo como puedes querer a alguien que tiene toda esta basura en la cabeza.
Es algo que me obliga a amarte aún más.
Y callar.
Silenciar este tormento y sonreír como un triste augusto.
Sin uñas.


Iconoclasta

24 de marzo de 2009

Tristes

Si no hay amor, si no hay cariño; que irrumpa el odio y la violencia.
La destrucción y la sangre.
Cualquier bestialidad antes de que la tristeza anegue las yermas tierras del ánimo derrotado.
No es viable la vida con los hombros aplastados y los ojos húmedos de un pez recién muerto. Ser esclavo de la vida.
Antes asesino o asesinado que triste.
Los tristes desean morir y no tienen valor para extinguirse. Arrastran su vida como una maldición. Yo arrastro muertos.
Sus sexos sólo escupen residuos y miserias.
Y si hay amor, más vale que dure eternamente, porque así no se concibe la violencia.
Como si fuéramos ángeles patéticos de la diosa Hipocresía. Como si estar enamorado hiciera el mundo perfecto.
Tristes idiotas...



Iconoclasta

20 de marzo de 2009

El hombre sierpe (final)

Cuando llega a casa abre la puerta del salón que da al balcón para que entre la bestia. Se angustia al salir al balcón y no ver sus ojos opacos ojos verdes.

—No pienses más, te estás obsesionando. Fue terrorífico —intenta convencerse vertiendo en una cazuela un salteado congelado.

Un siseo en sus tobillos y un aliento frío eriza su piel con un escalofrío. Los ojos de la serpiente la miran fijamente desde el suelo y su cabeza sube por sus piernas delgadas de carnosos muslos.
El animal supera su vientre y se interna por dentro de la camiseta, siente su cuerpo resbaladizo entre los senos y su cabeza aparece por el escote. Se eleva hasta que sus ojos se encuentran frente a frente. La lengua bífida palpa sus labios con brutalidad, entrando entre ellos. Su sexo está cubierto y presionado por el cuerpo de la bestia. La respiración de la serpiente hace vibrar su clítoris y unas gotas de humedad se desprenden de la vulva para rodar por los muslos.
Linda ha abierto las piernas apoyándose en la encimera de la cocina y la serpiente bajo su falda, lanza la lengua rápida por toda su vulva. Se muerde los labios cuando la serpiente se abre paso en su vagina de forma brutal y siente que va a estallar “mi puto coño”. La mitad del cuerpo de la serpiente se ha arrollado en su pierna y sólo puede abrir más la otra para poder mantener el equilibrio.

Vosotras no sois repugnantes, sólo carnales.

La serpiente sale de la vagina, abre la boca y clava lentamente los colmillos en el pubis; la lengua castiga el clítoris durante unos minutos hasta crear un orgasmo bajo la falda que se propaga a través del vientre para estallar directamente en el cerebro de Linda.
Y mientras jadea e intenta regular su respiración, la serpiente repta ahora por su espalda, y sisea en su oído provocando en la mujer una sonrisa tierna.
Cuando Linda consigue mantenerse en pie sin apoyarse en la encimera, la serpiente ya ha desaparecido.
Se estira en el sofá sin haber comido y duerme absolutamente relajada a pesar de un calor pegajoso que provoca un sensual mador brillante en su piel.
Las venas de sus brazos resaltan con un brillante fulgor amarillo que se apaga paulatinamente hasta desaparecer al mismo tiempo que la respiración se normaliza.

Me erijo en Dios ante vosotras y me adoráis con los muslos abiertos y los pezones duros.

Linda se ha depilado el pubis y la vulva, cuando camina se excita con el roce íntimo de la braguita entre los labios y siente que se hace agua.
Hace ya ocho días que la serpiente la visita, que la usa. Ocho días en los que sólo piensa en ella, en sus escamas arrastrándose por la pared de su coño y en esos ojos que durante la oscuridad de la noche y el sueño, parecen flotar muy cerca de ella. Ocho días en los que tiene que dejar su puesto en la oficina para masturbarse en los lavabos dos o tres veces al día.
Cuando llega a casa se desnuda y corre la puerta del balcón. Escucha el suave roce del animal al deslizarse tras ella. Se arrodilla en el suelo y apoya también las manos. La serpiente avanza entre sus piernas separadas y hacia su rostro, arrastrándose por sus pechos plenos que penden pesados. La lengua recorre sus labios para jugar con ellos. La cola presiona en la vagina sin entrar y ciegamente tantea sus nalgas en busca del ano. Entra con tanta fuerza que le fallan los brazos y su rostro queda pegado al suelo. La cabeza de la serpiente repta por su espalda. Se siente acariciada y empalada. El ano está tan dilatado con la penetración, que le tensa la vulva. Alarga una mano hasta su sexo y acierta a encontrar el clítoris menudo y duro entre los pliegues de la piel. Cuando lo descubre, siente que se le nubla de visión, la lengua de la bestia ha aparecido entre sus dedos y fustiga con vehemencia esa dura perla rosada. La viscosa y pegajosa lengua... Es casi doloroso el castigo al que la somete.
La cola ha dejado de invadir su ano y ahora busca la vagina, tanteando e insinuándose por entre sus labios dilatados y blandos. Se lleva una mano a las nalgas para encontrar la cola del animal y ella misma la conduce a sus entrañas, la empuja sin cuidado, con ansia.

—Jódeme hasta reventarme, cabrona. Empálame zorra arrastrada.

El cuerpo de la bestia se tensa y se pone rígido; la cola se le escapa veloz de entre los dedos para penetrarla con un ataque veloz y violento. De la cópula se derrama un líquido lechoso blanco que lubrica el sexo y da un brillo mojado a las escamas.
Linda grita su placer acompañando con un vaivén de sus nalgas el ritmo de la penetración. Cuando aúlla ante el orgasmo, se encuentra con la cara de la bestia, sus ojos verdes se han tornado casi azules y hay un asomo de tristeza en ellos.
La lengua roza sus labios con lentitud, y le transmite una extraña sensación de pérdida. Cuando de su sexo resbala la cola del animal, siente vaciarse y un nuevo placer la obliga a entrecerrar los ojos.
La serpiente se aleja hacia el balcón.

—¿Adónde vas? Quiero ir contigo —susurra entre jadeos la mujer que ahora yace acurrucada en el suelo.

La serpiente gira la cabeza hacia la voz e inmóvil fija sus verdes ojos en los de la mujer de suave pelo rubio, hasta que una lágrima se desborda dejando un reguero negro de rímel en su pómulo. Se arrastra de nuevo a la oscuridad y a la inmundicia de las cloacas.

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No llega, la serpiente no aparece. Linda se asoma al balcón y escudriña los setos por donde ha desaparecido estos días.
Los setos se agitan y la cabeza de la serpiente asoma entre ellos, los ojos se encuentran, la serpiente yergue la mitad del cuerpo y agita la lengua, suavemente. Desaparece entre los setos. Linda llora.
Se masturba en el sillón, se toca y gime casi gritando. Intenta que la bestia la oiga, que la bestia acuda llevada por su lujuria.
Pero no aparece.
Al día siguiente, el animal asoma su cabeza de nuevo entre los setos para clavar su mirada en la de ella.

—Ven, ven, ven... —le suplica Linda aferrando a la barandilla, sus brazos se han tensado y bajo la piel, las venas pulsan amarillas.

La bestia desaparece de nuevo.

—Lin, tienes mala cara, no te encuentras bien. Vamos a urgencias. —le propone su marido al llegar a casa y verla tumbada en el sofá con unas profundas ojeras.

—Estoy bien, Loren —le miente.

Linda no come, no duerme. Sus ojos empañados de lágrimas impiden la buena visión para trabajar frente al monitor de su mesa. Hay momentos en los que rompe a llorar de forma intempestiva.
Dice sentirse mal y se va de la oficina. El jefe de la sección, lo comprende al ver las venas amarillas que como raíces se extienden por el cuello bronceado de Linda.

—No volverá, no me tomará —musita con la cabeza apoyada en la ventanilla del tren.

Camina despacio hacia casa, el calor parece hervirle la sangre.
No abre la puerta del balcón, al llegar a casa y eso la lleva a llorar de nuevo. Conecta el aire acondicionado y se desnuda.
Lleva la mano al sexo y no siente nada, no hay nada en su coño moviéndose, no se arrastra nada por su cuerpo. Está vacía.

Me arrastraré entre vuestras sábanas y me anillaré en vuestros pechos con mi cuerpo. Os arrancaré gemidos impúdicos; os tocaréis cuando os sisee en el oído y mi lengua roce vuestros labios entreabiertos.

El cuchillo que sostiene en la mano está agradablemente frío.
Sale al balcón, allí está la bestia.
Linda se clava el cuchillo en el cuello, y debe esforzarse por enterrar completamente la hoja en la carne. Los ojos de la serpiente la distraen de la sangre que sale entre sus labios. Los pulmones se inundan de sangre y ella no hace esfuerzo alguno por respirar. Su cuerpo cae sobre la barandilla y la cabeza cuelga inerte; de su boca un hilo de sangre cae en la cabeza del animal que se ha arrastrado para bañarse en ella.
Hasta que no cae una gota más de sangre, el animal no se mueve. Sus escamas están terroríficamente salpicadas de un rojo que ya se ha hecho casi negro, el calor seca la sangre y le roba su color vital.
Trepa por el tubo de desagüe hasta el cuerpo de la mujer. Sus ojos ávidos y brillantes miran con expectación las nalgas del cadáver. Del muerto sexo emerge con rápidos movimientos una pequeña culebra amarilla que la serpiente devora sin que llegue a tocar el suelo.

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El rostro del hombre sierpe está iluminado por el monitor del ordenador portátil. Teclea “mujer muerta” en el buscador del diario digital que normalmente lee.
No hay fotos, la breve noticia hace mención a un posible suicidio en la nueva zona residencial y de la víctima, sólo destaca su edad: treinta y dos años y sus iniciales: L.S.M.
Es mejor así. Recorta la noticia con el cursor y la guarda en Constrictor.
Su último amor de verano.
Los rayos del sol caen con fuerza y se siente melancólico y deprimido. El otoño se ha llevado a la bestia a hibernar en algún lugar de su cuerpo humano. El intenso dolor de la transformación, dejará paso a la monotonía diaria.

—Maldito... ¿Por qué no es el hombre el que duerme?

Nada es perfecto.
Nueve meses para ser Dios de nuevo. Nueve largos meses de vulgaridad y hastío.
De un violento manotazo cierra la pantalla del ordenador y desnudo se hace un ovillo en la penumbra del cuarto y llora la maldición de ser hombre.

Hurgaré en vosotras, en lo más íntimo, una y otra y otra vez hasta que me otorguéis vuestra vida; hasta que en vuestras entrañas se haga un hijo mío que devoraré para seguir siendo bestia hasta el fin de los tiempos.
Porque así lo ha querido algún Dios.



Iconoclasta