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29 de abril de 2009

Máster en Sonrisa Inteligente


Es hora, mis graves alumnos, de sonreír.

¿Por qué es necesario para vosotros este Máster en Sonrisa Inteligente?

Muy sencillo, la risa se ha convertido en una necesidad social. Sonreír y ser jovial es una obligación, un requisito cuasi indispensable para ser aceptado como persona grata a grandes rasgos.

Cuando se entra en detalle, hay muy pocas personas gratas; creo que sólo los que os habéis matriculado en este máster, un servidor y alguno más que no hemos tenido la suerte de encontrar.

Y vosotros, no acabáis de hallar la razón para sonreír siempre. La Universidad de la Risa de los Seres que Guardan un Lamento en el Alma, no busca razones vanas. No formamos hipócritas, sólo os enseñamos algunos consejos básicos para poder sobrevivir en un medio que os es hostil. Sonreiréis con el pleno convencimiento de que no sois idiotas.

Os educamos en la Sonrisa Inteligente porque estáis solos y no hay nadie que os pueda ayudar.

Mis queridos tristes, vais a sonreír en muy pocas horas y detendréis con esa sonrisa el palpitar del corazón que tengáis delante. Sea por vuestra sonrisa irónica o franca.

El Máster de Sonrisa Inteligente para Seres Tristes (MSIST) se ha creado para combatir la sonrisa hipócrita y fácil.

La sonrisa vana que nos aburre. La sonrisa de la mediocridad, el miedo y el prejuicio.

Es una paradoja que para poder sonreír, hayáis tenido que llorar ante el desmesurado importe de la cuota.

Podemos empezar a reír con esta guasa; pero poco, lo suficiente para calentar los músculos. Vuestros maseteros están un poco atrofiados y no quiero que os lesionéis. Se nota a la legua que no estáis acostumbrados a esta actividad.

¿No es cierto que alguno de vosotros ha vomitado ante un sonriente pertinaz y latoso? Uno de esos que tiene más años que un galápago y se comporta como un adolescente descerebrado.

Si queréis sonreír, recordad su cara, no su sonrisa; porque si la evocáis de nuevo, no dejaréis de vomitar. Sólo tenéis que recordar vuestro vómito regando su ropa y sus ojos desmesuradamente abiertos. Recordad ese momento en el que su risa se transforma en una interjección de sorpresa y sus ojos se empequeñecen con ira. Los que sonríen son falaces, son víboras de incógnito.

Así me gusta, esa media sonrisa es importante, alumnos míos.

¿Os acordáis de aquello: medio mundo se ríe del otro medio?

Pues ahora sois el medio que ríe y el vómito marca al medio que llora.

¿No es deliciosa la justicia natural del planeta que reparte risas y vómitos tan equitativamente?

Sí, ya sé que os importa un carajo cada una de las mitades sonrientes, porque vosotros no pertenecéis a ninguna mitad de esas que amagan su hipocresía con un disfraz jocoso y animado. Ni siquiera lloráis ostentosamente. Nos pasa que vivimos entre la multitud porque no pudimos elegir. Vivimos sin ser ellos, vivimos incrustados, no integrados.

La mediocridad no es un buen lugar para la sonrisa natural. No hay tantos motivos.

Deberíais hablar seriamente con vuestros progenitores por haberos traído a un lugar y tiempo en el que la sonrisa os provoca náuseas.

Aunque no todas os dan asco ¿verdad, mis queridos carnales de grave semblante? He leído vuestras fichas de admisión y sé que todos amáis y deseáis a alguien y es su única sonrisa la que conjura como un encanto las necias.

Esta noche, cuando vuestra sonrisa de extraños ojos serios se abra ante ella o él, seguro que os va a proporcionar un buen rato de excesos carnales.

¡Qué cabrones sois! Ahora sí que se os escapa la risa ¿eh, bandidos? Y yo que pensaba que os habíais inscrito en el curso por razones metafísicas, por los amores lejanos e intocables o por los muertos queridos que han jalonado vuestra vida con tristes controles de avituallamiento de dolor.

Y ahora aquí, unos cuantos tristes se parten a reír por una cuestión de sexo sudoroso. Sois una gozada, los mejores alumnos que un catedrático podría tener.

Es por esa sonrisa por la que estáis aún vivos y no con las putas venas abiertas llenando de sangre el suelo del lavabo y lanzando materia orgánica por las cloacas, en lugar de recogerla en un puto contenedor de residuos orgánicos que los sonrientes de mierda ponen a vuestra disposición por el bien del medio ambiente, que es hoy más importante que los ojos llenos de moscas de un niño muerto de sed.

Disculpad, a veces soy visceral con mis cátedras y me dejo llevar por vuestro dolor e incomprensión. Por el mío también.

A veces me pregunto si vale la pena arrancarse la profunda sensación de malestar del rostro.

¿Os acordáis de la sarcástica y maliciosa risa de Cheshire, el gato de Alicia en el País de las Maravillas? A mí de pequeño me daba miedo. Hoy me gusta, me parece adultamente sarcástica y burlesca.

Walt Disney era potencialmente peligroso si dibujó esa sonrisa para los niños. Que siga congelado por muchos siglos.

Me gusta que sonriáis con esa naturalidad en una tranquila charla, sois unos buenos alumnos. Vuestras sonrisas son agua fresca en un mundo seco y resquebrajado.

Reímos de los muertos y con los muertos, con ese brillo de tristeza inevitable en los ojos. No lloréis tan abiertamente, mis pesarosos. Recordad a vuestro hijo muerto y reíd recordando su voz, sus ademanes y besos; el amor que os teníais. Dejad que sólo los ojos adquieran esa humedad sabia del dolor y detendréis el corazón de los hipócritas ante la calidad de vuestra sonrisa. Ante la valentía y el férreo control de un dolor que es cáncer devorando vuestros pulmones.

¿Comprendéis la poca popularidad de la seriedad en esta sociedad preñada de miserias y banalidades, de necesidades inventadas y de cielos sin estrellas? De la sucia luz que refleja asfalto y cemento... Nadie sufre, nadie tiene malos momentos, todo les va bien. Y sonríen, sonríen sin que nadie se lo pida. Están domados, condicionados como las ratas en un laberinto.

Si un funcionario, un empresario o un banquero se da cuenta de la gravedad de vuestro rostro, no podréis obtener trabajo, ni dinero, ni os facilitarán un trámite. Y todo porque no sonreís, no sois simpáticos cuando el dolor corre como cuchillas entre vuestro tejido neuronal.

No es sólo cuestión estética, mis apreciados seres de escasa sonrisa. En este medio, es importante el dinero; porque no nos engañemos el dinero es salud y bienestar. Comida y cobijo.

Ellos pensarán que sois unos deprimidos, que no aportaréis alegría a la esclavitud que pretenden venderos. Y eso no es bueno para el negocio ni para la mente cerrada de un funcionario ante el monitor de su ordenador.

Sólo los que ríen trabajan y rinden al cien por cien. Los que disfrutan con la porquería de comida del comedor de su empresa. Esa es la creencia.

Pero vosotros no queréis eso, no queréis pagar con imbecilidad vuestro paso por la vida.

Reíd ante la broma de mal gusto que representa trabajar diez horas a cambio de apenas nada. Sin siquiera poder mirar a un cielo limpio cuando estáis agotados.

Vamos, pesarosos de la vida. Ese brillo triste de vuestros ojos haría un espectacular contraste con una sonrisa discreta, aunque sólo sea un amago.

Os haría atractivos para un buen montón de mujeres y hombres con cierta inteligencia.

Esto es una forma amable y eufemística de deciros que hay tantos cerebros dañados en el mundo, que muy pocos apreciarán la tragedia de una sonrisa franca y unos ojos tristes. No es que quiera menospreciar al género humano.

Yo no menosprecio a tantos seres que sólo deberían comer y callar. Reproducirse bajo los efectos de sus ciclos hormonales y un día, evolucionar a una especie de rumiante bípedo al cual podamos cazar con total libertad de la misma forma que Búfalo Bill exterminó al bisonte americano. Los estúpidos tienen una facilidad roedora para reproducirse y el reino de los cielos está lleno de ratas.

Otra vez... Disculpad de nuevo esta exaltación. Es que me parece injusto que vosotros tengáis que hacer un máster en sonrisas y los otros ocupen cargos que les proporcionen dinero o poder. O simplemente respiren sin más función que la de reír y repetirse que los reyes magos existen aún cuando se tienen treinta años.

Esto no es serio.

¿Lo captáis? Si esto no es serio, es que es cómico.

Vamos... Esa sonrisa.

—Por favor, que el de la fila siete modere su sonrisa. La risa lujuriosa que provoca el profundo escote de su compañera, no creo que sea adecuada. Sin embargo, es normal. ¡Qué buena está!

Así, mis amigos, esas risas os vacían un poco de dolor y ansiedad.

No hay que esforzarse mucho cuando nos lo proponemos, siempre hay motivos de risa. Y cuanto más cruel sea, más eficaz. Que no os preocupe la crueldad.

La crueldad tiene otros responsables.

Una risa cruel es sólo un instinto que parte de nuestra naturaleza. No es ético reír de quien se cae en la calle de bruces al suelo, sin embargo, no tenéis la culpa y la vida os ofrece ese momento. Vale la pena aprovecharlo, porque ya ha habido bastante dolor. Sed animales, sed crueles si es necesario para sonreír. No dejaréis de ser humanos.

La verdadera sonrisa, aunque joda, pone de manifiesto nuestra naturaleza y sólo aceptándonos como las bestias que somos, seremos capaces de encontrar verdaderos momentos hilarantes.

El leproso que intenta sacarse los mocos de la nariz con los nudillos no tiene nada de jocoso, reíros de lo absurdo, de la importancia que tienen los mocos cuando no hay dedos. Será una falta leve de ética si vuestros ojos están húmedos de pesar por algo trágico que no puede abandonaros en ningún momento de vuestra vida.

Será un crimen cometido por un dictador o un presidente, que ese hombre muera ahogado por unos mocos que no se ha podido sacar porque no ha querido curarlo con un par de euros que cuesta el medicamento.

Reíd tranquilos pues.

Vale, he de reconocer que entre mocos y leprosos, esta parte de la lección resulta un poco escatológica. Pero el rictus concentrado del leproso mientras intenta engancharlos...

Repórtense, señores. Un poco de seriedad. Tampoco estamos en un concurso de imitadores. Dejen de hacer eso con los nudillos.

No dejéis de hacerlo con esa sonrisa desinhibida, alumnos de sonrisa trágica.

Pero no os paséis, porque el curso es de cuarenta horas y no quiero que dejéis de asistir a clase por haber aprendido en sólo unos minutos. Me sentiría solo. Eso sin contar que os ha costado una pasta.

Mi padre murió hace unas semanas de un infarto. El ascensor estaba estropeado, y se le escapaba la risa, tenía que bajar siete pisos a pie. Se reía durante el trayecto en taxi al hospital. Su sonrisa era franca, y sus ojos me decían que me quería.

Que se moría.

Y yo sonrío con él cada día. Me río de su mala suerte, de un infarto y unas escaleras. El planeta se asegura de que cada uno muera puntualmente cuando así lo decide.

Si no es pedir demasiado, y puesto que habéis aprendido mucho, me gustaría que como ejercicio para hoy le dedicarais una sonrisa imaginando sus bufidos bajando las escaleras con el corazón partido y rezando un rosario de blasfemias.

Yo dejaré correr unas lágrimas para ser el medio mundo que llora. Pero sólo hoy, cuando nadie me vea.

Mañana seguiremos con la clase. Sed aplicados, haced los ejercicios.



Iconoclasta

22 de abril de 2009

Amor sereno

Observa su alrededor con una mirada líquida. Con un desánimo calculado.
La vida ya no le muestra nada, no puede enseñarle nada más; conoce el mundo y su incapacidad para sorprenderlo.
Goza de una indiferencia serena y cultivada.
No es falta de ilusión, es una sabiduría casi ancestral. Hay un momento en la vida en el que lo aprendido se olvida. Se debe olvidar para no sentirse frustrado; para ser uno mismo. O renovar indecencias.
Y por eso su amor también es calmo y pacífico.
Es la simple bocanada de humo del cigarrillo, lo único que aún puede aspirar y gozar. El aire es como siempre, no aporta nada nuevo ni limpio.
Aunque esté ella a punto de romper la sucia realidad con su presencia.
No se fía, no puede haber un final feliz cuando toda la vida ha transcurrido mal. O cuando ni siquiera ha transcurrido.
Ella es humo, es etérea y cuando aspira del cigarrillo, traga su olor y su esencia. Su historia le ha enseñado que el amor es efímero y la belleza se disipa como la niebla cuando se agita una mano.
Lo hermoso es un ciervo tímido que al sentirse observado huye.
Ya no hay hormonas efervescentes sacudiendo sus instintos, ahora es sólo un hombre que se mimetiza entre otros seres adocenados, un camaleón que se confunde con asfalto y cemento. Pisando mierda de palomas en el suelo y basura destilando veneno de contenedores rotos.
No es una buena arquitectura para el amor; pero no le importa. Si está ella, nada molesta.
No es fácil amarla serenamente, requiere toda su atención. Hay detalles que demuestran que la quiere más adentro de lo que el humo penetra en sus pulmones. Si tuviera la mano fuera del bolsillo del pantalón, se podría ver como clava las uñas en la palma al cerrar el puño con ansiedad.
Contiene el amor como el cazador la respiración en el momento de tensar el gatillo. Retiene el ardiente humo en los pulmones porque le horroriza pensar que la pierde.
Cuando aparece por fin por la boca del metro, saca la mano del bolsillo: pende relajada y abierta. La ruda mano se apresta a prenderse de la amada.
El sonido de los autos se enmudece, y los que respiran a su alrededor, los ajenos, ya no interfieren en su espacio. Han quedado relegados a un mundo irreal donde son meras refracciones de luz que se mueven veloces e indefinidas.
Impersonales.
Cuando sonríe la bella y su rostro ilumina su sombrío ánimo, él tiene la certeza de ser amado; es un hecho. Y el tiempo parece rasgarse y dejar de funcionar; sus latidos se hacen lentos y espaciados.
Sentirse amado detiene el tiempo y queda colgado durante un segundo eterno de un amor que pesa hasta arrancarle el aire de los pulmones.
Si pudiera elegir un final feliz, sólo podría ser ese: asfixiado por todo ese amor que aplasta el tiempo, que lo aplasta a él.
Si alguien prestara atención podría apreciar un ligero temblor en su mano. Es ansiedad contenida; si se dejara llevar por la emoción, si hiciera caso a lo ya olvidado en su vida casi gastada, le gritaría; le rogaría que estrechara su mano ya. “Hace milenios que te espero”.
Se ha de morder los labios para no decir lo obvio: que los pulmones le queman de tanto aspirar su esencia y que necesita su carne para tocar la realidad y algo terso.
Está cansado de sus manos rudas.
Y no cuesta nada sonreír cuando ella lo hace; no cuesta nada tragarse y olvidar rencores y errores. Beberse por dentro las lágrimas vertidas.
Debería haber nacido pegado a ella.
Encontrarla en la mitad del camino ha sido arduo y cansado.
A veces desesperanzador como un astronauta se siente en el espacio, lejos de su nave. Flotando-muriendo.
Un dedo en la sien como el cañón de una pistola, y a solas frente al espejo ensaya lo que se su cobardía jamás le permitiría hacer.
Cobardía... No es verdad; la verdadera cobardía, es tener esperanzas y ser esclavo del momento árido que no trae nada.
Es cansado ser valiente e indiferente. Un día, si ella no aparece, y como no tiene pistola, se meterá la goma del gas en la boca hasta hincharse como un globo que venden los gitanos en los parques los domingos.
No puede uno engañarse, la bella durmiente no despertó jamás y unas feas llagas se infectaron y pudrieron su carne.
Es la inamovilidad el tumor del ánimo, uno se hace viejo y agota la vida sin moverse del mismo momento. Se hacen llagas en la piel que infectan la mente.
Hasta que ella, motor de vida, gira la corona que dará cuerda a su mundo desértico y monocromo.
Porque sin ella, la vida no tiene esencia. El tabaco sólo es humo acre en su boca. Y la comida un proceso orgánico. La sed se saciaba con un pequeño trago.
Y ahora bebe con las manos plenas, con ansiedad; la bebe a ella; salpicándose la camisa.
No deja de ser preocupante que a mitad de la vida todo se haya precipitado tan deprisa. A pesar de lo que sabe, a pesar de lo olvidado; esa monada de mujer se ha convertido en su punto de apoyo vital.
Toda su autosuficiencia se ha hecho trizas con ella.
La ventaja es que no necesita ser autosuficiente, es delicioso vivir por ella.
No es habitual, y tampoco puede hacer más daño que pudrirse día a día esperando que algo cambie.
Maldito cinismo... Aunque a veces ella ríe con él. Está cansada de amores puros y hombres blancos. Ha olvidado muchas cosas aprendidas también.
Hacen una buena pareja de olvidadizos.
Si el mundo pudiera, los mataría, los descuartizaría en pedazos y los echaría a los cerdos. El mundo es una bestia de mirada aviesa de sucio pelaje cubierto de envidia e ignorancia.
Él lo sabe, son cosas que ha podido experimentar toda su vida. El mundo no perdona que alguien esté bien a pesar de lo que le rodea.
Y ahora la abraza, hunde los dedos en su cabello con la misma fuerza con la que clava los dedos en la tierra cuando intenta arrancarle los ojos al planeta.
A ella le gusta esa fuerza, le gusta ese odio contenido que transforma el hombre en pasión por ella, con voluntad, con frialdad.
Y así dos enamorados se encuentran en una calle anónima, en medio de humo y ruidos de tubos de escape, de voces impersonales y mendigos que piden con las manos llenas de mierda y verrugas.
Saben que el mundo los mira envidioso, que aquel abrazo sereno de fuerza apenas contenida, de íntimas lágrimas y de años de búsqueda; es algo que han de pagar caro.
No se puede ser feliz con tanta serenidad, con tanta voluntad. Nadie puede amar y ser amado con la alevosía que da la completa comprensión del universo.
Tal vez por eso no se extrañan cuando el uno ve en los ojos del otro la deflagración que les incinera el cabello y convierte en cenizas la piel.
Tampoco sienten apenas el dolor de los miembros amputados.
No les extraña que precisamente en el mejor momento de su vida, una bomba colocada en un vehículo por un ajeno, por un extraño a ellos, los haya matado.
Y nadie se ha dado cuenta que por encima del rugido de la deflagración, el mundo ha soltado una sonrisa prolongada y asmática; el pensamiento universal abominable, se muerde la mano conteniendo una mala carcajada, observando la sangrante y serena mano que tiene un mechón de cabello entre los humeantes dedos muertos.
Los ajenos no saben; los otros, los borrones, corren espantados con las ropas rasgadas, sin escuchar, oyendo sus propios balidos y temiendo por sus prescindibles vidas.
Tampoco el mundo ha estado muy atento y no ha podido ver los finos dedos quemados de la mujer, encañonándose la sien con una sonrisa cínica y ensangrentada. Riéndose del mundo y de su envidia. Burlándose de la vida, de la mala vida.


Iconoclasta

14 de abril de 2009

666 Caliente

Esto es el infierno y el único lugar fresco y húmedo de mi reino es este trono de piedra sucia de sudor y sangres secas, sangres muertas desleídas en humores sexuales.
Mis testículos agradecen la caricia del frío y mi pene corrupto se endurece, se eleva y toma el poder de mi pensamiento.
Soy el Dios Polla que llena y rasga carnes, que escupe un semen hirviendo, una leche obscena.
Si ese Dios superfluo y homosexual rodeado de sus asexuados querubines asomara su divino y trino ojo en mi reino, le escupiría con este glande amoratado y colapsado de sangre y le cegaría con mi zumo de maldad pura.
Soy bestia, soy dios y soy aquello que más se teme y más repugna. No es una maldición, es mi soberana voluntad. Mi volición firme y desenfrenada.
Pero cuando el ansia se apodera de mí, puedo notar como las hembras primates sienten que sus sexos laten al compás de las venas que alimentan e irrigan mi puto pene.
Estoy caliente, ardo.
Cuando no os mato, primates, deseo follaros. Follar y partir en dos con mi rabo al rojo a las monas, a las primates que más cerca tengo. A las que tienen la desgracia de estar en un lugar equivocado en un mal tiempo.
El ansia por follar acrecienta de tal modo mi ira, que Dios llena el mundo de ángeles protectores en esos momentos para evitar la extinción de sus queridos primates.
Con el pene expandiéndose en mi puño, siento que todo el poder se concentra en el bálano y podría ahogar este universo idiota que Dios creó, con una andanada de semen.
Grito, lanzo tal rugido que migas de piedra y polvo caen en finas cortinas desde el inalcanzable techo de esta oscura y húmeda cueva.
Mis crueles se esconden entre las profundas grietas y mi Dama Oscura se despereza en la Ara del Dolor. Se libera de las cadenas con las que envuelve su deseable cuerpo de oscura y suave piel.
Lamible...
Sus pechos pesados hacen ostentación de unos pezones duros y contraídos y siento su deseo de que mi boca los chupe, los hiera con los dientes. Que la mortifique mientras su coño suda anhelos.
Se sienta en la piedra y separa sus piernas, de su sexo se desliza un fluido denso y pegajoso como el que ahora recubre mi glande hipersensibilizado.
A veces consigue que eyacule sin tocarme y le arrancaría su bella cabeza llevado por el éxtasis de mi placer.
—Tócate 666, mi señor. Que la Maldad hecha bestia, unte mi coño con tu lava blanca –lo pronuncia en un susurro, pero el eco de su voz retumba en cada piedra en infinitos lugares.
Su gemido libidinoso es un canto de sirenas.
Le gusta que me masturbe, le encanta cuando gruño y agito con fuerza mi puño; los testículos pesados y llenos parecen aplastarse con cada sacudida de mi puño. No soy cuidadoso con mis genitales cuando estoy caliente, salido como un perro en celo.
Un perro rabioso...
Si ahora se acercara a mí, la penetraría con tal furia, que sentiría aplastarse la matriz y mis cojones golpearían sus dilatados y resbaladizos labios del coño. Separaría con mis brazos sus piernas para dejar su sexo indefenso, hasta el punto de descoyuntarlas.
Le empujaría ese ano duro, plantaría mi glande en ese oscuro agujero hasta que se mordiera la lengua de placer-dolor.
La baba de mi pijo ha lubricado el puño y siento que un placer creciente tiñe de rojo el aire.
La Dama Oscura acaricia su perla dura, la golpea gimiendo impúdicamente ante mí, con tal lujuria que pienso que va estallar mi glande. Su presión es insoportable.
Ante ella estrangulo mi pene, lo castigo por lo que me hace, me ha poseído...
—¡Puta! —susurro batiendo con fuerza el pene— ¡Puta!
Responde con un gemido, acariciando su sagrada raja abierta con la palma de la mano. Baja del altar y se acerca a mi trono con los muslos brillantes y húmedos de sí misma.
Se eleva sobre mis rodillas y pisando los apoyabrazos de negro granito, se clava a mí. Sus nalgas se abren y la fragancia de su coño me llega como un vapor invisible.
Su coño me cubre, me empapa con su jugo. Su carne resbala en la mía y oprime mi pene desbocado. Mis testículos hierven, el semen llena los conductos seminales y me expando en el aire con un embate de placer, llevado por los espasmos de su coño.
Siento fundirme con ella. Clavo mis dientes en su cuello y atenazo su sexo henchido de mí con una mano, con fuerza. Noto su clítoris palpitar ávido de ser chupado.
Le arranco gemidos que no sabe si son de dolor o placer.
Y siento en mi boca el dulce y acre sabor de su sangre.
Mis crueles gimen como perros asustados entre las entrañas de roca.
La Dama Oscura ha quedado inmóvil y presiona con fuerza su mano en la mía. Quiere que le aplaste ese coño que la está matando de placer.
Mi semen fluye entre nuestros dedos, espeso, caliente.
Noto en mi glande como sus pulmones vuelven a aspirar aire y su vientre contraído.
Su sistema nervioso colapsado...
Mierda... Mi polla aún estalla en leche dentro de ella y lamo el sudor de su espalda.
Las sombras... Mis crueles, emergen de las profundidades; traen consigo un pequeño primate que llora asustado aferrando un muñeco en su pequeño puño.
Estoy tranquilo, mi ira se ha disipado, ha sido expulsada por el pijo y ahora gotea de nuestros sexos enfriándose en la piel y la roca.
La Dama Oscura masajea su sexo sentada a mis pies, untando los dedos en el semen que se le escapa entre los muslos; mientras lentas gotas de mi leche gotean en la piel de su torso desde mi rabo relajado.
Llevo la mano a mi nuca y saco el puñal enterrado entre mis omoplatos. Lo lanzo sin ningún tipo de alegría.
Se clava certero en el pequeño cuello del primate.
Muere sin soltar su juguete, con una mueca de dolor y espanto. Sus grandes ojos verdes no se han cerrado.
A los crueles se les escapa la risa, y a mí también. Todos reímos a carcajadas ante el cadáver del pequeño primate.
—Devolvedlo a su cuna —consigo articular.
—Que revienten de angustia y se pudran en vida sus padres.
¿O acaso pensáis que por haber follado os odio menos, primates?
Os contaré más cosas, más secretos, terrores, corridas... Descuartizamientos.
Me voy a lavar la polla, que esto se seca y me incomoda.
Siempre sangriento: 666

Iconoclasta

7 de abril de 2009

Una mano cansada


No sabe que la mano me pesa como un plomo, tira de mi hombro y hace mi caminar encorvado.
No tiene ni idea de lo fuerte que es. Porque ella, bella entre bellas es pura fortaleza. El poder desatado hecho mujer.
No soy un hombre refinado, no soy sutil. Ni un hombre débil. Mis músculos han desarrollado tantas toneladas de fuerza a lo largo de la vida, que me tiemblan los dedos alzando pétalos de flores. Nací tan fuerte que siento el peso de mi propio cuerpo como un lastre que me hunde cada vez más en la tierra.
La necesito para no clavarme en el suelo. La necesito para no convertirme en fósil. La deseo como un virus desea tomar el control del cuerpo. Con toda esa fuerza instintiva en su pasión; a nivel genético. En su voracidad por ser ella, estar en ella. Ser mecido por ella.
Por lo tanto sólo cabe pensar que cuando coge mi mano y libera mi carga, cuando me libera de mí mismo ocupando mi pensamiento; es más fuerte que yo.
Siento vergüenza.
Me da coraje ser más débil que ella.
No voy con ella, ella me lleva con su increíble capacidad para anular la gravedad y me siento volátil. Etéreo como un gas que se diluye en el aire, que se expande en la atmósfera.
Ingrávido.
La mano se balancea sola, pende triste, la observo con cierta angustia al desligarme de mi cuerpo. Uno aprende estas cosas si quiere sobrevivir. Uno aprende a liberarse de la carne durante los segundos necesarios para no caer de rodillas aplastado por el peso de todo.
Y viéndome desde el aire, siendo aire, la pobre mano parece cada vez más cercana del suelo. Está cansada, estoy reventado.
A veces la mano se agita, los dedos hacen un pequeño intento de cerrarse en el aire. La mano es tonta y sueña que abraza los finos dedos que la hacen ingrávida.
Da pena la mano, doy pena...
Tantos pasos firmes crujiendo el suelo, aplastando el planeta con resolución y ella con un solo paso, hace girar la tierra como una hermosa equilibrista gira la pelota bajo sus pies. Así de fácil.
Un día estaba cansado, y la mano golpeó un árbol del que no pudo apartarse, ni quiso. Los dedos fuertes y toscos, apenas se cerraron ante el dolor. Sólo se entornaron los ojos para enfocar la mano y la sangre que de un corte manaba lenta, serena.
Perezosa sangre que al fluir, da tregua al corazón.
No conviene cortar las hemorragias de soledad, pero va metida en la sangre. Como un virus.
Se ha de retener la sangre, con la ponzoña y la vida para no perderlo todo.
La voz:
—Está sangrando, se ha hecho un corte en la mano —me habló mirándome directamente a los ojos.
Supongo que lloraba, por alguna razón mis ojos vertían lágrimas. Los hombres fuertes también están sometidos a la fuerza del viento que arrastra cuerpos extraños y hace llorar los ojos.
Mentira. Lloraba porque estaba más solo que nadie en la puta vida.
La mano tembló ante aquella voz y se alzó ágil ante nuestros ojos.
Mi voz:
—He debido darme un golpe.
Dejó las bolsas de la compra en el suelo, su mano cogió la mía y todo aquel cansancio se disipó.
Los dedos se relajaron entre los suyos.
—Aquí mismo hay una farmacia, hay que limpiar esa herida.
Ella no miraba mi mano, miraba mis lágrimas. Maldita... Es lista...
Sus manos sostenían la mía mientras el farmacéutico limpiaba la herida. Y algo debió decir ella, porque lloré con un gemido. Y algo debió significar porque ella me acarició el rostro con una sonrisa calma.
Su boca esplende luz y vida.
Y dejé de ser el hombre más fuerte del planeta. Me arrebató el título.
La mano no quiere ir sola colgando de mí, parece abrirse la herida por la cicatriz que hace años se cerró; un estigma de amor. Sólo ella lo conjura, sólo ella sana y restaña la herida, con su voz. Con su mirada.
La mano se ha hecho más pesada, día a día cuelga doliendo del brazo como una condena. Día a día busca, buscamos el momento de asirnos a ella. De ser aire y piel sanada. De no llorar.
Ella trae un aire limpio que no aloja cuerpos extraños en los ojos. Con ella no hay lágrimas. No estoy solo.
Bendita sea la mano que pende triste y que la encontró. A ella, a la más fuerte del planeta.


Iconoclasta

28 de marzo de 2009

Sin uñas

No hay aves trinando, no hay fulgores de colores en el aire; no son las flores más coloridas, fragantes y hermosas.
No hay nada de eso, no hay magia, no hay ilusión, no hay esperanza para la fantasía.
No es por ninguna belleza natural, ni por la armonía en el planeta por lo que me siento bien, cómodo.
De hecho, me siento exultante de optimismo.
Todo se debe a ti; hace tiempo que dejé de engañarme y mi mente prosaica y burda no me permite crear bucólicas y líricas alucinaciones.
Y no quiero ver más belleza que la tuya. No quiero ver un agua cristalina como no puedo obviar el hedor de la ciudad. Soy incapaz de decorar la realidad.
Nunca se me ha dado bien la decoración ambiental, sinceramente.
Sonrío y espero impaciente besarte sin ningún paraíso que nos acoja.
Y ahí estás, esplendes entre negros, grises y suciedad.
Bella y única.
No eres bella porque yo te vea así, no quiero repetirme. Sabes que no soy amigo de espejismos. Te parieron así de hermosa.
Y escupo la tierra que me sostiene porque me da asco. De la misma forma que me la llevaría a la boca si supiera a ti.
No haces el mundo mejor, eres lo más deseado de él.
No quiero ir al lugar más hermoso contigo. Tú eres lo sublime y el universo está en tus ojos. Los secretos de la vida y el placer perfuman tu piel. Reflejas una luz propia, no es la del sol que calienta al resto de seres. Es otra luz, es para mí. Es mía y mataría y descuartizaría por ella.
Este amor que me corroe y me mantiene vivo, no es un engaño o un sueño.
Quiero y deseo tus manos, tu piel, tu cabello...
Tu sexo es la fragua del mío.
Retrocedo al pasado porque me encuentro masturbándome como cuando era adolescente, es la única sensación de irrealidad que tengo.
Aferro mi pene y sueño con arrancarte con la lengua el secreto del placer que la belleza oculta en tu coño.
¡Dios! ¡Cómo te quiero! Exclamaría si fuera creyente.
Pero no puedo exclamar eso, sólo se me cae una baba de felino hambriento y mi mano se va a mi sexo, como tú haces. Me haces.
Y presiono, y te busco y presiono, y te busco y gruño un placer húmedo y blanco deslizándose por entre mis dedos.
Parecerá una tontería; pero te doy el valor de la vida. No es una frase al uso, casual. Es la verdad.
¿O acaso te crees que las uñas caen de los dedos como la piel de un reptil?
No tengo psoriasis.
No hay belleza en el amor, no es así como funciona. Cuando amas desesperado, arañas las paredes, sueñas y deseas que esté ahí. Clavas las uñas en el muro como si fuera la piel que amas y las uñas se separan de la carne y hay sangre y hay un dolor.
Y uno se pregunta dónde está la bendición del amor.
Tengo la polla sucia de sangre, de uñas que no son. De arañazos en el muro. De labios devorados.
Puta bella, ¿qué me haces? No es necesaria tu existencia para que yo viva. De hecho, no me acuerdo de respirar cuando te beso.
Las apneas de amor son una dulce forma de morir. Una tortura narcótica.
Camino descalzo entre cucarachas y ratas, crepitan, crujen con mis pasos. No hay nada que me engañe, no bebo, no me drogo. Y adoro ahora estar vivo.
No eres mi hechizo, eres mi infección.
No puedes mirarme e ignorar que eres el centro del universo y que giro a tu alrededor. No te puedes permitir humildad cuando el hombre sangra deseos, llora semen y por sus venas corren lágrimas.
¿Te das cuenta? Lejos de hacer el mundo más hermoso, creas extrañas mutaciones en mi organismo.
¿Sabes que sonrío llorando? ¿Sabes que es desesperante amarte aquí? Decidir de repente no abrirme las venas para no alejarme de ti es una forma de cobardía que no conocía.
Tampoco es que antes fuera una especie de Batman, no tenía intención de ser un hombre arrojado.
No hay término medio, soy todo tuyo.
La rata que he pisado se retuerce con la espina dorsal rota, y vuelvo a pisarla sin notar los arañazos de sus agonizantes patas. Es curioso que no sienta asco.
Soy consciente de lo horrendo, no hay nada que me ciegue.
Sí, ya sé que no es el mejor atrezzo para esta función. Sin embargo, todo lo horrendo pierde protagonismo y la sangre de otros es una alfombra de mediocridad sobre la que camino hacia ti. Suave y cómoda como la aterciopelada sangre que se cuaja lentamente.
Me has faltado toda la vida, eso es lo que ocurre.
Tengo tanto que pensar...
Obsceno... Es inevitable amarte y no pensar en la lujuria. Tu pensamiento está embutido en ese cuerpo y para llegar a él, debo lamer, tocar, penetrar...
Embestirte mil veces.
Mariposas en el estómago...
Son buitres arrancándome los testículos. Las mariposas viven tan poco tiempo, son tan efímeras que apenas han podido batir las alas cuando agonizan.
Las alas de tu amor son formidables y las plumas caen pesadas al suelo como tu ropa hecha jirones por mí.
A veces pienso que soy una especie de tosca mariposa. El tiempo pasa deprisa a tu lado y temo morir demasiado pronto. No temo la posibilidad, temo la certeza.
Joder... Me duele de dura que me la pones, coño.
Me duele el pensamiento cuando no estoy contigo y tu fragancia, tu ser, no está ahí para equilibrar la hediondez de lo que me rodea.
Ya ves, te parieron así, maldita amada. No tienes magia, no me engañas.
Te engendraron así para amarte a pesar de todo, por encima de todo.
Por encima de ratas y bichos negros, por encima de los volcanes ardientes y de los campos de cerezos en flor.
No es un buen lugar para amarte; pero yo sé que para ti sí lo es.
Y no entiendo como puedes querer a alguien que tiene toda esta basura en la cabeza.
Es algo que me obliga a amarte aún más.
Y callar.
Silenciar este tormento y sonreír como un triste augusto.
Sin uñas.


Iconoclasta

24 de marzo de 2009

Tristes

Si no hay amor, si no hay cariño; que irrumpa el odio y la violencia.
La destrucción y la sangre.
Cualquier bestialidad antes de que la tristeza anegue las yermas tierras del ánimo derrotado.
No es viable la vida con los hombros aplastados y los ojos húmedos de un pez recién muerto. Ser esclavo de la vida.
Antes asesino o asesinado que triste.
Los tristes desean morir y no tienen valor para extinguirse. Arrastran su vida como una maldición. Yo arrastro muertos.
Sus sexos sólo escupen residuos y miserias.
Y si hay amor, más vale que dure eternamente, porque así no se concibe la violencia.
Como si fuéramos ángeles patéticos de la diosa Hipocresía. Como si estar enamorado hiciera el mundo perfecto.
Tristes idiotas...



Iconoclasta

20 de marzo de 2009

El hombre sierpe (final)

Cuando llega a casa abre la puerta del salón que da al balcón para que entre la bestia. Se angustia al salir al balcón y no ver sus ojos opacos ojos verdes.

—No pienses más, te estás obsesionando. Fue terrorífico —intenta convencerse vertiendo en una cazuela un salteado congelado.

Un siseo en sus tobillos y un aliento frío eriza su piel con un escalofrío. Los ojos de la serpiente la miran fijamente desde el suelo y su cabeza sube por sus piernas delgadas de carnosos muslos.
El animal supera su vientre y se interna por dentro de la camiseta, siente su cuerpo resbaladizo entre los senos y su cabeza aparece por el escote. Se eleva hasta que sus ojos se encuentran frente a frente. La lengua bífida palpa sus labios con brutalidad, entrando entre ellos. Su sexo está cubierto y presionado por el cuerpo de la bestia. La respiración de la serpiente hace vibrar su clítoris y unas gotas de humedad se desprenden de la vulva para rodar por los muslos.
Linda ha abierto las piernas apoyándose en la encimera de la cocina y la serpiente bajo su falda, lanza la lengua rápida por toda su vulva. Se muerde los labios cuando la serpiente se abre paso en su vagina de forma brutal y siente que va a estallar “mi puto coño”. La mitad del cuerpo de la serpiente se ha arrollado en su pierna y sólo puede abrir más la otra para poder mantener el equilibrio.

Vosotras no sois repugnantes, sólo carnales.

La serpiente sale de la vagina, abre la boca y clava lentamente los colmillos en el pubis; la lengua castiga el clítoris durante unos minutos hasta crear un orgasmo bajo la falda que se propaga a través del vientre para estallar directamente en el cerebro de Linda.
Y mientras jadea e intenta regular su respiración, la serpiente repta ahora por su espalda, y sisea en su oído provocando en la mujer una sonrisa tierna.
Cuando Linda consigue mantenerse en pie sin apoyarse en la encimera, la serpiente ya ha desaparecido.
Se estira en el sofá sin haber comido y duerme absolutamente relajada a pesar de un calor pegajoso que provoca un sensual mador brillante en su piel.
Las venas de sus brazos resaltan con un brillante fulgor amarillo que se apaga paulatinamente hasta desaparecer al mismo tiempo que la respiración se normaliza.

Me erijo en Dios ante vosotras y me adoráis con los muslos abiertos y los pezones duros.

Linda se ha depilado el pubis y la vulva, cuando camina se excita con el roce íntimo de la braguita entre los labios y siente que se hace agua.
Hace ya ocho días que la serpiente la visita, que la usa. Ocho días en los que sólo piensa en ella, en sus escamas arrastrándose por la pared de su coño y en esos ojos que durante la oscuridad de la noche y el sueño, parecen flotar muy cerca de ella. Ocho días en los que tiene que dejar su puesto en la oficina para masturbarse en los lavabos dos o tres veces al día.
Cuando llega a casa se desnuda y corre la puerta del balcón. Escucha el suave roce del animal al deslizarse tras ella. Se arrodilla en el suelo y apoya también las manos. La serpiente avanza entre sus piernas separadas y hacia su rostro, arrastrándose por sus pechos plenos que penden pesados. La lengua recorre sus labios para jugar con ellos. La cola presiona en la vagina sin entrar y ciegamente tantea sus nalgas en busca del ano. Entra con tanta fuerza que le fallan los brazos y su rostro queda pegado al suelo. La cabeza de la serpiente repta por su espalda. Se siente acariciada y empalada. El ano está tan dilatado con la penetración, que le tensa la vulva. Alarga una mano hasta su sexo y acierta a encontrar el clítoris menudo y duro entre los pliegues de la piel. Cuando lo descubre, siente que se le nubla de visión, la lengua de la bestia ha aparecido entre sus dedos y fustiga con vehemencia esa dura perla rosada. La viscosa y pegajosa lengua... Es casi doloroso el castigo al que la somete.
La cola ha dejado de invadir su ano y ahora busca la vagina, tanteando e insinuándose por entre sus labios dilatados y blandos. Se lleva una mano a las nalgas para encontrar la cola del animal y ella misma la conduce a sus entrañas, la empuja sin cuidado, con ansia.

—Jódeme hasta reventarme, cabrona. Empálame zorra arrastrada.

El cuerpo de la bestia se tensa y se pone rígido; la cola se le escapa veloz de entre los dedos para penetrarla con un ataque veloz y violento. De la cópula se derrama un líquido lechoso blanco que lubrica el sexo y da un brillo mojado a las escamas.
Linda grita su placer acompañando con un vaivén de sus nalgas el ritmo de la penetración. Cuando aúlla ante el orgasmo, se encuentra con la cara de la bestia, sus ojos verdes se han tornado casi azules y hay un asomo de tristeza en ellos.
La lengua roza sus labios con lentitud, y le transmite una extraña sensación de pérdida. Cuando de su sexo resbala la cola del animal, siente vaciarse y un nuevo placer la obliga a entrecerrar los ojos.
La serpiente se aleja hacia el balcón.

—¿Adónde vas? Quiero ir contigo —susurra entre jadeos la mujer que ahora yace acurrucada en el suelo.

La serpiente gira la cabeza hacia la voz e inmóvil fija sus verdes ojos en los de la mujer de suave pelo rubio, hasta que una lágrima se desborda dejando un reguero negro de rímel en su pómulo. Se arrastra de nuevo a la oscuridad y a la inmundicia de las cloacas.

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No llega, la serpiente no aparece. Linda se asoma al balcón y escudriña los setos por donde ha desaparecido estos días.
Los setos se agitan y la cabeza de la serpiente asoma entre ellos, los ojos se encuentran, la serpiente yergue la mitad del cuerpo y agita la lengua, suavemente. Desaparece entre los setos. Linda llora.
Se masturba en el sillón, se toca y gime casi gritando. Intenta que la bestia la oiga, que la bestia acuda llevada por su lujuria.
Pero no aparece.
Al día siguiente, el animal asoma su cabeza de nuevo entre los setos para clavar su mirada en la de ella.

—Ven, ven, ven... —le suplica Linda aferrando a la barandilla, sus brazos se han tensado y bajo la piel, las venas pulsan amarillas.

La bestia desaparece de nuevo.

—Lin, tienes mala cara, no te encuentras bien. Vamos a urgencias. —le propone su marido al llegar a casa y verla tumbada en el sofá con unas profundas ojeras.

—Estoy bien, Loren —le miente.

Linda no come, no duerme. Sus ojos empañados de lágrimas impiden la buena visión para trabajar frente al monitor de su mesa. Hay momentos en los que rompe a llorar de forma intempestiva.
Dice sentirse mal y se va de la oficina. El jefe de la sección, lo comprende al ver las venas amarillas que como raíces se extienden por el cuello bronceado de Linda.

—No volverá, no me tomará —musita con la cabeza apoyada en la ventanilla del tren.

Camina despacio hacia casa, el calor parece hervirle la sangre.
No abre la puerta del balcón, al llegar a casa y eso la lleva a llorar de nuevo. Conecta el aire acondicionado y se desnuda.
Lleva la mano al sexo y no siente nada, no hay nada en su coño moviéndose, no se arrastra nada por su cuerpo. Está vacía.

Me arrastraré entre vuestras sábanas y me anillaré en vuestros pechos con mi cuerpo. Os arrancaré gemidos impúdicos; os tocaréis cuando os sisee en el oído y mi lengua roce vuestros labios entreabiertos.

El cuchillo que sostiene en la mano está agradablemente frío.
Sale al balcón, allí está la bestia.
Linda se clava el cuchillo en el cuello, y debe esforzarse por enterrar completamente la hoja en la carne. Los ojos de la serpiente la distraen de la sangre que sale entre sus labios. Los pulmones se inundan de sangre y ella no hace esfuerzo alguno por respirar. Su cuerpo cae sobre la barandilla y la cabeza cuelga inerte; de su boca un hilo de sangre cae en la cabeza del animal que se ha arrastrado para bañarse en ella.
Hasta que no cae una gota más de sangre, el animal no se mueve. Sus escamas están terroríficamente salpicadas de un rojo que ya se ha hecho casi negro, el calor seca la sangre y le roba su color vital.
Trepa por el tubo de desagüe hasta el cuerpo de la mujer. Sus ojos ávidos y brillantes miran con expectación las nalgas del cadáver. Del muerto sexo emerge con rápidos movimientos una pequeña culebra amarilla que la serpiente devora sin que llegue a tocar el suelo.

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El rostro del hombre sierpe está iluminado por el monitor del ordenador portátil. Teclea “mujer muerta” en el buscador del diario digital que normalmente lee.
No hay fotos, la breve noticia hace mención a un posible suicidio en la nueva zona residencial y de la víctima, sólo destaca su edad: treinta y dos años y sus iniciales: L.S.M.
Es mejor así. Recorta la noticia con el cursor y la guarda en Constrictor.
Su último amor de verano.
Los rayos del sol caen con fuerza y se siente melancólico y deprimido. El otoño se ha llevado a la bestia a hibernar en algún lugar de su cuerpo humano. El intenso dolor de la transformación, dejará paso a la monotonía diaria.

—Maldito... ¿Por qué no es el hombre el que duerme?

Nada es perfecto.
Nueve meses para ser Dios de nuevo. Nueve largos meses de vulgaridad y hastío.
De un violento manotazo cierra la pantalla del ordenador y desnudo se hace un ovillo en la penumbra del cuarto y llora la maldición de ser hombre.

Hurgaré en vosotras, en lo más íntimo, una y otra y otra vez hasta que me otorguéis vuestra vida; hasta que en vuestras entrañas se haga un hijo mío que devoraré para seguir siendo bestia hasta el fin de los tiempos.
Porque así lo ha querido algún Dios.



Iconoclasta

13 de marzo de 2009

El hombre sierpe (3 de 4)

Y penetraros, entrar en vosotras y sentir en mis escamas las convulsiones de vuestro placer.

Ahora sujeta el grueso cuerpo de la serpiente entre sus piernas, forzando que entre más en ella y lucha por separar las nalgas cuanto puede para que la cola que le está destrozando el esfínter pueda entrar y salir con más facilidad.
Y grita, grita y su vientre se contrae, su frente empapada de sudor se ha arrugado ante el orgasmo que colapsa su sistema nervioso de tal forma que nunca hubiera podido imaginar.
De los labios interiores de su vagina, se derrama un líquido caliente y espeso que se desliza hasta llegar al ano. Sus manos aún permanecen crispadas en el cuerpo del animal, que ahora está sacando la cabeza.
Eleva su cabeza y observa atentamente a la mujer que ahora cierra los ojos y se deja llevar por los pequeños espasmos residuales del orgasmo.
La serpiente se separa de ella y se dirige hacia la puerta del balcón, se yergue para picar en el cristal con el hocico.
Linda intenta levantarse pero se tambalea y cuando por fin lo consigue, se da cuenta de que sus bragas se encuentran por debajo de las rodillas, se las sube y se dirige a la puerta del balcón. Cuando la abre, el animal sale al exterior, alcanza la barandilla y se enrosca en el tubo de desagüe del tejado. Cuando toca tierra, desaparece entre los setos.
Linda llora, sus bragas están empapadas de humor sexual y los pezones amoratados. Se acaricia el pubis observando el lugar por el que la serpiente ha desparecido.


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El animal surge de nuevo por la boca del sumidero labrado en el bordillo y llega a su cuarto trepando por el mismo árbol.
Se anilla en la penumbra de un rincón de la habitación, esperando el crepúsculo que debilitará los rayos del sol.
La luz se torna anaranjada y el movimiento cósmico se acelera para dar paso a una creciente oscuridad. El animal abre sus increíbles ojos verdes opacos y su cuerpo se estira. Hay miedo en su mirada animal, la misma cantidad de miedo que de dolor cuando es hombre y se transforma.
El cerebro va tomando conciencia de su parte humana y las extremidades adquieren relieve bajo la piel y se desgajan del tronco central, los colmillos caen al suelo y dan paso a la dentición humana. La liberación total, llega cuando el pecho se ensancha y los pulmones consiguen inflarse de aire.
Durante unos segundos el hombre sierpe, se mantiene estirado boca arriba con los brazos en cruz y la planta de los pies en el suelo, absorbiendo frío de las baldosas.
Cuando se pone en pie, una arcada lo dobla y vomita dos esqueletos de rata y una bola de pelo.
La visión de ese vómito le lleva a otro hasta debilitarse de nuevo y caer de rodillas en el suelo, expulsando baba de su boca jadeante.
Son las ocho y media de la noche, apenas le queda una hora de tiempo para reponerse antes de salir de casa para una nueva jornada. Es especialista en una empresa de fundición de plástico.
No hay recuerdos, sólo sensaciones de su vida como animal, está enamorada la bestia y no sabe de quién. Por enésima vez, otra caza de amor, la pasión animal y primitiva.
El amor y la destrucción.
Venas que se abren, cuerpos que caen desde alturas letales, un veneno en la garganta, pastillas que tornan azules los labios. Otra muerte, otro suicidio.
Y así siempre, así toda la vida. Desde que se hizo sexualmente adulto, su cuerpo se transforma cuando el sol cae más vertical. Los veranos son para el amor y la pasión.
Durante todos los mediodías de verano, se arrastra por el mundo escondido entre mierda y ratas que a veces come. Y llega hasta ellas, preciosas y cálidas mujeres, guiado por un efluvio que sólo su cerebro de reptil es capaz de identificar; un efluvio que enamora a la bestia y hace desplegar una sensualidad tan animal como primitiva.
El verano se acaba, y su último amor en este año.
Y jamás conocerá a la mujer que enamoró a la bestia, las mujeres que enamoran a la serpiente y a su vez son tomadas por ella, no viven, sólo sufren un tiempo hasta que dan fin a sus vidas.
Enciende el ordenador y escribe la contraseña de acceso.
Abre una carpeta de imágenes titulada Constrictor y la galería de imágenes que contiene. Sesenta y cuatro noticias escaneadas de los periódicos van pasando lentamente y él intenta evocar cada mujer; pero sólo le llega un aroma identificativo de cada una que no aporta más que angustia y desazón ante la falta de recuerdos y sensaciones. No las quiso, no las amó, no las buscó. La bestia es algo que habita en él, que lo usa como cueva, como agujero oscuro y húmedo y a la vez cálido. Nunca han cruzado pensamientos la bestia y el hombre.
Cadáveres rígidos, restos en las vías de un tren, una mano ensangrentada, cada noticia tiene su color. Su particular presentación.
Y le gusta, su propio misterio y lo que esconde entre sus genes lo hace único. Y vale la pena ser único aunque repugne.
¿Quince años tenía cuando horrorizado sintió su cuerpo desgarrarse hasta convertirse en una serpiente? Hace veinticinco años que vive solo, aislado. Ha cambiado de domicilio más de doce veces.
Cuando un ojo humano captaba la monstruosidad reptante de color amarillo y negro deslizarse por la ventana de su casa, se creaba alarma en el barrio. La policía se presentaba en su casa y quería saber si tenía una serpiente y ésta no estaba debidamente encerrada en un terrario, porque “hay niños en el barrio”, “¿Podemos dar un vistazo al patio?”.
Era el momento de mudarse. La presión era grande, quien veía a la serpiente, la buscaba de nuevo. Y se hacía difícil moverse con discreción.
La bestia se mueve a plena luz del día y es difícil ser discreto.
Jamás sentirá nada por esas mujeres que se suicidaron, y ninguna mujer sentirá nada por él siendo hombre.
No le importa en absoluto, sólo padece breves episodios de melancolía, un rastro de humanidad que cada día está más olvidada.
Se acaba el calor, el verano se va y deberá pasar meses enteros sumido en la mediocridad, como un hombre más.
Cuando se transforma en serpiente, es Dios. Jamás ha querido otra cosa; si pudiera, no se transformaría en hombre jamás.


Retorcerme dentro de vuestros coños y embestiros desde dentro, anillando mi cuerpo en vuestras piernas para que no podáis cerraros ni defenderos del placer impío.


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Linda se ha vendado el codo, los colmillos de la serpiente han levantado la piel pero sangra poco. La braguita está empapada y no puede evitar pasar las manos por ella evocando sus propios gemidos, recordando la oleada de placer que la ha hecho olvidar que es humana. Tiene pequeñas ampollas que no duelen en el pecho por las quemaduras de las brasas del cigarro. Se aplica crema durante más tiempo del necesario. Y los pezones responden contrayéndose. E imagina la boca de la serpiente clavada en ellos, mamando, succionando...
Le explica a Loren que se ha golpeado el codo contra el cajón abierto de un archivador esa misma tarde, momentos antes de la hora de salir.
No se acuerda de que hace apenas dos horas, quería sexo con su marido. De hecho, ya no volverá a desearlo jamás.
Pasa la noche en vela, sin moverse de posición en la cama. Los ojos verdes de la serpiente danzan en la oscuridad y siente aún las vibraciones de los músculos del animal en su piel. En su coño.... en sus tetas. Los ojos de la bestia brillan de amor por ella como ningún ojo de ningún ser ha brillado jamás.
Se masturba silenciosa al lado de su marido. El primer rayo de sol entra por la ventana al tiempo que su boca se abre silenciosa para exhalar el último placer de la noche con la mano entre los muslos conteniendo su sexo como si fuera a estallar.
Ha tenido que esforzarse mucho en la oficina para hacer su trabajo y no pensar en ser tomada por el monstruo. El placer vence a la repulsión y el amor hace bellas las cosas más horrendas.


No soy tentación, no busco vuestra expulsión de paraíso alguno, sólo quiero vuestro placer que es el mío. Y mi alimento, mi razón de ser.

Camina deprisa el trayecto desde la estación de tren hasta su casa. El sudor corre por su espalda y se desliza entre sus pechos. La camiseta azul pálido muestra grandes manchas de sudor en las axilas, no lleva bragas bajo la falda, se las ha quitado en la oficina porque se le han empapado de su propio humor sexual.
Su melena corta y rubia se agita con cada paso rápido que da y sus pechos se mueven libres. El sujetador también la molestaba.


(Continúa)


Iconoclasta

5 de marzo de 2009

El hombre sierpe (2 de 4)

Coloca la mesita con el cenicero cerca del sofá y se vuelve a estirar con las piernas abiertas, una de ellas, en el suelo; como había dormido.
Está caliente, necesita sexo y tal vez no espere a que llegue la noche, cuando llegue Loren en un par de horas, lo va a recibir acariciándole los testículos y lo va a llevar a ese mismo sofá para que la folle.

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Soy una serpiente que repta ávida por las piernas de las mujeres.

La serpiente asoma furtivamente la cabeza bajo la butaca y lo primero que enfoca su visión es el pie de la mujer. El olor del tabaco le da una inopinada sensación de familiaridad.
Usa la lengua para acariciar la piel del tobillo, y en el mismo instante se lanza con velocidad, como un resorte, para enredarse a lo largo de la pantorrilla.
La mujer lanza un fuerte alarido; grita y patalea.
Saltan brasas del cigarro sobre sus pechos desnudos cuando se le escapa de entre los dedos. Sacude la pierna intentando sacarse de encima la repugnante serpiente; pero sólo consigue caer al suelo. Con cada movimiento por liberarse, el anillo que hace presa en su pierna aumenta la presión y siente la inconfundible sensación de la sangre retenida y colapsada en la carne. Los ojos verdes de la serpiente la observan con fijeza y su lengua inquieta y nerviosa, parece amenazarla.

—Cálmate Lin, que el animal no sienta tu miedo —se dice a si misma.

Con dificultad consigue gobernar su cuerpo y quedar quieta.
La serpiente no se ha movido, pero siente que ha relajado la presión de su presa. Ya no sisea amenazadora. Los ojos siguen fijos en los suyos.
En algún sitio oyó que mirar directamente a los ojos de un animal, constituye un desafío.
Ahora el animal avanza, su cuerpo viscoso y frío se desliza lentamente hacia el muslo. Siente sus asquerosos músculos ejercer tracción en su carne. El anillo ha superado la tibia y se detiene en la rodilla; el hocico de la serpiente se encuentra tan cerca del vientre que cree sentir su aliento en la piel.
Le duelen los brazos y la espalda en su lucha por mantenerse erguida en el suelo. El peso en su pierna empieza a debilitar su resistencia y se deja caer de espalda para descansar los brazos y los músculos lumbares.
Y para recuperar algo razón.
Alarga la mano hasta la mesita y palpa el sobre de vidrio hasta asir el teléfono. Cuando empieza a marcar el número de la policía, el anillo que apresa su pierna se cierra hasta hacerla gritar, si sigue estrangulando su muslo teme que le arranque la pierna.
Hace un nuevo intento por marcar los números, y la serpiente le lanza un ataque con la boca abierta, hace presa en su codo clavando los fabulosos colmillos y arroja el móvil lejos de si ante ese trallazo de dolor.
El animal ha vuelto a suavizar la presa y ahora arrastra la cabeza por su muslo, siente en la ingle la lengua gélida palpar la delicada piel. Parte del peso del animal ha pasado a la pierna izquierda y siente cosquilleo en los dedos del pie. La sangre parece llegar ahora normalmente.
Piensa que el animal debe estar aturdido, que se ha escapado del terrario de algún vecino. Parece no querer atacar más.
Con sumo cuidado y venciendo la repulsión que le produce, alarga la mano hasta la cabeza de la serpiente y ésta no hace ningún movimiento por evitar el contacto.
Cuando sus dedos se posan en la dura piel de la cabeza, los verdes ojos parecen desaparecer durante unos segundos tras unos párpados que han corrido verticales, en un extraño y absurdo guiño.
La actitud de la serpiente la tranquiliza.

Me deslizo entre hombres y mujeres muy alejada de sus alientos. Ellas, en ocasiones, no llevan nada bajo la falda y me excito tanto que mis escamas supuran un liquido viscoso tornándolas resbaladizas.

La serpiente parece dormirse y deja caer la cabeza sobre su muslo, el hocico está muy cercano a su sexo y el terror a que le pueda morder ahí la inmoviliza.
Ahora no hay presión alguna, en su pierna. El animal parece confiar en ella.
La lengua está rozando su braguita, y se mueve a lo largo de los labios vaginales. Hay un momento en el que la serpiente ejerce presión con el morro en la tela de la braguita y Linda se olvida de respirar.
Vuelve a acariciar su cabeza y la serpiente queda quieta, dejándose tocar y dejando la lengua lacia. El contacto del hocico contra su sexo es total y Linda intenta estirar la pierna para separar la cabeza del animal.

Soy repulsiva y adoro ser rechazada para después observar con mis ojos inhumanos sus piernas abrirse para ofrecerme sus sexos indefensos.

Ahora el animal se insinúa en su vientre parece oler su miedo, su cabeza erguida se balancea de un lado a otro chascando el aire suavemente con la lengua.
Vuelve a retroceder y al arrastrar su cuerpo hacia atrás, el elástico de la braguita se enreda sobre la tela y la mitad de su sexo queda desnudo.
Sentir en su sexo la piel de la serpiente es dar vida a una pesadilla; sin embargo, como si a su sexo no le importara, se humedece. Una corriente eléctrica apenas perceptible corre por su piel para descargarse en sus menudos pezones hasta endurecerlos.
La serpiente ha metido el hocico entre los labios mayores de su sexo, Linda intenta cerrar las piernas, pero el animal tensa sus músculos y separa aún más la pierna aprisionada. Siente una punzada de dolor en el fémur y relaja ambas piernas.
Cierra los ojos y llevándose las manos a la cara rompe a llorar.
El miedo ha ocupado ya su mente y apenas es consciente de que la serpiente está lamiendo su sexo, hasta que siente como el corazón se acelera y su sexo produce fluido.
Se le escapa un gemido de miedo, aunque le de vergüenza y asco reconocer que hay placer también.

Soy tan repugnante como indecente y carnal.

Parece haber pasado una eternidad de tiempo desde que la serpiente la ha atacado, y apenas han transcurrido más de cinco minutos.
Piensa que el animal no la herirá de nuevo, y no le queda más que esperar que Loren llegue a casa y avise a la policía.
Lentamente acerca la mano hasta la mesita, tantea con los dedos hasta dar con el paquete de tabaco y el encendedor. La serpiente levanta su cabeza y observa el movimiento de sus manos. Cuando exhala su primera bocanada de humo, la serpiente vuelve a meter la cabeza entre sus muslos, y con total serenidad, siente como la cabeza hociquea en su vulva para presionar el protegido clítoris con precisión.
Cierra los ojos dejando que el placer llegue a su mente y retira cuanto puede las bragas hasta dejar su sexo completamente desnudo.
El anillo que apresa su muslo se deshace, y la cola del animal se mueve arrastrándose bajo la pierna para liberarse. Aparece la cabeza en su campo de visión, para acercarse a su pecho izquierdo. Siente algo agudo golpear su vagina, la cola presiona entre sus piernas, mientras Linda sujeta el pecho con ambas manos para que la lengua de la serpiente azote el pezón hambriento.
No puede ver lo que está ocurriendo entre sus piernas, pero siente que su vagina se llena y vacía rítmicamente.

Soy serpiente para enredarme y reptar por vuestras piernas para llegar al centro mismo del placer y lanzar mi lengua bífida e inquieta a vuestro sexo; lamerlo y morderlo suave y venenosamente para excitaros.

La serpiente se retira, su cabeza vuelve a bajar hacia el vientre, hacia su entrepierna, a su coño a cada momento más inflamado. Nota en lo más profundo de la vagina, la lengua del animal agitarse. Eleva las rodillas flexionadas para que la penetración sea más intensa, para que entre más en ella ese cuerpo grueso que la llena y la hace lubricar como a una puta.
Piensa que tiene que ser una gran puta para hacérselo con una serpiente.
Ahora la cola se eleva por encima de su vientre y golpea los pezones alternativamente, hay un leve dolor que se convierte en una mortificación excitante. Sus pezones se han puesto tan duros que desearía que alguien mamara de ellos hasta reblandecerlos.
Se los pellizca brutalmente, y de su boca se escapa un gemido jadeante y algún grito sostenido cuando le sobreviene un orgasmo que la obliga a arquear la espalda.
La cola de la serpiente ha dejado sus pechos y ahora la siente presionando en el ano. Relaja el esfínter y la cola empieza a penetrar en él con suaves ondulaciones que la llevan al paroxismo del placer.

(Continúa)


Iconoclasta

27 de febrero de 2009

El hombre sierpe (1 de 4)

Ni por un momento se me hubiera ocurrido soñar con transformarme en un ser celestial, en una mitología poderosa y justiciera.
Mi natural humildad me hace sentir bien con mi maldición.
Vampiros, licántropos, cíclopes, centauros, ogros, machos cabríos, cadáveres andantes... ¿Quién quiere ser eso?
Mi maldición es más placentera, es obscena. Ellos, los otros, sólo matan o dan miedo, incluso dan la vida eterna.
Aburrido, mediocre.
Lo mío es más difícil, es más artístico. Yo soy el placer más profundo. No busco víctimas, sólo doblegar voluntades por medio del placer. Tampoco me importa que cuando hayan disfrutado de mi placer, se deban suicidar porque jamás volverán a sentir lo mismo. Es terrible reconocer el placer total y desinhibido, y que se te escape por entre los dedos. Esperar cada día con el sexo húmedo volver a experimentar el placer divino y desesperar porque no vuelve es lo peor que le puede ocurrir a nadie. A mí me pasa.
Y tú llorarás cada día porque me arrastre de nuevo por tu piel y estrangule tus pechos. Porque me meta entre tus piernas hasta conseguir que te convulsiones con una lascivia que ni los dioses pueden provocar.
Satanás se transformó en serpiente para tentar a Eva. Yo soy más: soy tentación y pecado. Premio y castigo.
Lo bueno si breve, es una cabronada. La vida está plagada de demasiados malos momentos como para sentirse satisfecho por unos minutos de nirvana en toda la vida.
Soy una obscenidad reptante y provocar el tránsito del miedo y la repulsión al goce más profundo y obsesivo es mi único fin. Me alimento de vuestros coños, de vuestros humores sexuales, de vuestro corazón desbocado. De la dureza de vuestros pezones erectos.
Os amo hasta tal punto, deseo poseeros y dejar tal huella en vuestro cuerpo y vuestra alma, que la vida sin mí carece de sentido para vosotras.
Que mi ausencia os mate.

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Hace calor, el hombre se ha desnudado y se deja bañar por la intensa luz del sol de mediodía. Las paredes calientes del cuarto radian el calor a su piel y ésta reacciona escamándose.
El dolor intenso de cada día, como el pan de los cristianos, se apodera de todos sus puntos neurálgicos, un rollo de tela en la boca evita los gritos y los insultos al planeta por tamaño sufrimiento.
Su cabeza se oprime y se aplasta, cada escama que aparece rasgando la piel es una puñalada de dentro a fuera. No mana la sangre que lo pudiera liberar de la presión del dolor.
Las costillas se curvan y perforan los pulmones, nada es perfecto y de su boca mana un poco de sangre regurgitada, porque es necesario respirar a pesar de los reventados pulmones. Sus brazos se funden con el torso y las piernas entre si mismas. Alguien diría que se trata de una sirena.
Sin embargo el cuerpo sigue doliendo, y estirándose y fundiéndose los dedos y las piernas para convertirse en algo ondulante. Los órganos parecen pudrirse y es como morir. La lengua se ha transformado, se ha partido y ahora es un nervioso y fino látigo negro. Los ojos son dos bolas negras que son invadidas por un verde esmeralda obscenamente bello, vivo y brillante.
Cesa el dolor. El planeta ha cambiado, los colores más que reflejar, arden y algunos sólo están ahí, muertos. La materia fría y muerta relaja su visión, no le interesa. Sisea en el aire agitando su bífida lengua y dos metros y medio de carne recubierta de escamas amarillas y negras se mueven con celeridad para subir hasta el alféizar de la ventana, saltar a las ramas del árbol del patio del piso inferior y bajar por el tronco para desaparecer entre la hierba y las rendijas de las paredes.
Se arrastra por la oscuridad y la inmundicia que lanzan los vulgares por tuberías al subsuelo convirtiéndolo en algo ignominioso. El territorio del hombre serpiente es la basura de los superficiales, se arrastra por sus miserias en busca de mujeres a las que dar el goce que los hombres jamás podrían proporcionarles.

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De todos los animales de la tierra, sólo yo puedo hacerlo, sólo yo puedo cumplir las expectativas de ellas.

Linda llega por fin a casa. El sol del mediodía la ha seguido durante el camino a casa como una mala compañía. Su marido no llegará hasta bien entrada la tarde. Da gracias por tener un horario intensivo que le de un razonable tiempo para relajarse y descansar.
Se desnuda en la habitación quedando en ropa interior, lencería de algodón que muestra manchas de sudor y deja asomar algún rizo de vello púbico. Se deja caer en la cama y recupera el aliento durante un largo minuto.
Se desnuda completamente ya más relajada y se dirige al baño para ducharse.
Calienta una ración de carne estofada en el microondas y con prisa se hace una ensalada. Coloca los dos platos en una bandeja y se sienta en el sillón con ella en las rodillas. El televisor emite noticias a las que no hace demasiado caso. Sus pechos asoman por entre la camisa blanca abierta y unas braguitas de licra negra dejan entrever un tupido vello en el monte de Venus. Come casi con desgana, el aire acondicionado aún no ha alcanzado la temperatura de confort y bebe con avidez el vaso de agua.
Inevitablemente, y como cada día, tras dejar la bandeja de la comida en la mesita del comedor, se estira en el sofá y el aire que ya llega fresco, relaja sus músculos y su ánimo. El sopor se apodera de ella y también una dulce excitación que es el resultado de haber acabado la jornada diaria en la oficina. Se acaricia el monte de Venus mientras sus ojos se cierran.


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Una serpiente del grosor de un brazo y larga como un utilitario emerge a través de la boca de granito de un desagüe de la calzada. Se ha deslizado entre una rendija inferior del vallado de una de las casas adosadas de un barrio periférico y el mediodía le da un aire desértico al complejo residencial. Sus escamas negras y amarillas parecen fundirse por el efecto estroboscópico que produce su ondulante movimiento. Se dirige al canalón de desagüe del tejado, se anilla al tubo y trepa oliendo el aire y agitando la lengua. Sus ojos verdes están fijos en el balcón de la casa.

Me arrastro silenciosa por el suelo, lo más alejada posible de ese sol eterno e incombustible que no da un respiro a mis escamas.

Aún con medio cuerpo sujeto al tubo de desagüe, su cabeza parece flotar en el aire hasta hacer contacto con la baranda del balcón. Se arrastra con elegancia hasta llegar al suelo y repta hacia la puerta de cristal del salón; la cortina deja un resquicio que le deja ver el interior. El inconfundible aroma de una mujer excita al animal y su cabeza se eleva sobre los anillos de su cuerpo para observar con unos ojos curiosos y ávidos el interior de la casa. Su lengua golpea el vidrio de la puerta corredera.
La mujer resalta como lo único vivo en el salón, su cuerpo aparece rodeado de una aura naranja que vira al rojo en la zona de los pulmones; los brazos y las piernas, emiten un aura menos intensa. Entre sus piernas, hay un rojo brillante.
La serpiente golpea con la nariz el cristal de la puerta.
Necesita dar cuatro golpes más para que la mujer se despierte de su sopor y con los ojos aún adormilados, intente vislumbrar el origen del golpeteo.

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Linda se ha despertado, ha creído oír unos golpes en el vidrio de la puerta corredera del balcón. El noticiero ha acabado, son casi las cuatro y media de la tarde. Ha dormido casi tres cuartos de hora y tiene la impresión de que han sido escasos minutos.
Estira los brazos para desperezarse y sus pechos parecen saltar fuera de la camisa abierta. Lleva la cabeza hacia atrás para estirar la espalda y la braguita desciende hasta mostrar el inicio del vello púbico.
Se acerca hasta la puerta y la abre, una oleada de calor la incomoda.
No se ha fijado en las manchas húmedas del vidrio de la puerta.
Se asoma a la baranda del balcón con los ojos deslumbrados, sin reparar en una enorme serpiente arrollada bajo una de las sillas de plástico. No hay nadie en la calle, es demasiado pronto; la mayor parte de los vecinos empiezan a llegar a partir de las cinco y media de la tarde. Los críos son el aviso de que hay vida en el planeta, apenas han pasado las cinco, se pueden oír sus gritos al salir del colegio.
Tampoco ha podido ver la cola de la serpiente deslizarse silenciosamente dentro del salón hasta esconderse bajo una de las butacas, que se encuentran flanqueando el sofá, enfrentadas entre si.
Cuando entra de nuevo en el salón, se dirige a la habitación para buscar en el bolso el tabaco y el encendedor.
Se fumará un cigarro, lavará los platos y aspirará el suelo de la casa.
(Continúa)


Iconoclasta

17 de febrero de 2009

Al infierno

Os espero en el infierno, porque esto no es cielo, ni siquiera un purgatorio. Esto es sólo un lugar de tránsito donde escupir con rabia mi semen.
Mi semen agrio, mi semen triste, mi semen esclavo.
De la paja a la locura, de un glande sangrante a una boca sin dientes que me la mama con seguridad...
Toda esa basura se viste de amor y las rosas crecen entre mierda y fracasos.
No, no es un buen momento para sonreír. Hoy me conformo con sangrar por el pijo; aunque duela, alivia la presión.
Hoy es el día en el que me la pelo y escupo a este mediocre mundo.
Un vano intento por convertir este planeta engañosamente azul en el infierno donde nos podamos corromper amantes y tarados.
Monstruos fuera de lugar y tiempo.
Resbalar entre sexos viscosos y lamer labios obscenos.
¿Quién quiere belleza aséptica? Miguel Ángel me aburre y los mártires, cuanto más mutilados, más me excitan.
No creo en Dios, pero el dolor...
El dolor es lo real y que ni los cerdos dioses son capaces de disfrazar.
El puro dolor del sexo mordido, demasiado ansiado para ser acariciado; llega directo al vientre y estalla en locura entre dedos crispados.
Hoy con la polla en la mano y gritando a su santo coño, quiero crear el infierno y llevarla conmigo.
Pudrirse en el infierno es mejor que vivir en la mediocridad del no placer, del no dolor.
Hoy me sentía especialmente tierno.


Buen sexo.


Iconoclasta

11 de febrero de 2009

Un cálido beso



Es hora de un dulce morir, es hora de un beso sereno y líquido, algo que reblandezca las duricias y costras del alma.
Porque es necesario dejar que el amor fluya y dejarse someter a él.
Sería emocionante.
La lucha ha convertido el corazón en un trozo de sílex como el que los antiguos usaban para cazar y matarse. Diríase que retorno a los orígenes del hombre y camino entre el mal y el dolor como si no existiera otra cosa.
A veces el tránsito por la vida depara bellezas que quedan grabadas en la retina como un espejismo de absurda realidad. Las he archivado todas en mi cerebro, sólo me queda irme con la calidez de tus labios.
Es hora de demostrar un cansancio, desidia de vivir.
Que un beso llegue tranquilo como un batir de alas lento. El silencioso planear de una gaviota contra el viento.
Hay un momento para la lucha y otro para la derrota.
Y está el cansancio.
Entiendo al que muere de hambre sin un quejido, entiendo al desnutrido cuyas costillas parecen rasgar la piel y no le importan las moscas que beben sus lágrimas secas. La sal de la vida. Qué ironía...
Entiendo la tranquila respiración del enfermo que ve como su carne se pudre y sus dedos caen.
Y no grita, no llora. Sólo mira al cielo o la tierra y tal vez piense en cómo será posible salir del agujero en el que será enterrado para viajar al paraíso o al infierno.
Necesitará ayuda. Necesitará un beso sereno. Sólo un beso a la hora del final, una delicadeza de la vida, algo que llevarse con una sonrisa.
Nada carnal.
Necesitamos los desgraciados algo dulce, algo hermoso que llevarnos a la tumba. Nadie es tan malo como para morir sin haber conocido la ternura de unos labios que aman a pesar de todo y todos.
A veces pienso que he llegado ahí, donde los sentimientos se han transformado en una osada indiferencia, en un irreparable agotamiento. El cuerpo se devora a si mismo y el alma se encoge, se esconde entre células enfermas. Células que les dicen a otras que es hora de descansar.
“No os reproduzcáis más, no podéis dividiros más veces. ¿No os dais cuenta que ya es tarde para eso? Venga preciosas, a dormir”.
Y si me das tu beso, yo cierro los ojos y no me divido más.
He blasfemado tanto... Gritado, insultado, golpeado y follado como un animal en celo.
Lo he hecho casi todo, pero no recuerdo tus labios en mi piel perdonando mi vida, mis actos.
He visto boquear desesperadamente en busca de aire bendito a los hombres y mujeres que he estrangulado. Y sé que ellos hubieran agradecido un beso que les ayudara a cerrar los ojos, a relajarse ante la muerte inminente después de tanto luchar y al final, perder.
Morir.
Cuando te estrangulan, los segundos duran años. Y tienes tiempo a sentir pena por la vida que vas a perder. Por lo que podrías haber sido, por lo que ha quedado por reparar. Por cosas que ya jamás podrás ver.
Agonizar es sólo arrancar unos segundos más a la vida cuando todo está perdido. Yo no quiero morir así, yo quiero morir en paz.
Un beso en la agonía es un billete directo a la paz.
“Pasajeros, suban al tren de la muerte, y no miren por la ventanilla o sentirán vergüenza y su morir se convertirá en una auténtica pesadilla. Si alguien les ha querido una vez, pidan un beso y cierren los ojos”.
He matado a tantos en mi continuo viajar por el mundo, que mis manos han tomado la temperatura de los cadáveres y mis labios se han secado. No puedo besar sin que me sangren.
Por eso pido un beso líquido como el mar. Un beso en el que sumergirme, en el que ahogarme de paz.
Me duelen las manos, de tanto matar. Y me duele el cerebro de amarte.
Los muertos hablan y me dan las gracias.
Las treinta mujeres, los quince niños y los cuarenta y dos hombres que he matado a lo largo de mi vida, todos están contentos de estar muertos. Soy el que mata a los enfermos y a los desesperanzados.
Soy un suicidador, el terminador de vida.
Por poco dinero mato a los que ya no pueden más con su vida tan dura, como maravillosa es la de otros.
Siempre se me ha dado bien matar, no siento nada, no amo ni odio.
Es sólo un trabajo. Experimento día a día el descontento y me siento en una prisión en este mundo donde todo está detalladamente reglamentado. Donde no quedan sorpresas.
Y eso ayuda a matar a otros, les haces un favor.
He decidido suicidarme porque ya estoy cansado de matar y si me he cansado de ello, no me queda otra cosa por la que desear seguir vivo.
Estás tú, pero no cuentas. Eres un ángel y los ángeles sólo se llevan a los muertos.
Creo que he matado a algunos que no me han contratado llevado por mi deformación profesional. Recuerdo aquel que lloraba porque se le había metido el humo del cigarrillo en los ojos y le partí el cuello. A veces ocurren errores que nos alegran por un momento la vida y nos renuevan la esperanza de que todo pueda cambiar de alguna manera.
Ahora sólo te pido, que cuando mis pulmones paralizados por el veneno ya no puedan aspirar me beses en la mejilla con tus cálidos labios. Me gustaría que fuera en los labios; pero cuando alguien ha bebido un buen trago de veneno, es mejor optar por la profilaxis.
Tú siempre me has ayudado, has comprendido mi trabajo y lo has aceptado desde el primer momento que te lo conté.
¿Te acuerdas? Tenía la cuerda de piano rodeando tu cuello y el dinero que me pagaste por el servicio, asomaba a punto de caerse por el bolsillo de la camisa.
Y sin aire en los pulmones y con el acero a punto de cortar la carne, llevaste la mano a mi pecho y aseguraste el dinero en el bolsillo para que no cayera.
Aquello fue un acto de pura ternura que me descolocó.
Y yo te besé, recuerdo que no fue por amor. Sólo sé que necesitaban tus tristes ojos un poco de ternura para el tenebroso camino de la muerte.
Siempre has sujetado sus brazos cuando yo les rodeaba el cuello con la cuerda y los estrangulaba. Has sentido la muerte apoderarse de sus brazos y la sangre manar cuando la cuerda ha penetrado obscenamente en la carne de sus cuellos. Sabes de lo que hablo, los que mueren no deberían irse jamás sin un beso, es una crueldad innecesaria.
Siempre me has besado apasionadamente tras cada muerte. Diríase que hemos follado sobre sus tumbas.
Y ahora, que todo pesa. Ahora que estoy cansado y que el veneno cauterizador de penas está deteniendo cualquier movimiento interno de mi cuerpo; necesito un beso tuyo que llevarme a la tierra.
Necesitaría que existieras para poderme besar, necesitaría saber que alguien de verdad sujetó los brazos de aquellos valientes que pagaron por morir.
Me gustaría que te hubieras negado a morir tras aquel beso.
Que toda tú, y todos los besos soñados. Que la pasión en las tumbas de mis muertos, hubiera sido real.
Necesito que el recuerdo de tu belleza (una de las pocas cosas hermosas que tengo archivada en mi mente) cree el espejismo de un beso. Una fantasía de una vida plena de muerte y amor.
Moriré como ellos, los otros, sin un beso, sin que nadie los llore.
A quien encuentre mi cuerpo muerto, que no me mire, que no diga en voz alta que he muerto sin un beso.
Que mienta.
Una mentira piadosa, algo de dignidad en un mundo infame.



Iconoclasta

4 de febrero de 2009

Dios aprieta

No camino, salto alegre y danzarín en una calle estrecha, tan estrecha que apenas hay unos minutos de sol al día.
No me importa que mis mantecas se agiten alborozadas con este alegre corretear. Sorteo con gracia y agilidad una mierda de perro, para chapotear al siguiente paso en un charco de meados y cerveza.

Mi esposa está embarazada, voy a ser padre. Y como soy de naturaleza confiada y optimista, estoy seguro que también seré el padre biológico.
No siempre me han de salir mal las cosas; es hora de que la vida me sonría.
Aún me quedan seis meses de paro.

Ahora hago el pino y camino con las manos.
Esto de la alegría es la hostia; no me duelen las manos en absoluto después de haber caminado quince metros de acera llena de vidrios rotos.
La sangre es inquietantemente hipnótica cuando fluye sin dolor.
Cuando la alegría entra en nuestros corazones, hay un importante ahorro de analgésicos.

¿Cómo será mi hijo? ¿Seré un buen padre?
Debo serlo y además deprisa, antes de que el páncreas se me deshaga del todo.
Quiero que cuando mi hijo hable, digan: “Dice las mismas cosas que su padre, que Dios lo tenga en gloria”.

Mi esposa ha llorado un poco cuando me ha dado la gran noticia. Yo no creo que llore por la duda de que pueda ver crecer a mi hijo. Llora porque ayer nos cortaron la luz. Estas cosas pasan, pero conozco un amiguete que es electricista y nos volverá a conectar el contador hasta que podamos pagar lo que debemos.
Tendré que regalarle a mi esposa alguna cosa para animarla. En cuanto cobre dentro de tres semanas le compro el bolso de la Betty Boop del bazar chino.
A ella le gustan estos detalles.
Le arrancaré una sonrisa, como la morfina me la arranca a mí.
La alegría es contagiosa y si no, debería.
Que la vida son cuatro días.
Me parece que yo voy por el tercero...
No importa, a veces los días se hacen larguísimos, yo mismo a veces, antes de inyectarme la morfina, pienso que son incluso insoportablemente largos. Afortunadamente, sólo son bajones esporádicos y la nube pasa deprisa.
Es tan larga la vida cuando duele... No vale la pena vivir días así, es mejor irse pronto.
Y cuando de nuevo el sol inunda la estrecha calle, me siento saltimbanqui.

Es una dura carga la de ser padre, tienes que educar a tu hijo, agradecer a tu mujer el que te haya hecho padre y mantener el equilibrio emocional necesario, para no amargarnos en un piso oscuro con una sola habitación y un comedor-cocina-lavabo, que nos cuesta el sueldo de uno de los dos.
Y menos mal que la morfina me la paga la sanidad pública, de lo contrario, el dolor del páncreas me habría vuelto loco y habría matado a mi esposa y al pequeño vampiro que lleva en su tripa.

Hay gente tan afortunada en el mundo por las cosas más tontas, que no agradecen que no haya ningún bulto en su cuerpo.
Los bultos, aparte de dolorosos, te acortan la vida.
A pesar de la morfina, a pesar de que correteo feliz y cándido como Caperucita Roja cogiendo margaritas por el bosque, me sube la tensión y me pulsan las venas de las sienes como dos tambores cuando pienso que de toda esa fortuna, suerte o tranquilidad que tantos disfrutan; no he gozado yo ni un ápice.
Parece injusto y es prácticamente imposible no concluir que la vida es una mierda y que ojalá una catástrofe natural arrase el mundo entero y que sean las ratas las que dominen la tierra.

Ahora voy a ser padre y no me puedo permitir estos pensamientos funestos. He de inyectarme más morfina. El médico es un buen tío, me ha dicho que ya he llegado a un punto en que me inyecte lo que necesite, que no vale la pena padecer si no es necesario; ya no puede hacer daño un exceso de euforia.

Quiero que mi hijo me recuerde como un hombre positivo, que sepa que en ningún momento me pudo el desánimo. Ha de saber que en esta sociedad lo importante no es integrarse. Lo importante es vivir intentando soslayar toda norma o ley sin que cause perjuicio en nuestra vida. Es la única forma de sentirse libre y hombre en esta civilización.
Le enseñaré de una forma suave y delicada, que es muy posible que haya heredado mi falta de suerte o fortuna. Que no se preocupe, gozará de valentía y fortaleza, son virtudes. La cobardía y la debilidad, por mucho que le mientan, jamás serán cosas de las que sentirse orgulloso.
La morfina puede que me haga parecer un payaso; pero no imbécil.

Hay gente de la que apartarse para evitar caer en el asesinato. No es por la morfina lo ingenioso de mis eufemismos; se debe a que siempre me ha gustado leer y escribir lo que pienso y se me da bien la locura caligráfica.
Y ahora salto y choco los tacones en el aire. Dos mujeres me miran con cierto asco y se bajan a la calzada para alejarse cuanto pueden de mí. Es normal, yo se lo aconsejaré también a mi hijo. Que siempre que vea un hombre extraño, un hombre que sonríe solo, o salta alegremente por la acera; se aleje de él. Nunca se sabe si te pegarán un navajazo con esa simpática sonrisa en la cara.
Por otro lado, la locura podría ser contagiosa. No hay que fiarse, ni tampoco obsesionarse. Es tan difícil encontrar el término medio como encontrar un trozo de mi piel libre de pinchazos de morfina.

Sé que despedirán del trabajo a mi mujer cuando sepan que está embarazada.
No hay problema, todo se arreglará, no puede ser que tanta mala suerte no alterne con algo de buena.
Ahora doy una voltereta de contento, voy a ser padre y estoy seguro de que llegaré a ver a mi hijo.
Pues no, ya es mala suerte la mía, he acabado la voltereta delante del camionazo de la basura que viene a toda velocidad en esta estrecha calle.
Menos mal de la morfina, porque esto va a doler.
Ni mi hijo, ni el bolso de la Betty Boop, ni nada de nada.

Con que Dios aprieta pero no ahoga ¿eh?


Iconoclasta