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8 de junio de 2007

A ver, que levante el dedo quien...


Juro que no estoy triste, es un poco de hastío lo que comba mis labios con las comisuras hacia abajo. Un rictus que me hace interesante, atormentado y bohemio.
La tristeza es una patada en el estómago sin un solo ápice de gracia. No es este el caso, porque soy gracioso; quiero decir que no soy un payaso, sino que aún tengo humor. 
¡Bah! A ver, que levante el dedo quien no ha recibido una puñalada en el corazón y ha salido al exterior con una sonrisa ensangrentada.
No os riais, que sé que os mueve esa especie de alegría moderada de ver que otro las está pasando canutas; sé que no es burla, es reconocimiento.
Yo he sonreído alguna vez así ante un amigo, con un amigo.
Bueno, no es para tanto, ocurre que cuando se escribe, las emociones parecen tener su escape por los dedos y todas las palabras se pringan de ellas. Como tener los dedos manchados de tinta y pretender no dejar huellas. No puedes ir con guantes de látex siempre, sería exagerado ese celo por no manchar y ser aséptico. Los asépticos sólo funcionan en hospitales y funerarias.
Soy un palurdo escritor de metáfora fácil, me gustaría tener cerebro y ser elegante; llegar de nuevo a su corazón con la fuerza de los grandes genios de la literatura. Ojalá que sienta que lo que escribo es ella y por ella.
Seguro que se ha curado en su partida, nadie se va sin saber lo que ocurre. No sería justo pensar que es sólo una especie de sueño, la muerte es trágica porque acaba con lo más preciado. Si le quitamos todo ese drama a la muerte, nos queda una vida sin importancia.
No me jodáis con valentías de las vuestras. Si tuviera que morir ahora mismo para ser un gran autor capaz de hacerla sentir orgullosa de haberme amado, invocaría a ese dios cobarde e idiota en el que algunos creen para que me parta con un rayo. Que me fulmine como al Coyote que persigue eternamente al Correcaminos.
A dios le queda poco tiempo para acabar conmigo.
Porque morir así, con los dedos manchados de nicotina, sangre y mierda; es humillante. No acierto ni a limpiarme bien el culo.
Es importante ser gracioso, muy gracioso; remover el intelecto forzando sinapsis que destellen en rojos, verdes y azules, ser explosivo e impredecible.
Su ojos eran tan verdes, que pensaba al besárselos que eran esperanza pura; teniendo sus ojos tatuados en mi cerebro sería imposible sentirse como me siento ahora. Abandonado.
Reconozco que me siento un poco deprimido, es lógica esa sensación de pérdida que duele como si te creciera un bulto en las entrañas. Uno piensa que tiene cáncer además. Y claro, te meten en el escáner y descubren que no es nada, que sólo es que ella ha muerto y el organismo, ante el trauma, se rebela.
— Yo quiero tener un cáncer del tamaño de un pomelo en el hígado y encontrarme con ella en el cielo. — le digo al médico rascándome los cojones, dicen que los escáneres provocan esterilidad.
El médico ríe y me dice que si hacen implantes de silicona, bien podrían meterme un pomelo.
— Escritor tenía que ser… — responde dándome una palmada en el hombro.
Ríe porque es buena persona y pretende inyectarme optimismo y amor por la vida. Es médico, ellos adoran salvar vidas, aunque no pudieron salvar la de mi amada. Sé que hay más de un médico triste en algún hospital.
A ver, que levante el dedo quien no sea capaz de reírse con mis ocurrencias. No me podéis negar que lo de limpiarme el culo ha sido un efecto chabacano y directo que ha causado un punto de ruptura en el devenir de una reflexión un tanto dolorosa, en lo que parecía ser un descenso veloz y suicida al más patético ridículo.
No voy a quejarme, yo no me quejo y menos delante de un papel en blanco, los escritores no lloran, crean mundos imaginarios donde el dolor campa a sus anchas y hace héroes de quienes son cobardes. Sólo cuando todo esto de aquí dentro, entre el ombligo y los pectorales se hace viscoso y caliente me agacho y vomito. Las arcadas, además, fuerzan los lacrimales y uno llora sin ser necesario. Sin estar triste.
No puede hacer daño, parece un drenaje linfático visto desde mi ignorancia.
Ahora no voy a buscar en diccionarios o enciclopedias lo que es un drenaje linfático, no es el momento de ser instructivo; en todo caso, destructivo. Y tampoco tengo tiempo.
Que levante el dedo quien no ha sentido la necesidad de que vuelva y nos susurre con un beso en la frente que esto escrito en tinta sepia, es una pesadilla.
No es tristeza, no. Es este dolor, por favor…
No me refiero al dolor del tajo en el cuello. Si me hubiera cortado las venas de las muñecas, no podría escribir.
Vale, sí que podría (que manía tenéis de contradecirlo todo); pero sería como los pájaros Uyuyuy que tienen los huevos tan gordos que al aterrizar cantan su nombre.
No es elegante escribir quejándose como esas aves de ostentosos cojones. Claro que el chiste no es mío, soy un mierda, no sirvo ni para inventar chistes.
Esta seguridad de que todo parece acabado y que vivir es una estupidez, es el espejismo resultante de un trallazo doloroso, como una patada en los testículos que deforma la cara de tu agresor convirtiéndolo en una especie de macho cabrío al que le venderías tu alma por un encendedor desechable, si eso te ofreciera en esos momentos. Es decir, que ningún hombre tiene tantos huevos y tan gordos como para absorber otra segunda patada.
No sé si me explico. Quiero decir que el espejismo es atrozmente real. Quiero decir que no quiero otra puñalada más.
A ver, que alguien me ayude levantando el dedo y reconociendo que duele tanto no tenerla, que a uno sólo le quedan ganas para tirarse en el suelo y dejar que le caiga encima lo que sea. Y que caiga pronto, por el amor de dios.
Siempre decimos algo de dios cuando sin estar tristes (porque no estoy triste), buceamos en nuestros dolores con gasas y yodo intentando restañar la hemorragia.
Nos hacemos pequeñitos, y nos metemos en nuestro propio sistema vascular buscando la puta vena rota, porque algo se rompe cuando se queda uno solo.
No es lógico que se doblen así las comisuras de los labios sino hay una fuerte fractura o algo ha reventado.
Lo importante es no sentirse triste.
El dolor es heroico, la tristeza humilla la vida. Eso sí, menos mal que los ojos están brillantes y dan un aspecto vivaz. Están brillantes porque había un exceso de sangre y agua en el cuerpo. Será la retención de líquidos del abandono; así que se arregla con un pequeño corte en la yugular.
Más que dolor sientes la molestia de ese ruidito de la sangre saliendo a presión; pero es muchísimo peor, que el exceso de presión acabe reventándome, más que nada porque sería demasiado largo el proceso. Y tengo prisa por sacarme de encima este asunto. Es lógico que cuando uno escribe, se abstraiga y tienda a rascarse el corte distraídamente, siempre hay algo de comezón aunque la herida sea indolora.
La sangre es incómoda cuando coagula, adquiere un tacto resbaladizo para luego encostrarse pegando los dedos entre si. Y vuelta a limpiarse, no voy a ganar para pañuelitos de papel.
A ver, que levante el dedo quien no piense: “pues si tenías retención de líquidos, haberte hecho una paja, animal”.
Es que adoro vuestra fuerza y valentía, vuestra vida forjada en dolores que os ha hecho tan fuertes y a mí me ha hecho puré.
Os adoro porque sois de los que prometéis al herido, sin miedo a la sangre y sin miedo al dolor, que no es nada esa herida, que las tripas se meten dentro, se cose la barriga y en dos días a dar por culo de nuevo.
El ruidito de la sangre ha cesado, quiere decir que poca cosa queda por salir, no soy tan tonto. Pica…
Os he mentido. Estoy triste, estoy tan triste que tengo prisa por morir. Estoy tan triste sin ella, que quisiera olvidar que un día nací, la conocí, la amé y murió sin saber quien era yo. Murió sin querer besarme porque creía ser una niña y yo un hombre mayor y desconocido.
Sé que si naciera, si me reencarnara, nacería como un niño triste, un niño de ojos siempre húmedos y piel blanca. De manos trémulas.
Es imposible que todo este dolor pueda quedar en el limbo y así nacer sin recordar, sin sentirme triturado por dentro.
Es imposible nacer de nuevo sin toda esta pena que me unge las tripas.
Me froto las manos desesperado porque no sé como enjugar esta marea de aceite. Tengo un miedo atroz a que sean mis entrañas licuándose; parece que una bacteria me deshace el interior.
No puedo vivir así ni un segundo más.
A ver, que levante el dedo quien piense que no me voy a encontrar con ella.
No lo levantéis, por lo que más queráis, por favor, sólo necesito que aguantéis vuestra sinceridad unos segundos más.
Gracias.




Iconoclasta

Cómo comerse un coño...

Mi gran amiga Nena Blue, me ha dado permiso para colgar una muestra de lo mucho y bien que raja con total fluidez y desfachatez sobre cualquier cosa que tenga que ver con el ayuntamiento carnal. Nena Blue tiene un blog sensual, sexual e inteligente.
Aquí, huye de lo hortera y habla de comerse un helado con toda su inteligente ambigüedad.
En portada, es una de mis humanas enlazada, y éste es su blog: http://www.nenablue.com/blog/
Que lo disfrutéis.
Buen sexo.
Iconoclasta

Cómo comerse un coño…
6 Junio 2007 por
nenablue
…es un clásico de la red. Ya circula por demasiados sitios para que me repita comentándolo.

Yo creo que hay que ampliar campo y enseñar, por ejemplo, a comerse bien un helado. Ya es temporada de helados, y una Nenablue tiene que saber algunas reglas básicas para comérselos.

Primera: No utilices las manos. Siempre que puedas, hazlo todo con la boca. Quitar el papel a mordiscos, puede resultar más erótico que una danza del vientre.
Segunda: No muerdas. ¡Los mordiscos duelen!
Tercera: Tómatelo a lametones, pero lametones serios, de esos que enseñan la lengua llena de helado durante unos instantes. La lengua es sexy, muéstrala.
Cuarto: Emite pequeños gemidos de fruición. Los mmm, ahhh, hhhhm, … invitan al sexo. ¿Te está gustando? ¡Pues que se note! Como dicen las chicas tampax, ahora la moda es enseñarlo.
Quinto: Si chorrea, no pasa nada. Te lo chupas de los dedos. Cuando te chupes los dedos, sea con un helado o con marisco, un consejo: mírale a los ojos. Eso es capaz de seducir hasta a un monje budista.
Sexto: Haz pequeños amagos de metértelo todo en la boca, y luego sácalo. Si es con ruido de succión, mejor. No estás en La Zarzuela, esto no es una cena de gala, son preliminares del sexo.
Séptimo: Sorbe, succiona…maneja los labios sobre la vainilla (por cierto, es afrodisíaca, combínala con chocolate negro y adiós a las ostras).
Octavo: Para todo lo anterior, mejor no usar rouge de labios. Como mucho, un discreto perfilador. Si te los habías pintado para salir, te quitas el color con un discreto pero sensual movimiento de servilleta.
Noveno: Pide ayuda si es demasiado helado para ti. Compartir un helado es como realizar una felación juntos, eso une.
Décimo: Disfrútalo. Y logra que el helado también lo haga. Verás cómo su dueño te lo agradece. Sugerencias: Nata montada, chocolate rallado, licores, guindas…opcionales.

1 de junio de 2007

El jovencito Frankenstein

Una de las escenas más hilarantes de El jovencito Frankenstein, es en la que el doctor Fronkonstin se encierra en la mazmorra con el monstruo para tener una charla de padre a hijo; el clímax llega cuando el doctor grita a pecho descubierto “¡Mamá!”; para que le abran la puerta tras ponerse en pie la gigantesca criatura.
Se ríe siempre, se ríe mucho. La había visto muchas veces y no puede dejar de reír. Incluso aprendió a gritar ¡Mamá! con la misma entonación y vehemencia que en la película.
Hacía tanto tiempo que no la veía…
La risa le provoca un ataque de tos, tiene una risa de fumador enfermiza y en cierto modo triste y preocupante. Como una serpiente que se desliza sinuosa por sus cuerdas vocales y estira la risa hasta convertirla en un escape de aire ahogado y prolongado. Rasposo.
Pero en líneas generales, está razonablemente sano.
La otra escena que lo parte de risa, es cuando acude el monstruo de nuevo al hogar escalando la fachada del castillo, atraído por las notas del violín y el cuerno que Aigor insiste en hacer sonar en algún momento de la melodía que le parece adecuado. Cuando el monstruo llega a la cima, intentan ayudarle, pero Fronkonstin dice muy melodramático él: “¡No le ayudéis! Ha de conseguirlo él solo”. Acto seguido, el monstruo mira a la cámara con la cara consternada de cansancio y se queda durante unos segundos mirándonos y pensando en lo cabrón que es el doctor.
Es que es tan sarcástico y a la vez parecido a una de sus vivencias, que no puede por menos que reír y toser y toser y toser…
Se ve a si mismo, de pequeño, al filo de un precipicio, llorando ante la horrorosa y oscura profundidad, tal vez no fuera tan profunda y oscura, pero era pequeño.
Ha de cruzar por encima de un tronco de árbol que hace de puente. Sus padres han cruzado corriendo y lo han dejado solo en ese lado.
Si hubiera visto entonces El jovencito Frankenstein, se hubiera reído ante la similitud de la escena, no era cobarde; sólo un niño con miedo a morir. Los niños piensan en la muerte, lo sabe porque se acuerda, lo sabe porque aún siente el reflejo del miedo en sus grandes ojos infantiles; el miedo a unos padres malos como el cáncer. El jovencito Frankenstein es y fue un arnés de seguridad que evita una seria ruptura en la coherencia del cerebro.
La certeza de que todo esto se acaba, se intuye en la más tierna infancia. Luego crecemos y nos hacemos valientes y vemos que no todo vale la pena.
No vale la pena pasar tanto miedo por tan poca cosa.
Sus padres lo llaman desde el otro lado.


— Vamos hijo mío, cruza tú solito.

Hubiera mirado a la cámara como el monstruo de la peli.
Extiende las manos hacia ellos, pero papá y mamá lo miran sin extender las suyas, ríen.


— Vamos, pequeño, tú solo. No llores, no pasa nada.

Siente un nudo en el estómago a pesar del placer de su pene empapado y cálido recordando aquella profundidad peligrosa, a sus padres tan grandes, con sus largos brazos que no le iban a ofrecer. Sus risas no le parecen felices, parece que son risas ávidas, expectantes. Sus ojos no ríen, parecen disfrutar, son mates, no brillan; están fijos en él, hay algo malo en ellos, malo como la ausencia de piedad.
Sus ojos no acompañan su risa.
No sabe si será mejor caer, porque las manos de papá y mamá no son las que conocía hace unos minutos atrás, cuando iba cogido de ellas; sus manos son ahora rugosas tienen pelos retorcidos, los dedos sucios y amarillentos.
Aquella escasa distancia rompió cualquier ternura, y la capacidad de ver a sus padres como alguien a quien amar.
Traga saliva (hubiera deseado tener más edad para encenderse un cigarro en aquel momento) y ríe; se ríe para demostrar que no tiene miedo. Prefiere ver la sonrisa en sus rostros, antes que lo que sus ojos realmente reflejan. Ríe por supervivencia y tal vez, eso ha hecho que la caída sin fin bajo el tronco pierda importancia.
Es necesario ver películas de risa, la vida esconde auténticos momentos de terror. Como la sonrisa y las caricias de un padre borracho que dice amarte, pero sus caricias acaban siendo tan fuertes que pierde el control y se convierten en bofetadas, la caricia en el pelo de un padre borracho es como sentir que te arrancan el cuero cabelludo.
Perdió el miedo al precipicio y lo cruzó; pasó por encima del tronco inestable, fueron ocho pasos, los contó. Papá y mamá no extendieron los brazos en ningún momento.
Ojalá su padre hubiera sido el Dr. Fronkonstin, que aunque no ayudaba a su creación, sus ojos no reflejaban aquella metálica ausencia de piedad. Si no le hubiera ofrecido sus manos como ayuda, hubiera reído igual y habría llegado corriendo al otro lado y se hubiera tirado en sus brazos porque Fronkonstin suda piedad por la piel. Sus ojos oscurecidos y ojerosos inspiran la ternura que jamás vio en papá y mamá.
Papá y mamá sudaban ron, whisky y vino de cartón. Sudaban tabaco y sudaban el líquido marrón que hacían hervir en la cuchara.
Los ojos de papá y mamá prometían que el abismo no era peligroso, que los peligrosos eran ellos. Deseaban que cayera.
Mamá no lo defendía del amor de padre borracho, mamá reía mirando la televisión y se olvidaba a veces de desatarse la goma que tenía en el bíceps, un bíceps tan pequeño y delgado que parecía un tumor, un quiste.
El hijo de unos padres yonquis es una carga, algo que impide el disfrute de un mundo narcótico.
Vuelve a reír de nuevo, cuando, saltando a una escena posterior, la niña tira una flor al pozo y le pregunta al monstruo: ¿Qué tiraremos ahora? El monstruo la mira y gira de nuevo el rostro a la cámara, pensando que esa pregunta es una zafia provocación.
Esto de reír con papá y mamá es una bonita forma de vivir en familia; ha sido una revelación reciente, se ha despertado decidido a vivir una auténtica jornada familiar con sus viejos y decadentes padres; de pequeño debería haber reído más y con ellos.
No necesitaba para hacerse hombre conocer la miseria de unos padres yonquis y borrachos, ni la necesidad que ellos tenían de que su hijo muriera o se mantuviera a distancia de ellos, de su mundo psicodélico.
Su madre está entre sus piernas, arrodillada. Los alicates ensangrentados están en el suelo junto con 25 piezas dentales, sus encías sangran abundantemente y le sonríe preguntándole con la mirada si le gusta la mamada. Porque espera que le guste esa felación blanda y sin peligro; hoy quiere a su hijo más que nunca, él lo tiene todo, el poder; tiene entre sus dedos el sobre blanco, la cuchara ya está encima de la mesa, junto a la goma y la jeringuilla.
Papá en la habitación, los mira desde su cruz, está clavado de pies y manos a un aspa de travesaños de somier. Tiene el pene sondado y el extremo del tubo sube hasta quedar encima de su cabeza.
Su hijo ha venido hoy de visita, ha dicho algo de que es hora de devolver todo el cariño de mierda. Su hijo sabe tanto de miedo, de dolor…
Del flaco vientre de papá cuelga un trozo de intestino con el que juguetea Aigor, el pequeño yorkshire, un perrito gritón e inquieto del que no se separa su hijo. Se le está pasando el efecto del último chute y duelen los clavos de las muñecas y los pies, duelen los tirones de Aigor y escuecen los ojos por la orina.
O le da pronto la dosis o…


— Mamá, déjalo ya. ¿No ves que ya me he corrido?

— Dame la papelina, cariño. — balbucean los labios hundidos de su madre por los que escapa sangre y semen.

Levanta el hacha cuando mamá vuelve a meterse en la boca el ahora relajado pene y se la clava en la coronilla. La madre ha quedado inerte con el miembro en la boca.
En el televisor, Fronkonstin se ha clavado el bisturí en la pierna, en la escena en la que da una clase de medicina a los alumnos; grita enfadado que su padre estaba loco.
Se ríe, y otra vez esa risa arrastrada se convierte en una vibrante expiración de aire. Se ríe como reía solo de pequeño.
Tira el cadáver de su madre a un lado y se levanta.


— Vamos papá, te voy a sacar de ahí.

Y corta primero con el hacha el pie derecho a la altura del tobillo con cinco golpes. Papá grita y sus gritos no le dan tanto miedo como le daban sus caricias, o la expectación de sus ojos, esperando que cayera la pequeña molestia por el precipicio.
Cuando por fin corta la mano izquierda, el cuerpo cae la suelo y el pequeño Aigor lame la orina y la sangre en el suelo.


— Adiós papá, me llevo El jovencito Frankenstein, vosotros no la veis nunca. Y me apetece verla con mi hijo.

Extrae el DVD del reproductor, coge en brazos al sucio Aigor y cierra la puerta del piso sin hacer caso a los muñones de su padre que se elevan pidiendo ayuda.
Ya en el Lexus, y tras haber limpiado a Aigor con toallitas húmedas, respira aliviado. Y piensa en que si la vida fuera un DVD, volvería a repetir la escena más divertida; en la que él, arrodillado encima de los brazos de su madre, le arranca los dientes destrozándole los labios.
Se llama Frankie y el DVD fue el primer y tal vez único regalo de sus padres.
En la carátula, dice que es gratuito con la compra del periódico.
Cuando la policía encuentre los cadáveres, él ya estará de vacaciones en Brasil, con su mujer e hijo; y con el pequeño Aigor.
E incluso ya tendrán amueblado el apartamento que ha comprado en el centro de Río de Janeiro.
Hace mucho tiempo que el miedo dejó de nublarle el entendimiento, hace tiempo que aprendió a reír para evitar el terror y el asco.
No ha habido locura en su acto, sólo placer y desahogo. Les ha devuelto lo que les debía y se ha quedado con lo suyo.
De pequeño, se ven mucho peor las cosas, más terroríficas de lo que son. Uno ha de hacerse mayor y madurar para ver que nadie es tan peligroso como cuando se es un niño.
Sonríe y grita: ¡Mamá!
Estalla en una carcajada. El pequeño Aigor lo mira doblando la cabeza a un lado con los bigotes aún sucios de sangre.
El Lexus adelanta a un camión y las ruedas muerden los centímetros de grava que separan la carretera del acantilado.


— Maldito loco. — piensa en voz alta el conductor del camión.

Tal vez tenga más razón de lo que cree.

Iconoclasta

27 de mayo de 2007

Palurdos de llamativos ropajes



A mí no me molesta ver a todos esos inmigrantes palurdos que pasean con sus trajes regionales como si se encontraran en su país; como por ejemplo, hombres y mujeres paquistaníes, marroquíes y algún Hare Krishna con demasiado opio en la calva.
Sí, muy exótico y toda esa mierda lo de la diversidad cultural.
Un huevo.
Lo cierto es que todos esos payasos se discriminan a si mismos. No son inteligentes con sus túnicas, velos, chadores y bombachos de miles de colores. Con sus gorritos tontos que ni sirven para aliviarlos del sol. Gilipollas…
Lo único que demuestra inteligencia y deseo de ser aceptado en una sociedad y cultura extraña, es la capacidad de adaptación a las costumbres del país al que se acude porque en su país natal no pueden prosperar ni educarse.
Toda esa mierda de religiones y tradiciones folclóricas, me las paso por el forro de los huevos, el mundo avanza y los que se quedan atrás porque así les place, que lo hagan con su hambre y su miseria.
Que vamos, que sarna con gusto no pica.
Todo esto me lleva a preguntarme qué coño hacen siguiendo las costumbres y usando el vestuario de su mierda de país de origen que no ha hecho más que darles miseria y pena obligándolos a emigrar a uno más occidental, libre y tolerante.
Si fueran someramente inteligentes, usarían su exotismo en casa, para follar.
El nivel de pobreza de un pueblo viene dado directamente por su genética, por su pobre inteligencia. Estoy convencido de que el ser pobre y agachar la cabeza es algo que se lleva en los genes. La poquísima personalidad es un rasgo étnico y ni siquiera una carrera universitaria les podría liberar de su borreguismo. Ese borreguismo y servilismo que les lleva a vestirse con ese vestuario idiota y fuera de lugar.Discriminatorio consigo mismo.
Humanos de segunda o tercera categoría por decisión propia.
Esto es lo bueno que tiene la diversidad cultural, puedes solazarte con los idiotas de todo el mundo en cualquier sucia ciudad occidental medianamente poblada. Sólo tienes que caminar y que te pasen por delante, puedes elegir idiotas al azar sin temor a equivocarte.
A mí me distraen la vista con su ridículos vestidos y costumbres fuera de lugar; pero deberían tener algo más de ingenio y respeto a si mismos y no convertirse en blanco de atención de curiosos y xenófobos. Aunque sólo sea por una cuestión de supervivencia.
Sinceramente, yo no le daría trabajo a un extrajero con tan poca capacidad de adaptación

Los chinos tienen sus costumbres, pero desde luego, han sabido adaptarse a la cultura y costumbres del país que han escogido; si no lo han hecho, bravo por ellos, porque lo llevan con discreción y elegancia.
Mucho más inteligentes que los gitanos, donde vas a parar…
Los otros, los exóticos, los palurdos con sus trajes regionales y sus niños colgados de las tetas y la espalda, llevan tatuada en la frente las palabras: discriminación y xenofobia.
Es que hoy he visto un matrimonio de paquistaníes con sus tres crías de paquistaníes con esos tocados ridículos. Ni a sus hijos son capaces de educar.
Y se me ha ocurrido esta reflexión así, de pasada. Soy un gran observador de la vida animal, un vehemente zoólogo.
¿Se le habrá ocurrido a algún maño salir a pasear con su disfraz de baturro por las calles de Londres? Si es así, por favor, dadle unas collejas por ridículo, por idiota.
Aunque no vamos a dejar de follar por eso ¿verdad? Son tan solo anécdotas de pasada. Me importan de verdad una mierda lo que hagan con sus vidas y sus putas costumbres idiotas.
¿He comentado que no soy iconoclasta por casualidad y que me importa el rabo de la vaca las tradiciones y religiones? Es que no tengo ganas de repasar el artículo.
Buen sexo y cuidado como nos vestimos al ir de vacaciones al extranjero, no me avergoncéis como estos monos que he comentado.


Iconoclasta

14 de mayo de 2007

Entrenamiento cerebral: The Ultimate

ENTRENAMIENTO CEREBRAL: THE ULTIMATE



Hay una tabla de ejercicios que de llevarse a cabo regularmente puede provocar una reconstitución de la red neuronal del cerebro o reforzarlo para prolongar su vida interesante (sé que conociendoos como os conocéis, esto os pueda parecer imposible). Simplemente basta con ser constante y meticuloso durante unos minutos al día.
Uno de los ejercicios es físico, y los otros mentales. No os vayáis a creer que es un método para el entrenamiento cerebral, memoria, agilidad mental, agudeza visual y toda esa mierda que ha puesto de moda Mensa y los videojuegos.

El ejercicio físico requiere mucho esfuerzo y los mentales son tan sencillos como mirar y buscar algunas imágenes en intenet. Eso sí, hay que ser un tanto deshinhibido y pensar que no es nada malo lo que hacéis. Y si tenéis algo de remordimiento de conciencia, pensad que uno en su casa, hace lo que le sale de los huevos.
Ojos que no ven, picha que se menea.

El hambre en el mundo, la violencia, la droga y todo eso, no es culpa vuestra; eso es un invento de los políticos, tiranos y líderes religiosos para robaros más dinero de vuestra nómina. Sabiendo esto, uno puede ser completamente feliz con su entrecot o su bocata gigante de hamburguesa. Y fumando.
Y tirando las pilas gastadas a la basura junto con las cáscaras de las gambas.
Y me la van a…
Cuando llevéis seis meses de entrenamiento, entenderéis este comentario. Aunque si ahora no lo entendéis…

Ejercicio físico.

1ª parte.

- Frotarse los órganos genitales hasta conseguir una buena excitación. Es decir, una de esas que uno dice “me tiraría a mi madre de lo cachondo que voy” (esta para hombres) “me tiraría hasta a mi marido de lo cachonda que voy” (esta para mujeres casadas) “me tiraría a mi tío el del diente de oro”, para las solteras. Los homos y lesbianas que se busquen la vida porque no voy a pensar en todo.
El frotamiento debería ser sin ropa, si sois vergonzosos (y en el supuesto de que no os encontréis en una galería comercial) os jodéis, porque si no os aguantáis ni vosotros mismos, es que no hay remedio. Tenéis el cerebro podrido.

2ª parte.

Aquí es donde se va a forjar vuestra voluntad, la firmeza de las redes neuronales, que la edad intentará romper. Creedme pues, que en verdad os digo, que seréis, completando este ejercicio, los culturistas de las neuronas.

- Cuando estéis tan excitados que sintáis que la humedad se apodera de vosotros y por el vientre empieza a irradiar ese placer tan peculiar y para algunos tan conocido, debéis dejar de tocaros. No podéis llegar al orgasmo.

Pensad que si llegáis al orgasmo, se os quedará esa cara de idiota, tan particular de la culminación de la cópula o la paja y el ejercicio aún os hará más idiotas si ello es posible.

Si aguantáis, las neuronas se muscularán y con el tiempo sentiréis que hay una mayor presión en el cerebro; indudablemente se deberá a un cáncer cerebral os dirán los envidiosos; pero hasta que no sintáis metástasis en las puntas de los cabellos, ni caso. La peña habla porque tiene boca.

Quedaos pues en pie, con los brazos lacios colgando a lo largo del cuerpo y limpiandoos con la punta de la lengua el sudor del labio superior. Moved la cintura en rotación como si aún os estuvierais tocando. Consolaos con la imaginación.
Pero como vea yo que se os ponen bizcos los ojos, os parto la cara por tramposos.
In-decentes.

Ejercicios mentales.

Ejercicio 1

- Conectados a internet buscáis algo relacionado con la violencia o las guerras. Que sean cuerpos desmembrados y seres humanos pasando hambre, e incluso desdentados supervivientes del escorbuto que también tienen mucha expresividad. Decididamente, el desdentado será lo mejor, los desmembrados acabarán evocándoos La noche de los muertos vivientes (dicen que esta película es un icono del cine porque estaba filmada en blanco y negro. A mí me la pela, no me gusta ni me gustó.) y sus mil secuelas; acabaríais tan aburridos como viendo los telediarios.
Me minimizáis la página.

2ª parte

- Buscáis alguna página de sexo, sé que es difícil pero con paciencia lo consigueréis. Elegís la foto más guarra, sexi, excitante y en la que más brillen con destellos de humedad los sexos y restauráis la página a mitad de pantalla.
Restauráis la del mellado también en la otra mitad de la pantalla.

Las miráis juntas durante unos 5 ó 6 minutos. Habéis de conseguir que los ojos no enfoquen la foto del desdentado, a menos que tengáis algún tipo de desviación sexual o alguna patología sobre el sentido del bien y el mal; sí es así, ya sois mayorcitos para reconocerlo y sabréis como hacer el ejercicio.

En pocos días, (creo que algunos para esto no necesitarán ningún tipo de entrenamiento los hay que nacemos ya aptos para estas cosas), dejaréis de ver al desdentado, os lo juro. El ojo recogerá la imagen del escorbútico, pero las neuronas más cachas, se plantarán en primera línea y evitarán que el reflejo del desdentado excite el córtex. Y no me vayáis al oculista con el cuento ese del ojo vago, que os conozco y sé que sois unos hipocondríacos.

Con un par de minutos bastará cuando la foto del desdentado no la veáis ni al principio de la sesión, que no me interesa que retoméis el ejercicio físico.
Recordad que este ejercicio es mental.

Ejercicio 2



- Me cogéis el YouTube, buscáis esos videos de “Regalo abrazos” y os metéis en situación, imaginad que sois abrazadores o que corréis a por el andoba en busca de un abrazo gratis.



Con el tiempo, al 4º o 5º día, sentiréis tanto agobio de ver abrazos idiotas, que recurriréis a la página de fotos de guerra y violencia. Encontraréis al desdentado demasiado suave y os plantaréis delante de los morros fotos de destripados. Incluso de hombres rezando en La Meca. Pero no recurriréis a las fotos de sexo.

Esto tiene una explicación lógica, cuando se abusa de la ternura, de una falsa, publicitaria e interesada bondad, de algo tan ñoño e imposible que es completamente ajeno a nuestra naturaleza; estas imágenes de abrazos tienen la propiedad de sacarnos lo peor que hay dentro de nosotros, de hacer surgir a la bestia que llevamos reprimida y que con esos videos intentan (con total ignorancia) aniquilar.
Lo del sexo, está controlado; ya que no podéis llegar al orgasmo en el ejercicio físico gracias al control que ejercéis sobre vuestras manos y órganos sexuales.
Ergo sólo os quedará la violencia y el odio.

Estas cosas crean una angustia interior que los artistas refinados usan para hacer obras de arte y nosotros, los vulgares, lo despreciamos o escupimos sin asomo alguno de sensibilidad, en este caso estaríamos haciendo una “perfomance” que ahora está muy de moda.
Es el Yin y el Yan de los cojones.

Y ahora la sorpresa final, para que veáis que el camino hacia la salud neuronal no es tan árido como parece:



- Anexo al ejercicio físico: Una vez al mes, cuando os toquéis, llegaréis hasta el final. Pero lo haréis recitando un mantra que no os vaya a llevar a equívocos, se trata de sexo y no de amor. Así que el mantra será : ”Cerdo-cerdo-cerdo-cerdo” para las mujeres y “Puta-puta-puta-puta” para los hombres; según corresponda vamos.
Homosexuales y lesbianas que reciten algo de Miguel Bosé o Ricky Martin e incluso de algún cantautor sensible a estas cosas.



Cumpliendo con estos ejercicios diarios (sobre todo el mensual) reactivaréis un cerebro abocado a la pobreza neuronal que os llevaría en el momento de la jubilación, a bailar pasodobles en un centro recreativo de viejos del ayuntamiento, o jugar al dominó o al cinquillo compulsivamente.

Después de tres meses de ejercicios, estaréis aceptando vuestra naturaleza. En lugar de creeros toda la mierda que os cuentan, desconfiaréis de todo lo que se hace por vuestro bien y en el bien de la humanidad con un práctico “me la pela”.

Es éste el único mensaje universal que podría entender hasta un habitante de la región más deprimida (como las Urdes de España) de Teprexostar (un lejano planeta situado en la constelación de La Puerca Sucia).

Una cosa más antes de largarme a idear nuevas formas de hacer cosas prácticas y buenas para el perfeccionamiento personal de los hombres y mujeres:

No os habréis pensado que eso de dejar de tocarse cuando uno está a punto de correrse iba en serio ¿eh?.
No os habréis creído lo del autocontrol de las narices ¿verdad?
Mira que sois pardillos….

Lo del mantra sí que iba en serio, que conste; que no se os olvide. Podéis comprar un rosario de esos de cuentas de pétalos de rosa que así combatirá el pestazo a pescado de las manos tras el ejercicio.

Autocontrol… es que me parto el rabo de risa.
Buen sexo.

Iconoclasta, 14-5-07

9 de mayo de 2007

La pena

Quiero, necesito flotar. Algo de ingravidez.
Es un momento para la pena.

La pena ajena es una cálida corriente ascendente que sale de debajo de las pieles y las piedras. Soy un globo aerostático que se mantiene alto, apoyado en ella, suspendido de ella.

La pena es un colchón; duermo sobre ella y no envuelto por ella.
Necesito la paz que sólo la pena da. No quiero sonrisas ni euforia. Ni tan siquiera la ira.

Pongamos que estoy cansado de la intensidad de todo, del amor que cargado en las espaldas me dobla, de la angustia de la espera. De una ira que a veces me prende en llamas; entro en combustión y blasfemo y odio. No es fácil estar descontento, por decir poco, por decir lo mínimo.

No es bueno sentirse siempre ajeno a todo, la pena de otros es mi equilibrio emocional.
A veces soy tan frío que ni siquiera aprecio la pena. Hoy no.
No puede hacer daño tenderse en la pena, tampoco hace ningún bien, pero ¿qué es capaz ya de hacerme bien?
Me da igual.

Ahora sólo necesito la tersa y elástica superficie de un mar de penas sereno y narcótico.
No lloro, sólo miro, soy curioso.
Sólo contemplo el dolor del planeta y gozo de la pena; la que siento en la piel, en los músculos. Por fuera.
Como un medicamento de uso tópico.
Yo no trago pena, no masco pena.

La pena es mi mecedora, mi cenicero.
Soy mecido por suspiros que me sacuden, es una rítmica vibración que me relaja, me seda el respirar cansado de un número infame e inimaginable de pulmones. De ojos acuosos que rebosan lágrimas, la orina de la pena.
La pena es un riñón colapsado de cálculos.
Pero no respiraré su aliento. No mastico pena, sólo es un apoyo, sólo es un momento para el relax.

La pena…
Hay tanta y está tan mal vista… Si nadie la quiere, me la quedo toda, la pena da valor para abrir venas, para inyectarse veneno.
La pena es un sherpa que me guía en una escalada casi vertical, una montaña imposible hacia mí mismo, es la única forma que tengo de valorarme. El nivel de pena marca mi nivel de tranquilidad, de sosiego. Me parezco a Dios, cuanto mayor es el dolor en el planeta, más feliz soy.

Con ella trepo por encima de todo, para llegar junto a ese Dios que se preocupa de que no cese el dolor, que se masturba ante el llanto.
Yo soy una deidad, me ocurre lo mismo que a él.
Entiendo a los dioses y su degeneración.

Es el momento para la pena.
Para la cuchilla sajadora, para el veneno ácido y corrosivo. Sangre que mana, sangre que se pudre.
Pena mullida que me relaja y me conforta. Que esplende en la oscuridad de mi cerebro pulsando como un tumor. Tutum-tutum-tutum…
Es el ritmo de los corazones contritos.

Un tumor mullido, una pena hipnótica es la del mundo, la ajena.
Hoy su pena es mi valium, mi consuelo.
Me hace divino.

Estoy hecho a mi propia imagen y semejanza.
No soy malo, sólo soy sagrado.

Iconoclasta

24 de abril de 2007

El reality show de los políticos

Hace unos días, por la noche y tras el telediario, montaron el segundo programa de teleidioteces, si en el primero unos ciudadanos cuidadosa y celosamente escogidos le preguntaron al insípido, apocado y sustituible Zapatero sobre política y sociedad y café; en este segundo programa, le tocaba el turno de responder a las preguntas al fascioso Rajoy.
Está bien que los politicastros monten este espectáculo, porque con lo que cobran y lo poco que trabajan, al menos que den algo de entretenimiento.
Bueno, yo estaba acabando de cenar cuando uno de esos ciudadanos que seguro que deben hacer cosas extraordinarias en el aspecto sexual a los más variados jefes y políticos de sus provincias, va y le reprocha al Rajoy el que se peleen en las cortes, que no mantengan la compostura y transmitan una sensación de crispación al ciudadano.
Yo no me creía lo que estaba oyendo, el ciudadano imbécil remató con una pregunta que venía a ser algo así como: ¿No sería mejor y más ético, que ustedes los políticos, discutieran con calma y respeto en las cortes en lugar de insultarse e interrumpir con mala educación al contrario y así dar ejemplo al ciudadano; no transmitirle esa crispación que se palpa en el ambiente?
Yo grité:

- ¡Quiero la dirección y el teléfono de ese ciudadano de mierda!

Se me pusieron los pelos como escarpias.
En seguida le respondí y mucho antes que el idiota de Rajoy.

- So imbécil, so idiota; lo que tienen que hacer los políticos es discutir, pelearse y si hace falta, arrancarse los ojos. Hay gente que les ha votado y tienen que defender sus intereses y eso, so idiota, se hace discutiendo y crispándose. So cabrón. Nada más faltaría que se chuparan la polla unos a otros. ¿Seguro que trabajas en algo decente, so asqueroso?
Con lo dado a la holganza que es el español...
Que tomen ejemplo de las palizas que se pegan los coreanos.
Tienen que sudar lo que ganan. Si tú no lo sudas, imbécil, al menos cállate.
No capullo, si quieres educar a tus hijos, aprendes a hacerlo tú. Si tú no tienes cojones de educar a tus hijos, no jodas con tu educación de mierda y llévalos a un buen colegio, a uno de curas, soplapollas.
Los políticos a destrozarse y defender con uñas y dientes los intereses de quien les ha votado. ¿Será posible que seas tan tonto, idiota? Ven que te pego dos bofetadas, tarao.

Una vez dije esto, cambié a Canal + y acabé sonriendo en cinco minutos tras un par de ocurrencias de Frazier.
Menos mal que tengo recursos para combatir la imbecilidad, y es que leo y escribo tanto que en algún momento tengo que ver la tele.
Maldita sea; si me encuentro al julandrón, a ese delicado por la calle, le doy de patadas en la chepa.
Es que salen idiotas hasta de debajo del césped, coño.
Buen sexo.

Iconoclasta

16 de abril de 2007

Escalada al amor

Ha llegado a la cima del amor, ha vencido. Las cuerdas aún se mecen y los friends fírmemente clavados en la vertical gotean sangre de otro amor destrozado.
Son las huellas sangrantes de su ascenso. Corre la sangre por la escarpada pared como la sudor por su frente. Y suspirando de amor, respirando dificultosamente besa a su amada, a la mujer por la cual trepó la pared más vertical. El K2 del Amor.

El viento ulula allá arriba y dice: "Padre, madre está llorando, ¿qué le has hecho a madre?"
Pero él suspira, ignora.

Suspira la mente y los ojos se abren al interior; el exterior queda oculto, es extraño y subrealista. Suspira la mente y los seres cercanos, los cotidianos, quedan desterrados en la indiferencia. Han dejado de existir; así de fácil. Han sido sacrificados al dios Eros.
El amor...

Decidió escalar y se equipó: una cuerda de ocho millones de metros, 1500 friends (debe asegurar el dolor), 1 piolet, 16 ochos y unas botas con unos crampones inmisericordes y letales.
No llevaba comida, iba desnudo. No había dolor, no había frío, no tenía hambre. Sólo sed de ella. Ella lo llamó desde arriba y él no pudo ni quiso resistir. Ella sufría por cada segundo que debía esperarlo, porque su amor era tan monstruoso como el de él en voracidad; tan monstruoso que contagiaba dolor a quien estuviera en derredor.

El alzó los ojos a la cima de la montaña con una mirada húmeda y brillante; su esposa sintió la punzada de la indiferencia. El clavó con resolución el primer friend. La esposa sintió el vientre deshecho y un nudo en la garganta, su mirada se tornó vítrea como la de un pez muerto.
El continuó clavando más profundamente el anclaje rasgando roca y tejidos, vísceras. La montaña-esposa se agitaba en un primer asomo de tormento.
Ahogaba un grito de dolor.

Su amor los mata, su amor es cruel y devastador. Está abrazándola con tal intensidad que su piel se ha mezclado con la de ella.
El mundo se está descomponiendo en miles de facetas. Lo ignora; hay tanto amor entre ella y él, que a los que amó durante años, ahora obvia. Todo el amor que se dieron, risas y llantos; todo ese amor ha sido metido en una mochila que dejará colgada a mitad de camino, cuando se haya insensibilizado tanto que ya ni la muerte de esposa e hijo le pueda importar.
El amor es arrollador en su ascenso vertical e imparable.
Es letal para los viejos amores.

Cuando se aferra a ella en la cima, como único ser vivo y deseado, su pene se expande como el universo loco e incontenible.
Nadie diría al ver como acaricia sus pechos por encima de la ropa, que su mente ha sepultado en vida dos amores que prometían eternidad.
Suspiros de un amor mecido, el llanto del amor muerto. Es un extraño susurro arrastrado por el viento de la cima del amor.

Las pesadas botas buscan el primer apoyo, la cabeza de su hijo es un buen lugar donde elevar la pierna para acceder a la primera repisa. Los crampones arrancan chispas de la roca granítica y cuero cabelludo queda enredado entre las mortíferas garras metálicas; fino cabello infantil e inocente. El pequeño no entiende esa tristeza de la madre, ni la mirada ausente del padre. El niño siente un dolor de cabeza extraño, algo que viene del estómago, como una angustia. Es el dolor no comprendido.

Lo externo está volviéndose oscuro, hay algún oculto canal que se lo comunica; una luz blanca intermitente y potente le avisa del inminente peligro que representa para ellos el rechazo a su existencia; es un faro que alumbra el mar quieto y negro, extrañamente cálido; que avisa de la proximidad de la Costa de la Indiferencia. Pero ella apaga la luz del faro cuando sus manos recorren su rostro con ansiedad.

Debería haber otra forma, otra manera de no matarlos con tanto dolor. La mochila-ataúd de amores viejos se agita con movimientos de convulsa agonía. Hay un remordimiento en él que se va diluyendo con cada palmo que avanza. Por cada metro avanzado, el remordimiento se retrae como el mar antes de embestir.
Jamás los podría engañar, una muerte no se puede ocultar. Era indefectible ese dolor.

El próximo friend se clava sorprendentemente rápido en una brecha de la roca, con tal potencia que un hilo de arenilla fino como el de un reloj de arena se precipita al vacío. Ha penetrado de tal forma en la roca que el corazón de la esposa parece haber estallado ante la certeza de que él no la ama. De que él ha decidido abandonarla. Ella se lleva la mano al pecho mientras ahoga un lamento tapándose la boca.
Ha pasado la cuerda por el friend para asegurarse y ahora se balancea colgado de él para relajar la tensión de brazos y piernas. Para que el sol de algo de calor a su alma fría.
La esposa habla y pide perdón por aquello que no ha hecho, por aquello que ella piensa que ha sido responsable. No imagina que ese amor es tan doloroso como indecente en su egoísmo. No hay perdón. La ejecución se llevará a cabo en el momento oportuno.
Y él ahora vuelve a clavar los crampones en una pendiente y a ella le destroza los hombros y debe caer en la cama llorando con una angustia asfixiante. Con la puerta cerrada; es un conjuro vano contra el dolor.

No siente nada por ellos cuando su lengua se encuentra con la de ella.
Sabe que se están muriendo allá afuera pero; no puede dejar de hundirse en su boca.
Los viejos amores intentan frenar su escalada, tocan su hombro para llamar su atención: "Nosotros te queremos también".
¡Qué dolor hay en ello!

Suspira la mente con la respiración de ella confundida con la suya. Y los de fuera son devorados por la negritud nacida de ese amor; entre llantos de dolor son descuartizados por ese letal cariño que consuman en la cima. Es la sinfonía del placer y el dolor, del encuentro y la desesperanza.
Es muerte y resurrección del amor.

El próximo friend lo clava a escasos metros de la cima, los ojos de la esposa son dos monstruosas bolas de sangre y lágrimas. El ha clavado con tanta fuerza y resolución el anclaje que su esposa ya no puede más, y ya no quiere verlo. No puede ver sus ojos que dicen no quererla. Que cuentan de amores ajenos. Ojos chispeantes de un amor traidor y alevoso.
A él no le importa, pega dos golpes más con el martillo y la esposa derrama lágrimas por entre los dedos.

Ella está allá arriba muy cerca... Puede sentir claramente como le promete un amor infinito y poderoso como la mísmisima muerte.

Cuando hunde la mano en su melena, siente corazones colapsados, como si fuera su mano la que bloqueara sístoles y diástoles.
Sabe que esposa e hijo sufren al oír los suspiros que el viento de la cima les lleva pero; ahora son ellos los extraños. Su amor es tan profundo por ella que le importa nada verlos arder en un infierno de puñaladas.
Sus brazos la envuelven como la mano de un escalador se aferra a la cordada.

Y mientras el amor vence, la vertical pared de la montaña sangra como Cristo en la cruz; innecesariamente.

El amor es un monstruo de dos cabezas.

Iconoclasta

15 de abril de 2007

Básico despertar

Para él, el despertar es una experiencia mística.
Despertarse solo y en silencio, sin saludos ni palabras es el más maravilloso regalo del nuevo día.

Un simple “hola” es lo más que está dispuesto a conceder a mujer e hijo cuando aparece en el comedor con el cigarro entre los labios.
Y no porque al despertar su pene se encuentre duro y entumecido, no le da vergüenza su naturaleza primitiva y carente de prejuicios. Al fin y al cabo folla con ella. Se la chupa y se lo chupa. Es necesario, es justo.

No desea que le hablen, le basta con el tintineo de la cucharilla del café y ver el feo espectáculo de una naturaleza de antenas sin hojas y ventanas ciegas y vacías de vida real al mirar por el vidrio de la ventana cerrada, a salvo del sucio aire urbano. Le basta conque todo lo que se mueva a su alrededor le ignore, como si fuera un jarrón vacío de flores que no vale la pena ni mirar.
Son cosas que sólo puede pensar, que ellos, al verlo cada mañana, parecen intuir, como si arrastrara una maldición tras de sí.

Cuando se despierta y no hay nadie en casa, es dos veces feliz.

Se encuentra meando en el lavabo, el pene está erecto por culpa de la vejiga llena y de sueños que ya no recuerda. Mear se hace difícil, debe forzar el pene hacia abajo y contraer los cojones para que la orina no salga fuera de la taza. Una vez le dijo alguien que sólo podía mear en la bañera al levantarse de dormir. Primera sonrisa con el cigarro en la boca, no recuerda en que momento lo encendió.

Le gusta rememorar y no es que le guste, es que su mente hace esas cosas; evocar recuerdos por asociación de ideas en esos primeros veinte minutos en el que es completamente brutal y está distante de la sociedad, como un náufrago en una isla alejada de toda ruta de navegación.

El bálano se ha relajado y la orina fluye con facilidad, parece caer, un ojo está medio cerrado por el humo que lo invade. Es un ruido relajante, una catarata cantarina, no es espectacular, pero es suya.

Con la polla lacia y los cojones relajados, se siente más cómodo. No lleva calzoncillos bajo el pijama, se siente más hombre cuando el escroto se bambolea libre. Sobre todo porque se encuentra en su morada, en su territorio.

Agua en la cara para arrancar las legañas, en la nevera hay una nota de su mujer, le dice lo que se está descongelando para hacer la comida al mediodía. No la lee con atención. Lee “Besitos” rascándose los genitales esperando que salga el café. Su hijo ha dejado envoltorios de bollería que no tiene ganas de tirar a la basura.

Son los veinte minutos que más necesita del día, desde que se levanta hasta que se ha fumado un par de cigarros en la butaca mojándose los labios con un café.
Veinte minutos necesarios para él mismo. Dejar el cerebro en punto muerto y que se mueva por donde quiera.

“… el vibrador mediano lo conservo, al fin y al cabo soy una mujer “desprotegida”.
Le escribió ayer mismo aquella deseable e inaccesible amiga en un chat. Algo divertido, algo sorpresivo. Ella es inteligente y él básico. Está bien así, no es su condición ser refinado y rápido de reflejos.
“Joder” contestó él.

Le podría haber respondido que en ese mismo momento se llevaba la mano a la polla y se le endureció rápidamente entre los dedos, que no quiso sacar la mano de allí aunque tuviera que escribir con solo una mano. Pero eran demasiadas palabras para ese momento. Es lo malo, es lo bueno de ser básico.
Posiblemente la próxima vez se lo dirá, las personas lentas como él necesitan dos oportunidades para causar rechazo o aprobación. Da igual, no se sentiría mal por un rechazo ni demasiado feliz por una aprobación a esa respuesta.

Y ahora la imagina caliente y húmeda como está su pene ahora. . Ella acaba de despertar, como él.
Ha bajado la cintura del pijama y los testículos asoman por encima de la goma, el pene oprimido late contra el pubis.
Su puño se aferra ahí como imagina el juguete de ella deslizándose entre las piernas, entre los carnosos y mojados labios, con lujuria y deseo animal.

La imagina sola y brutal en su placer como solo y brutal agita su pene. Bruscamente, sin cuidado. Al fin y al cabo es animal antes que hombre. Tiene un cerebro que así lo dice. La imagina con el consolador clavado entre las piernasy acariciándose esa perla cárnica dura y a flor de piel, conteniendo con dificultad libidinosos suspiros.
Imagina beber su humedad cuando ella sea incapaz de contenerla. Beber su placer, lamerla entera.

Emite un gruñido y el semen surge derramándose por el puño que estrangula el miembro hipertrofiado, entrecierra los párpados y espera la nueva erupción.
Escupe de nuevo.
Ahora el semen gotea en los huevos y queda prendido del vello. Da una profunda calada al cigarro que casi se ha consumido en el cenicero y se extiende distraídamente el semen que se enfría rápido por el miembro.

Unos días atrás su cerebro lo llevó por la muerte, meditó que moría; que un día su corazón se partiría (pensó en su padre) y moriría fumando en la butaca mirando un paisaje imbécil creado por hombres imbéciles. No le preocupó demasiado, hizo exactamente lo que hacía todos los días.
Ya no tiene edad para tener miedo. Aunque… ¿quién puede tener miedo al despertar, tras haber superado la noche, el sueño incomprensible?
Se despereza; su pene ya ha mermado y una gota de semen perezosa se desprende del prepucio hasta caer en su zapatilla.

— Asquerosos días. — dice en voz alta.

Ya está lavando los platos que le han dejado en la pica y ha tirado a la basura los envoltorios del desayuno. El resto del día, a partir de ese momento, será igual que todos si no tiene suerte; pero su despertar ha sido obra suya, su creación. Y nada ha podido evitarlo.
El bote de la mermelada se ha estrellado contra el suelo.

— Precioso. — dice en voz alta con una sonrisa torva.

— Ya empezamos…

Iconoclasta

9 de abril de 2007

Bianca (1997-2007)

Sólo esos hijos de puta que no saben,
nombraron tu raza peligrosa.


Doctora, por favor, inyécteme a mí también, así poco a poco, el liberador líquido. Me quiero ir con mi pequeñita, mi perrita. Se llama Bianca, aunque es negra como la noche.
No quiero que se vaya sola, mis pulmones están encharcados como los de mi pequeñita, pero en lugar de agua rosa como la de la carne lavada, son lágrimas amarillas como un ácido. Y sufro mucho.
Doctora de tristes ademanes, duérmame con la Bianca, poco a poco, con ese cuidado de quien ama a un animal. Me aguantaré yo mismo la mascarilla de oxígeno, como aguanto la suya; y así podré contener este llanto que se me desborda por el alma y quiere formar un alarido.
Doctora, presione el émbolo en mi vena. Bianca es ya viejita, tiene 10 años y sin embargo, la veo tan pequeña... Yo no la dejo sola, me voy con ella.
Doctora, la muerte es suave, estoy acariciando su pelo corto y parece que rozo su alma.
La muerte es seda negra y no quiero sentir la aspereza del llanto de mi esposa, la brusca tristeza de mi hijo.
Doctora, inyécteme, yo me acuesto al lado de mi pequeñita diciéndole cosas al oído, que mis ojos se hagan vidrio junto con los de ella.
Duérmame a mí también por lo que más quiera, por favor Doctora. ¿No ve que me muero de pena?
Adiós Bianca, llevo tu alma suave enredada entre los dedos. Eres un ángel.
Sus pulmones se han vaciado de ese agua de rosas en mis zapatos al morir.
Duérmame doctora, que esto duele infinito.
Hasta luego, Bianca, te llevaré a pasear allá donde estés, llevaré tus golosinas; mi pequeñita...

Barcelona, 09/04/07 5:55


Iconoclasta

4 de abril de 2007

666 a la vera del río


Estoy harto de oír filosofía barata que se transmite de padres a hijos y de maestros a alumnos. Los refranes, las medias lecturas de los libros. La ignorancia. Las memeces pasan de generación en generación como un código genético defectuoso. De imbécil en imbécil.

Uno ha de filtrar todas esas cosas para no verse tan idiota como es la humanidad; sobre todo cuando estás relajado viendo fluir el agua de un río.

Te sientas con tu mejor actitud positivo-idiota-optimista y piensas que nunca es la misma agua, que todo muta en este mundo cambiante y que a la mierda la experiencia porque es todo irrepetible. Vamos, que si te dan una patada en el culo, no hace falta que te apartes la próxima vez que veas una bota volar, porque seguramente tu culo ya no será el mismo y el zapato tampoco, por lo tanto es imposible aplicar la experiencia, como imposible es pues, tropezar dos veces con la misma piedra.

Joder, pues yo lo veo todo igual, tan igual que da asco y me siento mal y aburrido.

No será la misma agua porque alguien se ha debido entretener en seguirla y asegurarse que no da media vuelta para volver río arriba y fluir de nuevo por todo el curso del lecho, no tiene ganas de ir a la mar salada.

Esta tontería sólo es digna de aparecer en el orden del día de una sesión de diputados.
Si el agua siempre fuera la misma, sería un lago muy largo y estrecho en vez de un río; como una meada en la rodada de una rueda.

La cuestión no es que sea la misma agua, la cuestión es que es agua. Porque el agua no tiene identidad, no tiene cara, ni voz. El agua, por mucho que digan, no saluda al filósofo que está sentado en la orilla ni le dice:

― ¡Eh, tío, que detrás de mí viene otro litro de agua y es más fresca que yo!

En este caso sería correcto decir que no es la misma agua. Una es más fresca que la otra y se ha debido entretener a charlar con la piedra que siempre ha sido la misma pero, según el filósofo, cambia porque cada agua la moja de otra forma distinta. Y así de esta maravillosa forma las piedras del río con más de cuarenta toneladas, también son cambiantes. Y se rascan los cojones aburridas.

Es para darle de patadas al ingenioso hasta que las suelas del zapato pierdan el dibujo.

Esta reflexión viene a cuento porque el planeta cambiante, a pesar de que las hojas son arrastradas por el viento y no parece el mismo suelo que hace unos segundos; es demasiado pequeño. Creía que podría estar tranquilo y no tener que oír a más primates idiotas rajar sus tonterías.

No ha sido así, no me ha dado tiempo a acabar el cigarro cuando un padre le explica a su hijo unos metros más arriba, la maravillosa fábula del agua que siempre es distinta.
¿Es que no puede uno tener un poco de paz y silencio? Yo sólo quería oír correr el agua, el sonido que provoca al chocar con las rocas, ver pasar una rama flotando.

Los condenados hoy gritaban más que de costumbre y me he sentido agobiado en mi cueva.

He subido bordeando la orilla hasta donde padre e hijo se entretienen charlando y tirando cosas al río; ramas y piedras. Estoy seguro de que han meado, todos los primates lo hacen. Se encuentran en un pequeño vado del río con un flamante todo-terreno nuevo a la espalda, un frondoso árbol les hace sombra y unas preciosas piedras que la naturaleza ha dispuesto ahí para que ellos se sienten, crean un rincón de gran belleza.

Es para vomitar toda esa idílica idoneidad del momento. Para cagarse en Dios.

El padre, con su gran cochazo, se ha debido despertar trascendente y le ha dado utilidad mística al vehículo. Los primates ven demasiados anuncios.

― Buenos días. ― les saludo.

― Buenos días. ― me saluda el padre.

El niño me mira sin interés y tira una rama al río que se va flotando, llevada por un agua que no sé si es diferente pero seguro que moja. Debe tener 11 o 12 años, si fuera mayor ya hubiera enviado a su padre a la mierda.

― Apetece sentarse en la orilla, hace un calor horroroso.

― Desde luego, nosotros venimos de la ciudad, es insoportable. Menos mal que me he comprado el todo-terreno y ahora podemos venir aquí con tranquilidad.

― Precioso coche. Este año viene muy crecido el río, hay mucha nieve allá arriba.

― ¿Ves Borja? Este señor ha dado en el clavo, el agua es la nieve derretida de las montañas, cada gota es un copo de nieve deshecho y por lo tanto el agua es diferente.

― Pues siempre parece la misma.

― Sí pero no, cada gota es un agua independiente en sí misma, que al unirse a otras…

Aquello iba para largo, el padre sufría una crisis de sensiblería y estaba firmemente dispuesto aburrir a su hijo y a mí.

― Es difícil hacer comprender a un niño que el agua podría ser un conjunto de entes. El agua es indivisible e idéntica. El agua del río es una cinta continua, un ciclo sin fin.

El padre me miró evidentemente molesto por mi interrupción.

― Técnicamente no es la misma agua. Su opinión no ayuda a explicar que el mundo está en continuo cambio y reparación.

― Tampoco se puede decir que cambie el mundo, simplemente se gasta y se rompe.

― Es demasiado simplista.

― Primate de mierda…

No puedo aguantar más. No soporto a los primates y su cháchara. He sacado el puñal de la parte posterior del pantalón, y con un paso rápido se lo he clavado en la papada. Le ha salido por la boca pinchando la lengua.

El niño no lo ha visto, estaba pendiente de cómo desaparecía otra rama que ha lanzado al agua. La camisa de aventura del hombre se ha empapado en sangre y se debate inutilmente para zafarse del cuchillo. Subo el brazo y él sujeta mi puño con las dos manos intentando bajarlo. Está de puntillas y no articula palabra, pero parece un perro gimiendo.

En cuanto el niño se da la vuelta hacia nosotros, le doy una patada en la cara aplastándole la nariz con un feo crujido, se estrella contra el árbol. Un brazo ha quedado extrañamente doblado y en el antebrazo ha aparecido un bulto que tensa tanto la piel que la empalidece.

― Mira mono, que técnicamente no es la misma agua, lo sabe hasta el subnormal de tu hijo. ― al padre, además de la sangre, se le escurren unas lágrimas.

Más agua.

No puede ver a su hijo porque no le dejo mover la cabeza. Adopta un gesto forzado, a pesar de que con el mango del cuchillo le obligo a mirar el río, sus ojos se dirigen al árbol. El niño está aturdido y gimotea tirado entre las gordas raíces. Su papá no puede verlo.

­― El agua es la misma, aquí que diez metros más abajo o arriba; a menos que me mee en ella y llenes la botella en ese momento, no encontrarás diferencia alguna. Pregúntate mejor si durará el agua lo suficiente para dar de beber a tu hijo o a tus nietos. Y pregúntate algo interesante ¿es necesario pensar cosas tan tontas, perder el tiempo con una idiotez que no lleva a ninguna parte y aburrir a tu hijo. Arruinar mi momento de meditación? ¿A que ahora hubieras deseado estar deslizándote por el tobogán de un parque acuático sintiéndote fluir a ti mismo, oyendo los gritos emocionados de tu hijo?

Pienso en que lo verdaderamente distinto es la sangre de cada primate, sus células, su viscosidad, su color.

Tiro del puñal y grita desesperado de dolor. Le golpeo por detrás de las rodillas con una patada y hago que caiga de cuatro patas al suelo, de su boca mana abundante la sangre.
Le agarro por el cabello obligándolo a gatear hasta que sus manos se hunden en el agua. Levanto su cabeza sin soltar el cabello y le hago un profundo corte en el cuello. La impresión es que está vomitando sangre, como un borracho vampiro de película.

El hijo llora aterrado y se arrastra por el suelo en dirección al coche.

― Mira ahora todas esas aguas diferentes y mientras mueres, cuéntalas. Es una forma de pasar el rato hasta que no te quede una sola gota de sangre en el cuerpo. ― le grito zarandeándole la cabeza.

A los dos minutos está muerto, acerco mi boca a la suya, tanto que mis labios se han manchado de sangre y aspiro su alma.

Lo empujo hasta que el agua lo arrastra, pero sólo unos metros, no hay mucha profundidad y se ha quedado varado sin que el agua lo cubra del todo, sus ojos sin vida, como los de un pez en el mercado, miran el lecho del río. Mi pene está duro y me masturbo con la mano ensangrentada, con la eyaculación lanzo un grito feroz que detiene el agua del río durante unos segundos. Flotan peces muertos ante mí.
Me voy de aquí.

A medida que me alejo, los sollozos del niño dan paso al rumor del agua. A veces dejo vivir a primates para que alimenten la posibilidad de mi existencia, para que hagan de mí un mito, para que los psiquiatras tengan más trabajo.
Tengo una sed…

Ya os contaré más cosas.
Siempre sangriento: 666
Iconoclasta

22 de marzo de 2007

Pozos de los deseos

Habito en los pozos, en lo profundo de ellos, en los pozos de antiguos castillos, pozos de brocal de piedra vieja y negra y de mohosas paredes. En pozos centenarios que durante años dieron vida. Pozos en oasis, tan profundos que nadie puede ver el reflejo del cielo en el agua.
Los que ahora son los Pozos de los Deseos, contaminados con miles de monedas.
Deseos frustrados y hechos picadillo. Cada moneda que lanzan, la masco y la escupo con asco.
No sirven para nada todas esas monedas y me preocupo de que no se cumplan los deseos. Soy el que hace justicia en el planeta, alguien que no se deja vencer por la hipocresía y la cobardía. Al que no le importa nada el desengaño del amante, la salud del enfermo, ni la fortuna de los humildes.
Vivo en los pozos más profundos y oscuros, donde enamorados, optimistas desesperados y desahuciados lanzan el sucio metal por el que viven y mueren.
Un gesto tan vano como sus esperanzas. Carece de utilidad alguna esa mísera generosidad, ese gesto idiota.
La miseria se liga con más miseria y se acuñan más monedas que iluminan ojos mediocres.
Por muchas monedas que lancen, por muy ilusionados, por muchas esperanzas que pongan seguirán igual de pobres y enfermos y los enamorados no confiarán entre ellos.
El hombre se acerca, de puntillas asoma con temor la cabeza rebasando el brocal del pozo para atisbar en su interior, busca agua. Siente el terror de una caída en la oscuridad y aún así, el deseo de lanzar una moneda que conjure la buena suerte. Son cosas habituales, que se hacen día a día como si de un rito se tratara.
Asoma un brazo, y acto seguido un destello metálico me hace parpadear, la moneda choca en su caída contra el muro del pozo para hundirse con un ridículo ruido en el agua infecta. He sentido el silbido del metal en el aire, un deseo.
La conciencia colectiva de la humanidad podría hacer realidad esos deseos si el número suficiente de humanos así lo desea. Sin embargo, hay que tener en cuenta que la humanidad es una plaga que diezma los recursos del planeta, una plaga que se ha escapado a toda ley natural. Yo soy el que mantiene el equilibrio en los pozos de los deseos, el que evita que los deseos se hagan realidad por algo tan idiota como lanzar una moneda a MI POZO.
La única razón por la que se les llama pozo de los deseos, es porque yo lo digo y lo escribo y la gente se lo cree. La humanidad es mucho más simple de lo que se piensa.
Madre Naturaleza, no, ella es retorcida como los dedos de mis garras.


La mujer del pecho enfermo atisba de puntillas asomada al brocal del pozo, lo hace con temor, es tan profundo y tan negro que todo lo malo está aquí abajo. Lo bueno está arriba, mirando al cielo a mano derecha.
Ha tirado una moneda y ha deseado en silencio y con gravedad liberarse sana y salva de ese cáncer que poco a poco crece ahí, en su mama. Un gesto de candor, un sacrificio a la inocencia, a la ilusión y a la esperanza.
Pedir un deseo, no puede hacer daño, no puede hacer daño creer en la magia.
Y una mierda.
¿Por qué lanza la moneda a un sitio tan oscuro, allá donde el mal habita con toda probabilidad? No sabe que con ese pago vende su alma al diablo. Soy un lírico trágico.
El planeta no es un diablo y no quiere su alma, no importa en absoluto su alma ni las de un millón como ella. Es la mera justicia de la naturaleza. Lo único que importa es evitar que dos pulmones sigan respirando. Sólo nos interesa el cuerpo, sólo nos interesa que la plaga no se extienda más allá del camino sin retorno.
Nadie puede cumplir un deseo por una miserable moneda, sería injusto para con los demás seres del planeta que no tienen.
Con miseria se compra miseria y con sutura cierra los cuerpos abiertos un forense. Y la sutura sutura los párpados muertos de un cadáver que no se quieren cerrar.
El cielo mismo clama y suplica mi intervención, el cielo se siente sucio y asqueado de que la hipocresía lo use para respirar. No quiere llenar pulmones, tantos pulmones. Es agotador.
Y como una sombra subo veloz hacia ella que cree ver un movimiento irreal, y es tan espesa la oscuridad que los ojos se quedan prendidos de esa masa densa y llena de negro, la mujer oye su propia respiración resonar en cada piedra del muro. Y eso causa un efecto sedante en el deseoso, lo tenemos todo planeado.
He subido gritando como una bestia innombrable y se ha aturdido. Soy veloz, eficaz.
Madre Naturaleza ha de revisar mi salario. ¡Ja!
El humor negro, si es a costa de otros, siempre es inteligente.
Estoy muy cerca de ella, le acaricio su pecho enfermo y siento el tumor que lo pudre. Su respiración se agita y se lleva la mano donde yo la he puesto, sobre mi sombra, sobre parte de mi ser. Se palpa el bulto que ahora parece latir como un corazón más. Un negro corazón.


― Morirás y te meteré esa moneda que has tirado en la boca, para que sientas el sabor frío de un deseo no cumplido.

Se le escapa una furtiva lágrima al reconocer que es el final; aquí en las profundidades, también escucho música. Y cuando afirmo algo, quien escucha, no puede evitar sentir la verdad pesada como una lápida.
No hay nadie cerca, su hijo y su marido ojean a muchos metros de aquí los puestos de recuerdos turísticos, una horda de turistas multicolor se aproxima cruzando la pasarela del foso que rodea el castillo, pero nadie mira algo tan banal como a una mujer tirando una moneda al Pozo de los Deseos.
La discreción ante todo, cuando se puede mutilar se hace, cuando no, hay que recurrir a otros medios.
Soy mental, soy físico, soy químico, soy biológico. Están en mis manos todas las formas posibles para evitar que un deseo se cumpla.
Cuando me aparezco ante ella, cuando mi cabeza se hace visible y me reflejo en sus ojos con mi boca irregular que sonríe, mi lengua rasgada y mohosa que lame las manos apoyadas en el brocal y mis dientes que son monedas serradas clavadas con dolor y odio en las encías sangrantes; intenta gritar ante el horror, intenta escapar cogiéndose el pecho que abrasa por dentro. El tumor se ha extendido, las esporas malignas han llegado hasta su hombro aceleradas por un deseo de selección natural y siente la muerte galopar por su sistema linfático a la vez que mis dientes se cierran en sus labios desgarrándolos. Mis manos apresan su cabello para lanzarla como una moneda más a lo profundo.
Su grito me estremece…
Puede que sea buena persona, que haya sufrido, que su hijo se apene y bla, bla, bla, bla…
Está muerta desde el mismo instante en que la moneda lanzó un relámpago de luz a mis ojos sin párpados. La madre naturaleza no me dio párpados para que jamás pudiera cerrarlos.
Tras la vertiginosa caída, no ha muerto aún y rebusco entre el limo del fondo para sacar la moneda que ha tirado.

― ¿Esto es lo que vale un deseo? ― mi propia voz me asusta, no suelo hablar en voz alta a menudo.

Y aunque en esta oscuridad no pueda ver, le muestro a sus ciegos ojos la moneda.

― Es el precio de tu muerte.

Me la meto en la boca, la masco, la escupo en mi mano y me la meto en el culo. La naturaleza es obscena en su crueldad y yo soy sólo un pobre intento de esa obscenidad, hago lo que puedo y si he de sacrificar la elegancia no me importa.
Golpeo su cabeza contra el muro hasta que el cabello queda pegado a las piedras con trozos de hueso y piel. Y lamo la carne fresca y sangrienta, soy un sibarita.
Me meto los dedos en el ano y extraigo su moneda, la deposito en su boca. Y dejo que flote su cadáver, se está muy solo aquí y se agradece cualquier tipo de compañía.
Me hago limo cuando cabezas curiosas se asoman para gritar a la mujer que han visto caer.
Pasan los minutos debo esperar, ser cauto; ahora vendrán hombres para rescatar el cuerpo.
Las heces de su vientre flotan como corcho podrido en el agua.
Estoy harto y deseo decirlo al mundo entero, a todos los cretinos que lanzan sus monedas sucias y falsas con la esperanza idiota de tener suerte. Me pagan por su ruina y miseria sin darse cuenta.
Incinero vuestros deseos, soy yo el que impide que se cumplan deseos pretenciosamente pagados con una miserable moneda.
No es maldad, es higiene; simplemente cuido del planeta. Soy una terrorífica conciencia, una creación de la madre naturaleza. Es necesaria la muerte y la miseria, el desengaño y el miedo, el odio y la violencia, la envidia y el robo.
Hay demasiado cariño, amor, salud y dinero.
Soy lo que evita que ningún gesto idiota como lanzar una moneda al pozo, pueda hacer realidad un deseo y prolongar vidas innecesariamente. Todos tienen derecho a vivir y no puede un ser quitarle el aire y el espacio a otro con una mera superstición.
Alguien debe tener algo de cordura.
Soy un fango informe en el fondo de un pozo de agua cenagosa y podrida. Tan profunda que la pestilencia no llega al exterior. Se tatúa en las paredes.
Repto como un insecto para asomarme al mundo y deleitarme en llantos y zozobra. A veces es necesario aplastar la risa y la dicha.
En cada moneda conjurada por vosotros hay una huella de hipocresía, de una falsa inocencia forjada en el miedo a envejecer y empobrecerse.
La moneda es tan egoísta como los sentimientos que disfrazáis de generosidad. El egoísmo está muy lejos de parecer bondad.
No son tan bellos vuestros sentimientos, no son para nadie más que vosotros por mucho que lancéis las arras de la miseria cerrando los ojos como beatos que no piden nada para si.
Soy una sombra, soy un reptil, un anfibio, soy un virus y soy un asesino. Todo depende del deseo. Siento un asco infinito por el hombre rico que lanza una moneda para ser más rico. Y siento desprecio por el enfermo sin voluntad que se aferra a una sucia moneda para sanar. Y siento la estúpida sensiblería de los eternos enamorados.
Es una mala cosa esto de ser el guardián de los pozos de los deseos, tienes que escuchar constantemente lamentos y estúpidos e inmaduros deseos de prosperidad y salud. Alguno pide la muerte de alguien de vez en cuando, son los cobardes, los que se pudren entre la envidia y el odio y no son capaces de solucionar el problema, de erradicarlo. De matarlo, destrozarlo, desmembrarlo y comérselo.
Luego está el buenazo que sólo pide paz y armonía, pero miras sus ojos y todo es basura.
Los haces de las linternas horadan la oscuridad sin que llegue al fondo, la luz se queda a medio camino, el muro del pozo absorbe todo.
El bombero encargado de rescatar a la mujer, flota en un limbo oscuro...

― ¡Parad!, ya he llegado.― le dice a la radio.

Encuentra el cadáver y toca con la punta de los dedos la carótida.

― Está muerta, te lo aseguro.― le susurro hecho sombra.

Estoy íntimamente pegado a él. Cree que este susurro ha sido su respiración y aún así no puede evitar sentir el miedo. Y mira constantemente a un lado y a otro enfocando con la linterna.
El foco de luz se ha detenido en los restos de la cabeza que están pegados en la pared.

― La mujer está muerta.― comunica por radio.

Una camilla de rescate baja rozando las paredes, así colgada parece el esqueleto de una crisálida.

― Pide un deseo,.. tira una moneda y pide un deseo. ¡Ahora!― le susurro de nuevo.

Se gira con rapidez buscándome.

― Bajadla más deprisa, aquí hace frío.― miente por radio.

Tras unos largos minutos en los que colgado del arnés, asegura con dificultad el cadáver a la camilla, habla por la radio y pide que los suban.

― Tira una moneda.― he elevado tanto la voz y es tan gutural que los que jalan de las cuerdas, allá arriba, han preguntado por lo que su compañero ha dicho.

― Por el amor de Dios, tirad más deprisa.

― Una moneda…

No he podido vencer su miedo, a veces presiono demasiado; no he conseguido que tire una moneda. Es un bombero tacaño.
Se le escapa un gemido de terror cuando le atrapo la bota y tiro de él.

― Una moneda…

Los de arriba jalan con más fuerza de la cuerda y mis dedos resbalan por la superficie de la bota mojada.
Cuando el cadáver sale al exterior, el silencio se apodera del viejo castillo, los turistas observan a distancia el cadáver y al hombre que grita histérico. Al niño que no se mueve, pálido y demudado como su madre muerta.


Jesús no puede dormir, da vueltas en la cama, el sueño de su compañera es un rítmico rugido que no le permite perder la conciencia. No ayuda esa respiración profunda a borrar de su mente el cadáver que ha sacado esta mañana del pozo. Pero lo que desea olvidar de verdad, es la sensación de terror y peligro que había en la oscuridad de aquel pozo, la terrorífica presión de unos dedos agarrando su pie por unos segundos. Si tuviera una cruz la besaría, la mantendría en su puño.
Y sus ojos buscan entre las sombras del mobiliario y de las paredes algo que se mueva.
Hay algo en la vertical sus ojos, del techo pende una bolsa oscura, un bulto; algo de tres dimensiones que palpita. Intenta elevar el brazo hacia eso, pero el miedo es tan profundo... No puede moverse.
Ella no sueña, no es ella la que ha soltado esa risita infantil.
Cuando siente que su corazón está a punto de estallar, da un giro brusco hacia la izquierda y enciende la luz de la mesita.


― ¿Qué pasa Jesús? ― le pregunta ella sin haber despertado del todo.

Oír su voz ha sido un alivio, ha espantado al monstruo de su imaginación.

― Nada, sigue durmiendo.― le habla en voz baja mirando al techo blanco del que no cuelga nada.

Casi sonríe ante su infundado miedo y más tranquilo, apaga la luz.
En el último segundo, le ha parecido ver una sombra saliendo veloz de debajo de la cama para reptar por la pared como un inquieto y enorme insecto.
Piensa que está cansado, que la vista le ha jugado una mala pasada.
Y la risa otra vez.
Siente un deseo infantil de despertar a Sandra.
Recuesta la espalda de nuevo en el colchón y cuando mira al techo, el bulto está de nuevo ahí, pero no es un bulto. Está a escasos centímetros de su cara. Huele a podrido y siente el frío de una humedad pegajosa, su vejiga se afloja y la orina empapa las sábanas.
La escasa luz que se filtra por los resquicios de la ventana ilumina unas monedas rotas y clavadas en unas encías sangrantes. Una garra resbaladiza y fría le amordaza con rapidez la boca, las uñas se están hundiendo en sus mejillas, son cuchillas que violan la piel y la carne muy adentro, muy profundamente.

― Nadie cumple sus deseos en mi pozo. No puedes vivir. Deseaste salir de allí, lo deseaste con tanta fuerza que sentí náuseas. Y no me diste una moneda. No puedes vivir, Madre Naturaleza no quiere más ganadores. Ni morosos.

El monstruo del pozo volvió a reír como un niño travieso cuando apoyó su mano en el pecho de Jesús, encima del corazón; escarbó con las uñas la carne y le arrancó el corazón. Lo dejó al lado de la cabeza de Sandra.
Nadie pudo explicar qué clase de locura llevó a Sandra a cometer ese crimen. Ni ella misma lo recordaba. Tampoco hallaron razón alguna para que le metiera una moneda de 50 céntimos en la boca.


Sandra pasea por el jardín del sanatorio mental, han pasado nueve años desde aquella noche y su sangre es un cóctel de psicotrópicos. El viejo pozo está abierto y por él desciende una manguera de un camión cisterna de limpieza.
Desea salir de allí, de ese hospital, desea sentirse bien. Una moneda brilla en el suelo la coge, sube el escalón y apoya la cintura en el brocal; cerrando los ojos lanza la moneda al interior.
Un grito desgarrador que nace de la profundidad sube veloz hacia ella, cuando piensa que sus oídos van a estallar, siente que le arrancan el cuero cabelludo de un tirón. Ya es todo oscuridad y su cuerpo rebota mil veces contra la pared del pozo en una caída interminable.
La risa…



Iconoclasta

14 de marzo de 2007

Las mini-putas de Armani

El defensor del menor de Madrid dice que son como mini-putas.
A mí es es que me encantan estas noticias, me la ponen dura (no las niñas, claro, me la pone dura la inquisición y su rijosa sonrisa) y es tan inevitable que hable de ello como el que por quimioterapia a alguien se le caiga el pelo.

Yo digo que las podría considerar mini-putas si viera el anuncio sin más en la aduana de Bangkok, Cuba, Vietnam y algún país europeo del este.
A mí no me parecen putas, a mí no me ponen; pero parece que al defensor del menor le inspira la foto algo sexual. Se le nota en sus declaraciones como mortificado.
Si este país tuviera una conducta lógica, me atrevería a decir que pertenece al PP, pero como es un país que funciona con monedas, como una tragaperras, no estoy seguro de que no sea de Izquierda Unida o algún partido ecologista.
Como escribiría Shakespeare: "Algo huele a podrido en Dinamarca".
Es un provincianismo típico de los acomplejados países pobres que se las quieren dar de tener una elitista cultura europea. Una pena y un ridículo.
Menos mal, que el pobre Shin-Chan sólo enseña la polla en los dibujos, porque si le pintaran los labios, lo quemarían en la hoguera.
Los arribistas siempre a su carroña.
Mientras tanto, la publicidad va en alza; las empresas también saben como montárselo bien conociendo el funcionamiento sencillo y previsible de los más mortificados y tortuosos censores que no pueden "tolerar" nada.
El botellón sí, claro.

Y aquí la noticia del ABC:


Armani asegura que no había malicia en su anuncio infantil

14-3-2007 03:09:12

Aparentemente sorprendido por las críticas a su publicidad infantil en España, el Grupo Armani manifestó ayer que «nunca hubiésemos podido imaginar que se pudiese entrever malicia en aquella imagen». La gran multinacional de la moda añade que «por el estilo de nuestras campañas y la atención máxima que prestamos cuando aparecen menores de edad, nos sorprende de verdad y nos disgusta mucho que se haya podido dar cualquier otra interpretación». El Grupo Armani respondía a las críticas del Defensor del Menor de la Comunidad de Madrid, Arturo Canalda sobre el anuncio en que aparecen dos niñas (una de rasgos orientales) ligeramente maquilladas, una de las cuales lleva un bikini y pantalón corto. Según Canalda, la fotografía «parece que fomenta el turismo sexual, y no se puede tolerar».

En su comunicado de ayer, la empresa afirma que la línea Armani Junior está destinada a niños de tres a doce años, «por lo que no se puede prescindir de imágenes de niños vestidos con las prendas que se anuncian». El texto precisa que el anuncio para el mercado español había sido planificado para su publicación un solo día, el 9 de marzo, en un único diario, con sede en Madrid.

Buen sexo.

Iconoclasta

5 de marzo de 2007

La cobardía no es una virtud homosexual

No son muchos los países que pueden vanagloriarse de tener un presidente de gobierno homosexual como lo tiene España; y es bueno. Tener a un presidente homosexual que ha cumplido sus programas electorales para su colectivo y simpatizantes, demuestra que somos un país de buen talante y liberal. Los derechos de los homosexuales se preservan a rajatabla y a los jueces de paz no se les permite alegar objeción de conciencia para formalizar un matrimonio homosexual.
Ni los homosexuales ni los heterosexuales se merecen un gobierno cobarde. Un gobierno con orientación homosexual no tiene porque intentar confundir al pueblo con sofismas sobre humanidad y generosidad cuando se han matado a sus familiares.
Que Zapatero sea homosexual no es un axioma para que sea cobarde.
Una vez cumplido su programa electoral, debería dedicarse a hacernos creer (a homosexuales y heterosexuales) que se esfuerzan por impartir justicia.
Y justicia no es encarcelar por dos meses a un hombre que ha intentado defender su propiedad y familia de ladrones y asesinos.
Justicia no es rebajar la condena a un asesino en serie que lleva 25 muertos, darle de comer en la cama, llenarle la boca con yogur haciendo el avión y por fin llevarlo cerquita de su casa para que sus mafiosos amigos lo puedan ver sin tener que gastar dinero en desplazamientos. El Juana es un asesino y a los asesinos se les mete en la celda a patadas, entre varios funcionarios.
Zapatero y su corte deberían confiar más en sus escoltas, en su sistema de seguridad personal y no tener tanto miedo de la mafia ETA.
Si los estadounidenses han sobrepasado los límites de la libertad asaltando países a su capricho; los españoles somos ahora un ejemplo de cobardía (un ejemplo casi intrascendente porque España no tiene peso específico para servir de modelo para ningún país). Pero los homosexuales españoles pueden ser discriminados en algún país por cobardía. Y eso es una putada.
Insisto en que ser homosexual no tiene nada que ver con ser cobarde o valiente, pero el gobierno elude responsabilidades o las pinta de rosa y se niega a castigar a un asesino. Crea cortinas de humo de carácter liberal y sociológico con debates (control de las tallas de ropa, el tamaño de los bocadillos y el consumo de tabaco) más propios del barrio de un pequeño pueblo que de un país.
La cobardía no es ética, ni liberal, ni humanitaria. La cobardía es una degeneración.
Y ahora nos queda esperar ver cómo ceban al Juana para que engorde de nuevo y me le hagan un monumento en algún pueblucho de mierda.
Y sigo pensando que ser homosexual, no es ser cobarde, sólo se da en Zapatero.
Buen sexo.

Iconoclasta