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24 de abril de 2007

El reality show de los políticos

Hace unos días, por la noche y tras el telediario, montaron el segundo programa de teleidioteces, si en el primero unos ciudadanos cuidadosa y celosamente escogidos le preguntaron al insípido, apocado y sustituible Zapatero sobre política y sociedad y café; en este segundo programa, le tocaba el turno de responder a las preguntas al fascioso Rajoy.
Está bien que los politicastros monten este espectáculo, porque con lo que cobran y lo poco que trabajan, al menos que den algo de entretenimiento.
Bueno, yo estaba acabando de cenar cuando uno de esos ciudadanos que seguro que deben hacer cosas extraordinarias en el aspecto sexual a los más variados jefes y políticos de sus provincias, va y le reprocha al Rajoy el que se peleen en las cortes, que no mantengan la compostura y transmitan una sensación de crispación al ciudadano.
Yo no me creía lo que estaba oyendo, el ciudadano imbécil remató con una pregunta que venía a ser algo así como: ¿No sería mejor y más ético, que ustedes los políticos, discutieran con calma y respeto en las cortes en lugar de insultarse e interrumpir con mala educación al contrario y así dar ejemplo al ciudadano; no transmitirle esa crispación que se palpa en el ambiente?
Yo grité:

- ¡Quiero la dirección y el teléfono de ese ciudadano de mierda!

Se me pusieron los pelos como escarpias.
En seguida le respondí y mucho antes que el idiota de Rajoy.

- So imbécil, so idiota; lo que tienen que hacer los políticos es discutir, pelearse y si hace falta, arrancarse los ojos. Hay gente que les ha votado y tienen que defender sus intereses y eso, so idiota, se hace discutiendo y crispándose. So cabrón. Nada más faltaría que se chuparan la polla unos a otros. ¿Seguro que trabajas en algo decente, so asqueroso?
Con lo dado a la holganza que es el español...
Que tomen ejemplo de las palizas que se pegan los coreanos.
Tienen que sudar lo que ganan. Si tú no lo sudas, imbécil, al menos cállate.
No capullo, si quieres educar a tus hijos, aprendes a hacerlo tú. Si tú no tienes cojones de educar a tus hijos, no jodas con tu educación de mierda y llévalos a un buen colegio, a uno de curas, soplapollas.
Los políticos a destrozarse y defender con uñas y dientes los intereses de quien les ha votado. ¿Será posible que seas tan tonto, idiota? Ven que te pego dos bofetadas, tarao.

Una vez dije esto, cambié a Canal + y acabé sonriendo en cinco minutos tras un par de ocurrencias de Frazier.
Menos mal que tengo recursos para combatir la imbecilidad, y es que leo y escribo tanto que en algún momento tengo que ver la tele.
Maldita sea; si me encuentro al julandrón, a ese delicado por la calle, le doy de patadas en la chepa.
Es que salen idiotas hasta de debajo del césped, coño.
Buen sexo.

Iconoclasta

16 de abril de 2007

Escalada al amor

Ha llegado a la cima del amor, ha vencido. Las cuerdas aún se mecen y los friends fírmemente clavados en la vertical gotean sangre de otro amor destrozado.
Son las huellas sangrantes de su ascenso. Corre la sangre por la escarpada pared como la sudor por su frente. Y suspirando de amor, respirando dificultosamente besa a su amada, a la mujer por la cual trepó la pared más vertical. El K2 del Amor.

El viento ulula allá arriba y dice: "Padre, madre está llorando, ¿qué le has hecho a madre?"
Pero él suspira, ignora.

Suspira la mente y los ojos se abren al interior; el exterior queda oculto, es extraño y subrealista. Suspira la mente y los seres cercanos, los cotidianos, quedan desterrados en la indiferencia. Han dejado de existir; así de fácil. Han sido sacrificados al dios Eros.
El amor...

Decidió escalar y se equipó: una cuerda de ocho millones de metros, 1500 friends (debe asegurar el dolor), 1 piolet, 16 ochos y unas botas con unos crampones inmisericordes y letales.
No llevaba comida, iba desnudo. No había dolor, no había frío, no tenía hambre. Sólo sed de ella. Ella lo llamó desde arriba y él no pudo ni quiso resistir. Ella sufría por cada segundo que debía esperarlo, porque su amor era tan monstruoso como el de él en voracidad; tan monstruoso que contagiaba dolor a quien estuviera en derredor.

El alzó los ojos a la cima de la montaña con una mirada húmeda y brillante; su esposa sintió la punzada de la indiferencia. El clavó con resolución el primer friend. La esposa sintió el vientre deshecho y un nudo en la garganta, su mirada se tornó vítrea como la de un pez muerto.
El continuó clavando más profundamente el anclaje rasgando roca y tejidos, vísceras. La montaña-esposa se agitaba en un primer asomo de tormento.
Ahogaba un grito de dolor.

Su amor los mata, su amor es cruel y devastador. Está abrazándola con tal intensidad que su piel se ha mezclado con la de ella.
El mundo se está descomponiendo en miles de facetas. Lo ignora; hay tanto amor entre ella y él, que a los que amó durante años, ahora obvia. Todo el amor que se dieron, risas y llantos; todo ese amor ha sido metido en una mochila que dejará colgada a mitad de camino, cuando se haya insensibilizado tanto que ya ni la muerte de esposa e hijo le pueda importar.
El amor es arrollador en su ascenso vertical e imparable.
Es letal para los viejos amores.

Cuando se aferra a ella en la cima, como único ser vivo y deseado, su pene se expande como el universo loco e incontenible.
Nadie diría al ver como acaricia sus pechos por encima de la ropa, que su mente ha sepultado en vida dos amores que prometían eternidad.
Suspiros de un amor mecido, el llanto del amor muerto. Es un extraño susurro arrastrado por el viento de la cima del amor.

Las pesadas botas buscan el primer apoyo, la cabeza de su hijo es un buen lugar donde elevar la pierna para acceder a la primera repisa. Los crampones arrancan chispas de la roca granítica y cuero cabelludo queda enredado entre las mortíferas garras metálicas; fino cabello infantil e inocente. El pequeño no entiende esa tristeza de la madre, ni la mirada ausente del padre. El niño siente un dolor de cabeza extraño, algo que viene del estómago, como una angustia. Es el dolor no comprendido.

Lo externo está volviéndose oscuro, hay algún oculto canal que se lo comunica; una luz blanca intermitente y potente le avisa del inminente peligro que representa para ellos el rechazo a su existencia; es un faro que alumbra el mar quieto y negro, extrañamente cálido; que avisa de la proximidad de la Costa de la Indiferencia. Pero ella apaga la luz del faro cuando sus manos recorren su rostro con ansiedad.

Debería haber otra forma, otra manera de no matarlos con tanto dolor. La mochila-ataúd de amores viejos se agita con movimientos de convulsa agonía. Hay un remordimiento en él que se va diluyendo con cada palmo que avanza. Por cada metro avanzado, el remordimiento se retrae como el mar antes de embestir.
Jamás los podría engañar, una muerte no se puede ocultar. Era indefectible ese dolor.

El próximo friend se clava sorprendentemente rápido en una brecha de la roca, con tal potencia que un hilo de arenilla fino como el de un reloj de arena se precipita al vacío. Ha penetrado de tal forma en la roca que el corazón de la esposa parece haber estallado ante la certeza de que él no la ama. De que él ha decidido abandonarla. Ella se lleva la mano al pecho mientras ahoga un lamento tapándose la boca.
Ha pasado la cuerda por el friend para asegurarse y ahora se balancea colgado de él para relajar la tensión de brazos y piernas. Para que el sol de algo de calor a su alma fría.
La esposa habla y pide perdón por aquello que no ha hecho, por aquello que ella piensa que ha sido responsable. No imagina que ese amor es tan doloroso como indecente en su egoísmo. No hay perdón. La ejecución se llevará a cabo en el momento oportuno.
Y él ahora vuelve a clavar los crampones en una pendiente y a ella le destroza los hombros y debe caer en la cama llorando con una angustia asfixiante. Con la puerta cerrada; es un conjuro vano contra el dolor.

No siente nada por ellos cuando su lengua se encuentra con la de ella.
Sabe que se están muriendo allá afuera pero; no puede dejar de hundirse en su boca.
Los viejos amores intentan frenar su escalada, tocan su hombro para llamar su atención: "Nosotros te queremos también".
¡Qué dolor hay en ello!

Suspira la mente con la respiración de ella confundida con la suya. Y los de fuera son devorados por la negritud nacida de ese amor; entre llantos de dolor son descuartizados por ese letal cariño que consuman en la cima. Es la sinfonía del placer y el dolor, del encuentro y la desesperanza.
Es muerte y resurrección del amor.

El próximo friend lo clava a escasos metros de la cima, los ojos de la esposa son dos monstruosas bolas de sangre y lágrimas. El ha clavado con tanta fuerza y resolución el anclaje que su esposa ya no puede más, y ya no quiere verlo. No puede ver sus ojos que dicen no quererla. Que cuentan de amores ajenos. Ojos chispeantes de un amor traidor y alevoso.
A él no le importa, pega dos golpes más con el martillo y la esposa derrama lágrimas por entre los dedos.

Ella está allá arriba muy cerca... Puede sentir claramente como le promete un amor infinito y poderoso como la mísmisima muerte.

Cuando hunde la mano en su melena, siente corazones colapsados, como si fuera su mano la que bloqueara sístoles y diástoles.
Sabe que esposa e hijo sufren al oír los suspiros que el viento de la cima les lleva pero; ahora son ellos los extraños. Su amor es tan profundo por ella que le importa nada verlos arder en un infierno de puñaladas.
Sus brazos la envuelven como la mano de un escalador se aferra a la cordada.

Y mientras el amor vence, la vertical pared de la montaña sangra como Cristo en la cruz; innecesariamente.

El amor es un monstruo de dos cabezas.

Iconoclasta

15 de abril de 2007

Básico despertar

Para él, el despertar es una experiencia mística.
Despertarse solo y en silencio, sin saludos ni palabras es el más maravilloso regalo del nuevo día.

Un simple “hola” es lo más que está dispuesto a conceder a mujer e hijo cuando aparece en el comedor con el cigarro entre los labios.
Y no porque al despertar su pene se encuentre duro y entumecido, no le da vergüenza su naturaleza primitiva y carente de prejuicios. Al fin y al cabo folla con ella. Se la chupa y se lo chupa. Es necesario, es justo.

No desea que le hablen, le basta con el tintineo de la cucharilla del café y ver el feo espectáculo de una naturaleza de antenas sin hojas y ventanas ciegas y vacías de vida real al mirar por el vidrio de la ventana cerrada, a salvo del sucio aire urbano. Le basta conque todo lo que se mueva a su alrededor le ignore, como si fuera un jarrón vacío de flores que no vale la pena ni mirar.
Son cosas que sólo puede pensar, que ellos, al verlo cada mañana, parecen intuir, como si arrastrara una maldición tras de sí.

Cuando se despierta y no hay nadie en casa, es dos veces feliz.

Se encuentra meando en el lavabo, el pene está erecto por culpa de la vejiga llena y de sueños que ya no recuerda. Mear se hace difícil, debe forzar el pene hacia abajo y contraer los cojones para que la orina no salga fuera de la taza. Una vez le dijo alguien que sólo podía mear en la bañera al levantarse de dormir. Primera sonrisa con el cigarro en la boca, no recuerda en que momento lo encendió.

Le gusta rememorar y no es que le guste, es que su mente hace esas cosas; evocar recuerdos por asociación de ideas en esos primeros veinte minutos en el que es completamente brutal y está distante de la sociedad, como un náufrago en una isla alejada de toda ruta de navegación.

El bálano se ha relajado y la orina fluye con facilidad, parece caer, un ojo está medio cerrado por el humo que lo invade. Es un ruido relajante, una catarata cantarina, no es espectacular, pero es suya.

Con la polla lacia y los cojones relajados, se siente más cómodo. No lleva calzoncillos bajo el pijama, se siente más hombre cuando el escroto se bambolea libre. Sobre todo porque se encuentra en su morada, en su territorio.

Agua en la cara para arrancar las legañas, en la nevera hay una nota de su mujer, le dice lo que se está descongelando para hacer la comida al mediodía. No la lee con atención. Lee “Besitos” rascándose los genitales esperando que salga el café. Su hijo ha dejado envoltorios de bollería que no tiene ganas de tirar a la basura.

Son los veinte minutos que más necesita del día, desde que se levanta hasta que se ha fumado un par de cigarros en la butaca mojándose los labios con un café.
Veinte minutos necesarios para él mismo. Dejar el cerebro en punto muerto y que se mueva por donde quiera.

“… el vibrador mediano lo conservo, al fin y al cabo soy una mujer “desprotegida”.
Le escribió ayer mismo aquella deseable e inaccesible amiga en un chat. Algo divertido, algo sorpresivo. Ella es inteligente y él básico. Está bien así, no es su condición ser refinado y rápido de reflejos.
“Joder” contestó él.

Le podría haber respondido que en ese mismo momento se llevaba la mano a la polla y se le endureció rápidamente entre los dedos, que no quiso sacar la mano de allí aunque tuviera que escribir con solo una mano. Pero eran demasiadas palabras para ese momento. Es lo malo, es lo bueno de ser básico.
Posiblemente la próxima vez se lo dirá, las personas lentas como él necesitan dos oportunidades para causar rechazo o aprobación. Da igual, no se sentiría mal por un rechazo ni demasiado feliz por una aprobación a esa respuesta.

Y ahora la imagina caliente y húmeda como está su pene ahora. . Ella acaba de despertar, como él.
Ha bajado la cintura del pijama y los testículos asoman por encima de la goma, el pene oprimido late contra el pubis.
Su puño se aferra ahí como imagina el juguete de ella deslizándose entre las piernas, entre los carnosos y mojados labios, con lujuria y deseo animal.

La imagina sola y brutal en su placer como solo y brutal agita su pene. Bruscamente, sin cuidado. Al fin y al cabo es animal antes que hombre. Tiene un cerebro que así lo dice. La imagina con el consolador clavado entre las piernasy acariciándose esa perla cárnica dura y a flor de piel, conteniendo con dificultad libidinosos suspiros.
Imagina beber su humedad cuando ella sea incapaz de contenerla. Beber su placer, lamerla entera.

Emite un gruñido y el semen surge derramándose por el puño que estrangula el miembro hipertrofiado, entrecierra los párpados y espera la nueva erupción.
Escupe de nuevo.
Ahora el semen gotea en los huevos y queda prendido del vello. Da una profunda calada al cigarro que casi se ha consumido en el cenicero y se extiende distraídamente el semen que se enfría rápido por el miembro.

Unos días atrás su cerebro lo llevó por la muerte, meditó que moría; que un día su corazón se partiría (pensó en su padre) y moriría fumando en la butaca mirando un paisaje imbécil creado por hombres imbéciles. No le preocupó demasiado, hizo exactamente lo que hacía todos los días.
Ya no tiene edad para tener miedo. Aunque… ¿quién puede tener miedo al despertar, tras haber superado la noche, el sueño incomprensible?
Se despereza; su pene ya ha mermado y una gota de semen perezosa se desprende del prepucio hasta caer en su zapatilla.

— Asquerosos días. — dice en voz alta.

Ya está lavando los platos que le han dejado en la pica y ha tirado a la basura los envoltorios del desayuno. El resto del día, a partir de ese momento, será igual que todos si no tiene suerte; pero su despertar ha sido obra suya, su creación. Y nada ha podido evitarlo.
El bote de la mermelada se ha estrellado contra el suelo.

— Precioso. — dice en voz alta con una sonrisa torva.

— Ya empezamos…

Iconoclasta

9 de abril de 2007

Bianca (1997-2007)

Sólo esos hijos de puta que no saben,
nombraron tu raza peligrosa.


Doctora, por favor, inyécteme a mí también, así poco a poco, el liberador líquido. Me quiero ir con mi pequeñita, mi perrita. Se llama Bianca, aunque es negra como la noche.
No quiero que se vaya sola, mis pulmones están encharcados como los de mi pequeñita, pero en lugar de agua rosa como la de la carne lavada, son lágrimas amarillas como un ácido. Y sufro mucho.
Doctora de tristes ademanes, duérmame con la Bianca, poco a poco, con ese cuidado de quien ama a un animal. Me aguantaré yo mismo la mascarilla de oxígeno, como aguanto la suya; y así podré contener este llanto que se me desborda por el alma y quiere formar un alarido.
Doctora, presione el émbolo en mi vena. Bianca es ya viejita, tiene 10 años y sin embargo, la veo tan pequeña... Yo no la dejo sola, me voy con ella.
Doctora, la muerte es suave, estoy acariciando su pelo corto y parece que rozo su alma.
La muerte es seda negra y no quiero sentir la aspereza del llanto de mi esposa, la brusca tristeza de mi hijo.
Doctora, inyécteme, yo me acuesto al lado de mi pequeñita diciéndole cosas al oído, que mis ojos se hagan vidrio junto con los de ella.
Duérmame a mí también por lo que más quiera, por favor Doctora. ¿No ve que me muero de pena?
Adiós Bianca, llevo tu alma suave enredada entre los dedos. Eres un ángel.
Sus pulmones se han vaciado de ese agua de rosas en mis zapatos al morir.
Duérmame doctora, que esto duele infinito.
Hasta luego, Bianca, te llevaré a pasear allá donde estés, llevaré tus golosinas; mi pequeñita...

Barcelona, 09/04/07 5:55


Iconoclasta

4 de abril de 2007

666 a la vera del río


Estoy harto de oír filosofía barata que se transmite de padres a hijos y de maestros a alumnos. Los refranes, las medias lecturas de los libros. La ignorancia. Las memeces pasan de generación en generación como un código genético defectuoso. De imbécil en imbécil.

Uno ha de filtrar todas esas cosas para no verse tan idiota como es la humanidad; sobre todo cuando estás relajado viendo fluir el agua de un río.

Te sientas con tu mejor actitud positivo-idiota-optimista y piensas que nunca es la misma agua, que todo muta en este mundo cambiante y que a la mierda la experiencia porque es todo irrepetible. Vamos, que si te dan una patada en el culo, no hace falta que te apartes la próxima vez que veas una bota volar, porque seguramente tu culo ya no será el mismo y el zapato tampoco, por lo tanto es imposible aplicar la experiencia, como imposible es pues, tropezar dos veces con la misma piedra.

Joder, pues yo lo veo todo igual, tan igual que da asco y me siento mal y aburrido.

No será la misma agua porque alguien se ha debido entretener en seguirla y asegurarse que no da media vuelta para volver río arriba y fluir de nuevo por todo el curso del lecho, no tiene ganas de ir a la mar salada.

Esta tontería sólo es digna de aparecer en el orden del día de una sesión de diputados.
Si el agua siempre fuera la misma, sería un lago muy largo y estrecho en vez de un río; como una meada en la rodada de una rueda.

La cuestión no es que sea la misma agua, la cuestión es que es agua. Porque el agua no tiene identidad, no tiene cara, ni voz. El agua, por mucho que digan, no saluda al filósofo que está sentado en la orilla ni le dice:

― ¡Eh, tío, que detrás de mí viene otro litro de agua y es más fresca que yo!

En este caso sería correcto decir que no es la misma agua. Una es más fresca que la otra y se ha debido entretener a charlar con la piedra que siempre ha sido la misma pero, según el filósofo, cambia porque cada agua la moja de otra forma distinta. Y así de esta maravillosa forma las piedras del río con más de cuarenta toneladas, también son cambiantes. Y se rascan los cojones aburridas.

Es para darle de patadas al ingenioso hasta que las suelas del zapato pierdan el dibujo.

Esta reflexión viene a cuento porque el planeta cambiante, a pesar de que las hojas son arrastradas por el viento y no parece el mismo suelo que hace unos segundos; es demasiado pequeño. Creía que podría estar tranquilo y no tener que oír a más primates idiotas rajar sus tonterías.

No ha sido así, no me ha dado tiempo a acabar el cigarro cuando un padre le explica a su hijo unos metros más arriba, la maravillosa fábula del agua que siempre es distinta.
¿Es que no puede uno tener un poco de paz y silencio? Yo sólo quería oír correr el agua, el sonido que provoca al chocar con las rocas, ver pasar una rama flotando.

Los condenados hoy gritaban más que de costumbre y me he sentido agobiado en mi cueva.

He subido bordeando la orilla hasta donde padre e hijo se entretienen charlando y tirando cosas al río; ramas y piedras. Estoy seguro de que han meado, todos los primates lo hacen. Se encuentran en un pequeño vado del río con un flamante todo-terreno nuevo a la espalda, un frondoso árbol les hace sombra y unas preciosas piedras que la naturaleza ha dispuesto ahí para que ellos se sienten, crean un rincón de gran belleza.

Es para vomitar toda esa idílica idoneidad del momento. Para cagarse en Dios.

El padre, con su gran cochazo, se ha debido despertar trascendente y le ha dado utilidad mística al vehículo. Los primates ven demasiados anuncios.

― Buenos días. ― les saludo.

― Buenos días. ― me saluda el padre.

El niño me mira sin interés y tira una rama al río que se va flotando, llevada por un agua que no sé si es diferente pero seguro que moja. Debe tener 11 o 12 años, si fuera mayor ya hubiera enviado a su padre a la mierda.

― Apetece sentarse en la orilla, hace un calor horroroso.

― Desde luego, nosotros venimos de la ciudad, es insoportable. Menos mal que me he comprado el todo-terreno y ahora podemos venir aquí con tranquilidad.

― Precioso coche. Este año viene muy crecido el río, hay mucha nieve allá arriba.

― ¿Ves Borja? Este señor ha dado en el clavo, el agua es la nieve derretida de las montañas, cada gota es un copo de nieve deshecho y por lo tanto el agua es diferente.

― Pues siempre parece la misma.

― Sí pero no, cada gota es un agua independiente en sí misma, que al unirse a otras…

Aquello iba para largo, el padre sufría una crisis de sensiblería y estaba firmemente dispuesto aburrir a su hijo y a mí.

― Es difícil hacer comprender a un niño que el agua podría ser un conjunto de entes. El agua es indivisible e idéntica. El agua del río es una cinta continua, un ciclo sin fin.

El padre me miró evidentemente molesto por mi interrupción.

― Técnicamente no es la misma agua. Su opinión no ayuda a explicar que el mundo está en continuo cambio y reparación.

― Tampoco se puede decir que cambie el mundo, simplemente se gasta y se rompe.

― Es demasiado simplista.

― Primate de mierda…

No puedo aguantar más. No soporto a los primates y su cháchara. He sacado el puñal de la parte posterior del pantalón, y con un paso rápido se lo he clavado en la papada. Le ha salido por la boca pinchando la lengua.

El niño no lo ha visto, estaba pendiente de cómo desaparecía otra rama que ha lanzado al agua. La camisa de aventura del hombre se ha empapado en sangre y se debate inutilmente para zafarse del cuchillo. Subo el brazo y él sujeta mi puño con las dos manos intentando bajarlo. Está de puntillas y no articula palabra, pero parece un perro gimiendo.

En cuanto el niño se da la vuelta hacia nosotros, le doy una patada en la cara aplastándole la nariz con un feo crujido, se estrella contra el árbol. Un brazo ha quedado extrañamente doblado y en el antebrazo ha aparecido un bulto que tensa tanto la piel que la empalidece.

― Mira mono, que técnicamente no es la misma agua, lo sabe hasta el subnormal de tu hijo. ― al padre, además de la sangre, se le escurren unas lágrimas.

Más agua.

No puede ver a su hijo porque no le dejo mover la cabeza. Adopta un gesto forzado, a pesar de que con el mango del cuchillo le obligo a mirar el río, sus ojos se dirigen al árbol. El niño está aturdido y gimotea tirado entre las gordas raíces. Su papá no puede verlo.

­― El agua es la misma, aquí que diez metros más abajo o arriba; a menos que me mee en ella y llenes la botella en ese momento, no encontrarás diferencia alguna. Pregúntate mejor si durará el agua lo suficiente para dar de beber a tu hijo o a tus nietos. Y pregúntate algo interesante ¿es necesario pensar cosas tan tontas, perder el tiempo con una idiotez que no lleva a ninguna parte y aburrir a tu hijo. Arruinar mi momento de meditación? ¿A que ahora hubieras deseado estar deslizándote por el tobogán de un parque acuático sintiéndote fluir a ti mismo, oyendo los gritos emocionados de tu hijo?

Pienso en que lo verdaderamente distinto es la sangre de cada primate, sus células, su viscosidad, su color.

Tiro del puñal y grita desesperado de dolor. Le golpeo por detrás de las rodillas con una patada y hago que caiga de cuatro patas al suelo, de su boca mana abundante la sangre.
Le agarro por el cabello obligándolo a gatear hasta que sus manos se hunden en el agua. Levanto su cabeza sin soltar el cabello y le hago un profundo corte en el cuello. La impresión es que está vomitando sangre, como un borracho vampiro de película.

El hijo llora aterrado y se arrastra por el suelo en dirección al coche.

― Mira ahora todas esas aguas diferentes y mientras mueres, cuéntalas. Es una forma de pasar el rato hasta que no te quede una sola gota de sangre en el cuerpo. ― le grito zarandeándole la cabeza.

A los dos minutos está muerto, acerco mi boca a la suya, tanto que mis labios se han manchado de sangre y aspiro su alma.

Lo empujo hasta que el agua lo arrastra, pero sólo unos metros, no hay mucha profundidad y se ha quedado varado sin que el agua lo cubra del todo, sus ojos sin vida, como los de un pez en el mercado, miran el lecho del río. Mi pene está duro y me masturbo con la mano ensangrentada, con la eyaculación lanzo un grito feroz que detiene el agua del río durante unos segundos. Flotan peces muertos ante mí.
Me voy de aquí.

A medida que me alejo, los sollozos del niño dan paso al rumor del agua. A veces dejo vivir a primates para que alimenten la posibilidad de mi existencia, para que hagan de mí un mito, para que los psiquiatras tengan más trabajo.
Tengo una sed…

Ya os contaré más cosas.
Siempre sangriento: 666
Iconoclasta

22 de marzo de 2007

Pozos de los deseos

Habito en los pozos, en lo profundo de ellos, en los pozos de antiguos castillos, pozos de brocal de piedra vieja y negra y de mohosas paredes. En pozos centenarios que durante años dieron vida. Pozos en oasis, tan profundos que nadie puede ver el reflejo del cielo en el agua.
Los que ahora son los Pozos de los Deseos, contaminados con miles de monedas.
Deseos frustrados y hechos picadillo. Cada moneda que lanzan, la masco y la escupo con asco.
No sirven para nada todas esas monedas y me preocupo de que no se cumplan los deseos. Soy el que hace justicia en el planeta, alguien que no se deja vencer por la hipocresía y la cobardía. Al que no le importa nada el desengaño del amante, la salud del enfermo, ni la fortuna de los humildes.
Vivo en los pozos más profundos y oscuros, donde enamorados, optimistas desesperados y desahuciados lanzan el sucio metal por el que viven y mueren.
Un gesto tan vano como sus esperanzas. Carece de utilidad alguna esa mísera generosidad, ese gesto idiota.
La miseria se liga con más miseria y se acuñan más monedas que iluminan ojos mediocres.
Por muchas monedas que lancen, por muy ilusionados, por muchas esperanzas que pongan seguirán igual de pobres y enfermos y los enamorados no confiarán entre ellos.
El hombre se acerca, de puntillas asoma con temor la cabeza rebasando el brocal del pozo para atisbar en su interior, busca agua. Siente el terror de una caída en la oscuridad y aún así, el deseo de lanzar una moneda que conjure la buena suerte. Son cosas habituales, que se hacen día a día como si de un rito se tratara.
Asoma un brazo, y acto seguido un destello metálico me hace parpadear, la moneda choca en su caída contra el muro del pozo para hundirse con un ridículo ruido en el agua infecta. He sentido el silbido del metal en el aire, un deseo.
La conciencia colectiva de la humanidad podría hacer realidad esos deseos si el número suficiente de humanos así lo desea. Sin embargo, hay que tener en cuenta que la humanidad es una plaga que diezma los recursos del planeta, una plaga que se ha escapado a toda ley natural. Yo soy el que mantiene el equilibrio en los pozos de los deseos, el que evita que los deseos se hagan realidad por algo tan idiota como lanzar una moneda a MI POZO.
La única razón por la que se les llama pozo de los deseos, es porque yo lo digo y lo escribo y la gente se lo cree. La humanidad es mucho más simple de lo que se piensa.
Madre Naturaleza, no, ella es retorcida como los dedos de mis garras.


La mujer del pecho enfermo atisba de puntillas asomada al brocal del pozo, lo hace con temor, es tan profundo y tan negro que todo lo malo está aquí abajo. Lo bueno está arriba, mirando al cielo a mano derecha.
Ha tirado una moneda y ha deseado en silencio y con gravedad liberarse sana y salva de ese cáncer que poco a poco crece ahí, en su mama. Un gesto de candor, un sacrificio a la inocencia, a la ilusión y a la esperanza.
Pedir un deseo, no puede hacer daño, no puede hacer daño creer en la magia.
Y una mierda.
¿Por qué lanza la moneda a un sitio tan oscuro, allá donde el mal habita con toda probabilidad? No sabe que con ese pago vende su alma al diablo. Soy un lírico trágico.
El planeta no es un diablo y no quiere su alma, no importa en absoluto su alma ni las de un millón como ella. Es la mera justicia de la naturaleza. Lo único que importa es evitar que dos pulmones sigan respirando. Sólo nos interesa el cuerpo, sólo nos interesa que la plaga no se extienda más allá del camino sin retorno.
Nadie puede cumplir un deseo por una miserable moneda, sería injusto para con los demás seres del planeta que no tienen.
Con miseria se compra miseria y con sutura cierra los cuerpos abiertos un forense. Y la sutura sutura los párpados muertos de un cadáver que no se quieren cerrar.
El cielo mismo clama y suplica mi intervención, el cielo se siente sucio y asqueado de que la hipocresía lo use para respirar. No quiere llenar pulmones, tantos pulmones. Es agotador.
Y como una sombra subo veloz hacia ella que cree ver un movimiento irreal, y es tan espesa la oscuridad que los ojos se quedan prendidos de esa masa densa y llena de negro, la mujer oye su propia respiración resonar en cada piedra del muro. Y eso causa un efecto sedante en el deseoso, lo tenemos todo planeado.
He subido gritando como una bestia innombrable y se ha aturdido. Soy veloz, eficaz.
Madre Naturaleza ha de revisar mi salario. ¡Ja!
El humor negro, si es a costa de otros, siempre es inteligente.
Estoy muy cerca de ella, le acaricio su pecho enfermo y siento el tumor que lo pudre. Su respiración se agita y se lleva la mano donde yo la he puesto, sobre mi sombra, sobre parte de mi ser. Se palpa el bulto que ahora parece latir como un corazón más. Un negro corazón.


― Morirás y te meteré esa moneda que has tirado en la boca, para que sientas el sabor frío de un deseo no cumplido.

Se le escapa una furtiva lágrima al reconocer que es el final; aquí en las profundidades, también escucho música. Y cuando afirmo algo, quien escucha, no puede evitar sentir la verdad pesada como una lápida.
No hay nadie cerca, su hijo y su marido ojean a muchos metros de aquí los puestos de recuerdos turísticos, una horda de turistas multicolor se aproxima cruzando la pasarela del foso que rodea el castillo, pero nadie mira algo tan banal como a una mujer tirando una moneda al Pozo de los Deseos.
La discreción ante todo, cuando se puede mutilar se hace, cuando no, hay que recurrir a otros medios.
Soy mental, soy físico, soy químico, soy biológico. Están en mis manos todas las formas posibles para evitar que un deseo se cumpla.
Cuando me aparezco ante ella, cuando mi cabeza se hace visible y me reflejo en sus ojos con mi boca irregular que sonríe, mi lengua rasgada y mohosa que lame las manos apoyadas en el brocal y mis dientes que son monedas serradas clavadas con dolor y odio en las encías sangrantes; intenta gritar ante el horror, intenta escapar cogiéndose el pecho que abrasa por dentro. El tumor se ha extendido, las esporas malignas han llegado hasta su hombro aceleradas por un deseo de selección natural y siente la muerte galopar por su sistema linfático a la vez que mis dientes se cierran en sus labios desgarrándolos. Mis manos apresan su cabello para lanzarla como una moneda más a lo profundo.
Su grito me estremece…
Puede que sea buena persona, que haya sufrido, que su hijo se apene y bla, bla, bla, bla…
Está muerta desde el mismo instante en que la moneda lanzó un relámpago de luz a mis ojos sin párpados. La madre naturaleza no me dio párpados para que jamás pudiera cerrarlos.
Tras la vertiginosa caída, no ha muerto aún y rebusco entre el limo del fondo para sacar la moneda que ha tirado.

― ¿Esto es lo que vale un deseo? ― mi propia voz me asusta, no suelo hablar en voz alta a menudo.

Y aunque en esta oscuridad no pueda ver, le muestro a sus ciegos ojos la moneda.

― Es el precio de tu muerte.

Me la meto en la boca, la masco, la escupo en mi mano y me la meto en el culo. La naturaleza es obscena en su crueldad y yo soy sólo un pobre intento de esa obscenidad, hago lo que puedo y si he de sacrificar la elegancia no me importa.
Golpeo su cabeza contra el muro hasta que el cabello queda pegado a las piedras con trozos de hueso y piel. Y lamo la carne fresca y sangrienta, soy un sibarita.
Me meto los dedos en el ano y extraigo su moneda, la deposito en su boca. Y dejo que flote su cadáver, se está muy solo aquí y se agradece cualquier tipo de compañía.
Me hago limo cuando cabezas curiosas se asoman para gritar a la mujer que han visto caer.
Pasan los minutos debo esperar, ser cauto; ahora vendrán hombres para rescatar el cuerpo.
Las heces de su vientre flotan como corcho podrido en el agua.
Estoy harto y deseo decirlo al mundo entero, a todos los cretinos que lanzan sus monedas sucias y falsas con la esperanza idiota de tener suerte. Me pagan por su ruina y miseria sin darse cuenta.
Incinero vuestros deseos, soy yo el que impide que se cumplan deseos pretenciosamente pagados con una miserable moneda.
No es maldad, es higiene; simplemente cuido del planeta. Soy una terrorífica conciencia, una creación de la madre naturaleza. Es necesaria la muerte y la miseria, el desengaño y el miedo, el odio y la violencia, la envidia y el robo.
Hay demasiado cariño, amor, salud y dinero.
Soy lo que evita que ningún gesto idiota como lanzar una moneda al pozo, pueda hacer realidad un deseo y prolongar vidas innecesariamente. Todos tienen derecho a vivir y no puede un ser quitarle el aire y el espacio a otro con una mera superstición.
Alguien debe tener algo de cordura.
Soy un fango informe en el fondo de un pozo de agua cenagosa y podrida. Tan profunda que la pestilencia no llega al exterior. Se tatúa en las paredes.
Repto como un insecto para asomarme al mundo y deleitarme en llantos y zozobra. A veces es necesario aplastar la risa y la dicha.
En cada moneda conjurada por vosotros hay una huella de hipocresía, de una falsa inocencia forjada en el miedo a envejecer y empobrecerse.
La moneda es tan egoísta como los sentimientos que disfrazáis de generosidad. El egoísmo está muy lejos de parecer bondad.
No son tan bellos vuestros sentimientos, no son para nadie más que vosotros por mucho que lancéis las arras de la miseria cerrando los ojos como beatos que no piden nada para si.
Soy una sombra, soy un reptil, un anfibio, soy un virus y soy un asesino. Todo depende del deseo. Siento un asco infinito por el hombre rico que lanza una moneda para ser más rico. Y siento desprecio por el enfermo sin voluntad que se aferra a una sucia moneda para sanar. Y siento la estúpida sensiblería de los eternos enamorados.
Es una mala cosa esto de ser el guardián de los pozos de los deseos, tienes que escuchar constantemente lamentos y estúpidos e inmaduros deseos de prosperidad y salud. Alguno pide la muerte de alguien de vez en cuando, son los cobardes, los que se pudren entre la envidia y el odio y no son capaces de solucionar el problema, de erradicarlo. De matarlo, destrozarlo, desmembrarlo y comérselo.
Luego está el buenazo que sólo pide paz y armonía, pero miras sus ojos y todo es basura.
Los haces de las linternas horadan la oscuridad sin que llegue al fondo, la luz se queda a medio camino, el muro del pozo absorbe todo.
El bombero encargado de rescatar a la mujer, flota en un limbo oscuro...

― ¡Parad!, ya he llegado.― le dice a la radio.

Encuentra el cadáver y toca con la punta de los dedos la carótida.

― Está muerta, te lo aseguro.― le susurro hecho sombra.

Estoy íntimamente pegado a él. Cree que este susurro ha sido su respiración y aún así no puede evitar sentir el miedo. Y mira constantemente a un lado y a otro enfocando con la linterna.
El foco de luz se ha detenido en los restos de la cabeza que están pegados en la pared.

― La mujer está muerta.― comunica por radio.

Una camilla de rescate baja rozando las paredes, así colgada parece el esqueleto de una crisálida.

― Pide un deseo,.. tira una moneda y pide un deseo. ¡Ahora!― le susurro de nuevo.

Se gira con rapidez buscándome.

― Bajadla más deprisa, aquí hace frío.― miente por radio.

Tras unos largos minutos en los que colgado del arnés, asegura con dificultad el cadáver a la camilla, habla por la radio y pide que los suban.

― Tira una moneda.― he elevado tanto la voz y es tan gutural que los que jalan de las cuerdas, allá arriba, han preguntado por lo que su compañero ha dicho.

― Por el amor de Dios, tirad más deprisa.

― Una moneda…

No he podido vencer su miedo, a veces presiono demasiado; no he conseguido que tire una moneda. Es un bombero tacaño.
Se le escapa un gemido de terror cuando le atrapo la bota y tiro de él.

― Una moneda…

Los de arriba jalan con más fuerza de la cuerda y mis dedos resbalan por la superficie de la bota mojada.
Cuando el cadáver sale al exterior, el silencio se apodera del viejo castillo, los turistas observan a distancia el cadáver y al hombre que grita histérico. Al niño que no se mueve, pálido y demudado como su madre muerta.


Jesús no puede dormir, da vueltas en la cama, el sueño de su compañera es un rítmico rugido que no le permite perder la conciencia. No ayuda esa respiración profunda a borrar de su mente el cadáver que ha sacado esta mañana del pozo. Pero lo que desea olvidar de verdad, es la sensación de terror y peligro que había en la oscuridad de aquel pozo, la terrorífica presión de unos dedos agarrando su pie por unos segundos. Si tuviera una cruz la besaría, la mantendría en su puño.
Y sus ojos buscan entre las sombras del mobiliario y de las paredes algo que se mueva.
Hay algo en la vertical sus ojos, del techo pende una bolsa oscura, un bulto; algo de tres dimensiones que palpita. Intenta elevar el brazo hacia eso, pero el miedo es tan profundo... No puede moverse.
Ella no sueña, no es ella la que ha soltado esa risita infantil.
Cuando siente que su corazón está a punto de estallar, da un giro brusco hacia la izquierda y enciende la luz de la mesita.


― ¿Qué pasa Jesús? ― le pregunta ella sin haber despertado del todo.

Oír su voz ha sido un alivio, ha espantado al monstruo de su imaginación.

― Nada, sigue durmiendo.― le habla en voz baja mirando al techo blanco del que no cuelga nada.

Casi sonríe ante su infundado miedo y más tranquilo, apaga la luz.
En el último segundo, le ha parecido ver una sombra saliendo veloz de debajo de la cama para reptar por la pared como un inquieto y enorme insecto.
Piensa que está cansado, que la vista le ha jugado una mala pasada.
Y la risa otra vez.
Siente un deseo infantil de despertar a Sandra.
Recuesta la espalda de nuevo en el colchón y cuando mira al techo, el bulto está de nuevo ahí, pero no es un bulto. Está a escasos centímetros de su cara. Huele a podrido y siente el frío de una humedad pegajosa, su vejiga se afloja y la orina empapa las sábanas.
La escasa luz que se filtra por los resquicios de la ventana ilumina unas monedas rotas y clavadas en unas encías sangrantes. Una garra resbaladiza y fría le amordaza con rapidez la boca, las uñas se están hundiendo en sus mejillas, son cuchillas que violan la piel y la carne muy adentro, muy profundamente.

― Nadie cumple sus deseos en mi pozo. No puedes vivir. Deseaste salir de allí, lo deseaste con tanta fuerza que sentí náuseas. Y no me diste una moneda. No puedes vivir, Madre Naturaleza no quiere más ganadores. Ni morosos.

El monstruo del pozo volvió a reír como un niño travieso cuando apoyó su mano en el pecho de Jesús, encima del corazón; escarbó con las uñas la carne y le arrancó el corazón. Lo dejó al lado de la cabeza de Sandra.
Nadie pudo explicar qué clase de locura llevó a Sandra a cometer ese crimen. Ni ella misma lo recordaba. Tampoco hallaron razón alguna para que le metiera una moneda de 50 céntimos en la boca.


Sandra pasea por el jardín del sanatorio mental, han pasado nueve años desde aquella noche y su sangre es un cóctel de psicotrópicos. El viejo pozo está abierto y por él desciende una manguera de un camión cisterna de limpieza.
Desea salir de allí, de ese hospital, desea sentirse bien. Una moneda brilla en el suelo la coge, sube el escalón y apoya la cintura en el brocal; cerrando los ojos lanza la moneda al interior.
Un grito desgarrador que nace de la profundidad sube veloz hacia ella, cuando piensa que sus oídos van a estallar, siente que le arrancan el cuero cabelludo de un tirón. Ya es todo oscuridad y su cuerpo rebota mil veces contra la pared del pozo en una caída interminable.
La risa…



Iconoclasta

14 de marzo de 2007

Las mini-putas de Armani

El defensor del menor de Madrid dice que son como mini-putas.
A mí es es que me encantan estas noticias, me la ponen dura (no las niñas, claro, me la pone dura la inquisición y su rijosa sonrisa) y es tan inevitable que hable de ello como el que por quimioterapia a alguien se le caiga el pelo.

Yo digo que las podría considerar mini-putas si viera el anuncio sin más en la aduana de Bangkok, Cuba, Vietnam y algún país europeo del este.
A mí no me parecen putas, a mí no me ponen; pero parece que al defensor del menor le inspira la foto algo sexual. Se le nota en sus declaraciones como mortificado.
Si este país tuviera una conducta lógica, me atrevería a decir que pertenece al PP, pero como es un país que funciona con monedas, como una tragaperras, no estoy seguro de que no sea de Izquierda Unida o algún partido ecologista.
Como escribiría Shakespeare: "Algo huele a podrido en Dinamarca".
Es un provincianismo típico de los acomplejados países pobres que se las quieren dar de tener una elitista cultura europea. Una pena y un ridículo.
Menos mal, que el pobre Shin-Chan sólo enseña la polla en los dibujos, porque si le pintaran los labios, lo quemarían en la hoguera.
Los arribistas siempre a su carroña.
Mientras tanto, la publicidad va en alza; las empresas también saben como montárselo bien conociendo el funcionamiento sencillo y previsible de los más mortificados y tortuosos censores que no pueden "tolerar" nada.
El botellón sí, claro.

Y aquí la noticia del ABC:


Armani asegura que no había malicia en su anuncio infantil

14-3-2007 03:09:12

Aparentemente sorprendido por las críticas a su publicidad infantil en España, el Grupo Armani manifestó ayer que «nunca hubiésemos podido imaginar que se pudiese entrever malicia en aquella imagen». La gran multinacional de la moda añade que «por el estilo de nuestras campañas y la atención máxima que prestamos cuando aparecen menores de edad, nos sorprende de verdad y nos disgusta mucho que se haya podido dar cualquier otra interpretación». El Grupo Armani respondía a las críticas del Defensor del Menor de la Comunidad de Madrid, Arturo Canalda sobre el anuncio en que aparecen dos niñas (una de rasgos orientales) ligeramente maquilladas, una de las cuales lleva un bikini y pantalón corto. Según Canalda, la fotografía «parece que fomenta el turismo sexual, y no se puede tolerar».

En su comunicado de ayer, la empresa afirma que la línea Armani Junior está destinada a niños de tres a doce años, «por lo que no se puede prescindir de imágenes de niños vestidos con las prendas que se anuncian». El texto precisa que el anuncio para el mercado español había sido planificado para su publicación un solo día, el 9 de marzo, en un único diario, con sede en Madrid.

Buen sexo.

Iconoclasta

5 de marzo de 2007

La cobardía no es una virtud homosexual

No son muchos los países que pueden vanagloriarse de tener un presidente de gobierno homosexual como lo tiene España; y es bueno. Tener a un presidente homosexual que ha cumplido sus programas electorales para su colectivo y simpatizantes, demuestra que somos un país de buen talante y liberal. Los derechos de los homosexuales se preservan a rajatabla y a los jueces de paz no se les permite alegar objeción de conciencia para formalizar un matrimonio homosexual.
Ni los homosexuales ni los heterosexuales se merecen un gobierno cobarde. Un gobierno con orientación homosexual no tiene porque intentar confundir al pueblo con sofismas sobre humanidad y generosidad cuando se han matado a sus familiares.
Que Zapatero sea homosexual no es un axioma para que sea cobarde.
Una vez cumplido su programa electoral, debería dedicarse a hacernos creer (a homosexuales y heterosexuales) que se esfuerzan por impartir justicia.
Y justicia no es encarcelar por dos meses a un hombre que ha intentado defender su propiedad y familia de ladrones y asesinos.
Justicia no es rebajar la condena a un asesino en serie que lleva 25 muertos, darle de comer en la cama, llenarle la boca con yogur haciendo el avión y por fin llevarlo cerquita de su casa para que sus mafiosos amigos lo puedan ver sin tener que gastar dinero en desplazamientos. El Juana es un asesino y a los asesinos se les mete en la celda a patadas, entre varios funcionarios.
Zapatero y su corte deberían confiar más en sus escoltas, en su sistema de seguridad personal y no tener tanto miedo de la mafia ETA.
Si los estadounidenses han sobrepasado los límites de la libertad asaltando países a su capricho; los españoles somos ahora un ejemplo de cobardía (un ejemplo casi intrascendente porque España no tiene peso específico para servir de modelo para ningún país). Pero los homosexuales españoles pueden ser discriminados en algún país por cobardía. Y eso es una putada.
Insisto en que ser homosexual no tiene nada que ver con ser cobarde o valiente, pero el gobierno elude responsabilidades o las pinta de rosa y se niega a castigar a un asesino. Crea cortinas de humo de carácter liberal y sociológico con debates (control de las tallas de ropa, el tamaño de los bocadillos y el consumo de tabaco) más propios del barrio de un pequeño pueblo que de un país.
La cobardía no es ética, ni liberal, ni humanitaria. La cobardía es una degeneración.
Y ahora nos queda esperar ver cómo ceban al Juana para que engorde de nuevo y me le hagan un monumento en algún pueblucho de mierda.
Y sigo pensando que ser homosexual, no es ser cobarde, sólo se da en Zapatero.
Buen sexo.

Iconoclasta

26 de febrero de 2007

Footing

¡Anda que no soy veloz!
No corro por deporte.

¡Hop! (salto atlético por encima del capó de un coche y frenazo del conductor).

No voy en elegante carrera porque llego tarde a una cita.
No corro para estar más fibrado.

¡Hop! (filigrana saltarina esquivando al camarero que coloca las sillas en la acera).

― ¡Idiota!

Siento un poco de vergüenza de que la gente se fije en mí admirando mi porte.

No corro con perfecta coordinación por miedo a alguien o a algo. No tengo miedo nunca.

¡Hop! (salto de longitud intentado salvar un tremendo charco de agua. No lo he conseguido por tan solo unos cuantos metros).

― ¡A ver si vamos con cuidado, imbécil!

Es la mujer del pantalón blanco, ahora salpicado de barro. No es cordial la gente en la ciudad.

Corro como una grácil gacela por el simple placer de sentir el viento en mi cara. Aunque tampoco estoy muy seguro de ello.

¡Hop! (salto vertical para superar la altura de un enano. Casi lo consigo; sólo le he pisado la cabeza).

Y no corro por ejercitar el corazón, ni por mejorar mi salud. El humo del cigarro que me cuelga de los labios no me deja respirar bien. Sé que fumar da cáncer y que produce esterilidad, a mí me da igual una cosa y otra, soy prácticamente de lo más degenerado conmigo mismo.


¡Hop! (al saltar por encima del cochecito de bebé, se me ha enganchado el pie en la madre y nos hemos caído los tres. Que gracia).

¿Y si corro por causar admiración? Soy la envidia de los sedentarios.
Lo que más me cuesta es torcer la boca en forma de sonrisa durante la carrera. Sonreír hace parecer al sonriente que es feliz con su sufrimiento, ergo no sufre. Pero padece como un cabrón, porque tengo el croisant dando bandazos en las tripas sin conseguir que baje.

¡Hop! (combinación de tres saltitos para driblar a la vieja con muletas que anda como una araña con sus cuatro patas, las otras cuatro las debe tener escondidas en su abdomen peludo. La vieja cae como caen las vallas en las pistas de atletismo).

Corro para… No lo sé, corro porque no acabo de estar a gusto en el mismo lugar que viví con ella, será que necesito cambiar de aires.

¡Hop! (salto sobre las flores del jardín de un parque, por lo menos son blandas).

― ¡Avisaré a la policía, gamberro!

Los jardineros deberían ser más tolerantes, su trabajo es hermoso. No todos tenemos la suerte de cuidar flores y árboles.

Corro como alma que lleva el diablo. Es romántico escapar del diablo, porque escapar de un dolor no es romántico, es cobarde.
Y ella me ha dejado.

¡Hop! (salto para tocar la rama de un frondoso árbol, no se de árboles, pero sus hojas de espina, me han hecho daño en los ojos, lo veo todo rojo. Por lo menos no me deslumbra el sol. Sólo quería tocar la rama con la mano, a veces no soy consciente de mi propia fortaleza).

Corro porque la quería por encima de todo y tengo el corazón tan contraído, tan encajado en las entrañas, que necesito moverme para que la sangre circule. Se me ha helado la sangre.
¿La sangre helada es como un trombo que sube a los pulmones? Porque siento que escupo sangre.

Corro a ciegas con los ojos sangrando. Y tal vez sea que en los labios tengo espinas clavadas, por lo menos, el hielo sangriento no ha llegado a un pulmón. Eso es un alivio, los trombos son malos.

¡Hop! (salto como la gallinita ciega, la gallinita que está hecha mierda por el dolor lacerante de que todo ha acabado. Tantos barrenderos y he tenido que pisar una botella rota; pero no duele, cuando duele el alma no duele ninguna parte del cuerpo por mucho que desees cambiar un dolor por otro).

¡Hop! (esta vez no salto, me limpio los ojos de sangre y saco los vidrios clavados en mis pies descalzos, me olvidé las zapatillas de correr. Soy un caso, ella me decía que un día me dejaría la cabeza olvidada. Pero ha sido ella la que se ha olvidado de mí. Hubiera preferido quedarme sin cabeza, sinceramente).

Corro para que se me cansen los pulmones, he gritado tanto su nombre, que no puedo seguir llamándola sin correr el grave riesgo de que me metan en un manicomio. Si uno corre por la calle, es que hace footing, nadie acaba en el manicomio por hacer footing.

¡Hop! (salto de contento porque allí está, es la casa de sus padres; le diré que no me chutaré nunca más, que duele mucho estar sin ella. Aunque me preocupa toda esa sangre que mana de mis pies, se deberían haber obturado los cortes con la porquería que se me ha pegado en las plantas).

Corro y la alcanzo, no es ella… Me duelen los ojos aunque no me sangran, cuesta un montón ver con claridad. Y grita esta mujer cuando la llamo “Angela” y le rozo suavemente el hombro para que se gire hacia mí. Grita tanto… Me va a estallar la cabeza.

Correr se ha convertido en una maldición, no quiero correr más, pero si me paro, si descanso, la soledad se avalanzará otra vez encima mío y sentiré como su peso me quita el aire de los pulmones y ni siquiera un chute de heroína me salvará de convertirme en un trozo de carne inerte.

¡Hop! (estoy tan cansado que me he caído al saltar el bordillo. Y se me escapa la risa, me he meado de tanto reír. Es gracioso lo caliente que sale la orina y lo rápida que se enfría cuando ha calado la ropa).

Corro porque no soporto esta quietud sin ella, la vida se ha convertido en una mortaja y correr tras ella, donde quiera que esté es demostrar que estoy vivo. Vivir… el corazón late a pesar de que el cerebro no está por la labor. Ojalá fuera más fácil morir.

¡Hop! El pequeño salto que doy, parece que me arranca la carne sajada de los pies, dan ganas de limpiarse con el sudario. Si me hacen otra jugada como esta, voy a poder participar en las olimpiadas del 2008; es absurdo correr, aunque no más incongruente que estar abandonado entre millones de seres.

Los coches han parado para dejar paso al hombre que hace footing, les debe parecer exótico que corra descalzo. Es la primera vez en lo que va de día que alguien ha sido amable cediendo el paso a un deportista.
Me gustaría tener la visión nítida y sonreírles con agradecimiento mirando sus ojos, pero rehúyen los míos. No sé que clase de espinas serían aquellas, pero me arden los ojos. No tanto como el corazón, es mucho más llevadera la ceguera que la soledad.

¡Hop! (el salto ha sido tan ridículo que no he saltado).

A nadie le importa ya que corra, no causo admiración; como mucho, asco. Y es porque estoy solo, porque me ha dejado, porque la he agotado hasta acabar con toda su capacidad de amor. Soy como un leproso que causa repugnancia y temor. Los abandonados somos gente infecciosa.
No soy capaz de seguir exhibiendo esta sonrisa, me está pulverizando las mandíbulas.

Me pica el brazo; ¡Joder! Mira que soy panoli, no me había acordado de sacarme la jeringuilla del brazo. La vena está fea que te cagas.
Es alucinante lo mucho que escuecen las lágrimas. Se dice que quien llora mucho, poco mea. Pues también es mentira, porque me pesan los pantalones una barbaridad. Si ahora diera un salto, no ganaría ni a la vieja de las muletas, los corredores han de pesar poco.

Estoy reventado, no puedo más, así que vomito aquí mismo, agachado. No es tan amarga la bilis como su abandono. Ni mucho menos.

¡Hop! (mientras acabo de vomitar mis cosas, el autobús parece hacer un triple salto mortal para pasar por encima mío, yo lo veo muy pesado, no creo que pueda conseguirlo; entiendo de estas cosas, entiendo de errores… quiero decir de saltos. Me voy a quedar quieto, para no confundirlo).

¡Hop! (un cuerpo roto da tumbos en la calzada)

Iconoclasta

21 de febrero de 2007

La foto de Dolce & Gabbana


Pues a mí la foto de Dolce & Gabbana no me molesta en absoluto. La encuentro sexual, excitante.Y no veo que la mujer esté gritando con miedo a que la violen. Yo diría que le gusta, que incluso está un poco aburrida de que sólo la sujete.
Yo a veces follo cogiéndo las muñecas, eso sí, luego si se tercia le pego una buena bofetada por guarra, cuando nadie me ve. Por eso soy tan odiado y nadie me habla ni estoy casado, ni tengo hijos, y soy asceta...
Si es que dais risa con vuestra moralina.
Todo esta falacia que se ha montado de que si promueve la violencia de género o es sexista, es una idiotez como otra cualquiera; quien piensa así es que su sexualidad es mucho más complicada y peligrosa del que ve simplemente una imagen chocante, excitante y provocadora.
Nada más.
Como ocurre en la vida, hay trepas; hay gente que vive de alimentarse del trabajo de otros y esto mismo es lo que ha pasado con este asunto de la polémica de la fotografía. Tal vez sienten envidia algunos de no poseer esos cuerpos de infarto. A mí me gusta el de la tía, es lamible...
La envidia es muy mala. Y los parásitos son los seres más envidiosos y menos trabajadores del planeta.
Es muy difícil que un idiota meapilas de estos censores y feministas acérrimas con ganas de escalar en la política y conseguir notoriedad, consigan hacerme ver fantasmas donde no hay.
Si lo que quieren es que todo el mundo sea puro y bueno, que hagan selección natural. Hitler lo hizo.
Pero que no adoctrinen a nadie con su mierda de ideas podridas que sólo pretenden el beneficio propio. En tiempos de la revolución industrial, no había esta publicidad y las mujeres eran peor tratadas, y la mierda se las comía y el hombre era más cabrón. Así que dejen paso a la imaginación y se comporten de forma más relajada. Hay cosas más importantes que una foto bien hecha.
Si no es por una cosa es por otra, siempre hay quien se encarga de joder al artista, y es igual que sea una empresa millonaria con ansia de lucro.
También lo son todos los políticos. Y el papa de Roma.
No me toquéis los huevos.
Idiotas...
Buen sexo.

Iconoclasta

10 de febrero de 2007

666 y la moralidad


El concepto de moral es sólo aplicable al comportamiento de los primates. Los dioses no formamos parte de ninguna moral.
De hecho la moralidad es un rasgo genético que Dios inculcó a los primates para que ocurrieran cosas que obligara al hombre a pedir su intercesión en algunos asuntos, digamos, comprometidos o difíciles.
Vamos, que Dios se aseguró el trabajo.
Los ángeles son morales y morales son los santos.
Yo no tengo moralidad ni inmoralidad; hago lo que quiero independientemente de la voluntad de Dios, del dolor de los ángeles, del dolor de los santos y el dolor de los primates, los humanos.
Y cuanto más terribles son mis actos a ojos morales, más me reafirmo como ser superior.
Me explicaré mejor.
¿Habéis oído hablar del Día de los Inocentes? ¿Creéis que Herodes el Grande, rey de la provinciana y mísera Judea, era malo? Aún resuenan los gritos de algunos bebés degollados en mi infierno. Están sufriendo, y él también al no poder oírlos. Tengo aislado a ese rey de pacotilla.
¿Y el pervertido Hitler, ese que en los desfiles apretaba fuertemente las nalgas al hacer su saludo maricón? Tenía que apretar los glúteos por la incontinencia que le provocaba un esfínter deshecho y desgarrado, que relajado, dejaba escapar sus heces por tantas sodomizaciones a las que se sometía por sus soldaditos, por sus generales.
Ese maricón no era malo.
Idia Amín, ese negro mono…
El porcino Franco, loco como una cabra porque la sífilis mal curada estaba pudriendo todo su sistema nervioso.
La nenaza loca de Nerón.
Calígula… Ese tarado se pinchaba con alfileres las glándulas lacrimales para que vieran como lloraba sangre.
Ninguno de ellos era malo.
Todos estos primates eran inmorales vistos desde vuestra perspectiva.
Malo soy yo porque no siento absolutamente nada cuando mato, destrozo y reviento cuerpos y almas.
Estos tiranillos, simplemente eran felices al matar. Sólo matando eran capaces de llegar al placer sexual. Son meros animales con los órganos sexuales directamente conectados a sus cerebros. Yo los he visto llorar de puro placer con las manos manchadas de semen evocando sus crímenes. Vi a Goëring con el pene del führer en la boca y por el suelo del despacho las fotos de primates judíos con los penes y los testículos arrancados con tenazas.
Todos esos maricas no eran malos, simplemente inmorales. No se les puede otorgar algo tan importante como la maldad.
Obtenían placer por ello, pero una vez se habían corrido, eran capaces de sentir afecto por los que les rodeaban.
Yo no.
Y no penséis en la Dama Oscura, ella es sólo una décima de segundo de mi existencia. Tal vez no viváis lo suficiente para ver como la abro en canal y saco una a una sus vísceras y las lamo. Pero ahora es su momento y apenas le quedan trazas humanas.
Ella es inmoral, porque disfruta con cada uno de mis actos. Ella es la más sangrienta de los primates, una joya en un pozo de inmundicias.
¿Veis lo que os digo? Ahora mismo ha abierto sus piernas llevada por el sonido de mi voz y me excita dejando que ese enorme perro lama su coño constantemente. Me mira fijamente y su cuerpo es todo un temblor de placer. El rosado pene del perro asoma goteando y gime a la vez que lame su vulva y sus ingles.
Hace unos segundos (25 años para vosotros) emergí de mi cueva al mundo como tantas otras veces hago cuando me da la gana. Paseé entre vosotros y ese día me llamó la atención el amor que las madres primates sienten por sus pequeños.
Yo conducía, y la madre cruzaba el paso de peatones con su hijo en el cochecito.
Aceleré y la golpeé lanzándola 10 metros adelante. Pasé por encima del cochecito y de su hijo, claro.
Frené, las ruedas del Aston estaban ensangrentadas. Saqué el cuerpo del bebé de entre el amasijo de tubos que era el cochecito; le había aplastado la cabeza, lo tenía cogido por el cuello, su pequeño cerebro caía lentamente desde la caja craneal. Sólo sentía curiosidad, era un muñeco roto.
Intenté sentir algo, pero sólo conseguí zarandearlo y con ello que sus minúsculas piernas tuvieran una contracción refleja y las encogió durante unos segundos.
Y gritó la madre, gritó lanzándose contra mí con uno de los brazos rotos y colgándole como si fuera de goma, el húmero partido salía al exterior sangrando. Sangraba por las orejas y la nariz.
Y me quitó de las manos a su hijo, me pegó puñetazos y patadas.
Le clavé mi cuchillo entre las costillas y lo hice correr, desde el costado siguiendo el intersticio de las dos costillas hasta llegar al pecho, y no soltó a su hijo ni por un momento a pesar de que la corté lentamente. De que el filo del cuchillo le estaba destrozando el pulmón izquierdo. Usaba un feo sujetador para la lactancia.
Luego le partí el cuello.
Los primates se habían agrupado en muchedumbre viendo la escena, parecían estar en trance, no se atrevían a acercarse. Era puro miedo.
El ulular de las sirenas se aproximaba. Y yo medité encendiendo un cigarro mirando los cuerpos muertos, intentando imaginar que sería sentir placer o zozobra.
Pero no sentía nada, era como dar una bocanada al puro, simplemente el vicio de hacerlo.
Ni siquiera la profunda mirada de terror de la madre al ver a su hijo destrozado consiguió emocionarme de ningún modo.
Me metí en el coche y me largué de allí, hacia otro lugar donde experimentar.
No os creáis que después de tanto tiempo que llevaba viviendo en el universo sentí de repente, en ese momento, el deseo de experimentar.
Siempre he tenido curiosidad por conocer, aunque fuera aproximadamente, la sensación de dolor de los primates. Su angustia.
Pero nada, está visto que ser Satanás tampoco es la polla, hay cosas que no se pueden sentir. No importa, me gusta como soy, no quisiera ser de otro modo.
Es más, me hice a mí mismo.
Durante días leí en los diarios lo ocurrido, mintieron en las noticias. No hablaron de asesinato, si no de accidente. Porque nadie podía explicar ni aceptar cómo la muchedumbre quedó petrificada viendo aquella escena.
Y yo no iba de monstruo, mi cuerpo es ancho y no soy demasiado alto. Vestía unos vaqueros negros y una camisa de cuadros beige, la llevaba por fuera del pantalón y abierta hasta medio pecho. Yo parecía un hombre de lo más vulgar. Bueno, la verdad es que mis brazos y espalda causan cierto respeto, pero no como para causar un shock ante mi visión.
Os juro que no hice trampas, que no invadí sus mentes. Se quedaron quietos como gacelas mirando desde una prudente distancia como el león devora a una de ellas.
Luego sintieron vergüenza de si mismos, a escala planetaria.
Pero yo no me sentí inmoral, ni mi pene estaba excitado. Incluso me distraía pensando en la primate de minifalda que ahogaba un grito llevándose una mano a la boca. Sentí deseos de apoyarla en el capó del Aston y meterle mi malvada polla, allí frente a la manada.
Mi Dama… miradla, se ha dado la vuelta y me enseña, abriendo las nalgas, lo dilatado de su ano.
Y el maldito San Bernardo sigue lamiéndola.
Quiero ser ese perro…
Emergí al cabo de unos segundos de mi cuerva. Pensé muchas cosas para seguir experimentando y al final me decanté por masacrar una guardería. Las guarderías son lo más sagrado de los primates. Entré en una llamada Nubes de Algodón, llamé a la puerta y me abrió una de las cuidadoras, la empujé adentro, cerré con la llave la cerradura y comencé la tarea que yo mismo me había impuesto.
Disparé a las siete cabezas de las cuidadoras.
E hice como Herodes en cada una de las 8 habitaciones que formaban la guardería. El suelo era de linóleo imitando la madera y las pareces tenían una ancha cenefa con dibuos de juguetes. Los altavoces emitían con un volumen discreto, canciones infantiles. Maté 77 niños, fue molesto porque cuando oyeron el tercer disparo que le entró por la nariz a una de las puericultoras, ya casi todos lloraban.
Un pequeño en pañales se escondía tras un silloncito infantil de plástico rojo, me hizo gracia esa ostentación de instinto de supervivencia. La bala reventó el sillón y su cuello.
Los que dormían la siesta se despertaron y tuve que esmerarme en matarlos, sin dejarme a ninguno; gasté 16 cargadores del 45. Los que aún no sabían andar fue coser y cantar matarlos, pero los que tenían a partir del año y pico de edad, me obligaron a apresurarme.
En menos de 15 minutos estaban todos muertos. Era arriesgado pisar el resbaladizo suelo ensangrentado, podía caer y ensuciarme la ropa. La sangre de primate huele muy mal.
Había sangre por todas las paredes porque había niños por todas partes; en un posterior repaso tuve que rematar a unos cuantos que aún lloraban.
Los vecinos en la calle, habían oído el sonido de los disparos y golpeaban furiosos la puerta cerrada de la entrada. Al fin, con la ayuda de los bomberos y la policía, consiguieron entrar en la guardería.
Las mujeres lloraban y vomitaban, los hombres también; no entiendo porque les pagan más si hacen lo mismo que ellas.
Yo estaba en el otro lado, mirándolos, observando los lamentos, a las madres y padres de rodillas en el sangriento suelo llorando a sus hijos. La policía no podía quitárselos de los brazos.
Mi polla estaba relajada, no sentía nada. Era un documental más lo que estaba viendo.
Incluso bostecé aburrido y una mujer policía me llamó la atención cuando al agacharse, dejó asomar el borde de su braguita por encima del cintura del pantalón.
Estuve a punto de arrancarla de su mundo y hacerla mujer feliz en el otro lado.
Así que cuando ya no soporté tanto grito y tanta lágrima me largué de allí. Estuve tentado de matarlos a todos y llevármelos al infierno; pero antes de irme llegaron ellos.
Jardiel, Lexies y Ezión, los ángeles se plantaron en el centro de la habitación más grande y elevaron sus voces en un triste cántico que intentaba infundir ánimo en los que sufrían.
Allí invisibles a los primates, los poderosos ángeles lanzaban sus voces potentes y las puntas de sus alas rozaban el suelo manchándose de sangre.
Estos seres alados son sobrecogedores, miden más de dos metros y medio y sus músculos son auténticas corazas. Pesan como el mercurio y sin embargo vuelan como halcones. Uno de ellos no tenía ni un solo cabello en la cabeza y el ademán de su tristeza me recordaba a los enfermos de leucemia.
Si no fuera por mí, no existirían imágenes de tanta belleza.
Ellos me miraban, pero no había odio, ni reproche; me miraban sintiéndose impotentes, preguntándome porque hice aquello, con unas miradas tan tristes y torturadas que a punto estuve de sentir algo en la boca del estómago.
Y tan intensas fueron sus miradas, que faltó muy poco para que conjurara a mis crueles y devoraran a esos querubines que el histriónico de Dios envió.
Esto es maldad, mi obra; todo lo demás son tonterías.
No soy como esos maricas que luego se masturban y dicen amar a los que les rodean. No hay asomo de placer en mis actos. Ni odio.
Es la asepsia del alma. Soy el vacío. Soy muerte y no dejo ni tristeza en mi camino.
Cuando llegué a mi húmeda y oscura cueva, emitían un capítulo de los Simpsons, me encendí un Partagás enorme, y con la mano en los cojones, me quedé mirando las aventuras de esos dibujos, rascándome distraídamente la polla.
Ya os contaré más cosas mías.
Y de ella, que aún está viva.
Siempre sangriento: 666

Iconoclasta

3 de febrero de 2007

Degenerado

A veces quisiera tener largas uñas para desnudarme más profundamente, para mostrarme tal como soy por dentro y desde dentro, y provocar hasta vuestra vergüenza; haceros girar la cara asqueados.
Sonreiré con demencia, con esquizofrenia incontrolada. Yo no disimulo nada, estoy hasta la mismísima polla de disimular.
No hay asomo alguno de reparo en mostrar mi desnudez, tal vez sea un patológico exhibicionismo suicida. Os observo hurgándome la nariz.
Quisiera más que desnudo, posar al lado de mi alma curtida y estirada al sol.
Un pellejo de cerdo teñido de reproches.
De rencores ancestrales, genéticos. A lo mejor vosotros veis el origen; ningún camello se ve su propia giba. Discutid las razones, por lo menos así tendré algo de importancia en el orden general de las cosas. Teorizad sobre el génesis de mi envidia, de mi odio, de mi incomprensión; soy ahora el modelo de la decadencia humana; aprovechad ahora que no escupo mi sangre venenosa.
Soy un rumiante de la miseria, de la hediondez.
Quisiera tener largas y sucias uñas, un animal que vive bajo las raíces; que se alimenta de sus propias frustraciones, demencial y profundo. Doblado en una madriguera arañando tierra hacia abajo, hacia ningún lado.
No hay lirismo en ello, ni metáfora que me salve de mi saña caníbal; es simplemente lo más execrable de mi ser alumbrado por el sol desecador. Hoy no quiero ponerme en pelotas y alardear de mis cojones pletóricos de semen, pulsantes de deseo carnal y reproductor. No pretendo escandalizar ni provocar una risa, tan sólo deprimir, deprimir al mundo entero, a humanos, a animales, pudrir las plantas...
Soy tan malo a veces, que siento terror y escarbo más profundamente para huír de mí.
Como hace mi alma al doblarse, al plegarse sobre sí misma y de alguna manera, separarse de mí. Un viaje astral por el que nadie pagaría.
Para eso aprendí a trazar pensamientos con tinta, para ser deprimente para ser el espejo de la mierda humana; tal vez uno nace como muestra de lo que no ha de ser parido. Coño... esto es un mal viaje, un chute en vena y la vena se ha roto. Demasiado caballo, demasiado seguido.
Si fuera droga lo entendería.
Quisiera que mis largas y sucias uñas, estuvieran melladas y fueran peligrosas, fuertes para rasgar así mi vientre y dejar que rebalen y se tiendan al sol las entrañas, como la cuerda es tragada por el pozo. Con un chapoteo sangriento cuando el último centímetro de intestino salga del vientre abierto.
Eso es estar desnudo. Esa es mi desnudez, la total; la que ofende el buen gusto y la lógica.
La que me hace estúpido.
Me place exhibir mi cuerpo por dentro. ¿Creéis acaso que es perfomance? Estáis equivocados, esto es un simple suicidio, es hacer mutis por el foro sin caer en la tentación de ser genial ni ser simpático. Sólo quiero ser repugnante, me metería en el culo una vela encendida para ser más desagradable al morir; la perfección es siempre incómoda.
Un tío mierda que se destripa delante de todo el mundo sin que él mismo sepa porque.
Y tampoco necesito que me deis importancia, con mi egoísmo y mi vanidad me voy bien acompañado.
Incluso distraído...
Joder.
Quisiera tener largas uñas, sucias y melladas. Peligrosas e infecciosas para llevarme conmigo a medio mundo.
Un aplauso al degenerado.

Iconoclasta

29 de enero de 2007

El hastío de la naturaleza

La naturaleza ha girado la cara, ha escupido a la tierra y bramado con furia. La vieja fue fecundada, en su viejo vientre se han desarrollado dos humanos, por su coño viejo y cano de 67 años han salido dos crías de humano.
Los médicos ¿qué habrán sentido al tener delante dos viejas piernas abiertas mostrando un coño dilatado y cansado? Asco, es pornografía pura, es el reconocer la mente enferma de una mujer de ubres pasadas y viejas, de vientre fláccido y agotados huesos. La vieja tiene el cerebro podrido. Es la pornógrafa de la naturaleza.
¿Qué sienten los médicos al oír bramar a la naturaleza furiosa?
Nos abandona, nos deja a nuestra suerte, la naturaleza siente asco de la anciana que escupe niños por el coño como si fuera una joven mujer.
Anciana de coño y cerebro podrido, de matriz polvorienta y reseca.
Médicos locos que agotan medios y tiempo en un experimento idiota e inútil. Nadie quiere una madre anciana incapaz de acunar a sus hijos.
Vieja puta y guarra que usurpas funciones de mujeres jóvenes, de mujeres sanas. Les has dado a tus hijos fecundos por medios artificiales una infancia de cariño viejo, cansado y loco.
La naturaleza brama, nos abandona, no hay selección natural, sólo la que practica el hombre. Y la naturaleza dejará que vuelvan viejas enfermedades, nuevos deficientes; los hijos de la anciana seguirán sus pasos. La niña será madre a los 80, abrirá el coño que heredó viejo y arrugado. Y como un insecto, como un parásito, hará lo que su madre hizo (¿por qué pensar que los hijos de la anciana loca pueden ser cuerdos?) escupirá una vida por su puto coño. Por su vagina seca, en su útero muerto crecerá la vida como un rosa entre la mierda.
Y la naturaleza dejará de tener contacto con nosotros; nos olvida. Se siente asqueada.
Nos abandona al criterio de seres ruines y despreciables que se rigen por la enfermedad, por la insania.
Cerebros podridos y marchitos.
Médicos mal nacidos, ambiciosos de dinero, enfermos como la vieja puta que desea ser madre; tenéis en el cerebro y en el alma una enfermedad, una paranoia, una postal pornográfica. ¿No sentís asco al ver asomar la cabeza del bebé por ese coño cansado y feo?
De sus ubres saldrá leche agriada, hecha requesón, alimentará a sus hijos con la infección de la vejez.
Vieja puta, putos médicos.
Locos, cabrones, la naturaleza nos ha girado la cara y ha vomitado. Por vuestra culpa, degenerados.
Guarros…
Yo también me limpio la bilis que resbala por mi pecho.
No te rindas naturaleza, llévate a la vieja puta, arráncale su escaso hálito de vida, no dejes que semejante monstruosidad pueda vivir demasiado tiempo insultando al mundo, al resto de humanos que aceptamos la degradación del cuerpo como el natural desarrollo de la vida, sin por ello, sentir la necesidad de usurpar edades y funciones que tú, naturaleza, así dictaste para nuestra permanencia en el planeta. No perdones, no los perdones, ni a la puta vieja ni a los putos médicos. Crea un cataclismo de tal magnitud, que borre de la mente de la humanidad semejante acción. Los pornógrafos de la vida no deben respirar.
Destruye con tu fuerza, brama lanzando rayos y abriendo la tierra, acaba con ellos, acaba con tanta miseria y podredumbre.
Que no quede uno solo vivo.
Buen sexo.


Iconoclasta

25 de enero de 2007

Un paseo por el cementerio

Los muertos lo podrían abonar todo con su podredumbre. Si estuvieran enterrados en la tierra y en grandes extensiones, tendríamos más lugares para hacer comidas y meriendas campestres. No existe campo donde parar a comer un bocadillo y sentarse, todo está vallado. Me prohíben el paso en mi propia tierra a pesar de lo que pago; salvo en el cementerio, el cementerio es un museo de la muerte gratuito.

Los muertos, por mucho que digan, por mucho que se les respete, son carcasas vacías.
Sin embargo es fácil, tentador, hablarles. Les contamos cosas como si se tratara de un familiar o amigo al que poner al día. Si es un enemigo, simplemente lo insultamos y esperamos esperanzados que se revuelva en la tumba. Los más idiotas perdonan al muerto por alguna ofensa recibida, la muerte acobarda tanto que ablanda el corazón y los hay que sienten lástima del que una vez respiró.
Al muerto tanto le da que le perdonen o le escupan.


Es cuanto menos, sorprenderte la buena memoria de la que se hace gala frente a una tumba, recordamos lo más íntimo las nimiedades más tontas; yo creo que se debe a que los muertos son parcos en palabras y no nos interrumpen ni distraen.
Es un buen ejercicio nemotécnico plantarse frente a los enterrados.
Los hay que no recuerdan el número secreto de su móvil, pero se saben de memoria más de 80 fechas en las que se cometieron las más diversas vulgaridades.


A veces creo que he olvidado el rostro de mis muertos.
Pobre padre, pobre abuela. Están muertos, son mis muertos.
Pero no están en este cementerio, están en uno nuevo y bien urbanizado que no me gusta; a mí me gusta este porque es viejo, porque hay moho en las paredes, hay agrietados muros de piedra salpicados de moderno mortero. Y apenas te cruzas con nadie si es un día laborable.

Los árboles están tan viejos, tan retorcidos aquí...
Andar por el cementerio me hace pensar inevitable y trágicamente, que cada día nos acercamos más a ser como ellos de silenciosos, es como pasear por mi futuro hogar. Si creyera que los difuntos viven en otro plano espiritual, tendría que salir del cementerio, tosiendo por la risa que me ha dado.


Paseando por el cementerio no siento temor, ni respeto; los muertos no necesitan respeto.
Me gustan las esculturas, los panteones enormes como pequeñas mansiones que las gentes más sencillas y las más detestablemente ricas pagan a lo largo de su vida. Creen tan firmemente en otra vida que siento lástima por su cobardía. Por su férrea voluntad de pagarse un precioso entierro.
Y me gustaría morir en el bosque, como un animal, servir de algo al planeta. No quiero que me incineren, quiero cumplir mi ciclo natural. En la pura tierra, no puede hacer daño.


Calculo por las fechas a qué edades murieron y cuánto tiempo llevan muertos. Siente uno el vértigo de la vida así, con una simple resta; todo ocurre más veloz, las cifras son tan pequeñas…
Son datos intrascendentes, pero con la misma intrascendencia que tiene el coleccionar fascículos y cochecitos. Es una afición.


Los epitafios me apasionan, aunque apenas veo alguno, si la gente no lee o escribe a lo largo de su vida, no es fácil que le dedique un pensamiento a la muerte.
La muerte no es popular, es el fin.
De todas las palabras que hay escritas, la reina es “resurrección”, se repite tanto que al cabo de un rato paseando, temo que pueda ser testigo de una de ellas, no me sentiría cómodo ante un resucitado, no sabría que decirle y tampoco me interesarían demasiado sus experiencias. No soy curioso con los vivos, y mucho menos con los resucitados.
Tengo mis inquietudes y no quiero que nadie me chafe la sorpresa final. A pesar de lo que sé y de lo que no creo, tengo una ilusión romántica por arder en el infierno.
Además, sería injusto que resucitaran; me regocijo al pensar que algunos de ellos no eran buena gente y que afortunadamente yo sigo fumando, riendo el último de entre todos ellos. No quisiera que un imbécil resucitara.
Hay tantos idiotas y asesinos vivos que sería deprimente que los que por fin han muerto o murieron volvieran a la vida, no es bueno eternizar la imbecilidad y la ignorancia.
Abunda tanto entre los vivos la estupidez, que nada puede hacerme pensar que entre los muertos es diferente.
Esa tontería que dicen “siempre se van los buenos” es pura cortesía y no se lo cree ni quien lo dice. Sería descorazonador que los que respiramos seamos los malos. Yo no lo soy, soy bueno.


Hay una estatua gris que antes era blanca, mide más de dos metros y es un ángel con las alas plegadas que mira al suelo, no mira a un enterrado, mira el suelo que pisa con pena, como si le costara un enorme sacrificio mantenerse en pie y pétreo.
Es de lo único que siento pena, adoro al escultor que consigue robarme un latido con su obra; cuando observo el rostro cincelado en pena siento ganas de abrazarlo, parece un buen ángel con sus hombros caídos, las alas marchitas. Tiene dos dedos de la mano rotos.
Se le ve cansado.
Yo a veces también me siento así.


El ruido de la gravilla al caminar confirma que estoy vivo en la ciudad de los muertos; vivo como algunas ratas que corren casi como de puntillas a ocultarse entre las flores de los parterres o en algún agujero de los edificios de los nichos. Con su repugnante rabo arrastrándose por el suelo.
Son esos parterres multicolor los que le dan un toque absurdo a un lugar que para algunos tiene una dramática carga emocional. Hay gente que llora frente a la tumbas. O que mira hacia el nicho que está más alto (en tiempo frío puede desarrollarse una torticolis si se llora demasiado mirando al 5º piso del bloque nichos).
Y ahí están esas flores aún vivas y radiantes. El dolor es su abono.


Los viejos, los pocos que pasean o se sientan en la capilla bañada por el sol, una especie de monolito moderno que destaca entre tanto edificio añejo; me observan cojear con curiosidad.
Nunca me acerco a ellos porque tienen ganas de hablar, y yo no hablo mucho, no me apetece hablar aquí, tengo demasiadas fechas en la cabeza. Fotografías veladas por el sol, flores marchitas que cuelgan tristes; un nicho parece Disneylandia, una explosión de lirios, rosas, claveles, margaritas… Son cosas que aprecio y que me obligan a reflexionar.

Detalles...

Hay un panteón gitano, donde una foto del Tío Paco y la Consuelo está enmarcada por una corona reciente.
Hay un bastón en la tumba, un bastón fino con cintas de cuero que no sirve para apoyarse, el Tío Paco no debía cojear, simplemente era un chulo. No siento ningunas ganas de tocarlo, si fuera de plata pisaría el pequeño plantel de flores que hay al pie de las losas y lo cambiaria por el mío, sin ningún problema, pero esa porquería no la toco yo.


Una tumba de un blanco inmaculado unos metros más allá, luce la foto de un niño haciendo la primera comunión, a Fernando no le duró mucho la vida: 1979-1992.
Cuando nació yo ya tenía 17 años, cuando murió tenía 30 años. No hay ninguna edad especialmente cruel para morir, lloran por un padre, por un abuelo y por un hijo, según toque. No importa la edad para sentir dolor o para proporcionarlo.


Me enciendo un cigarro apoyándome en la húmeda pared de un bloque de nichos, en la sombra, no siento frío nunca y el sol me molesta todo el año.
Y pienso más, si pudiera elegir… No importa, no sentiré nada; pero yo no quiero acabar en un nicho o con una gruesa losa de piedra que evite que me pueda escapar.
Ojalá me enterraran a los pies del ángel triste, mi amigo… Pobre amigo.
Un epitafio, es tan fácil buscar uno, hay tantas genialidades que escribir, pero ahora uno (ya lo cambiaré mi próxima visita): “Pues tampoco ha sido para tanto”.


Me gusta el ruido de la gravilla, le da cierta elegancia a mi cojera y hace más útil el bastón, el sol me da en la espalda y es como si me empujara, como si me echara de aquí, no somos bienvenidos los vivos, somos la envidia del cementerio.
Y ni envidia son capaces de sentir.
Hasta pronto, Angel Triste.
Buen sexo.


Iconoclasta

15 de enero de 2007

Amantes

Amantes

1

Raquel se convirtió en su vida, su deseo, su ansia.
Sin Raquel moriría. Y por ella moría día a día, agotado, consumido.
Ella lo amaba tanto que él le daba toda su fuerza, su vitalidad. Era una relación destructiva.
Iván sólo vivía para ella, sus pensamientos se centraban en ella.
Era todo tan difícil ahora...
No debería haber ocurrido así. No debería haber llegado a ese grado de amor, de deseo.
O al menos nunca lo hubiera imaginado.
Pero todo estaba controlado y planeado.
El apenas podía más que dejarse llevar.
Era insano para ambos; una lenta agonía en la cual él moría de amor.

Cuando llegaba a casa de Raquel, ella se apretaba fuertemente contra él, le hacía sentir su voluptuosidad, sus senos erectos presionaban su pecho y su alma. Y él cogía su mano y la llevaba a su miembro duro, a ella le encantaba saber como respondía a su sensualidad innata; el esfuerzo de sacar el pene erecto y duro del interior del pantalón. Le gustaba apretarlo con el puño y sacarlo de allí para arrodillarse ante él.
Y él mantenía un ebrio equilibrio cuando la boca de ella lo acariciaba así.
Y no podía dejar de morir, pequeños hálitos de vida escapan por su pene con cada succión de esa boca cálida y húmeda.
Y ella se hacía más hermosa.
Raquel, tantos años tras ella y ahora...
Sintió que eyacularía, las uñas rojas y largas, rozaban con exquisito descaro sus testículos.
Y él la tiró en el suelo, boca abajo para luego alzar sus nalgas.
Y penetró así a Raquel, sintió como su vagina caliente y viscosa lo tragaba. Era una caída libre y directa al placer. Era el lento suicidio de él.
La meta de ella.
Ella jadeaba, movía su cintura con él apresado en su interior. Iván desfallecía.
Luego un descanso allá donde se amaron, en el mismo suelo del recibidor, unas risas y conversaciones banales de un día como tantos otros.

Raquel dormía durante media hora después de cada coito, se dormía ondulando su vientre, favoreciendo que el semen penetrara profundamente en ella. Ella aseguraba tomar anticonceptivos. Parian sabía que no era cierto, cuando ella dormía o se alejaba de ella y liberaba su mente de esa esclavitud de amor, la mente de Parian trabajaba con lógica y efectividad.
Las tres semanas se habían convertido en 25 años.
Tanto se llegaron a conocer en ese breve tiempo que el tiempo se dilató en sus mentes.
La mentira no pesaba, carecía de importancia. No importaban ya dos siglos de mentiras en la mente de Parian; el amor lo oculta y perdona todo con su manto rojo y viscoso. Porque ella nunca sabrá que la mintió. Todo es amor y deseo, la verdad o la mentira son simples accesorios ornamentales cuando el deseo lo invade y lo oscurece todo alrededor.
O tal vez si que importa, la ama tanto en esos instantes que se le hace imposible imaginar la vida sin ella. A veces se ha sentido tentado de contarle todo.
Salvarla...
Es la décima vez que eyacula dentro de ella.
El fin está próximo.
Iván la engañaba, le decía que cada día trabajaba en una asesoría legal.
Ella era vendedora en unos grandes almacenes.
Pero él no iba a trabajar, deambulaba por las calles y observaba la vida, la civilización.
Luego, cuando ella terminaba su jornada, él la llamaba para encontrarse.
A la cuarta semana, ya no habría más mentiras. En la cuarta semana, eyacularía en ella por duodécima vez.
El había nacido para este fin.

Iván registra por enésima vez el piso, un piso enorme, de 6 habitaciones en la zona alta de la ciudad. Algo impensable para una vendedora en esta civilización.
No hay nada que cuente una historia de Raquel. Epecta no tiene apenas historia. Toda su historia son retazos de conquistas y de una sensualidad letal. Es una reproductora-colonizadora.
En su bolso, disimulado en el forro se encuentra el módulo de comunicaciones y transporte. Se siente tentado de destrozarlo.
Su doble conciencia lo impide. Hay una conciencia inferior controlando sus emociones primarias, hay un código que le permite sufrir hasta casi su propia destrucción por cumplir la misión. No se lo permite, no hay permisibilidad alguna, está obligado. No hay opción. No es libre.
Y mientras la cafetera destilaba café, Epecta-Raquel respiraba profundamente, adormecida aún en el suelo.
Era preciosa.
Y a Parian-Iván le asaltaban imágenes de seres como él asesinados; devorados en vida por los machos de Leptori, el planeta enemigo. El que casi acaba con la vida de Crisalis.
Eso pasó hace más de un milenio. Los leptoritas tienen un instinto colonizador innato y se alimentan de ellos mismos si es preciso. Su afán consiste en colonizar planetas, sentirse poderosos.
Parian es un crisalita cazador. Es un mutante producto de una avanzada tecnología genética que nació del profundo odio que sienten los crisalitas hacia los leptoritas. Crisalis nunca permitirá que los leptoritas se extiendan por el universo; si ello sucediera, Crisalis no podría sobrevivir por segunda vez.
Aprendieron muriendo.
Raquel es una leptorita. Su nombre real es Epecta.
Y debe engendrar hijos en todos los planetas azules que le han sido asignados. Ha de parir dos hembras y cinco machos en cada región importante del planeta. Lo suficiente para que la ferocidad y el poder reproductor arruine la vida autóctona. En poco tiempo se habrán multiplicado en progresión geométrica. Las hembras leptoritas pueden reproducirse con cualquier especie conocida. Los machos sólo pueden reproducirse con sus hembras.
Epecta (y todas las reproductoras-colonizadoras), precisa 12 eyaculaciones para poder engendrar otro ser en unas escasas dos semanas. El macho que ha elegido como fertilizante, será literalmente corroído por los líquidos internos de ella en el último coito.
Dejará a su hijo en cualquier entidad u organismo que lo acoja y con la ayuda de sus mandos en Leptori, adquirirá nuevas credenciales, dinero, vida y trabajo con una simple operación informática.
En cada región elegida no permanecerá más de año y medio.
Es por ello que ha tardado más de 200 años en viajes lumínicos en el universo profundo para encontrarla.
200 años preparado para un enfrentamiento abierto, una lucha... Y todo ha sido tan distinto...
Nada de lo que él imaginaba se había asemejado a lo que estaba ocurriendo.
Parian no precisó entrenamiento para su misión, tan sólo dejarse guiar por sus instintos. Sus mandos se limitaron a enviarlo a través del cosmos como un simple haz de luz. No le explicaron que hacer con ella. Le explicaron que era importante que no fuera consciente de su misión ni su forma de actuar. Que su cerebro, su segunda conciencia se iría abriendo y mostrándole lo que debía hacer como si de un instinto básico se tratara. Las leptoritas son seres letales cuando su vida está en peligro, cuando presienten la amenaza. Tienen un poderoso poder telepático y el cazador debe ser ignorante de sí mismo si pretende cumplir su misión.
Parian teme a su conciencia, a lo que va descubriendo, lo que nace de su interior.
Su amor por ella continúa intacto a pesar de todo y no sabe que desenlace tendrá.
El moriría por Epecta. Ella moriría por él.
Está convencido.

Raquel se desespereza en el suelo y se acaricia el pubis mirando a los ojos de Iván.
-He preparado café, Raquel.
-Eres un cielo.
-¿Por qué no vienes a vivir conmigo, Iván? Estoy segura de que saldrá bien, llevamos tres semanas así y sé que es pronto pero; somos adultos, pruébalo un par de semanas. Te quiero tener todas las horas posibles cerca. No me dejes sola cada día.
-Tal vez más adelante, Raquel. Démonos algo más de tiempo. Conozcámonos un poco más. Yo también te amo pero; necesito un poco más de tiempo.
Raquel se incorporó desnuda y le tomó la taza de café.
-¿Cómo ha ido el trabajo hoy?

Algo imperceptible ocurrió en la mirada de Iván, pareció evaporarse la vida de sus ojos durante una milésima de segundo. Toda su conciencia se retrajo al interior y sus labios respondieron.

-He conseguido un importante contrato para auditar una gran empresa. Ha sido un buen día, de los mejores.

Raquel lo observó atenta y sus labios se fruncieron en un imperceptible esfuerzo. La supervivencia en ella era tan apabullante como su sensualidad, como su capacidad de destrozar a un macho de puro deseo.
Iván se sintió a salvo, su doble conciencia funcionaba. En estos momentos era cuando su amor por ella se disipaba y le dejaba respirar. Era la liberación de una condena. Cuando su conciencia enamorada se relajaba y daba paso a un ser de sentimientos calmos.
Morir de amor por ella era tan duro...
¿Qué ocurrirá dentro de una semana? E Iván continuaba hablando, testigo de si mismo mientras su conciencia, la otra lo mantenía vivo, a salvo de Epecta.
¿Cuál sería la dominante? Estar loco y ser consciente de ello no es una buena forma de vagar por el universo. No es forma de vivir.

-Lo peor de esto es que me tendrá ocupado durante la semana que viene hasta muy tarde y no sé si podremos vernos tan a menudo. Nos han dado un plazo muy corto para presentar el plan auditor.
Raquel frunció el ceño.
-Te compensaré, mi vida. – le dijo mientras la besaba, la bebía.

Cuando hubieron cenado, bien entrada la medianoche, Iván se despidió de Raquel.
-Mañana aunque no pueda venir, te llamo.
-Haz lo que puedas por venir, Iván.

2

Cuando Parian salió a la calle lo envolvió un ambiente cálido, su cuerpo se había habituado a la temperatura acondicionada del piso de Raquel.
Y aún así, se sintió más relajado. Sintió que podía respirar mejor. Que su mente se mantenía tranquila y clara.
Y decidió caminar hasta su piso, se hallaba en el otro extremo de la ciudad. Se encontraba en Barcelona, en el barrio de Sarriá. Tal vez, dos horas de camino hasta su guarida.
El vivía en la zona de Virrey Amat, en el barrio de Porta, un distrito mucho más humilde y superpoblado. Un barrio ideal para seres anónimos que precisan realizar cosas secretas.
Pero tenía tiempo para caminar y se sentía bien sin la presencia de Raquel. Sin ese amor asesino.
Y sus sueños... No recuerda haber soñado en muchos años. Sus sueños son extrañas instrucciones que se repiten, imágenes violentas y sensuales. Seres como él decapitados y devorados por insectoides de piel brillante y dura.
No le gusta dormir, necesita estar muy cansado para quedar dormido y no temer al sueño.
Para no temer a esa conciencia ajena a él que le implantaron en algún momento de su génesis.
¿Ajena? Ya no lo sabe.
Hace apenas dos meses convencionales, que consiguieron la posición planetaria de Epecta gracias a los datos informáticos que pudieron interceptar; esos datos que darían nombre, vida, y dinero a Raquel. Un día más tarde localizaron la región aproximada.
El trabajar en esta civilización era voluntad de ella. Una forma de conocer mejor este mundo.
Encontrarla requirió 2 semanas buscando su aura metálica entre miles de seres extraños y parecidos entre si. No consiguieron más que identificar la región y se basaron en la preferencia de Epecta por los grandes núcleos urbanos para situar allí la guarida de Parian como cuartel de operaciones.
Los crisalitas pueden ver el aura que rodea a los seres vivientes. El aura de un leptorita es opaca y metálica, de color bronce. Destaca entre todas las auras translúcidas de los seres de este planeta.
Durante tres semanas recorrió calles y edificios buscando el aura leptorita, sus ojos estaban cansados, las lentillas que ocultaban su color amarillo constituyeron una tortura hasta que se adaptó a ellas.
Fue en las tiendas de esos grandes almacenes donde vio su aura, ella atendía a una hembra humana, le mostraba prendas de vestir.

El se acercó a ella.
-Eres hermosa...
Ella clavó sus ojos en él, primero fueron fríos como un metal.
En unos segundos se dulcificaron. Sus ojos llameaban de admiración.
-Y tú también.

Parian quedó perdidamente enamorado de ella en ese mismo instante.
Y ella se enamoró con una fuerza violenta, se enamoró de él como si fuera el último macho del universo. El amor de ella eran descargas eléctricas que destrozaban el corazón de Parian.
El amor de Epecta era verdadero, algo que surgía de su naturaleza y no dejaba lugar a dudas de su sinceridad.
Un animal nacido para enamorar.
Mortalmente erótica.

Un aire fresco le animó a caminar más deprisa por las pequeñas calles oscuras y sin vida en la madrugada.
Su transmisor vibró, se desnudó de cintura para arriba en el oscuro portal de un edificio, presionó la cicatriz que había en su axila izquierda y entre coágulos de sangre sacó el aparato.
Era un aviso de sus mandos, una pequeña hembra había sido abandonada hace 6 semanas en un orfanato. Casi con toda seguridad era una hija de Epecta. Debía matarla.
La institución se encontraba a 60 Km de la ciudad y debía dirigirse allí en la próxima mañana.
Parian acudió a un cajero electrónico insertó una tarjeta de comunicaciones y dentro del bolsillo del pantalón, evitando la cámara de seguridad, accionó su transmisor.
El cajero dispensó 900 €.
Llegó a su piso vacío y se estiró en el suelo. Eran las 4 de la madrugada.


3

Sus ojos se cerraron al instante y no soñó.
A las 10:00 despertó y conectó el ordenador portátil y la impresora.
Unos documentos comenzaron a imprimirse. Eran los papeles de adopción para sacar a la pequeña hembra del orfanato. Estaban redactados por importantes autoridades de la región.
Un e-mail dirigido al director del orfanato, haría las cosas más fáciles.
Parian se dirigió a la estación de metro para enlazar con un tren que lo llevara a la población donde se encontraba el orfanato. En una bolsa de deporte llevaba todo lo necesario para la misión.
El lenguaje de los terráqueos en esta región era claro, pero sus sonidos se hacían extrañamente agudos, incómodos a sus oídos.
Agradecía el ruido del tren que amortiguaba las penetrantes voces.
Cerró los ojos y se dejó arrastrar por el estruendo de las vías.
Llegó a la estación de destino al cabo de poco más de una hora.
Un taxi lo llevó hasta el orfanato y quedó en espera tal y como Parian le indicó, dejando en el interior la bolsa de deporte.
Parian se dirigió al despacho de dirección donde presentó los documentos al director.
El director se encontraba evidentemente nervioso por la importancia de las autoridades que firmaban el documento.

-Sr. Somosaguas, es una niña preciosa, debe tener casi dos meses, no tenemos ni una sola pista de su identidad, ni siquiera sabemos su nombre. La hemos registrado como Rebeca.
-¿Está sana? –le preguntó Parian sin atisbo de cordialidad.
-Desde luego, un poco baja de peso para su edad pero; goza de una perfecta salud.
-¿Y su esposa? – preguntó el director.
-Se halla de viaje en Alemania no ha tenido tiempo de llegar; recibimos ayer la notificación; ahora mismo ya debe estar en el avión y espero llegar pronto a casa con la niña. No sabe que he venido a por ella. Quiero darle una sorpresa.

Parian extrajo un sobre del bolsillo interior de su americana.
-Es una aportación para el orfanato, sé que lo empleará de la mejor forma posible.
El director, al abrir el sobre exhibió una gran sonrisa que iluminó su cara triste e indolente.
-Sr. Somosaguas, es usted una persona muy generosa. Le estamos agradecidos por ello.
Una mujer entró con el bebé en brazos, envuelto en una toquilla azul y blanca.
-Esta es Rebeca, su hija. Estoy seguro de que será una niña afortunada con ustedes como padres.

Iván cogió al bebe en brazos con evidente nerviosismo.
El aura de bronce le daba un aspecto sagrado. Un ser tan pequeño e indefenso...
Sintió que pesaba un quintal en sus brazos.
El director sonreía complacidamente.
Se despidieron e Iván salió del edificio con la niña cubierta por la toquilla.
Entró en el taxi y nombró la estación de tren como destino.
Dentro del taxi y ocultando lo que pudo a la niña, cogió la pequeña cabeza y la giró hasta que notó el chasquido de las vértebras al partirse.
Notó en sus manos como el cuerpo del bebé se relajaba y perdía la tensión muscular. Como un muñeco de trapo.
El semblante de Parian era tranquilo, incluso sonreía cuando el taxista lo observaba por el retrovisor.
En su interior no podía evitar sentir una profunda náusea, un deseo incontrolado por sacarse de encima el cadáver de aquella niña.
La maldita conciencia oculta lo invadió, actuando contra sus sentimientos. El crujido de las vértebras y la lasitud que al momento se apoderó de aquel pequeño cuerpo se quedaron grabadas a fuego muy dentro de él.
El taxista hablaba del maldito bochorno que hacía.
Cuando el taxi cruzaba una zona de densos pinares, Iván le pidió que se detuviera.

-La niña... Me temo que le he de cambiar el pañal.
-No se preocupe, aquí podemos parar sin peligro.

El taxi redujo la velocidad y entró en una pineda a través de un pequeño e irregular sendero para situar el vehículo a la sombra de los árboles.
Cuando el taxi se detuvo, Iván abrió la bolsa de deporte y sacó de su interior una pistola. Lanzó el cadáver de la niña por la ventanilla abierta y apoyó el cañón del arma en la cabeza del taxista. Huesos y cerebro de la cabeza del hombre hicieron opaca la luna delantera.
Rebuscó en el interior de la bolsa y extrajo un cuchillo de entre la ropa.
Amputó el pulgar del bebé y con rapidez, introdujo el transductor de un emisor de frecuencias en el tuétano del hueso, aseguró que se mantuviera firme con cinta adhesiva.
El emisor comenzó a emitir pulsaciones como las que un corazón produciría.
A las crías, las reproductoras les inoculan un chip que monitoriza su corazón y así saber si sus hijos siguen vivos. Si la madre supiera de la muerte de su hija, todo se acabaría, se evaporaría con su módulo de transporte y debería volver a buscarla a través del espacio y los planetas. A estas alturas, no podía fallar la misión.
Aunque había otra opción: debería enfrentarse abiertamente a ella, cosa que no sería discreta ni fácil y mantendría alerta al resto de reproductoras dificultando así su localización.
Parian no sabe quienes son, pero hay 10 cazadores más en el planeta. Ellos podrían correr peligro también.
Besó la frente de la niña antes de rociarla con gasolina y meterla en el taxi.
Condujo el vehículo hasta lo más profundo de la pineda, hasta que no se pudo observar desde la carretera; y le prendió fuego.
Comenzó a correr con la bolsa en bandolera hasta alejarse casi un par de kilómetros del incendio que provocó.
Se cambió de ropa y atravesando un par de campos de cultivo, apareció en un barrio del pueblo.
Llegó al cabo de veinte minutos a la estación y tomó el tren de vuelta.
En la oscuridad del piso se quitó las lentillas, se desnudó y se duchó. Pegó la espalda a la pared dejándose deslizar; cansado. Sus ojos amarillos lloraron mientras se frotaba las manos nerviosamente.
No podría volver a hacer aquello.
Pero si que podría, lo haría tantas veces como fuera necesario. Era su naturaleza.
Si Epecta era la cara de la moneda, él era la cruz.
La cruz asesina...
En algún momento de su tormento interior, el cerebro creó y liberó alguna enzima que lo aplacó y relajó hasta dejarlo sumido en una profunda inconsciencia.
Pasaron tres días desde que viera a Raquel por última vez.
El pulgar de la pequeña Rebeca, se flexionaba macabramente vivo en el fondo de la bolsa de deporte, estimulado por el emisor de frecuencias. Enviando falsas señales de vida a un planeta lejano y voraz. Durante las 48 horas no había cesado el rítmico movimiento del pulgar que continuó latiendo, creando un penetrante sonido a roce de tela; era obsesivo. Un sonido que asociaba al crujido de sus vértebras cuando giró aquella cabeza inocente.
Y la 4ª semana comenzó.


4

Llamó a Raquel desde una cabina telefónica.
-Raquel, hoy nos vemos sobre las 22:30 ¿te parece?
-Prepararé la cena, Iván.

Al abrir la puerta, Raquel se lanzó a los brazos de Iván. Le besó como si hubieran pasado años.
Y él comenzó a sentir ese amor angustioso y enfermizo, su propio amor emergió en la conciencia invadiéndolo todo por ella.

-¿Cuánto tiempo has de continuar con ese informe? ¿Cuánto tiempo he de esperar para que vengas a vivir conmigo?
Te necesito, Iván. –le dijo Raquel durante la cena.

Iván comía con verdadero placer el mousse de chocolate cuando Raquel se metió bajo la mesa con una sonrisa traviesa y oprimió sus genitales con dulzura, se reía como una cría contagiándolo. Bajó la cremallera del pantalón y sus uñas rozaron su pene; lo notó crecer oprimido ente los dedos de ella; en su lengua fresca que dejaba caer hilos de saliva en su pubis. Estaba hambrienta, con su lengua rozaba apenas su glande, lo obligaba a seguirla. Iván lanzó su cadera hacia adelante buscando el contacto total de la lengua. Pero ella se retiraba para evitarlo, para excitarlo furiosamente.
Iván sentía como si su pene se extendiera buscándola.
Raquel salió de debajo de la mesa y se dirigió a la cocina, y allí se subió la falda dejando ver su sexo, su pubis poblado. Su vulva dilatada, abierta.
Y se dio la vuelta, abrió sus piernas y le ofreció las nalgas.
Iván se lanzó a ella, y lamió su sexo y su ano entre gemidos sensuales y excitantes. Raquel se convulsionaba entre su lengua.
Sus fluidos eran dulces y viscosos, y el pene de Iván latía como otro corazón más.
Cuando la penetró, ella lanzó un pequeño grito y sacó más las nalgas para facilitar una penetración profunda.
El sentía cada vibración de ella. Se aferraba a sus pechos dejando profundas marcas en ellos.
Raquel se sujetaba el vientre como si con ello pudiera frenar aquello que la invadía por dentro.
Comenzó a gemir más profundamente, un pequeño orgasmo, luego otro más profundo y otro más que provocó que el pene se saliera por la brusquedad de sus movimientos convulsos.
Iván volvió a penetrarla sintiendo como el semen se precipitaba, eyaculó empujando salvajemente, haciéndole daño contra el mueble.
Y ella gritaba que quería más, que la inundara con su leche.
Tan sólo fue un microsegundo, cuando el semen se liberó, en la nuca de Raquel asomaron vellos cortos, duros y negros. Como los del abdomen de una abeja.
Su conciencia se retrajo aún más y al momento olvidó aquella visión. Y continuó inseminando su semen dentro de ella contrayendo fuertemente las nalgas con un orgasmo largo y agotador.

-Iván, te amo. Te deseo tanto, mi tesoro...
Y se recostó en el suelo de la cocina moviendo imperceptiblemente su vientre. Cerrando los ojos con una dulzura imposible de soportar.

Iván con el pene aún goteando semen la miraba fascinado. Disipando las oleadas de placer y amor que le poseyeron. Diluyendo con la inconsciencia de ella ese deseo que parecía extraerle la vida con cada acto.
“Una vez más...” pensó fugazmente, muy dentro de si; tan profundamente, que bien hubiera podido ser otro personaje.
Se fijó detenidamente en el vientre de Epecta, ondulándose, llamando al placer.
Unos gruesos vellos parecían salir a través de su piel blanca. Como los que aparecieron en su nuca. Ella los acariciaba, parecían duros y hostiles.
Un insulto a un cuerpo tan hermoso.
Repugnante...
Raquel comenzó a desperezarse en el suelo e Iván acudió a ella con el mousse de chocolate y allí en el suelo le ofreció de su dedo.
Y ella lamía encantada aquel dulzor.
Acabaron la velada viendo una película, sin verla. Hablando del trabajo, del traslado de Iván al piso de Raquel. De pequeños cotilleos del ámbito cotidiano.
De las cosas que hablaban los seres de esa civilización.
Iván se despidió bien entrada la madrugada.
A medida que se alejaba de Epecta, su mente se relajaba, su cuerpo se distendía y una deliciosa sensación de estar consigo mismo le embargaba.
Unos momentos para pensar en si mismo.
Hace tanto tiempo que no evoca sus recuerdos.
Recuerdos...
¿Qué recuerdos?
El fue un joven crisalita que reía y sus padres...
No hay padres, sólo una micropipeta que lo transportó al óvulo de un útero artificial.
Tampoco risas…
No hay recuerdo alguno. Sólo un vacío.
Parian caminaba en la noche como lo hacen los vagabundos, sin ganas de vivir, sólo consumiendo energía sin fin alguno.
Una profunda depresión se estaba apoderando de él. No había recuerdos de amor, de risa. De Crisalis sólo recuerda el sol azul. La vegetación roja y el agua gris.
Vio ese mundo a través del cristal de un laboratorio, apoyó en él la mano y su mente infantil enfocó una mano adulta.
Su creador sin rostro. ¿Era un recuerdo real?
Se sentía vacío, una mierda…
Se sentó derrotado en un banco intentado entrelazar imágenes y crear el guión de su vida.
Un intenso dolor de cabeza se apoderó de él. Se estiró con las piernas plegadas y las manos sujetando la cabeza. En Crisalis, su creador, un ingeniero genético; analizaba sus ondas psíquicas y mediante una instrucción informática, corrigió aquel desarreglo de la conciencia.
Parian se relajó y las imágenes que se esforzaba por conservar se fueron haciendo humo.
Pasaron unos minutos en los que Parian se encontró desorientado. Minutos después emprendía el camino pensando en su misión e intentando imaginar en cómo la llevaría a cabo. Aquello era lo único que importaba.
No pensó en que nunca fue niño.
Se sentó frente al ordenador.
Se le comunicaba que dentro de 3 días debía acabar el proceso de fertilización de Epecta.
El dedo bebé continuaba latiendo en la bolsa.
De algún modo se durmió y volvió a ver las imágenes de los crisalitas devorados por enormes cíclopes de dientes afilados. Visualizó niños y adultos desmembrados en un baño de sangre.
Una hembra leptorita sacaba con sus pezuñas un hijo del interior de su abdomen, sentada sobre el pecho abierto de un crisalita.
Al bebé lo comenzó alimentar y le daba a chupar el dedo manchado con la sangre de la víctima.
Parian desintegró la cabeza de la madre con una bombardeadora plásmica.
Al bebé lo decapitó con un haz de láser frío.
Colgó la cabeza de su cinturón y...
Parian despertó con el corazón desbocado. Con las sienes latiendo dolorosamente. Sus retinas aún apresaban la luz azul que emitía el sol de Crisalis.
La cabeza del bebé leptorita parecía oscilar en su cadera y llevó la mano allí para encontrar nada.
Eso ocurrió hace mil años.
Y sin embargo, eran sueños tan cercanos...
Vivir para matar hembras reproductoras y sus crías era algo que requería una ausencia de sensibilidad y conciencia que no es habitual entre los crisalitas. Parian es un monstruo entre sus semejantes.

5

Epecta observa detenidamente su reflejo en el espejo, está desnuda en el baño. Se acaricia el vientre y cierra los ojos evocando con placer el sexo gozado. El amor que siente por el semen de Iván la lleva a un momento de éxtasis.
Un leve picor en el vientre y las uñas lo calman suavemente... El picor va en aumento y con las uñas ejerce una mayor presión.
Epecta está deseando la última cópula, la que fertilizará su duodécimo óvulo, el que acabará dando forma a un embrión hembra.
El picor, como otras veces va en aumento. Los once óvulos fertilizados en sus dos úteros se han hinchado, están madurando y han elevado la producción hormonal.
En su rostro, la molestia ha formado un rictus de malestar en sus labios.
Y las uñas acaban ulcerando el vientre con saña. Bajo la piel aparecen las púas de su vientre, su protección contra otros predadores.
De un fuerte tirón desprende toda la piel del vientre y su negro abdomen pulsante de insecto, se muestra en todo su esplendor.
Epecta emite un chirrido agudo apenas imperceptible para los humanos y estirándose en el suelo, reptando con la ayuda de los brazos, roza su vientre contra el frío suelo dando consuelo a la picazón.
Cuando por fin queda dormida, la piel rosada de su cintura se estira cubriendo el negro abdomen.
Epecta sueña con su macho y ser penetrada en lo más profundo de su ser.
En amarlo hasta la muerte. Hasta que Iván, con su último suspiro deposite en ella su preciado semen.

Iván escribía en el ordenador su bitácora del día anterior, cada día emitía un informe para sus mandos. Cada día ocultaba sus angustias y sus carencias para dar impersonalidad al informe ¿o tal vez era esa segunda conciencia de su mente dual la que se encargaba de redactar el informe?

Quedó en silencio, pausando la respiración. Algo no iba bien.
Los movimientos del pulgar de Rebeca habían cesado.
Con rapidez se lanzó a la bolsa de deporte y sacó el dedo y el emisor de frecuencia.
Se había descompuesto la carne y apestaba pero; lo peor es que el electrodo del túetano se había desprendido y dejó de provocar las frecuencias en el dedo.
Con torpe celeridad consiguió volver a conectar el electrodo y el podrido dedo comenzó su lento palpitar.
Un mensaje de alarma apareció en la pantalla del ordenador.
“Parian, ahora es tarde, posiblemente la hembra reproductora ya es consciente de la muerte de su hija. Desconecte inmediatamente el emisor para que no llegue hasta ti siguiendo el rastro de la frecuencia.” El mensaje lucía con rápidas intermitencias de peligro.
Parian desconectó el emisor y lanzó al cubo de basura el dedo.
El mensaje proseguía.
“Manténgase alerta ante un ataque inminente de la reproductora.”
Parian se dirigió a los grandes almacenes situados en un extremo de la Avenida Diagonal, su mente se mantuvo tensa durante todo el trayecto, observando las auras, escrutando miradas y roces. El metro era un medio de transporte confuso e incómodo. Pero era rápido para moverse por la deprimente y artificial ciudad.
Desde una distancia prudencial pudo ver a Epecta trabajando, nada en su actitud hacía pensar que supiera de de la muerte de Rebeca.
Epecta dirigió la mirada hacia donde hace unos segundos se hallaba Iván. Tan solo un maniquí vestido con una combinanción roja le devolvió una mirada muerta.
Epecta se acarició el vientre y pensó en Iván y en amarlo hasta morir.
Hasta que él muriera.

Parian se dirigió al puerto, a respirar el aire salado del mar, era uno de sus sitios preferidos en esta ciudad. Barcelona era apabullante en su caos urbanístico, en su tráfico, en la gente que se agolpaba en las grandes superficies comerciales.
Pero muy cerca del mar, no había nadie.
No había nadie que disfrutara ya de aquel olor, la gente se sentaba en las terrazas de los bares o en los bancos del paseo para observar a otros congéneres suyos.
Nadie permanecía de pie durante horas y horas, oyendo y oliendo el mar.
Si Epecta no sabía aún de la muerte de su hija, lo sabría muy pronto, y eso requería adelantar la cópula si era posible hacerlo.
Al atardecer, Parian comió un bocadillo frío que compró en una panadería y volvió a meterse en el metro. Dirección Horta. Cuando llegó a Virrey Amat, enfiló el paseo Fabra i Puig. En una de aquellas calles paralelas y estrechas, se hallaba su piso.
Epecta sin embargo, eligió una de las zonas más altas de Barcelona. Su enorme piso se hallaba en Sarriá, donde debía enlazar con los ferrocarriles catalanes para llegar hasta ella cuando usaba el transporte público.
Una zona mucho más triste y muerta durante los días festivos, no había vida nocturna en aquella zona.
La gente era mucho más silenciosa y temerosa de la noche.
Desde un primer momento, aquella zona de la ciudad le pareció deprimente.
Pero Epecta era un ser que amaba el bienestar y la ostentación. Su belleza aristocrática la convertía en un habitante ideal de aquel lugar.
Parian subía las escaleras hacia el segundo piso. Era un edificio de 4 pisos de altura. Las luces eran tenues para evitar un excesivo consumo y en los rellanos se creaban zonas de penumbra que él escrutaba de una forma instintiva.
Cuando llegó a su piso, vio un reflejo plateado en el rellano superior, un destello.
Mirando atrás continuamente comenzó a accionar la cerradura con la llave y en el momento en que cerraba la puerta, oyó como alguien llamaba al timbre de la puerta de un piso que se hallaba al final del corredor.

-Estamos promocionando un nuevo producto de telefonía en la zona y... –recitó una voz de acento sudamericano.

Imaginó durante un segundo que Epecta estaba allí, que había conseguido rastrear la segunda señal que él torpemente volvió a emitir cuando se dio cuenta del fallo del emisor.
Sonó el timbre de la puerta y miró por la mirilla.

Era la comercial que había oído llamar a la puerta vecina.
-¿Qué quiere?– preguntó alzando la voz sin abrir la puerta.
-Quisiera informarle de un nuevo producto de telefonía que estamos promocionando por la zona.
-No me interesa.
-Muy bien señor ¿pero al menos le podría dejar el folleto explicativo?

Parian abrió la puerta y no hizo caso alguno del folleto que le invitaba a coger aquella mujer.
Su aura bronce era inconfundible, era otra reproductora.
Algo casi inimaginable.
Súbitamente, ella le empujó hacia adentro y cerró tras de si la puerta.
-Has matado a mi hija, crisalita. No volverás a matar a ningún hijo de Leptori.
Parian corrió hacia el salón y a punto de alcanzar la maleta sintió su hombro derecho reventar.
El brazo de la reproductora se había transformado en una pezuña afilada y dura que se clavó como una lanza.
Los ojos de Parian adquirieron un matiz frío y el dolor desapareció.
Con la pezuña de la reproductora clavada en su hombro y arrastrándola, alcanzó la maleta abierta y pudo asir el mango de un seccionador de queratina. Era la única forma de poder rasgar el exoesqueleto queratinoso de las leptoritas.
Accionó un pequeño mando oculto en el mango y la cuchilla comenzó a oscilar rápidamente entrando y saliendo del mango. En apenas un segundo, adquirió un color blanco intenso de temperatura.
La reproductora alzaba la otra pezuña en la que se convirtió su brazo derecho para asestar otro golpe en la cabeza de Parian.
Parian forzó su cuerpo a un lado retorciendo así la extremidad de la reproductora y provocó que perdiera el equilibrio. La pezuña alzada golpeó el suelo a pocos centímetros del cráneo de Parian.
Pasó el seccionador a la mano izquierda y dislocando el hombro, consiguió poner en contacto el filo del seccionador con la queratinosa coraza de la pezuña que le inmovilizaba.
El corte fue casi instantáneo y el agudo chirrido de dolor que emitió la reproductora pareció reventarle los tímpanos.
Pero sólo él y los perros podían oír el lamento infernal de ese ser.
Se incorporó rápidamente ignorando el dolor y pasó el filo por la parte más estrecha y aguda de la otra pezuña y ésta calló al suelo ensuciando el suelo con una hedionda sangre.
El abdomen de la hembra se expandió rasgando la cubierta de piel humana.
En su vientre estaba madurando otra criatura. Un macho a juzgar por el volumen. Sus extremidades amputadas habían dejado de sangrar y una masa blanda de queratina estaba regenerando los órganos amputados.
-Enviaré tus restos a Crisalis yo misma.
La piel de sus piernas se estaba rasgando allá por donde presionaban las erizadas púas del exoesqueleto.
Parian se lanzó a su vientre y la reproductora desvió el ataque con sus brazos, lanzándolo contra una pared.
Parian arrancó la pezuña incrustada en su brazo, alcanzó la maleta de nuevo y extrajo lo que parecía ser una linterna.
Se trataba de un haz láser frío.
Se lanzó a la carrera contra la leptorita, ésta había mudado su cabeza y parecía una enorme y peligrosa mantis religiosa. Sus ojos asesinos y predadores lo seguían con inteligencia, sus fauces se movían provocando chirridos y los pechos humanos comenzaron a desprenderse.
Parian se lanzó a su cuello tras conseguir situarse a su espalda y el haz láser separó limpiamente la cabeza del tronco.
El cuerpo se movía con fuertes convulsiones golpeando con fuerza el piso y las paredes.

Los vecinos llamaron a su puerta.
-¿Qué coño está haciendo ahí? Llamaremos a la policía.

Parian no respondió, el cuerpo cesó sus movimientos espasmódicos y aferró la cabeza decapitada que aún movía sus fauces peligrosamente.
El cuerpo de Parian se hallaba en estado de shock y los huesos del hombro salían astillados a través del músculo. Un reguero de sangre dejaba tras de si cuando se dirigía a colocar el emisor de frecuencias en la cabeza que llevaba en las manos.
Las fauces se movían levemente y cuando consiguió conectar el emisor al muñón, estas comenzaron a chirriar de nuevo.
Las reproductoras también estaban monitorizadas en Leptoris. Pero este tipo de señales tardaban aproximadamente 36 horas en llegar.
Se aseguró que no fallara la conexión del electrodo fijándolo con cinta adhesiva y dejó la cabeza en un rincón del salón.
Un hedor insoportable invadía todo el piso y abrió las ventanas para ventilarlo.
Registró el bolso de la reproductora y extrajo del forro el módulo de comunicación y transporte.
Con la mano izquierda tecleó el informe de lo ocurrido.
No lo hubo acabado cuando un sonido extraño llamó su atención.
Del conducto de la base del abdomen de la reproductora salió con un ruido húmedo una bolsa membranosa que envolvía a un bebé.
Parian cogió la bolsa sin sacar de ella al bebé y lo golpeó contra el suelo hasta que se convirtió en una masa informe de carne y sangre.
Esperaría instrucciones de sus mandos. Pero su cuerpo acusaba la falta de sangre y el dolor a un nivel inconsciente le hizo perder la conciencia, sus ojos se cerraron contra su voluntad y su cuerpo se relajó en la silla. Cayó al suelo.
Se sintió zarandeado, alguien le hablaba.
-Cicatrizarás en 12 horas. Mantente aquí hasta que no quede rastro de herida, Parian. Lamentamos lo ocurrido, esta reproductora no la teníamos identificada. Están mejorando la encriptación de sus comunicaciones.
Sintió como le inyectaban algo doloroso en la base del cráneo.
-Epecta no puede ver tu herida. Debes mantenerte las 12 horas aquí. Te emitiremos una señal para que despiertes. Recuerda, no podrás resistir otro ataque más. Epecta deberá ser neutralizada según tu plan oculto.
El intentaba susurrar algo pero; no podía. Quería irse de allí, ver el sol azul de Crisalis; no amar, no matar.
Las fauces de la cabeza de la reproductora continuaban chirriando al fondo del salón. Rítmicamente. Y no soñó nada en las 12 horas siguientes.

6

Un bip continuo de la pantalla del ordenador lo despertó, el hedor a descomposición le provocó náuseas.
En su hombro aún se notaba la piel magullada. Pero se sentía fuerte y seguro.
Cortó en pedazos el cuerpo de la reproductora y lo metió en bolsas plásticas herméticamente cerradas. Hizo lo mismo con la cabeza pero; con sumo cuidado para que no se desconectara el electrodo insertado.
Ocultó las bolsas en los armarios de la cocina y respiró aire nuevo asomándose a la ventana.
No era un día demasiado caluroso y a las 9 de la mañana el sol no había calentado demasiado esta región de La Tierra.
Un odio profundo hacia los leptoritas nubló su visión.
Y un profundo deseo de despedazar a Epecta ocupó su pensamiento entero.
Como una vaharada de gas venenoso que hinchaba las venas de su cuello.
Hasta que oscureció se mantuvo casi inmóvil en el piso, alimentando un odio ciego, una repulsión que le producía náuseas.
Salió de casa sin llevar nada encima, sin armas. Directo al encuentro con Epecta. A follarla con todo su asco.
Raquel lo recibe vestida con una bata de gasa transparente, su pubis se muestra difuminado por la gasa sutil que lo cubre.
Sus pezones parecen rasgar la tela que rozan.
Iván desciende al infierno de su conciencia esquizofrénica, enferma; para renacer con un deseo animal, furioso.
Raquel es su vida, sin ella no se puede vivir. No se debe vivir.
El coño de Raquel deja una mancha en la tela de la bata cuando ella misma se lleva las manos al sexo para incitar a Iván.
Iván la apresa entre los brazos y la oprime contra si, la estrecha con la fuerza de un amor destructivo. Pecho contra pecho, presionando sus genitales contra el vientre de Raquel, rozándolo.
Iván rasga la gasa y entre finos jirones queda desnuda. Siente como el pulso se acelera y la sangre se agolpa endureciendo el pene; haciéndolo crecer en la misma medida que besa la boca de Raquel.
Amándola a muerte.
Ella lo desnuda de cintura para abajo, con la premura de la pasión; respirando entrecortadamente. Ahogándose con el pene de él profundamente metido hasta la garganta.
Y él embiste arañándose el glande contra sus dientes blancos y risueños. Perfectos. Pequeños arañazos de la delicada piel de su glande dejan rastros de sangre en los dientes de Raquel.
E Iván la eleva y la tumba de espaldas en la mesa del comedor, abre sus piernas y besa sus muslos, muy cerca de su sexo, tan cerca que el aliento de él endurece el clítoris de ella.
Tan cerca que los dedos de él la invaden de golpe, sin dejarla respirar.
Y ella se mueve narcotizada por el placer que siente allí en su coño dilatado y mucoso.
Sus piernas se abren y cierran e Iván las inmoviliza abiertas en alto con sus manos cuando su pene entra con violencia en el coño de Raquel. Ella gime con una mezcla de dolor y placer. Parian se mueve dentro de ella como si fuera su última cópula, deseándola, amándola.
Sabiendo que ha de morir.
Y sin embargo presiona más adentro, presiona hasta que sus testículos se resienten de los golpes, del cadencioso ritmo.
Si le dijera entre los gruñidos de placer lo mucho que la desea, perdería el goce del momento. Y la golpea con dureza en el pubis, para excitarla; para que ella se sienta castigada por ese erotismo que le traga entero.
Que consume su vida.
Tiene el pene tan entumecido que no detecta que unos pequeños tentáculos se han pegado como sanguijuelas a su bálano, pequeñísimos tentáculos que bien podrían ser vellos.
Epecta tensa el interior de su vientre, sabe bien que ahora se avecina la eyaculación y se deshace de todo atisbo de deseo por ese humano, por Iván.
Un doloroso pinchazo lleva a Parian a liberarse de toda esa lujuria que le esclaviza, de ese deseo irrefrenable.
Miles de crisalitas muertos claman venganza en su cerebro;
Parian y Epecta gritan al tiempo en un orgasmo de odio y de supervivencia.
Parian cae al suelo, su pene se ha liberado y ha quedado grotescamente insertado en el sexo de Epecta, que aún aúlla ante un orgasmo asesino.
Y del pene, del muñón ensangrentando comienzan a surgir pequeñas venas que van engordando, creando en el extremo libre peligrosas puntas afiladas.
Epecta grita cuando uno de esos tallos se mete por su vientre ensangrentándola; desesperada por el terror a morir intenta arrancarse de su sexo el pene. No puede, está profundamente anclado.
Parian la observa con la cabeza ladeada, tranquilo y frío. No siente absolutamente nada por ella cuando los otros 16 tallos afilados se filtran por sus bellos y falsos ojos, por su boca tantas veces besada y deseada.
Por sus orejas.
Por su ano siempre dilatado y suave.
El vientre de Epecta se abre dejando caer un bebé ensangrentado y sus chirridos parecen rasgar la estructura del edificio.
Su miedo sólo es equiparable al tormento con el que es desgarrada.
Tres minutos más para que acabe de morir, para asegurar que no hay posibilidad de recuperación.
Parian puede volver a Crisalis.
Escupe sobre los restos de Epecta y de la cicatriz de su costado extrae el comunicador.
-Epecta está muerta.

Su cuerpo se torna traslúcido y se hace luz. Ahora que está libre de la misión los recuerdos llegan claros y lúcidos. Nació de una probeta, pero su hijo le sonríe en algún momento de su vida, le sonríe la cabeza decapitada por un leptorita.
Su mujer llora por él. Su mujer le espera en Crisalis.
Pero de ello hace siglos.
Están muertos; sus viajes en el tiempo los ha matado a todos con su ausencia.
El dolor de los recuerdos se hace insostenible. Su creador, allí en Crisalis modifica algunos parámetros que alivian todo ese dolor en Parian.
Parian llora convirtiéndose en rayo.
Llorando por lo que ha dejado de existir en su vida.
7

Iván se acerca a Georgina, prendido de su belleza, de su aura metálica y opaca.
-Eres preciosa…
-Y tú hermoso.- le respondió.
Iván es un crisalita, Georgina una reproductora leptorita.
Iván/Parian morirá de amor por ella; Georgina es su vida.
Parian es un cazador de reproductoras.
Un cazador eterno y errante.


Fin

Iconoclasta