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21 de abril de 2006

44 años y contando



44 años y contando... Contando que han sido 44 años de fracasos. Nada de lo que deseaba se ha cumplido, bueno si; el escribir. Siempre he deseado escribir, es lo único que está en mi mano. Es lo único que se gesta en mi cabeza sin contaminantes externos.
Nada se ha cumplido, los fracasos han sido caprichosos. No es nada malo, porque los fracasos de algunas de mis voluntades, posiblemente me han llevado a un mejor camino.
Pero no soy tonto, demasiadas veces he rabiado como un animal. Es injusto esto de contar años cuando la fiesta no es como a uno le gustaría.
Cumplí 43 con una pierna rota, ahora 44 con la pierna que ya puede sostener mi peso, andar...
Hay unos nervios en ello, un ansia indescriptible ¿sabéis que tras tanto estar en reposo y sentado, ahora que puedo caminar me siento un traidor a mí mismo cuando me siento? Nací en el año chino del tigre, pero sólo me parezco a él en mi ir y venir en una reducida jaula.
Es como si el hecho de sentarme a escribir estas líneas, fuera una traición a mi vida. Ahora estar sentado y escribir es un acto de sabotaje a mi pierna, a mí mismo.
Perdonad que no haya estado todo lo que debiera, pero han sido unos días de no saberme relajar, de no sentirme a gusto con nada. De andar, de andar más... Terriblemente despacio, sin hacer caso del dolor, de los ruidos de las articulaciones.
Es el ansia desatada después de un año entero de práctica inmovilización. Y tengo un bastón de madera... No es bonito, pero no es una muleta aparatosa de metal frío y goma ortopédica.
Más adelante, si lo continúo necesitando, compraré un bonito bastón como Gala, pero en macho, no os vayáis a pensar que mi sexualidad se ha tornado tolerante o cosas de esas por las que uno sonríe con malicia.
A veces tengo miedo que se rompa la pierna de nuevo, y piso más fuerte para que ello ocurra y no me haga esperar demasiado.
No soy miedoso, sólo impaciente.
Pero dentro de mis mejores fracasos, el mejor con diferencia es este grupo y los que he conocido. Ha sido un tremendo fracaso conocer tantos escritores, o tantos lectores. O tantos humanos que no se sienten del todo a disgusto con lo que a veces escribo.
Un fracaso que me hace sentir afortunado. Suurgiendo de la nada, el Iconoclasta y sin propaganda ha acaparado los mejores escritores y escritoras. Las mejores personas sin más necesidad que el escribir y comunicar miedos y fantasías.
Es la función de escribir.
Besos y abrazos a todos, estoy volviendo poco a poco a la carga. Ya me estoy cansando de caminar... ¡Ja!
Buen sexo.


Iconoclasta

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20 de abril de 2006

Otra vuelta de tuerca

Otra vuelta de tuerca y me muerdo los labios, cuesta un poco girar, acomodarse a un husillo sinfín.
Girar sin llegar a nada ni a nadie.
Vueltas de tuerca. Adelante y atrás.
Y tú a izquierda y derecha.
Es todo tan árido a veces, tan árido como desearte y no tenerte.
Creer es una vana esperanza; creer en ti es una alucinación que me hace levitar en un mundo de atmósfera plomiza.
Debería comerte a besos por toda esa ligereza; vuelos sin motor en torno a tus labios.
Y hundir mis dedos entre el vello de tu pubis, tirar de él con deseo. Sentir tu vientre contraerse y mi ansia desatada.
Arrancarte un gemido prolongado. Mi venganza por todo este amor que me encadena, que me inmoviliza y me ciega a ti misma.
Otra vuelta de tuerca es seguir caminando y esperar que seas tú la que aparezca en cualquier momento, en cualquier lugar.
Soñar… Eres tú, podrías ser tú la que camina allá lejos. No me acercaré, conservaré la esperanza de que seas tú. Porque si no lo fueras, me muero.
Podrían ser tus labios los que ahora mordiera con hambre atávica.
Poder transmitir toda esta desesperanza de no tenerte con un beso hambriento; no llorar, no insultarte por existir y ni siquiera coger tu mano.
Otra vuelta de tuerca y la cabeza me va a estallar, pienso y pienso y pienso…
Duele ser expulsado del paraíso y duele la certeza de que no volveré jamás.
Duelen los besos en el tiempo.
El paraíso… Besar tus pechos prohibidos hasta que tus manos aferren mi cabeza y desees que los aspire.
Y entre la suavidad de tus piernas mi pene arrastrándose, rozándote, buscándote con cada movimiento.
Otra vuelta de tuerca y te penetro. Penetro en tu coño y en tu mente. En tu amor lejano, desintegrando mi hambre de ti.
Fulminando toda esta sed.
Otra vuelta de tuerca, preciosa.
Otra vuelta de tuerca que me haga aterrizar en mi realidad de nuevo, que me cueste un llanto y el reconocimiento de que te deseo tanto que sería peligroso para ti. Que sería capaz de alojarte en este husillo sinfín, de arrancarte del paraíso y obligarte a girar conmigo.
No siempre reconoceré esto, no siempre podré ser sincero y reconocer que te raptaría para llevarte a ningún paraíso. Porque eres mi locura y mi paraíso es extraño y tal vez no lo merezcas. No sé que pasará cuando con otra vuelta de tuerca, me abrace tan fuerte a ti que los dioses sientan necesidad de poner freno a una pasión que ni ellos soñaron.
No les gusta que algo sea más fuerte que ellos.
Otra vuelta de tuerca, cuesta despedirse de ti.
Cuesta dios y ayuda dejar de dar vueltas a la tuerca loca que no llega a ningún sitio.
Sísifos del amor…


Iconoclasta

13 de abril de 2006

Vacaciones semana santa 2006

No es necesario que la semana santa sea calurosa pero; es la gran preocupación de la peña: el tiempo.
Claro que sí, es normal. Porque los hay que para cuatro estúpidos días, vuelan a los lugares más selectos del planeta.
Es precioso viajar, es precioso volver al cabo de casi una semana y pillar a una víctima a la cual enseñar todas y cada una de las estúpidas y aburridas fotos.
Aguantar la torre de Pissa con la mano y con sonrisa de carnero es increíblemente divertido.
No te jode la horterada…

Si llueve es malo (bueno para otros), si no hay sol tampoco mola (a mí sí). Y si hay buena luz pero hace frío, no se lucen a gusto las ortopédicas sandalias de aventura. Ni los pantalones cortos de safari tan bien planchados y con un brillante y nuevo cinturón de piel negra que le da un toque de elegancia al conjunto.
La madre que los parió…

El tiempo ha de ser bonancible también, para que las fotos con las que nos han de joder tras el viaje, sean de un pixelado exceptionel.
Temo a los compradores de viajes a plazos, les temo más que a una vara verde. De ahí mi carismática antipatía, no me junto con según quien.

Cuando paseando con mi podrida pierna, paso frente a una tienda de fotografía y veo toda esa carne encajada allá dentro, me siento como el anticristo llevando el crucifijo en los cojones.
In nómine pater.

La DGT hace una pregunta en un anuncio publicitario e institucional de dramática dureza: ¿Piensa morir estas vacaciones?
Y yo, respondiendo con vehemencia y pasión por el turista hortera, clamo: ¡SI, OJALA QUE SI!
¡Ahh, el sentido del humor! es que me descojono como el negro al que cuelgan en el consabido chiste.

Si no fuera porque soy más pobre que las ratas, no estaría escribiendo este sesudo ensayo. Dicen que el hambre agudiza el ingenio: una mierda. El hambre sólo provoca el vómito; no tiene efectos secundarios milagrosos. Eso sólo lo dicen los millonarios a los que se la pela el hambre.
Bueno, también tiene una propiedad terapéutica: nos mantiene a salvo de gastar el dinero en fotos.
De fotos que no le importan tres cojones a nadie más que a los padres del fotógrafo. Y que tampoco se fíe, el que sean padres no quiere decir que se vayan a sumir en un éxtasis místico porque sus hijos hayan viajado a una selva falsa o a la capital más sobria e insulsa que lo son todas las de la barata Europa del este. Eso sí, tienen unas estatuas cagadas de palomas que te cagas.

Como ya he dicho, por mí pueden llover chuzos de punta, soy sumergible y si me propongo salir a pasear, me la pela lo que el Meteosat diga.

Lo peor del año, son estas primeras vacaciones. La peña está tan salida por olvidarse de sus miserias que no es cuidadosa y lo fotografía todo. Son pocos días y no tienen reflejos para reflexionar en tan poco tiempo. En verano esto no pasa, porque a los 12 días ya están asqueados de todo.
En la semana santa, los turistas son como los perros oliéndose el culo en las colas que se forman para entrar en los lugares más emblemáticos de su destino; cosa que no tiene mérito porque es lo mismo que hacen exactamente cada semana en los hipermercados.
Tras estos días de descontrolado asueto, aguantan otros meses más hasta que llegan las vacaciones de verano o los despiden. Habrá pasado un mes y aún contarán a sus víctimas los preciosos lugares que visitaron.
Los más cultos tendrán una buena colección de impresionantes testimonios de idiotas sacudiéndose con un látigo o primeros planos de un paso de procesión. Incluso una foto del yonqui de la prisión liberado por el Cristo encadenado o quemado o lo que cojones quiera que sea.
Preferentemente, lo que más fotografían son los detalles de los pasos de figuras temblonas y ojos mal pintados, auténticos patrimonios de la España profunda que soportan en sus hombros costaleros con capirotes y colocados con vino y coñac; y si tuvieran sonido las fotos, podríamos oír las risas beodas que emiten bajo su roja y dilatada nariz.

En fin, espero que haga muy mal tiempo y que ningún hortera pueda hacer fotos como un loco. Y si las hace, que sean oscuras y mal enfocadas. Algo que nos libre de ver tanta estupidez repetida año tras año.

Y es que prefiero la sana sinceridad y sencillez sin pretensiones de los que aprovechan estos días para ir a Cuba o Tailandia para follarse unos niños o niñas por unos céntimos de euro.
Donde vas a parar…

Buen sexo.

Iconoclasta

1 de abril de 2006

La estela del reactor

El reactor avanza casi vertical, definiendo con su estela la cúpula celeste. La imposible curvatura de un cielo plano y recto.
Es un reactor y existe porque deja tras de sí una línea de humo, fina cuando sale de un punto no visible y que se ensancha y dilata como el estómago de una anaconda. La nave desde el suelo no se ve.
Aquí y ahora, el humo da vida.
Es estúpida la idea y jodido escribir.
Pensar.
Entristecerse.

Se podría desprender que uno depende de su estela. Dependemos de nuestra impronta para dar sentido a los actos que llevamos a cabo.
Pero yo sólo veo estelas en el cielo. Si las hay en la tierra hemos de reptar por el suelo para admirarlas. Y a nadie le importa demasiado una estela polvorienta.
Las del cielo son esperanzadoras por oscuros motivos poéticos. Religiosos.

Las estelas dibujadas en la tierra son espejismos de una vida demasiado reseca.

No soy un reactor, soy mucho menos espectacular, nunca he tenido un momento de gloria con el que marco en el cielo mi curso; a la vista de todos.
Con orgullo.
Dibujo con aire en el aire los segundos pasados, los que se acumulan tras de mí dejando una estela translúcida. Tan poco vistosa que bien podría ser una aberración óptica que apenas dura el parpadeo de un ojo aburrido.

Tal vez no sea ni un pequeño rastro y sea simplemente la visión de un cristalino demasiado húmedo.
Es tan efímera mi estela, tan efímera y volátil que no consigo verla por más que mire hacia atrás a cada momento.
No trasciende, es insignificante.
¿Mi estela es mi vida?
Pues mi vida no vale lo que un papel rasgado.
No es bueno mirar al cielo y luego comparar, hace un daño apagado y profundo que mina el ánimo.
Es una indecencia lo baladí de mi vida.
No tiene importancia, no importo, no importas, no importáis.
Conjugaciones para un epitafio.

¿Por qué me aferro a la vida, a la mía, como si fuera algo importante?
Mi estela no existe, no dejo una hipnótica línea tras de mí; no creo ser algo vivo, ni siquiera digno de estudiar como algo biológico.
No tengo taxonomía de grupo.
Un poco triste ¿no?
Nadie recapacitará aunque me estrelle contra una excavadora y me clave los dientes de la pala en las cuencas.
Ni siquiera mi hemoglobínico rastro crearía expectación.
No existo.
Si no hay estela, no hay vida.
Corolario desolador.
Es duro reconocer la propia inexistencia.
Requiere valor.
Locura.

Y el reactor, indiferente a las pequeñas vidas que ni siquiera siente, crea una estela que permanece en el cielo durante largos minutos. Ostentando su importancia, su trascendencia.
No me ve, me ignora. Desdeña mi vida y mi historia como yo envidio su importancia en el estado general de las cosas.
La estela del reactor es un alarde de lo que nunca llegaré a importar a nadie.

Observándola casi con veneración, deseo que se deshaga, que se difumine rápidamente; que los altos vientos la arrastren y limpien el cielo de esa mierdosa estela que me empequeñece.
Que la hagan jirones.
Quisiera que esa estela fuera tan efímera e inexistente como la mía. He girado tantas veces la mirada y no he visto nada…
Mirar atrás y no ver nada lo suficientemente sólido, crea un vacío en el estómago y el camino que queda por recorrer es una cinta de una longitud inhumana.
No hay recuerdos que distraigan de un camino árido y de desleídos colores quemados por el sol.
Las imágenes resbalan como gelatina de su soporte de papel.

El reactor virará, se acercará de nuevo bajando casi en picado, con elegancia y gallardía.
A los reactores les gusta hacer gala de su potencia en esta zona desértica y de profundos cañones.
La estela se convierte en una elipse invertida y el atronador ruido se hace patente.

Sé que es difícil, es algo poderoso lo que hiere el cielo así.
Y de la misma forma que me aferro a la vida; con el mismo sentimiento de pérdida con el que vivo. De la misma forma lo intento. Una negra esperanza.
La rampa del lanzamisiles se eleva al accionar el pulsador del pistón hidráulico y el viejo jeep chirría y se queja. El misil mira al cielo con vehemencia. Es otro creador de estelas, hambriento de gloria.
Y yo…

Tecleo las instrucciones necesarias en un absurdo y ultramoderno ordenador que se encuentra en el asiento de podrido tapizado.
Ahora el caza, parece rascar el suelo en algunos momentos, cuando en la lejanía, la distancia entre el suelo y el aparato es inexistente.

Se pueden escuchar las lejanas ondas sónicas rotas. La bestia lanza un grito de guerra sangrante levantando breves estelas de polvo. No tiene bastante con mostrar su vida en el cielo.
El radar del ordenador ya no lo detecta y el momento del disparo queda a merced de un hombre sin estela.
Presiono el “enter” para realizar el disparo.
El calor del propulsor es abrasador, dura un instante pero; la piel y la ropa conservan ese ardor como algo valioso. Si pudiera crear una estela la mitad de intensa que el calor de mi piel la podría admirar por fin.
Si tuviera esa capacidad…

Puedo ver entre el fuselaje del caza los mortíferos cohetes destructores de cabañas de adobe y paja.
Y el misil, pequeño y creando una discreta estela, se dirige a su encuentro. Parece desearlo.

El piloto vira demasiado tarde y el misil seguidor de calóricas estelas impacta en la panza de la nave. La explosión envuelve al piloto en el aire; ha tardado demasiado en eyectar de la carlinga. Tal vez miraba atrás, admiraba su estela, como yo.

Y ahora me siento importante.
Porque es algo comprobado en la praxis habitual que sólo algo importante es capaz de destruir a la importancia misma. Da igual que haya sido suerte. Nunca he disfrutado de la suerte; sólo de una voluntad agotadora.
No puedo crear estelas ni en el cielo ni en la tierra, ergo no tengo de que admirarme.
Sólo la alegría de la destrucción que he creado disminuye y aplaca esta sensación de intrascendencia.
Fútil y efímero…


No emprendo el camino hacia la base hasta que se ha borrado el último vestigio de la estela. Parece resistir una eternidad, es un tatuaje…
Si ahora me mataran, moriría pensando que he fracasado con mi misión.
No es sólo el caza; es su estela mi enemigo, la que me humilla.
Y este calor…
Le dispararía al sol.
Y a Dios.

Iconoclasta

1 de marzo de 2006

Tristeza

La tristeza se extiende en él como una marabunta de hormigas rojas que pican, que duele en cosquilleo allá por donde corren.
Triste como un ruiseñor viejo y sin fuerza para cantar.
Yace en ella.
Solo y oscuro.
El libro abierto muestra el inicio de un capítulo que escribió hace apenas un año, un siglo:
“te deseo hasta el dolor, y a pesar del tormento te amo…”
Apoyado tras el sillón, con las persianas bajadas para inundar de penumbra un lugar lleno de una luz de sol radiante, se arrodilla ante una pena densa y pegajosa.
Una luz que lo desnuda y muestra una espesa añoranza que no sabe ya de donde sale.
El sol es un foco que le hace sudar.
Que lo avergüenza dejando al descubierto medio siglo de fracaso.
Su tristeza se cierne en el pene aprisionado en su mano, en el batir del puño intentando engañar ese manto espeso de una melancolía aniquiladora.
Cambia lágrimas por una corrida, por un semen blanco como una paloma portadora de serenidad.
De buenas nuevas.
De la paloma decapitada y sangre en plumas blancas.
Un nuevo acceso de placer que enmascare la miseria que se le ha cogido a la piel como una sanguijuela.
No puede hacer daño.
No puede hacer el daño que le radia como un mazazo desde el hombro izquierdo hacia el corazón.
El pene no adquiere dureza a pesar de la mano desesperada que lo mueve. Del mudo grito de soledad e impotencia.
Nadie lo quiere ni lo quiso.
Se masturba como otras veces, soñando con una mujer que lo ame, que lo acaricie.
Y sólo hay un respirar entrecortado, no hay placer. Es sólo el batir de un pájaro negro, mojado en lágrimas. Intentando no quedar aprisionado en una pegajosa marea de alquitrán.
Se ha colmatado el alma de tantos deseos imposibles, ya no hay nada en su imaginación. Sólo breves amistades, mujeres que no lo amaron. Amigas…
Es como pudrirse, es no ser nada. Ni un solo beso en los labios, ni un solo abrazo. Palmadas vacías en su espalda.
Tanto soñar y pretender conocer el amor perfecto; quería el sumum del amor.
No un amor normal, algo nada usual.
Encontrar algo de verdad en el pozo de las mentiras.
Se escapa de su boca un prolongado gemido y apenas es consciente de que el glande se está ennegreciendo por falta de riego.
Ni siquiera intuyó vez alguna el amor, nunca lo vio, él tenía que ser perfecto. Esperar a una hermosa afrodita que lo elevara a un cielo de sólido azul y algodón blanco y suave. Joder…
Escritor del amor, y el ser más alejado del sentimiento real.
Escribió que de amor se moría, que la amaba como el mar ama a la costa; como las olas siempre rompiendo en su cuerpo. Eternamente.
Está podrido de soledad, escritor acabado y triste llorando en un salón, tras un sillón en la penumbra.
Y el pene no se endurece, ya ni su cuerpo responde a estímulo alguno. No le queda ni el placer de la autocomplacencia.
La tristeza se ha comido hasta sus fantasías.
Ni el semen cubre con su blanco la negrura.
Y si se acaba esto ¿qué le queda? Un libro, hablar más del amor que no conoce pero sueña que sea así.
Eso es nada, más de lo mismo. La misma mierda repetida en periódico simple.
Y si ya no hay nada, ha esperado demasiado tiempo.
Y Dios cae de golpe encima de él. Clavando sus divinas rodillas en su pecho.
Ese podrido Dios que no existe, que creía que no existía.
Es lo único que ve, porque no hay nada de ese amor soñado.
Sólo hay un Dios reventando su corazón y dejándolo con su pene fláccido en la mano, aprisionado.
Y él no creía en Dios.
¡Qué forma más triste de morir!
Y Dios ríe como una hiena con el hocico manchado de sangre.
Yo también, estos romanticones de final trágico son la hostia; tan exigentes y selectos…
Y sólo para inventarse una idea romántica para follar.
Hasta para un miserable infarto se inventan un dios.
Míralo, tanto amor y ahí lo tienes con la boca abierta soltando baba y la mano crispada encima del corazón. Ni su pene se ha puesto duro con el último estertor, con el último ronquido.
Hasta para morir han de dar la vara, coño.


Iconoclasta

4 de febrero de 2006

Contorsionismo

Voy a practicar una contorsión que dará la vuelta del revés al cerebro, y no será verse en un espejo. Creo que estas cosas son más complicadas.
Si la llamo asana, tal vez suene más exótico. Y más creíble.
Asana cerebral bajo tremenda presión por nada en concreto.
He visto anunciadas películas de arte y ensayo con títulos más feos.
Y la vida es penosamente lisa. Las cosas son tan sencillas que le restan emoción a la vida. Saberlo todo es no necesitar saber más y una forma de escaparse de esta certeza es realizar una complicada contorsión.
Es lo que tiene aburrirse, uno hace cosas que no son posibles sabiendo que duelen.
Es incoherencia. El cerebro no está contento con este ejercicio y me hace escribir ideas grotescas.
Patéticas.
Y se ven cosas complicadas por dentro; como una lágrima que está formada por demasiados dolores, por excesivas penas, por pocas alegrías. Es difícil destilar y separar los distintos elementos; requeriría una centrifugadora y no estoy dispuesto a vomitar.
Se me escapa la risa, y es que el cerebro ha dicho cosas blasfemas, me mira a mí mismo y dice que me podría dedicar a clavarme astillas entre uña y carne en vez de molestarle. A veces es sarcástico con un toque de ira. Un lujo que se permite conmigo porque sabe de mi paciencia. De mi resistencia a lo anodino.
Quiere tranquilidad y seguir gobernando el cuerpo, provocar pesadillas por las noches.
Vanas esperanzas en la vigilia.
En el profundo universo de las descargas eléctricas de mi cerebro simple todo son clics y luces; son tan rápidas que parecen repetirse millones de veces, la misma sinapsis, la misma neurona. Siempre lo mismo.
Por lo menos ahora comprendo porque este aburrimiento autodestructivo. Mi cerebro es fuerte, tantos años soportando esto…
Temo intentar mirarme las manos con los ojos que ahora miran adentro y lloran al revés pero en la dirección correcta; porque sangrarían, creo que todo iría al revés y la sangre saldría disparada a través de los poros de la piel. Por la palma de las manos.
Y el vello saldría entre las uñas.
Todo confuso, todo imprevisible.
Sangrienta contorsión de un cerebro doblado.
Ahora confuso.
Es otro buen título para este momento de creación literaria.
¿Y si en esta extravagante doblez practico un doble salto mortal?
Yo creo que tal y como están las cosas las piernas se meterían hacia el vientre y las manos se fundirían con las costillas.
No tiene sentido, ni falta que hace. El sentido ahora mismo es el rugido atronador de la sangre en las venas no hay nada del exterior y Urano (una neurona que se me antoja románticamente lejana) pulsa de tal forma que creo que se está creando una idea.
Margaritas a los cerdos… No necesito ninguna idea mierdosa, yo sólo quiero algo que me distraiga sin necesidad de pensar.
Si me lo propongo, el riñón funcionará al revés y la sangre tendría otro color, otra textura.
¿Se reflejaría en mi sonrosada piel el dorado color de la orina?
La ocurrencia es asquerosa.
Y el cerebro aúlla advertencias de muerte ante la visión de la dorada ducha interior: que si estoy en la cuerda floja, que si una psicosis, una depresión suicida, que si ya no veré jamás a los que amo (como si hubiera tantos), bla, bla, bla…
Como si fuera un drama.
Mejor me desdoblo, el cerebro tampoco es un lugar acogedor.
Consigue hacerme extraño a mí mismo.
Que estupidez, que estúpido soy.
¿O era aburrimiento?
Y entre húmedos chapoteos, enfoco un conjunto de edificios más sosos que un ataúd vacío. Más de lo mismo.
No me dedicaré al yoga, no es lo mío.


Iconoclasta

1 de febrero de 2006

Enfermo

Que a veces te sueño no es un decir, no es una vulgaridad. Me tienes enfermo, preciosa.
Porque cuando estoy contigo me arrancas del planeta, me envías a una órbita cálida donde soy incorpóreo, ingrávido.
Es cuando te abrazo que el torbellino me lleva, me eleva, me hace sonreír y pensar que está todo bien.

Esto no es sano, es una enfermedad mental. Es grave.
Como una hermosa hada, creas un mundo de color.
Y mis ojos reflejan colores imposibles, como imposibles son las casas de caramelo de los cuentos.
Mis ojos duelen por esa policromía erótica.
Estoy enfermo de ti.
Y no puedo ser miserable a tu lado, me inmunizas contra mí mismo.

¿Ves lo que escribo? No es normal, soy un hombre con miles de razones para detestar.
Y provocas una peligrosa felicidad en mí cuando me besas.
Me desarmas con una mirada, con tus pechos desnudos, cuando elevas el vientre al sentir mi lengua arrastrarse a tu sexo.
Al hundir tu lengua en mi boca…

Yo no quiero ver mundos de color, es humillante. Es como decrecer, es menguar la experiencia y renacer inocente.
Y no quiero eso, eso me matará, me dejas inofensivo a ataques y ofensas.
A las malas intenciones.
Cuando no estás, en esos momentos en los que estoy solo, me propongo olvidarte; es por mi bien.
Perdona este egoísmo, perdona esta locura. Pero cuando no estás, soy malo como la peste.
Cuando no estoy contigo blasfemo, escupo y golpeo porque algo no es como quiero. Soy libre en un mundo estúpido, aburrido y sórdido. Soy parte de los grumos y la mediocridad.
No quiero verte, desaparece.

No me hagas diferente, no me hagas sonreír por cualquier cosa. No quiero ver hermosas criaturas que después se transforman en alimañas cuando desapareces.
Estoy enfermo y veo arco iris tras de ti. Levantas un brazo al cielo y ni los pájaros cagan de tan perfectos.
De tan pura belleza me siento pequeño, mareado, colgado de ti.
Maldita hada preciosa…
No me lleves a tu mundo ¿no entiendes que luego he de volver al pozo negro en el que moro?
A cada momento estoy más enfermo.

Tus labios tampoco son normales, sólo evocarlos la saliva moja los míos. Y deseo con todas mis putas fuerzas alcanzarlos y lacrarlos con un beso desesperado, con esta ansiedad que me provocas. Comerte…
¿Sabes que toco tu sonrisa en el aire, que la sigo con mis dedos pensando que el mundo que creas para mí es real?
Estoy enfermo; y me inyectan torazina y psicotrópicos cuando grito tu nombre en mi dormitorio.
Si me ven reír, piensan que empeoro, que mi cerebro lesionado y esquizofrénico, me hace oír voces que nadie modula.

Las voces vuelven contigo.
Piensan que no existes, aunque no son capaces de explicar cómo ha llegado a mis manos un tulipán negro, o esas hermosas piedras de un rosa extraño e hipnótico que saben a fresa y nata.
No se preocupan en probarlas, ni siquiera se plantean que este color no existe en la tierra. No existen piedras con piel de terciopelo.
Y cuando les ruego que me crean, muestran un semblante preocupado, el médico escribe y no se le ocurre otra cosa que subirme la dosis.

Hay días en los que arrastro los pies por los pasillos, que miro a través de las rejas esperando ver el reflejo de tus ojos. Se me escapan hilos de baba sin poder evitarlo, cuando me devuelves a esta inmundicia.
Mis monstruos, mi esquizofrenia desaparece contigo, pero es tal mi euforia que necesito proclamarlo. Decirles que no soy como ellos; como el que aplasta moscas contra el vidrio y se lame la mano.
No sabes lo mucho que duele todo cuando no estás, lo débil que soy desde que me he enamorado de ti.
No vuelvas, déjame sólo con mi locura, que me seden y no me acuerde de ti.

Déjame ser fuerte de nuevo. Que sean las voces de mi esquizofrénica mente las que me arranquen de la realidad.
Cuando aparezcas, no podré pedírtelo, sólo me abrazaré a ti.
O llévame antes del electroshock, no imaginas el fogonazo del rayo que me parte la cabeza, que te desintegra en mi mente. Los dientes se me cierran a punto de partirse y me dura horas el sabor de la silicona del protector. No es el sabor de tus labios.
Pero que me frían el cerebro no es tan doloroso como volver desde tu paraíso y aterrizar en esta prisión. Esperar que vuelvas de nuevo.
¿Por qué te quiero tanto si me haces tanto daño?
¿Es por esto que estoy loco?
¿Por qué no me dejas allá, contigo?
No vuelvas jamás, no iré contigo, es grande el dolor.

¡Has vuelto mi vida! Llévame allá, contigo.
No me dejes un solo segundo más aquí.
Envuélveme en tu torbellino de sensualidad; arráncame de aquí.


Iconoclasta

30 de enero de 2006

El follador invisible: De ligue

Cuando era pequeño, pensaba que si fuera invisible como Zarpa de Acero, me haría rico. Podría conseguir mucho dinero, objetos, admiración.
No es así, cuando se es invisible, uno se encuentra en una dimensión privilegiada. Tanto es así, que no quiero ni quisiera ser visible nunca más.
Soy como un fantasma gozosa y obscenamente vivo.

Hay momentos en los que me olvido hasta de comer; porque jugar con hombres y mujeres, usarlos como muñecos y golpear sus mentes, es para mí lo más valioso e importante del mundo.
De mi existencia.
No existe nada igual al poder de aterrorizar, asombrar y enloquecer a un ser humano. Es la cima absoluta de la predación más elaborada y cruel.
La riqueza y el poder social han perdido cualquier sentido si alguna vez lo tuvieron para mí.
Ser invisible es como ser Dios, estar en todas partes, la libertad absoluta. La impunidad.
¿Para qué conducir o viajar? ¿Para qué conocer nuevos lugares? Cojo, uso y juego con cualquier ser que me apetece. Elegido al azar o con motivos.
Saber que tengo la capacidad para asesinar al ser más poderoso del planeta, me llena de una paz espiritual que nadie podrá alcanzar jamás.

Es inimaginable lo mucho que cambian las necesidades personales cuando se es invisible.
Tomar posesión de un ser vivo, trastornarlo, es una necesidad, la violencia o la muerte forman parte del juego, de mi vida. Es como si me alimentara de sus miedos y dolor, de su incertidumbre y su ceguera respecto a mí.
Me cuesta mucho dormir cuando rememoro mis actos, cuando me masturbo ante la mujer o la niña que he violado. Me río con el hombre al que he manipulado y dañado irreversiblemente.

Incluso aquí, en este inmundo y sucio lavabo de bar, me siento como en un palacio. Y no por mi imaginación, sino porque soy el puto amo de todos.

Tíos demasiado bebidos descargan sus orines cargados de cerveza y licor en los urinarios, mirándose la polla y suspirando por el placer del desahogo.
Son casi las 2:30 de la madrugada del sábado. Es una de esas noches primaverales que comienzan cálidas y acaban frías, con lo cual, los borregos se aposentan más tiempo en los bares musicales. Perezosos como ganado vacuno.
Los que no han trabajado suficiente durante la semana, se encuentran en estos sitios, con energías de sobra para bailar, beber e incluso follar. Aunque de estos últimos no hay tantos, las estadísticas mienten como el cura en sus sermones. No follan tanto.
Si a un tambaleante de estos que entran en el meódromo y lanza suspiros, le rozo la espalda para llamar su atención; se gira con cuidado y lentamente, como si tuviera una lesión en el cuello; sobresaltado porque hubiera jurado que no vio a nadie al entrar. Es mi prueba de alcoholemia.
Es ahí donde me lo quedo para mí.
Ahora piensa el meón que es una falsa sensación, que está más cargado de lo que pensaba. Y vuelve a girar la cabeza para admirar su polla y el chorro ámbar que está soltando.
Me meto en uno de los dos inodoros y descargo la cisterna.

-¡Hijo puta!- pronuncio casi gritando y evitando que se me escape la risa.

Esto lo hago porque me gusta cortarles el chorro de golpe.
Se mete la polla dentro del pantalón sin sacudírsela y se acerca a la puerta.

-¿Perdón? ¿Decía algo?

Me he situado a su espalda y le susurro:

-Hijo puta…

Se vuelve hacia a mí sobresaltado, casi rozándome y sin saber que me mira a los ojos, mira a través de mí buscando al dueño de la voz.
Y sale de los servicios sin lavarse las manos.
Mi vida ya no tiene sentido sin estos juegos.

Lo sigo hasta la barra donde ocupa su taburete. Las mesas están abarrotadas de gritonas mujeres y silenciosas y babosas parejas, no hay nuevas reses desde que entré en el aseo de caballeros hace ya una media hora larga.
Siete u ocho hombres como el que es mío ahora ocupan la barra cavilando cómo follarse a alguna de las tías que hay sentadas por las mesas.
Mi juguete echa un largo trago al medio tubo de cerveza y dirige su mirada aún inquieta a la puerta de los lavabos. Luego desvía la mirada a distintos puntos al azar evidentemente descolocado.
Un cigarro, alza la mano para llamar la atención del camarero y pide un vodka con hielo. En el anular izquierdo luce la deformación que provoca una alianza que debe llevar metida en el bolsillo del pantalón.
¿Qué hace un hombre solo en un bar musical en plena madrugada con un buen traje?
Pues viene aquí a follar, es el típico cincuentón acomodado, de aladares plateados que pretende exprimir sus últimos años de “atractivo” y con lo mucho que va de putas, aún le gusta el ligue y probar así su capacidad de atraer.
Esta peña se siente tremendamente insegura a esta edad; caminan directos a la vejez y su holgada posición económica no lo puede impedir.

Un poco más sereno, gira su mirada hacia atrás, hacia una mesa ocupada por cinco sonrientes mujeres jóvenes. Supongo que lo son, porque van tan maquilladas, son tan extrovertidas y juveniles, que bien podría tener alguna los 40 tacos.
Algunas de ellas se han dado cuenta de sus miradas insistentes, de su exhibición de macho potencialmente reproductor. Y ríen sonoramente a su costa. Devolviéndole juguetonas miradas.
Joder con los adultos, todo un dechado de madurez.

De hecho, el maduro este, aposentó su culo aquí porque veía tema con este grupo de cinco cotorras. Aquí encontraría su ligue de los viernes.
Lo que me pone de estos grupos de tías es que siempre ríen con naturalidad y vehemencia. Y cuando lo hacen, se llevan las manos juntas entre las piernas, al coño. Como si evitaran mearse. Y eso me la pone dura, porque imagino que son mis manos las que apresan sus coños sudados.
Imagino follándolas, violándolas, provocarles el llanto y el terror…

Una morena de pelo ensortijado y brillantemente hortera, intenta salir del fondo de la mesa pegada a la pared. Sortea con dificultad a dos amigas cuidando el equilibrio entre tantas piernas y alcohol. Y claro esas posturas para poder pasar, las hace reír. Es que son idiotas.
Yo también sonrío.
Mucho.
El tonto del madurito sonríe a la morena divertido y con ello ya ha elegido a su puta.
Ella le devuelve la sonrisa y gira a la izquierda, al lavabo de mujeres.
Y ya han ligado.
Un ménage à trois, será genial.

Entra dando un empujón a la puerta y se va directa a los espejos del lavabo, y yo detrás.
Se alborota los rizos y practica algunas sonrisas.
Cuando levanta los brazos, el jersey se eleva descubriendo un ombligo adornado por una bolita cromada. No tengo nada en contra del piercing, simplemente me es indiferente. Lo que llama mi atención, es que el pantalón es tan bajo de cintura, que se puede ver parte del pubis rasurado, el elástico de las bragas.
Rozo suavemente la piel que limita con la cinturilla del pantalón, haciendo resbalar el dedo por ella y ejerciendo más presión justo encima del pubis.
Contrae el vientre y da un paso atrás mirándose el ombligo.

-¡Uff! –suspira.

Me acerco a su cuello y le lanzo el aliento. Se le eriza la piel y se frota la carótida.
Eso la lleva a enfilar hacia la puerta de salida, pero con el pomo en la mano, hace una pausa.
Suelta la puerta y se dirige a unos de los inodoros; imagino que se olvidaba de mear; va muy cargada de cubatas.
Si se decide a cagar, no me quedo, no vale esta tía tanto como para admirarla defecando.

La puerta del inodoro, abre hacia fuera por lo reducido del espacio, así que abro la puerta cuando veo los pantalones en sus tobillos.

-¡Ocupado! –dice pensando que alguien ha entrado.

Y alargando el cuello, levantando un poco el culo de la porcelana, mira a derecha e izquierda.
Intenta cerrar la puerta sin levantarse pero no llega.
Y yo la entorno, despacio.
Está soltando un sonoro chorro y sus ojos se relajan cerrándose un instante. El tanga blanco está hecho un rollito en sus pantorrillas y el pubis se mueve mágicamente con el acto de mear. Sobre todo en los últimos chorros.
Me sitúo frente a ella abriendo mis piernas todo lo que puedo para situar cada una a un lado.
Casi con ternura paso mis dedos por el pubis, rozando un pequeñísimo triángulo de vello que queda allá donde se unen los labios de la vulva y que guarda su clítoris que arrancaría a bocados.
Su respiración se detiene por un instante y se mira el coño. Se toca como si buscara algo. Y hunde los dedos en esa ínfima porción de vello para pasarse suavemente las uñas. Muy someramente.
He acercado a su cara mi polla dolorosamente dura, y la huele. Lo veo en el aleteo de sus fosas nasales, conoce el olor de un pene. Su mano aún está metida en el coño y la presiono allí, como un pequeño toque nervioso.
Se muerde el labio inferior, cree que la bebida le ha sentado divinamente.
No está asustada, mantiene una expectante serenidad.
Brevemente le vuelvo a presionar los dedos y consigo que el dedo corazón se le hunda en esa raja húmeda.
Y relaja las piernas, su vulva se entreabre y deja entrever los labios menores, rosados, mojados. Cierra los ojos y encogiendo el cuello a un lado, presiona el clítoris.
Sus dedos se han humedecido. Los pezones, y a pesar del sujetador presionan contra la tela del jersey.
Arranca un trozo de papel y comienza a secarse el coño. La muy tramposa se roza más de lo necesario.
Está tan caliente que me la follaría aquí mismo. Desearía que me la mamara, la tiene tan cerca de su boca…
Una gota cae de mi pijo a una de sus rodillas, una gota viscosa de lubricante, de humor sexual. Lo recoge con la punta del dedo y lo frota. Lo huele extrañada sin conseguir ver la textura.

Abren la puerta del aseo y ella se sube rápidamente el tanga y el pantalón. Por un segundo se pasa el dedo por encima del tanga, siguiendo el perfil de sus labios.
Se abotona el pantalón y sale del aseo saludando a la rubia que se está metiendo una raya en la pica del lavabo.

El cincuentón la observa salir y ve rubor en su cara. Una media sonrisa.
El sonríe y ella no le mira.

-¿Una copa?- le pregunta cuando ella llega a su mesa y se prepara para ocupar su sitio.

Mira a su grupo de amigas sopesando la oportunidad.

-Gracias, una crema de whisky.

Desde la barra saluda a sus amigas y alguna la llama guarra con una falsa voz baja haciendo que rompan a reír por enésima vez.

-¿Sois estudiantes?- él ya sabe que no lo son, pero tiene experiencia ligando.

-No… Compañeras de trabajo. Solemos encontrarnos los viernes para celebrar el fin de semana.

-Me llamo Fernando.

-Silvia.

Y se dan dos de esos estúpidos y estériles besos en la mejilla. Silvia se acomoda en un taburete y se deja invitar a un pitillo.
Estoy muy pegado a ella y rozo las copas de su sujetador con mucho cuidado de no tocar su espalda. Quiero que se sienta acariciada por su imaginación. Se calienta, estoy tan pegado a ella que lo noto en un cambio del ritmo de su respiración.
También se siente incómoda, algo en su instinto le dice que estoy violando su espacio. He de ser cuidadoso.

La insulsa conversación decae y Fernando llama al camarero para pagar la cuenta.

-¿Vamos?- pregunta Fernando.

-Espera, me despido de mis amigas.

Risas, insultos cachondos y alguna palmada en el culo para la primera folladora de la noche. Si se descuidan le dan dos orejas y una vuelta al bar en volandas.
¿Algo que no sepa para variar?

Al salir, Fernando, en un arranque de sensibilidad la coge de la mano. Enfilan hacia el parking dos travesías más abajo y los sigo escuchando con aburrimiento su estúpida e insulsa cháchara.
Lo único que me importa es que se dirigen a una pensión “muy limpia” en la zona alta de la ciudad. Una “preciosa torrecita azul”, según Fernando.
Joder con el idiota este.

Ya hemos llegado al coche y Fernando acciona el mando a distancia del Peugeot, se liberan los seguros y abro una de las puertas traseras para meterme dentro.

-¿Eso es normal?- pregunta Silvia señalando la puerta que ha quedado abierta.

-No, seguro que ha quedado mal cerrada. O han entrado dentro para robar.
Fernando se acerca y apoyándose en la puerta examina el interior. Sin saberlo, me está mirando los cojones.

A ver si se la meto en la boca al madurito ligón…

-No ha entrado nadie. Se ha debido quedar mal cerrada.

Ocupan los asientos y se enganchan de morros.
Yo aprovecho para sobarle las tetas a la Silvia, acariciándole por debajo de los brazos que abrazan a su chulo. Y ella responde pasándole la mano por encima del paquete, presionando su polla.

Fernando arranca el coche a toda hostia y nos dirigimos a la pensión de putas, a la que él llama “torrecita azul”.
Pero ella va tan caliente que ni hace caso de esa fachada hortera.
Yo estoy caliente como un perro en celo.

El paga la habitación a la vaca del recepcionista y a cambio le da una llave enganchada a un llavero obscenamente grande.

-Primer piso, puerta 4.-canturrea el aburrido gordo.

Por muchos litros de ambientador que tiren, el olor a orines y mierda no hay dios quien lo saque, hasta las paredes huelen a folladas. Leches viejas incrustadas como un tumor en la estructura.
Y así, en la apestosa habitación y con prisa, se pegan un prolongado morreo.

-He de ir al lavabo.-dice Silvia retirándose del abrazo del chulo.

Cuando ha cerrado tras de si la puerta, Fernando se saca la ropa hasta quedarse en calzoncillos, sentado en el borde de la cama. Fuma y se toca la picha para ponerla bien dura. Estoy seguro de que cuando está solo, le habla y todo.

Silvia sale en ropa interior. El tanga está mojado; se ha lavado el coño. Fernando se levanta y le magrea las tetas durante otro morreo.

-Ahora vengo guapísima.-y se mete en el aseo.

Mientras él se lava los cojones y mea, ella se estira con pereza en la cama.
Está buenorra.
Me subo encima de ella y antes de que pueda reaccionar ya le he tapado la boca. Sacudo la almohada hasta que sale volando el cojín y me quedo con la funda en la mano.
Y se la meto con fuerza en la boca hasta que le es imposible siquiera mover las mandíbulas.
Sus ojos se mueven enloquecidos tratando de ver a su agresor, a moi.
Me siente, me huele y me toca pero; no me puede ver y eso es terrorífico.

-¡Calla, coño!-la orden y un puñetazo en su quijada le llegan al mismo tiempo.

Aún se escucha el ruido de agua corriente del idiota en el bidé, seguro que se la está pelando para no correrse enseguida.
Ahora que la tengo aturdida le doy la vuelta como a un pelele y la dejo con el culo en pompa; todo su cuerpo se agita con un mudo gimoteo. Llevo sus manos a la espalda y apreso sus muñecas para doblar los codos lo más cerca que puedo hacia su nuca. El dolor es intolerable, pero no se mueve ni dios cuando a uno le hacen esto. Es tan doloroso cualquier movimiento que se dejará hacer cualquier cosa. Como una sana y ecológica sedación.

Con mis rodillas clavándose en sus muslos no tiene más remedio que abrir las piernas y me acomodo bien entre ellas.
Le arranco el tanga, es una tela bastante resistente y le quemo la cintura con el roce.
Y con dificultad, consigo meterle en el culo mi invisible polla.
Rasgar un esfínter es una sensación impagable (no sé si habéis visto el anuncio de la Mastercard). El glande presiona con fuerza y de golpe ¡Rasss! Puedes sentir en la punta de la polla la rasgadura. Como el rasgón de una tela, menos ruidoso pero mucho más inquietante. Es la cima de la posesión.
Yo creo que a pesar de la sangre que rebosa el ano entre mi polla, no le duele. Está impresionada por mí. Siempre les pasa, mi personalidad carismática acapara todas las ondas sensoriales.
Todo es incomprensión, terror.

Voy tan salido que me corro en segundos, en el momento en el que Fernando sale del aseo con sus ahora relucientes y perfumados cojones.
El ojete de Silvia rezuma un líquido rojo muy espeso: mi semen, su sangre.
Es como una compota de fresas.
Estoy vaciándome, dando las últimas arremetidas contra sus nalgas...

-¿Qué está ocurriendo?- musita viendo como el despatarrado cuerpo se convulsiona en la cama, con los brazos doblados en una extraña posición.

-¡Silvia…!- se aproxima lentamente, casi con temor y su mirada va al ojo del culo, el cual pulsa, se abre y se cierra a merced de mi polla. Como una obscena “O” y sucio de sangre.

Le desclavo la polla y el madurito puede ver como el ano se vuelve a contraer, cerrándose. Se acabó la función.
Aún mantengo a la guarra en una postura improbable, porque me la estoy sacudiendo y ahora apoyo todo mi peso en sus muñecas y espalda, con lo cual se arquea aún más.

Fernando está a punto de tocarle un brazo para llamar su atención; le coloco un buen puñetazo en la boca del estómago arrancándole todo el aire de golpe. Se le abren los ojos como platos y alucina pepinillos en vinagre.
Se arrodilla de puro dolor, buscando aire; y le pego un buena patada en la mejilla derecha provocándole una pequeña hemorragia en el oído.
Bueno, ya lo tengo donde quiero.
Silvia está intentando sacarse la tela de la boca, la agarro por los pelos y le golpeo la frente contra la pared de la cabecera de la cama. El cuadro barato de un amanecer rojo en una playa, está a punto de caerse por la sacudida.
Rasgo unas tiras de sábana y le ato las manos a los traveseros de la cama, dejando que quede casi incorporada y pueda descansar sus brillantes rizos contra la pared. Es que quiero que crea en mí, que vea lo que ocurre. No mola hacer una obra de arte y que la zorra se quede mirando al techo y encima llorando.

Está preciosa, las lágrimas han corrido su rimel y bajo sus nalgas aparecen manchas de sangre en la bajera. Verla así, como una muñeca rota y la boca llena de tela, me pone. Le bajo las copas del sujetador y le doy un besito en cada pezón. Ella se los mira y le salen mocos por la nariz.

Fernando está recuperando la respiración y saca fuerzas para ponerse en pie.
Le doy una bofetada.

-¿Qué coño ocurre?- pregunta sin mirarme, buscando algo en el aire. Escupiendo sangre.

-Soy un hombre invisible- se lo digo tan cerca del oído que puede sentir el calor de mi aliento.

Da un paso atrás.
Apreso con rapidez su muñeca y llevo su mano a mi pene empapado aún.

-¿Me sientes?

Queda paralizado, pensando sin poder concretar nada.
Pero no creo que sea por el tamaño de mi pene, es demasiado usual. Ser invisible no quiere decir que un servidor sea una polla andante.
Se acabó la parte social.
Una patada en la barriga (razonablemente lisa porque se cuida, eso se nota) lo lanza contra el vano de la puerta del aseo.
A punto de caer, consigue mantenerse en pie aferrándose al marco.
Con un puñetazo en los genitales consigo meterlo dentro. Y cogiendo su cabeza con las manos, le estrello la cabeza contra el canto de la pica del lavabo. Se ha roto algún hueso, lo noto en que se le ha hundido el cuero cabelludo, como una fea abolladura. Lo dejo caer y vuelve a golpear el suelo con la cabeza.
Unos borbotones de sangre manan de entre el pelo y bajan por su cara. Son como pequeñas olas.
Respira rápida y débilmente.

Silvia está histérica. Lo ha visto todo a pesar de lo sucios que tiene los ojos por el rimel corrido. Y patalea como esa muñeca que me parece, como si su mecanismo se hubiera embalado y estuviera a punto de romperse.
Le arranco el sujetador y apreso su pezón izquierdo, apretándolo con fuerza para que me preste atención.

-Te vas a dejar hacer lo que a mí me de la gana o te arranco los ojos, golfa.- le aviso sin ningún asomo de cordialidad, con mala leche. De verdad.

Le doy una sonora bofetada y levanto su rostro para que mire y sepa donde está el mío.
Ser invisible no quiere decir que sea insensible.

-Soy invisible, disfruta de mí, porque no hay nadie más como yo.

Y me lanzo a mamar sus pezones con fuerza. Ya sé que no se le pondrán duros, ni que gozará, pero eso no me importa. Es mía y hago lo que quiero con ella. No me importa su placer, no me importa una mierda nada de ella.
Es su espanto e incredulidad al ver sus pechos deformarse por una fuerza invisible, sentir una invisible saliva que cae por su pecho. Mis babas… La succión salvaje de sus pezones que se erosionan entre mis dientes.
Es ese pánico lo que me hace disfrutar. Llegar a desesperar a alguien es mi meta. Es mi gran momento.

Cuando bajo la lengua deslizándola entre sus pechos en dirección a su coño, comienza a patalear rechazándome. Y me da un talonazo en el cuadríceps que me hace ver las estrellas.
Le sacudo un puñetazo en las narices y su coronilla golpea con un sordo golpe contra la pared. Sus ojos se hinchan por momentos debido a la rotura del tabique nasal.
Ahora se encuentra desorientada y preciosa con esa sangre que mana de la nariz regando e inundando sus labios como un jarabe rojo. Un excitante néctar.
Pero no la beso, porque me es desagradable el sabor de la sangre.
Abro y alzo sus piernas y mi glande hiperlubricado entra con total facilidad en su vagina, se abre paso entre los labios enterrándose, partiendo el hielo como un buque en el ártico helado…
Después de la dureza de la penetración anal, esto es un paseo por las nubes, y mi pijo lo agradece; se siente bien en blando. Es un dulce placer…
Y así mete y saca, mete y saca; me voy corriendo de nuevo. Suavemente, sin ansias, disfrutándolo con desidia. Mis cojones golpean con suavidad su ano.
Incluso me miro y soplo las uñas; tal es mi habilidad.
Me importa una mierda el placer de esta golfa. Me la pela. No es mi intención que se corra conmigo. No la amo. Sólo es un juguete.
Me corro en su pubis, con una mano me sujeto los huevos y con la otra extiendo mi crema en su carne blanda y flexible, le empapo hasta los labios menores.
¡Qué gusto…!

Y ahora me da asco. Siempre me pasa, cuando me las follo, me dan repelencia.
Fernandito interrumpe mi momento de paz y reflexión con sus lastimeros gemidos. Parece un bebé grande y subnormal que llora pidiendo la protección de su madre.
Vacío el bolso de Silvia y encuentro con ilusión una lima para las uñas, una de esas metálicas con un pequeño mango de color crema que sirve para pasar los ratos de aburrimiento.
Saco al madurito del aseo arrastrándolo por los brazos y lo llevo al lateral de la cama para que Silvia se sienta acompañada.
Ella me pide algo con los ojos y me da cierta pena. Y en ese momento y con mucha lentitud, palpo el cuello de Fernandito, detecto su nuez y allí mismo le clavo la lima, todo lo que puedo.
Apenas hace nada, más que un estremecimiento, como si hubiera sentido una descarga eléctrica. Hace ruido boqueando por aspirar aire durante unos segundos y por fin se muere.

Cojo una toalla del aseo y me envuelvo la cabeza con ella.

-¿Ves lo que soy? ¡Mírame, cerda!

Abre todo lo que puede los inflamados ojos y ahora parece que ha encontrado los míos. De su boca amordazada se escapan balbuceos e intenta gritar.Arrastra y frota con terror los pies en la cama.
Y no puedo evitar una sonora carcajada. Es muy importante el buen humor, evita malos recuerdos.
Le doy un dulce besito en la frente y le coloco la toalla en la cara, tapando su rostro antes de largarme de aquí.

Me quedo con las ganas de saber qué comentarán los polis cuando entren y vean este follón. Cuando Silvia les hable de un hombre invisible.
Pero prefiero perder el tiempo en cosas más placenteras, es finde y se presenta la mar de divertido.
Me voy a dormir un rato, sólo un par de horas, estoy nervioso por volver a coger a otro ser y usarlo como me apetezca.
Buenos días mundo, dentro de un rato nos vemos.

Iconoclasta

20 de enero de 2006

Rosas rojas

Tal vez alguien ha creído que las rosas rojas nacen solas. Que brotan rojas.
Que son rojas por algún motivo evolutivo o aleatorio.
No…

Y mil veces no.

Oledlas, hay un punto acre cuando se mueren. Tienen algo de humano, de animal.
Cuando se marchitan son como sangre seca.
Y es la sangre de las heridas del amor, la sangre las tiñe. Indoloras hemorragias que nos vacían sin darnos cuenta, con dulzura.
Almas que se desangran entre besos y abrazos.
Esperas sangrientas, corazones latiendo a máxima presión. Y todo es rojo y sangre.

Son días de rosas, sí…
Visten su belleza con un ropaje sangriento.

Se alimentan de amores no cumplidos, de amores muertos, amores inconclusos. De amores soñados. De la felicidad del breve encuentro tras una cruel ausencia.
Hermosas y suaves carroñeras.

El dolor de los amantes las ha teñido durante siglos. El amor es un juego de esperas y encuentros. Ellas las rojas rosas, eran blancas. Infinitos amantes las tiñeron de un vehemente rojo.
Las alimentaron con su propia sangre.
Son hermosos vampiros fragantes, esas rosas rojas.
Tocad su tallo, siempre hiriente, punzante.
Es una obscenidad el vasto y doloroso tallo de la aterciopelada flor. Olorosa.

¿Y si es el tallo la vida, el amor, la locura por ti…?
Y la flor la trampa.
Pero es tan bella…
Se alimentan de nosotros, hieren la piel y esplenden con un sangriento fulgor.
Tal vez es que las apretamos demasiado y ellas se defienden; las estrechamos entre nuestras manos como estrechamos a nuestro amor en un encuentro. O en una despedida.
¿No podía ser simplemente un tallo sin espinas?

A veces parece que dios se ríe de nosotros, que él tiene una rosa roja entre sus manos que gotea sobre nuestras cabezas. Pero no es su sangre, los dioses no tienen sangre.
Son perfectos.
Es la sangre de miles de amores muertos, gotas de roja y trágica esperanza llueven a veces sobre nuestras cabezas.

A veces me siento agotado, tocar la belleza comporta un dolor. No es justo, la vida redondea al alza, a su favor. Tal vez soy un animal sucio y grotesco y las preciosas rosas se defienden de mí con esas espinas malintencionadas.
No se me hubiera ocurrido dañar una rosa.
Mi rosa preciosa…
¿No puede haber placer sin un dolor a cambio? Es usurera la vida, como la rosa: cobra un interés abusivo por cualquier dulzura.

Una ternura es un vaso de sangre.

-Sírvame cinco vasos de ternura, camarero. Quiero acabar con esto de una forma feliz.

Rojo indoloro. Terciopelo entre mis dedos.
Mierda…

Las rosas no nacen rojas. Son rojas porque se alimentan de mí, de mi deseo obsesivo por hundirme en un placer. Bucear en ti y dedicarte mi sacrificio de amor: una rosa teñida con mi sangre.
Y mis dedos se cierran con fuerza en el tallo. Es inevitable.

Si hay una lágrima en la entrega mezclada entre los pétalos, es porque a veces el amor no es tan indoloro; a pesar de toda esta ansia, el cuerpo se abandona y fluye el llanto. Pero es precioso, le da el aspecto del rocío.
Y mi sangre sube por sus venas para teñirlas.
Son carnívoras.
Y las amo por cada una de las heridas que me han hecho.


Iconoclasta

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15 de enero de 2006

666: En un resturante parisino

Como un ser superior que soy, existen cosas que no me influyen o atañen. A veces, alguien o algo consigue que pierda el control por una futesa.
Las prohibiciones no se han creado para los dioses pero; el hecho de transgredirlas ante los primates o cualquier otro ser vivo da cierto romanticismo y motivación a mis actos.
Dijéramos que la ofensa de tratarme como a un igual me permite poner en marcha mi violencia, mi maldad.

Hace ya unos años, a los primates se les ha metido en sus patéticos cerebros el prohibir fumar en casi todos los recintos cerrados.
Pasan hambre, se matan. Sus hijos se chutan mierda en las venas, se mueren de cáncer, en automóvil y carecen de libertad alguna. Trabajan años y años y cuando llega el momento de jubilarse, se mueren en muy poco tiempo.
Son graciosos los primates.
No me canso nunca de violarlos, descuartizarlos… De matarlos.
El que un humano, un mono me diga lo que debo hacer, es algo que dispara lo más peligroso de mí.
Aunque si he de ser honesto, no necesito grandes motivos para destrozar vidas.
Unos especímenes al verme caminar por cualquier lugar del mundo, aunque sea de espaldas; intuyen que es mejor no rozarse conmigo.
Otros en cambio, son más valientes y a pesar de mi aura maligna, de peligro; creen que no se han de atemorizar por nadie y me molestan. Me aconsejan hacer esto o aquello, o me recuerdan alguna prohibición. Y estos valentosos nunca aprenderán porque los mato con la impunidad y la gracia que me otorga mi condición de ser superior.

En pleno centro de París, entré en uno de esos restaurantes de lujo. De esos que parecen casas de putas por lo recargado de su decoración. En realidad lo son, porque parece que por el precio, en vez de servirte unos entremeses, te van a hacer una felación dos ministras francesas.
No importa, chorreo dinero.
Elegí ese restaurante caro, selecto y feo porque por una buena propina al afeminado recepcionista, no le importa que me fume uno o diez de mis ostentosos habanos H. Hupman. Así que al entrar con el puro en la boca, le solté un billete de 50 €.
No prestó atención al cigarro y por un momento pensé que me la chuparía allí mismo.
El salón comedor aún no estaba lleno y me condujo hasta una mesa individual un tanto aislada del núcleo de mesas central. Discreta.
Un camarero me acomodó servilmente y estuve a punto de clavarle mi cuchillo en el corazón por servil; pero saqué un billete de 20 € que me quitó de los dedos.
Acto seguido le pedí entre volutas de humo, dos docenas de ostras, un par de latas de cocacola y unas patatas fritas. Me encanta ser vulgar en los más caros y selectos locales. Quien tiene dinero tiene clase, lo tiene todo; recordadlo.
Aún no me habían servido las ostras, cuando empezó a formarse cola en el mostrador de recepción; seguramente el relaciones públicas del restaurante salió a la calle para buscar clientela proclamando que habían niños y niñas pobres en el interior, y de los cuales se podía abusar sexualmente por el precio de un menú arregladito. Los condones corrían por cuenta de la casa.
Y así, sumido en mis profundas cavilaciones, el salón se comenzó a abarrotar de gente con dinero. Muy educados todos, claro…
Hasta sabían francés.
Soy un buenazo con demasiada paciencia en algunas ocasiones. Porque el hedor de los primates es repugnante.

Las ostras que me estaba comiendo con unas gotas de limón, aún se movían al bajar por mi gaznate.
Es hermoso comer seres vivos.
Me encontraba bien, feliz. Tranquilo.
Una pareja formada por una lujosa puta veinteañera y un viejo carcamal, tomó asiento unas mesas frente a la mía. Me comí a la puta con la mirada; el viejo exhibía una amplia sonrisa, saltaba a la vista que le había comido el rabo hace muy poco. Un pequeño cambio de tono en el maquillaje de la barbilla, delataba el reguero de semen por que se había escurrido de los labios de la puta.
Clavé con inmisericordia mi mente en la de ella, a través de sus ojos enormes de avellana, casi dorados.
Aspiré una gran bocanada del habano y exhibí mi lengua ancha y pesada.
El viejo leía la carta, mientras su guarra era catapultada al delirante deseo sexual de mi volición.
La primate me devolvió una mirada que poco a poco se fue cerrando con abandono y voluptuosidad. Humedeciéndose los labios.
Su mano bajó al paquete del viejo simio y bajo la mesa abrió la bragueta, oí el sonido suave, sacó su pene delgado que se puso tieso al instante.
El primate miraba hacia todas partes un tanto avergonzado mientras sus labios temblaban trémulos. En el movimiento del mantel se intuía el sube y baja de la mano de la guarra entre las viejas piernas.
Sorbí la carne de una ostra e imaginé lamer la vulva de la primate. Le envié la imagen de un limón goteando sobre los labios húmedos e hinchados de su coño blando y elástico. La obligué a que sintiera mi lengua presionando en su coño bajo la mesa. Y sintió realmente una especie de babosa deslizarse por sus labios mayores, profundizando, buscando ávido su clítoris.
Su vulva empapada era ahora un amasijo de placer.
Me froté los genitales con una obscena mueca dedicada exclusivamente a ella.
Soy generoso.

Y pensé en penetrarla con una navaja y cortar hacia el pubis hasta llegar al ombligo, más allá de su vientre simiesco.
En destriparla en medio de un gemido de placer, succionar sus intestinos y revolcarme carcajeándome entre esa serpentina sangrienta.
Me imaginé su horror entre el estremecimiento de un orgasmo apocalíptico.
Me dan asco los primates. Todos.

Ella deslizó la mano libre bajo la mesa y pude apreciar el gesto de meterla dentro de sus bragas; sus piernas se abrieron discretamente y dio comienzo a una caricia contenida.
Me saqué la polla y descapullé el glande con un tirón fuerte protegido de la mirada de todos por el mantel que colgaba de la mesa.
Cogí medio limón de la bandeja de las ostras y lo exprimí presionando con fuerza en el pijo. Refrescando el calor del miembro entumecido, el glande estaba ardiendo y lleno de baba lubricante.
Me correría en aquel limón y se lo daría a la primate para que se bebiera el semen…

Siempre hay alguien dispuesto a joder los mejores momentos de un ser superior.
Un trío de primates fue conducido por el servil recepcionista frente a mi mesa.
Justo en medio…
Era un matrimonio y su hija, la niña comenzaba a despuntar unas tetas que prometían ser enormes en poco tiempo. Se sintió avergonzada ante mi repaso. Vestía unos tejanos desgastados y una camiseta con la marca Gucci dibujada en pedrería rosa. Una chochada.
El padre, un cuarentón, vestía otro tejano pulcro y planchado, una camisa a cuadros y una americana azul marino holgada. La madre era una monada (valga la redundancia), lucía un vestido muy sencillo, vaporoso y fino. Hombros descubiertos y las rodillas al aire. Su piel artificiosamente bronceada se fundía con el sepia tostado de la tela.
Me la hubiera follado delante de su marido y su hija, allí mismo.
Era en definitiva, una de esas familias que sin ser millonarios viven con cierta holgura.
El macho tenía un porte adusto y grave. Antes de sentarse, se dio la vuelta y me miró brevemente a los ojos. Olfateó el aire y fijó su mirada en mi habano reprobadoramente. Con agresividad incluso.
O sea, con total elegancia y rotundidad marcó su territorio y demostró lo que pensaba de mí y mi puro.
Desde ese momento estaba muerto…
No le presté más atención y seguí exprimiendo el limón en mi capullo henchido de sangre pulsante; olía a sexo puro; esa mezcla de orín y sudor que hace salivar abundantemente a los primates.
Sentía bajar el zumo por mi bálano para llegar a los cojones y me temblaban los muslos de placer.
La puta seguía masturbándose con los ojos entornados y el viejo boqueaba con su rabo entre los dedos de la mona.
Aspiré otra bocanada y la expulsé con pereza, creando una densa nube de aromático humo.

La niña tosió…
El primate macho se levantó con rapidez y energía.

-Le ruego que apague el cigarro, mi hija es asmática.- exigió alzando la voz y provocando un súbito silencio en el salón.

La puta continuaba sobándose el coño, moviendo el rabo del anciano cadenciosamente.
El cabrón de Dios sabe muy bien cuando va a ocurrir algo malo. Dos enormes y pálidos arcángeles aparecieron tras las sillas de las mujeres de la familia modelo.
Sus hermosos cantos llenaron el local y los primates callaron en el acto sus murmullos, arrebatados por aquellas inhumanas voces.
Dios los envía a menudo cuando cree que puede hacerse cargo de algunas almas.
Como las de estas primates que se iban a desprender de sus cuerpos masacrados.
Los divinos seres se encontraban tristes y miraban lánguidamente sus pies emitiendo sus cantos de amor y perdón. Las plumas de sus gigantescas alas replegadas rozaban el suelo.

Me gusta, disfruto enormemente de esta capacidad que tengo para entristecer a las bestias celestiales.
El poder de hacer zozobrar la paz espiritual.
A veces haría fotos y todo.

Aquella interrupción, aquella orden del repugnante primate me llevó a una ira incontenible, descontrolada. Mis ojos se inyectaron en sangre, mis manos se tornaron huesudas, milenarias… Tendones y venas parecían rasgar la piel que los recubría. Las uñas crecieron rotas y negras. Afiladas.
Los caninos asomaron goteando sangre, deslizándose por encima del labio inferior.
Me puse en pie con la polla tiesa fuera del pantalón.
Los arcángeles de repente, atiplaron la voz y subieron dos octavas su canto, creando así un triste y suspendido lamento.
Lancé los dedos índice y corazón contra los ojos del mono macho, le reventé los globos y doblé los dedos para asirlo por dentro y por encima del arco superciliar.
Los arcángeles abrazaron a las hembras tras las sillas, intentando apaciguar sus almas sobresaltadas.
Arrastré el cuerpo del agonizante primate bien sujeto por mis dedos clavados en las cuencas de los ojos. Coloqué su torso encima de la mesa y al lado de la tía buena. Cogí el tenedor de la carne y empecé a clavarlo repetidamente en su nuca. No paré hasta dejar al descubierto la blanca médula entre medio de toda esa carne picada.
Mi polla gorda y dura goteaba fluido.
La cría boqueaba por aspirar aire en plena crisis asmática y la madre gritaba como una cerda.
Dejé caer el cuerpo del amado padre y marido, le abrí la boca en el suelo y acerqué la mía a la suya. Aspiré su alma gritona y asustada.
Ese cabrón era mío, los afeminados querubines se podían quedar con las hembras cuando acabara con ellas.
Me coloqué entre madre e hija, los arcángeles me suplicaron su perdón susurrándome al oído.

Así con fuerza el cabello de la madre, estrellé con fuerza innecesaria su cara contra la mesa y la mantuve así.
Con la otra mano tiré del cabello de la pequeña para echarle atrás la cabeza y le hice el boca a boca.
Le arranqué los labios de un mordisco y los mastiqué.
Levanté la cara de su madre y se los escupí.
Mi furia, mi ira los mataría a todos.
Y todos parecían esforzarse por no respirar. Por parecer muertos a mis ojos.
Empuñé el cuchillo del pescado y se lo clavé en la papada a la primate madre, algo que la hiciera callar de una puta y divina vez. Lo empujé tanto que le atravesé el paladar.
Manteniendo el cuello tenso de la niña, le golpeé con el canto de la mano en la glotis. Le aplasté su joven cuello y esos agónicos espasmos de su pecho, cesaron de repente al cabo de unos breves segundos.

Yo jadeaba furioso, buscaba a mi siguiente presa entre la manada de cobardes monos.
Estaba completamente desbocado.
Me fijé en la joven puta que seguía masturbándose y mi irá se aplacó, recuperé la compostura. Me acaricié el pijo ya más calmado. Mi respiración se pausó.
Por el rabillo del ojo, pude ver que el recepcionista estaba manejando el teléfono móvil.
Con una amplia sonrisa y tras haber recuperado mi cigarro abandonado en la mesa, me dirigí a él, sacando mi Glock de 9 mm. de la funda trasera del pantalón. Al idiota francés se le resbaló el teléfono de las manos. Encañoné su nariz por una fosa nasal y disparé sin más pérdida de tiempo.
El casquete craneal saltó en dos trozos y parte del cerebro nos salpicaron a mí y otros primates cercanos. Hubo algún grito de sorpresa por el estampido.
Los arcángeles callaron y cobijaban las almas temblorosas de las monas bajo sus alas.
Me encaminé hacia la puta, con la ropa húmeda de sangre y restos de carne y huesos pegados por la camisa y el pantalón. Mi polla asomaba gallarda y enhiesta.
Nadie me miraba a la cara, les parecía más apetecible a todos mi polla tersa y brillante.
Los primates son unos pervertidos, y cuanto más dinero tienen, peor aún.
Cuanto más me aproximaba a la puta, más fluido maloliente se descolgaba perezoso de mi pene.
Me lo cogí con el puño y se lo ofrecí a los querubines para que me lo chuparan.
Giraron la cara los muy desagradecidos.
Yo reí orgulloso de mi ingenio.
La puta se masturbaba ahora a dos manos, gemía escandalosamente y el viejo se había separado de ella asustado.
Usé la voz grave y relajante del melífluo Dios mientras cogía la cabeza de la zorra con mis manos y conducía su boca a mi pene.

-Bebe porque esta es la leche de Cristo.- y solté una carcajada feliz.

Los ángeles volvieron a la carga ante la blasfemia entonando una letanía de loor a Dios, tan antigua como ellos mismos.

La puta apenas podía respirar por que le obturé la garganta al hundir mi bálano en lo más profundo de su boca.
El viejo intentó separarla de mí y le clavé un cuchillo en el oído derecho. Elegí el de postre y se lo hundí hasta el mango.
Sus espasmos y rechinar de dientes me excitaban. La próxima vez que os hagan una mamada, procurad tener a alguien agonizando muy cerca. Es impresionante por decir poco, por decir lo mínimo.
Cuando comencé a sentir el orgasmo, la puta metió sus dedos por la bragueta y comenzó masajearme los cojones.
Me corrí con un gruñido feroz en medio de los gorjeos de ella por evitar ahogarse.
El semen le salía por la nariz.
Cuando le quité la polla de la boca, escupió gruesos cuajos de leche blanca y densa.

-Dale un poco al viejo, tiene sed.- le siseé malvado yo. Sarcástico.

Y se acercó al viejo primate, utilizó el cuchillo como asa para girarle la cara y con la otra mano presionó en su mentón para abrirle la boca. Ella abrió la suya casi en contacto con la de él y dejó resbalar el blanco semen que el viejo se empeñaba en escupir cuando la sentía en la garganta.
Yo me emocioné ante aquella tierna escena y unas lágrimas corrieron por mis mejillas sonrosadas.
Me metí la polla en el pantalón y liberé la mente de la puta.
En ese mismo instante, le sobrevinieron unas fuertes arcadas (como si fuera la primera vez que se tragaba la leche) y comenzó a chillar tan histéricamente, que tuve que pegarle un tiro en la boca para que se callara.
Salí a la calle con la ropa manchada de sangre y carne. Pero nadie me prestaba atención.
Los primates a veces son astutos.

La próxima vez que quiera fumar en un lugar público tendré que ir a un burdel de lujo. Pero en esos sitios la comida no es deliciosa.
Ni entran asmáticas.

Ya sé que es reprobable mi actitud, un dios no debería perder los nervios; se ha de mantener frío ante los primates.
El humor es importante.

Creedme, el idiota ese del padre de la asmática me cortó el rollo de la peor forma posible. Sólo Cristo y algún primate más han conseguido que pierda así la compostura.
Aunque desahogarse de vez en cuando nunca viene mal.

Durante estos acontecimientos, mi Dama Oscura se encontraba de compras por las joyerías y tiendas de moda, le encanta hacer ostentación de dinero.
Cuando en la suite del hotel le narraba lo ocurrido en el restaurante, se abrió de piernas excitada y se dejó lamer el coño por un pequeño yorkshire que había comprado para entrar en las tiendas en las que estaba prohibida la entrada de animales. Ella es como yo de compleja.
¡Aaaaaaaaaah, el romántico París!

Recordad: si queréis imitarme, controlad la ira. Paciencia y control con los idiotas.
Siempre sangriento: 666


Iconoclasta

5 de enero de 2006

Monumento

Crearé un monumento, un monumento a mí mismo.
Un monumento vertical y afilado; vertiginoso. Quiero que al ser observado, admirado; todos sientan el vértigo de una obra monstruosa.
Piedra tallada con poderosos golpes de rabia, de un desasosiego abismal.
De un amor loco que se me desliza por los dedos como una serpiente en el barro.
Se escapa, siempre se escapa lo bello.
Y la rabia y el odio y el asco llenan el hueco que queda.

Monumento a un deseo atroz y venenoso de hendir mis manos en un vientre culpable y tirar de sus entrañas.
Del grito paranoide, no casual. Algo ensayado a lo largo de décadas de frustración.
Justicia… Salvaje justicia.

Será una afilada aguja, tan tosca y torcida que el mundo entero temerá mirarla, temerá que caiga.
Será piedra rugosa, cortante.
Se clavará en el cielo y las gotas que caerán desde el afilado pináculo no serán condensación.
Será cualquier cosa menos atmósfera. Porque la atmósfera no llora rojos ni amarillos.
Sangre y bilis…
Un arrecife en el aire…

Los pájaros e insectos no se posarán en ella sin que serias heridas se abran en sus patas.
En las manos y pies de los más valientes.
Quiero que nadie se sienta a salvo y sin embargo, no puedan apartar la mirada.
Por eso golpeo y pego.
Hay uniones blancas de calcio óseo. Argamasa fraguada en plasmática serosidad.
Uñas que se han destrozado por no querer caer de esa improbable altura. Que intentaron subir para retar sus miedos.
Y la materia hiere y duele. Y un metro de subida, es un rastro de sangre.
Tiene un enlucido que aún conserva su vello original. Sus estrías y sus cicatrices. Restos de vida, testimonios de fracasos. Bubones de una peste letal.
Dolor e impotencia.

Quiero crear pesadillas, quiero crear escalofríos que recorran miles de espinazos ante la magnitud de ese monumento. Que teman conocer a su autor.
Y que no puedan apartar su vista de él.
Que sientan el peso del megalítico monumento aplastando la tierra.
Que se sientan orugas a su sombra.

Quiero que al ver toda esa imperfección sepan de mi tortura, de mi disgusto de vivir entre ellos.
Quiero ser irracional. Injusto.
Admirarán la insania, y no se sentirán confortados.
No habrá fotografías.

Esbozarán una sonrisa al verlo, una sonrisa que ocultará la certeza de que se eleva sobre los muertos, de que los cimientos son un monumento a la horizontalidad de la muerte. La muerte se extiende plana porque plano y grávido queda el cadáver sobre el suelo.

Una base plana y llana, que se fundirá con el horizonte.
Gigantesca y pavorosa.
Una llanura negra, árida y sin relieve alguno. Sólo un viento que aúlla y roba la razón. Un escalón negro que se extienda como una mancha obscena; cáncer sobre terciopelo ocre.
Busqué la tierra más seca y muerta del planeta.

Porque lo he clavado en las entrañas de la tierra. Atravesando tumbas y necrociudades ocultas por capas geológicas.
He pretendido herir la tierra con él.
Le he hecho daño.
Y nadie pasará sus manos para sentir el tacto de arena, hueso y piel. Del granito que ha conseguido hacer sangrar mis dedos.
Que supure la tierra, que el cielo se ofenda.

Que millones de ojos reflejen la plomada torcida de un cúmulo de errores.
De un ciego rencor injustificado. Que sepan que si el monumento se derrumba, no podrán escapar. Que es tarde hasta para el pensamiento.

Provocará el silencio, un pensamiento mudo. Que ni un solo sonido perturbe la gravedad y el deterioro, la congoja que crea ese monumento; el monolito de la humana miseria.

Un monumento que no se pueda disimular con una estúpida sonrisa de vana simpatía y comprensión.
Algo hiriente para el bienestar de los fariseos.
Algo horripilante como la vida que me han obligado a soportar.

Mi monumento, mi insulto al mundo entero…
El alarde de mis miserias, las de ellos.


Iconoclasta

31 de diciembre de 2005

Ley anti-tabaco

Estoy hasta la polla (y nunca mejor dicho) de esa estupidez de ley contra el tabaco. Entendedme, yo no voy a dejar de fumar nunca. Me gusta fumar.

Y es que se están poniendo muy pesados con su mierda de salud.

No soy un esclavo y no voy a postrarme ante los pies de un "massa" y comerle el rabo para que me deje fumar un cigarro, dijéramos que soy un poco rebelde cuando me tocan las pelotas y suelo reaccionar de modo contrario.

Por culpa de esta mierda de ley se montó el gran escándalo en la fábrica de condones.

Soy el que prueba los condones en la fábrica, el control de calidad.

Me la estaba pelando con un condón de color rojo con cascabeles en la base; un lote tradicional que sólo se fabrica para la nochevieja.

La verdad es que me desconcentraba un poco el ruido del cascabel y me estaba malhumorando. Pero bueno, me corrí en tres condones elegidos de lotes distintos y todos estaban en buenas condiciones. Hasta aquí más o menos bien.

Era muy difícil meter el condón de nuevo en su envoltorio sin llenar de semen los cascabeles y me estaba poniendo muy nervioso. Estaba siendo un día difícil.

Para mayor inri, un grupo de colegiales, estaba de visita en la fábrica (El Sagrado Corazón del Cristo Colgado de las Pelotas, creo que se llamaba el colegio) y el guía hizo un alto frente a mi departarmento. Hizo subir la persiana exterior para que vieran los niños, maestros y maestras cómo realizaba mi importante trabajo.

Así que me acaricié el pene hasta que se puso duro (incluso le vaporicé un poco de aceite para darle más brillo). Los visitantes se pegaban al vidrio como moscas y reían y aplaudían, sobre todo cuando vieron la elegancia con la que vestí mi polla con aquel condón de rojo pasión y cascabeles.

No soy vergonzoso, pero llevaba ya casi 45 minutos sin fumar y estaba muy estresado con ese modelo de condón tan difícil de probar.

Así que empecé a darle al puño ante las sonrisas felices de niños y niñas, de maestros y maestras.

Los golpecitos que daban contra el vidrio consiguieron distraerme y perdí la concentración.

Entonces les hablé a través del intercomunicador:

- A ver, niñas. ¿Alguna me quiere ayudar? - paso de que un macho por pequeño que sea me ayude en estas cosas.

Y una simpática niña bajita comenzó a saltar agitando sus muy pequeñas tetas. Estaba muy nerviosa.

- ¡Yo, yo, yo! ¿Me deja entrar Srta. Alba? Por favor....- le preguntó ilusionada a su profesora.

La profesora asintió comprensivamente y me sonrió cándida.

Accioné la cerradura eléctrica de la puerta y la niña se metió en el departamento a velocidad supersónica rompiendo así la barrera del sonido.

Le di dos besos en la mejilla.

-¿Cómo te llamas?

- María del Mar.

- ¿Y cuántos años tienes?

- 12

- Mira, me rodeas así la punta del pene y subes y bajas la mano, que yo te aviso cuando salga la leche. Y ponte así para que tus compañeros puedan ver como se hace.

Y la niña comenzó a subir y bajar la mano velozmente. El tintineo era impresionante y mis cojones se comenzaron a contraer de gusto.

El guía de la fábrica entró para hacer unas fotos mientras me la pelaba la niña feliz.

Pasaron dos minutos y yo no me corría, estaba nervioso.

- Tú no pares.- le dije a la pequeña María del Mar.

Saqué la cajetilla de tabaco, me encendí un cigarro y me senté frente a las visitas con las piernas abiertas mientras me relajaba y la niña por fin conseguía que mis primeras convulsiones de placer aparecieran en mi vientre.

Entonces los profesores empezaron a picar en el vidrio, estaban histéricos; querían que apagara el cigarro. Estaba prohibido fumar.

Yo no les hacía ni puto caso y continué fumando y echando el humo contra la cara de la revoltosa y encantadora María del Mar.

Uno de los profesores exigió que le abriera la puerta. Apreté el pulsador y entró como una exhalación.

- No puede fumar y menos con una niña en el mismo local. Es un crimen. La ley es muy clara.

- Pues yo tengo ganas de fumar, y fumo cuando me da la gana. Estoy sometido a mucho estrés y me paso casi diez horas aquí metido; así que no me toques los huevos y sal fuera para ver como me corro y se hincha el condón.

María le daba a mi rabo con locura y mis ojos bizqueaban.

El profesor se puso frente a mí para hablar muy claro y cerca de mi rostro.

- Si no apaga ese cigarrillo ahora mismo, le denuncio.

Y en ese momento me sobrevino un orgasmo sísmico.

Mi cara mutó y se convirtió en una máscara de lujuria, mi lengua salió de los labios relamiéndolos y mis piernas comenzaron a temblar.

Un tremendo chorro de semen se estampó contra la corbata y los labios del barbudo profesor.

-Joder, ha salido uno malo. -me exclamé.

María se estaba limpiando la mano en el vestido y yo me quité el condón para examinarlo.

Pues no era defectuoso, resulta que había frotado con tanta fuerza que se rasgó y dejó descubierto el glande.

La niña saltaba feliz haciendo sonar los cascabeles del condón roto que le di de recuerdo. Lo agitaba frente a sus compañeros alardeando de su trofeo.

Habían niños que me pedían más.

Le di la última calada al cigarro; el profesor ya se había ido hacia la pica para lavarse la cara. Estaba blanco y se había quitado la corbata de la que colgaba un espeso moco blanco.

- Voy a hablar con sus superiores ahora mismo, y me van a pagar una corbata nueva. Es usted un delincuente. Casi nos enferma con el cigarrillo.

- A mí me suda la polla, ves a hablar con quien te dé la gana, idiota.

Y el profesor salió de allí pegando un portazo.

- ¿Te lo has pasado bien María del Mar?

- Si, mucho.

Le di un beso en la mejilla y le deseé que pasara unas felices fiestas.

Y por fín me dejaron solo. Y pude volver a fumar otro cigarro más tranquilo.

Al final de la jornada entró el jefe de planta, yo estaba fumando.

- ¿Te ha dado mucho la vara el idiota del profesor?

- Estaba rebotadísimo. - dijo encendiendo un cigarro- Hasta que no le hemos regalado el bolígrafo-polla vibrador no ha dejado de gritar.

- Con el buen rollo que había cuando los subnormales del gobierno no se inventaron esa ley ¿eh?

- Es que sólo consiguen estropearlo todo- me respondió el jefe.

- Bueno, pues yo me voy a casa. Oye, me llevo un par de cajas de estos condones para Iconoclastito ¿eh?

- Vale, no te preocupes. Y felices fiestas, Iconoclasta.

- Felices fiestas, Pedro.

Y una vez en el coche y de camino a casa, me encendí un cigarro que no me apetecía en absoluto pero sólo por tocar los huevos y tirar por la ventanilla la colilla, valía la pena fumarlo.

La ley anti-tabaco me la pela.

A cascarla.

Buen sexo.

Iconoclasta