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26 de noviembre de 2005

Acuarela



Soy un retrato en acuarela, poca cosa. Algo tirado en un bosque, entre la suciedad de un vertedero.
Abandonado a la lluvia y a la humedad de la noche. A un rocío frío que me hiela; no sé el nombre de mi creador, pero me diluyo.
Mis colores fueron vivos en el momento de la creación, eran unos hermosos colores sólidos como la sangre de los dedos del pintor.
Del creador.
Del psicópata maldito que me malparió.

Mi cabello era tupido, de un marrón como las cortezas de estos árboles que ignoran mi agonía. Mi sonrisa era sincera.
Y llueve y me aguo, desaparezco lentamente.
Lentamente porque el dolor es eterno, la tristeza de apagarse es un lamento continuo. Es una pena que no puedo gritar, no me queda apenas boca. No me queda apenas nada.
A veces, una gota que se arrastra parece dibujar una cicatriz que cruza mi rostro apenas coloreado.
Maldito creador, me diste vida por mero capricho, y nada te agradezco.
Te odio como nadie podría odiar, con la enajenación de mi dolor.
Del miedo de estar solo, pudriéndome entre vegetación y mierda.
Si al menos fuera una marioneta soñaría con que me dieras vida.
Como en aquel cuento...
Y te decapitaría, haría rodar tu cabeza con una espada, cortaría tus dedos sucios de colores impuros, mezclados por tu caprichoso proceder.
Tengo tanta fuerza para sentir asco hacia ti…
Te escupiría a los ojos; te pintaría los globos oculares con vinagre y lejía.
Y nunca podré hacerlo, es frustrante. No te debo ni el agradecimiento de un segundo de vida.
Lo único que me acompaña es la amargura del dolor.
Me aguo llorándome a mí mismo, en silencio; con mil sonidos hostiles a mí alrededor.
Es un llanto caníbal; me devoro.
Me autodestruyo como un secreto guardado por un romántico espía.
Soy un pobre pigmento sobre papel.
Un pobre y efímero bastidor para una vaporosa vida.
Débil, desprotegido.
Y en cambio tú, pintor, eres un dios desgraciado, aciago. Fuerte y cruel.
Y me lloro en chorretones desde mis ojos emborronados.
Lágrimas que ni siquiera son mías, que son vertidas por el mundo encima de mí.
¡Qué desproporción, un planeta y un dios contra un papel!
Como si fuera un enemigo peligroso al que abatir.
Pintor, creador:
No es agradable la gota que cala en el papel; poderosa.
Es terrorífica la lluvia cuando su único fin es deshacerme.
La orina del animal que me arde en la piel que en un día tuvo color…
Ya no queda apenas nada de mí, creador.
Ríe feliz porque tu ponzoñosa maldad, no ha creado una bella acuarela.
Creaste un dolor, un terror.
Un borrón.
Una maldita acuarela apenas ya reconocible.
Ojalá no fuera biodegradable y mis restos contaminaran por años la tierra.



Iconoclasta

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11 de noviembre de 2005

Cosas por hacer cuando aún queda vida

Silbo feliz paseando por la calle, son las 10:30 de la mañana y todo fluye; sólo pienso en mi propia felicidad, en que tengo algunas cosas por hacer, o tal vez ninguna.
Ya irán surgiendo, me gustan las sorpresas.
Como la que me ha dado el médico hace apenas 15 minutos.

-Tiene un tumor cerebral, Pablo y ya ha afectado una parte muy importante de la masa cerebral, no se puede operar.

-¿Y por qué siento este dolor tan leve y no uno tan fuerte como los de antes?

-Porque se ha destruido tanta masa cerebral, que ya no puede apenas transmitir dolor.

-¿Y cuánto puedo durar?

-Una semana con mucha suerte; aunque en cualquier momento puede llegar una muerte súbita. Es importante ahora relajarse, descansar mucho para no acelerar el proceso.

-Gracias doctor.

Y el bueno del doctor me miraba para evaluar mi respuesta, estaba preparado para una crisis nerviosa. Le ofrecí la mano para distender el ambiente opresivo de esa violenta situación.
Había tristeza en sus ojos.

Estoy seguro de que mi felicidad se debe al mal estado de mi cerebro, pero está bien así; no me gustaría morirme llorando y sufriendo.
Y me decían que el dolor de cabeza era cosa de nervios... Y venga tomar aspirinas y vomitar de puro dolor.
No quería ir al médico precisamente por esto, porque seguro que me iban a encontrar algo malo.
Evito pensar en mi esposa y en mi hijo, su pena y dolor sería más potente que el miedo y dolor que yo pudiera sentir.
A mí no me parece que me quede una semana de vida como máximo; creo que soy eterno.
No me duele nada, soy feliz. No estoy deprimido, la prueba es mi sonrisa amplia.
He decidido vivir una vida plena y despreocupada. Los condenados a muerte tenemos ciertos deseos por cumplir. Como todo el mundo, sólo que a los que nos morimos deprisa, se nos antojan más urgentes
Así que no pienso en nada. Sólo paseo por la ancha avenida disfrutando de los escaparates. Me he comprado una pluma preciosa.

Son las 10:45 y un viejo "amigo" apoya su anciano cuerpo en un bastón, cojeando lentamente y respirando fuerte; deja un olor a sudor rancio que ofende el olfato. Como muchos de los viejos que he tenido que soportar en los transportes públicos. Seguro que todos no son así de cerdos pero; a mí me llaman la atención los hediondos.

Yo tenía doce años y en la puerta del colegio estaba insultando a mi hermana, una pelea de críos. La llamé "cerda" y una mano áspera, desconocida y sorpresiva me abofeteó la cara. Me ardió la mejilla durante días; la vergüenza y la rabia anidaron en mi mente deseando matarlo, destruirlo, joderlo a patadas en la cara. A palos.

- A ver si así aprendes más educación, mocoso.- me dijo un adulto con recia voz mientras yo lloraba de rabia.

Como crío que era, en pocos días el odio dio paso a un velado rencor, después se convirtió en mera antipatía. De tarde en tarde me cruzaba con él, sin que me mirase a la cara. Con el tiempo comprendí que era un borracho de mierda, o eso imaginaba. Me abrió los ojos a lo que era el odio, en aquel instante en el que me abofeteó, supe que podría matar a alguien en un ataque de ira. Era cuestión de crecer para ser poderoso.
Y hasta la fecha, las pocas veces que lo he recordado, ha sido una simple evocación anecdótica que ni siquiera me ha entretenido.

Pero resulta que me voy a morir y el muy cabrón va seguir vivo. Y eso no me gusta.
Avanzo rápido, y le quito el bastón de la mano.
La avenida está flanqueada de bancos de piedra y árboles, hace calor y los viejos a esta hora se encuentran absorbiendo el sol a través de sus pieles cuarteadas; como lagartijas. Reptiles.
Los hay a patadas en ambos lados del paseo ocupando casi todos los asientos.
Me llama cabrón con aquella recia voz con la que me enseñó educación, al arrebatárselo de un tirón.
Y levanto el bastón por encima de mi cabeza, con la empuñadura metálica en lo alto, pesada y agradable. Da confianza.
Con una gran velocidad lo estrello contra su mejilla izquierda y su cabeza apenas se mueve, pero hasta los lagartos que están sentados en los bancos han oído crujir su dentadura postiza que escupe a trozos entre la sangre que mana de su boca.
Cuando alzo el bastón de nuevo, comienza a caminar lentamente de espaldas para evitar el próximo golpe, así que le impacto entre los ojos, trastabillea y cae al suelo, descamisado y enseñando el elástico de unos sucios calzoncillos.
Y le golpeo en las sienes con fuerza, como un aizkolari partiendo un tronco; una vieja se aproxima para mediar y le doy una patada en el bajo vientre que la hace caer redonda al suelo gritando como una marrana con ambas manos sujetando su vieja barriga.
Unos cuantos viejos se han puesto en pie y ni siquiera se atreven a acercarse para ayudar a la vieja que no cesa de decir "ay, dios mío, ay dios mío, ay dios mío..." Estoy a punto de darle una patada en la cabeza de lo nervioso que me pone. Así es como este viejo me enseñó a ser bueno, con un buen golpe.
Sólo que yo era un crío.
Sigo con el viejo educador que tiene los dedos rotos, porque ha intentado proteger la cabeza con las manos y no ha servido más que para que sufra más. Sus viejos y baratos pantalones de tergal se han mojado de sus propios orines y su panza blanca asoma por encima del cinturón.

- A ver si tienes cojones ahora para pegarme una bofetada, idiota.

Y me agacho muy cerca de él para que me abofetee como cuando era un crío.

La lengua asoma amoratada por entre su boca rota, y sigo golpeando sus sienes, con gracia, con plena dedicación. Le digo que tiene la suerte de conocer a un inmortal. Que no se queje tanto, cuando muera sonreirá a su puto dios si existe.

- Aunque creo que te pudrirás en un infierno, idiota.- le digo con toda seguridad.

Hay tanta sangre en el suelo y está tan quieto, que me doy cuenta de que está muriendo, su lengua ha virado al azul y en un último golpe de ira le meto el puño metálico en la boca rompiendo las encías e incrustándolo en el paladar.

Cruzo rápido el paseo central de la avenida esquivando coches detenidos, jaleado por los gritos de todos esos reptiles. Me sumerjo en las calles secundarias que tanto conozco, justo en el momento en el que el ruido de una sirena se aproxima desde lejos.
Un corrillo de viejos oculta el cuerpo ensangrentado con curiosidad morbosa. La vieja de la patada está en el suelo lamentándose aún y enseñando sus bragas grandes y horrendas. Sus muslos gordos y viejos. No es erótico.

Los hay que me miran extrañados cuando me cruzo con ellos por las estrechas aceras al verme silbar, al ver que doy pequeños saltitos de alegría.
Sonrío mucho y sólo ahora soy consciente de que me estoy muriendo.
Me siento bien, siento que todos los asuntos se están cerrando, que no quedará ninguna cosa pendiente y que se acordarán de mí durante años. La sombra de la muerte se aleja, sólo ha sido un mal momento.
Soy eterno e inmortal.

A pesar de que ya estoy alejado de la avenida al menos siete calles abajo, me llegan los ecos de las sirenas. A escasos metros frente a mí, un coche de policía ha cruzado veloz la travesía con su sirena ululando a toda hostia.

Al pasar frente a la tienda de juguetes, compro un juego para la cónsola de mi hijo, uno que quería comprarse con lo ahorrado de la paga de sus abuelos. La dependienta lo guarda bajo el mostrador con su nombre. Lo guardará todo el tiempo que haga falta hasta que Jordi lo recoja.

Tengo hambre y entro en un bar de estética rústica donde pido un bocadillo de tortilla de patatas y cebolla, con el pan untado con tomate y aceite, una cocacola grande y unas croquetas artesanas de jamón de bellota.
Sólo un par de mujeres ocupan una de las muchas mesas.
A mi hijo le encanta almorzar conmigo los sábados, le gusta sentarse conmigo en el bar y hablar y hablar de sus cosas, de los juguetes que le gustan, de sus amigos. Me pregunta cosas de los demás, el porque de todo.
Le gustan tanto los bocadillos de tortilla...
Me hace sentir triste.
Y se me escapa una lágrima traidora, así que comienzo a pensar en la buena paliza que le he dado al viejo cabrón y aunque mis ojos lloren, mi alma ríe feliz.
Abro la agenda de bolsillo y con la nueva pluma escribo:

Mi amado Jordi:
Ahora estoy tomando un bocadillo de tortilla de patatas y me acuerdo mucho de ti. Cuando leas esto, seguramente estaré muerto. No te preocupes, pequeño. No habré sufrido nada y me voy queriéndote como nadie imagina. Resulta que tenía un tumor en la cabeza, un bulto que se come el cerebro. Eso sólo nos pasa a pocos, no te preocupes.
Estudia mucho, pero no creas lo que te cuenten de mí. Si he matado a alguien, es porque se lo merecía. Nunca había hecho daño a nadie, siempre he soportado las malas jugadas con paciencia, esperando que un día pudiera sentirme bien de no haber perdido los nervios.
Y la vida muchas veces es mala, y ha querido que me muera pronto, sin apenas disfrutar de ti.
No existe la justicia, y siempre he tenido miedo de morir sin poder devolver al menos en una parte el daño o las ofensas que me han ido haciendo otros a través de los años.
Y por eso he matado a ese viejo, porque cuando tenía tu edad me abofeteó, me hizo sentir pequeño e insignificante.
Me pegó sin ninguna razón, sólo por placer.
Lo he pensado en muchas ocasiones y yo nunca hubiera pegado a un niño. Ni a ti, mi pequeño.
En la tienda de juguetes que te gusta, has de recoger un paquete que he dejado a tu nombre, ya está pagado, en el departamento de la agenda encontrarás el recibo y el resguardo para retirarlo.
Te quiero mucho, si me cuesta morir es por ti.
No contestes mal a la mama, cuídala porque se va a encontrar tan triste como tú. Abrázala y déjate abrazar y besar. Déjate querer y admirar y sigue mirándola como nos miras a los dos, con ese cariño hacia nosotros que se te escapa por tus ojos brillantes.
Llorad mucho y pronto, os sentiréis mejor y pronto pasará lo malo.
Y cuando pienses en mí, que sea con una sonrisa. Incluso cuando me enfadado porque no entendías los deberes; ya comprenderás que a veces los padres hacemos cosas que no deseamos y que cuando las hemos hecho, nos arrepentimos.
Un beso y un abrazo y una pena por dejarte.

Y así escribiendo, acabo de almorzar. Me enciendo un cigarro mientras tomo el café. Una de las mujeres me sonríe, supongo que un hombre con los ojos llorosos ofrece cierta simpatía.
Cuando salgo de nuevo a la calle todo parece menos ruidoso.

En una joyería compro unos pendientes de coral y oro para Sonia, mi esposa. Si en un par de semanas no ha pasado a recogerlos, la llamarán a su móvil.

Me siento en un banco, son las 12 del mediodía. Abro la agenda y le escribo a Sonia una carta de despedida.

Hola Princesa:

Seguramente cuando leas esto ya lo sabrás todo pero; quiero ser yo el que explique. Aquellos dolores de cabeza se debían a un tumor que ya se encuentra muy avanzado. El médico dice que apenas siento dolor porque ya tengo el cerebro casi podrido.
Te he comprado un regalo, necesitaba hacerlo. Te debía lo mucho que me has cuidado, lo mucho que me has querido. Lo mucho que has tenido que soportar de mis arrebatos de mal genio y rebeldía. Deberás perdonar que me haya amargado más de una vez por no poder hacer algo más diferente a lo que hace el resto de la gente.
¿Te acuerdas que siempre bromeaba sobre lo que haría si me dijeran que me quedaban unas horas de vida? Pues supongo que no era broma, las cosas se han devenido así.
Se me ha cruzado por delante aquel tío que me pegó de pequeño y me ha dado mucho coraje saber que me sobreviviría. No he podido evitarlo, pudiera ser que sea un acto de locura por mi sesos hechos papilla; pero me siento muy bien, mi vida.
Lo he matado a golpes y me siento feliz. Si ahora me muriera, mi cadáver mostraría una sonrisa.
Siento mucho que te quedes sola al frente de los gastos, siento mucho no poder hacerme viejo entre vosotros, si pienso demasiado en ello, se me escapan las lágrimas y como estoy en la calle me deben tomar por un yonqui o algo así.
Consuélate pensando que no has tenido que cuidar de un vegetal, de alguien que poco a poco se va hundiendo en la idiocia para morir al cabo de años de lucha.
Eres muy joven, sé que encontrarás un buen compañero, alguien que te ayude a cuidar y educar a Jordi.
Dile que le quiero tanto como a ti. Que insisto, lo peor de morirse es no veros más.
La lotería nunca nos ha tocado, en cambio somos afortunados para las desgracias.
Que asco de vida ¿verdad?
Aunque tampoco hemos padecido demasiados infortunios, al menos desde que me casé contigo.
Todo fue mejor cuando me uní a ti, mi vida.
Princesa, no siento dolor alguno, te lo juro, no me encuentro mareado y me acuerdo de todo. Es más, incluso me siento mejor que nunca.
No pienses en mí más que para lo bueno, nada de recuerdos tristes; cuando pienses en mí, ríe.
Reíd cuando miréis el álbum de fotos. Reíd mucho pensando en que ha sido una etapa bonita de la vida y que yo la he disfrutado. Que no haya dudas.
Princesa, voy a seguir mi camino, sólo paseo ahora. El médico me ha dicho que con reposo puedo vivir más. No quiero reposar, quiero acabar cuanto antes.
No sé que más encontraré o que ocurrirá en las horas que me quedan de vida, pero no dejaré cosas por hacer. Cosas que me apetezcan.
No quiero morirme en una cama sometido al efecto de los sedantes, esperando con resignación el momento en que el cerebro sea incapaz de hacer funcionar el corazón o los pulmones.
No quiero verte sufrir ni que Jordi no deje de preguntar lo que me pasa y cuándo volveré a casa.
Debes entenderlo.
Te quiero, te querré siempre. Te querré hasta en el momento en que las luces se apaguen.
Estos son los títulos de crédito de la película.
Besos.

Me siento triste cerrando la agenda, me da la impresión de que he dejado de hablar con ellos. Doy vueltas a la pluma entre los dedos hasta que noto el calor del sol en la cabeza y unas gotas de sudor se deslizan de mi frente.
Me levanto para seguir paseando, para no esperar a nada, sino ir yo al encuentro.
Me siento épico, estoy en mi derecho.

Sé que no es justo gastar tanto dinero, pero un día es un día. La daga con la calavera llama poderosamente mi atención, en su hoja de doble filo lleva gravado: Infortunium.
Me gustan los escaparates abigarrados que tienen mil objetos por descubrir. Es un arma barata, de adorno; de esas que Jordi y yo tantas veces hemos querido comprar para que adorne su habitación, Jordi es muy responsable, no me da miedo que en su cuarto coleccione espadas y cuchillos de fantasía.
Entro en la tienda de caza y pesca y la compro, ya en la calle la desenvuelvo, tiro la caja y la oculto bajo mi camisa, en el pantalón.

No quiero despedirme de nadie, sólo conseguiría que sintieran pena de mí, y eso es humillante. No soy penoso, soy valeroso.
Intento serlo.
¿Cuánto tiempo me dijo el médico que me queda? Sí, un par de semanas, creo.
No importa demasiado, la verdad es que no tengo cosas por hacer en mente.
Si pienso demasiado en esto, siento deseos de tener la esperanza de que el diagnóstico sea erróneo. No sé, no quiero pensar, es necesario pasear, vagar...

Casi sin pensar, tan sólo sintetizando el aire y algún cigarro, he desembocado en una gran calle saliendo de una fea calleja; la cara limpia y mentirosa de las grandes ciudades.
El rugido del tráfico me aturde. Coches que aceleran, frenan bruscamente, que se amontonan unos tras otros y aceleran impacientes. La gente esperando a que los autos se detengan para cruzar en hordas la acera.
Y el chico limpia-lunas...
Aprovechando el cambio a rojo del semáforo se lanza con la bayeta goteando en una mano y la goma limpiadora en la cintura del pantalón, contra el capó del primer coche detenido y enjabona el parabrisas a pesar de que la mujer le dice que no lo haga. Como siempre, él ignora cualquier protesta.

- Cada mañana lo mismo... No te voy a dar ni un céntimo. - le grita desde la ventanilla la conductora.

Cuando el chico se acerca recoger su propina, ella sube la ventanilla y le niega con la cabeza. Escupe contra el vidrio en la cara de la mujer, le abolla la puerta de una patada furiosa y le arranca una escobilla del parabrisas.
Algunos peatones miran con curiosidad y otros ríen. La mujer arranca el coche chirriando ruedas, evidentemente nerviosa, cuando aún no ha cambiado a verde el semáforo.

Hace un par de semanas este cabrón escupió en la luna de nuestro coche porque no le dejé limpiarlo. Mi mujer me rogó que no bajara del coche, yo le quería pegar una paliza.
Y es que hoy todo sale bien, parece que si yo tengo un mal día, los hay que también. Hay equilibrio en lo que me queda de vida.
Semáforo rojo, el chico de melena sucia y negra, con el torso sucio y bronceado se lanza a otro coche.
Saco la daga de debajo de la camisa y la desenvaino, la funda metálica roza en la hoja y hace ese ruido que tanto me gusta en las películas.
Se encuentra muy estirado, casi apoyado en el capó porque está limpiando la zona del copiloto, se notan sus costillas. Y entre ellas clavo la daga sin titubear; noto perfectamente como la daga se arrastra contra una de las costillas; consigo meterla hasta el puño.
Alguna curiosa lanza un alarido.
El morenazo se arrastra por el capó como un animal herido hasta caer al suelo, con la boca muy abierta. Sale sangre burbujeante de la pequeña incisión y se arrastra lentamente por el asfalto. El conductor está haciendo sonar el claxon con insistencia pero no tiene valor para bajar.
Y clavo la daga de nuevo en la flaca espalda cuando reptando aún, no ha sobrepasado el parachoques delantero del auto pero; no la clavo profundamente porque tropiezo con la columna vertebral, lo intento de nuevo con una nueva estocada pero; el chico se arrastra por el suelo y sólo consigo pinchar el omoplato. Alza la cabeza para mirarme y por entre sus dientes apretados por el dolor y el miedo se escapan unas palabras en un idioma que desconozco. Otro pinchazo más en la zona lumbar y ahora grita.
Infortunium se tiñe de sangre y la espalda sucia y huesuda se inunda en sangre.
Consigo penetrar de nuevo entre un par de costillas y he sentido como la punta de la hoja tocaba el asfalto.
Antes de envainar la daga uso la mugrienta bayeta para limpiarla de sangre.
Y con ella en la mano y casi rodeado por la gente, me abro paso a empujones y gritos para salir corriendo de allí. Un valiente intenta frenarme cogiéndome por la manga de la camisa y me la rasga; le doy con el asta del arma en la cabeza y me suelta cuando se da cuenta de que la sangre mana hasta sus ojos. Vuelvo a meterme de nuevo en las tristes y feas calles de las que he salido hace apenas unos minutos.
Algunos me han seguido y gritan:

- ¡Al asesino, al asesino!

Me cruzo con varias personas de frente y me dejan pasar con toda tranquilidad. Es la suerte de vivir en una gran ciudad.
Aún siento sus músculos defenderse del metal, la presión que ejercía para evitar que penetrara más adentro el metal.
Asqueroso.

He girado un par de calles en direcciones alternativas hasta alejarme escalonadamente por la que me han seguido. Hay calma ahora.
Son las 13:45.

Un hombre marcha tranquilamente delante de mí, a unos pocos metros.
Una chica con unos libros en la mano llama al interfono de un edificio. Viste pantalón corto y zapatos de plataforma, sus piernas son largas y delgadas. Los muslos musculosos, sus pechos a través de la camiseta de tirantes de las Supernenas parecen enormes, firmes.

- ¡Soy yo, abre...! -pronuncia en alto pegando la boca a la rejilla del micrófono.

El hombre que va delante de mí, la mira con atención mientras ella espera que se abra la puerta.
Se escucha el zumbido metálico y la chica empuja la puerta. Antes de que se cierre, el hombre entra tras ella. Los sigo con curiosidad y sin dejar que se cierre la puerta, por el resquicio puedo ver como el hombre la alcanza a mitad de la escalera, la eleva en el aire abrazándola por la espalda y tapando su boca con la mano izquierda.
La chica, pataleando deja caer los libros y él la arrastra hacia la oscuridad del hueco que hay bajo la escalera, en un pequeño espacio que queda entre la zona más baja y la caseta de contadores eléctricos.
Me llevo la mano a la cintura, pero no tengo la daga, la he perdido.
Me arrastro en la penumbra por el suelo para observar lo que ocurre. El hombre ha roto su camiseta y le está chupando los pechos, mordiéndolos. Ella solloza ahogadamente con la mano del violador en la boca.

- Me cago en Dios...- dice el hombre, le ha mordido la mano.

Y en el vientre desnudo, por encima de la cintura del pantalón, clava mi daga.
A mí se me escapa un sonido de sorpresa ante la brutal estocada y el hombre me mira por unos segundos, fíjamente.

- Lo siento, no sé que me ocurre...

Deja caer la daga y la vaina, y salta por encima de mí huyendo.
La niña sale del hueco, encorvada y sujetando su vientre herido con una mano, con la otra me demanda ayuda. Pero no le hago caso, estoy asustado y me incorporo para escapar de allí.
Aún no se ha cerrado la puerta cuando desde la calle puedo oír el grito de la cría amplificado por el hueco de la escalera.
El asta de la daga está empapada en sangre.
La vuelvo a guardar bajo mi camisa.
No hay rastro del violador.

Son las 14:55, he andado tanto alejándome de las sirenas, que no sé donde me encuentro. Es una placeta pequeña, un par de bancos y unos balancines; dos árboles jóvenes no consiguen dar suficiente sombra para aliviarse del calor.
Me siento tan cansado de caminar y correr, que hasta los mocos me gotean.
No son mocos, es sangre, tengo una hemorragia nasal que mancha mi camisa. Seguro que es cosa del tumor. No creía que fuera tan escandaloso.
No importa ya, nada importa salvo vivir lo que queda.
Evitar dolor y pena.
Saco la pluma y la agenda del bolsillo trasero del pantalón. Voy a escribir alguna cosa más a Sonia, que sepa lo que he vivido hasta ahora.
Una madre y su hijo pasan a unos metros de mí, la mujer me mira con desconfianza y acelera el paso. El niño con su enorme mochila bamboleante, intenta seguir el paso prendido de su mano.
Sonia debe estar haciendo lo mismo con Jordi. Yo a veces lo hacía cuando tenía alguna fiesta.
¡Qué miedo tengo de perderlos! Jordi no cesa de contar cosas cuando vamos hacia el colegio, me gusta su sonido.
No me acuerdo de lo último que me contó, pero el sonido de su voz es mágico y me calma.

¡Dios! Qué dolor de cabeza...

Mi camisa está sucia de sangre y siento la nariz encostrada. Me arranco los pegotes con la uña y siento alivio.
Un cigarro se está quemando entre la piel de mis dedos, no duele a pesar de la piel carbonizada. De las feas llagas. ¿Qué ocurre? ¿Qué hago en este parque?
Son las 17:07, debería estar trabajando y no sentado en un parque.
¿Qué es lo no debería?
Morir...
¿Por qué pienso en morir?
No puedo ponerme en pie, las piernas no obedecen a mi voluntad. De hecho, no parecen muertas. A veces tiemblan solas.
Pequeños espasmos. Parecen morir.
Tengo miedo.
Alguien me espera y todo está mal. Lo presiento.
Me miran con cierta extrañeza e intento preguntarles si tengo monos en la cara.
Los monos se matan, como nosotros nos matamos. Lo vi en... ¿Dónde lo vi? No sé si lo vi. Sólo se que es algo que sé. Tengo la certeza de que es así.
Hay una daga en mi cintura, y recuerdo un niño y a su madre apuñalados, los pechos de una niña y el sabor de su miedo, sirenas... Un limpiaparabrisas sucio.
Un hombre abofetea a un crío.
Entre las hojas de la agenda hay una pluma y con una letra que debe ser mía dice:

No quería apuñalar a la madre y al pequeño, pero ha sido imposible evitarlo. Es como si el destino me mostrara lo más precioso que puedo perder: vosotros.
Y yo no me acobardo ante el destino, y le he demostrado lo muy poco que me asusta. Apenas nada. Los he apuñalado en la misma entrada del colegio, a los ojos de Dios. Casi me atrapan...

Estoy muy cansado, me sangra la nariz y lo veo todo oscuro...

Más sirenas, a lo lejos.
O cerca, ya no sé si los sonidos son lejanos o cercanos.
Hubo un día en el que me sentí bien.
La sangre se derrama incontenible por mi nariz, por mis ojos; es una cortina, una alfombra. Son mis párpados pesados.
Muertos.
Un dolor... Un nada.


Iconoclasta

31 de octubre de 2005

666: La verdad de la Virgen María


¿Qué ideas se le ocurrieron al bueno de San José ante el embarazo de su virgen esposa? ¿Por qué era virgen si estaba casada con un carpintero capaz de tallar sus fantasías sexuales más duras y grandes? Incluso a la medida; madera no faltaba en aquellos tiempos.

Desde luego, Dios tiene cojones, es un cerdo. Seguro que en aquel pueblucho de mierda vivirían mujeres solteras, niñas, viejas...
Pero no, para dar por culo y joder, va Dios y se tira a una casada con penefobia (es mi única forma de entender la virginidad en una casada).
Y la única forma de entender que José era un tarado sin valor ni dignidad. Porque si esa idiota reprimida hubiera sido mi mujer, le habría rasgado el coño en la primera cita y en la noche de bodas le peto el culo. Después le hubiera pegado tal paliza que me hubiera chupado la polla todas las mañanas al despertar hasta su muerte.

María no era para tanto, una mujer bajita regordeta y con unas tetas ridículas. Sucia y guarra como lo eran todas en aquella época. Se olían desde kilómetros sus coños sucios de menstruaciones añejas.
El guasón de Dios la eligió por ese profundo asco que sentía por los penes, por ello es que fue elegida para dar a luz al Crucificado.
Supe que algo tramaba por Belén el bueno de Dios porque, habían demasiados ángeles rondando por aquella aldea miserable, sucia y polvorienta. Así que me trasladé allí una temporada, devoré al coyote morador de una pequeña cueva situada en campo abierto un par de kilómetros colina abajo de Belén.
Mis esclavas sexuales eran vecinas de aquella comarca, las que se movían hacia el riachuelo a lavar las ropas, a la fuente a recoger agua, las que acarreaban alimentos o leña por las sendas recalentadas por el sol. En tres semanas, violé y maté a más de 30 mujeres de las más variadas edades. También destripé a un par de legionarios romanos despistados y me quedé con aquellas bellas espadas. A uno lo mantuve consciente mientras a su amigo le arrancaba tiras de piel de los muslos y los pectorales. Cuando me cansé de jugar con aquellos primates recios y duros, les hice un pequeño corte en el cuello y me quedé sentado frente a ellos viendo como se iban apagando a medida que se vaciaban de sangre. Los cadáveres se apilaban en la zona más profunda de aquella madriguera creando un hedor que subía con el viento hasta la aldea. Seguramente desde entonces se identifica mi presencia con un olor a podredumbre, cosa que me place.
La muerte de todos aquellos primates cuyos cadáveres se acumulaban en la cueva, fue achacada a un negro que deambulaba por la zona realizando pequeños trabajos en casas y campos.
Lo lapidaron hasta morir y los machos del pueblo colgaron sus cojones en una estaca clavada en el suelo a la entrada del pueblo. Yo le acerté dos veces: en la cabeza y en la boca, además, sujeté una de sus piernas mientras le arrancaban los huevos con un cuchillo mal afilado.
La madre de una niña de 12 años a la que se la metí por todos los agujeros antes de decapitarla, le pegaba en la cara con el juguete de su hija, una especie de muñeca de paja.
Todo un drama... Pero no siento piedad alguna por ningún primate, me dan asco.

Dios poseyó a un pastor de cabras de enorme rabo para tirarse a María y lo intuí cuando pasaba unos metros colina arriba; se dirigía a Belén. No me van las viejas pero; cuando se trata de hacer daño no hago ascos a nada; además, en aquellos tiempos y en esa región no había mucho donde elegir. En aquellos momentos estaba arrancando los dientes que le quedaban con unas tenazas, a la abuela de la pequeña primate que maté, quería meterle la polla en la boca y ahogarla. Pero le dejé caer una gigantesca piedra en la cara y dejé el cadáver al sol para que se pudriera; momentos después seguía los pasos del joven pastor.

Seguí al pastor hasta que se metió en la casita de barro del matrimonio carpintero, sin llamar, sin expresión.
Sin mediar palabra alguna y ante un ángel del 6º Coro Celestial, el follador divino cogió por la cintura a María la guarra y la subió encima de la mesa. Levantó sus faldas y le arrancó el pañal que cubría su coño.
María intentó gritar, pero el ángel susurró algo en su oído, y ella abrió sus piernas. Yo miraba la escena desde el ventanuco que daba al camino principal, justo al lado de la puerta de entrada y sentí el olor repugnante de su coño. El alado abrió su vestido y desnudó sus tetas, empezó a manosearlas con ritmo y fuerza en aquel pleno mediodía caluroso y casi primaveral de marzo. A medida que sus pezones se erizaban y se ponían duros, comenzó a emitir jadeos, a gemir como una perra.
Siguiendo las Divinas Instrucciones, aquel pastor abrió la maloliente vulva sucia aún de menstruación y seca como un tasajo; se agachó y su lengua empezó a acariciar los labios, a humedecer aquel agujero cerrado en su coño.
El ángel me miró directamente a los ojos, sin sorpresa, pero interrogante. Yo asentí, conforme a que no interferiría en ese asunto.
El ángel presionó más los pechos de María y sus pezones parecían querer salir disparados de la presión de sangre que acumulaban, la carne fofa de las tetas se desparramaba por los perfectos dedos de aquel ser que comenzó a cantar un potente aria en loor a su Dios. Yo sé que si el querubín hubiera tenido pene, se lo hubiera metido en la boca a esa tarada mujer.
Le doy gracias al maricón creador porque me hizo imperfecto y con pene.
El coño de la María ya lucía brillante y húmedo por las babas del pastor y sus propios humores de excitación. Y el pastor la penetró de forma rotunda, sin más preámbulos. A María se le quedaron los ojos en blanco cuando sintió la polla en su piojoso coño y dio comienzo una letanía de gran dulzura:

- ¡Perro, cabrón, hijoputa, impotente, cerdo...! - le decía cariñosa al pastor

Y aún tuvo suerte la virgen, porque en aquellos tiempos los primates follaban como animales, los machos se corrían en las hembras, se subían los pañales y volvían al trabajo dejándolas a ellas con el coño irritado y empastado en semen y porquería.
María disfrutó como una guarra. Se notaba.
Los que pasaban frente a la casa e intentaban acercarse, se apartaban alarmados cuando los miraba con mis ojos preñados de un sadismo inusitado. Yo les sonreía y los primates se marchaban acelerando el paso.

¿Y José? Como sabía que no la matarían, y eso me aburre; di la vuelta a la casa hasta llegar a la pared trasera, la zona del patio y donde el carpintero tenía montado el taller. Y allí estaba él, sentado en un tosco taburete de 3 patas, se sujetaba los cabellos desesperado escuchando las delicadezas que su mujer profería en la sala principal de la choza. Pensando en lo puta que era su santa...
Salté el muro de adobe y me coloqué frente a él, bajo el techo sombreador de cañizo.

- ¿Se están tirando a tu mujer y no haces nada?

- Es Dios quien lo ordena.

- Si entras con la gubia y matas al pastor que se la está metiendo y a la puta de tu mujer; sujetaré al ángel y después lo decapitaré. Enviaremos su hermosa cabeza a Dios y podrás buscarte otra guarra para que te haga la comida, una que quiera dejarse follar.

- Dios me mataría y me enviaría al infierno.

- Te estás masturbando todos los días como un poseso, la zorra no te quiere. En el infierno, conmigo, estarías mejor- le mentí.

Pero no respondió, asió la garlopa y comenzó a arrancar virutas de un tarugo de madera que estaba sujeto en el banco.
Los gritos y gemidos de placer y locura de la puta se oían claramente:

- ¡Así, perro! Métemela tanto que me salga por la boca, hijo puta, métela hasta el fondo para que Dios vea como su buena María es capaz de tragar toda esa polla. Revienta mi chocho.

El ángel elevó un agudo falsete que hizo vibrar el barro de las paredes, penetrante como un tumor en el cerebro.
Dejé solo al miserable de José y volví por donde había venido para volver a admirar el milagro de la fecundación divina.
El ángel aún seguía clavando sus dedos en las deformes tetas de María, sus uñas herían la lechosa piel y de entre sus uñas salía la sangre. Los pezones erizados se habían amoratado con la sangre que presionaba contra el tejido sin poder retornar. Estaban tan sensibles que podían sentir hasta el aleteo de una mosca.
El pastor la penetraba sin contemplaciones, sus testículos, hinchados como los de un animal, gordos y pesados de leche golpeaban contra las nalgas de la virgen.
El pubis de vello moreno y pegajoso de María se deformaba por la penetración de aquel enorme tronco de carne que bombeaba dentro y fuera continuamente; la sangre de su himen se deslizaba perezosa por su ano hasta formar un charco en la mesa.
Sus ojos estaban en blanco, extasiados.
¡Qué puta...!

El placer de aquella primate me excitó, saqué mi pene de los calzones y del glande amoratado pendían hebras de fluido lubricante que hacían suave y placentero el roce de mi puño áspero. Mi puño se metía hasta el vientre pegando fuertes golpes hacia atrás, casi desgarrando el meato por la presión, en unos segundos me corrí y me santigüé con la mano llena de semen derramándolo por encima de mis ropas. El eunuco querubín me miraba fijamente y cerró los ojos mirando al cielo y extendiendo sus monstruosas y enormes alas blancas. Yo me reí potente como Dios y todos los animales callaron en aquella maldita aldea.

María no podía aguantar más y comenzó a jadear como una cerda pariendo, se corría con un agudo grito en "i" mordiéndose los labios hasta hacerlos sangrar, mientras gritaba:

- ¡Dame tu puta leche, hijo puta, tarado! ¡Ahógame, cabrón!

El ángel pellizcaba con más fuerza los pezones a la vez que tiraba de ellos hacia arriba, yo susurraba:

- ¡Arráncaselos! ¡Arráncaselos y que mame sangre el futuro nazareno!

El ángel me miraba fijamente luchando contra mis órdenes cuando el animal del pastor contrajo sus nalgas con el orgasmo, por el chocho ensangrentado de María manaba una leche mezclada con sangre pero; la tragó casi toda.
Al pastor se le salió el pene con la excitación y por su glande enrojecido escupió gotas de semen que volaron hasta el vientre aún contraído de María, hasta sus pechos, manchando los dedos del ángel.
La puta quedó desmayada, el pastor aturdido aún, se subió los calzones y salió de la choza sin decir nada; me lanzó una mirada avergonzado emprendiendo el camino de vuelta hacia donde quiera que hubiese venido.
El eunuco alado no se marchó de la casa hasta haber limpiado el cuerpo de María y curado el coño reventado, lo masajeó con un aceite que sacó de su túnica.

Ella abrió las piernas entre suspiros.
Volví a la parte trasera de la casa para observar a José, trabajaba frenéticamente en una extraña silla.
Salí del pueblo ya satisfecho, dispuesto a dirigirme a mi reino, a mi oscura y fresca cueva, a mi trono de piedra; echaba de menos los aullidos de mis condenados.
Me desvié hacia la fuente para beber agua y allí se encontraba el primate follador, mojando su cuerpo, refrescándose tras la gran follada. Me daba asco aquel mono con ese rabo tan enorme, de repente sentí un odio infinito hacia aquel ser.

- Que Yaveh sea contigo. - le saludé.

- Amén. - respondió.

Cogí una piedra, le asesté un fuerte golpe en la mandíbula y lo abatí. Me puse a horcajadas sobre su pecho y deshice sus ojos aterrados con fuertes golpes. A pesar de que no se movía ya, seguí golpeando su cabeza hasta que sólo quedó la quijada inferior pegada a su cuello. Los sesos y huesos se mezclaron con la sangre y el polvo formando una masa que atrajo a todas las putas moscas de aquel repugnante y árido lugar. Corté su enorme pene y lo introduje en el agujero del caño de piedra de la fuente, quedó precioso. Se hizo muy popular aquella fuente entre las mujeres de la comarca.
Bebí el agua que se escurría por aquella polla muerta sin ningún tipo de reparo.

Unas semanas más tarde hice una visita a los carpinteros de Belén; José había inventado la mecedora y se encontraba en ella fumando un canuto de hojas secas que le provocaba una risa lagrimosa.

María cosía unos calzones descoloridos y sus labios se movían continuamente susurrando una letanía mecánica, monótona y cadenciosa. Guardaba unos momentos de silencio, acariciaba su coño metiendo la mano profundamente entre las piernas y volvía a rezar de nuevo.
Ahora todos podéis entender el porque de ese deseo esquizofrénico de Jesús por ser crucificado, pobre hombre, nació en un hogar de tarados; lo que me extraña es que no se cortara antes las venas. Dios creó para él un hogar podrido e insano, abocó a su espiritual hijo a la insania y a la locura.

Dios es un ser malo, creedme. A veces es peor que yo con sus mierdas de designios inescrutables.
Ya os contaré más historias verdaderas en otro momento.
Siempre sangriento: 666




Iconoclasta


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28 de octubre de 2005

Condenación

Cuando no estás, cuando el deseo me posee
todo se torna condena, cada recuerdo y necesidad
es un castigo. Tus recuerdos me azotan
me condenan a desearte sin remisión.


Arrastrarme por la vida deseándote es condenación.
Mira mis ropas polvorientas.
Sucio y condenado.

Tardar una eternidad en abrazarte, es condenación.
Me arrancaría la piel con las uñas
de puro deseo por ti.
Ensangrentado y condenado.

No convertir sueño en realidad, es condenación.
Soñar con acariciarte, penetrarte…
Me vuelve loco.
Loco y condenado.

Loco, loco, loco, loco, loco…
Condenado, sucio, ensangrentado, loco…

Sentir tu mirada sólida es condenación,
mis ojos se cierran pesados,
derrotados por los tuyos.
Ciego y condenado.

Ahogarse en tu boca, es condenación.
Mira mis pulmones sin aire
vacíos de ti ahora.
Asfixiado y condenado.

Tu cabello en mi pecho es condenación.
Ahora hay ceniza caliente
de un cigarro que se consume
solitario en mis labios.
Mira mi pecho.
Ceniciento y condenado.

Tus susurros son condenación.
Mis oídos tapados en un mudo grito
de pasión que no te llega.
Sordo y condenado.

Ciego, ciego, ciego, ciego, ciego…
Condenado, asfixiado, ceniciento, sordo.
Ciego…

No me condenes así, dame vida.
Abrázame y redímeme, no seas mi condena.
No te separes jamás de mí.
No me des libertad alguna
porque esa libertad es mi condena.
Sálvame encadenándome, mi amor.

Amarte y no tenerte, es la condenación.
No hay piedad alguna para mí en este amor;
sólo la navaja que saja la vena
sería mi otra salvación.


Iconoclasta

26 de octubre de 2005

Estampida moruna

Estampida moruna

Pánico y avalancha sobre el Tigris.
Más de un millar de peregrinos chiíes mueren tras un rumor de atentado.
La enorme tragedia no detiene la masiva peregrinación chií hacia Kadimiya Iraq sufrió ayer en Bagdad la mayor pérdida de vidas humanas de un solo golpe desde el año 2003: más de un millar de chiíes resultaron muertos y unos 300 heridos -muchas mujeres y muchos niños- cuando se extendió el rumor de que entre ellos había un kamikaze y la peregrinación devino en avalancha.
(La Vanguardia, 1-9-05)


¿Qué pudo ocurrir?

Lo primero de todo, respeto los muertos.

Incluso un poco a los vivos.

¿Cómo se le ocurre a la peña tirar hacia el mismo sitio: a un puente de mierda (según dice más adelante la noticia)?

Tienen algo de bovino; porque no jodas que todos tienen que ir el mismo día a la misma hora y al mismo puto templo a marcarse unas jaculatorias.

Como los que van a la playa... No sé de qué coño me extraño ya.

Cualquiera que los viera morir desde el helicóptero diría: "Deben repartir bocadillos de chorizo y como lo tienen prohibido van con ganas de pillar uno; podríamos bajar a pillar uno nosotros también". Tienen prohibido el calufo pero; si lo tienen lo devoran con fruición.

Glotones...

Mirad que hamburguesa más grande:

moros corriendo por un puente con el afán de conseguir gratis un bocata de jamón de Pisoteando y matando a sus propias crías...

Yo creo que los 4000 que se quedaron en medio del puente que se derrumbó, al ver cómo subía el nivel del Tigris (estoy seguro de que no eran capaces de pensar que era el puente el que caía), debieron apoyarse todos en la barandilla de golpe para intentar ver las barbas de Alá reflejadas en las mierdosas aguas. Y claro, no es que tengan muchas piscinas para aprender a nadar, son bastante secos. Los que cayeron encima del primer millar, seguro que vieron al menos los pelos de la nariz de Alá porque cayeron en blandito y seguro que no se mojaron mientras algunos centenares de niños se ahogaban en las sucias aguas por culpa de sus padres. La versión oficial dice que la estampida de ganado moreno fue por el temor a un moro-bomba que cuentan que había por allí cerca; la versión lógica es el deseo de pillar algo de embutido del bueno en vez de tanto dátil y carne de camello. Son cosas que YO sé gracias a mi cerebro ágil, agudo, automático y psicodélico.

Con lo tranquilos y bien pastoreados que iban al templo a rezar yo qué coño sé.

YO entiendo a las autoridades que tienen que lidiar con unas gentes de tan escasas luces. Deben estar hartos de levantar ese puente. Porque seguro que no es la primera vez que pasa. Y es que si se anda como una res, se muere como una res. Sí, había un huevo de niños y mujeres. Un drama. Pero tiene tela la inteligencia. Estas cosas les pasa a los abúlicos, a los tontos. No hace falta saber leer para tener voluntad, para demostrar personalidad. No vayamos a joder con la cultura de los huevos, que no hace falta ser un catedrático para no pisar la mierda. Y estoy completamente seguro de que las recuas de devotos siguen avanzando en ese peregrinar imbécil que los lleva a una picadora de carne. Y no es porque sean morancos. No.
Veréis; si durante los días en los que se celebraba la muerte de Juan Pablo II alguien hubiera gritado que se repartían trozos de su cuerpo gratis, el resultado hubiera sido de cinco mil muertos.


No muere más peña porque tiene suerte. Tiene que morir mucho idiota hasta que la raza humana consiga evolucionar hacia la inteligencia. Porque hasta ahora el humano sólo ha tenido suerte. No ha habido inteligencia, sólo un instinto insector a nivel general. Han muerto niños y el único consuelo que podemos obtener de ello, es que al menos no perpetuarán sus genes en próximos linajes. Aquí en estos sitios fanático-religiosos pasa como en las colas de los cines que se bifurcan en el último momento hacia cuatro o cinco taquillas. Los envidiosos que van en cuarto lugar quieren pasar antes que los primeros. En estas colas se encuentra la peña angustiada como vacas sedientas. Impacientes y atontados de tanto mirarse los pies. Si alguien gritara: "Sólo queda una entrada para ver la 3ª parte de Shrek", los padres pisotearían a sus propios hijos y se subirían por encima de otros seres reptando como gusanos hacia un cadáver. Alguno se cogería con los dientes a los cables eléctricos del alumbrado y al rasgar el aisamiento con sus ortodóncicos dientes, electrocutaría a los que tiene debajo y éstos a su vez a los que les tocan por accidente. Y encima, se mearía encima. Como en un magnifico, enorme y potente microondas estallarían sus ojos porcinos sedientos de entradas de Shrek 3.

En el caso de los moros, el símil más cercano sería una batidora en la que una vez todos los morenos en el agua, se les agita hasta convertirlos en tropezones. Y puede ocurrir mil veces más sin que aprendan, porque los muy musulmanes lo achacarán a la voluntad de Alá y no a su imbecilidad. Así hasta que no quede ni uno solo y sus genes no pasen a ningún humano más. No es selección natural pero; da buenos resultados. Seguirán pariendo a sus hijos orientando sus coños a La Meca y enviándolos a morir allí, bajo los pies de cualquier manada de idiotas corriendo como furcias en una redada. La cuestión es hacer caso a los tarados cabecillas religiosos que les prohíben comer cerdo.

Tapan a sus mujeres y matan a sus hijos, es todo tan precioso...

Y yo que creo que los que se encontraban en la plaza de San Pedro de El Vaticano tampoco eran muy listos sin ser moros...

Pero bueno, aprovecharemos la desgracia para reflexionar. Al final, ni dios se acuerda de esos, porque además coincidió con la nueva inauguración de Water Orleans.

¿Llevan ropa interior las mujeres musulmanas bajo sus trajes? ¿Son lascivas? ¿Sienten deseos de pillar a un buen macho?
Qué morbo...
Buen sexo.


Iconoclasta, 26-10-05

Altura



Tengo un miedo atroz a la altura, no soporto caminar por estrechos apoyos para salvar un vacío.
Camino muy concentrado en mis pensamientos. No son pensamientos, son vergonzosos fracasos apilados en caóticos montones día tras día.
Los muertos se ríen de mí. Oigo sus voces subir por el patio de 30 m. de altura. No sé que hacen allá abajo.
En realidad son mis compañeros. Mis queridos muertos de mierda siempre intentando convencerme de que lo que hicieron en vida, sí que valió la pena.
No como yo.
Cabrones...
Me concentro mucho para no oírlos, incluso miro al suelo por si me encuentro a mi padre de frente; mi padre muerto que me da consejos que no quiero seguir por el simple hecho de que no son de mi invención. Quiero a ese muerto, pero no hago nunca lo que me dicen, la obediencia pasó a la historia cuando me hice hombre. Ahora no me domina ni dios.
Y padre me mira triste, porque no le presto atención.
Soy orgulloso.
Ahora me encuentro en el terrado de enfrente, distraídamente he pasado por encima de un estrecho tablón a 30 m. sobre el suelo.
Un terror atroz parece hinchar mi cuello y me cuesta respirar.
Debo volver a pasar el tablón para poder bajar, no sé que hago en un tejado.
Tal vez pensaba que los muertos no pueden subir, que siempre están a ras de tierra, sujetos allá donde se les abandonó.
Donde se pudrieron y se están pudriendo.
Ahora no puedo pasar por ese tablón de nuevo, no conscientemente. Y me da vergüenza gritar, mi ropa está en el otro lado.
Mis muertos me miran con expectación.
Me estiro encima del tablón para cruzar el vacío reptando; es un tablón basto, sin pulir y las astillas se clavan en los muslos, en el vientre, en el pecho.
Las manos se han sembrado de finas astillas de madera.
Los muertos ríen porque me ven temblar de dolor y miedo.
Mi padre muerto me dice que me levante y camine como un hombre, no he de demostrar miedo.
Me mira esperando que sea mejor, que tenga más clase y más valor, según él me he de poner de pie y darles una lección a los que ríen.
Pero él ríe.
Nadie conoce a nadie...
Ya sé que no soy valiente para algunas cosas, no soy tan perfecto como esos muertos de mierda de los que tantas cosas buenas me han contado.
Cuando una astilla se hunde profundamente en mi pene, no grito, ni lloro, ni me quejo a pesar de ese dolor ardiente.
No sale sangre de las heridas, se mantienen abiertas como agallas; tal vez para conseguir el aire que mis pulmones miedosos no son capaces de aspirar.
Y parece que el tablón mide kilómetros, que a cada segundo se hace más tosco y menos firme.
Se está redondeando.
Ya está, se ha dado la vuelta y cuelgo de espaldas al vacío, no me quiero soltar a pesar de lo inevitable, no quiero dejarme caer, y las manos despellejadas se aferran con una fuerza que va disminuyendo.
Mi hijo me grita desde algún lugar que no puedo ver:
- ¡Papa, ven a comer!
Y llorando le respondo:
- Ahora, mismo voy.
Y se que no podré ir.
No podré...
Y ellos ríen, mientras la piel de mis manos se desgarra y mi cuerpo se abandona lentamente al vacío.
Las risas, mi vergüenza, el miedo...
No es una buena forma de morir o soñar.


Iconoclasta
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17 de octubre de 2005

Densidad

Densidad: f. 1 Acumulación de gran cantidad de elementos o individuos en un espacio determinado. 2 FÍS. Relación entre la masa de un cuerpo y su volumen.

No sé si es una maldición o es mi ánimo cansado. El cuerpo agotado, algo físico.
Estoy rodeado por todas partes de una gran densidad. De acumulación de cuerpos que saturan el aire de sonidos, de olores.
Es como un virus, una enfermedad; salgo a la calle y me siento pesado, la atmósfera me cae encima de los hombros y los ojos responden con tristeza.
Es difícil moverse en este mundo.
Hasta las lágrimas se hacen tan densas que se quedan enganchadas en el borde de los párpados y todo lo deforma y aumenta. Tengo que usar la punta de la pluma para arrancármelas; pincharlas y sacudirlas. A veces cuelgan de mis ojos como una gelatina espesa, un moco que me da un aspecto enfermo y aunque las quiera quitar con el dorso de la mano, forman hilos pegajosos que se estiran sin romperse. Y entonces me desespero y siento que todo está mal.
Yo mismo me siento denso, pesado. Me cuesta arrancar el pie del suelo para avanzar un paso más, la mano cuelga pesada de mi brazo y no puedo evitar golpearla contra el retrovisor de un coche, es tan pesada que me es más fácil usar la energía en soportar el dolor que alzarla.
Cuando bebo agua, ésta me aplasta la lengua y parece que al pasar por la garganta me arranca las cuerdas vocales.
Bebo constantemente con breves tragos.
Soy una prueba de adaptación al medio.
A un medio denso y terrorífico, porque siento que se aplastan mis huesos por el peso del aire.
Por mi propio peso.
Te busco constantemente porque eres etérea, ligera.
Irreal...
Cuando te tengo en mi mente me siento dentro de una campana de cristal que me protege de toda esa densidad, soy más ligero y no hay lágrimas.
Cogerte en brazos, es sostener una hoja de papel sobre la que escribo con mis labios jeroglíficos húmedos y tiernos que hablan del alivio que me proporcionas a esta gravedad aplastante, que describen cómo tus ojos me confortan con una mirada tierna, de una boca que destila agua clara que nunca me sacia. O las manos finas y frías que no pesan, que me convierten en superhéroe con una fuerza titánica.
¡Es tan fácil cogerte en brazos y soportar toda esta densidad cuando estás conmigo!
Llevo tanto tiempo en este planeta, en este espacio...
Sueño con los tres soles de Karhariman, los que nos alumbran desde la constelación de la Esperanza.
Recuerdo constantemente como nos besamos en la falda del volcán Entimial, el de la lava dorada. Oro fundido que recubre la ladera insultando con su belleza al universo entero. Haciendo feos y mediocres todos los mundos que existen.
Te recuerdo allí, entre la hierba que crecía de una tierra dorada, gimiendo entre mis brazos y yo suspirando entre tus pechos. Comiéndolos.
Volamos por encima del cráter y el oro líquido bullía lanzando pequeñas gotas de sol.
Tus alas azules se agitaban hermosas y yo me mantenía tras de ti para admirarte.
Te di alcance agitando con fuerza mis alas y te abracé en ese aire ligero y limpio. Mis brazos parecían haber nacido para rodearte. Nuestras alas se batieron enredándose en un etéreo abrazo y un par de plumas cayeron en el cráter, una azul y una negra. Ardieron antes de tocar el oro fundido, como ardía algo dentro de mi pecho por ti.
Mi primera misión de exploración: La Tierra, debería ser sencillo; no era la primera vez que acudíamos para estudiar su gravedad.
Pero la droga que me inyecto para soportar esta gravedad desmesurada ya no me hace efecto, y el aire me aplasta. Los sonidos me duelen en los oídos y mis ojos apenas pueden enfocar en un aire translúcido, lleno de pequeños microorganismos que lo ocupan todo.
Se calculó mal la dosis diaria de la droga antigravedad y me he quedado sin esa protección; o tal vez fui yo que no soportaba toda esta densidad que domina el planeta y he necesitado más.
Así que he encontrado una sustancia blanca que aspiro por la nariz: cocaína, polvo de ángel…
Tiene un nombre precioso, gracias a ella te visualizo y vivo cada momento en el que me abrazaba a ti.
Aquí en La Tierra nos llaman ángeles, creen en nosotros como seres superiores.
No saben que nos morimos entre ellos, entre sus alientos pesados, sus emanaciones. Su densa vida…
Lo he visto en sus libros, en los que salimos dibujados; pero no alcanzan a imaginar la belleza de nuestro hogar.
He soñado tanto con volver a abrazarte que hasta los pensamientos caían al suelo, pesados. Rompiéndose como cristal.
Aquí no puedo volar, no puedo escapar de esta densidad que me cubre entero como un húmedo barro.
Mis alas no se extienden; es muy triste no poder volar.
Los individuos en las calles se apilan unos contra otros y me hacen daño con sus roces en mis alas plegadas, ocultas.
Cuando bato las alas en las afueras de la ciudad, me duelen, y las plumas caen tristes, pesadas en este aire denso. No me puedo elevar ni un centímetro.
Siento hasta la densidad de la tragedia.
Esta tristeza infinita que se apodera de mi ánimo, de mi cuerpo agotado.
Mis alas marchitas...
Me duelen los huesos, solo tu recuerdo me da fuerzas, aquí dicen que es sacar fuerzas de flaqueza.
Es verdad, Laimi.
Esto se acaba, cuando os llegue esta transmisión, ya habré muerto.
Estoy tan cansado que no tengo miedo y veo la muerte como una cura, un descanso. Imagino que cuando muera, podré extender mis alas y seré libre de todo este peso invisible que me aplasta.
He aspirado otra dosis más de polvo de ángel y se ha formado una pequeña hemorragia en la nariz, eres tú mi ángel.

Mis alas ya han caído marchitas y los muñones de mi espalda se mueven creyendo que aún las soportan.
Adiós, si fuera verdad que somos ángeles, nos veremos en nuestro paraíso, mi amor.

Iconoclasta

16 de octubre de 2005

Criaturas

Lloraba en un banco de madera, sin ocultar el rostro, no limpiaba sus lágrimas. Con los ojos entrecerrados ofrecía la cara al sol, él secaba sus lágrimas. Sentada en el centro del banco, sus brazos se extendían a lo largo del respaldo; sus pechos se ofrecían así, indefensos al mundo. Sensualmente, tristemente.
Extraña mujer. Profunda con su llanto; como el mar.
Una multitud de seres fluían por las sendas del parque; algunos de ellos lanzaban furtivas miradas a la bella de indefinida edad que dejaba resbalar las lágrimas con el rostro al sol.
Y el sol; aparte de amplificar un dolor, resaltaba el brillo de la media melena negra y lacia. Unos mechones prendidos en las comisuras de sus labios no parecían importarle demasiado.
Alguna lágrima había dejado una marca oscura en su camiseta amarilla de algodón. A través de las aberturas de las axilas se podía apreciar el nacimiento de sus pechos. Una falda larga y oscura con reflejos granate no dejaba ver lo que se escondía entre sus piernas abiertas y relajadas.
Era en sí misma un micromundo; aislada del molesto ruido del tráfico que rodaba lento y cargado tras las vallas del parque.
No prestaba atención a nada ni a nadie.
Un hombre caminaba por la empinada y crujiente senda de grava, con la cabeza gacha, cuesta abajo. Lenta y desgarbadamente, con cierta rebeldía en sus miembros; con un indeterminado y milenario cansancio reconocible pero; jamás deducible. Absorto en la variedad de piedrecillas que pisaba. Sin prestar ninguna atención a las parras retorcidas, a los plataneros de troncos enormes y abiertos, heridos por el tiempo, que le ofrecían una piadosa sombra.
Levantó la vista y la vio, a la mujer de pelo negro secando las lágrimas al sol. Vio el nacimiento de un pecho que se movía al ritmo de una respiración tranquila y profunda. Sus labios eran finos y permanecían cerrados. Su nariz respingona daba un aire joven a su tragedia.
Las tragedias jamás son juveniles.
Porque aquella mujer lo estaba pasando mal.
Intuyó unas piernas largas y delgadas bajo la falda para al final sentir vergüenza por espiarla.
Sacó un cigarro de la pitillera, prensó con un par de golpecitos el tabaco y lo encendió mirando al suelo.
Emprendió el camino y al pasar a su lado no pudo evitar observar su rostro embellecido por un cabello sensualmente descuidado, por unas pestañas negras y densas que protegían unos ojos que prometían ser serenos. Como su mística belleza.
Una lágrima bajó rauda por su mejilla y él la siguió hasta que se precipitó cuello abajo.
Había algo tan profundo en aquella mujer que rompió en pedazos su natural timidez. Su estudiada indiferencia a todo aquello que no fuera familia o amigos, viejos amigos.
Se olvidó por un momento del dolor de cabeza que padecía desde la madrugada. Pulsaba en el hemisferio izquierdo de su cabeza, por encima del oído.
Por encima de todo.
Se colocó frente a ella, sin acercarse demasiado.
- ¿Puedo ayudarte en algo?
Ella abrió los ojos, eran pequeños y oscuros a pesar de la luz que reflejaban, sus escleróticas estaban enrojecidas por el llanto. Cerró sus piernas.
- Sólo es un dolor de cabeza.- mintió cerrando la conversación.
- ¿Y no te molesta el sol? Tengo analgésicos, hoy me he levantado con la cabeza como un bombo ¿quieres uno?- insistió el hombre.
Ella le mostró la alianza elevando su mano frente a él.
- Estoy casada.- se fijó en los ojos marrones de él, había tristeza en su brillo.
- Y yo. No te preocupes, no quería ligar. Tus lágrimas me han llamado la atención.
- Tú tampoco pareces muy feliz.
- Un mal día, un mal despertar. Había quedado con un viejo amigo para tomar un café y me ha dado plantón. Entre otras cosas porque me he dormido al haber pasado una mala noche.
Le ofreció un cigarro y ella esperó a que le diera fuego y cobijó la llama con sus manos rozando las suyas. Estaban calientes por el sol.
El se sentó a su lado sin pedir permiso, respetando su espacio. Sin rozarla.
- ¿Por qué lloras?
- Ayer me caí desde una escalera, estaba trabajando, archivando unas cajas de documentación. Me golpeé la cabeza al caer y perdí el conocimiento durante unos segundos, me sentí tan mal que fui a urgencias y pasé parte de la tarde y toda la noche en el hospital. Se ha formado un coágulo inoperable y me quedan muy pocas horas de vida. El coágulo va en aumento y está presionando el cerebro, y con ello más vasos sanguíneos. El último tac lo confirmó. Hace ahora unas siete horas. No llevo la cuenta de lo que me queda de vida.
El hombre clavó su mirada en la suya, sin mediar una sola palabra, atónito; golpeado por aquella brusca confidencia.
- ¡No quiero que mi marido y mi hijo me vean morir!
Y la mujer rompió a llorar.
El cogió su mano y la apretó con fuerza entre las suyas. Con mucha fuerza.
- Lo siento mujer, lo siento con toda mi alma.- dijo para sí, en un murmullo inaudible, mirando su mano apretada entre las suyas.
Ella no entendió lo que dijo pero; comprendió su pesar. Intuyó la lástima y la pena de aquel hombre triste.
- Hay que ser valiente.- le dijo con un amago de sonrisa.
- No quería molestar, no quería saber esto. Lo siento, lo siento, lo siento...
- Tranquilo, he llorado durante horas sin parar, sola. Ahora ya estoy mejor, aunque cansada.
Me despido de la vida más tranquila.
El no la miraba a la cara, amasaba su mano nerviosamente, con un ligero temblor.
- ¿Cuál es tu nombre, dormilón? Me llamo Mónica.
- Lucas. Deberías estar en el hospital, deberías estar allí cuidada, con tu marido y tu hijo.
- No podría verlos sufrir. No quiero que me vean morir.
¿Dejarías que tu hijo te viera morir?- sus párpados estaban rebosantes de lágrimas.
- No.- negó dirigiendo la vista al suelo.- ¿Qué sientes ahora Mónica?
- Siento una presión tremenda aquí.- llevó la mano encima de la cabeza chafando el cabello con ella, mostrándole el origen del dolor, de un dolor pulsante y creciente.- Esta madrugada oí llorar a Joan cuando el médico le puso al corriente. Les hice creer que dormía. Salió a casa a buscar unas mudas para mi permanencia en el hospital. Y me vestí, discutí con el médico y la enfermera; al final salí de allí firmando un papel para eximir de responsabilidades al hospital y llorando he llegado aquí.
“No puedo creerlo, no es posible” pensó Lucas.
- ¿Me pasas un mano por el hombro, Lucas? Tengo miedo otra vez.
Mónica guió su mano hasta su propio hombro, obligándole a que su mano se apoyara plenamente. Y reposó la cabeza en el hombro de Lucas.
Eran dos viejos amigos.
- Mi hijo, Dani, tiene 9 años. Está ilusionado porque mañana lo llevábamos a los karts. Yo lo estaba también por verlo conducir. Y mi marido...Mi marido debe estar loco buscándome. Pobre Joan, cómo debe estar sufriendo...
Se limpió unas lágrimas con la mano.
Lucas tragó saliva, colapsado por la angustia. No sabía que decir; cómo consolar.
- Descansa, Mónica. Esto pasará, el coágulo se disolverá. No es tarde para nada ni nadie.
Apretó más fuerte su hombro y ella lo agradeció cerrando los ojos y relajándose con él.
El sol hacía sudar a Lucas, las gotas desde su cuero cabelludo y su rostro se deslizaban incómodas por el cuello y la nuca para empapar la camisa.
Ella emitió un leve gemido y se llevó una mano a la cabeza.
A Lucas se le escapó una lágrima cabrona de pena.
- ¿Sabes? Se que el sol luce por los rayos que me calientan. No veo bien, hace una hora que se ha oscurecido mucho mi visión, sólo soy capaz de ver las zonas cercanas. Se apaga la vida. Lucas, esto es horrible... Aunque no me lo hubiera dicho nadie, sabría que me estoy muriendo. ¡Quiero seguir con mi marido y mi hijo! ¡Quiero vivir!
Mónica arrancó a llorar sin contención. Lucas la atrajo hacia sí, rodeando más sus hombros, estrechándola; cogiendo una de sus manos. La acomodó en su pecho, aguantando aquellos movimientos, la agitación de los hombros por el llanto. Creando intimidad para ella en un mundo lleno de luz, colores y sonidos. Risas...
Ignorando miradas.
- Es sábado Mónica, vamos a sonreír. Sólo se llora los lunes, es más; los lunes son los únicos días en los que se debería llorar.
Y Mónica interrumpió su llanto con un amago de sonrisa escupida entre lágrimas. Como una tos.
Le sobrevino otra punzada intensa que le expandía el cráneo como un globo inflándose y apretó la mano de Lucas fuerte. Como hizo con Joan en el paritorio, cuando iba a nacer Dani.
“Esto es desnacer.”, se dijo Mónica.
Lucas se mordió el labio inferior, provocando dolor para mitigar la pena y el horror.
- No quería estar con nadie Lucas, quería estar sola. No tenía mucho miedo a morir tras todas las horas de angustia que he pasado. Pero ahora no, no me dejes ahora Lucas. Este dolor... Ahora ya no Lucas, no me dejes sola...
- Mira morena, vamos a ir tranquilos a tu casa, paseando. Te llevaré con Joan y con Dani. Y mañana iremos a los karts, con Lidia, mi mujer y mi hijo Javi. Tiene 5 años pero con los mayores se lleva bien, se harán amigos...
Lucas tuvo un acceso de dolor que casi le obligó a doblarse sobre sí mismo. Se llevó la mano a la sien; conteniendo algo allí dentro. Recuperó el aplomo y el valor para hablarle a Mónica.
- ¿Dónde vives, morenita?
- Vivo en... aquí cerca. La calle... el nº es el 70, 1º 2ª. La calle...
- Shh... Tranquila Mónica, tranquila preciosa.
- ¡Ay Dios, no me acuerdo!
- Descansa Mónica, son nervios; no pasa nada.
Los ojos de Lucas dejaban caer unas lágrimas incontroladas que se unían al sudor provocado por aquel sol inmisericorde. Por el calor del cuerpo de la mujer que estaba muriendo. Como él. Mismo calor, misma muerte.
- Lucas ¿se ha tapado el sol?
Lucas no podía mirar al frente debido al radiante sol que calentaba aquella zona del planeta, el parque entero.
Hace dos días estaba vivo...
- Sólo son unas nubes que lo han tapado, son pequeñas. En seguida volverá a lucir.
- Siempre he sentido la luz a través de la piel, Lucas. Adoro el sol.
Le besó el cabello llevando su boca a su melena negra y caliente. Ella apoyó una mano en su pecho.
“Ay Dios...” se lamentó Lucas. Y no aflojó la presión de su brazo en torno a los hombros de Mónica. Ni siquiera para limpiarse las lágrimas y el sudor que bañaban su cara. Notaba el salitre seco en la piel.
Ese obsesivo sudor. La que rima con dolor.
Sus ojos eran serios y graves. De pesados párpados.
Algunas personas hacían un amago de acercarse a ellos, les llamaba la atención el llanto de Mónica, su espalda agitada. Su cara pegada al pecho de él a pesar del abrasador calor. Gemidos que se escapaban en un tono demasiado alto.
Pero parecían pensarlo mejor y proseguían su camino lanzándoles tímidas miradas de curiosidad hacia atrás.
Aquel banco del parque era una feria del dolor.
Una lluvia de hojas secas provocada por un golpe de aire heroico y piadoso cayó del olivo negro y retorcido que creaba pequeñas sombras sobre ellos, sombras inútiles. Pero aquel sonido y las caricias de las hojas relajaron el espíritu de Lucas, crearon un rumor, casi un susurro tranquilizador. Ocultaron el sonido de la respiración cansada de Mónica durante unos benditos segundos.
Y estaba oscureciendo en pleno mediodía, el sol comenzó a perder su brillo. A apagarse. Y Lucas apoyó su mejilla en la cabeza de ella; su cabello caliente y suave.
Bálsamo de muerte.
Cerró los ojos, estaba tan cansado...
Hace dos días, el jueves, una viga suspendida de una grúa golpeó su cabeza. A la Mutua en ambulancia, no había herida abierta. Un día de observación, 2 tac de su cabeza. Su mujer a su lado a ratos; iba y venía atendiendo a Javi. Atendiéndole a él. Lidia... qué buena es.
Ayer, hace apenas unos minutos, de noche; el médico les informó de los resultados de los tacs, un hematoma estaba creando trombosis en los otros vasos del cerebro. Era profundo e inoperable. Le ofrecieron morfina y cuidados hasta el final. Lidia aguanta un llanto inmenso cogida de la mano de Javi. Y Lucas se precipita a un vacío oscuro. Una náusea lo lleva corriendo al lavabo.
Desde kilómetros de distancia los oye.
- ¿Qué le pasa a papá?
- Que está malito, se tiene que quedar aquí esta noche.- dijo Lidia sin llorar, tranquilizadora. Conteniendo todo aquello para que Javier no supiera.
Lucas salió de los servicios, ocultándose a Lidia y a Javier. Entró en la habitación y se vistió rápidamente. Unas escaleras de emergencia oxidadas le llevaron a una noche estridente y calurosa.
Y caminó viendo el amanecer, paseando y pensando en toda la vida, obsesionado por su Javi, por Lidia. Fumando un cigarro tras otro.
En sus bolsillos llevaba una carta de despedida que escribió hace un par de horas, unos bancos del parque más arriba.
Un fuerte dolor encima de su oído izquierdo le obligó a ladear la cabeza. Como si un puñetazo traidor hubiera recibido.
Lidia... ella apretó sus manos cuando el doctor Ejido le dio su condena. Javier los miraba con interés desde allá abajo. Tan pequeño y vulnerable. No llegaría a verlo hecho un hombre.
Que puta pena...
Tomó una pastilla del frasco que llevaba en el bolsillo de la camisa y contuvo una arcada.
Mónica balbuceaba algo y él notaba su dolor cuando ella apretaba su brazo con fuerza, clavándole sin querer las uñas.
Palpó la carta en el bolsillo trasero del vaquero. Una carta de despedida, de amor y deseos de felicidad. De perdón por abandonarlos. De explicaciones por una muerte solitaria. Por evitar tormentos inaguantables para ellos.
“¿Cuántas probabilidades habían de que dos seres se encontraran en la misma circunstancia para morir?” Se preguntaba a sí mismo.
“No podía ser...”
“La vida está enferma”.
“Un moribundo consolando a una moribunda.” Y evitó reírse con una sonora carcajada demente e insana.
- Háblame Lucas.- le rogó alzando la mirada a los ojos del hombre, sin acertar a encontrarlos. Mirando sin saberlo a las retorcidas ramas del olivo a sus espaldas.
Lucas arregló los cabellos pegados en las mejillas y la frente sudorosa y fría de Mónica.
- Eres una mujer bella, Mónica. ¿Nos escapamos juntos?
Y ella le obsequió con una ciega sonrisa en la cara.
- Solo amigos, Lucas. Estoy casada.
Y otra contracción de dolor la silenció y obligó a presionar la cabeza en el pecho del hombre abriendo y cerrando los dedos sobre la mano de él. Lucas acariciaba su espalda intentando contener aquella bestia de dolor entre su mano, entre los brazos. Y sintió como ella aspiraba más profundamente el caliente aire.
Esforzándose cada cual en vivir.
Lucas sintió un fuerte pitido en el oído izquierdo y algo caliente que no era sudor se derramó por su maxilar, desde el oído.
Se llevó una mano allí y su visión oscura no le dejó ver que era aquel líquido. Se acercó los dedos a los ojos hasta que pudo observar el rojo de la sangre. El coágulo estaba reventando los vasos cercanos...
“Debo aguantar. No puedo dejarla aquí sola, en el parque”. Se dijo alarmado, con un miedo atroz.
- ¿Cómo le vas a explicar a tu mujer que yo he muerto entre tus brazos? ¡Ay...!- Mónica se encogió toda.
- Le diré que eres una vieja conocida, una amiga que conocí hace casi una hora.
“¿Cómo lo hace la vida para llevarnos hasta aquí, es que no se da cuenta del dolor?”. El intentaba entender aquella situación.
La respiración de Mónica se hizo mucho más suave, sus inspiraciones eran ahora lentas y cortas. Se estaba relajando, abandonando.
Lucas perdía la visión por momentos y la parte izquierda de su cuerpo ya era un conjunto de carne y huesos insensibles. La mano izquierda que confortaba el hombro de Mónica cayó átona. Le costó dios y ayuda devolverla allí.
- Lleva a mi hijo a los karts. Explícale a mi marido que le quiero.
- Descansa Mónica, se lo diremos los dos juntos.
Un crío jugando envió la pelota a los pies de Lucas. El sintió el leve golpe pero; ya no la podía ver, ni podía tocarla con sus piernas inmóviles.
Su orina se derramó por el interior de los pantalones. Un líquido caliente que le hizo sentir un profundo malestar. Asco.
Miedo.
El niño recogió la pelota a sus pies.
- ¡Te lo tengo dicho: cuidado con la pelota!
Una mujer recriminó al niño; una sombra a unos pocos metros de él.
- Miguel, me estoy durmiendo; no te enfades. Me siento tan cansada... No me dejes cuando esté dormida ¿eh?
"Miguel.” “No puede ser esta crueldad, esta mala suerte”. Lucas deseaba tener a alguien a quien contarle esto, vaciar toda esta carga.
“Mi hijo se llama Javier, mi mujer Lidia”
“No puedo morir olvidándolos”
“Mi hijo se llama Javier, mi mujer Lidia”
No se daba cuenta de que lloraba, tampoco le importaba demasiado ese detalle a estas alturas.
Un profundo gemido salió de la garganta de Mónica. Lucas apresó su nuca y la apretó con mucho cuidado, la meció en su pecho. Intentaba dar consuelo sin apenas saber.
- Mi Dani, mi pequeño Dani...
- Viene pronto Mónica, con Joan. Los he llamado.
- Gracias Pedro, hueles a buen hombre.
“Aguantaré, la ayudaré a cruzar la vida hacia la muerte” “No la dejaré sola”.
Un golpe que salió del interior de su cabeza, como un mazazo convirtió de repente sus pulmones en láminas de plomo que costaban todas las fuerzas de su cuerpo mover.
“Mi hijo se llama Pedro, mi mujer... mi mujer María”, recitaba Lucas.
Sus ojos se cerraron cuando sin ningún asomo de temor cayó en la cuenta de que se había quedado ciego.
Un anciano observó el oído de Lucas, sus pantalones mojados. Vio con alarma los temblores de Mónica reposando en Lucas.
Y fue en busca de un guardia, de alguien que se hiciera cargo de aquellas criaturas.
- Lucas ¿un beso de despedida?
Y Lucas buscó a ciegas sus labios. Fue un beso prolongado y tranquilo, cada uno, a través de los labios intentando mitigar el miedo a la muerte.
Y Mónica se relajó, sus manos se abrieron y abandonaron a Lucas. El brazo izquierdo cayó colgando muerto, como su moreno cabello.
Y Lucas se encontró solo en el universo. Ciego.
El miedo cubrió todo su pensamiento, como un manto oscuro y denso. La locura se apoderó de su mente cuando sintió la lasitud de Mónica. Su muerte.
Estaba tan solo ahora...
Clic...; algún vaso importante estalló en su cerebro. El pensó que era una muerte tranquila, no era consciente de que cayó a tierra entre fuertes convulsiones, echando espuma por la boca.
Creía morir tranquilo.
Mónica yacía en el banco como una muñeca abandonada y desmadejada.
Cuando el guardia llegó precedido por el anciano, no podía creerlo. Dos personas muertas en el parque a pleno día...
- Tanto sol para tanta mierda... Joder.
Y la vida, aún a pesar de ser una puta, la ramera de Dios; guió a dos seres para que murieran juntos. Con consuelo. Para que el negro abismo de la muerte no se los tragara tristemente solos.
A pesar de todo ese dolor, esa profunda pena; la vida se comportó bien.
¿O los mató impunemente?
La vida...esa zorra.
Besos para Mónica y Lucas; criaturas...

Iconoclasta

15 de octubre de 2005

Soñé

Soñé como tantas veces que caía a gran velocidad y aterrizaba en el colchón con el corazón acelerado, no soñé que me ayudabas, no soñé que tus manos hicieran intento alguno por alcanzar las mías.
Tú estabas allí, mirándome caer, tranquila y sin importarte nada. Sonreías hablando con alguien y me decías adiós con un breve gesto de la mano cuando el trozo de mundo que me soportaba se hundía.
Me tragó la tierra.
Clavaba mis uñas en las paredes del abismo, destrocé mis dedos intentando frenar la caída.
No me importaba subir, volver allá arriba; me hubiera conformado con quedarme allí, sin caer.
Porque sabía lo que ocurría al final, sabía que despertaría junto a ti, junto a tu olor, a tu piel, a tu cuerpo aburrido.
De nuevo pegado a tu belleza vacía e insípida.
Y tú a mi lado dormida, no notaste la tremenda sacudida de la cama al caer a tu lado de nuevo.


Cuando duermes no aprecio tus ojos, la indiferencia que emana de ellos. Ese ímpetu idiota de levantarte en seguida para limpiar, para poner la casa en orden, asear.
Hace tanto que no te follo al despertar...
Es cuando estás dormida que tu cuerpo me gusta, cuando no hay nada de tu voluntad que lo mueve. Cuando estás dormida tu cuerpo adquiere una belleza griega, clásica.
Pero cuando abres los ojos se esfuma toda tu belleza y todo es mediocre, haces mi vida mediocre . Creo notar hasta tu coño seco y no me apetece follarte.
Cuando abres los ojos eres un mar aséptico, y ni tu coño abierto ante mí me estimula.

Me siento hastiado, cansado de ti.
No te quiero, no te amo. Ya no me gusta tu olor ni tu tacto.
No me gusta tu voz, la que me da el permiso adecuado para tocarte sólo cuando tú lo deseas; me gustan más mis sueños en los que me traga la tierra; en los que me veo liberado de ti cayendo por ese profundo y terrorífico abismo.
Te quiero dormida.

Imaginé miles de veces follarte al despertar, penetrar tu coño en la cocina, lamer tus muslos acercándome a gatas cuando descansas en el sillón mostrándome el vello que sobresale de tus bragas.
Me masturbo en el lavabo, pensando que te jodo sin tu permiso, en un arrebato salvaje.
Imagino llegar a casa y sacar mi pene duro para entrar así y excitarte, provocar tu deseo.
No soñé con caer continuamente, con desaparecer de esta trampa de vulgaridad, de un matrimonio educado y civilizado.
Me das asco cuando estás despierta. Cuando controlas el momento en el que has de ser follada y besada. Odio el control al que sometes cada uno de los momentos en los que estoy contigo.

Soñé otra vez que la tierra me tragaba, y no me estrellé contra el colchón. Caí dolorosamente de pie en un lugar de luz, sin sombras. Donde no había olores y tus ojos me miraban indiferentes, tus pechos preciosos mantenían unos pezones que no se erizarían jamás. Y tu coño se mantendría siempre cerrado hasta que me dieras permiso para metértela. Para no lamerte si no estás de humor.
Siempre a tu voluntad.
Tus ojos preciosos pero repugnantes e idiotas así me lo decían.
Y desperté sintiendo escalofríos. Desperté con el absoluto convencimiento de que nuestra vida sería para siempre así de repugnante. Monótona, plana...
Patética.
Porque ya hasta mis sueños pareces controlar.
Podría marchar sin decir una sola palabra o pedirte el divorcio.
Pero no puede ser tan fácil; he esperado años imaginando que un día podría tomarte sin permiso, sin que me rechazaras porque no es el momento adecuado.
Atisbar algo de deseo salvaje en ti.

Me he despertado sobresaltado, sudoroso. Ya no puedo más, he ido al lavabo a fumar. He cogido la botella de éter que guardaba en el fondo del armario de la pica y una toalla.
También he cogido unas bridas para cables y el costurero.
No puedo más.
Mientras duerme le coloco la toalla empapada en éter en el rostro y todo su cuerpo se relaja notablemente, su respiración se ha ralentizado.
Con las bridas sujeto sus muñecas y tobillos usando el somier de anclaje.
Elijo una aguja cualquiera del costurero y la enhebro con hilo negro, el primero que he cogido. Me la pela el color.
Primero los labios, cierro su boca impidiendo que se abra fijando una brida que envuelve su cabeza inmovilizando el maxilar.
Con lentas puntadas voy cosiendo sus labios, a veces noto el roce incómodo que hace la punta de la aguja entre los dientes y debo parar unos segundos para recuperar el aplomo. La sangre mana abundante y preciso limpiarla continuamente por cada puntada que doy.
Ha abierto los ojos en algún momento y ha intentado abrir la boca. Ha roto dos puntadas antes de que el éter la volviera a dormir.
Ahora ya está, sus labios han quedado horribles, están morados porque las puntadas fuertemente apretadas cortan el flujo sanguíneo. Pero ya no podrá abrir la boca.

Con dificultad pellizco los párpados de su ojo izquierdo, vuelvo a enhebrar más hilo y comienzo a coserlos. Es inevitable que haya pinchado un par de veces el globo ocular.
Por lo menos no sangran tanto como los labios.
Estoy tan concentrado en mi trabajo que he tardado unos minutos en darme cuenta de que estaba despierta, lo he notado en las lágrimas que se deslizaban por entre los párpados ya cosidos del ojo izquierdo.
Y por sus pequeños espasmos de dolor, está tan bien sujeta que apenas puede moverse.
Le coloco otra vez la toalla en la nariz y en apenas veinte segundos vuelve a dormir.
Acabo de coser los párpados del ojo derecho y me enciendo un cigarro esperando que se disipe el efecto del éter.

Se agita con terror, histérica; y sus mudos intentos por gritar me excitan. Me excita ver sus ojos cerrados por mi voluntad, su cara llena de sangre porque cada movimiento de sus labios o de sus párpados provoca pequeñas hemorragias entre las prietas puntadas que le he dado.
Con las tijeras rasgo la parte superior del pijama de franela, gordo y asexuado. Sus pezones siguen tan muertos como siempre. Pero tengo la cubitera en la mesita y le paso un hielo. Los pezones responden con rapidez, se han contraído con dureza y puedo lamerlos, morderlos hasta hacerlos sangrar.
Sé que a ella no le gusta, que no es el momento adecuado para sexo.
Da igual, nunca cambiará, nunca se preocupará si yo estoy excitado. Corto el pantalón y las bragas, me excita desnudarla así.
Y me hundo entre sus piernas lamiendo su coño, se lo muerdo, estiro sus labios hasta que mi pene se moja excitado. Pero de su coño no sale fluido alguno, no colabora; no se deja excitar.
Así que voy a la cocina y vuelvo con una aceitera, riego su pubis con aceite, con mucho aceite y lo restrego por su vagina, sé que está llorando, lo noto en el movimiento de sus costillas, en los espasmos de su vientre.
Aplico mis aceitosos dedos en el útero, en el clítoris.
El brillo del aceite en su coño y entre sus muslos le da un aire mojado. Es preciosa cuando está excitada, cuando no habla, cuando no mira.
No se si soñé que la follaba así, pero parece irreal este momento.
Y la penetro, la penetro con fuertes golpes, secos y duros. Haciendo que nuestros pubis se rocen. Con mi vello acaricio su clítoris pero no noto que se contraiga, que se endurezca.
Y a pesar de ello, me corro dentro de ella, apoyo mi pene en sus muslos mientras me acabo de vaciar y la dejo así, pringada de sangre, aceite y semen. De mi saliva...
Que se limpie si puede.

Y me he quedado dormido a su lado, no he soñado con caída alguna. No he soñado con ella, ni siquiera era consciente de su existencia.
Y me desperté tranquilo, sin sobresaltos. Sin esa sensación de frustración que siempre me embargaba al despertar tras una caída.
Así que le clavo un cuchillo en el corazón para que jamás pueda volver a controlar mis sueños, mi vida, mi excitación.

Y encendiendo otro cigarro, marco el número de mis suegros en el teléfono y les comunico que su hija se encuentra indispuesta, que hoy no iremos de compras con ellos. Mi suegra quiere hablar con su hija y cuelgo el teléfono.
Sé que me pudriré durante unos años en la cárcel, pero es mejor eso que soñar con una caída por un abismo en el que siempre está ella al final.

Iconoclasta