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11 de agosto de 2019

Diminutivos gastronómicos: comparativa


En México usan mucho los diminutivos, sobre todo en gastronomía: carnitas, cochinita, cafecito, tamalito…
Estos diminutivos son un eufemismo, porque se trata de platos potentes y generosos.
Son muy cordiales, entre familia y con la clientela. Saben hacerte sentir bien en su casa o en su restaurante. Aun así, no os fieis, porque el mesero cuando llegue a la cocina le gritará al cocinero (se piensan que el español no entiende el español, en serio): “Una orden de carnitas para el pinche español”; pero si no lo oyes no importa.
En Cataluña se emplean los diminutivos en algunos casos; pero de una forma literal. Su cordialidad esconde cierta tacañería institucional vestida con un halo de exclusividad. Vamos, una pedantería absolutamente injustificada.
Si comes en México una orden o ración de “carnitas” (carne de cerdo cocinada con hierbas aromáticas, para ser devorada con cebollitas tiernas, tortillas, rábanos, tomate, chile, surtido de salsas, etc…) a la mitad de plato te sentirás lleno. Seguirás comiendo porque es delicioso y el ambiente tan distendido y familiar que te olvidas de estar en un restaurante. Cuando pagues la cuenta, lo harás a gusto por la calidad de los ingredientes y su elaboración. Y por la generosidad, a pesar de la precariedad económica mexicana.
Si en Cataluña eliges en un restaurante más o menos turístico o situado en una zona centro-histórica, un plato como “llonganiçeta” (longanicita), te servirán después de media hora de espera una salchicha cortada asimétricamente de una longitud no superior al dedo corazón de cualquiera de tus manos y con un grosor parecido, aunque siempre un poco inferior. Dejarán caer en un plato enorme y daliniano cuatro gotas bien definidas de una salsa que sabe sorprendentemente a nada y que agradeces que al menos esas gotas estén tibias. Estará adornado el plato con una hojita que habrán recogido al azar en el borde de algún sendero de tractores y en una canastita de mimbre, te servirán una rebanada de pan tostado no superior en longitud a la salchicha. Y no se trata de un plato de “autor”, en absoluto, es absolutamente vulgar.
Por esa “llonganiçeta” pagarás nueve veces más que lo que pagas por las deliciosas “carnitas” servidas con cordialidad y sin un ápice de vanidad o superioridad.
Que a nadie se le ocurra pedir un plato diminutivo en Cataluña si tiene hambre, porque tiene el noventa por ciento de probabilidades de salir humillado del restaurante, acompañado por la risilla burlona del camarero o dueño del “restauranticito”.
A mí me pasó; pero solo una vez. Soy astuto y tengo una buena memoria a pesar de mi edad.
Y para no desanimaros demasiado en vuestras vacaciones a la catalana no entraré en detalles; pero si habéis comido churrasco en México o Argentina, no cometáis el error de pedirlo en Cataluña si no lleváis encima un potente microscopio y una tarjeta bancaria liquidada recientemente.
Si te sirve de consuelo, tras el timo de la “llonganiçeta” puedes pensar que has colaborado con tu dinero en alguna causa política del oprimido y esclavizado pueblo catalán. Puedes considerarte un héroe, porque por ello has pagado una pasta gansa (un dineral).
Heroicidad es un buen postre puestos a mal consolarse.
Buen sexo a falta de bon apetit si no comes en México un plato en diminutivo.




Iconoclasta

19 de abril de 2015

Mi compañero Cooper


No sé si fue una maquinación del destino. Una situación creada por el planeta, un acto de empatía voluntario: la de la Tierra con uno de sus habitantes.
O simplemente fue un azar, algo fortuito.
Prefiero escribir que tuvo la magia de lo primero, porque simplemente, es más bonito así.
A pesar de lo que escribo, mi pensamiento no se engaña. Soy un espécimen adulto que jamás he experimentado más magia que la creada con mi imaginación.

Acababa de romper una relación enfermiza, de hecho estaba muerta hacía más de dos años. En aquellas fechas en las que conocí a Cooper, se puede decir que más que una ruptura, conseguí la libertad y el bienestar, aunque a costa de sacrificios y tristezas batidas con esperanzas.
Solo que las alegrías no pesan suficiente para luchar contra las tristezas, la vida es así.
Al menos la mía.
En esas fechas me compré un buen reloj, me hice tatuajes nuevos y... Conocí a Cooper un  domingo, era 9 noviembre del 2014. Ya hacía muchos meses que iba solo al cine, solo a todos los sitios.
Me senté en la butaca muy cerca de la pantalla, como siempre.
Iba a ver Interestelar.
Desde que iniciaron las primeras escenas me olvidé por completo de los malos años de engaños, corrupciones, vanidades hipócritas y enfermedades mentales ajenas que viví.
¿Por qué disfruté tanto de Interestelar hasta el punto de convertirse un hito en mi historia, en mi vida?
Las analogías surgieron luego, tras el impacto visual y emocional de la película. Argumentadas a mi conveniencia, es inevitable; pero había razones para ello.
La música penetró profundamente en mi cerebro. Marcaba con su persistente ritmo un tiempo urgente, que se comía la vida velozmente. La vida de la familia de Cooper, la de él mismo.
Aquella música se convirtió en una banda sonora de mi vida, que marcaba segundos de engaño, estafa, avaricia y paranoia corrupta de aquella mujer. Un tiempo que se lo comía todo, como se comía todo lo que Cooper amaba.
En aquellos momentos, cuando el astronauta lloraba ante mensajes viejos de sus hijos y por los años perdidos en un instante, en un error; yo en mi butaca sentía en mi carne el cáncer que comía a Cooper y el alivio de haber dejado atrás ese tiempo de mierda. Yo estaba a salvo, fui Cooper, hasta que pude escapar de la relatividad del tiempo y de la órbita de un planeta venenoso.
Tenía que decirle a mi compañero que todo se arreglaría, amigo mío.
Debía partir en busca de un planeta mejor porque la Tierra estaba enferma.
Y decidió sacrificar el tiempo de vivir con sus hijos, con su familia.
Se equivocó, pobre...
Yo tenía que partir de aquella casa que no era mi hogar. Todas sus paredes evocaban una torpe e ineficaz estafa, la hipocresía de una mujer ambiciosa y su más vulgar vanidad.
Y mi angustia, como la de Cooper, era la de dejar atrás a los seres queridos. Tenía que sacrificar el amor, el cariño y la ternura de una muy pequeña amiga. Una niña que vi crecer y aprender a hablar y caminar; la ayudé un poco en esas cansadas tareas. Sacrificaría a mis amados amigos, dejaría atrás a dos preciosas gatas que me querían con maullidos y suaves garras, se sentaban en mi regazo para dar y recibir calor en las  noches, fueran cálidas o frías.
La angustia de Cooper la entendía tan bien, que me encajaba en el estómago como un puñetazo.
Mi hijo estaba lejos, y necesitaba acercarme a él, me quisiera o no.
Al igual que Cooper, eligiera lo que eligiera, de un modo u otro causaría dolor la decisión.
Mientras tanto, el tiempo para nosotros, pasaba veloz sufriendo tristeza y miedo a perder lo que queríamos por cada segundo que pasaba.
Sufría pensando en como resolver el asunto de una partida amando a tantos seres, unos en el punto de origen, otros lejos.
Ambos mirábamos por las ventanillas del Ranger, de la nave espacial. Cooper observaba la Tierra corrupta y peligrosa para la vida, cada vez más lejos y pequeña. Yo evocaba el rostro de aquella mujer ya borroso en el espacio y el tiempo. Tan irreconocible ya, que llegué a no entender como un día pude sentir algo de aprecio por ella.
Fue a través de la pena y tristeza de Cooper, de todo aquello que perdió en el viaje: años en los que sus hijos se hicieron adultos sin él, esa juventud inhumana que le dio la relatividad del tiempo y le hizo sobrevivir a ellos.
A través de toda esa tragedia tuve el consuelo de que yo no viviría esos horrores. Mi pequeña amiga, mis amigos y mis gatas me sobrevivirían, moriría antes que todos ellos, no sería como Cooper  y su triste e inacabable soledad.
Cooper y yo iniciamos el viaje de partida con el peso de los muertos en nuestras espaldas. Ambos perdimos seres amados mucho antes del gran viaje. Eso nos hizo valientes, pero no certeros.
Hubieron errores.
Llegó el final y la hora de viajar a otro lugar y hacerlo bien, si fuera posible.
A pesar de toda la tristeza, la decepción y la soledad; partimos con esperanzas, con ilusión y ánimo rumbo a otro lugar  donde no teníamos que respirar el engaño, el dolor, la corrupción, el peligro y la muerte. Cruzamos el espacio y el tiempo en busca de amor y serenidad.
Salí emocionado del cine y comparé tristezas. Concluí que yo tuve más suerte que Cooper, obviando que yo era real.
Aquella mujer, su forma y palabras se desintegraron en el momento que encendí el primer cigarrillo al salir del cine. Sonreí y se iluminaron con fuerza los rostros de aquellos a quien amaba y de los cuales sabría a cada momento como se encontrarían, podría saludarlos, hablar, expresarles cariño y añoranzas. Vivir con ellos en un presente común.
Con aquella música de un tiempo veloz y voraz aún en mis oídos, me sentí libre y afortunado.
Interestelar se constituyó así en un hito en mi historia, en mi vida. Como el toque de un hada buena... Se convirtió en el agujero negro que se tragó una era de meses y meses de engaño y paranoia, representados en aquella silueta desdibujada de una mujer de la que ya apenas recordaba su rostro.
Verifiqué y chequeé los sistemas de navegación de la nave con alegría, sabiendo que mi viaje no sería tan triste y solitario como el de Cooper hacia una nueva galaxia.
Ambos nos equivocamos en algún momento, concienzudamente, porque creíamos hacer lo mejor, lo que menos dolía. Que nadie nos haga pagar errores, mi amigo Cooper, que nadie sea juez. Porque todos los seres de este planeta son imperfectos y falibles.
Yo llegué, estoy bien.
Seguro que también has llegado feliz a tu destino, Cooper, me lo dice mi alma.
Se acabó, compañero. Cambiamos un tiempo atroz por el de la esperanza y la sonrisa franca.
No te olvidaré, amigo mío, te recordaré siempre. Recordaré el día y la hora en que te conocí, igual que disfrutaré de mis seres queridos en este presente, ahora.
Programa a TARS con estos parámetros, compañero:
Nivel de humor: 100 % (aunque no te guste).
Nivel de felicidad: 100 %
Nivel de sinceridad: 0 %, no la necesitamos, conocemos si algo es sincero sea cual sea el parámetro programado.
Tal vez nos encontremos en algún agujero negro que nos haga compartir un ahora común, espera a que muera, no tardo.
Un abrazo a ese personaje, su dolor y esperanzas que de una forma (quiero creer mágica) compartimos.







Iconoclasta