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23 de agosto de 2023

lp--Vida salvaje y viejas gallinas--ic

He admirado una garza blanca y deslumbrante avanzar silenciosa y coqueta por el lecho del río. Y su cuello oscilar adelante y atrás al son de una inaudible melodía.

A un pequeño corzo saltar ante mí la alambrada del campo sin rozarla. Así de fácil...

Un lagarto verde como una joya, presuroso hacía crujir las hojas secas de la vera del camino huyendo de mi sombra.

Y un águila vuela con una serpiente agitándose entre sus garras.

El gato hace crujir un ratón entre sus fauces…

Hubo un tiempo de sorpresa.

Ya no. 

Ahora admiro serenamente lo libre y salvaje. Sin sonrisas, grave como una infección por gusanos en el corazón.

No importa el frío o si el sol aplasta la tierra y arrasa mi piel en sus horas de mayor verticalidad; yo también me dejo ver. Soy un animal más.

Porque las horas del sol vertical, son las que más soledad e intimidad ofrecen; cuando todos los esclavos temen obedientes a los amos de la plantación.

Soy tenaz por mucho que duela todo.

Y el miedo me lo paso por el culo, junto con los consejos pueriles.

No sé si algo me cazará, pero como al resto de animales, no me preocupa.

Lamento no ser salvaje y útil como las bestias; pero no tengo la culpa; nací en cautividad, fui un esclavo más de la plantación citadina.

Así que amar es lo único libre y salvaje que ejecuto.

Con posesión atenazar su coño y ordenarle: ¡Méate en mi puta mano!

Sentir el calor real y tangible de su amor que oprimirá mi rabo henchido de sangre en lo profundo de su impúdico coño.

Y si no obedece enzarzarnos en una lucha de pieles sudadas y gemidos reproductores.

Amar salvaje, carente de toda educación, de premisas.

Amar sucio y brutal.

Con todas las palabras, con todos los fluidos.

Amar hasta herir…

Hasta avergonzar a las divinidades que el Estado creó.

No es un amor apto para la moralidad y legalidad vigentes en la plantación de esclavos en este momento y lugar aberrantes.

Es libre y salvaje, la voluntad del deseo limpio de toda hipocresía y enseñanza.

Algunos creen que es imposible amar así; bueno, como siempre se equivocan los ignorantes.

Porque la mayor parte de los esclavos perdió la gracia humana de la libertad y su imaginación feroz.

Tampoco parecía posible que al haber nacido en cautividad, mi pensamiento fuera tan ajeno a la civilización, tan impermeable a las sagradas enseñanzas del Estado y sus sacerdotes.

Tan alejado de madre y padre silenciosa y sigilosamente…

Era consciente de mi delito de ateísmo al Estado y sus santos.

Soy viejo y afirmo que los viejos viven demasiado por cobardes artificios, y eso los hace mezquinos, llorones inútiles, una carga egoísta y parasitaria para los que les rodean, que callan hipócrita más que piadosamente el estorbo.

Demasiados años regalados los convierte, también, en viejas gallinas en continua lucha ruin, porque son los médicos de la plantación los que luchan por ellos manteniéndolos con vida un día más con la supersticiosa aleatoriedad de la química. Aunque sea metiéndoles un palo en el culo para que puedan sentarse en la mesa sin meter la frente en el comedero.

Los viejos deben morir cuando el cuerpo así lo pide. Deben dejar un recuerdo elegante y digno, no esa mezquindad llorona y cobarde de una vida longevamente cobarde.

Porque la edad debería hacerte valiente y sabio; pero los nacidos en cautividad muchos de ellos, son viejas tortugas que comen lechuga podrida mirando a ninguna parte después de llegar del médico por enésima vez a la semana. Y les asusta lo que a una gallina no le importa.

La sabiduría no la han conocido en su vida tramposamente longeva; sólo los palos del amo y su obediencia de culo apretado por miedo a lo que les pudieran meter.

Moriré libre y salvaje, con el amor intacto como ahora, sucio y feroz.

Sin mezquinos retrasos, sin indignidades que dejen de mí un asqueroso recuerdo.

Y procuraré morir bajo el sol o la lluvia, no con una sonda en la polla.

El amor debe ser libre y salvaje hasta mi muerte.

Con salvaje amor cómplice… “Quítate las bragas, levanta el vestido y hazme una paja ahora que muero”. Si no estuviera tan lejos de todo al morir…




Iconoclasta

Foto de Iconoclasta.

17 de marzo de 2023

lp--Lo inorgánico--ic

 


Es demasiado viejo para estar derecho.

¿Sufren de artrosis las cosas? Aunque no tengan huesos.

Aunque estén vacías.

(Un quebranto que nadie escucha)

Porque lo están ¿verdad?

(Podrido)

Demasiado decrépito para soportar los cables y ahora es el despojo de una marioneta cuyos hilos penden sin que nadie le dé vida.

(No tiene un corazón tallado en su madera)

Está abrumadoramente solo, lejos de toda vida. Se nota en la mirada triste del aislador a la cámara.

(Avergonzado entre tanta vida y verticalidad)

Humillado ante el poste recto y firme de cables tensos.

Solo es un efímero reloj de sol antes de tenderse inútil en la tierra.

(Las cosas no fabrican esperanza)

Pero tampoco hay nadie que dibuje en la tierra las horas que marca. Su sombra es anciana y contaminaría el tiempo con un adelanto de la hora estimada de la muerte.

(Un Pinocho huérfano de hada azul)

Si alguien se apiadara de las cosas, sería culpable de no apiadarse de los humanos.

Deberá tener coraje hasta convertirse en leña.

(Un llanto mudo)

 


Iconoclasta

Foto de Iconoclasta.

 

Prosa poética, vejez, inútil, acabado, solo, triste, cosa, decadencia, degeneración, muerte, vejez, Iconoclasta, Ultrajant, Pablo López Albadalejo,

5 de noviembre de 2022

lp--Un hombre oxidado--ic


Soy un hierro viejo, herrumbroso, quemado… Al que las malas hierbas aferran por las patas y tiran para arrastrarlo a la madre fosa tierra.

Susurran verdemente las hiedras que no me resista, es hora de morir.

Duele menos dejarse arrastrar que resistir en la superficie, siempre es menos doliente la apatía y la rendición. Analgésicos naturales…

Se debe a una sangre generacional ya vieja, pobre e insectil que empobrece los músculos y hace humanos lacios. Y medusas en su pensamiento.

Pero no sé… No siento cansadas mis células, no veo porque se aferran a mí las malas hierbas.

Tal vez sea el olor de unos trozos de carne podrida pegados a mí que excitan a la vegetación del infierno.

La mente dice, vive y quémalas.

Y la mente aún desea; me la quiero follar, la amo con todo mi óxido y aún me queda leche en los cojones, y fuerza para escupirla con un gruñido feroz en su monte de Venus terso y salado, cuasi sagrado. Y que extienda con sus dedos la crema pornógrafa con lujuria entre los muslos trémulos.

En ese monte que he tatuado mis besos y marcado con los dientes la posesión de su alma y cuerpo…

No me dejo convencer por ningún dios por mucho poder que tenga para elevar los sarmientos de las profundas cavernas de un infierno que no existe; pero me gustaría... Si al menos en la muerte existiera un poco de magia, compraría una entrada.

Algo de magia en los cerebros para erradicar la mediocridad que asfixia como las plantas constrictor verticales como un rayo invertido.

Soy un héroe misántropo, transparente, inexistente para nadie en medio de la nada.

Es absurdo que los sarmientos me quieran arrastrar allá donde ellos viven, si nadie me quiere porque a nadie quiero; al menos, no en la cantidad suficiente para ser suficientemente humano.

Soy el hermano que siempre quiso tener la vieja torre de hierro, herrumbrosa, retorcida por la hiedra, incinerada por el sol.



Iconoclasta

Foto de Iconoclasta.


2 de enero de 2022

El muñeco de la bola


Soy el muñeco que vive dentro de una bola de cristal, que por alguna maldición no muere nunca, mi diáfana prisión es eterna. Soy un maniquí en el escaparate de una tienda de un pueblo abandonado.

A menudo agitan la bola y a mí, su contenido. Y en lugar de formarse nieve o espuma, el agua se tiñe de rojo, porque cuando duele la belleza que hay al otro lado, o en la periferia, un centímetro más allá del vidrio que me encierra, solo se lloran los primeros veinte años. Luego se padecen hemorragias.

Y es lógico, porque en el agua las lágrimas no se ven, no las aprecia nadie. No sirve de nada llorar si no podemos conmover a nadie.

Ni siquiera la piel de mi rostro las siente ya.

Las lágrimas son diluidas por el agua sin finalidad alguna.

He llevado tanto tiempo aquí llorando para nada, que es lógico que buscara otras vías de expresión a nadie.

Nadie sabe, no importa el muñeco de la bola barata de cristal.

Nadie sabe que bajo mi cabello, hay heridas abiertas por tantos golpes, por tantos zarandeos. Y lloro sangre por esas agallas que tienen la función de expulsar toda esta desesperación de una forma llamativa; pero quien me agita, solo piensa que algo está estropeado en la pintura que me recubre. Soy un viejo objeto.

Una cosa podrida que flota en el agua.

Lo soy... Demasiado viejo, demasiada vida, demasiada sangre que a nadie llega. A nadie emociona.

Y cuando la desesperación es insoportable y nadie observa, golpeo la cabeza contra el cristal, hasta que dos gotas de sangre salen de mi nariz y crean una efímera rama de coral hemoglobínico que flota largo tiempo tomando formas caprichosas a medida que se diluye.

Soy un caleidoscopio sangrante y nadie sabe.

Quiero morir ya, porque todo lo que amo y deseo, está al otro lado y si tras toda esta vida de golpear el vidrio no he conseguido salir, ya no quiero hacerlo. Lo único que me espera es la muerte, fuera de la hermeticidad el sol y el aire me destruirán en el acto.

A pesar del agua, me he secado y me hecho quebradizo.

Todo se ha hecho hermoso, todo lo que veo allá, un centímetro más lejos, se conserva colorido, mientras en mi cabeza solo hay llagas que sangran la profunda depresión de un encierro sin esperanza.



Iconoclasta

16 de agosto de 2020

La vejez actual es un virus letal


Antes de que se fundara el actual conjunto de sociedades industrializadas, tecnificadas y mercantiles, algunos viejos tenían un gran valor por su experiencia y acumulación de conocimientos.
Los seres humanos que llegaban a la vejez, lo hacían gracias a su fortaleza física e inteligencia para sobrevivir hasta tan tardía edad. Tenían la autoridad de la genética, la fuerza y la determinación.
Eran escuchados por su valiosa experiencia y juicio. Aquellos humanos ancianos, transmitían los valores del esfuerzo, el valor y la resolución con la historia de su propia vida.
Quedan muy pocos o ninguno con valores éticos como aquellos.
En la actual sociedad la vejez se ha convertido en algo anodino. Un tiempo y lugar donde los más débiles, tontos, mezquinos y cobardes se han reproducido para luego envejecer hasta edades injustamente longevas; dejando a la estirpe humana varios estadios por debajo de lo que era antes de que se iniciara la estabulación humana indiscriminada en forma de grandes ciudades y su endogamia.
Ha llegado artificiosamente a la vejez lo peor de hombres y mujeres. Y son legión…
De ahí que los actuales viejos se comporten como niños asustados y tontos por el calor, el frío, la lluvia, el café o una gripe. Y todos esos temores, toda esa ignorancia y esa debilidad; nietos y padres las han convertido en virtudes. Porque la mayor parte de los ancianos de esta decadente y degenerada sociedad, transmiten la debilidad, el miedo y la ley del mínimo esfuerzo (salvo cuando van en manada como turistas jubilados y arrasan los bufés libres de restaurantes y hoteles como auténticas fieras, incluso te muerden si acercas la mano).
Y padres y nietos, están de acuerdo con ellos.
Lo que nace y crece con indignidad, indigno envejece y muere.
Una vejez cobarde y anodina es el producto de una vida con las mismas cualidades.
Lo peor que podía pasar ha ocurrido: no todos los abuelos deben cuidar de sus nietos, es antinatural. Los niños son una esponja que absorbe rápidamente lo bueno y lo malo indistintamente. Algunos (muchísimos) abuelos deberían vivir a centenares de kilómetros de sus nietos.
La decadencia de la actual sociedad se ha propagado como una enfermedad infecciosa desde los viejos a los jóvenes.
De abuelos a nietos y de hijos a padres, canibalizando cualquier asomo de determinación e inteligencia entre ellos.
Una marea negra de mediocridad que devora la fuerza, el valor y la dignidad.
La vejez actual es un virus letal para la humanidad. Mezquindad inyectada en vena.
Y los más preocupante es que los actuales líderes políticos y jefes de estado, son nietos de una vergonzosa decadencia; de esos vejestorios apáticos y pusilánimes que han vivido injustamente demasiado tiempo.
Si yo tuviera setenta años y alguien me dijera que fuera con cuidado con el calor, lo envío a la mierda.  Nadie puede enseñarme o aconsejarme como he de vivir al sol o al frío.
Si no puedes soportar el sol o la vida; mejor muere. Te lo está pidiendo el cuerpo, hazle caso.
Es tan horrenda la evidente degeneración de la vejez humana de la actual sociedad, que me parece absolutamente natural que nadie haya escrito de ello en estos términos.
Supongo que alguien con demasiados escrúpulos y absolutamente integrado en esta pútrida colonia insectil, se sentiría incómodo describiendo esto, la verdad.
Alguien tenía que hacerlo (emoji de carita tímida).
No lo digo con resignación, es amor propio. Un poco de narcisismo siempre sienta bien sea lo viejo que seas. Mucho mejor que llorar como un niño de tres años por un descafeinado.
Ser viejo y tratado como un bebé, con condescendencia y aceptarlo beatíficamente; es la peor de las películas que pueda imaginar.

Seré macho hasta morir.





Iconoclasta

7 de septiembre de 2019

Hoy todo son malas noticias


No se puede vivir eternamente, no hay vida extraterrestre tras morir.
El amor tampoco vivirá siempre, se pudre por comparaciones, porque surgen otros mejores, por errores que no se deberían haber pronunciado, por hastío y por gripe.
La felicidad es un ataque de histeria alegre que ocurre tras largos periodos de duros sufrimientos.
Los muertos no se manifiestan, son las mentes vivas que alucinan fantasmas por dolor, soledad o incluso alegría de que lo esté, muerto. Bien muerto.
Te amo; pero es algo que no trasciende más allá de este papel y de mi tristeza vital. Amarte es una isla limpia en un vertedero infinito e insalvable. Eres mi faro, un brillo entre toda la inmundicia. Amarte enriquece mis escasos y breves momentos para la esperanza.
Pero amarte no es consuelo si no te jodo.
El dinero aquí y ahora no da la felicidad; pero hace la vida tan bella que pensar en la muerte causa un terror paralizante y paranoia por la salud y su profilaxis.
Ser viejo es estar muy cerca de morir no le veo alegría alguna a este hecho. La vejez no es una nueva juventud como osan mentir los cobardes. No puedo entender los que dicen sentirse jóvenes y por las mañanas mean sangre.
Los locos cuentan locuras y no verdades.
Los niños tampoco las dicen, solo tienen un limitado vocabulario y carecen de suficientes datos vitales, cosas indispensables para fabricar verdades.
 Solo dicen lo que ellos ven tras sus ojos. Esas verdades prodigiosas que dicen, solo están en las mentes de unos adultos banales y con escasas luces.  No hay locos cuerdos, solo están demasiado sedados. No hay niños prodigio de la sinceridad, simplemente son demasiado pequeños aún.
Lo siento, cielo. Hoy todo son malas noticias.
Tal vez mañana con un poco de suerte pueda obviar, por una laguna mental, todo lo que sé.
¿Te das cuenta amor, que entre tanta desesperanza te amo? Imagina si hubiera algo bueno en esta vida: con tanto amor y tan poca decepción seríamos una constelación de magnitud luminosa máxima en el universo, más que Sirio.
Tal vez sea que el aire se mueve ya frío y me hace sentir mejor, más fuerte y por tanto más cruel. Estas malas noticias, solo me provocan una sonrisa sarcástica sin considerar que podrían aburrirte, incluso irritarte.
Lo siento, cielo, hoy todo son malas noticias y sonrío feroz y hambriento de ti, cosa que no me hace precisamente más dulce.




Iconoclasta

4 de mayo de 2019

El tiempo confundido


Hay días que no podría distinguir si es otoño o primavera.
Como si en algún momento el tiempo se hubiera confundido en su avance y me hubiera colocado en una diapositiva pasada. Pienso en este instante, en la gracia que ha tenido hacerse viejo, aunque solo sea unas semanas, para volver al mismo momento que viví en el pasado.
¿Soy un viajero del tiempo? ¿Tengo un vuelo reservado en Aerolíneas del Tiempo Quedo?
Solo soy un viejo con demasiada imaginación.
Un viejo que no está cansado por culpa de una genética desproporcionadamente fuerte. Tal vez soy yo el que perturbo el orden del tiempo y del planeta y sus estaciones.
Y las mías… Soy mi propio daño colateral
Es tan hermoso estar solo entre las montañas bajo la lluvia. Nadie pasea ahora.
Soy el último hombre vivo…
En serio ¿es otoño o primavera?
A mi picha no le importa. Se excita con los días grises y lluviosos que dictan recogimiento e intimidad. Y follarla mil veces en la casa con la lluvia golpeando las ventanas.
Me acomodo los genitales a la dureza que palpita y sigo caminando en el tiempo, o tal vez atravesándolo mientras está confuso y detenido buscando su dirección correcta.
Alguien habló alguna vez de la relatividad del tiempo.
Yo digo que tiene sus momentos de estupidez, como todas las cosas que viven.
Yo digo que soy viejo para ser tan fuerte. Lo cual quiere decir que aún me espera más dolor.
No es pesimismo, es sabiduría. Demasiada vida.
A veces pienso que he desaprovechado algunos momentos en los que podría haber muerto.
Una vez escribí que hay tanto tiempo, que nos falta vida.
Ahora digo que si estuviera follándola, no pensaría en tiempo y vida.
Tal vez, por favor… Que el tiempo se vuelva a confundir y me coloque en una diapositiva con ella. Dentro de ella.
Demasiada imaginación, me lamento. Demasiada fuerza…
El poco futuro que me queda, no será un remanso de paz.
Mierda…




Iconoclasta
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10 de enero de 2019

El alma de las cosas


El gato corretea eufórico por el estrecho balcón y él, divertido, se enciende un cigarro; porque hay que fumar para calentar los pulmones en una mañana tan fría.
Sonríe torcidamente, porque cuando hace calor también fuma.
En un momento de silencio escucha los sonidos que hace el aire con las cosas y observa la vieja fachada frente a él, una galería ruinosa que parece gemir su mísera antigüedad agitando un viejo plástico hecho jirones.
El gato observa una paloma con ansia predadora y él cree que el velo mísero que agita el aire es un alma en pena.
Todos tenemos cosas que hacer, que pensar.
Las almas de las cosas son esos velos rasgados azotados por el aire como festones de la decadencia, ignominia, vejez, abandono y muerte.
Velos de plásticos quemados por el tiempo y lonas corruptas que hacen sórdidos ruidos con sus sacudidas agónicas.
Ha habido muertes tras los velos de la miseria. Lo sabe porque al crepitar, lloran las vidas que hubo dentro hace eones ya.
Y piensa:

Yo soy cosa, lo sé porque mi alma cruje igual cuando la azota el aire, lo siento hasta en el tuétano de los huesos.
Lo sé porque soy una ruina, algo ajeno a los que me rodean.
Y sé que soy cosa, porque no siento pudor alguno por ser un plástico rasgado.
Qué más da que fuera de puto oro y seda, si ya estoy muerto…
Decoraciones aparte, ser algo y trascender como sea, siempre está bien.

El gato se pone en pie sobre sus cuartos traseros y le roza las piernas con sus suaves patas: quiere jugar. Y seguramente no le gusta el rumbo del pensamiento de su compañero humano.
Da una última calada al cigarro y tira la colilla a la calle con desdén.
El pelaje del animal se agita lleno de vida y color.
Y se siente mejor.
Para celebrarlo, ya en el calor de la casa, enciende otro cigarro para quemar alguna tristeza, alguna melancolía.
Lanza la pelota con cascabel, el gato la caza al vuelo tras dos rebotes chocando sonoramente contra la puerta del salón.
No es precisamente un ser delicado… Y sonríe, esta vez bien.




Iconoclasta
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2 de abril de 2016

La vejez de los primates


El viejo avanza lentamente por el camino que bordea el río, con la espalda encorvada.
Lo observo y pienso en la lentitud de los días, en la lentitud y la desidia de Dios y en lo mal que lo crea todo ese maricón. Pienso en mi eyaculación rápida, en mi crueldad ultrasónica y en los tiempos muertos de mediocridad y grisentería.
Pienso en un filo ensangrentado.
De repente, su mano se agita en un intento de atrapar algo: un caramelo se le ha caído de las manos.
Comienza a agacharse para recogerlo del suelo, redoble de tambores.
Redoble de tambores...
Redoble de tambores...
Redoble de tambores...
Tras doblar las rodillas hacia afuera (por lo visto sus testículos viejos e hipertrofiados le molestan) y también el espinazo con desesperante lentitud, por fin ha cogido el caramelo e iniciado la operación de enderezamiento.
Tiempo estimado para el rescate de la golosina: 35 segundos.
Su padre mono y hace decenios muerto, debe estar orgulloso de él.
Observándolo con una torva mirada pensaba en la facilidad con la que le podía clavar mi puñal, rajar la zona lumbar y extraerle los riñones. Usarlo de potro para saltar por encima de su chepa, o simplemente decapitarlo cuando estaba su pecho a 90º respecto al suelo.
He tenido tiempo para pensarlo, desearlo y hacerlo.
He recapacitado en la fragilidad de los primates en su vejez indigna y he decidido perdonarle la vida.
No voy a aspirar su alma vieja de mierda. Me da asco.
Y mi Dama Oscura me espera con sus muslos viscosos, empapados de deseo. Tengo mis prioridades.
Siempre sangriento: 666.



Iconoclasta

23 de marzo de 2016

Un café helado


No tenía ganas de escribir, me canso.
Designo un momento del día para ello, que a veces ocupa hasta el día siguiente, hasta la semana siguiente, hasta el sueño siguiente...
Las manos piden descanso y el cerebro dice que nasti de plasti.
Toda disciplina que me impongo se va a la mierda con los biorritmos de la humanidad.
"No hay descanso, no hay perdón ni para ti, ni para nadie. Espera a morir". Y suspiro, hago rendijas de mis párpados para enfocar cosas, seres y gamas cromáticas que forman moaré en el aire. Saco la pluma, el cuaderno y cuando ya he vertido el azúcar en el café, comienzo a escribir sabiendo que lo tomaré desagradablemente frío cuando todo esté plasmado en tres dimensiones.
La cámara fotográfica no podría captar el guapo subido de la camarera que me sonríe coqueta. He de darme prisa, soy un impresionista de la literatura, hay emociones de colores efímeras como el pulso del moribundo.
Es un hombre anciano, con deficiencia mental. Toma un café con leche y una magdalena que devora con una traviesa y desconcertante hambre infantil.
Lo acompaña una mujer mayor, aunque no tanto como él.
Me parece bonito que hablen sin sentir que entre ellos hay una barrera de íntimo y añejo dolor que traza un cerebro  roto.
Hay una triste belleza en los ojos del viejo-niño, destellos de ilusiones infantiles, de tal forma que su pequeño y nítido rostro, en un cuerpo menudo y bajito me hace dudar si realmente es un anciano.
Tiene el escaso cabello tan blanco que resulta obscenidad su entusiasmo.
Observo y escribo tranquilo, pero con hábil velocidad para no perder los detalles de un parpadeo, lo que requiere cierta concentración. Y el niño-viejo por un momento me observa con una miga de su magdalena entre los dedos. No me he dado cuenta de que lo miraba con intensidad.
A veces siento que mi mirada es demasiado densa, que es un peso sobre las almas.
Se interrumpe el breve cruce de miradas cuando la mujer que lo acompaña, limpia las migas de su jersey verde-lima, tan infantil como su mente. Y hay en ese gesto un instante de tristeza profunda, de cansancio vital. No quería verlo.
Quiero irme de aquí, las tristezas son como insectos que te sobresaltan zumbando muy cerca del oído.
El viejo-niño dice con voz muy alta, que la magdalena está buenísima, y alguien de la mesa del rincón, le dice "¡Hala, como disfruta Daniel!".
Y es preciso pintar-escribir ese momento, porque la sonrisa ufana del viejo-niño, borra la tristeza de la mujer que lo acompaña.
Todo cambia en décimas de segundo.
La sonrisa radiante del viejo niño de jersey verde chillón, es excesiva, un regalo demasiado valioso para el planeta.
Margaritas a los cerdos.
No puedes perder ciertos instantes, sería negligencia.
A pesar de las tristezas, hay momentos por los que vale la pena vivir.
Mi cámara fotográfica son hojas de papel y tinta, de una resolución de ciencia ficción. Y una percepción del mundo cientos de años más vieja que mi cuerpo.
Soy lo contrario del viejo-niño.
Acabo de escribir y guardo en el bolsillo de la chaqueta la pluma y la mini libreta, dispuesto a no escribir más. Pase lo que pase.
Esa feliz sonrisa de la tierna, pueril y espantosa imbecilidad es un buen final.
Y ahora, las mesas parecen haberse vaciado. Vuelvo a estar solo conmigo mismo.
El café está helado no me gusta; pero ha valido la pena.



Iconoclasta
Foto de Iconoclasta.

7 de junio de 2015

Mejor muerto que asistido


Una pareja de ancianos charla en una de las mesas de descanso de un camino entre las montañas, han elegido la sombra, cosa rara porque los viejos suelen buscar sol; aunque es un día caluroso, es natural.

Yo paseo solo y dejo que el sol me avasalle, me gusta sudar, me gusta que las gotas de sudor caigan por mi rostro, como si sufriera.

No voy a analizar el porqué, sudo y no me complico.

La de los viejos es una imagen bonita, con cierta ternura y nostalgia; pero no me engaño, los observo largo y tendido e intento verme en sus pellejos.

No me convence.

No puedo asimilar estar con alguien en la vejez para sentirme aliviado o acompañado para nada, por pura cobardía senil. No es mi meta, no es mi ideal. No quiero ser la muestra de lo que es llegar a la vejez y tener compañía tal y como está insertado en el imaginario humano, como un ideal de plenitud antes de morir.

Me paso por los huevos ideales y tradiciones.

Insisto hay algo bello en ello, pero siento una especie de alergia.

Perdóneme padre, porque nunca he pecado, tengo mis leyes.

Sé que he nacido para estar solo, para morir solo sin pensar que un día podría necesitar a alguien que me ayudara o apoyara. Si llegara ese día, prefiero estar muerto que asistido.

Me gusta zanjar cuestiones, eso deja espacio en mi mente abarrotada de miserias.

Soy salvaje en esencia, solo busco la caricia en un momento breve y determinado del día, el resto lo necesito exclusivamente para mí. Soy gato, soy felino.

O quisiera serlo y no hacer el ridículo.

Me molestaría dedicar demasiado tiempo a alguien cercano. Ya es tarde, fue tarde desde que nací, los ideales sociales no han conseguido encajar en mi cerebro.

También ha habido voluntad por mi parte.

Pongamos que prometo no quejarme cuando solo, me enfrente a la muerte o a los dolores. Sabré salir por una puerta de emergencia dado el caso.

He tenido tiempo de entrenarme.

Aún a costa de follar menos, no tan habitualmente. No importa, es más importante la libertad que meterla. Siempre.

Y cuanto más me sumerjo en el aislamiento, mejor me siento. Creo que no soy de este planeta, no debería serlo. Me podrían desterrar a otro mundo, tampoco iba a llorar. Incluso podría ser un favor.

Comparto tan poco con los humanos, que tengo que dedicar como tarea obligatoria caminar un rato por la ciudad para seguir entrenado en la práctica de la vida.

Cada día me cuesta más esfuerzo pasear por las calles cruzándome con humanos  y tomarme un café, cada día la sensación de estar entre la gente es más incómoda, más molesta y siento una enorme urgencia por acabar el café y  estar lejos de ellos.

Me asustan, son mi terror los finales felices, o los institucionales.

La muerte es salvaje como lo intento ser yo, y si estoy solo, nadie verá mis ridículas y grotescas caras de agonía o dolor. Eso es solo para mí.

Yo no quiero, no puedo compartir un momento tranquilo con alguien al lado demasiado tiempo, debería decirle que me dejara solo y eso no le gusta a nadie a oírlo y a me molestaría decirlo.

Nadie quiere saber lo que pienso, podría deprimirse.

La visión de la vejez no me da miedo, no voy a asegurar posiciones para recibirla en compañía. La cobardía no es opción.

Y mejor muerto que inválido.

No necesito ayuda de nada ni de nadie, y no la querría por muy viejo que fuera.

Que tome nota el idiota del notario, que para eso cobra un dineral.




Iconoclasta

14 de abril de 2015

Un epitafio

Ahí debería estar sentado yo, a un lado de mis cosas.
Ya viejo, como he envejecido la imagen; que todo hubiera pasado ya. Que las fuerzas me hubieran abandonado y ya solo esperara tranquilo y sin prisas el final.
No como ahora, con ansias de llegar a no sé donde y hacer no sé qué.
Cuando se tiene fuerza, el cuerpo y el pensamiento quieren hacer uso de ellas, no hay freno.
Y así viejo, le pediría a algún excursionista que me hiciera una foto.
Sin embargo, mientras comía el bocadillo, pensaba en que sería un poético epitafio el que yo no estuviera ahí. Que tan solo me representara el bastón de tullido tenaz, mis infalibles cigarrillos, mis inseparables cuaderno y bolígrafo, el agua y la mochila que todo contiene y que por mucho que pese, jamás aligeraría. Jamás sacaría nada de dentro. Hay una brújula, dos mapas, una lupa, unos guantes, unos prismáticos, la cámara de fotos y una navaja.
Un epitafio en sí mismo; si mi cuerpo no estuviera en la foto, me definirían esos objetos y no mi viejo cadáver con una mancha de orina en el pantalón.
Es más romántico así, haría pensar a extraños que mi vida era libre, intensa, interesante.
Los detalles importan quieras que no.
No me parece mal engañar a alguien, no puede hacer daño; y por otra parte, siendo realistas, a nadie le importa una mierda si tu vida es intensa o si esos objetos definen algo de alguien.
En cualquier caso, si alguien leyera el cuaderno, seguramente pensaría que tampoco ha sido un gran drama que muriera.
Esos objetos no bastarían para definirme como un aventurero, pero me libraría de definirme como un desgraciado que murió entre cuatro tristes paredes.
Ya que hay un buen paisaje, hay que aprovecharlo.
Y si no hay miedo a morir, también.
Imaginar no mata.
Aunque sé por casualidades vividas, que cuando alguien habla de morir, es que algo huele a podrido en Dinamarca, y se muere en poco tiempo.
Bueno, muchas veces digo: "Si existe dios, que me parta un rayo".
Mañana más, como si se acabara todo, con la misma ansia.
Y así hasta envejecer como la foto epitafio y un día no estar en el encuadre.
Como hace unos días vi en un cuadro de un museo, las palabras escritas entre unas tibias y una calavera: Memento mori.










Iconoclasta

24 de junio de 2013

Un viejo pájaro




Moriré como un pájaro enfermo o viejo que espera la muerte en lo alto del tejado de una casa. No compartiré nada de mi muerte.
No más compartir, la muerte es mía y solo mía.
Dejaré que el agua de la lluvia arrastre lo que me queda de vida en soledad, con mis plumas desordenadas y apagadas; caóticas de enfermedad, vejez y muerte.
Sin miedo y sin llantos. Ignorándolo todo y a todos como si el resto del mundo estuviera muerto; como si nadie hubiera existido jamás.
Soy único e irrepetible, conmigo muere una especie. Y nadie asistirá a mi muerte para humillarme o arrebatar mi protagonismo en mi propia historia. Que se joda la especie humana, porque no dejaré nada de mí que se pueda aprovechar, ni siquiera el ridículo.
Nadie tendrá la posibilidad de reír mi muerte, cuando se den cuenta, seré plumas enganchadas en el asfalto. Solo eso.
Sueño con ser ese pájaro enfermo bajo la fría lluvia, sin importarle el afilado viento. Por encima de todos muriendo.
Con el cuello plegado sobre el buche para apagarse sin mirar a nada o a nadie.






Iconoclasta