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27 de octubre de 2023

lp--La melancolía secreta--ic


La melancolía es una tristeza secreta para mí mismo. La pena de lo que nunca experimentaré. Un sentimiento que jamás conoceré.

La decepción de saber que existe una alta emoción que no gozaré jamás.

Me ha sido negada la gracia, cuando casi la rozaba. Estuve a punto de elevarme a ella.

Esta melancolía me lo dice como una conciencia cuchicheando en mi oído, en mi estómago. Reverberando en el tuétano de los huesos.

Estuviste cerca, estuviste muy cerca.

Pobre cosa, pobre hombre ciego.

Tal vez, sea no haber podido escapar de este lugar y tiempo atroces que impiden que la razón se expanda haciendo de mí una ola más en el mar, yo rompiéndome en un hermoso final en la tierra.

Creando una espuma de mí mismo y los mudos coros del universo muerto susurrando: ¡Así se hace!

Y dan ganas de llorar por una abstracción imposible.

Podría haber sido un hálito que agita íntima y tímidamente las hojas de un árbol cuyo rumor agradecería mi sencilla aunque útil existencia.

Me he cansado y hastiado de dolores, decepciones, amores, ternuras y cariños sin espuma; sin el secreto rumor de unas hojas que nadie presta atención.

Nadie más que yo.

No es por trascender, sólo aspiro a ser invisible, un ente ignoto. La belleza sin reflejos de una existencia malograda y malformada desde el inicio de los tiempos que es mi nacimiento.

Sólo lloro con ira por lo que mi vida no ha encontrado, no ha sentido.

Que nadie sepa más de mí, desaparecer como una ilusión. A veces sueño con volatilizarme en el aire sin dejar rastro y todos aquellos que supieron de mi existencia, parpadearan: Me ha parecido ver algo… Parecía tan real…

Ser una alucinación en el planeta.

Que nadie me recuerde.

Porque mi existencia me avergüenza.

Que no me entierren o quemen en tierra podrida.

Esta melancolía que guardo en secreto no es tristeza, si no hastío y decepción de no alcanzar otra cosa más que, un mundo mal hecho por millones y millones y millones de seres humanos muertos y apilados en podridos estratos cuya misión, fue construir y crear la humana mezquindad para el instante en el que yo naciera. Como si supieran de mi futura vida y la decepción que sufriría.

Riendo mezquinos…

Sus dioses inventados son ratas sarnosas que devoran sus pies y los de sus hijos lentamente, y son adoradas como servil pago de gratitud a la miseria concebida.

Sólo así puedo entender el origen de esta melancolía aterciopelada que se derrama bajo la piel y por dentro de los ojos, un llanto secreto también. Adentro..., donde sólo el cálido humo de un cigarrillo templa el frío de mi ánimo.

Fumar siempre fue bueno...

Saber que existe algo hermoso o extraordinario más allá de la mediocridad del aire, es mejor que ignorarlo y me ha regalado la gracia de la decepción y su melancolía.

No nací para sentir lo extraordinario, sólo para observar con mirada terrible y soportar la incapacidad de los que ahora son cadáveres y los que lo serán pronto.

No es tristeza, sino rabia y su llanto quedo y consecuencia de una ola que no consigue hacer espuma, porque una fría y poderosa corriente de mierda la devuelve al monstruoso mar inmóvil sin horizontes y sin fin. Sin esperanza a la vista.

Yo quería algo más que no cabe en este mundo.

Hay una belleza oculta que mi pensamiento añora y no sabe qué es.

No nací para algo elevado, sino para rellenar los huecos de los muros deformes que no sirven para nada. Que los muertos construyeron, que los vivos idiotas hacen más altos.

Son los susurros de mi secreta melancolía.

Me dice que nací por mis huesos, que soy material de relleno de un tiempo y lugar mezquinos.

Podría haber sido maravilloso cuando veo y escucho el rumor de las hojas, las olas romper en la costa con un orgulloso bramido de vida y lucha; pero nací en un excremento habitado por gusanos agitándose inquietos y paranoides, alimentándose con voracidad unos de otros. No puedo salir de la mierda, ni limpiarme siquiera.

Nací en un repugnante lugar donde los seres humanos comen sobre las inmundicias y miasmas que corren bajo sus pies.

Todos los humanos y sus civilizaciones lo construyeron todo mal y podrido, para luego ser enterrados como el gato cubre su mierda. O quemados como neumáticos viejos o basura que apesta.

Y como un aire que no mueve las hojas y la ola que no llega a la arena, nací ciego y con esta melancolía que hace invisibles los horizontes elevados que algo dentro de mí dice que existen, que es todo un error mi nacimiento en este infecto lugar y tiempo.

Un asco.



Iconoclasta

7 de enero de 2023

lp--No viviré suficiente para llenarlo--ic


No viviré lo suficiente para acabar de escribir los grandes espacios en blanco que quedan en el planeta.

De hecho, nunca tuve esperanza.

Nunca fui ingenuo.

Triste sí, siempre ha sido un peso en mis hombros.

Quería llegar a las verdes montañas, el margen del valle, de la página en blanco…

Aunque fuera solo una línea con tinta roja; pero apenas existo ante tanto espacio, ante la desmesura del planeta y sus espacios en blanco.

No soy nada, no soy nadie.

La belleza es tan enorme como el amor y yo no sé…

No puedo abarcarlos. No podré escribirlo todo y dirá mi lápida si la tuviera: Aquí yace un fracasado.

Siempre he dicho que hay tanto tiempo que me falta vida. Ahora, a punto de abandonar el escenario, el espacio es tanto como el tiempo.

Hay un cansancio vital que invita a la muerte, que la hace dulce.

Era una batalla perdida.

No quiero añadir a la tristeza la vergüenza.

Misericordia.



Iconoclasta

Foto de Iconoclasta.

12 de diciembre de 2022

lp--Parábola del solitario y la diosa--ic


Adoraba mi soledad; pero desde que conocí su existencia acostumbro a renegar de ella.

Nunca pensé en la posibilidad de que fuera real. Debía tratarse de un ser mitológico para arrancarme de mi profunda sima de cultivada soledad.

Si aun así existiera, no llegaría a conocerla porque los solitarios provocan desconfianza y dan grima, nadie quisiera verse como yo.

Soy un apestado.

Cuanto más solo estás, más deseas estarlo. Y la distancia hacia cualquier ser se hace abismal.

Pero ya se sabe aquello de: cuando yo dije sí, mi caballo dijo no.

Apareció dando una patada a mi dimensión solitaria e hizo mi triste paz añicos.

Mi mente epatada ante la diosa, creyó oír: “Debes amarme”.

Yo dije: “Es cierto, ahora no puedo dejar de amarte”.

Fue fulminante.

Obedecí su mandamiento único con la solidez de mi pensamiento aislado de toda humanidad. Sentí que me lo había cincelado en el pecho con sus dedos divinos.

Pactamos con las lenguas enredadas un futuro incierto de encuentros y desesperos.

Di templanza a sus pezones endurecidos de deseo con dedos incrédulos.

Y besé la hostia entre sus muslos, la lamí hasta que profirió blasfemias.

Ella una diosa…

Me clavé a ella cayendo vertiginosamente en su esponjosa viscosidad. Sentía como su coño ardiente como un crisol fundía mi glande que goteaba un agresivo deseo. Y se desdibujaron los límites de las carnes; no supe cuál era la mía o la suya. Caí en su entrópica dimensión hasta correrme con un atávico grito de posesión.

Era ella la que me poseía…

El amor de la diosa es inescrutable, y yo me creí fuerte para afrontar una tragedia de amor.

Dejé de sentir la soledad como amiga y don. Tornose una cruz astillada en mis hombros.

¡Oh mortificación!

Y díjome: “Debes esperarme”.

La esperaba con ansiedad animal frotándome la piel helada de soledad. Esperando otra oportunidad para fundirme de nuevo en ella; pero el tiempo de la divinidad aplasta y deja en el limbo al amante mortal.

La cruz astillada empezó a pudrirme las venas, el caballo no conseguía aplacar la ansiedad ni la desproporcionada presión de la columna de soledad que caía sobre mí con implacable asfixia.

El infierno acortó la distancia hasta mí comiéndose el rojo de mi sangre velozmente. Y por más jacos que chutara en vena, no conseguía dejarlo atrás.

Hoy he pinchado la vena y ha dolido como nunca. He sentido con un chirrido de dientes la aguja raspar el hueso. La sangre ha salido blanca, el infierno me ha alcanzado.

Fue un error obedecer el mandamiento de la diosa.

¡No!

Fue un error nacer…

Soy la enseñanza del fracaso.




Iconoclasta


1 de diciembre de 2022

lp--El amor cardíaco--ic

El amor es un ataque al corazón, así de intenso y fulminante. Fue repentino amar y pago ahora el precio de que mi vida dependa de ti.

Tú eras la luz al final del túnel durante mi breve muerte de iluminación.

No quiero ser dramático, no es una cuestión de coacción o chantaje emocional, sería mezquino. Solo refiero un hecho.

Bastaron una mirada y una palabra tuyas suspendidas en el preciso instante, en el cuántico e infinitesimal lugar. Entre un parpadeo de reconocimiento y unos labios entreabiertos que se hicieron desesperadamente deseables. Supe que cuando sucediera el primer beso mi pensamiento sería tuyo.

Y el beso fue ataque cardíaco, tan indoloro que no sentí inquietud por lo cerca que estaba de morir durante aquellos segundos de descubrimiento: existías, no eras sueño. En ese paro cardíaco, en esos segundos de muerte indolora se reconfiguró mi red neuronal y desde entonces, mis días empiezan y acaban contigo en mi mente o haciendo arder mi pene con la fuerza vectorial de tu cuerpo clavado verticalmente en mi horizontalidad cuasi mortuoria. Amarte es también presión gravitacional.

Hay en mi cabeza un túnel cuyo final llenas. Y sus paredes son tan transparentes como mudas. Vierten la luz y filtran los graznidos de la humanidad.

Y atrás dejo la oscuridad. La negritud me pisa los talones, por cada paso que doy hacia ti la oscuridad a mi espalda crece con idéntica velocidad.

Es un túnel solo de ida, ya no podré volver. Mi historia se borra y empieza una vida nueva. Ocurre lo mismo con el tiempo, me arde el culo por su rápida combustión.

Soy un personaje cómico en una vieja película muda. Da risa; pero no acabo de ver la gracia. Necesito un cubo de agua para sentarme y respirar aliviado.

No hay opción, amarte fue inevitable como el respirar; pero aun así elegí.

Un poco de ti, es mejor que nada. Un poco de ti justifica ignorar que la vida se acaba, que siempre he llegado tarde a lo hermoso y he aceptado la grisentería difusa de escoger lo menos malo.

Soy un pésimo administrador de mi vida.

Pues yo acepto lo único bello, aunque siempre es tarde por muy buena que sea la dicha.

¿Sabes que hay rostros que se pegan deformándose a la pared transparente del túnel y me piden que me detenga? “¿Adónde vas con tanta prisa y lujuria, viejo?” Me gritan mudamente “¿Te crees mejor que nosotros? Sal de ahí”. No me dan miedo, solo repulsión, son la mismísima faz de la mediocridad; así que camino más deprisa hacia ti y sus rostros envidiosos los devora la oscuridad que me sigue.

El tiempo es otra dimensión oscura, es una cuenta atrás. Te descubrí tarde y ya casi he finalizado mis tareas en la tierra.

Amarte no es un rumbo, es una dirección de marcha, un sentido único donde no hay bifurcación alguna. Algunos le llamarían agujero de gusano. No puedo evitar pensar que el gusano soy yo ahí dentro.

Y no espero vivir más tiempo, sino el momento justo de llegar al fin. Una vez cumplido, puede llevarse el diablo el corazón traqueteante y fibrilado hasta casi partirse. Y también el alma que le vendí hace unos milenios escasos.

Las posibilidades de morir en el túnel, son exactamente las mismas que las de morir fuera, entre ellos, lo vulgar, los ajenos a mí. Tú eres mi voluntad y lo demás meramente aleatorio y accidental: un accidente, una lentitud, una negligencia, una imprecisión en las coordenadas espacio temporales en el momento de nacer, un error con el billete de mi destino a ninguna parte y por ello, llegó tarde a mis manos la carta de navegación hacia ti.

En el túnel solo preciso algo con lo que escribirte y definirte. Entiéndeme, eres inexplicable no hay retórica para expresar a la diosa; pero al escribirte te hago táctil, trasciende tu rostro hasta mis dedos y puedo acariciar el papel, ya tu piel.

Te he transmutado de mi pensamiento a la tridimensionalidad, soy un alquimista en un túnel que se autodestruye cada cinco segundos tras de mí.

El túnel es la metáfora de mi vida como una mecha.

Y tú eres la dinamita.

Es inevitable que piense en el coyote y que eres la más hermosa correcaminos. Si una sonrisa puede ser triste, es la mía ahora.

Un doctor tuvo la piedad de recetarme sedantes pre mórtem antes de entrar en el túnel. Me dijo con el frasco de píldoras anti melancolía en la mano: “De morir no te libras, al menos que no duela”, aún debe pensar que soy idiota.

Escribirte es mi terapia de choque.

No describo lo que eres, porque eres una espléndida incógnita. Escribo lo que siento.

No temo equivocarme con mis palabras, solo ser escaso.

El túnel es tu perfecta metáfora también: eres el conducto al amor.

Mierda, cielo, estoy cansado; pero no puedo detenerme, la negritud que me sigue es voraz, no se salva ni la luz de morir.

No lo entiendo, nunca he valido tanto para que la vida pese tanto sobre mí. Algo se ensaña conmigo por ninguna razón.

Ya está bien, en un momento estoy ahí, el café con mucho azúcar y tú sin ropa interior bajo el vestido.

Bip-bip… (otra cómica tristeza de amor, son los nervios).



Iconoclasta

17 de julio de 2022

Complicar lo sencillo es la norma de cualquier tipo de poder

Siempre sentí fascinación por los instrumentos de medida, aquellos que definen con sencillez y precisión las medidas del mundo, lo que me rodea. O lo que vivo, lo que me queda, con una probable seguridad nacida de mi sabiduría, de mi experiencia.

Los relojes, los manómetros, las brújulas, los pies de rey, los goniómetros…

Todos se hicieron para dar conocimiento, un conocimiento rápido y comprensible para todo el mundo. Leer la hora y si se da el caso, ofrecerla claramente, con rapidez.

Por ello, cuando me regalaron mi primer reloj (desgraciadamente tuve que esperar a mi primera comunión, como era tradicional por aquellos viejos tiempos), tuve que recibir un curso intensivo de desfragmentar la hora que aquel instrumento indicaba sencilla y claramente en una serie de folclóricas fracciones que me irritaban. Ahí nació mi comprensión de la vida que me esperaba. En serio, fue como una bofetada a la razón. No podía comprender porque se complicaba algo tan sencillo. Y encima, la hostia de la primera comunión seguía dando por culo pegada a mi paladar…

Cuando el reloj marcaba las 10:45, no era correcto; se trataba de las once menos cuarto.

Y si eran las 10:46, faltaba un minuto para las once menos cuarto.

Cuando mi madre (con toda su buena fe, porque no era una pedante, ni una inquisidora) confirmó que yo ya sabía cómo leer y decir la hora, se sintió bien. Orgullosa de que su hijo ya era un hombrecito. Pobre… Ella solo quería que su hijo fuera un tipo con conocimiento y educación.

Nunca, ni de pequeño he sido de complicar las cosas. No tardé más que unos minutos en leer la hora tal como la indicaba mi flamante reloj. No quería complicarme, era absurdo.

El tiempo y mi experiencia corroboraron que estaba en lo correcto. Y surgieron relojes digitales que aún ofrecían una hora más clara y menos dada a folclores y tradiciones destinadas a opacar el conocimiento, a enturbiarlo.

Pronto deduje a qué se debía toda esa parafernalia de complicación, de oscuridad de lo obvio. No tuve que estudiar nada, bastó la lógica para que se desentrañara la causa del horror de convertir lo sencillo y claro en algo difícil y lento.

El poder religioso era quien dictaba las horas y tiempos a través de sus campanas, con ello gobernaba la cotidianidad de la plebe. Era la máxima expresión de poder y el político aprendió del cura.

Las campanas y sus complicaciones de tañidos. Los relojes de arena si estaban llenos, a la mitad, o a tres cuartas partes. Ofrecer la hora a la plebe era el símbolo de autoridad máxima, requería ser sabio conocer la hora, unos conocimientos que el pueblo ignoraba. Y con un vanidoso esnobismo, el acto de fragmentar la hora y pervertirla para hacerla compleja, hacía desmesuradamente cultos a quienes se dedicaban a ello. Y así, este “conocimiento profundo” se hizo un tumor en la liturgia del poder y la aceptación de una plebe a la que se vedaba el acceso al conocimiento y lo convirtió en tradición de padres a hijos. Esto explica porque cambian dos veces al año el horario, es una cuestión ganadera para conducir al rebaño.

Cada idioma desarrolló su forma y fórmula para ofrecer la lectura del tiempo de la forma más complicada y lenta posible. Ser adulto requería el profundo conocimiento de la hora fragmentada y confusa. Era un título social más en una sociedad que derivaba hacia otro tipo de oscurantismo, menos evidente; pero tan venenoso como el diablo en todas partes y la obediencia para ganar tu parcelita en el paraíso, después de muerto; por supuesto.

Y así, el aprendizaje de leer un reloj se ha convertido en una materia más del temario escolar. Tiempo que robar al conocimiento importante. Resumiendo, es una premisa básica del estado y su codicia, del poder y su codicia, de la autoridad y su codicia, de la ambición y su codicia, de la represión y su codicia. Y por supuesto, de la economía y su usura.

El oscurantismo que no cesa.

¿Llegará el momento en el que en lugar de leer en el velocímetro 180 Km/h, deba leerse que faltan 20 para llegar a los 200?

¿O al leer en una regla o cinta métrica que en lugar de 15 cm, se ha de leer y decir que quedan 85 para el metro?

¿Qué en lugar de 2 Bar, se debe decir que quedan 8 para los diez?

El oscurantismo que no cesa. Ni su pedantería, ni su falso conocimiento que nace de la perversión del conocimiento y la ambición de quien lo impone.

Solo sé que he estudiado y leído para saber cómo no debo hacer o escribir las cosas y sobrevivir en una sociedad que siente envidia enfermiza y fobia del libre pensamiento, de la lógica, la creación y el ingenio del individuo.

No me he convertido en un hombre de pro, solo digno.

Son las 9 y 53 y dentro de doce horas serán las 21 y 53; no tengo más que decir.

Lo siento, madre muerta.

Sé que era cariño enseñarme a leer la hora. Era amor.




Iconoclasta

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18 de abril de 2022

Una bocanada de primavera


Me aproximo al gran abeto de mi ruta habitual y ya percibo un aviso. Cuando llego a su fronda, mis pulmones se llenan de olor a clorofila y resina tibias.

Una esnifada de eufórico bienestar.

Y me la pone dura.

Es la primavera, la época de las fragancias de mediodía. Cuando llegue el verano será tan fuerte el calor que evaporará los aromas a esta hora. Convertirá el vapor en vapor de vapor… La naturaleza tiene la cualidad de lo superlativo.

Doy media vuelta a la bici y vuelvo al abeto y sus enormes ramas. Aspiro hondo zambulléndome en el aroma de la primavera.

Es la primera gran bocanada que trago con hambre, ferozmente.

Nunca se sabe si podré volver a respirar otra, la muerte no es algo que se pueda obviar frívolamente, ha de entrar en todos tus planes como un azar cualquiera.

Jamás se podrá igualar semejante aroma por la industria del perfume. No se puede añadir libertad a un frasco. Ni un cansancio acumulado que provoca un suspiro de alivio.

Y mucho menos la sangre a presión que le da un color cereza a mi bálano y pulsa como un corazón más.

Otros se deberán conformar para enaltecer su ánimo con la gris y anodina cocaína, por muy blanca que digan que es. Se empolvarán la nariz con grisentería, con más mierda de la misma.

Corto y cierro, salgo de la trampa narcótica del árbol y continúo mi camino.

Las nubes en un cielo azul saturado, como tranquilas vacas gigantes, llenan los espacios vacíos; moviéndose lentamente, con cierto capricho. Las hay que siguen rumbo norte, otras van hacia el este.

Vacas tontas y desorganizadas...

Observo a través de la desnuda rama de un árbol el caminar de una nube que la rebasa serenamente, sin prisas. Pierdo con delectación el tiempo… No es que me sobre, es que es mío y hago lo que me sale de la polla con él.

Tal vez llueva en algún momento. No hay problema, soy sumergible, no me oxido, no me asusto.

Y si alguna vez lloro es por ella; porque pensar en compartir juntos el movimiento del planeta me aboca inevitablemente a una trágica y bella melancolía de no tenerla aquí y ahora. De necesitarla…

Los hombres no lloran por miedo, no deberían. Lloro solo por el deseo atávico de poseerla, de metérsela y que ella decida si la amo. Porque más no puedo sentir, más no puedo desearla.

Algunos excursionistas asan carne, lo huelo.

Tal vez sea hora de comer, lo único que falta para que el día se complete.

Lo demás, lo he sentido todo; con esta pasión tranquila y un poco triste, con esta condenada erección, con el cigarrillo cuyo humo difumina mi visión dulcificando un poco el mundo.

Pinche abeto, qué buena esnifada…



Iconoclasta

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27 de julio de 2021

El tiempo del amor


El ritmo del tiempo de los amantes es una distorsión, una aberración del tiempo mediocre e insignificante que rige a los humanos adocenados. Una maravillosa y trágica trampa temporal.

Pura entropía.

El tiempo del amor es voluble: en la ausencia de los amantes, los segundos se hacen horas y los días erosionan la vida hasta dejar la tristeza desnuda.

Pero cuando los amantes se encuentran, un cronómetro diabólico inicia la cuenta y los minutos se transforman en milésimas de segundo. Se crea un tiempo que es un látigo azotando sus pieles sin misericordia. Y mientras la arena se escurre indecentemente rápida, la piel ensangrentada del amante se desliza inevitablemente entre los dedos amados convirtiendo en tragedia lo que una vez fue el encuentro ansiado.

Y se levantarán costras de tristeza allá donde el tiempo les arrancó la piel.

Tornarán las largas horas de nuevo con una esperanza absurda que posiblemente durará más que sus propias vidas.

Es tan desesperanzador como hermoso.

Tan inevitable como un destino aciago.





Iconoclasta

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15 de junio de 2021

Detalles

 


¿Qué ocurre cuando en un sitio detestable y pútrido se encuentra quien amas? Todo se pudre, se rompe y descompone. Es inevitable. No se puede desarrollar nada bueno en un mal lugar.

También somos la tierra que pisamos.

Los detalles son muy importantes, los detalles pueden estropearlo todo.

Y cuando has disfrutado de la soledad, ya no hay vuelta atrás a la piedad. Te has hecho fuerte y egoísta. El tiempo importa tanto como los detalles, aprendes a deshacerte rápidamente de lo que ha dejado de gustarte o lo que no te gustó nunca y debías soportar porque no había otra salida; y eso incluye personas.

No puedes, no debes perder el tiempo en cosas ingratas; no más del estrictamente necesario para la supervivencia.

Humíllate y piensa que llegará el momento de saldar cuentas.

También está la opción de adaptarse, de sonreír al mal tiempo.

Yo no me adapto, no me doblego.

Hay personas y animales que han muerto y he resistido. Puedo soportar cualquier ruptura.

Y si no la soporto me jodo.

Yo no soy un viejo afable; ya no voy a pensar en nada bueno a estas alturas.

No reparo errores porque no hay tiempo. Por otra parte, los errores no se pueden reparar, solo se cubren de polvo con el tiempo.

Si queda poco tiempo de vida no es bueno tirarlo en causas perdidas.

Fue bonito mientras duró…

Ahora dicen que soy frío. Que no pensaban que pudiera ser así. Tan, Tan… Y no saben definirme sin un insulto.

Sonrío con decidida vanidad. Ser lo contrario de lo que se esperaba de ti es toda una victoria. Una medalla con cuya aguja, perforo el glande que cabecea inquieto, nervioso, a punto de escupir llevado por mi atávica animalidad.

Bueno… Nadie ha creído de lo que soy capaz hasta que me han puesto a prueba.

Si no puedes con ellos, jamás te unas.

Mándalos a la mierda aunque tengas que comer gusanos, porque no hay nada que te puedan hacer que no te hayan hecho ya.

Y recuerda, estás absolutamente solo, si algo no te gusta quémalo.





Iconoclasta

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19 de noviembre de 2020

Solo algunos segundos, compañero


Sé que no  te detendrás jamás; pero… ¿podrías contar lentos los segundos de la Alegría? Es que no abunda, amigo.

Y cuando la vida duela, cuéntalos veloces, hazme viejo por minutos; no importa. Porque de dolor hay tanto que lo dan gratis.

Yo siempre mantendré tu corazón caliente por mucho que la vida duela, lo juro. Puedes creerme, no soy del todo un mal tipo.

Es que no me fio del diablo y sus imprecisos contratos de sangre y alma.





Iconoclasta

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23 de mayo de 2020

Asuntos pendientes


Hola, cielo.
Te escribo una carta que nunca llegará. Hasta que te entregue en mano las cientos que te he escrito. Porque escribirte me acerca a ti, eres mi misión.
Tenemos unos asuntos pendientes urgentes de resolver.
Hay una cantidad preocupante de abrazos y besos suspendidos en el aire, congelados por imposibilidades que no vale la pena enumerar y porque la bendita muerte no nos despeja el camino que invaden tantos seres humanos que injustamente respiran, deambulan y ocupan espacio.
Así que en cuanto hayan muerto los que deben y los cimientos de esta sociedad se desintegren por su propia degeneración; estaremos juntos para poner en marcha el asunto de los besos y abrazos suspendidos.
Y en cuanto haya llorado lo suficiente ante ti y sobre tu piel (el tiempo ha sido demencialmente inmóvil, cielo) tendremos el más desesperado y sucio sexo.
Y eso no es todo.
Queda lo más precioso…
Culminaremos nuestros asuntos pendientes con unas silenciosas tazas de café al amanecer, dejando que el alma y el pensamiento tan comprimidos durante estos milenios sin ti, se expandan a nuestro alrededor con ese sosiego que nos hemos ganado a pulso.
No te engaño. La cuestión del sexo no se resolverá de una sola vez en una noche.
No es por alardear, cielo. Es que tengo un hambre ancestral de ti.
De hecho, tengo cierto temor a que me digas después del primer asalto: ¿Y para esto tanto follón?
Que mi sonrisa llegue a ti, amor.
No recuerdo ya los días en los que no era consciente de tu existencia. Lo ocupas todo en mi memoria, como si no hubiera sido niño jamás.
No te amo, es solo sexo.
¡Ja! ¿A que soy borde?
Con todo mi amor, cielo.
Resolveremos esos asuntos pendientes de una vez por todas.




Iconoclasta
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11 de mayo de 2020

Enamorarte a cada segundo


No basta con que estés lejos, ¿verdad?
Debes ser deseable sin piedad en todas las horas.
Como si no quisieras que dejara de pensarte ni un por un segundo.
No eres consciente de tu aristocracia extraterrenal.
No es tu voluntad sojuzgarme. Simplemente te parieron así de extraordinaria.
Por decir poco, por decir lo mínimo.
¿Sabes, cielo? No importa lo angustiado que esté por no tenerte. El mundo y mi vida son mucho mejores con tu existencia.
Nunca he creído ser merecedor de nada, no tengo complejos de ese tipo.
Así que tenerte solo un poco, es un mucho.
Solo puedo asegurar una cosa: si no te pensara a cada segundo, no entendería para que sirve mi cerebro.
Amor… Hago lo que puedo para enamorarte cada día más. Como tú haces conmigo con esa facilidad, con esa sencillez…
Invento fórmulas para reescribir con musicalidades distintas lo que invariablemente te deseo.
No tengo otra misión que ser desmesurado en estos tiempos de cariños disueltos en cobardías, en excesos de alegrías con la que los mezquinos pretenden conjurar su miedos.
Tiempos con un serio defecto de trascendencia.
¿De qué se ríen las hienas? ¿Y los idiotas?
Te amo, lo declamo y escribo con el semblante serio como la propia muerte, sin sonrisas, sin promesas vanas. Con los dientes apretados de dolor y atávicas frustraciones que pesan intentando doblar mi espalda.
No sé cuanto aguantaré ya…
Te amo y cualquier otra consideración, cualquier maldad o bondad, queda relegada a la indiferencia de mi pensamiento que te adora.
Solo importa que cada día te pienso, que te puedo escribir mis locuras de amante y asistir a tu sonrisa.
Es la única forma en la que puedo trascender en este mundo sórdido e insalubre.
Volveré.
Esto no acaba aquí.
Acabará bajo tierra, dentro de un ataúd.
Lo escribo sin sonreír.
Bye, amor.




Iconoclasta
Foto de Iconoclasta.

28 de marzo de 2020

Los trágicos segundos



Esos segundos que sin previo aviso, por causa de algún olor, de algún tacto, o de algún pensamiento volátil e imperceptible; detienen el corazón, te roban un latido, dejan en suspenso la vida y te arrastran inevitablemente a la añoranza de un beso, un abrazo. Aunque claves las uñas en tu propio pecho, te arrastrarán a la inquietud del recuerdo de un dolor, de una muerte, de un engaño, de una frustración.
Cuando la aguja del reloj se detiene demasiado tiempo y deja en suspenso el alma porque una palabra necesaria no se dijo o escribió en el momento adecuado.
Ese segundo que marca el funesto aviso de que tal vez es hora de despedirse, si tienes a alguien de quien hacerlo.
El segundo que te transporta a un mundo absurdo y ajeno cuando ves a padre muerto. Con el color de la carne fría de los cadáveres y la nariz hinchada.
Las manos parecen de plástico…
Ahí no hay ni un ápice de calor…
Pobre padre…
Cuando la miras y sientes la imperiosa necesidad de abrazarla, de decirle que ha sido tan difícil llegar a amarla… Que has tenido suerte de llegar a este momento y no haber muerto antes.
Esos segundos de amor, dolor o miedo son tragedias por bellos que puedan ser.
Porque duran eso, un segundo miserable.
Un segundo para un infarto es suficiente, y te da el color de la carne fría.
Oh, padre…
A veces se repiten hasta doblarte, como si quisieras vomitar.
Oh, madre que no vi tu carne fría.
Qué suerte recordarte hermosa.
Un beso, mama.
Otras son simplemente irrepetibles y te frotas un poco las manos desesperado.
Y sin darte apenas cuenta, recitas el rosario de los segundos.
Soy hombre porque pesa la vida y soy un titán.
Soy hombre porque temo el dolor de morir.
Soy hombre porque he amado.
Soy hombre porque he odiado.
Soy un mierda porque lloro.
Y una hiena porque río.
Una bestia desbocada cuando pego.
Un charco de sangre cuando me pegan.
Unas uñas desgarradas cuando me precipito.
En solo un segundo tengo la concreta definición de lo que soy, por mucho que duela.
Tal vez por eso el corazón se detiene, para que preste absoluta atención a la miseria a la que me reduce un segundo.
Segundos que marcan la diferencia entre amar y odiar…
Si fueran horas trágicas, haría muchos años que estaría muerto, tal vez antes de llegar a joven.
No sé si es suerte o naturaleza que los segundos de dolor y humillación sean los que más abundan en el reloj. Tal vez soy pesimista; pero no encuentro suficientes razones para el optimismo. Una o dos cada veinte años a lo sumo.
Ya no queda ninguna veintena.
Cuando te das cuenta de que es tarde, más vale que tengas una buena sobredosis de sedantes a mano. Porque de sufrir no te libras. Si el segundo no te mata, te mata una hora durante días.
Cuando es tarde, el segundero se detiene y solo avanzan las horas.
Sé atento.
Sería lo peor que te podría pasar.
Sé astuto.
No te fíes de los segundos que tardan más de dos respiraciones.
Determinación.
No vivas, evita como sea una hora trágica, son trampas de eternidad.





Iconoclasta
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25 de enero de 2020

Interminable


No hay prisa, puedo parar a descansar. De hecho, no descanso, solo estoy desfallecido.
El camino es interminable, no tiene sentido seguir.
Es tan largo que los ojos han perdido interés por él y observan desenfocados lo inabarcable con cierto hastío que roza el odio.
No lleva a ninguna parte y las partes son las mismas. Solo cambio yo con cada paso, un desgaste, un dolor profundo de tuétano y una sangre que se queda en el pie y pulsa peligrosa en los dedos, embotándolos.
Los restos de todo lo fracasado e inacabado forman una estela de humillación tras de mí, como una serpiente que se ha hecho amiga mía; no es por temor a convertirme en sal, es por vergüenza por lo que no miro atrás.
El camino es vida; pero de pronto, gira dirección muerte. Eso es todo. 
Si no llegas ¿para que ir?
Es cosa de biología, las células se mueven independientemente de mi pensamiento.
Es absurdo…
La senda es eterna y las botas no se quejan de ser efímeras.
Hay tanto camino y tan poca vida…
Es como el tiempo, tan abundante que te erosionas antes de llegar.
Y nunca llegarás a nada ni a nadie, simplemente caes en algún kilómetro innombrable.
Mejor llevar una buena cantidad de cigarrillos, no te preocupes, el cáncer también se muere antes de llegar.
Hay una tristeza en la conclusión…
No es por no llorar, los ojos se secaron hace miles de kilómetros.





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30 de mayo de 2019

Mi vértigo


No.
Amarte no es amable.
No siento esos deliciosos cosquilleos en ninguna parte de mi puto cuerpo.
Siento unas náuseas que hacen mierda mi ánimo.
Es el vértigo de la distancia. Y el tiempo…
La distancia planetaria insalvable que marca un rumbo jalonado de deseos a años luz.
Del tiempo que se me escapa de los dedos como una medusa. Hiriente…
Vomito porque por cada segundo que pasa estoy más cerca de la tumba y más lejos de ti.
Pienso que si algún dios existiera, sería una puta amargada y usurera, con su entrepierna apestando a mierda. Envidiosa, rabiosa, puerca…
Soy un degenerado que mete las manos en su propio vómito y lo acoge en su pecho como prueba de amor.
Solo así soy capaz de soportar las toxinas del amor, vomitándolo.
Me envenenas haciéndome hombre, mujer.
Amada mía…
Tengo una vida sórdida y un amor trascendental.
Mejor con náuseas que sin ti en algún lugar del universo.
Eres mi vértigo, la que me arranca de la mediocridad y hace que valga la pena vivir en el lado oscuro y sórdido del amor.






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4 de mayo de 2019

El tiempo confundido


Hay días que no podría distinguir si es otoño o primavera.
Como si en algún momento el tiempo se hubiera confundido en su avance y me hubiera colocado en una diapositiva pasada. Pienso en este instante, en la gracia que ha tenido hacerse viejo, aunque solo sea unas semanas, para volver al mismo momento que viví en el pasado.
¿Soy un viajero del tiempo? ¿Tengo un vuelo reservado en Aerolíneas del Tiempo Quedo?
Solo soy un viejo con demasiada imaginación.
Un viejo que no está cansado por culpa de una genética desproporcionadamente fuerte. Tal vez soy yo el que perturbo el orden del tiempo y del planeta y sus estaciones.
Y las mías… Soy mi propio daño colateral
Es tan hermoso estar solo entre las montañas bajo la lluvia. Nadie pasea ahora.
Soy el último hombre vivo…
En serio ¿es otoño o primavera?
A mi picha no le importa. Se excita con los días grises y lluviosos que dictan recogimiento e intimidad. Y follarla mil veces en la casa con la lluvia golpeando las ventanas.
Me acomodo los genitales a la dureza que palpita y sigo caminando en el tiempo, o tal vez atravesándolo mientras está confuso y detenido buscando su dirección correcta.
Alguien habló alguna vez de la relatividad del tiempo.
Yo digo que tiene sus momentos de estupidez, como todas las cosas que viven.
Yo digo que soy viejo para ser tan fuerte. Lo cual quiere decir que aún me espera más dolor.
No es pesimismo, es sabiduría. Demasiada vida.
A veces pienso que he desaprovechado algunos momentos en los que podría haber muerto.
Una vez escribí que hay tanto tiempo, que nos falta vida.
Ahora digo que si estuviera follándola, no pensaría en tiempo y vida.
Tal vez, por favor… Que el tiempo se vuelva a confundir y me coloque en una diapositiva con ella. Dentro de ella.
Demasiada imaginación, me lamento. Demasiada fuerza…
El poco futuro que me queda, no será un remanso de paz.
Mierda…




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7 de octubre de 2018

Malos tiempos


Las horas desfilan hacia un precipicio, y en la caída se hacen guillotinas pequeñitas que cortan trocitos de carne y alma indoloramente.
Las palabras son vendajes vanos contra la lógica hemorragia de tanta pérdida. No dejan ver los gusanos de la putrefacción.
Y así se puede amar y estar podrido.
Son cosas compatibles, está visto.
¿Qué son los años?
Son grandes bloques de piedra que no caben en las calles ni entre los espesos árboles del bosque. Quedan atorados y suspendidos sobre nuestras cabezas entre balcones y copas frondosas, acumulándose unos encima de otros hasta que el peso es suficiente para caer y aplastarte.
Es por ello que los viejos miran al cielo con temor a que llueva.
Que llueva la muerte.
Hay tanta muerte sobre mi cabeza.
¿Qué es la vida?
Es una vertical buscando un espacio tranquilo donde ser horizontal. Es un reloj que cada día está más cansado.
Y un calendario con pocos meses del que un día, no arrancaremos una hoja más.
El tiempo es la máquina de un imprenta que prensa y corta las páginas sin tener en cuenta las anotaciones en los márgenes.
Las anotaciones son gemidos de pena, dolor y frustración.
Y en medio de todos estos malos tiempos, me encuentro un burro comiendo una flor. Es absurdo… Es una absoluta cursilería.
Una bella y divertida cursilería entre tantos malos tiempos.
Y está bien, yo elegí donde morir y gané.
Me enciendo un cigarro con una sonrisa, bajo toda esta muerte que gravita sobre mí.
Fue bueno mientras duró.
Bien… No siempre.
¡Maldito burro! Qué gracia…




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22 de marzo de 2018

Solo incienso, solo humo


El tiempo deja de importar observando el incienso desintegrarse en convulsos y volubles jirones de humo.
Tal vez, la leve narcosis del aroma del sándalo me lleva sin pretenderlo, a algún planeta imposible dentro de mí mismo. Donde estamos, donde somos de alguna manera perfecta, íntima y obscena para concluir lo que empezamos.
El incienso arde y se hace humo fácilmente, con sosiego, caóticamente hipnótico.
Arder, evaporarme y fluir serenamente en entropía.
Sencillas e impredecibles volutas de humo que no se plantean su existencia; pero con suficiente voluntad para alcanzar lo amado y lo necesario.
Un fluido con notable necesidad de ella.
Filtrarme en sus labios, ascender perezosamente por sus piernas, internarme caliente en los íntimos muslos y penetrar en su desesperante coño.
Narcotizarla de amor…
Ser cálido en su piel.
Hacerme jirones y desaparecer cuando ella dormita y necesita paz.
Y luego o antes, qué más da… Hacer lo necesario.
Asfixiar lo que odio, meterme por las narices de los detestables y envenenar sus pulmones, quemar sus esófagos.
Incinerar pensamientos funestos.
Ser tóxico y ulcerar pieles que me repelen, cegar ojos repugnantes.
Ser némesis y amante.
Ternura y violencia.
Es compatible, porque puedo amar con brutalidad y ser inmiseridorde con una mirada torva e indiferente a cualquier dolor o moralidad.
Matar es tan bueno como amar. Odiar, es tan intenso como follar.
Así nacimos los humanos.
En algún momento se estropeó todo.
Soy hombre que quisiera ser humo, ergo soy un humo frustrado. Un error más de concepción. Madre nunca supo los errores que sucedieron en su vientre.
Porque un hombre de carne no puede hacer lo que desea, no tiene tiempo.
El secreto es la entropía de los vapores, su fluir, su belleza, el perfume y el veneno que pudiera esconder.
Durar lo que una vara de incienso es tiempo suficiente si eres humo. Es tiempo bien empleado.
La carne emplea todo su tiempo en degenerar.
Ser fluido, ser volutas que aman hasta el llanto y peligrosas hasta el horror que la justicia exige.
Y siempre volver a ti, en anillos de humo succionando tus pezones, y despertarte dulcemente en un amanecer con aromas de maderas y amor.
Conmigo desintegrándome en enredos en tu cabello.
Vale la pena durar unos minutos si consigues lo que amas y lo necesario.
¿Para qué vivir más si ya lo tienes todo?




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19 de febrero de 2018

Forastero



No sé que pensar de este momento hermoso.
Quiero soñar que el árbol da gracias al sol con mensajes encriptados en volutas de vapor, en jirones de vida. Que lo invita a un trago de su propia savia por el calor necesario que le regala tras la noche helada.
Soy un extraño entre ellos dos, un pequeño ser que ve cosas más grandes de las que debiera. Porque estaría más tranquilo si no supiera de la inmensa vida de otras cosas y seres. No haría la mía tan ínfima.
Demasiado grandes en su poder y en su edad.
Grandes en sus vidas interestelares y profundamente clavadas en la tierra.
Soy tan efímero, tan desarraigado de todo…
He tenido un casual privilegio de estar tan cerca de ellos.
El planeta no habla conmigo, no soy parte de él. Solo asisto a encuentros de amigos de una forma accidental.
Mi pensamiento no trascenderá, no será vapor; al menos visible para nadie.
No habrá la huella de un tullido en la tierra que ha asistido, sin pretenderlo, a la charla de dos seres de una trascendencia inabarcable.
Mi piel se abrasa con el sol y se hiere con las cortezas de los árboles.
Mis piernas se rompen con chasquidos que no me dejan dormir cuando los evoco en el silencio y la oscuridad de la noche, cuando me enfrento a mi pensamiento.
Mis ojos padecen con los rayos del sol y el frío.
Hay una belleza letal en el planeta, hay una íntima complicidad que me hace forastero.
Y hay tanto tiempo que me falta vida.




Iconoclasta
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