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19 de septiembre de 2023

lp--Recuerda amarme--ic

Una nota que me acompaña desde que nací.

Porque nací en el mismo instante que supe de tu existencia.

Cuando ya había consumido demasiada vida.

La escribiste rápida con una sonrisa pícara en la cama y la pegaste en una página en blanco de mi cuaderno. Estabas desnuda y al reír tus pechos oscilaban hipnóticamente como el mar respira sus olas. Y te besé hasta el orgasmo.

Asistí al primer amanecer de mi vida a tu lado.

Aquella nota nunca se separó de mi cuaderno.

Y así, cuando soñando me alejo del mundo.

Cuando blasfemo por el mal lugar y tiempo en los que nací.

Cuando miro absorto la vida no humana del bosque.

Cuando duele algo en lo profundo de un hueso o bajo la negra piel sin sangre parece que corren hormigas.

Cuando cierro los ojos al placer e intimidad del silencio humano en mi elaborada soledad; abro el cuaderno y leo tu nota con tristeza porque no son tus labios acercándose sensuales a mi oído, los que susurran lo innecesario.

Estás en todas partes y en todas las edades del universo.

No es una nota, es un papel impregnado de la esencia de tu alma. Acaricio el relieve de tus palabras y siento que es tu piel cálida y vibrante, de una vida contagiosa.

Conservo como salvavidas tu breve y tierno pensamiento, grabado como hacían antiguos escolares, rasgando y arrancando cuidadosa y silenciosamente la esquina de una hoja de la libreta, para escribir una hermosa ingenuidad. Y entregarla con la mano rápida y secretamente en clase de historia.

Como renacuajos traficantes de amor.

Este posit es lo único palpable de ti, me ancla a la tierra donde tú estás. Un breve pensamiento como una sonrisa traviesa eternizada en mi cuaderno de locuras.

Podrías haber escrito “te odio” y seguiría sintiendo la suave y húmeda tristeza de no ser tu voz la que susurrara la confidencia.

Toda palabra que escribes está impregnada de ti como polvo de hada.

No podría olvidar amarte, cielo.

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El hombre, inclinándose más hacia la rodilla donde apoyaba el cuaderno, repasó las letras del posit con el bolígrafo. Y cuando cerró la desgastada tapa de la enésima bitácora de la soledad, la guardó en la mochila como si fuera algo importante. Se levantó con cierta dificultad de la roca donde se había sentado muy cerca del río.

Y no había ilusión o emoción alguna en su mirada, nadie excepto él había escrito aquella vieja nota.

Salió al camino con el fracaso colgando de un hombro otra vez.

Con su solitaria mentira y el eterno fraude de sí mismo.

Tal vez, cuando encontraran su cadáver y alguien leyera esas dos palabras de la nota en su cuaderno, nadie pensaría que su vida había sido tan árida como él se sintió siempre de seco y vacío.



Iconoclasta


2 de septiembre de 2023

lp--Recuerdos infantiles de la locura y la miseria--ic

Por la rama familiar paterna supe de dos casos de locura grave, mi abuelo que no conocí; pero tenía seis años cuando mi padre fue a su entierro tras morir viejo en un manicomio murciano, creo que vivió casi cincuenta años encerrado.

Durante la guerra civil quiso matar a mi abuela y a sus tres hijos. Un día, con un hacha en la mano, corría por el pueblo hacia su casa gritando: “¡María, María! ¡Para que os maten los rojos os mato yo a hachazos!”. Los vecinos pudieron detenerlo hasta que intervino la guardia civil o unos soldados, no sé, es un recuerdo vago.

Y de primera mano conocía a un primo lejano al que, de vez en cuando, encontraba por la calle en mi barrio de Barcelona. Un tipo de una dicción, cultura y elegancia léxica desconcertantes; tenía todo el tiempo para leer entre ataques psicóticos, yo ya era un adolescente cuando supe de su esquizofrenia y aprendí a distinguir a los locos con él, un conocimiento no muy necesario; pero no es una cuestión de elección como una materia universitaria. Me parecía una bellísima persona en su absurda y elegante urbanidad, me gustaba intercambiar unas palabras y recuerdos para la familia con él. Murió con treinta y pocos años de un cáncer de colon con toda su esquizofrenia intacta y poderosa. Mierda sobre mierda.

Si Dios existiera, no solo aprieta y ahoga, te acuchilla los pulmones para que nada te pueda salvar. Ni su propia muerte.

Por parte de madre, no hubo locura. Aunque no sé si no lo es tener una hija, y por mucho que trabajes de puta, abandonarla hasta la desnutrición. Mi madre en la posguerra, de muy niña y sola en la calle, comía pieles de plátano aplastadas; hasta que un día intentando cagar también en la calle, se le salió un trozo de tripa por el ano. Tal vez el hambre, el vacío de los intestinos la hernió. Un hombre la tomó en brazos y la llevó a un hospital y asilo de monjas de Barcelona. Más tarde mi abuela, su madre, la abandonó en aquel asilo para irse a trabajar a Londres y luego a Canadá con la hija mayor que fue más afortunada, tal vez porque era de otro padre. Lo supe por ella misma, nos lo explicaba no de mayores, si no como anécdotas sueltas cuando éramos pequeños en algún momento que necesitaba hablar o no queríamos comer, como fábula del hambre. O se lo explicaba a mi abuela paterna cuando cosían botones o hacían los bajos en las faldas de una empresa de confección como trabajo casero, así conocí la versión íntegra.

Ya casada mi madre, parió a tres hijos, a mí, mi hermano y mi hermana. Fuimos testigos (al menos yo, que era el mayor; dos y cuatro años de diferencia con mis hermanos en la infancia, es una gran diferencia) de su adicción al Minilip, un fármaco adelgazante que aún no se conocía como tóxico y adelgazaba de verdad, los endocrinos lo recetaron mucho a los obesos para ayudar con la dieta adelgazante en aquellos setenta del siglo pasado. Vivimos con natural confusión sus accesos de depresión y euforia que nadie se explicaba.

De una forma accidental, con mi madre se creó otra línea de locura, aunque no tan letal como la paterna.

Siento tanta lástima por aquellas locuras y miserias oscuras y trágicas que viví intensamente en mi imaginación infantil y adolescente…

La vida no preparaba nada bueno.

Y así fue, cuando empezaron a morir los seres amados y yo un poco con ellos.

Hubo un tiempo que temí a la locura, cuando no estaba formado, siquiera, como adolescente. No tardé mucho en perder el miedo por otro terror: la mediocridad.

Y ese terror, aún hoy día, está activo. No hay nada a lo que tema tanto; prefiero morir loco.

Y me considero un privilegiado por haber conocido a mi manera, aquellos dramas de la mente, del hambre y de la incomprensión en la infancia. Me hizo sabio en menos tiempo.

Un profesor como despedida de fin de curso por las vacaciones de verano, me escribió en el libro de matemáticas una dedicatoria: Para Pablo, un alumno extraño. Me pareció adecuado a mis doce o trece años, no sé…

Aquel libro, como todos, lo tiré a la basura al salir del colegio aquella misma tarde (un ritual que hacía cada año desde que mi madre dejó de acompañarnos al colegio), no me gustaba nada la escuela. La odiaba con toda mi alma e hizo de mi infancia y parte de la adolescencia, la época más oscura de mi vida.

Prefería las clases de locura, miseria y tristeza de mis padres y familia.



Iconoclasta

11 de agosto de 2023

lp--La mujer infinita--ic

Llora perdida e irremediablemente ante el espejo del armario. Jaime se ha derrumbado en la cama aún vestido, el calor del verano y el dolor mudo de una hija ya definitivamente arrancada de sus vidas crean una atmósfera tan densa que los movimientos se dificultan y literalmente, sienten que respirar es una guerra.

Silvia se desprende del suéter oscuro ante el espejo; pero realmente observa angustiada un ataúd pequeño y blanco empujado con una pala a lo profundo del nicho por el albañil sepulturero. Y su alma emparedada con su hija allá adentro.

Está vacía de todo, lo dice su reflejo.

Las lágrimas corren porque se está licuando toda ella, sus tripas son un aceite caliente.

El dolor está allá dentro en la oscuridad del nicho que radia su mal a través del aire, como un cordón umbilical podrido. Su propio reflejo es una imagen subexpuesta, una mirada enferma de conjuntivitis.

Cuando los sepultureros sellaron la losa con el cemento, también oscurecieron la vida.

Se oscureció todo con un definitivo eclipse.

Jaime observa su espalda trémula, los tirantes del sujetador negro asemejan un arnés de seguridad para no caer en el abismo de ese llanto venenoso y quedo, de baja frecuencia que lo rompe todo, el ánimo y la cordura; como un terremoto.

Silvia es una mujer infinita, se enamoró de ella hace catorce años, ante su seguridad, su fortaleza de convicciones inquebrantables, de su infatigable lucha por vivir y disfrutar. De sus tacones que pisaban fuerte a pesar de ser agujas.

Es infinita porque se rehace de los golpes que le da la vida, porque es hermosa y nada le roba su brillo. Es infinita porque se erige de nuevo, reconfigurada ante una nueva situación. Está lejos de la perfección, pero ambos se han reído siempre de la perfección.

Él no es infinito, es un hombre con malas experiencias acumuladas, de un cultivado pesimismo surgido de más dolores que alegrías. De más luchas perdidas que ganadas.

Se siente, de una forma sucia, mediocre. Y ella, su presencia, su voz suave y sin titubeos, y su mirada que lo ama, lo liberan de su maldición cada día, a cada momento.

Evita era como su madre, con tan solo siete años pisaba fuerte con sus zapatillas de suela de lucecitas, jugando tan pequeña a ser coqueta. Evita sanaba su mediocridad, su existencia era la prueba misma de que no podía ser tan anodino si colaboró en crear esa hermosa criatura.

Siente que es el momento de largarse de aquí, de dejar de vivir y respirar mierda. Hace cuatro días, que perdió lo que más quería, lo que más podía doler, lo que más amaba.

Si hay un buen momento para que el corazón se rasgara, es ahora.

Un simple traspiés bajando por una escalera del colegio, derivó en un cuello roto. En un milisegundo murió, y con ella también Silvia y Jaime. Y toda esa tragedia ocurrió hace apenas un segundo, solo cuatro días.

Un jersey de cuello alto pretendía ocultar el obsceno bulto en el ataúd. No recuerda una imagen peor en su vida.

Los hijos se quedan con todo el amor y hacen de los progenitores socios de un negocio. Saben, al observar el bebé en sus brazos, que ya no serán lo que fueron antes del nacimiento, ni tras la muerte.

Ya no serán amantes, solo madre y padre.

Y por ello, Silvia es la mujer infinita, su heroína, su diosa. Sonríe invicta a pesar de perder cuando él blasfema fracasado. Y se ríe de las tonterías que se dicen del amor filial.

Debe hacer algo por ella, se ha quedado perdida frente al espejo, ha sido expulsada del mundo.

Se incorpora y se abraza a su espalda, ciñendo su cintura con los brazos, apoyando la frente en la oscura melena intenta dar consuelo al cuerpo que ha perdido el alma.

Busca a la mujer infinita, la conjura con una pena oculta a traición, por la espalda.

La frialdad de su silencio y su ausencia de ella misma contrasta con la calidez de la piel, su suavidad inalterable, sus hombros aterciopelados de un vello de melocotón.

Extiende las manos en el vientre, porque muchas veces anida en él el dolor y el miedo, y siente una leve contracción en ella, como si empezara a surgir de la oscuridad.

El pene se ha endurecido en el pantalón y presiona en sus nalgas buscando cobijo y roce en la liviana falda que cubre su más íntima belleza.

Silvia responde con un pequeño espasmo agitando las nalgas levemente.

Jaime siente que se rebela en su mente un ser primitivo combatiendo por ocupar su atávico lugar en la luz ajeno a toda tristeza. El cerebro es un llanto y el cuerpo se ha desprendido del alma. Con el dolor ha perdido el control de su humanidad.

Sus manos se meten en el elástico de las bragas que encuentran el monte del Venus. Acariciando el vello rizado, sus dedos se acercan al vértice de los labios. Silvia entreabre la boca en un suspiro que no surge con la mirada aun fija en el ataúd.

Y sus piernas también se separan aunque no quiera.

El pene palpita presionado contra la ropa y las nalgas voluptuosas.

Ella llora un dolor e inevitablemente su sexo se derrama cálidamente en las manos de lo que un día fue su amante y hoy es padre muerto de una hija muerta.

El presiona el clítoris duro y resbaladizo, los dedos se deslizan vagina adentro sin obstáculo, con obsceno consentimiento sin sopesar amor, muerte, dolor o alegría.

Y ella gime, por primera vez en todo el día su boca emite un sonido y siente los pezones contraídos. Tiene cuerpo…

Jaime le arranca el sostén y sus pechos gravitan violentamente pesados, agitados por una respiración extrañamente agitada de ansia y tristeza. Las grandes areolas están coronadas por dos puntos duros. Y una mano los oprime al límite del dolor.

–Eres mi amor infinito, ven  conmigo. Sé mi amante, follemos esta puta tristeza. Sé infinita mi amor…

Silvia cierra los ojos y su cabeza se ladea ofreciendo el cuello a Drácula. Y es besada.

Los humores sexuales de su coño amalgaman ambas carnes, los dedos penetrándola ya no se distinguen de su propia carne y el placer animal irrumpe alejando el ataúd y la inmensa pena lejos de ellos.

Lejos de su coño.

Sus rodillas se doblan con el orgasmo, él la sujeta manteniendo la presión firme en su sexo para recibir cada espasmo, cada contracción. Ella gime y llora en un descontrolado caos que la hace sentirse loca.

Jaime la conduce a la cama, acostándose a su lado. Siente el semen enfriarse en los calzoncillos, mojando el pantalón. Ha eyaculado no sabe en qué momento.

Con un brazo le envuelve el hombro y el pecho. Se encuentra otra vez a su espalda. Le gustaría mirarla a los ojos y besarlos. Sus ojos infinitos…

La horizontalidad parece apaciguar la gravedad y el dolor de la sangre rugiendo vida.

Con el paso de los minutos sus respiraciones se tornan silenciosas y tranquilas.

–Eres mi infinito, mi universo –le susurra como una nana. –Sé fuerte amor, no te rindas.

–Eres un cerdo. Hijo de puta. Me has arrebatado mi pena, mi dolor. Me has obligado a traicionar a Evita follando, haciendo que me corriera. Cerdo, cerdo, cerdo… No se folla cuando entierras a tu hija. ¡Cerdo! ¡Cerdo! ¡Cerdo!

Jaime retira el brazo de su hombro y se levanta de la cama.

Es el fin.

Es pura disciplina, lo que está mal no se debe prolongar. Porque cada día que pasa, la vida es más corta.

Ya no es la mujer infinita, aquella cosa es una mediocridad, una sucia bola de prejuicios. La mujer infinita murió con el último “¡Cerdo!”. Ahora grita histérica en la cama “¡Mi niña, mi niña! Nos has ensuciado, cabrón.”.

Evoca a Evita y concluye que esa mediocridad que llora en la cama con hipocresía tras haberse corrido, no enturbiará ni un instante de aquellos siete años de vida de su pequeña de zapatillas luminosas. No le daría la más mínima oportunidad de amargar o ensuciar aquellos años pasados.

Recuerda el velatorio de su padre, durante la cena su tío (hermano de su padre) contó un chiste, ya no se acuerda cómo era. Jamás pudo olvidar aquella risa liberadora. Todos reían con el muerto aún en la habitación, incluso mamá.

Cómo lloró de risa, creía no poder parar…

¡Qué falta le hacía! No lo supo hasta que lloró con histeria la gracia y el dolor. Todos entre risas, agradecieron silenciosamente a su tío el chiste que rompería aquella tristeza que estaba asfixiando a la vida misma. Fue mágico, fue el momento más bonito que vivió porque las risas eran para su padre, por su padre, por amor puro. Nadie pidió respeto o sintió ofensa.

Jaime coge la cartera y el teléfono de la mesita de noche y tira las llaves de casa sobre la cama.

Antes de marchar se lava en la fregadera de la cocina las manos que huelen a coño, mediocridad, orina y pegajosos humores sexuales. Y a desengaño…

Siente los años perdidos embaucado por ese gran error de la mujer infinita, frotando las manos más de lo necesario.

Cierra suavemente la puerta de casa enterrando una época de su vida.

Descendiendo por las escaleras del bloque de apartamentos, imagina la posibilidad de que Silvia lo denuncie por violación o lo que quiera; porque ya no sabe qué es esa cosa que llora más que por su hija, por haberse corrido. Por haber faltado a alguna ley de mierda, a un puto mandamiento divino. A una piara de fariseos que obedecen como perros.

Su llanto lejano lo encoleriza y apresura el paso para alejarse de ella.

Para siempre, sin arrepentimientos, sin más palabras.

------

Epílogo de La vida agotada de un apátrida social (autobiografía de Jaime S. P.).

Breves pensamientos, como luciérnagas titilando entre la fronda oscura que aún hoy al final de mis días, dan claridad y conclusión al fin de mis días. Y mueven mis manos para escribir de nuevo las mismas percepciones y certezas; con otras comas, con otros puntos.

Con otra edad... Una palabra siempre es distinta, por igual que se escriba, en el tiempo.

Pensamientos que quedaron vivos, porque estaban firmemente intrincados en el recuerdo de mi pequeña Evita. No puedo olvidar sus zapatillas luminosas y su aterrador jersey de cuello alto.

Cuando aquella mujer era infinita pensaba: No pretendo vivir una vida feliz con ella, no soy un niño. Quiero vivirlo todo, todo lo malo con ella; porque es de lo que más hay.

De una forma natural, por mi constante cercanía a la muerte, sabía por simple deducción que los orgasmos tristes trascienden más allá del dolor de la muerte y jamás olvidarás que abofeteaste a la parca con un acto obsceno de amor y piedad.

Me encanta imaginar a un hipotético dios mirando con vergüenza nuestro acto sexual de muerte y dolor usando los medios que él creó para evitar los males que también creó.

Un follar agónico hará del caos del dolor un instante de luz, de claridad en un túnel devorador. Follar es encontrarnos los dos en el mismo abismo insondable, follar precipitándonos a las fauces de la muerte…

La he tenido entre mis brazos con indiferencia, como si no existiéramos ninguno de los dos frente al espejo. Y en un momento inconcreto sus muslos se han separado permitiendo que mi mano atenazara su coño hasta exprimir su humedad.

Y sus pezones se han endurecido, mirándose ante el espejo incrédula y lejana.

Parafraseando al cura, también prometí ser obsceno, tanto en la desdicha como en la alegría.

Y pudo ser realmente una mujer infinita, no pudo negar sus deseos más profundos y atávicos, los que nos llevan a la animalidad (un privilegio embarazoso) y desdeñan dolores que van contra la vida misma.

Somos dos seres atávicos, primigenios conjurando la oscuridad salvaje llena de horrores. A pesar de la muerte que hace ruidos a nuestros alrededor, sabemos que follar es luchar contra ella.

Te juro ser obsceno en la felicidad y la aflicción.

Los orgasmos tristes y suicidas son embates lentos que arrastran las cálidas lágrimas hacia las entrañas ateridas de frialdad. Se crean con el primer abrazo de la piedad y la compasión para dar paso al valor primitivo con el que no somos conscientes de que moriremos.

He visto, en velatorios, a los deudos reír ante un chiste con una desoladora tristeza, intentando sacarse de encima ese cáncer de la pérdida que hace la piel gris; una ceniza fría. Yo reí, lloré de la risa con el cadáver de mi padre en la habitación. Fui tan libre en aquel momento, como jamás he vuelto a serlo.

Es una cura, una terapia no escrita. Una obscenidad que va contra la moralidad de la humanidad como especie vacuna herbívora.

El sexo triste es una lucha del ser humano sin amos ni dioses en la libertad absoluta.

Si alguien supiera que hemos follado tristemente el mismo día de la sepultura de nuestra hija, se escandalizaría: ¿Cómo han sido capaces? Son como bestias.

Somos bestias y no consideramos la muerte o los dioses como un cercado a nuestra existencia.

Si la tristeza se come el placer, habremos perdido la gracia para siempre. El único placer verdadero que no consiste en poder y riqueza, en humillación y servilismo.

Sin placer seremos siempre un patético fracaso humano.

Y nos alejaremos el uno del otro.

Los muertos y las enfermedades no prohíben el placer, ni las flores en las tumbas.

Puedes correrte, debes hacerlo para no ser derrotados los dos.

Ella lloraba mientras mi mano dentro de sus bragas acariciaba la vagina anegada de un deseo que su mente no sentía.

Me gritó agresivamente que era asqueroso lo que habíamos hecho...

Era asqueroso yo.

Sintió asco de sí misma de estar mojada.

Me llamó cerdo. Y también supe que no habría reído en aquel velatorio dejándose llevar por el deseo de erradicar la tristeza de su ánimo, como algo instintivo, como el arma más poderosa de supervivencia.

No era una mujer infinita, es una mediocridad como yo; pero adoctrinada en sociedad.

La comprendí en el acto. Y allí en aquel instante escapé de su ira y su tormento, para que se hundiera sola en su tristeza. En el metro, camino de un hotel, le lloré a mi pequeña Evita que habíamos fracasado, que papá y mamá habían dejado de existir con ella.

No podía perder los bellos momentos de mi vida por un prejuicio, por una culpa inculcada. No pudriría la felicidad de haber sentido, durante siete años, la vida de Silvia crecer a mi alrededor, llenándome.

Los cadáveres me han enseñado que es más fuerte la muerte que el amor. No puedo permitirme luchar sin esperanza y ella la había perdido, por un instante su deseo cedió pero su pudor inducido venció, nos venció a los dos.

El amor no puede luchar contra la firme decisión de la tristeza de negar la propia vida por una cuestión moral.

Y el amor tampoco sobrevive sin el sexo, el amor sin sexo es un amor paternal vacío y ridículo que jamás quisiera imitar con la mujer que amo.

Tengo un hijo de treinta y cinco años con otra mujer. No sé qué fue de Silvia, ni en el trámite de divorcio nos encontramos. No he sentido jamás curiosidad por su vida, lo último que recuerdo de ella es su mirada agresiva y escandalizada. Y las bragas mojadas.

Y con un fogonazo de certeza concluí que ya no podría amarla por mucho tiempo que pasara.

Que nuestro follar sería siempre un acto ganadero.

Renegó del sexo, maldijo el orgasmo a pesar de que su cuerpo y su instinto primitivo la arrastró a él.

Su moral era superior a la necesidad y al amor mismo.

Dejó que su coño se humedeciera con mi mano.

Y también se llamó cerda a sí misma.

No estaba en shock, su sexo se mojó. No impidió que metiera la mano en sus bragas.

Y tuvo el peor pensamiento del mundo: yo estaba ensuciando y ofendiendo el recuerdo de su hija.

No era la mujer infinita capaz de amar, sentir, llorar, disfrutar o reír el orgasmo en la dicha y en la tristeza.

Me convertí en su monstruo por unos segundos. Los que tardé en escapar de aquel hogar que ya no era mío.

Somos seres que unos se adaptan y otros conservamos celosamente nuestra esencia humana primitiva, la que pone las cosas en su lugar. A los muertos enterrados, a los vivos respirando y sufriendo de nuevo.

Nunca me preocupó estar equivocado, sólo que mi pensamiento tuviera límites.

A estas alturas, ya viejo, pocas muertes tendré que conocer excepto la mía. Y eso bien vale un cerrar de ojos esperanzado.



Iconoclasta


13 de junio de 2022

Deja de escribir

Tengo miedo de que mis ojos se rompan como cuentas de cristal y que no haya sangre. Solo el ruido del viento a través de las cuencas vacías.

Tengo miedo de que el río fluya a lo alto y los peces, pobrecitos, mueran en el frío cosmos.

Me horroriza que el aire se convierta en agua y mis lágrimas no caigan rostro abajo.

Y edulcorar el café con vidrio en polvo.

Y cagar sangre.

No quisiera que los cadáveres no se pudrieran y los vendieran como ceniceros.

Tengo pánico a que mis palabras manchen de gris mis encías y los dientes crezcan hacia dentro.

Y que el sol se aproxime y evapore mi reloj que jura que aún vivo.

Está todo tan roto que mi pene es una flor que ha hecho afiladas raíces que me cuelgan sangrantes de la nariz.

Y por los ojos si tuviera.

No quiero que mi padre resucite y llore por la carne que no tiene y que le decepcione porque mis ojos no le sirven; se rompieron en algún momento de mi pensamiento…

Y que vea el río perderse en la nada cósmica y aniquiladora y no pueda lavar cálidamente sus huesos macilentos.

Pobre padre…

Pobre madre que sonreía tanto como para contagiarme y no quiero pensar en ella porque es infinito mi dolor si le borrara una sonrisa. Sería un hijo de puta si lo hiciera.

Es terrible temer tanto.

No quiero que el papel se haga arenas movedizas que se traguen mi alma que escribo.

Temo al amor que se transforma en un susurro que coagula el corazón con sus imposibilidades y lo único posible es el tormento. No quiero el corazón de piedra y toser arena entre llantos.

Temo que mi gato se convierta en ratón y se devore a si mismo y yo no pueda dejar de llorar por ello desde mis cuencas negras.

Tengo miedo al imán que no sé porque, solo atrae la miseria.

Temo que los forenses vuelen como super héroes con capas de acero inoxidable haciendo su trabajo en los vivos.

El universo es material de derribo, un roto infinito y los agujeros negros regurgitan los años tragados. Y la demencia se extiende por la nada.

Y nada cubre a nada.

Y los pedazos de dios flotan quejumbrosos ignorando que un día soñaron crear algo y no se acuerdan bien el qué. Solo son piedras flotantes con Alzheimer, y hay en su superficie una tristeza vítrea por la ausencia de la mentira piadosa que cuentan las madres a sus bebés cuando creen solo en ellas.

Madre es lo único que existe cuando se inicia la vida.

Cómo me quería, no puedo entender tanto amor a lo que soy.

No puedo…

Qué desolación.

Siento la pena infinita y el espanto por los peces que nadan en el cosmos con sus grandes pupilas congeladas en la indiferencia a su propia muerte. No se inmutan cuando las piedras los rompen haciéndolos pedazos.

Pobrecitos, tanto nacer para eso…

No puedo soportar la inexistencia de los petirrojos que observan mis pedazos formarse en el papel piando canoros en una rama verde como un lagarto.

Es pánico irracional que las hojas no existan y mi pensamiento sea solo la pesadilla corriendo por la sangre sucia de un yonqui no vivo, de un podrido en vida.

No quisiera lavar los huesos de mi padre cuando llore.

Ni los de mi madre cuando sonría como un sol.

Por favor… Deja de escribir.

Ya. Ya pasó, tranquilo.

No lo vuelvas a hacer.

No.





Iconoclasta

Foto de Iconoclasta.


19 de octubre de 2021

La banalidad y sus cadáveres


El precio de una vida banal es una muerte también banal.

Incluso los que importan, en solo unos días ya son carne de charlas de fiestas de año en año.

Si has sido tan banal como un bostezo, ni siquiera darán pésames a los que vivos, tengan algo que ver contigo, con tu cadáver.

Y por favor… Cuida un poco tu agonía, porque no hay nada más aburrido que un muerto superficial que no acaba de morir y reúne a su alrededor a sus allegados para despedirse largamente, protagonizando su propia caricatura.

Normalmente, cuando mueres (a no ser que seas una imbécil y asquerosa celebridad de de yutup, tuiter o feisbuc) nadie pondrá una carita triste. Y menos aquella puta de la que eras cliente habitual y casi usurero, so puerco.

Si tienes contratado un buen funeral en tu seguro, pudiera ser que a la hora de tomar el tentempié que celebra tu muerte, alguien diga algunas palabras emotivas en tu recuerdo; pero seguro que será producto de la ebriedad.

Normalmente al morir no importas a mucha gente: un pequeño y tímido lamento y unas palabras mentirosas para el indiferente cadáver vestido de muñeco ventrílocuo, con la chaqueta cortada por la espalda. Y a seguir devorando canapés de merienda.

De hecho pondrán cara de estreñidos muchos menos de lo que piensas. La banalidad se paga con indiferencia y no con putos bitcoins de mierda.

Si no hay merienda o algo de picar para amenizar el funeral, tu cadáver y tu banalidad silbaréis impacientes hasta que os quemen u os metan en el nicho.

Pudiera ser que aún que estás vivo, pienses que lo peor es que de tu superficial vida no trascienda nada, ni siquiera por esa accidentalidad de una azarosa cadena de pensamientos que llega a evocar que alguien existió en algún momento de la película.

No sé si es bueno o malo ser banal; pero me lo tomaré como un asunto de elegancia: prefiero que me recuerden con asco que con indiferencia bostezante.

Habré aportado mi granito de arena sucio a este mundo de mierda.

Y como tengo más facilidad para ser desagradable que banal, mi muerte no dejará indiferente a mi gato.

De cualquier modo, todo lo que conocí en la ciudad, podría morir antes que yo por aplastamiento, cremación o disuelto en ácido sulfúrico y no se me elevaría un milímetro ninguna de mis cejas bien separadas y definidas, ni siquiera levemente por algún inopinado tic (por lo único que recuerdo que una tal Frida Kahlo existió y tascendió, es por su uniceja tan rústica, que siempre me deja bizco, es la razón de que me preocupe el asunto estético).

Además, cuando has conocido la muerte de alguien allegado a ti por segunda vez, el resto de muertes te dan el carisma de un forense aburrido que mastica con glotonería unos snacks crujientes de arroz inflado con los guantes sucios de mierda.

Pensándolo bien, no importa que seas banal o trascendente.

Los muertos se disipan en el aire en cuestión de segundos y no tienen oídos ni ojos y solo dejan un desagradable olor, por mucho que los hubieras querido cuando tenían color.

Si un día te masturbaste con la mano llena de excrementos y gritando como un cochino, ni siquiera generarás un pecado ominoso que pagar, ni para lo malo trascenderá nada de tu vida.

Morir es lo que es, peña. El único misterio reside en que hay tantos muertos acumulados en los anales de las historia cuyas almas no aparecen por ningún lado, que es absolutamente estúpido y patológico que la chusma siga creyendo en paraísos e infiernos. Ven que desapareces y siguen con su esperanza de mierda en que la muerte sea una renovación de tus vacunas caducadas. Una nueva vida tras la muerte.

¡Qué lelos!

Por ello, olvida los asuntos de la banalidad y la trascendencia. Antes de morir (si tienes suerte de morir lentamente por un cáncer o un hígado que se deshace y lo cagas cada día un poco), deja todo lo que puedas por hacer; pero sobre todo deja muchas cosas por pagar. Y esas cosas rómpelas para que no se puedan recuperar.

No trascenderás; pero morirás con la sonrisa más divertida y sincera que jamás hayas tenido.

Tanto filosofar de mierda, para acabar concluyendo lo de siempre, que se jodan los vivos cuando te mueres.

No me negaréis que no ha sido divertido, superficial pero con clase, este pequeño ensayo sobre banalidad y trascendencia.

No intentéis hacer estas cosas en vuestras casas si no sois adultos bien formados, u os deprimiréis.

Y bueno, cuando acudáis a un funeral, imprimid esto para amenizarlo. Ya veréis la visibilidad que conseguiréis, mucho mayor que la del cadáver.

Tal vez haya que volver a la moda de las fotos victorianas post mórtem, al menos trascendieron unos minutos más aquellos cadáveres, aunque tuvieran un gusto del carajo.

Aquella gente debía tener el cerebro podrido (lo vivos de las fotos digo).




Iconoclasta

25 de febrero de 2021

Yo, asesino de mí


Cuando escucho las sintonías de los dibujos animados de mi infancia pienso que entonces mis seres más queridos estaban vivos.

No podía imaginar su muerte por esa inocencia que nos deja indefensos a todo.

Y admito que nunca se me había ocurrido pensar que debería deshacerme del niño para ser hombre. Lo hice de repente, como una revelación que nada tenía de divina.

Es mentira, el ser humano adulto no puede ni debe esconder al niño dentro de sí. Es obsceno solo imaginarlo. Lo ha de matar y asumir su forma definitiva adulta.

Jamás un adulto debe usurpar edades que no le corresponden, porque es indignidad y cobardía.

Los recuerdos de mi infancia son las pruebas del crimen, lo que queda tras el asesinato que cometí.

Si  te matas a ti mismo, matar lo demás es casi intrascendencia. Si has asesinado al niño que fuiste y te has untado la cara con su sangre, te has hecho adulto. Es un bautismo cruento.

No hay lenta metamorfosis, un disparo en la cabeza y tomas el mando.

Y mejor así. Si el pequeño residiera en una parte de mí se asustaría como cuando despertaba gritando por una pesadilla.

La pesadilla era yo, el adulto, el poderoso; un tumor que acabaría con él.

No lo echo de menos, no quisiera volver a ser aquel indefenso Pablín; pero a veces miro su esquela y le digo que lo siento; aunque no sea verdad, no puede hacer daño.

Si el mal está hecho, no es necesario ensañarse más.

Hay días malos y días peores.

Mejor que esté muerto.





Iconoclasta

Foto de Iconoclasta.


Este pensamiento ya estaba escrito e iba a publicarlo cuando he sabido de la muerte de mi amigo, de mi viejo amigo Gerardo Campani. ¡Qué puta tristeza!

Por eso es mejor que el Pablín esté muerto, para que no llore por las muertes de los seres queridos. Porque hoy, al saber de la muerte de mi amigo, hubiera llorado dentro de mí.

Gerardo me llamaba blasfemo (con tal gracia que me hacía reír durante todo el día) a menudo, era un creyente, era uno de esos genios que sabía lo muy puta que era la vida y aún así, cultivaba una ternura rayana en la inocencia con su creencia religiosa.

Varias veces le hablé a mi hijo de que era realmente uno de los pocos y grandes amigos que tenía, un académico de la lengua con un elegante sarcasmo que para si hubiera querido Camilo José Cela.

No siento en absoluto lo que voy a decir, él sabía que lo quería mucho, incluso sonreiría por esto; que Dios se pudra por lo que ha hecho.

Hago un ejercicio de esa fe optimista de Gerardo, y digo que pronto me tocará a mí, y allí nos encontraremos.

Que se pudra Dios, porque ha estropeado más el mundo al matarte, amigo mío.

Que se pudra…


Pablo López Albadalejo, 25/02/2021.


2 de febrero de 2021

Qué bello es morir


Sentía la almohada en mi rostro, suave y dulce; una mortaja de paz.

Y soñando en ella, avanzar por un camino de vapor de seda y calidez.

Algunas cosas, algunos  seres, muchos; iban delante de mí, detrás y a los lados, rodeándome. A todos los sentía, los reconocía, avanzaban felices, festivos. Y ninguno era lejano.

Era todo lo que me ilusionó e ilusiona, todo lo que amé y amo. Todo estaba a reventar de vida, los podía tocar, abrazar, besar, les podía sonreír sin tristeza.

Estaban tan vivos que me contagiaban alegría y fiesta.

Vi Su bondad, la belleza de la inmensa ternura y alegría que la Muerte trae.

Y lloré con los ojos cerrados cálidas lágrimas de descanso.

Y la serenidad impregnar una sangre que ya no tenía.

No puede ser un sueño… Me decía.

Las lágrimas que se escapaban por mis ojos cerrados, daban una humedad de realidad al sueño mojando la almohada y de mi rostro hacía un difuso recuerdo.

No puede ser un sueño. Me repetía…

Por favor, que no lo sea, que no lo sea, que no lo sea…

Me aferré a la almohada, al sueño, para no perderlo en ningún momento. Para no volver de aquel camino, de aquel mundo de dicha absoluta. Y Cantares de Serrat era un himno de una belleza que me arrebataba cualquier valor que un día pudiera o pude haber tenido para dibujarme la sonrisa más feliz que nunca haya esbozado.


“yo amo los mundos sutiles,

ingrávidos y gentiles,

como pompas de jabón”.


Nunca me había sentido tan bien llorando.

Qué bello es morir…

Caminaba entre recuerdos traviesos, tan diminutos como miniaturas. Y eran miles.

Y Super Mario tan pequeñito, corría y saltaba y me hacía reír… Pinche Mario…

Todo aquel desfile de mis recuerdos y yo, que también lo era; formábamos una silenciosa dicha presurosa.

Y una sonrisa cubría mi alma.

Todos éramos táctiles, los recuerdos se hicieron sólidos…

La muerte es Dios resucitándolo todo.

No teníamos prisa por llegar no sabíamos adónde; pero casi corríamos solo por gozar de aquel camino sin fin. No sé, pero era tan extraño…

¿O era la simple alegría de una hermosa muerte?

Qué bello es morir…

Un estruendoso y silencioso rumor de alegría; lo llenaba todo, toda mi vida, toda mi bella muerte.

Y mis lágrimas tibias, de aceite… Por favor, se parecían a los labios de mi madre y mi padre cuando de pequeño me besaban, antes de ser la bestia.

Padre y madre estaban allí… Ya no eran una tristeza.

Quiero llorar, no quiero dejar de hacerlo.

Qué bello es morir…

¿Quién puede querer una resurrección y volver?

Qué bello es morir….

Cuando las lágrimas se deslizan por los párpados cerrados, crees que pequeños ángeles te besan los ojos.


“Me gusta verlos pintarse

de sol y grana, volar

bajo el cielo azul, temblar

súbitamente y quebrarse...

Nunca perseguí la gloria…”.


He despertado sin recodar durante unos instantes, que una parte de mí está muerta y al plantar el pie en el suelo, no ha dolido.

Hoy no ha dolido.

Y la almohada estaba mojada.

Y mis ojos también.

Y sentía la tristeza de un sueño que tan solo era eso, mientras que aún resonaba en mi cabeza el eco de las silenciosas alegrías de mis amigos los recuerdos.

Super Mario que no estaba quieto…

Qué bello es morir…

Qué pena, que puta pena volver.





Iconoclasta

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Versos de la canción Cantares, de Joan Manuel Serrat.


3 de septiembre de 2020

Hemorragia de tristeza


He soñado con mi madre que, tras hacerme una de sus bromas de niñez, me daba el beso más tierno que desde mi infancia no he sentido jamás.
Hasta anoche que la soñé.
Pobre madre muerta…
Duelen tanto los seres que amas, vivos o muertos.
Pobre de mí, un patético viejo soñando a su madre.
He pedido morir para no salir de ese momento de absoluta y desesperante belleza.
No quiero vivir más estas tristezas.
Me niego a despertar a las cuatro de la madrugada y fumar para que el ardiente humo evapore todas esas lágrimas que inundan el corazón, los pulmones, el vientre…
Una hemorragia imparable de tristeza.
Y sin embargo, deja los ojos secos como tierra al sol.
Su rostro sonriente se acerca a mi mejilla para besarme con esa poderosa dulzura. Y adquiero la certeza de que no la quería tanto como ella me quería a mí. Y así, a la tristeza se suma la vergüenza de ser un miserable.
Debería haberla besado con esa dulzura arrasadora.
Nunca pude imaginarla muerta.
Estoy cansado de soñar tristezas, es hora de morir de una vez por todas. Aunque deje de existir, sin posibilidad alguna de encuentros con mis amados seres en el más allá o en otras dimensiones.
Solo basta con que cese esta hemorragia que me ahoga por dentro.
He despertado repentinamente, rompiendo esa perturbadora y bella fantasía, una mentira más de mi mente tarada.
Madre… Solo gente especial que besa con tanto cariño, puede aparecer viva en los sueños.
Yo no podría, mama. Tu hijo es un mediocre.
Tu hijo es un mierda que te quiere y recuerda con toda su podrida y miserable alma.
¿Qué se rompió mientras me dabas vida en tu vientre para que tu ternura no entrara en mi sangre en suficiente cantidad?
Si supieras de la dolorosa tristeza de un beso que ya no sentiré, de un niño que hace décadas murió absorbido por mí. Yo me asesiné a mí mismo y luego moriste.
Y ahora solo me quedan tus oníricas ternuras, como si estuviera maldito con semejante bendición.
No debería estar vivo.
Debería estar muerto como ellos.
Mis muertos, mis pobres muertos…





Iconoclasta

18 de febrero de 2020

Trozos de cosas


Tengo un cajón en mi puta cabeza lleno de trozos de cosas. No son cosas rotas, son solo restos.
No sé porque los guardo.
Posiblemente para, como Frankenstein, hacer un collage triste con los desperdicios; a pesar de que son trozos que no sirven como repuesto a nada. Aquello que un día existió, hoy no tendría utilidad alguna, ni sentido.
No soy artista, los trozos son solo tumores infectando el cerebro y sus consecuencias.
Tengo un síndrome de Diógenes infectando la memoria con deshechos de lo que un día fui.
Y la memoria hija de puta me dice: ¿Esto es lo que fuiste? ¿Dónde quedó lo que querías ser?
Y yo le digo que nunca quise ser nada, no planifico jamás, hago lo que debo cuando me apetece. Fui lo que debía en cada momento. No le veo el drama, sinceramente.
No quise ser más que lo que deseaba en ese momento. Y los momentos murieron y yo con ellos.
Nunca quise ser explorador, o médico o una celebridad de mierda. Quise siempre estar lejos de todo lo que no me gustaba, con eso me conformaba. Cuando no lo conseguía, me convertía en un ser detestable, cosa de la que no me arrepiento a pesar de esos trozos rotos que hay por el cajón.
De hecho, seguro que en las últimas horas ha ido a parar a ese cajón de putadas de mi cabeza, algún otro resto apestoso de lo que fui hace unos días, o unos segundos.





Iconoclasta
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8 de febrero de 2016

A medio hacer


¡Ey, padre! Tú estás muerto, ambos lo sabemos; pero ¿qué pasa conmigo?
¿Soy un zombi?
No sé si soy muerto o vivo.
Te fuiste pronto y dejaste cosas por acabar: a mí.
Quiero tener una posición ciertamente definida en la vida o en la muerte, si pudiera ser.
Porque me da la impresión de que soy solo medio hijo, cosa que no te hace medio padre, entiéndeme, no quiero ser ofensivo, reprochón.
Soy una mitad que dios se dejó por acabar.
¿Es eso? No me digas que dios existe, porque tendríamos un serio altercado tú y yo.
Hay cosas muertas en mí, y sin embargo sonrío. ¿Debería, padre?
Porque a veces tengo unas locas de llorar y me da miedo verme en el espejo reír y gemir.
Y frotarme los brazos que están gélidos de algún mortis rigor.
No es locura, solo es que no sé si ir al cementerio o a follar.
Tengo dudas, padre.
Soy hombre inquieto.
No busqué herencia, pero podrías haberte ahorrado dejar cierto legado de cierto gen tumoroso en mí. Así dicho, parece gracioso.
Y lo es, padre inquieto que tuviste tanta prisa en marchar.
Es gracioso que yo ahora te tenga que enseñar cosas de la vida que tú no viste.
Digo que vendí una parte de mí al diablo a cambio de cierta libertad.
¿Estás orgulloso en que invertí lo que hiciste?
No es reproche, es que a veces, cuando el viento hace hablar a los árboles, parece que estás entre el rumor de sus ramas y hojas. Y quiero estar contigo.
Cuando los árboles rugen, siento la sensación de que no me quieren ahí, no quieren a nadie medio muerto. Temo que quieran acabar el trabajo, porque las cosas a medio hacer no tienen futuro entre lo nemoroso.
Insectación del alma: come orugas peludas.
Se me ha ocurrido de pasada, hay un nido de orugas caído en el camino y no he resistido la tentación de pisarlo.
Es como si tuviera orugas comiendo mi humanidad, dejando grandes agujeros de nada.
Tal vez el viento  pasa a través de ellos y siento que soy estiércol. No sé...
Ser algo medio vivo no es optimista.
Pudiera ser jocoso; pero si existieras, deberías abrazarme ahora que solo el viento nos ve.
No es broma.
Llegué a ser bueno con los cables, para llegar a ser habitualmente cruel con palabras que hieren las buenos sentimientos.
El tejido negro de lo que hay muerto en mí, se extiende más allá de piel, carne, cartílago y hueso.
Es razonable que a veces sea oscuro yo también.
Tú tienes tu pequeña responsabilidad; porque he de reconocer haber perfeccionado lo medio vivo y lo medio muerto.
Tu hijo te quiere y no recuerda un día sin pensarte.
¿Te das cuenta de lo que hiciste conmigo? Tu testimonio de vida.
A lo mejor, al morir tú, morí un poco yo también.
En tal caso, olvida mi divagar. Te exonero de esa pequeña responsabilidad.
Ya te he dicho que soy habitualmente cruel, habitualmente extraño.
Es tiempo de carnaval, todos piensan que mi disfraz es bueno.
Hasta pronto papa, sigo muriendo por aquí un rato.
Nos vemos pronto.



Iconoclasta
Foto de  Iconoclasta.

31 de octubre de 2015

Una ofrenda a mis amigos mexicanos


Era el uno de noviembre, sábado. Y día de muertos.
No creo en los muertos, hay muerte y todas las cosas se acaban, o retóricamente, fenecen.
Una vez muertos los humanos y los animales, no hay razón para dedicarles nada porque dejan de existir. No hay almas libres y flotantes en el mundo; pero ya se sabe que las gentes necesitan alicientes para vivir y no deprimirse, por ello se crean celebraciones que les haga olvidar por unos minutos su miserable vida esclava. 
Los muertos también pueden ser un buen motivo para pillar una buena curda.
Yo no celebro nada de eso, porque nadie puede engañarme sobre mi mierda de vida, prefiero joderme de ira e insultar, a sonreír como si fuera idiota mientras me la meten por el culo sin mantequilla.
La Antorcha Humana hizo un arco en el cielo y sonreí al salir a la calle.
Así que de México me traje esa hermosa tradición de las ofrendas del día de muertos, solo que yo celebro el día de vivos, de mis queridos humanos que ríen y hablan y cantan y juegan. 
Lo despreciable tiene también un recuerdo para no olvidar que hay mala gente, no soy tan estúpido de obviar lo repugnante en nombre de lo bueno. Las dos cosas conviven  entrelazadas como la sangre y las heces del excremento de un enfermo.
Era un gran día el de los muertos del 2014, mi día escogido. Ansiadamente esperado para obtener la libertad y echar la podredumbre de mi lado. Tras más de dos años de lucha, por fin era el momento propicio para deshacerme de la rémora, ya no tenía el pretexto de sus hijos y un lugar para ellos y continuar su chantaje. Doy gracias a sus borracheras por ello.
Soy lo que rima con joya de rápido aprovechando las oportunidades (obsérvese que me soplo y froto las uñas de la mano en el pecho).
Así que mientras ella se tiraba al deficiente mental de su compañero de trabajo en el almacén (o en un motel de mal gusto, como otras veces y con tantos otros), ambos sacando la lengua y diciendo: "cuidado no nos vayamos a trompezar con las manderas, porque ya vistes: están deshordenadas". Yo salía con un buen amigo al centro de la ciudad a desayunar unos tacos y ver tiendas de electrónica.
Bueno... Solo unos tacos no, mi amigo se comió un plato de fruta y helado que pensé que no se acabaría nunca (XXXL). Eructamos los dos al tiempo, a pesar de que yo no comí de aquella montaña de fruta y dulce; yo devoré un taco árabe con queso que aún me hace la boca agua al recordar aquellas buenas carnes.
Qué buen recuerdo... Empezó bien el día y yo sabía que seguiría así, tenía ese buen presentimiento de que el día de muertos sería a partir de entonces, especialmente festivo para mí.
Supermán surcó el cielo con los calzones por fuera, como siempre, contrastando contra un cielo gris.
Decidí celebrar mi particular día de muertos (por lo que iba a morir) ofrendándome una consola Nintendo con un juego de Super Mario Kart. Ya estaba saboreando mi futura libertad y tranquilidad.
Un sujeto con retraso mental (no patológico, sino adquirido con voluntad) y analfabetismo, no tiene futuro con alguien medio inteligente o un tanto informado. Así que es normal que se estuviera revolcando en mierda con un idiota mientras yo me gastaba una pasta en un buen desayuno y electrónica.
Hacía muy bien, porque ningún ser con ciertas inquietudes o ética puede permanecer demasiado tiempo al lado de alguien como aquella rémora sin sentir que está tirando su tiempo a la basura. Mejor que se quedara con el burro, porque era eso o nada.
Además, los idiotas se aburren si no tienen algo que llevarse a la boca, lo que sea.
Lo que sea por infectado o sucio que esté...
Los tontos con los tontos, es la única forma posible de que sean medianamente felices. Siempre están buscando entre la basura y encuentran algo todos los días: justo lo que yo desecho.
Hulk, con un rugido iracundo, le arrancó el motor a un coche que circulaba por Reforma porque invadió el paso de peatones mientras lo cruzaba.
Cuando vas bien acompañado o solo, el mundo se hace más interesante. Estaba contento aquel sábado, ya sin presión.
Así que tras llegar a casa y despedirme de mi amigo hasta la noche, en la que pasaríamos una velada de juego, charla y música acompañados de mi querida amiga, su esposa, me dediqué a conectar la consola esperando con impaciencia a que la "licenciada" llegara con su rótulo de neón en la frente que decía: he cogido con el tarado esta mañana y esta noche de muertos cojo con él y con otros.
Y me parecía bien, solo quería que desapareciera.
Borrarla con un par de palabras muy claras.
Esas ofrendas mexicanas, son hermosas, son entrañables; aunque no crea en el motivo por el que se hacen. Me encantaba el gusto y el cariño que ponen en crearlas, la cantidad de detalles que habían en aquellas mesas repletas de dulces, velas, papel picado y objetos de recuerdo, fotos, comida y flores.
Y su olor...
Aquella hermosa pequeña queriéndose comer los dulces, montando guardia para hacerse con uno. Como la echo de menos...
Y así, a las cuatro de la tarde apareció con su impecable hipocresía y olor a macho idiota impregnado en la piel y en la ropa; envanecida como una "Reina Midas", solo que lo que toca lo convierte en mierda.
Bugs Bunny me preguntó royendo una zanahoria: ¿Qué hay de nuevo, viejo?
Y ambos la miramos con una media sonrisa.
A las cuatro y media, configurando la consola, comiendo unas croquetas y sin apenas mirarla a la cara, la envié a la mierda, literalmente. Tras llorar un poco porque a partir de ese momento tendría que pagarse ella solita el plan de su celular, se largó con ese aroma rancio de las cogidas reproductoras, conejiles y recientes en moteles y cuchitriles sucios.
La ordinaria cerró la puerta tras de sí y ya no volvería a verla nunca más. Cerré los ojos por fin descansado, fumando sin ser consciente.
Me duché para quitarme ese aroma que dejó en el aire y empecé a pensar en maletas, viajes y apartamentos, en nuevas ciudades y en acabar de configurar la consola para empezar a jugar.
La mañana siguiente fue una mañana de claridad y de paz, de liberación.
El gran día de muertos fue mi día de vivos.
Y todo empezó a ir bien, a la semana siguiente en el cine vi una gran película de ciencia ficción y viajes tristes: Interstellar, mi primer y agradable recuerdo de mi ansiada soledad y libertad. Maravilloso. La primera experiencia que barrió los años de sordidez con aquel burro a mi lado.
Cada día el aire era más limpio, los amaneceres de cafés y música tranquila. Las mañanas y las tardes de chocolates helados y paseos.
Y mi piel más limpia, ya no había rastro de la rémora.
Encontré un paraje precioso para vivir y poner kilómetros de por medio entre aquella y yo; sabía que cuando necesitara dinero, haría lo posible por ensuciar mi vida de nuevo.
Cuando vives al lado de algo podrido, te salpica continuamente, te lo has de quitar de encima y alejarte para no enfermar. Tiene el coste de dejar lo que quieres, nada es perfecto.
Y  por ello, por mis amigos, me traje el cariño de las ofrendas, para recordarlos siempre: cigarros, inquietudes, charlas y risas...
Elegí aquel día de muertos a conciencia, con frialdad. No me importaba esperar semana más o menos; me di el gusto de que fuera en ese día tan especial en  México.
Día de muertos: una metáfora y una realidad.
Quedaría un entrañable recuerdo de aquellas ofrendas que ya no volvería a ver en mucho tiempo, me dejarían un dulce sabor de la añoranza de un lugar y una gente hermosa: mis amigos que combatían con su presencia la miseria que aquella tipa arrastraba tras de sí cuando entraba en la casa.
Y así ofrendo a lo vivo, a lo que quiero, en este día de muertos.
Tengo una ofrenda de cariños con rummys, juguetes, cartas, canciones, dulces, refrescos, cerveza, botanas, paletas, helados y letras de amor y amistad. Cierro los ojos escuchando la película de Matilda, con mi pequeña amada amiga comiendo cacahuates muy pegada a mí en el sillón. Conservo el calor de su  cabecita en mi brazo.
El Capitán América vuela sobre su escudo y rompe una farola. Es espectacular la libertad, te deja ver cosas que antes estaban oscuras. No tener que soportar la miseria de otro ser.
Jugamos al rummy los amigos mientras nos contamos los más increíbles chismes y chistes en noches musicales y nebulosas de placenteros cigarrillos.
Un charco de agua de hielo deshecho en el suelo y risas a la madrugada.
Y tomamos gigantescos cafés y raciones de pastel durante horas de charla, llenando ceniceros.
Risas "jamonas"...
Y  ofrendo a lo malo, a lo podrido, para que jamás vuelva. Para no olvidar que existe la ponzoña. Una ofrenda con un cochecito verde y uno gris con gusanos dentro, metidos en un zapato sucio de tacón que reposa en dos tangas sucios y apelmazados. Y un vestidito corto negro, barato y sucio de manchas blanquecinas y vómito. Esa ofrenda la tengo al lado del cubo de la basura.
Yo no ofrendo a los muertos, ofrendo a los amigos siempre vivos, a la libertad que conseguí aquel día, a las mañanas libres y frescas. En mi casa no entrarán muertos, solo acepto cariños y sonrisas en una ofrenda para sonreír al pensar en ellos. 
Y tengo ese monumento al asco que me hace suspirar aliviado al recordar que un día como hoy, un uno de noviembre, pude arrancarlo de mi vida. http://ultrajant.blogspot.com.es/2015/03/adios-putilla-adios.html

Queridos amigos mexicanos, si un día nos encontramos de nuevo, que sea un uno de noviembre, que es el día (mío) de mis mejores amigos y momentos. Por mucho que digan que es de muertos.
Feliz día grandes y pequeñas amigas y amigos, no os olvido.
Sois tantos, que sois innombrables, vosotros sabéis que os quiero. Eso es lo que importa.
Hasta pronto.



Iconoclasta

27 de abril de 2015

Pablo


No es una fotografía, es un collage solo para mis ojos.
Mi hijo está en ese momento de un presente concreto, buscando en su mochila, pero la imagen latente, la que conforta mi pensamiento, es que es Pablo bebé, Pablo niño, Pablo adolescente, Pablo adulto, Pablo hombre, Pablo y su padre muerto. Pablo fundando otros reinos, creando otros territorios que no veré; pero tengo imaginación aún que estoy vivo.
Hay miles de imágenes superpuestas que forman esa, yo las veo todas con cuchilladas de ternura.
No hay nada extraño en él, ni un solo ápice de su piel. Si acaso, solo admiración, solo una sorpresa por un tamaño sorprendente, por una voz más grave, por una seguridad, por una madurez. Por un conocimiento ya pleno de la vida.
Es hombre. 
Es mi hijo.
No puedo dejar de pensar en las infinitas emociones y cariños que han llegado a crear esa imagen que tengo en el escritorio. Imposible de evadir, es un viaje en el tiempo, al pasado, al presente y al futuro.
Es lógico que a veces los hombres lloren.
El amor es una máquina del tiempo que vence todas las distancias y todas las dimensiones. Alguien quiere cuantificarlo, direccionarlo y codificarlo para viajar por él; pero fracasará.
Porque deberá tener un hijo y amarlo por encima de toda consideración lógica e ilógica. Regalándole el propio sistema nervioso central, el corazón, los pulmones, los ojos, el hígado, los riñones, todo para él cuando sea necesario.
Cuando el amor te convierte en el almacén de repuestos de tu hijo, entonces viajas en el tiempo.
Y evocas sus dedos suaves, sus primeras lágrimas, sus risas que lo doblaban, la rabia, la fuerza por ponerse en pie, el miedo a nada y a pequeñas cosas. Sus ojos tan azules y grandes me daban miedo cuando chapoteaba en brazos de su madre en la piscina, parecía de otro planeta.
La protección que le otorgaba mi volumen. Mis brazos llenos de él, mi voz llena de él, de su nombre. Las canciones, las películas, los llantos y las preguntas.
Y su descubrimiento paulatino del mundo, y yo tras él.
¿Cómo es posible sentir esa indecible ternura, evocar sus manos en mi rostro, palabras inocentes, ideas hermosas de un mundo que nunca lo será, ante un hombre de esa talla?
De un hombre que navega solo por la vida.
Solo ocurre cuando es tu hijo del alma.
Cuando nada ni nadie puede ser amado tan orgánicamente.
Cuando bajo el hombre adulto, un niño sigue buscando en su mochila con idéntico gesto, con idéntico gesto en el baúl de juguetes, con idéntico gesto tomando un sonajero en sus manos, con idéntico gesto mirándome con sus ojos aún de bebé.
Cuando el amor y la ternura hacen presa en tu ánimo de forma inevitable y sabes que la vida no es viable sin él en el planeta, sin él en el escritorio, sin él mi mente, sin él en mis recuerdos y en mis sueños. Es entonces cuando se forman las infinitas imágenes que componen la principal.
Es Pablo, mi hijo.
Tengo todas sus risas, lágrimas y dedos en mí. Profundamente insertados en el tuétano de los huesos.
Ese hombre que busca en la mochila, ¡por favor... si tiene tres años, tiene ocho, tiene catorce!
¡Cómo lo quiero!
Mi vida depende de la suya.
De la tuya, hijo.
Rebusca en tu mochila, Pablo, te admiro silencioso tomándote una foto que son miles.
Pienso en lo inadmisible, en lo inconcebible que es que algo como yo, haya aportado algo a tu vida, a tu organismo, a tu esencia. Porque no me veo como tú, no puedo verme tan importante y tan perfecto.
Es imposible tenerte en el escritorio en todas las edades de la vida y no detenerse a evocar cada segundo que te he vivido.
Y preguntarme porque no he muerto colapsado por esas emociones. Soy mucho más fuerte de lo que yo mismo temo.
Eres un hombre, Pablo, pero tengo que controlarme para no abrazar con un llanto ñoño a los pequeños y grandes Pablos que hay en esa imagen, en ese gesto.
Mi vida depende de la tuya, y la tuya es solo de ti y tus decisiones.
Soy un remolque de mi hijo.
Un beso, amigo mío.








Iconoclasta