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30 de abril de 2023

lp-- Angustia, ansiedad. Qué es y tratamiento--ic

Dicen que hay diversos métodos para tratar la angustia; pero en realidad no se puede tratar o gestionar. Solo puedes distraerte de ella hasta que pase la crisis.

Lo más habitual es el método del alcohol y las drogas; pero yo soy más de cagarme en dios y la puta que los parió a todos.

Y hablar poco, lo mínimo. Volcar mi pensamiento violento en el papel, esculpirlo y que adquiera el poder de las tridimensionalidad.

Se me da bien el silencio, paso horas sin decir ni una sola palabra; como el cazador que debería haber sido, acechando en silencio durante horas en el bosque la posible presa que muchas veces no conseguía y debía entonces recolectar y comer bayas antes de que oscureciera.

La angustia es un trance que nace de tu ignorancia. No sabes lo que te ocurre, no sabes quién te hace daño porque te han educado para creer en el poder de un jerarca y sus dioses. Por tanto ¿qué te hace sentir tan mal si estás protegido en los brazos del poder de los dioses y sus obispos (los políticos lo son, predican su palabra) codiciosos y enfermos de poder? Los que te educaron robándote la infancia para que creyeras en ellos.

Es muy sencillo, el ser humano es un animal triste. Al contrario que el resto de las especies salvajes nace en cautividad y crece para dar su vida al estado y a dios. Toda su existencia está destinada a engordar con oro y dinero a generaciones de poderosos y dioses, sin tiempo a mirar las nubes y si las mira, es porque le han dado un permiso especial para ello.

Como todo animal en una granja o zoo, los humanos se deprimen.

Tu instinto te grita que no naciste para vivir en una granja vertical. Que naciste como animal en el planeta y te tratan como gallina o cerdo en granja.

Eso es la angustia que sientes. El que hayas creído y asumido que alguna ley debe haber en este mundo sobre tu cabeza y que vivir esclavizado es la única forma de vida posible; a pesar de que la historia de esta civilización y sus cimientos no supera los veinte mil años, y el ser humano, la especie más evolucionada de homínidos, dicen que lleva trescientos mil años sobre el planeta.

La angustia es la tristeza instintiva que sientes por esos últimos veinte mil años de generaciones de codiciosos que, por falta de inteligencia y fuerza, eran incapaces de cazar o recolectar. Y comenzaron a parasitar tu esfuerzo, tu vida y tu tiempo. Esos que hace poco más de veinte mil años empezaron a clavarte en el cerebro un orden, una ley, un dios, una policía, un censo y un trabajo sucio a perpetuidad a través de un hechicero que se convertiría en rabino o sacerdote y luego, algunos crearían castas de políticos.

No sabes lo que sientes porque eres ignorante de tu propia especie. Eres un animal que nació para ser libre y lo convirtieron en esclavo. No es tristeza, es la alarma que lanza tu instinto de que esta sociedad o civilización te esclaviza, tu vida como ser vivo, es la más triste del planeta.

No hay falta de espiritualidad alguna, ni de altos valores en ti. Naciste en cautividad y te vendieron a un amo.

No tienes suficiente cultura ni formación propia gracias al oscurantismo del poder para reconocer lo que te ansía, porque tu pensamiento mismo es esclavitud y dependencia. Simplemente has oído que lo llaman angustia, ansiedad, depresión o ataque de pánico. Incluso trastorno bipolar.

Eres un pobre animal en una granja y tu instinto animal se rebela. El leopardo loco que da vueltas en la jaula rugiendo lastimosamente porque te asfixias. Porque no queda nada de tu especie en ti. Nada de lo que sentirse orgulloso cuando te metes con cientos de reses como tú en un vagón o en una carretera hacia tu centro de explotación.

Y la angustia la desencadena esa compleja química que se pone en marcha por orden de tu instinto para avisarte que algo huele mal en tu vida, que no es así como debieras vivir. Es justo la misma angustia o expectación del cazador frente a su presa en atávicos tiempos, la de urgencia, la de apremio.

Una angustia o tristeza existencial que surge periódicamente, y te roerá el ánimo hasta que consigas entender dónde te encuentras, con quién y en qué condiciones. Una enfermedad propia de una sociedad decadente, ya a punto de venirse abajo. Cuanto mayor es el nivel de opresión, más se rebelan los instintos y se impondrá la ley del más fuerte que no teme armas ni prisiones. Morir por morir, mejor eliges tú el cómo y el cuándo. O lo intentas.

El poder de la civilización actual, quiere borrar de sus reses todo rastro de naturaleza humana y ahí radican los problemas: no puedes dar caza a quien te esclaviza porque pervirtieron durante toda tu infancia y adolescencia tu esencia, tienes una orden programada. Debes ser una res ejemplar, mansa, obediente y, ante todo productiva; es difícil romper la programación incrustada durante tantos años.

Si en Filipinas gritan por miedo al calor, todo el planeta grita al mismo tiempo. Como en las películas las vacas sedientas de un rebaño corren en estampida al agua que huelen. Son reses ya globales, en lugar de llevar etiquetadas las orejas, las han dotado de celulares, de teléfonos “inteligentes”.

El problema está que el animal que ha nacido en cautividad, no se adaptará o morirá en libertad. Tal vez eso es algo que sabes; pero gracias al adoctrinamiento recibido en tu infancia, vuelves a la línea de programación: que una vida sin leyes, sin poderosos y sin dioses, no es posible, sería el caos.

Te equivocas, el dogma que te implantaron es mentira. No se produjo ningún caos durante los cientos de miles de años (toda la historia real de la humanidad) en los que el ser humano nacía y vivía libre. Donde evolucionó en inteligencia.

Si eres consciente de ello, de tu naturaleza, pasará pronto la depresión y reconocerás que no es angustia, es simplemente rebeldía. Y entenderás que debes seguir el juego a los granjeros o dioses, porque te matan de hambre o a tiros si no lo haces; reconocer esto es importantísimo para tu salud mental. No tienes otra opción hasta que llegue el momento de reconquistar al ser humano como especie libre.

No te preocupes, cada vez son más los cerdos humanos de granja que no saben porque se deprimen o se sienten acosados por algo, o alguien. La sensación de que algo malo va a pasar no es un don adivinatorio o parapsicológico, es un aviso de lo más recóndito de tu cerebro: estás viviendo una mala vida, indigna.

No vayas a un psicólogo o psiquiatra, ellos se limitan a ajustarte de nuevo adormeciendo tu atávico instinto con meta drogas. Y colocando leyes, sacerdotes y políticos en el aparador principal de tu pensamiento.

Es todo una mierda, lo hicieron mal, te deformaron cuando destruyeron tu infancia y tu juventud en ser amaestrado.

A la fuerza tiene que pesarte. Es normal y lógica esa tristeza, ese ataque de pánico que no lo es. Porque se trata de puro arrebato, rebelión.

Hasta que un día enciendas un cigarrillo asqueado de trabajar para darte un respiro, solo para ti, sin dar explicaciones a nadie y en contra de lo establecido en las normas de la empresa y gobierno. Y en medio de ese humo que aspiras y exhalas pensativamente, puedas ver en una difusa y vaporosa pantalla en lo que te han convertido y en lo que te espera.

Pero tranquilo, puedes distraer la angustia durante el fin de semana: unos litros de ginebra, unos gramos de coca, unos porros de maría, un par de ácidos; una paliza a la parienta y el lunes estarás como nuevo para comenzar tu semana laboral esclava. Olvidado ya lo que pudieras haber razonado en un arrebato de claridad, lo que realmente eres y quienes son ellos, el poder.

Lo verdaderamente deprimente, es que por ti mismo seas incapaz de saber lo que ocurre en tu cabeza. En tu naturaleza.

 

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El cielo que nos robaron.

No somos lo que debemos.

Porque nos lo prohibieron, emplearon nuestra infancia y juventud en ello.

El recuerdo de tantos años de niñez y juventud bajo el adoctrinamiento de esta sociedad o civilización, nos dejó una cicatriz que huele rancia en el pensamiento, una suciedad que no podemos quitar. Una violación que nunca olvidas.

A unos destruyeron como humanos puros. Otros nos sentimos silenciosamente orgullosos de ser libres y no globalizados o infectados por el pensamiento insectil de un rebaño.

Nuestras certezas viajan invisibles entre las potentes frecuencias de la mediocridad y su uniformidad.

Ambos, los conversos y los libres pensadores, perdimos la infancia y la juventud (nos las robaron) en las escuelas de acondicionamiento a la esclavitud que eran todas: castigos, himnos, leyes, credos, normas, tradiciones, patriotismos, urbanidad (mezquindad de rebaño), sociales (historia amañada) y autoridades: obediencia y respeto.

Pero en la adultez unos nos desprendimos de ese pelaje piojoso con el que pretendieron uniformarnos. Imagino que nacimos con una corteza dura que protegía al cerebro de la doctrina de la esclavitud y la mansedumbre.

Caminamos relajadamente porque no nos preocupa la moralidad del rebaño ni la patria que dicen que tanto hay que amar. No es extraño que despreocupadamente marque con orina mi territorio o como decían en el colegio: “mi patria”.

Nuestro hogar es el planeta; pero si para tranquilidad de los mediocres hemos de gritar “¡Viva mi patria!”, lo hacemos, somos buenos actores, aprendimos cinismo en la escuela para sobrevivir. Y luego escupimos para limpiarnos del veneno de la mezquindad.

Realmente hemos pensado al gritar: “Ni amo ni dios”, sin entusiasmo, porque lo pensamos a un millón de revoluciones por minuto todos los días. Es algo congénito, un acto puramente instintivo como rascarse el culo al despertar.

En lugar de redacciones bobas de montaña y mar y vacaciones y familia y amigos; escribimos y describimos el mundo y lo que contiene de maneras que a nadie gusta, o les hace toser.

Y ahí está nuestro gran triunfo, en ser la minoría incorrupta.

Llevamos las de perder, en las falsas democracias, la mayoría sin cerebro gana.

Nos jodemos.

Nada nuevo bajo el sol.

No es extraño que sintamos esporádicos y breves ataques de una angustia surgida de vivir en un tiempo y lugar que no es nuestro, que no pedimos. Con la fatalidad de haber nacido en una civilización o sociedad esclavista y mezquina que devora al ser humano como individuo y le mete cosas en el culo para que se obsesione con el ano y no con la imaginación que, pudiera ser inadmisible e ilegalmente creadora.

Sabes que las ciudades son criaderos humanos, que el poder hace muchos siglos entendió que cuantas más reses humanas criara en sus tierras, más riquezas ganarían cobrándoles el impuesto por respirar, por vivir en su feudo o país. Se construyeron miles de grandes ciudades verticales.

La religión, la política y la economía, técnicas de pura industria ganadera, tal como el vacuno. Y se crearon razas humanas más mansas y obedientes por simple selección de crianza de forma espontánea.

Y ahora que son tantas las reses estabuladas y cuesta demasiado dinero alimentarlas, matan/sacrifican a las viejas que no rinden y prohíben el pastoreo al aire libre de las activas. Y así siempre encerradas para recaudar/robar el dinero que gastaban en ocio porque no lo necesitan ya. Tienen teléfonos y televisores para ver el mundo aposentadas sobre sus grasas y excrementos. Están aterrorizadas en su ignorancia por la superstición apocalíptica del clima predicada por el poder. Las vacas humanas darían a sus crías en holocausto a sus amos poderosos si así se lo pidieran/decretaran por evitar el apocalipsis que se avecina.

Así, conociendo la historia sin pasión, fríamente (si acaso asco) tranquilizamos al animal que llevamos dentro y está nervioso: “Tranquilo, bestia, desahógate. Ya ves como ha ido la historia, no te agobies, es irreparable. Son unos hijoputas y algunos morirán antes que nosotros, así que disfruta de ello, de lo que puedas; porque no hay tecnología para escapar de este planeta”.

Y mientras la angustia se apacigua y se forja un tonto orgullo, fumamos un relajante cigarrillo que nos llena los pulmones de todo aquello que en la escuela, catequesis y telediarios adoctrinaban que era malo.

Soñamos con cazar, comer y follar salvaje y libremente. Con morir…

Luego, dormiríamos agotados de cara al cielo que nos robaron los adultos cuando éramos niños.

Como debería haber sido, si no hubiéramos tenido tan mala suerte al nacer.

 

 

Iconoclasta


20 de noviembre de 2013

Trastornos psico-informáticos


La cuestión es inventarse patologías nuevas para sacar dinero a los crédulos que se creen enfermos de esos elegantes "trastornos" , o mejor aún que dicen con orgullo que tienen que llevar a su hijo súper inteligente al psicólogo porque es un as de la informática y padece ese mal tecnológico.
"—A ver hijo: ¿7 x 8?
Cinco minutos después de procesamiento en el cerebro del niño:
—126, 42.
Papá y mamá abren desmesuradamente los ojos, y con sus móviles enfocan a su hijo.
¬—Vuelve a repetirlo, que lo vamos a colgar en el muro de feisbuc.
En apenas medio minuto suben el video con el título: Nues tro ijo es lla un matemathico habansado de Ojete's Mates y phïsicas.com, del insigne profesor Marion Wendy Dirty, the Genius Matematic's man".
Esto es un ejemplo de lo que ocurre a diario en los  muros de las redes sociales y para mayor inri,  esta publicación le gusta a doscientos cincuenta y siete mil ochocientos noventa y tres idiotas.
En fin, que según la prensa, se acaban de inventar los trastornos siguientes para los usuarios de internet, de todas las edades: atención parcial continua (mucho tiempo leyendo en la pantalla, pendientes de muchas cosas sin concretar una mierda de lo que ven) e infobesidad (mirar compulsivamente el correo electrónico para ver si han recibido alguna foto graciosa y ramplona de las que tan de moda se han puesto).
Cosas que no son nada novedosas porque la dispersión mental se ha dado siempre a lo largo de la historia sin tener ni una miserable calculadora. El ser humano ha sido idiota a lo largo de toda su evolución e historia. Abreviando, jamás la peña ha tenido una atención total hacia lo que lee o lo que observa.
Ejemplos de idiotez dispersativa en las que han incurrido los humanos a lo largo de la historia: las pirámides, los cabezones de la Isla de Pascua, la catedral de Notre Dame, la biblia, el corán, el vudú, Madonna, Lady Gaga, Justin Bieber, Justin Bieber y Justin Bieber, etc...
Lo cierto es que de nuevo, psicólogos y psiquiatras han acertado en sus apuestas económicas, puesto que son elegantes patologías que los provincianos usuarios de internet y smartphones, están deseosos de padecer, ya que ello les elevaría el estatus social y deja asentado que son individuos y familias altamente tecnificadas. O sea, que no son unos cualquiera esos miles de millones que babean frente a las pantallitas de sus cacharros.
Y es que los trastornos mentales comerciales son un indicativo de bienestar entre las clases sociales más bajas. No pueden acceder a un reloj elegante o una buena pluma y mucho menos gastarse el dinero en una enciclopedia (no se ha hecho la miel para la boca del asno), ya que ese dinero se ha de emplear en tener una gran pantalla de un millón de putas pulgadas en la sala, con una estantería adecuada para tener a mano las estúpidas gafas para la tridimensionalidad.
Pero el verdadero problema no son esos trastornos en cuestión, el problema es que se creen inteligentes porque saben teclear y descargar archivos. La patética realidad es que el 99 % no sabe escribir, con dificultad leen y nunca son capaces de resumir o expresar en palabras una idea o noticia.
No saber escribir no tiene gracia, y esa falsa cultura de los mensajes y frases patéticamente escritas de internet ,es solo una enorme e internacional feria de la ignorancia.
Hace casi veinte años, con la novedad de los videojuegos, inventaron múltiples enfermedades y fracasos psicológicos para los niños que jugaban. Al final todo ha sido una falsa alarma como tantas otras: los niños no padecieron ningún trastorno, simplemente se aburrían después de tantas horas de juego como le pasaría a un adulto. Aunque los hay que tienen el cráneo vacío y el culo enorme de seguir jugando días y días. Éstos son los menos y lo único que se merecen es que unos padres de verdad los pongan a hacer algo tras darles una buena paliza, coño.
Con el asunto de la atención parcial continua y la infobesidad, pasa exactamente lo mismo. Es decir: nada. La peña sigue sin enterarse de nada de la misma forma que no se entera de lo que ve en la televisión, ni de lo que leen en la prensa.
Y es que no saben hacer la "o" con un canuto. De todos esos individuos, un pequeño porcentaje se sentirá aludido por estas dos tonterías e irá a consulta con su smartphone o tablet bien encajada en los genitales para alardear que son homo tecnologicus y mostrar a la sociedad toda, lo muy al tanto de la tecnología que están.
Y si pueden, arrastrarán a sus hijos (genios en potencia, porque si dicen que son genios, piensan que se debe asumir que será gracias a los padres) para que todos en familia, reciban una charla del psicólogo o un buen tratamiento para la idiotez por parte del psiquiatra.
Ahora queda esperar que se desarrolle ya una realidad virtual avanzada y la gente se quede para siempre metida en ese mundo mentiroso y no abran la boca más que para tomar las papillas que les servirá la enfermera de un manicomio.
Los psicólogos y psiquiatras, a su vez y siguiendo el ritmo de la imbecilidad imperante en el mundo mundial, se han convertido en unos verduleros de la salud mental. Ya solo falta que pongan puestos ambulantes para vender sus consejos y pócimas a los transeúntes con smartphone o tablet que requieran apoyo a su incultura y a una tecnología que les queda grande para el poco intelecto que poseen.
Y es que cuando ya no se puede acceder a un mínimo estatus intelectual, hasta la elegancia se va por el cagadero con toda la mierda. Y la ética médica, claro está.










Iconoclasta