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24 de febrero de 2024

lp--Palabras derramadas--ic

Temo que ante tantas palabras que escribo el papel se rasgue como los muros erigidos sobre cimientos podridos, como en los que se asienta el mundo que inevitable y aciagamente habito.

Tengo tantas pesadillas que escribir, que temo desangrarme por los dedos.

Y tantos sentimientos... Amarte ocupa toda la onírica fascinación e inspiración. Las melancolías son sinfonías compuestas con los bellos momentos que no importa si ocurrieron o los imaginaste. Todo sueño tiene una razón de ser. La añoranza de lo ocurrido o sus posibilidades es una banda sonora de desidiosa tristeza.

Podría arañar las palabras con las uñas en un muro y nadie las entenderá, y mucho menos la angustiosa gravedad y urgencia del pensamiento vertido. Se epatarán con repugnancia por los trozos de uñas ensangrentadas. Y en juicio sumario seré ejecutado in situ por terrorismo biológico ante la mirada cobarde que se ajusta correcta y obsesivamente un bozal nazi sobre la nariz.

Derramarse en palabras, en actos...

Entiendo a los borrachos y yonquis: no soportan la realidad que son. Y ahí radica el peligro suicida de que se derramen las palabras en el papel.

No es popular.

Y tienes que ser un adulto formado o llegarás a viejo con la sonrisa de una piadosa virgen renacentista. No es digno.

Se me derraman en el papel las emociones como el agua liberada de una presa cubre la tierra devastadoramente.

Incluso las más bellas ideas duelen en la punta de los dedos por la velocidad y presión conque son vertidas a la pluma.

El papel absorbe lo espiritual y lo hace tangible dándole así trascendencia y durabilidad. Y como no tiene tripas no se pudrirá.

Escribo agua y cadáveres flotando. Luego me doy cuenta de que podría ser sed y vida; pero las palabras se derraman así, con un fatalismo y sinceridad no apta para esos yonquis y borrachos evocados hace miles de neuronas muertas, unas líneas arriba.

Escribo el polvo y sus torbellinos girando en los páramos, son mágicos.

El astuto viento no se puede llevar lo que guardas en el bolsillo.

Porque de eso se trata, guardar ese tesoro que derramaste en la cartera o en un bolsillo y, en algún momento de tristeza vital, desplegarlo y releerlo; conjurando una angustia sin necesidad de dios y el diablo.

Soy yo escribiendo, mi propia esperanza e higiene.

Derramas el mundo en el papel y parece extraño que alguien viva fuera de tu pensamiento, porque si el mundo existe es porque yo lo escribo.

Y así, derramas mapas y tierras que no tienes tiempo de conocer.

Si el ser humano no naciera en cautividad no tendría tiempo para el turismo.

Así se derrama una verdad humillante y lastimosa para la especie de lo banal y el adocenamiento insectil: la humanidad ha perdido su esencia luchadora, su amor propio como lo pierden las putas.

Y yo, derramándome banalmente en el papel, soy otra muestra de la ausencia de pureza humana y degradación. Lo que no debería haber nacido de haberse hecho las cosas bien: con valor, denuedo y determinación.

Se me derrama dolor y la aspirina; pero la aspirina no surte efecto.

No es inusual.

No puedo escribir claramente felicidad; pero se me derrama en el papel una diosa y mi desesperación por ella.

Escribo soledad; pero no es perfecto, hay interferencias y pienso en la jaula de Faraday y su aislamiento. Follarla ante todos dentro del cercado enrejado y conectado a tierra, a salvo de sus lujuriosas interferencias de envidia de allá afuera.

Un exhibicionismo irreverencial y un voyerismo sudoroso de dientes apretados.

Cuando escribo hijo, también pobre. ¿Cómo pude entregarlo a este lugar y tiempo? Lamento lo que un día derramará en el papel.

Como yo.

Escribo nubes y su incertidumbre, un destino no manifiesto. Tampoco es necesario ser nube para ignorar hacia dónde te arrastra la vida o la entropía atmosférica. Las nubes tienen la forma graciosa del vapor y no pueden morir más de lo que ya están.

Los animales morimos sólo una vez y se acaba el movimiento que sólo podemos demostrar andando.

Escribo Kafka y la incapacidad, un proceso mediocre y como en todos los procesos, un sangrado de mediocridades que nadie entiende; salvo los que derramamos palabras y le damos con demasiada generosidad un sentido que no se merece.

Derramar palabras es llenar espacios en blanco...

Escribo generosidad y su injusticia.

Escribo espejo y rotura como definición. Tiene sentido aunque no pueda parecer lógico. Ese reflejo es una mierda, y la escribo.

A veces me siento tentado de masticar los pedazos rotos del espejo y hacerme un autorretrato de sonrisa sangrienta.

Escribo muerte y nada.

Me gustaría que la aspirina, inusualmente surtiera efecto. No me gusta que la muerte duela. En cambio, al miedo no le tengo miedo.

Con lógico se me derrama con indecencia y en grandes letras deformes mediocridad, monotonía. Porque la imaginación es la ausencia de la terrible previsibilidad.

Escribo esperanza y ya es tarde.

Escribo adiós y te seguiré soñando a pesar del espejo roto y los cimientos podridos.

Escribo pluma y majestad.

Y escribo mi nombre y lejano, una luz que se extingue en el espacio.



 

Iconoclasta

Foto de Iconoclasta.

30 de enero de 2018

Escribir a mano


Una vez leí algo muy bonito respecto a la escritura manual, a la manuscrita:
“Se escribe al ritmo y velocidad a la que se piensa”.
Estoy de acuerdo; pero hay un inconveniente (que no lo es, es genial), hay veces que el pensamiento está muy revolucionado y escribir se hace frenético.
Es algo que solo afecta a tres personas de cada dos millones, no es popular escribir con bolígrafo, lápiz o pluma. Que nadie se asuste, dada la estadística, esta afección no es epidemiológica y no requiere tratamiento.
Si escribo con el pensamiento acelerado, debo darme prisa en transcribir mis notas de nuevo, con más calma; ya que pasadas algunas horas, algunas palabras que he escrito son ininteligibles y deberé intuirlas.
Para escribir quiero la tinta líquida en primer lugar, luego el bolígrafo y en último lugar el lápiz. La tinta fluye dulcemente en la pluma y si escribes con plumín de oro, la escritura se hace muy cómoda y suave. El bolígrafo es práctico y su tinta de aceite es más duradera. Siempre llevo uno encima, junto con la pluma. El lápiz es un último recurso, ya que el grafito en el papel, confrontado con otras hojas, se difumina y pierde contraste.
El contraste y la solidez de las tintas, hace mi pensamiento también sólido. Para bien y para mal.
Por otro lado, escribir con tinta, requiere una disciplina de no arrepentirse jamás, ya que no se puede borrar.
Y lo más atractivo: cuando retiras el capuchón de la pluma y luce el plumín manchado de tinta, ese dramático y caótico contraste me da más trascendencia.
Al final de todo y para la edición, existe el teclado (si es algo que he de publicar), donde todo el dramatismo de la creación ya no guía la mano y la corrección y ordenación de párrafos es más tranquila.
El teclado vendría a ser algo así como tallar el diamante, si es necesario hacerlo.
Los que se enfrentan a un papel en blanco, sufren lo indecible para poder llenarlo; para ellos se han creado las pantallas y los teclados.
Yo soy más elegante, sinceramente.
Y bueno, algunas plumas que tengo son con diferencia, más caras que un teléfono de alta gama o un ordenador.
Cosa que me otorga elitismo y da vida y fortaleza a mi ego.
Algo de lo que me siento absolutamente orgulloso.
Porque con la pluma, puedo escribir y tachar las mentiras de libros, biblias y discursos; y luego escribir sobre todas esas falacias mi última palabra.




Iconoclasta
Foto de Iconoclasta.

25 de febrero de 2014

De papel, tinta y retrasados mentales


Nunca se agotarán las ideas o el pensamiento, al menos el mío y el de uno o dos más que hay en el planeta, en proporción a la cantidad de monos parlantes.
Lo único que se agotará y que prohibirá será el papel y los objetos de escritura, para que nadie pueda perpetuar su pensamiento, si fuera capaz de hacerlo.
El espacio físico donde la idea adquiere tres dimensiones, color, olor y tacto. Con ello existencia.
El sistema triunfa y apenas se usa papel más que para limpiarse el culo, los mocos o el semen de la polla o la vagina. Los han criado idiotas, incapaces de escribir bien, avergonzados de sí mismos y de su caligrafía; para que no escriban y conviertan en algo tangible y duradero lo que piensan.
Si piensan, claro.
El poder se ahorra así mano de obra y tiempo en romper ideas y negar autorías a seres que son más inteligentes e inquietos que la gran mayoría.
El poder corrupto quiere virtualidades que se puedan borrar con un "del" o editar con un "copy paste". Sin autógrafos incómodos.
Para que solo quede lo que ellos escriben, dictan y ordenan escribir.
Es por ello que solo encuentro en las librerías noveluchas baratas como Crepúsculos, Juegos del Hambre y misterios milenarios y esotéricos sin base ni fundamento histórico real. Esoterismo de feria barata. Se encuentran hasta en la sección de hortalizas de los supermercados.
Se pretende que humanos que han sobrepasado ya la adolescencia, continúen leyendo la basura adolescente que los hará subnormales y cobardes eternamente.
La peste de Camus, llegará a prohibirse, como El Exorcista dejó de editarse porque ponía de manifiesto que era peor la religión, el analfabetismo y la sanidad pública que el diablo si existiera.
Me ensucio los dedos al ojear las páginas de los libros de autoayuda: come mierda, da gracias por ello y sé feliz.
Toda esa basura está en la estantería nombrada como imbecilidad y cobardía, en todas las librerías, en todas las pescaderías del mundo.
Por ello el papel  se está prohibiendo, para que nadie pueda escribir nada más que eso.
Mientras la chusma lee cuentitos sin peso ni profundidad, hay una horda de retrasados mentales asesinando gente en un pueblo durante nueve horas sin que aparezca nadie, ni un policía, ni un político. Apenas una reseña un tanto incómoda que anunciar (en Guerrero, México un día antes de la fiesta de la bandera en el 2014, para ser más exacto).
Y así, como en la edad media, cuando el analfabetismo era el arma del poder, ahora lo es la escritura electrónica y la literatura infantiloide y cobarde.
Otras formas de analfabetismo encubierto.
Y si se piensa bien, la humanidad no se merece otra cosa más que trabajar y ser exterminada por corruptos gobiernos en un emotivo día de banderas de mierda.
Apenas un extraño caso de seres que ocupan el papel con su pensamiento entre cientos de miles que follan borrachos y leen basura y ven mierda en la televisión. Todos esos cientos de miles de retardados, se adjudican el intelecto de dos o tres que saben escribir.  Se adjudican capacidad intelectual, cuando solo hay una excepción inteligente cada sesenta años.
Y a medida que escribo mi pensamiento con tinta marrón que resalta contra la blancura del papel como una mancha de diarrea en la sábana blanca o en la santa, llego a la conclusión de que nueve horas de exterminio en una ciudad no son suficientes, es muy poca cosa.
Se requieren turnos de veinticuatro horas asesinando monos parlantes para que la subnormalidad deje de reproducirse a este ritmo ratonil.
Cuando yo muera y descubran los kilos de pensamiento que he escrito y acumulado y los quemen, alguien pensará: menudo hijo de puta era este tipo.
Solo que será demasiado lerdo para darse cuenta de que es incapaz de escribir ni una sola frase de más de tres palabras en una simple carta. Al igual que los más de siete mil millones de habitantes del planeta.
Hay chimpancés que desarrollan un mayor nivel intelectual que un pueblucho con miles de habitantes, a los que matan sin que nadie preste atención.
Y es que la selección natural se abre paso como sea, aun que los retrasados mentales que son los medios para llevarla a cabo, no sean conscientes de lo que son. Tal vez, ni sepa lo que están haciendo, si no es de un modo tan básico como el instinto reproductor de las ratas.
En pocos años, cuando alguien no tenga teléfono para escribir un mensaje, se tendrá que meter un dedo en el ano para escribir con mierda su saludo de subnormal en una pared.
Y luego se lo limpiará chupándoselo.
Buen sexo y feliz imbecilidad.
Y sobre todo, paciencia.








Iconoclasta