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23 de marzo de 2021

Colmada de mediocridad


Los médicos de hoy son incapaces de dar un diagnóstico, ni siquiera como posibilidad informativa al paciente, si no tienen una imagen o un análisis entre las manos que les diga lo que le está ocurriendo. Y si supieran algo de medicina, tampoco diagnosticarían por simple dejadez o para evitar un error que los pudiera poner en evidencia, o por sacarse al paciente de encima rápidamente. Si los médicos de antaño hubieran actuado como los presentes, la especie humana estaría extinta al fin.

Los profesores omiten y tergiversan hechos históricas y éticas practicando un oscurantismo disfrazado de tolerancias dogmáticas impuestas por un gobierno fascista bajo su decorado democrático.

En la universidad, con dinero compras una titulación en cualquier carrera.

Los políticos son auténticos analfabetos que propagan machaconamente su ignorancia entre los habitantes del país que saquean (o pretenden) y cuyos votantes no entienden nada de lo que está perorando el charlatán. Cuando alguien no se entera de lo que dice un político, no se debe a la riqueza ni al academicismo del vocabulario del político; se debe a que el propio timador no entiende lo que le han escrito en el papel y así lo transmite a la chusma que lo escucha con caras de murciélagos colgados de un techo.

Los padres son incapaces de educar a sus hijos porque ellos mismos no fueron educados en la madurez y la ética.

Los hijos crecen débiles, dependiendo de un teléfono, encerrados en grandes granjas (ciudades y pueblos) y viviendo sedentariamente. Recibiendo los mensajes de un televisor que se entromete con sus decretos y dogmas en la intimidad familiar.

La esperanza, la gran esperanza de futuro para esta sociedad decadente, es que los hijos sean directivos de empresas, políticos, científicos importantes, filósofos o yutubers.

Los trabajos manuales o mecánicos, no son una opción para los hijos, ya que los padres no podrían alardear con sus amigos de que sus hijos acaban de entrar a trabajar en una empresa y ya los han nombrado consejeros delegados.

Decir que un hijo es electricista o albañil, es tan vergonzoso como llevar el teléfono móvil prendido del cinturón del pantalón. El analfabetismo funcional y una vanidad irracional y desproporcionada es una mezcla letal para la ética y el coraje.

Nadie se pronuncia en contra de la opinión de otro con firmeza. Se habla despacio, buscando muy bien las palabras (pobreza de léxico), con un tono de voz tirando a susurro para no parecer beligerante y actitud sonriente y tolerante para ponerse en el pellejo del otro.

Se le dice al contrario que comprende su opinión y que la respeta; incluso que tiene la razón, si pretende ser muy molón y amigable.

Es esa falta de determinación y valor, con la que los padres impregnan a sus hijos de la mediocridad que los docentes de los colegios no han acabado de inducirles.

Fumar puede ser un vicio asqueroso; pero si en lugar de tabaco los hijos fuman marihuana, “está bien si no abusas”. Emborracharse los fines de semana es incluso necesario, ya que ayuda a desahogar la tensión de la esclavitud del estudio y la poca trascendencia propia. Y así, miles de universitarios, varias veces al año se concentran por millares en un único rebaño para celebrar que se han rasurado esa mañana al despertar los genitales.

Y así es como al final, una sola persona, con toda probabilidad un inmigrante; realiza el trabajo de veinte.

La sociedad actual ya no puede absorber más mediocridad, se ha colmatado de ella. Y de hipocresía y banalidad.

Y de una cobardía que asesina libertad, coraje y entendimiento.

Los borregos se dejan hacer, comen sin dudar lo que su fascista amo les proporciona y se meten obedientes en el redil cuando se les ordena dejando paso a las brigadas nocturnas que recogerán sus excrementos y entre ellos, su libertad para procesarla en comida rancia de nuevo.

Esta sociedad es una inmensa corporación de ganadería humana.

Y cuando hay que sacrificar a las reses, éstas aceptan el designio con aplausos y cariño hacia su matarife: el analfabeto político que ha impuesto mediante decreto a unos ignorantes veterinarios o curanderos para envenenarlos.







Iconoclasta

30 de abril de 2020

Coronavirus: la nueva sociedad revelada


España es una de las sociedades más oscuras y opacas del mundo, es el ejemplo máximo del advenimiento de la tiranía de los estafadores de paternal retórica; pero no quita por ello un ápice de despotismo al resto de países que anuncian una nueva era de mierda gracias al terrorismo de estado del coronavirus: en lo que se han convertido sus habitantes o votantes y el destino que les espera.
En Ripoll, donde vivo, hay un túnel bajo las vías del tren que lo resume todo con una decepcionante y escalofriante claridad.
El acoso y la extorsión en España, es tan solo la muestra de un catálogo de miseria, hipocresía y control dictatorial a los que se verán sometidos todos los rebaños humanos de todas las naciones-granjas.
Igual que España, el resto del mundo ha marcado un camino lleno de sombras, sin ninguna bifurcación, sin un lugar en el que protegerse de la amenaza de los policías que hacen guardia formando oscuros muros de opresión. De aniquilación de cualquier tipo de libre pensamiento.
Así han quedado la sociedades una vez aniquilada la fuerza, la pasión, la creatividad y la libertad del individuo: todo son manadas de rumiantes sin más inquietud que mal reproducirse ebrios e idiotas.
Han hecho de la vida un túnel sucio, de paredes ennegrecidas por la pobreza, el miedo, la represión y la mentira institucional. El pensamiento creativo, el poder y libertad del individualismo han sido devorados por la imbecilidad de la sociedad grupal, del pensamiento insectil que insulta a la inteligencia única de cada hombre y mujer de los que aún pudiera haber.
La mediocridad más pura, más carente de ningún tipo de rasgo, se ha instalado de la mano del gran engaño, ha creado un pensamiento obsceno, comparable al de una colonia de insectos cualquiera.
En la oscuridad de esos cenagosos muros del túnel se castrará con comodidad y en serie a todos los humanos que aún ostenten un libre pensamiento crítico, convirtiéndolos en cerdos de granja que avanzan hacia el dibujito que ellos ven como una pantalla de ordenador conectado a la red.
No se dan cuenta que el dibujo indigno e infantil, es el tope de su propia libertad, de su irrelevante intelecto. De su mediocridad tallada a golpes de sonrisas idiotas, de paternalismos y lágrimas de mal actor. De una indecente decadencia de cobardía y fe ciega en sus matarifes.
Es la nueva sociedad donde caminan todos juntos y hermanados hacia libertades que limitan con los oscuros muros del estrecho e infame túnel decorado con infantiloides mentiras de bondades que indignamente creen. La única libertad es el muro al final del túnel.
La mediocridad es el cáncer del pensamiento. Y ahora todos lucen su tumor como una mierda envuelta para regalo. Creyendo las patrañas de sus líderes cuando les decían que eran héroes por quedarse en su casa “confinados” y cagados de miedo, que así luchaban contra la enfermedad.
Te juro que se lo creyeron de verdad, te juro que dan ganas de vomitar ante tanta hipocresía y retraso mental. Deberían llevar a juicio a esos millones y millones humanos-vacas que creyeron que su cobardía era auténtico heroísmo. Los he visto y los he olido; y son seres humanos formados con excrementos y cables viejos.
Es necesaria una extinción, hoy más que nunca.
Lo malo no es la enfermedad. El coronavirus hace lo que debe y puede para limpiar de basura una especie que es plaga.
Lo malo son los cobardes que han asomado sus antenas de cucarachas desde las ventanas y balcones de sus casas, mirando la peste avanzar bajo el manto protector de su dictador que los hizo tarados hace generaciones atrás.
Lo malo es la hipocresía ofensiva de esa alegría en tiempos de muerte, de los aplausos que el gobierno les ha condicionado a ofrecer, con fe ciega en que serán salvados por ellos, por sus matarifes.
Son los descendientes directos de los que quemaban brujas y seres humanos en hornos industriales.
Lo malo es una sociedad degenerada y decadente que vive sobre ríos de mierda, orina y ratas.
Es una sociedad prescindible, no hace bien al planeta.
Y lo que ha de morir debe morir.
Debería…
Pero no ha podido ser.
Es pecado mortal gastar recursos y tiempo en cosas perdidas, como esos rebaños de millones de humanos, ya bestias de pastoreo, que se dirigen felices de su mezquina existencia hacia el único destino, un muro, el puto muro al final del túnel.
Las ratas jamás deberían haber subido a la superficie de las ciudades.
Al final del sórdido túnel debería haber una picadora de carne; pero nada es perfecto.
No hay que matarlos, solo mantenerlos estabulados y que rindan beneficios con obediencia grupal a cambio de no sufrir por coronavirus.
El coste ha sido la especie humana misma, su degeneración, la aniquilación de la creatividad, la inteligencia, la libertad, la independencia y la grandeza del individuo.
Porque solo el individuo merece la vida; las masas, la colectividad es el insulto, la degeneración insoportable de una sociedad podrida que debe desaparecer por peste o por balas.






Iconoclasta
Foto de Iconoclasta.