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1 de noviembre de 2015

Ofrendados


Fumo al son de la música recostado en el sillón y observo a papá acercándose translúcido a la ofrenda.

- ¡Has venido, papá! Creí que no...

Papá se gira hacia a mí sonriendo con tristeza.

- No, Pablo. Has llegado tú.

Justo al lado  del retrato de papá, hay uno mío también.

- Feliz día de muertos, hijo.

Y me abraza.

Y yo lo aprieto fuerte contra mí, huele como lo recordaba cuando hace mil años era niño.

La ofrenda se hace un planeta, una llanura enorme. Caminamos entre calaveritas de azúcar, pan de muerto, botellitas de rompope, flores y la niebla que forma el copal al arder.

Mi padre coge el paquete de cigarrillos que alguien que nos amaba, nos ofrendó. Y usamos el copal para encender un par. Charlando translúcidos, atravesamos una hoja de papel picado.

Me alegro que sea tan bonito y no como yo temía.

 Nos convertimos en todo y en nada contándonos cómo fue la vida, si valió la pena.

Sonrío porque ya está, ya pasó todo, me lo dice papá fumando mientras la trompeta de El silencio suena cada vez más lejana desde los altavoces.

Feliz día, padre.



Iconoclasta

31 de octubre de 2015

Una ofrenda a mis amigos mexicanos


Era el uno de noviembre, sábado. Y día de muertos.
No creo en los muertos, hay muerte y todas las cosas se acaban, o retóricamente, fenecen.
Una vez muertos los humanos y los animales, no hay razón para dedicarles nada porque dejan de existir. No hay almas libres y flotantes en el mundo; pero ya se sabe que las gentes necesitan alicientes para vivir y no deprimirse, por ello se crean celebraciones que les haga olvidar por unos minutos su miserable vida esclava. 
Los muertos también pueden ser un buen motivo para pillar una buena curda.
Yo no celebro nada de eso, porque nadie puede engañarme sobre mi mierda de vida, prefiero joderme de ira e insultar, a sonreír como si fuera idiota mientras me la meten por el culo sin mantequilla.
La Antorcha Humana hizo un arco en el cielo y sonreí al salir a la calle.
Así que de México me traje esa hermosa tradición de las ofrendas del día de muertos, solo que yo celebro el día de vivos, de mis queridos humanos que ríen y hablan y cantan y juegan. 
Lo despreciable tiene también un recuerdo para no olvidar que hay mala gente, no soy tan estúpido de obviar lo repugnante en nombre de lo bueno. Las dos cosas conviven  entrelazadas como la sangre y las heces del excremento de un enfermo.
Era un gran día el de los muertos del 2014, mi día escogido. Ansiadamente esperado para obtener la libertad y echar la podredumbre de mi lado. Tras más de dos años de lucha, por fin era el momento propicio para deshacerme de la rémora, ya no tenía el pretexto de sus hijos y un lugar para ellos y continuar su chantaje. Doy gracias a sus borracheras por ello.
Soy lo que rima con joya de rápido aprovechando las oportunidades (obsérvese que me soplo y froto las uñas de la mano en el pecho).
Así que mientras ella se tiraba al deficiente mental de su compañero de trabajo en el almacén (o en un motel de mal gusto, como otras veces y con tantos otros), ambos sacando la lengua y diciendo: "cuidado no nos vayamos a trompezar con las manderas, porque ya vistes: están deshordenadas". Yo salía con un buen amigo al centro de la ciudad a desayunar unos tacos y ver tiendas de electrónica.
Bueno... Solo unos tacos no, mi amigo se comió un plato de fruta y helado que pensé que no se acabaría nunca (XXXL). Eructamos los dos al tiempo, a pesar de que yo no comí de aquella montaña de fruta y dulce; yo devoré un taco árabe con queso que aún me hace la boca agua al recordar aquellas buenas carnes.
Qué buen recuerdo... Empezó bien el día y yo sabía que seguiría así, tenía ese buen presentimiento de que el día de muertos sería a partir de entonces, especialmente festivo para mí.
Supermán surcó el cielo con los calzones por fuera, como siempre, contrastando contra un cielo gris.
Decidí celebrar mi particular día de muertos (por lo que iba a morir) ofrendándome una consola Nintendo con un juego de Super Mario Kart. Ya estaba saboreando mi futura libertad y tranquilidad.
Un sujeto con retraso mental (no patológico, sino adquirido con voluntad) y analfabetismo, no tiene futuro con alguien medio inteligente o un tanto informado. Así que es normal que se estuviera revolcando en mierda con un idiota mientras yo me gastaba una pasta en un buen desayuno y electrónica.
Hacía muy bien, porque ningún ser con ciertas inquietudes o ética puede permanecer demasiado tiempo al lado de alguien como aquella rémora sin sentir que está tirando su tiempo a la basura. Mejor que se quedara con el burro, porque era eso o nada.
Además, los idiotas se aburren si no tienen algo que llevarse a la boca, lo que sea.
Lo que sea por infectado o sucio que esté...
Los tontos con los tontos, es la única forma posible de que sean medianamente felices. Siempre están buscando entre la basura y encuentran algo todos los días: justo lo que yo desecho.
Hulk, con un rugido iracundo, le arrancó el motor a un coche que circulaba por Reforma porque invadió el paso de peatones mientras lo cruzaba.
Cuando vas bien acompañado o solo, el mundo se hace más interesante. Estaba contento aquel sábado, ya sin presión.
Así que tras llegar a casa y despedirme de mi amigo hasta la noche, en la que pasaríamos una velada de juego, charla y música acompañados de mi querida amiga, su esposa, me dediqué a conectar la consola esperando con impaciencia a que la "licenciada" llegara con su rótulo de neón en la frente que decía: he cogido con el tarado esta mañana y esta noche de muertos cojo con él y con otros.
Y me parecía bien, solo quería que desapareciera.
Borrarla con un par de palabras muy claras.
Esas ofrendas mexicanas, son hermosas, son entrañables; aunque no crea en el motivo por el que se hacen. Me encantaba el gusto y el cariño que ponen en crearlas, la cantidad de detalles que habían en aquellas mesas repletas de dulces, velas, papel picado y objetos de recuerdo, fotos, comida y flores.
Y su olor...
Aquella hermosa pequeña queriéndose comer los dulces, montando guardia para hacerse con uno. Como la echo de menos...
Y así, a las cuatro de la tarde apareció con su impecable hipocresía y olor a macho idiota impregnado en la piel y en la ropa; envanecida como una "Reina Midas", solo que lo que toca lo convierte en mierda.
Bugs Bunny me preguntó royendo una zanahoria: ¿Qué hay de nuevo, viejo?
Y ambos la miramos con una media sonrisa.
A las cuatro y media, configurando la consola, comiendo unas croquetas y sin apenas mirarla a la cara, la envié a la mierda, literalmente. Tras llorar un poco porque a partir de ese momento tendría que pagarse ella solita el plan de su celular, se largó con ese aroma rancio de las cogidas reproductoras, conejiles y recientes en moteles y cuchitriles sucios.
La ordinaria cerró la puerta tras de sí y ya no volvería a verla nunca más. Cerré los ojos por fin descansado, fumando sin ser consciente.
Me duché para quitarme ese aroma que dejó en el aire y empecé a pensar en maletas, viajes y apartamentos, en nuevas ciudades y en acabar de configurar la consola para empezar a jugar.
La mañana siguiente fue una mañana de claridad y de paz, de liberación.
El gran día de muertos fue mi día de vivos.
Y todo empezó a ir bien, a la semana siguiente en el cine vi una gran película de ciencia ficción y viajes tristes: Interstellar, mi primer y agradable recuerdo de mi ansiada soledad y libertad. Maravilloso. La primera experiencia que barrió los años de sordidez con aquel burro a mi lado.
Cada día el aire era más limpio, los amaneceres de cafés y música tranquila. Las mañanas y las tardes de chocolates helados y paseos.
Y mi piel más limpia, ya no había rastro de la rémora.
Encontré un paraje precioso para vivir y poner kilómetros de por medio entre aquella y yo; sabía que cuando necesitara dinero, haría lo posible por ensuciar mi vida de nuevo.
Cuando vives al lado de algo podrido, te salpica continuamente, te lo has de quitar de encima y alejarte para no enfermar. Tiene el coste de dejar lo que quieres, nada es perfecto.
Y  por ello, por mis amigos, me traje el cariño de las ofrendas, para recordarlos siempre: cigarros, inquietudes, charlas y risas...
Elegí aquel día de muertos a conciencia, con frialdad. No me importaba esperar semana más o menos; me di el gusto de que fuera en ese día tan especial en  México.
Día de muertos: una metáfora y una realidad.
Quedaría un entrañable recuerdo de aquellas ofrendas que ya no volvería a ver en mucho tiempo, me dejarían un dulce sabor de la añoranza de un lugar y una gente hermosa: mis amigos que combatían con su presencia la miseria que aquella tipa arrastraba tras de sí cuando entraba en la casa.
Y así ofrendo a lo vivo, a lo que quiero, en este día de muertos.
Tengo una ofrenda de cariños con rummys, juguetes, cartas, canciones, dulces, refrescos, cerveza, botanas, paletas, helados y letras de amor y amistad. Cierro los ojos escuchando la película de Matilda, con mi pequeña amada amiga comiendo cacahuates muy pegada a mí en el sillón. Conservo el calor de su  cabecita en mi brazo.
El Capitán América vuela sobre su escudo y rompe una farola. Es espectacular la libertad, te deja ver cosas que antes estaban oscuras. No tener que soportar la miseria de otro ser.
Jugamos al rummy los amigos mientras nos contamos los más increíbles chismes y chistes en noches musicales y nebulosas de placenteros cigarrillos.
Un charco de agua de hielo deshecho en el suelo y risas a la madrugada.
Y tomamos gigantescos cafés y raciones de pastel durante horas de charla, llenando ceniceros.
Risas "jamonas"...
Y  ofrendo a lo malo, a lo podrido, para que jamás vuelva. Para no olvidar que existe la ponzoña. Una ofrenda con un cochecito verde y uno gris con gusanos dentro, metidos en un zapato sucio de tacón que reposa en dos tangas sucios y apelmazados. Y un vestidito corto negro, barato y sucio de manchas blanquecinas y vómito. Esa ofrenda la tengo al lado del cubo de la basura.
Yo no ofrendo a los muertos, ofrendo a los amigos siempre vivos, a la libertad que conseguí aquel día, a las mañanas libres y frescas. En mi casa no entrarán muertos, solo acepto cariños y sonrisas en una ofrenda para sonreír al pensar en ellos. 
Y tengo ese monumento al asco que me hace suspirar aliviado al recordar que un día como hoy, un uno de noviembre, pude arrancarlo de mi vida. http://ultrajant.blogspot.com.es/2015/03/adios-putilla-adios.html

Queridos amigos mexicanos, si un día nos encontramos de nuevo, que sea un uno de noviembre, que es el día (mío) de mis mejores amigos y momentos. Por mucho que digan que es de muertos.
Feliz día grandes y pequeñas amigas y amigos, no os olvido.
Sois tantos, que sois innombrables, vosotros sabéis que os quiero. Eso es lo que importa.
Hasta pronto.



Iconoclasta

29 de octubre de 2013

El día de muertos y las ofrendas


Me gustan todos esos colores fuertes y vivos, tantos detalles: fotos, figuras, dulces, panes, licores, calaveras de dulce y flores de color naranja que forman una cruz. Cigarrillos... mejores que dos monedas en mis ojos muertos.
El aroma que impregna la casa de papel picado, veladoras y flores que poco a poco se marchitan, es inconfundible como el olor a musgo fresco en la escayola de un belén de navidad.
La ofrenda es la ingenua mirada a la muerte, un terror rayano en la histeria que lleva a personificar el fin de la vida y darle nombre y entidad. Un infantil intento de hacerse aliado de la muerte para que no se los lleve antes de tiempo, y si así fuera, deben tener la firme convicción de que estarán vivos de alguna forma al final de todo.
Les hace olvidar con una también ingenua hipocresía, que una vez despreciaron al que está muerto, y todo fue amor y dicha.
Es adorar a un volcán para que no los entierre bajo su lava y cenizas, cosa que se hace también.
No hay valentía en el día de muertos, solo eso: una temerosa e inocente forma de unirse al enemigo porque no se puede vencer.
Hay que decorar lo sórdido y disfrazar la cobardía con supuesta alegría para no reconocer que ha llegado el fin. Que algo o alguien ha muerto.
Las ofrendas, las hermosas y tiernas ofrendas, son obra del miedo y del triste recuerdo.
Son preciosas, hipnóticas. Quisiera tener siempre una en casa solo para posar la mirada en ella e invadirme de tanto color y tantos detalles que observar, sé que los muertos no vuelven, no están en ningún lugar, ni siquiera existen; esa certeza le da más valor e importancia a mi gusto por las ofrendas, son bonitas en si mismas; sin acto alguno de cobarde fe o ritual tradicional en la forma en que las aprecio. Sirven para evadirme de tantos errores y frustraciones, y pensar que la muerte lo arregla todo, lo deja todo en su lugar.
Como debía ser, como debió ser antes de que todos cometieran (cometimos) aquel error.
A veces, al mirarlas, pienso que son la esperanza de que una mala vida pueda acabar pronto.
Las ofrendas son pequeños mundos a los que no hay que viajar en nave espacial.
Me encantan.
Gloria a dios en las alturas y a los muertos con su rompope y cigarrillos que nunca probarán.

Buen sexo.







Iconoclasta