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Mostrando entradas con la etiqueta nubes. Mostrar todas las entradas
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20 de enero de 2024

lp--Vapor de almas--ic


No sé qué pensar y definir concretamente cuando de las selváticas montañas se elevan jirones de vapor hasta formar nubes que ascienden expandiéndose en una libertad celestial.

Haciéndose una...

El vapor envuelve las ruinas de una ermita y no puedo concluir si es un azar o las nubes buscando salvación.

¿Es el calor acumulado en la tierra el que forma el vapor? ¿O son almas que exhalan los cadáveres y la fronda seca del bosque que, al fin han aceptado la muerte al sentir sus restos ya siempre fríos?

No creo en las almas, creo en los cerebros y sus cualidades, si las tuvieran.

Como estilismo y retórica, volver a imaginar el vapor como alma y jugar con ella no puede hacer daño. El mundo humano está tan lleno de maldades que es inevitable que el pensamiento divague alejándose de la macabra realidad como las almas ascienden al cielo amando rasgadamente a sus montañas.

Almas arrastrándose por las nemorosas laderas, perezosas caricias ascendentes sin prisas. Susurrándoles sus últimas confidencias antes de llegar al cielo y fundirse.

Secretos...

No tengo secretos, sólo vergüenzas pasadas que no puedo olvidar. Errores, defectos, ignorancias...

Los secretos son cosas extraordinarias que por tu seguridad escondes escrupulosamente. Yo jamás he ostentado semejante poder.

El amor no es secreto, es dramático porque los ideales son efímeras mariposas que mueren aplastadas por la esclavitud humana y su multitudinaria mediocridad, los pecados originales con los que nacen los pobres bebés en la civilización.

Ahora estoy seguro de que el vapor son almas escapando de la esclavitud.

Todo encaja en la contemplación solitaria y silenciosa, en el íntimo frío desapacible.

El amor duele porque se define con las precisas palabras dolientes de esperas y ansias; si no se definiera sería un instinto.

Soy el dios ignorado de la simplicidad, del minimalismo filológico.

Del pensamiento rápido.

Y afilado si pudiera ser.

En una sola palabra cabe un universo.

Si fuera vapor ascendería por su cuerpo susurrándole confidencias como hacen las nubes a sus bosques... Emergiendo de su monte de Venus, dejaría parte de mí en su piel, como ella con sus uñas trazaba líneas quebradas en mi pecho cabalgándome.

Jadeando...

Extendería un rocío cálido en su vientre y difuminaría con mi niebla las endurecidas cimas de sus vibrantes montañas. Y al fin, me enfrentaría a su rostro e inundando de mi vapor su boca, le suspiraría lo mucho que la amo, a tan solo un instante de fusionarme con otras almas y ya no reconocerme, ser nada...




Iconoclasta

Foto de Iconoclasta.

25 de septiembre de 2023

lp--Mi afilado amor--ic


Tengo el amor tan clavado en la carne que es imposible ignorarlo.

No hay día que esa astilla no se mueva y libere un doloroso placer enrojecido de una delirante esperanza, una ilusión cuasi infantil.

Y sin tocarme, se me derrama un semen como un lamento…

No hay día que cuando sangra al moverse, me libere de la carne haciéndome vapor hacia donde habita.

Soy nubes rectas como flechas, deshilachándose veloces para clavarme entre sus muslos.

Mi puño veloz como ellas fustiga hasta despellejar el deseo del cíclope amoratado y ciego. Mi bálano es un volcán incruento de bebés sin esperanza de nacer.

Amar es una acto de locura y un surrealismo impío que concilia el sueño y la realidad.

Y soy crema cálida desbordándose por su coño…

Mi amor que se hace jirones en el cielo indolora y majestuosamente liberando la energía que la urgencia tiene y haciendo por unos segundos, el pensamiento algodón.

Ser aire, al fin, en sus pulmones.

Porque adonde la carne no llega, el vapor lo inunda.

Si no fuera así ¿para qué existo?

Un semen desembocando a ninguna parte por las laderas de mi pene ardiente…

Solidificándose en frío sin sus dedos que lo templen.

Tengo el amor tan clavado que no comprendo cómo puede latir el corazón.

No entiendo porque quiere latir así…



Iconoclasta

Foto de Iconoclasta.

19 de abril de 2022

Esperanza, nubes y otros deshechos


Cuando alimentas la esperanza de que las nubes mantengan el sol cubierto, las muy bordes se van y te dejan indefenso y solo a sus putos rayos.

Y dan ganas de repartir hostias a quien sea.

No está nada bien que te ilusionen y luego te jodan. Es habitual; pero no está bien.

La vida es una cochina metáfora de sí misma.

¡Coño! ¿Dónde está el meteorito de la próxima glaciación?

Es una época de mierda, nazismo, crisis nazista, gripe nazista y calor nazista.

Alguien debería matar a alguien, digo yo. Y digo bien.

Pareciera que dios si existiera, fuera un cochino corrupto que ha aceptado sobornos de las democracias nazis del coronavirus. Y las de la guerra ruso-ucraniana, que son exactamente las mismas.

Parece imposible que una democracia sea nazi y genocida ¿no?

Pues como todo dios ha podido comprobar, se ha convertido este hecho en una vulgaridad más de estas sociedades de adultos infantilizados y globalizados en un gran y poderoso analfabetismo funcional.

Es tan notorio el analfabetismo que la RAE corregirá “analfabetismo” por “hanalfabetismo”, para no herir susceptibilidades de puritanos y maricas.

La mierda nunca cae sola, lleva trozos variados de cosas innombrables, otros deshechos. 




Iconoclasta

Foto de Iconoclasta.

11 de agosto de 2019

Mis amigas las oscuras nubes


Se han formado unas oscuras nubes que han tapado el sol y me he apresurado a salir de casa para pasear bajo su amparo.
Cuando me he encontrado con las montañas de frente, el cielo me ha saludado con una brisa de aire sorprendentemente fresco. Le he dado las gracias, alzando levemente la visera de la gorra, entornando los ojos por la caricia. He sentido vergüenza por este acto de frívola ingenuidad y he sonreído sinceramente sin poder evitarlo.
Y me he sentido un poco desfallecer por la repentina relajación del cuerpo.
No sabía que estuviera tan agotado.
Me he sentado en una piedra, porque el placer del aire fresco no consigue aplacar el dolor de caminar; no me quejo, simplemente procuro gestionar un poco el caos del dolor y la frustración. Nada especial, unas palabras escritas en una libreta que me otorgan una importancia que no tengo. Cuando escribo todo el dolor se queda en el papel, infectado por la tinta que calienta mi mano. Es terapia de locos.
Se ha oscurecido un poco más el cielo y la brisa se ha convertido en viento, con un sonido suave como las olas del mar sereno.
He encendido un cigarrillo, con cada bocanada me entraba aire fresco que daba paz a algo oculto que tengo dentro y que no sabría decir si soy yo o lo que quisiera ser.
El cielo me pregunta ¿Está bien así?
Le he respondido cerrando los ojos aliviado, he visto desde muy lejos de mí el bolígrafo detenido en el aire, suspendido a unos centímetros del papel. Un acto de inmovilidad mística.
Mis manos tan relajadas… No necesitaban nada. Y los ojos seguían perezosamente las continuas reverencias que las agitadas ramas de los árboles hacían al universo. A nadie.
No ha aparecido ningún ser humano en quince minutos o tal vez en tres semanas. Estaba tan solo que sentía que era el preciso e íntimo momento de morir; pero no me dolía el corazón.
La detonación de un escape de aire de un tren que se acerca me ha sobresaltado de tan aislado que estaba.
A veces pasa que pierdes el control y te vas adentro y profundo.
Son los momentos por los que vale la pena vivir un poco más.
Una mujer ha aparecido paseando un perro y me ha saludado con una sonrisa amable mirando una hoja de mi cuaderno agitándose.
Vivir un poco más…
Aunque no demasiado, no puedo perder mi angustia; la que me aferra a la tierra con los dedos crispados, enterrados en ella.
Pienso que si dejo de sufrir, dejo de existir. Disciplina.
Me duele la espalda por culpa de la pierna podrida y maldigo el momento de levantarme.
Y el viento me ofrece un ligero empujón inflando mi camisa de frescor.
Puedo ver mis propias pestañas cerrando el campo de visión y tomo el control.
Podría aparecer el sol de repente e incinerarme rabioso.
Hasta siempre, preciosas nubes.





Iconoclasta
Foto de Iconoclasta.

6 de abril de 2019

Un dragón se acicala


Un solitario camina y mira al cielo porque entre la tormentosa nube, se abre un agujero por el que el sol intenta desesperadamente lucir.
En principio el hombre ajeno al mundo piensa que dios le va a dejar caer a los pies una tabla con diez mandamientos obscenos y se ríe.
Es un cínico demasiado curtido que sabe todo lo que es imposible.
Al solitario le lloriquean los ojos ante esa luz, o porque está un poco cansado del dolor. No importa, es divertido sentir emociones por banalidades que no pesan demasiado.
La realidad es demasiado aburrida, más de lo mismo y más y más y más…
Y ocurre que sus ojos quieren ver un dragón que se ha detenido en pleno vuelo para acicalarse flotando con absoluta naturalidad, ajeno a él y a La Tierra.
Mi amor, era yo el solitario…
Y el dragón, tal vez.
Estar solo tiene sus ventajas y desvaríos, lo digo por mí. El dragón me parece cuerdo, sinceramente.
En lugar de aparecer tú en el cielo, se formó el dragón.
Podría haberse rasgado la nube en vertical, en dos franjas que dibujaran tus muslos y el delta que forma tu deseado coño. Algo que me evocara a ti, me sobra indecencia para imaginarte.
Porque imaginar tu rostro entre las nubes, es demasiado complejo para el azar y las divinidades; y si lo viera pensaría que sufro una enfermedad mental.
No creo en dragones, ni tengo una especial predilección por ellos; pero ahí está.
Y yo debajo…
Faltabas tú para que apremiándote y señalando la mancha de luz, te preguntara qué ves.
Y besarte a traición el cuello apresando tus soberanos pechos en un abrazo de lujuria y posesión.
El hombre solitario siente aún más la fría y serena soledad observando al dragón aseándose. Lamenta no poder flotar hasta él y decirle: “Hola dragón ¿me puedes llevar lejos con tus poderosas alas? Me duelen lo pies, por decir lo mínimo. Adonde tú vayas me parecerá bien”. 
Se cierra la nube devorando al dragón y siente una triste sensación de pérdida que crea un leve rictus de dolor en su rostro que ahora mira el suelo.
Clava con firmeza el bastón en La Tierra y empieza a caminar pensando en la improbabilidad de la magia.
El del bastón, soy yo, mi amor, atrapado en el triste final de un cuento de dragones y mazmorras.
Sin ti de nuevo…




Iconoclasta
Foto de Iconoclasta.


13 de noviembre de 2018

Estoy ahí


No fotografío lo que veo, fotografío lo que soy.
Estoy ahí, dentro y a su alrededor.
Estoy ahí y soy materia.
Soy ahí y soy bestia.
Soy sol y nube, luz y oscuridad, hierba y tierra y el graznido de un cuervo que anuncia deseo y muerte con el mismo tono enojado.
Fotografío lo que soy. Y soy parte de esa catedral de árboles y montañas que sol y nubes hacen templo de vida.
Hay coros que elevan al cielo las plegarias muertas y vivas antiguas como mi alma.
Fotografío lo que soy y nunca hubiera pensado ser tan bello.
Fotografío lo que soy: la libertad absoluta es abrumadora. Monumental.
Una vez fotografié lo que veía, hace eones de latidos. Y no me gustó, no me gusté.
Si fotografías lo que eres y no te gusta, te compadezco y te entiendo.
Conocí aquello.




Iconoclasta
Fotografía de Iconoclasta.

9 de mayo de 2018

Una nube indecente

Como esa nube que sale tras la montaña, así quiero salir de entre tus piernas abiertas. O de tu boca que aún jadea el placer de un orgasmo ansiado.
Enroscarme en tus pezones duros y lloverlos con mi lengua ardiente, pesada, reptante…
Salir de ti como una nube satisfecha, que te ha arañado, besado, lamido, mordido, acariciado y anhelado los labios de tu coño y lo más íntimo de tus muslos.
Aparecer lentamente, de entre el temblor de tus muslos, con mi boca nebulosa llena aún de tu coño. De la baba del deseo que has derramado en mí, en mi rostro gaseoso. Mi rostro agotado de tanto desearte.
Soy tu lluvia y me has llovido…
Lluvia sobre lluvia…
Yo no soy la nube bonita que saluda al mundo y aparece para acariciar el verde de la montaña y sustentar a pájaros de primavera que pareciera que la saludan.
No soy la nube ufana y hermosa.
Soy la nube indecente que te ha follado, que se ha metido entre los labios de tu coño y te ha besado vertical y profundamente.
Que ha lanzado y clavado un puto rayo lácteo y ahora tu raja llora blanco.
Soy una tempestad de amor y obscenidad que habita en lo más sagrado que hay en ti: tu coño, la puerta dimensional por la que acceder a tu alma, a toda tú.
Yo no soy la nube bonita de algodón.
Soy la nube que te jode, que te desgarraría toda sin control, si perdiera la poca razón que me queda.
Solo quiero ser eso, cielo.
Una nube indecente que emerge vanidosa y satisfecha de entre tus divinos muslos voluptuosos.
Y luego no importa deshacerme en jirones, porque habré hecho lo que debía. Para lo que fui parido.
Veo el hermoso cielo, y no puedo evitar pensar en ti de la forma más íntima e indecente.
De la forma más desesperada.
¿Verdad que me entiendes, cielo?
Besos de algodón en tus cuatro labios divinos.





Iconoclasta
Foto de Iconoclasta



16 de septiembre de 2016

Cortejo fúnebre


 Las primeras nubes de un otoño aún no nato tienen una perfecta nitidez y una sólida grisentería. Es la deliciosa melancolía que hace importante e intensa la vida. Densa y palpable.
No es bueno morir en otoño, te pierdes lo mejor.
No mueras en otoño, me digo, me ruego.
Son el cortejo fúnebre de las alegrías (sus cadáveres) de un verano muerto y su ardor insoportable y sórdido.
Y está bien, son hermosas las cruentas plañideras vestidas de blanco sudario y gris llanto deslizándose en el cielo.
Les acompaña una luz límpida que anhelaba hace tiempo y relaja mis ojos duros y secos.
El silencio de las emociones muertas es un coro de hojas secas, de hojas agónicas zarandeadas por la brisa, pisadas con tranquilidad, como si no les doliera; una alfombra de luminosos amarillos y nostálgicos marrones que se hace tupida por momentos, hasta cubrir los zapatos.
Hasta cubrir los marchitos recuerdos.
Y así, con el color de la pureza y el plomo, y el silencio de un coro quebradizo; se forma el colosal  e imparable espectáculo de las altas tristezas y lo que murió hace apenas unos días, unos minutos, unos segundos...
Es una gota lo que ha caído del cielo en mis ojos, no es la lágrima por las emociones muertas, no es un llanto plañidero.
El cortejo fúnebre no llueve demasiado, solo entristece un exceso de alegría que ya degeneraba a la banalidad.
Y miras al cielo con los ojos cerrados gozando de la caricia de la melancolía.
Y da paz.
No mueras en otoño...



Iconoclasta
Foto de Iconoclasta

3 de junio de 2016

Un horizonte de libertad y amor


No hay nadie que pueda estropear el momento diciendo que va a llover, que el cielo presagia muerte. Que hace viento...

Bendita la libertad de la soledad...

Cuando amenaza lluvia voy hacia las montañas, con psicótica ansiedad.

Cuando la gente se resguarda, yo emerjo.

Es el cielo que siempre soñé, es la fuerza que siempre quise sentir.

No ver un horizonte de tragedia ha sido la tristeza de cada día al despertar.

He estado  a punto de no llegar; pero no le hice caso a nada ni a nadie.

Sigo el camino del dolor ignorándolo. La soledad es compañía y me lleva adentro de mí mismo, con cariño, con paciencia. Calmando mis náuseas por el vértigo de la vida que pasa doliente.

Y un fuerte viento me dice que todo está bien. Me hace sentir indómito, salvaje.

El viento que me forja, que me endurece.

Él serena toda mi frustración pasada, la melancolía de no haber nacido aquí, de llegar a este cielo cuando ya he gastado casi toda la vida.

Mis nubes grises y de un azul cobalto que parecen amenazar con aplastar a todos los seres que vivimos bajo ellas, me dan una libertad que se eleva por encima de las montañas.
Mis moléculas quisieran formar de ellas.

Las nubes tiran de mi piel para arrastrarme allá arriba.

Entrecierro los ojos ante el viento que refresca dolores y cansancios, como si me acariciara.

Y el viento se convierte en los lejanos besos de ella. Ella que me ve como si fuera un hombre completo. El aire es fresco como tienen que ser sus labios, dice que nos olvide el mundo durante los largos besos.

Sus palabras y el cielo denso y funesto. El decorado hermoso y preciso para un vida y una muerte.

Porque es un buen momento para morir con dignidad y amado.
Amando...
Antes de que estropee, por favor.

En el íntimo y solitario camino, el viento se torna ráfagas de amor que arrasan, que me arrancan de mi rostro todo lo que dolió, lo que duele y lo que dolerá. Lo que no gustó y lo que no gustará.

Cierro los ojos pensando en su boca y en las marcas de su biquini, en  su culo... Y bajo las nubes que dejan ya caer gruesas gotas, tengo una erección salvaje y libre. Ella sonreiría y  me besaría muy pegada a mí para sentir lo que provoca.

Yo sonrío al viento que es ella.

Ella desnuda.

Ella húmeda.

Ella pegada a mí.

No me he dado cuenta del tiempo y la distancia que he consumido y recorrido, estoy tan lejos que soy nube.

Ya nadie me distingue, soy de color azul cobalto para alguien que mire el horizonte.

Me basta con ese privilegio.

Ha valido la pena.

Ahora toca volver, para ello utilizaré medio cerebro para obligar a mis piernas a no quedarse bajo el cielo lo que me queda de vida.

La otra mitad del cerebro trabajará en combinar la palabras adecuadamente para intentar plasmar la belleza de la que soy víctima.

Soy víctima de ella, mi amor.

De las nubes y el viento, mi libertad, mi hombría.

Mi naturaleza salvaje tanto tiempo aplastada por los mediocres días se rebela y se expande, quiere ser vapor y trascender.

Mi muerte digna...

Nadie tendrá que incinerar mi cadáver, un rayo me desintegrará.



Iconoclasta
Foto de Iconoclasta.

9 de agosto de 2015

Las nubes y la inocencia



Crees posible caminar por ellas, dentro de ellas y saltar. Eras niño.

Las nubes eran tupidas masas de algodón elásticas y suaves, un lugar hermoso y sin filos para los niños tristes.

De pequeño querías escapar de aquí, identificabas mundos y lugares mejores, con una ingenuidad que a veces remuerde la conciencia. ¿Cómo pudiste ser tan inocente?

Creces y las nubes se convierten en un vapor desesperadamente impalpable.

No es extraño observar las nubes y no sentir demencia al oír reír al niño que murió para que el adulto ocupara su lugar, dando volteretas muy solo él, pero firmemente sostenido por la nube que lo cuida.

Ahora el hombre se conforma con admirar la intocable majestuosidad del vapor.

Ahora el hombre se enciende un cigarro bajo la masa de vapor mientras escucha con los ojos cerrados unas risas que bajan del cielo.

Y se alegra de estar solo porque los ojos van a perder la batalla contra la melancolía.




Iconoclasta