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11 de agosto de 2023

lp--La mujer infinita--ic

Llora perdida e irremediablemente ante el espejo del armario. Jaime se ha derrumbado en la cama aún vestido, el calor del verano y el dolor mudo de una hija ya definitivamente arrancada de sus vidas crean una atmósfera tan densa que los movimientos se dificultan y literalmente, sienten que respirar es una guerra.

Silvia se desprende del suéter oscuro ante el espejo; pero realmente observa angustiada un ataúd pequeño y blanco empujado con una pala a lo profundo del nicho por el albañil sepulturero. Y su alma emparedada con su hija allá adentro.

Está vacía de todo, lo dice su reflejo.

Las lágrimas corren porque se está licuando toda ella, sus tripas son un aceite caliente.

El dolor está allá dentro en la oscuridad del nicho que radia su mal a través del aire, como un cordón umbilical podrido. Su propio reflejo es una imagen subexpuesta, una mirada enferma de conjuntivitis.

Cuando los sepultureros sellaron la losa con el cemento, también oscurecieron la vida.

Se oscureció todo con un definitivo eclipse.

Jaime observa su espalda trémula, los tirantes del sujetador negro asemejan un arnés de seguridad para no caer en el abismo de ese llanto venenoso y quedo, de baja frecuencia que lo rompe todo, el ánimo y la cordura; como un terremoto.

Silvia es una mujer infinita, se enamoró de ella hace catorce años, ante su seguridad, su fortaleza de convicciones inquebrantables, de su infatigable lucha por vivir y disfrutar. De sus tacones que pisaban fuerte a pesar de ser agujas.

Es infinita porque se rehace de los golpes que le da la vida, porque es hermosa y nada le roba su brillo. Es infinita porque se erige de nuevo, reconfigurada ante una nueva situación. Está lejos de la perfección, pero ambos se han reído siempre de la perfección.

Él no es infinito, es un hombre con malas experiencias acumuladas, de un cultivado pesimismo surgido de más dolores que alegrías. De más luchas perdidas que ganadas.

Se siente, de una forma sucia, mediocre. Y ella, su presencia, su voz suave y sin titubeos, y su mirada que lo ama, lo liberan de su maldición cada día, a cada momento.

Evita era como su madre, con tan solo siete años pisaba fuerte con sus zapatillas de suela de lucecitas, jugando tan pequeña a ser coqueta. Evita sanaba su mediocridad, su existencia era la prueba misma de que no podía ser tan anodino si colaboró en crear esa hermosa criatura.

Siente que es el momento de largarse de aquí, de dejar de vivir y respirar mierda. Hace cuatro días, que perdió lo que más quería, lo que más podía doler, lo que más amaba.

Si hay un buen momento para que el corazón se rasgara, es ahora.

Un simple traspiés bajando por una escalera del colegio, derivó en un cuello roto. En un milisegundo murió, y con ella también Silvia y Jaime. Y toda esa tragedia ocurrió hace apenas un segundo, solo cuatro días.

Un jersey de cuello alto pretendía ocultar el obsceno bulto en el ataúd. No recuerda una imagen peor en su vida.

Los hijos se quedan con todo el amor y hacen de los progenitores socios de un negocio. Saben, al observar el bebé en sus brazos, que ya no serán lo que fueron antes del nacimiento, ni tras la muerte.

Ya no serán amantes, solo madre y padre.

Y por ello, Silvia es la mujer infinita, su heroína, su diosa. Sonríe invicta a pesar de perder cuando él blasfema fracasado. Y se ríe de las tonterías que se dicen del amor filial.

Debe hacer algo por ella, se ha quedado perdida frente al espejo, ha sido expulsada del mundo.

Se incorpora y se abraza a su espalda, ciñendo su cintura con los brazos, apoyando la frente en la oscura melena intenta dar consuelo al cuerpo que ha perdido el alma.

Busca a la mujer infinita, la conjura con una pena oculta a traición, por la espalda.

La frialdad de su silencio y su ausencia de ella misma contrasta con la calidez de la piel, su suavidad inalterable, sus hombros aterciopelados de un vello de melocotón.

Extiende las manos en el vientre, porque muchas veces anida en él el dolor y el miedo, y siente una leve contracción en ella, como si empezara a surgir de la oscuridad.

El pene se ha endurecido en el pantalón y presiona en sus nalgas buscando cobijo y roce en la liviana falda que cubre su más íntima belleza.

Silvia responde con un pequeño espasmo agitando las nalgas levemente.

Jaime siente que se rebela en su mente un ser primitivo combatiendo por ocupar su atávico lugar en la luz ajeno a toda tristeza. El cerebro es un llanto y el cuerpo se ha desprendido del alma. Con el dolor ha perdido el control de su humanidad.

Sus manos se meten en el elástico de las bragas que encuentran el monte del Venus. Acariciando el vello rizado, sus dedos se acercan al vértice de los labios. Silvia entreabre la boca en un suspiro que no surge con la mirada aun fija en el ataúd.

Y sus piernas también se separan aunque no quiera.

El pene palpita presionado contra la ropa y las nalgas voluptuosas.

Ella llora un dolor e inevitablemente su sexo se derrama cálidamente en las manos de lo que un día fue su amante y hoy es padre muerto de una hija muerta.

El presiona el clítoris duro y resbaladizo, los dedos se deslizan vagina adentro sin obstáculo, con obsceno consentimiento sin sopesar amor, muerte, dolor o alegría.

Y ella gime, por primera vez en todo el día su boca emite un sonido y siente los pezones contraídos. Tiene cuerpo…

Jaime le arranca el sostén y sus pechos gravitan violentamente pesados, agitados por una respiración extrañamente agitada de ansia y tristeza. Las grandes areolas están coronadas por dos puntos duros. Y una mano los oprime al límite del dolor.

–Eres mi amor infinito, ven  conmigo. Sé mi amante, follemos esta puta tristeza. Sé infinita mi amor…

Silvia cierra los ojos y su cabeza se ladea ofreciendo el cuello a Drácula. Y es besada.

Los humores sexuales de su coño amalgaman ambas carnes, los dedos penetrándola ya no se distinguen de su propia carne y el placer animal irrumpe alejando el ataúd y la inmensa pena lejos de ellos.

Lejos de su coño.

Sus rodillas se doblan con el orgasmo, él la sujeta manteniendo la presión firme en su sexo para recibir cada espasmo, cada contracción. Ella gime y llora en un descontrolado caos que la hace sentirse loca.

Jaime la conduce a la cama, acostándose a su lado. Siente el semen enfriarse en los calzoncillos, mojando el pantalón. Ha eyaculado no sabe en qué momento.

Con un brazo le envuelve el hombro y el pecho. Se encuentra otra vez a su espalda. Le gustaría mirarla a los ojos y besarlos. Sus ojos infinitos…

La horizontalidad parece apaciguar la gravedad y el dolor de la sangre rugiendo vida.

Con el paso de los minutos sus respiraciones se tornan silenciosas y tranquilas.

–Eres mi infinito, mi universo –le susurra como una nana. –Sé fuerte amor, no te rindas.

–Eres un cerdo. Hijo de puta. Me has arrebatado mi pena, mi dolor. Me has obligado a traicionar a Evita follando, haciendo que me corriera. Cerdo, cerdo, cerdo… No se folla cuando entierras a tu hija. ¡Cerdo! ¡Cerdo! ¡Cerdo!

Jaime retira el brazo de su hombro y se levanta de la cama.

Es el fin.

Es pura disciplina, lo que está mal no se debe prolongar. Porque cada día que pasa, la vida es más corta.

Ya no es la mujer infinita, aquella cosa es una mediocridad, una sucia bola de prejuicios. La mujer infinita murió con el último “¡Cerdo!”. Ahora grita histérica en la cama “¡Mi niña, mi niña! Nos has ensuciado, cabrón.”.

Evoca a Evita y concluye que esa mediocridad que llora en la cama con hipocresía tras haberse corrido, no enturbiará ni un instante de aquellos siete años de vida de su pequeña de zapatillas luminosas. No le daría la más mínima oportunidad de amargar o ensuciar aquellos años pasados.

Recuerda el velatorio de su padre, durante la cena su tío (hermano de su padre) contó un chiste, ya no se acuerda cómo era. Jamás pudo olvidar aquella risa liberadora. Todos reían con el muerto aún en la habitación, incluso mamá.

Cómo lloró de risa, creía no poder parar…

¡Qué falta le hacía! No lo supo hasta que lloró con histeria la gracia y el dolor. Todos entre risas, agradecieron silenciosamente a su tío el chiste que rompería aquella tristeza que estaba asfixiando a la vida misma. Fue mágico, fue el momento más bonito que vivió porque las risas eran para su padre, por su padre, por amor puro. Nadie pidió respeto o sintió ofensa.

Jaime coge la cartera y el teléfono de la mesita de noche y tira las llaves de casa sobre la cama.

Antes de marchar se lava en la fregadera de la cocina las manos que huelen a coño, mediocridad, orina y pegajosos humores sexuales. Y a desengaño…

Siente los años perdidos embaucado por ese gran error de la mujer infinita, frotando las manos más de lo necesario.

Cierra suavemente la puerta de casa enterrando una época de su vida.

Descendiendo por las escaleras del bloque de apartamentos, imagina la posibilidad de que Silvia lo denuncie por violación o lo que quiera; porque ya no sabe qué es esa cosa que llora más que por su hija, por haberse corrido. Por haber faltado a alguna ley de mierda, a un puto mandamiento divino. A una piara de fariseos que obedecen como perros.

Su llanto lejano lo encoleriza y apresura el paso para alejarse de ella.

Para siempre, sin arrepentimientos, sin más palabras.

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Epílogo de La vida agotada de un apátrida social (autobiografía de Jaime S. P.).

Breves pensamientos, como luciérnagas titilando entre la fronda oscura que aún hoy al final de mis días, dan claridad y conclusión al fin de mis días. Y mueven mis manos para escribir de nuevo las mismas percepciones y certezas; con otras comas, con otros puntos.

Con otra edad... Una palabra siempre es distinta, por igual que se escriba, en el tiempo.

Pensamientos que quedaron vivos, porque estaban firmemente intrincados en el recuerdo de mi pequeña Evita. No puedo olvidar sus zapatillas luminosas y su aterrador jersey de cuello alto.

Cuando aquella mujer era infinita pensaba: No pretendo vivir una vida feliz con ella, no soy un niño. Quiero vivirlo todo, todo lo malo con ella; porque es de lo que más hay.

De una forma natural, por mi constante cercanía a la muerte, sabía por simple deducción que los orgasmos tristes trascienden más allá del dolor de la muerte y jamás olvidarás que abofeteaste a la parca con un acto obsceno de amor y piedad.

Me encanta imaginar a un hipotético dios mirando con vergüenza nuestro acto sexual de muerte y dolor usando los medios que él creó para evitar los males que también creó.

Un follar agónico hará del caos del dolor un instante de luz, de claridad en un túnel devorador. Follar es encontrarnos los dos en el mismo abismo insondable, follar precipitándonos a las fauces de la muerte…

La he tenido entre mis brazos con indiferencia, como si no existiéramos ninguno de los dos frente al espejo. Y en un momento inconcreto sus muslos se han separado permitiendo que mi mano atenazara su coño hasta exprimir su humedad.

Y sus pezones se han endurecido, mirándose ante el espejo incrédula y lejana.

Parafraseando al cura, también prometí ser obsceno, tanto en la desdicha como en la alegría.

Y pudo ser realmente una mujer infinita, no pudo negar sus deseos más profundos y atávicos, los que nos llevan a la animalidad (un privilegio embarazoso) y desdeñan dolores que van contra la vida misma.

Somos dos seres atávicos, primigenios conjurando la oscuridad salvaje llena de horrores. A pesar de la muerte que hace ruidos a nuestros alrededor, sabemos que follar es luchar contra ella.

Te juro ser obsceno en la felicidad y la aflicción.

Los orgasmos tristes y suicidas son embates lentos que arrastran las cálidas lágrimas hacia las entrañas ateridas de frialdad. Se crean con el primer abrazo de la piedad y la compasión para dar paso al valor primitivo con el que no somos conscientes de que moriremos.

He visto, en velatorios, a los deudos reír ante un chiste con una desoladora tristeza, intentando sacarse de encima ese cáncer de la pérdida que hace la piel gris; una ceniza fría. Yo reí, lloré de la risa con el cadáver de mi padre en la habitación. Fui tan libre en aquel momento, como jamás he vuelto a serlo.

Es una cura, una terapia no escrita. Una obscenidad que va contra la moralidad de la humanidad como especie vacuna herbívora.

El sexo triste es una lucha del ser humano sin amos ni dioses en la libertad absoluta.

Si alguien supiera que hemos follado tristemente el mismo día de la sepultura de nuestra hija, se escandalizaría: ¿Cómo han sido capaces? Son como bestias.

Somos bestias y no consideramos la muerte o los dioses como un cercado a nuestra existencia.

Si la tristeza se come el placer, habremos perdido la gracia para siempre. El único placer verdadero que no consiste en poder y riqueza, en humillación y servilismo.

Sin placer seremos siempre un patético fracaso humano.

Y nos alejaremos el uno del otro.

Los muertos y las enfermedades no prohíben el placer, ni las flores en las tumbas.

Puedes correrte, debes hacerlo para no ser derrotados los dos.

Ella lloraba mientras mi mano dentro de sus bragas acariciaba la vagina anegada de un deseo que su mente no sentía.

Me gritó agresivamente que era asqueroso lo que habíamos hecho...

Era asqueroso yo.

Sintió asco de sí misma de estar mojada.

Me llamó cerdo. Y también supe que no habría reído en aquel velatorio dejándose llevar por el deseo de erradicar la tristeza de su ánimo, como algo instintivo, como el arma más poderosa de supervivencia.

No era una mujer infinita, es una mediocridad como yo; pero adoctrinada en sociedad.

La comprendí en el acto. Y allí en aquel instante escapé de su ira y su tormento, para que se hundiera sola en su tristeza. En el metro, camino de un hotel, le lloré a mi pequeña Evita que habíamos fracasado, que papá y mamá habían dejado de existir con ella.

No podía perder los bellos momentos de mi vida por un prejuicio, por una culpa inculcada. No pudriría la felicidad de haber sentido, durante siete años, la vida de Silvia crecer a mi alrededor, llenándome.

Los cadáveres me han enseñado que es más fuerte la muerte que el amor. No puedo permitirme luchar sin esperanza y ella la había perdido, por un instante su deseo cedió pero su pudor inducido venció, nos venció a los dos.

El amor no puede luchar contra la firme decisión de la tristeza de negar la propia vida por una cuestión moral.

Y el amor tampoco sobrevive sin el sexo, el amor sin sexo es un amor paternal vacío y ridículo que jamás quisiera imitar con la mujer que amo.

Tengo un hijo de treinta y cinco años con otra mujer. No sé qué fue de Silvia, ni en el trámite de divorcio nos encontramos. No he sentido jamás curiosidad por su vida, lo último que recuerdo de ella es su mirada agresiva y escandalizada. Y las bragas mojadas.

Y con un fogonazo de certeza concluí que ya no podría amarla por mucho tiempo que pasara.

Que nuestro follar sería siempre un acto ganadero.

Renegó del sexo, maldijo el orgasmo a pesar de que su cuerpo y su instinto primitivo la arrastró a él.

Su moral era superior a la necesidad y al amor mismo.

Dejó que su coño se humedeciera con mi mano.

Y también se llamó cerda a sí misma.

No estaba en shock, su sexo se mojó. No impidió que metiera la mano en sus bragas.

Y tuvo el peor pensamiento del mundo: yo estaba ensuciando y ofendiendo el recuerdo de su hija.

No era la mujer infinita capaz de amar, sentir, llorar, disfrutar o reír el orgasmo en la dicha y en la tristeza.

Me convertí en su monstruo por unos segundos. Los que tardé en escapar de aquel hogar que ya no era mío.

Somos seres que unos se adaptan y otros conservamos celosamente nuestra esencia humana primitiva, la que pone las cosas en su lugar. A los muertos enterrados, a los vivos respirando y sufriendo de nuevo.

Nunca me preocupó estar equivocado, sólo que mi pensamiento tuviera límites.

A estas alturas, ya viejo, pocas muertes tendré que conocer excepto la mía. Y eso bien vale un cerrar de ojos esperanzado.



Iconoclasta


26 de febrero de 2023

lp--La bondad--ic


La bondad no es una virtud, sino la reflexión y el acto que surge de la inteligencia y la búsqueda o intuición de la justicia.

Esa justicia que degradaron y humillaron en códigos de leyes los gobiernos de las naciones del planeta Tierra, hasta convertirla en un puré corrupto de hipocresía para protección de la riqueza y sus poseedores.

Esa inteligencia que ha pervertido la sociedad hasta reducirla a un único mensaje electroquímico insectil; millones de veces chirriado por los millones de humanos-orugas.

La bondad es un acto medido, una emoción razonada.

Y no persigue recompensa.

Ser bondadoso indiscriminadamente es el mayor acto de injusticia para los que se la merecen; traicionarlos está muy lejos de la bondad, de la justicia y de la ética.

Sin embargo la superchería o ideología o religión, prostituye la bondad como método para alcanzar una santidad, un paraíso, un premio. Y exige ante todo, bondad hacia los líderes, amos y ricos (el perdón, respeto y obediencia a pesar de sus delitos y negligencias). Luego, hacia todos los seres humanos; excepto a los infieles cuando un gobierno decreta guerra.

No todo ser humano merece un acto de bondad.

En algún momento las grandes supercherías o ideologías o religiones del mundo pervirtieron la bondad amasando mansedumbre y fanatismo. Esta “bondad” es conocida como moral, un libro sagrado del buen ciudadano según los dogmas escritos a lo largo de la historia de la especie humana.

La bondad predicada por las más importantes supersticiones o religiones o ideologías del mundo es un mero trámite que da ciertos privilegios ante los dioses inventados por los líderes salvadores y redentores.

Una cartilla de cupones.

La bondad solo se da en anónimos seres humanos que viven el día a día sin mirar a nadie y hacen lo que deben cuando deben. Lo hacen según la razón y la justicia, sin exigir dinero, votos o fama. Sin exigir la fe en ellos.

Sin exigir el paraíso.

Luego se encienden un cigarrillo paseando a donde quiera que vayan hasta diluirse en el paisaje.



Iconoclasta


9 de diciembre de 2020

Sin ninguna otra consideración


¿Dónde reside la belleza?

¿En las cosas vivas o muertas? ¿En mi mirada? ¿Tal vez en la conjunción de ambas?

No importa, tan solo afirmo con arrogancia lo que es bello.

La belleza no es subjetiva. No es moda.

No considero lo que otros vieran o ven, estén vivos o muertos, de cualquier civilización o lugar.

La belleza es algo que me atañe a mí y yo decido; lo que otros puedan sentir y ver como hermosura, es su problema o su indecisión.

Esa maldita ambigüedad con la que pretenden complicarlo todo.

Soy tajante.

El mundo es lo que veo y así lo trato y juzgo, no me interesan otras opiniones. Soy firme e inamovible. Lo que es bello no admite discusión. No existe un ápice de ambigüedad en la belleza que capto, que deseo, que envidio, que tomo…

Quien quiera ver la belleza con los ojos o el pellejo de otro, que se joda con sus miedos e indecisiones.

Sé de lo bello y execrable. Jamás apostillaré razón ni excusa para comprender otros gustos. Que se jodan otra vez.

Yo no digo: “a mi parecer es bella”. Afirmo: “es bella”, zanjando así cualquier discusión. Desoyendo y despreciando lo que otros puedan juzgar. A ellos no les importa mi pensamiento, ni a mí el ajeno. Soy isla, una perfecta isla amurallada.

Y digo que de esa agua no beberé.

Que cada cual decida, si tiene la determinación necesaria en esta hipócrita época de ambigüedades y temores a no ser moralmente intachable.

El diente de león es hermoso como un rosa de sangre fresca; o una seca de pétalos coagulados.

Y bello es tu coño que brilla húmedo y palpita.

Tus pezones contraídos y tu gemido obsceno.

Tus labios pronunciando cualquier palabra en una coreografía de sensualidad…

Y hermoso el cadáver de aquel zorro en su tierna y triste inmovilidad; por favor, que pena.. parecía dormidito.

Y horrendo el de mi padre muerto. Mentían cuando decían lo guapo que estaba en su ataúd. “No parece que mi Paco esté muerto. Mi Paco duerme”, un rosario de pena que mi abuela lloraba en letanía, su madre.

Y una mierda.

Esa carne de su rostro, de sus manos; tan fría, tan cérea…

En aquella piel sin color había más muerte que en un camposanto. Allí no quedaba nada de lo que amé, se había ido todo asomo de belleza.

Y digo con hostilidad que la belleza de mi mundo excluye cualquier opinión o concepto. 

Sin matices.

Sin oportunidad alguna a la tolerancia o corrección.

Cualquier otro patrón es inadmisible.

Y así con las cosas y así con las personas.





Iconoclasta

Foto de Iconoclasta.

17 de agosto de 2016

Una imagen divina


Incluso le da cierto asco la puta que orina un caño inverosímil de orina contra el pene de un macho de mirada idiota en la película porno; pero su polla no tiene reparo alguno y se mantiene dura y latiendo en su puño.
Eyacula, suelta su carga de semen y deja que le resbale por el vientre, por las ingles y gotee lentamente enfriándose en la sábana.
Se enciende un cigarro, su pene late perezosamente con los últimos ecos del orgasmo; pero no hace caso.
Es salvaje e inmoralmente libre. Inmoral para el punto de vista de la chusma, el no cree en leyes o pautas morales, hace lo que debe sin tener en cuenta a nada ni nadie.
Le apetece un café; pero no quiere preparar una cafetera. Su vientre aún está húmedo de semen, no se limpia. Es suyo, no hay nada de él por lo que sienta asco.
En el café se sienta en la mesa más apartada y escribe cosas en un cuaderno que ofenden al mundo entero.
Y está bien, le viene a la cabeza esa cobardía tan generacionalmente insertada en los cerebros idiotas: "Un día puedes necesitar a alguien, sé cuidadoso". Hace tiempo que se limpió el semen de una paja con aquel consejo. Porque es mejor morir que necesitar a nadie.
Y concluye que muchos están respirando un aire que no debieran, por lo tanto.
Así que escribe y ofende. Así que escribe y se caga en dioses y leyes.
Observa que es el único que está solo en el local, en las mesas charlan, hay un barullo caótico que lo aísla aún más de todos.
Alguien le saluda y le habla del tiempo, el responde con una sonrisa, pero su pensamiento es un nudo de cólera: "Ojalá te parta un rayo, cabrón ".
El hombre le da una palmada amistosa en el hombro, él se caga en "su puta madre"; pero le sonríe y le dice: "Hasta luego".
Observa con desagrado a las pocas parejas que ocupan mesas. Su tiempo de errores ya pasó, ya no necesita ni quiere a alguien a su lado. El tiempo lo ha curado de cobardía, si alguna vez la tuvo.
Una vez la masturbó, le metió los dedos en el coño mientras ella conducía el coche, hizo que se corriera y sus dedos se crisparan al volante; luego no quiso que se la chupara: sentía asco por la zorra. Solo pretendía hacer su toma de posesión: él hace lo que quiere con quien quiere.
Y la vida se torna tristemente predecible, más de lo mismo cada día.
Escribe en el cuaderno que follar ya no es la cuestión: se trata de hacer lo que quieras con alguien. Usar personas...
Y eso ofende la moral y las ideas del amor y el respeto.
La familia es un asco y hace de la libertad un excremento cuya montaña gana altura con los años.
Son cosas que no se dicen, solo se escriben en la intimidad que proporciona la chusma parlante y gritona.
Sale a la calle y llueve, los hay que corren, los hay que ríen por lo divertido de mojarse por un repentino chaparrón.
Él usa el agua de lluvia para refrigerar su cerebro demasiado recalentado, demasiado potente para tanta banalidad.
Llega de nuevo a casa, se sienta en el sillón frente a la televisión apagada, se observa reflejado en la pantalla: y le gusta lo que ve.
Hubo un tiempo que no había intimidad para observarse, para oírse a sí mismo.
Ya todo está bien, vivir más sería estropearlo todo, acabar con indignidad.
El filo de la navaja se hunde en la carne de su muñeca con sorprendente facilidad, pero se le escapa de las manos por el trallazo de dolor cuando los tendones se seccionan.
El cigarrillo está sucio de sangre y crepita al aspirar.
El gato se acerca a él y lame la sangre, se sube a su regazo y se acurruca entre sus piernas. Él apoya su mano ensangrentada y deja que la sangre corra por el pelaje de su único amigo.
Observa la pantalla del televisor con el corazón a punto de fallar por falta de sangre: es tan sórdida la imagen... Casi como lo que él escribe.
Sonríe ensangrentadamente y el gato ronronea tranquilo, ajeno a la muerte que le gotea.
Fin.



Iconoclasta

16 de enero de 2016

Tractatus pettiness

(Tratado de la mezquindad)

Barcelona. Curso Escolar 2318-2319.

En una excavación que se realizaba en el año 2204 para la cimentación del nuevo edificio de Aduanas, se halló una estructura subterránea de hormigón que albergaba los archivos de los viejos juzgados sepultados por el mega terremoto que asoló el litoral catalán en el año 2020 aniquilando al 90 % de la población.
Esta es la transcripción de la declaración judicial (se hallaba en perfecto estado por permanecer cerrada en una caja de acero que fue necesario abrir con láser plasma) del acusado en el juicio por asesinato múltiple, el conocido asesino en serie Descuartizador de MZs. Realizada en los juzgados de lo penal de la Audiencia de Barcelona el 14 marzo del 2016.
Esta declaración era la condición innegociable, junto con la presencia de la prensa, que propuso el asesino por medio de su abogado defensor para reconocer su culpabilidad, evitando así un largo y costoso juicio. Debido a la crisis económica se aceptaron estos términos del convenio entre la fiscalía y la defensa.

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—El acusado puede dar comienzo a su declaración (Su Ilustrísima Señoría, juez Bernardo Casaplanas de Montagut).
—Gracias, Su Señoría (con una sonrisa, y esposado de pies y manos, se pone en pie el acusado: Alejandro Gallar Mesa, de 55 años, alias Descuartizador de MZs, avanzando hacia el estrado).
—No me declaro culpable, sino autor de los asesinatos. Jamás pediría perdón por gozar de un placer justo y merecido. Tan solo quisiera exponer los motivos, las buenas y justas razones que me han llevado a descuartizar a esos cuarenta y tres mezquinos, los MZs.
—La repugnancia, el asco hacia los mezquinos debería ser una condición eximente para liberar al acusado por descuartizar a cualquiera de esos seres y dejar manar sus intestinos llenos de excrementos en una vía pública. Yo no debería estar aquí, sino Su Señoría, por las razones que ahora mismo voy a exponer.
(Su Ilustrísima se remueve incómodo en su asiento y los periodistas ríen).
—Hay conceptos que jamás deberían confundirse:
1. La ética, que es la justicia, la libertad, la nobleza, el valor y la tolerancia.
2. La moral es el conjunto de ideologías, costumbres y vicios impuestos por una religión o gobernante en determinadas y marcadas épocas de la sociedad y de cada país. La moral suele en muchos casos derivar en la total corrupción de la ética. La moral es la forma de gobernar y mantener a la población bajo control.
Y por último existe:
3. La legalidad, las leyes que se han creado y se aplican para velar por el cumplimiento de la moralidad.
El primer MZ (no conozco sus nombres, es algo que no me interesaba) al que di caza, era un ejemplar obeso y con el pelo cano, cortado a cepillo. Me encontraba dando un paseo por la zona deportiva de mi barrio y el mezquino en cuestión hablaba entre un corrillo de hombres de su edad (entre los 60 y 70 años).
Gritaba que no es normal y no está bien que hayan más extranjeros que paisanos en el servicio de asistencia médica, que está cansado de esperar cuando él es español. Decían luego entre todos, que antes no pasaba, cuando había un tío con cojones en España.
Me desagradaban mucho sus voces, sentí que me faltaba la respiración.
La verdad es que los encontraba cada día en mis paseos.
Deseé que algún accidente los matara a todos de alguna forma; pero eso no iba a ocurrir. No basta con desear algo, o lo haces o no ocurre. Todo lo demás son cuentos para cobardes, esperanzas para pusilánimes.
De vuelta a casa, compré un cuchillo de caza para desollar piezas y lo metí en un bolso.
A la mañana siguiente, me senté en un banco frente a las pistas de petanca a escribir mis pensamientos, como hacía siempre. Me mantuve allí hasta que el corrillo habitual, se disolvió. Seguramente iban a recoger a sus nietos a la salida de la escuela.
Seguí al gordo. Llegando a un parque se metió entre los setos para orinar, un lugar muy discreto, con poca visión para alguien que no estuviera allí mismo.
Me acerqué a él por la espalda mientras hacía esfuerzos y resollaba con dificultad para mear. Le cubrí la boca con una mano y con la otra le clavé el cuchillo en la axila izquierda, buscando  los ganglios. Leí que era muy doloroso.
Luego le acuchillé hasta diez veces la zona lumbar intentando deshacer los riñones. "Ay, ay, ay, me has matado", decía mientras se le doblaban las rodillas. Le rasgué la camisa y le apuñalé en la zona del corazón hasta que la hoja pudo entrar entre dos costillas profundamente: cuatro veces me costó dar con el punto adecuado. Se quedó inmóvil con su pene arrugado. Cortando profundamente piel y carne dibujé una M y una Z en el pecho. Corté los músculos de su vientre desde el ombligo hasta el pubis y le di patadas hasta que los intestinos se desparramaron. Le amputé los dedos índices, porque es el que usan los mezquinos para afirmar con decisión y vehemencia lo que es normal. Lo que ellos dicen que es correcto y es ley. Después le corté las orejas y se las metí en el espacio que habían dejado los intestinos. Le acuchillé los ojos y me fui.
Si hubiera tenido alguna droga que lo hubiera dejado paralizado durante las amputaciones, las  hubiera hecho en primer lugar; pero vivimos en una sociedad plena de imperfecciones.
No pasó absolutamente nada, fue como si hiciera lo correcto. Me sentí bien y seguro de mí mismo. Salí de entre aquellos setos fingiendo que cerraba la bragueta del pantalón, a pesar de que no había nadie cerca.
No hice nada malo, sentí por primera vez en mi vida que había nacido para eso. Y también pensé que muchos años de mi vida habían sido tirados a la basura porque no lo hice antes.
Para un amplio sector de la población, además de criminal, podría resultar inmoral dada la edad del mezquino, la indefensión y el ensañamiento.
Todo arte se expresa con retórica para darle interés, yo lo hago con los que asesino. No es ensañamiento, es lucimiento. Una vanidad mía.
Que nadie se engañe ni use indebidamente ciertos adjetivos como inmoral; porque ser inmoral es seguramente, con absoluta probabilidad, una persona con un acusado sentido de la ética.
No hay más que ver a los ciudadanos ejemplares del Tercer Reich, de la España de Franco, la Italia de Mussolini o la URSS de Stalin. Su moral la constituía el fanatismo, el miedo, la sumisión ciega, la represión y la exterminación. Sus ciudadanos ejemplares eran personas que denunciaban a sus vecinos o familiares para recibir una caricia en la cabeza. Estas denuncias acababan con la muerte de los denunciados, tenían su origen en la envidia y la cobardía. Esto es la moral y lo que las leyes salvaguardan con mano férrea.
El obeso era un ejemplo de estos asquerosos.
— ¿Comprende Su Señoría cuando afirmo que debería ser Su Ilustrísima la que debería ser juzgado en mi lugar? Ustedes son los que protegen y perpetúan la moralidad con sus leyes. Me dirá que matar no es ético. Estoy de acuerdo, es una generalización que requiere de gente con ética para decidir si el asesinato es justo o no. Porque un mezquino amenaza la libertad de pensamiento, la libertad de caminar por donde uno desea, la libertad de comer lo que quiera, de comprar lo que le guste... 
Se necesitan personas con sentido de la ética para juzgar si el asesinato es delito en un determinado caso, un legítimo acto de defensa. No todo tiene porque vivir, hay cosas que se han de matar, como los microbios patógenos y los MZs.
—Si el acusado ha terminado su declaración, se pasará a dictar sentencia (Su Ilustrísima Señoría, indica al policía que acompañe al acusado a su asiento).
—No he terminado Su Señoría. Lo peligroso es que los seres mezquinos, los que son ejemplo de moralidad, es gente humilde con un alto grado de analfabetización. Leer, escribir y sumar, no indica cultura. Estas tareas las hacen con tanta dificultad, que es muy difícil que puedan entender las sutilezas de cualquier arte o expresión humanística. Para eso, para que pudieran entender algún mensaje existieron trovadores, brujos, teatrillos  y ahora existe la televisión, internet, la radio y sus noticias deportivas.
Esos medios llenan un poco las neuronas de los mezquinos y los llevan a creer que sus ansias, indignidades y vulgaridades, son las pautas de comportamiento que se han de seguir y exterminar así todo asomo de ética.
Así, que si eres amoral o inmoral, estás en un privilegiado rango que te llevará a morir o ser envidiado hasta que consigan destruirte. Ése es el peligro que corro cada día.
—Los seres más mezquinos y mediocres, son los que usan su "sufrida" paternidad y maternidad para convencerse de que son una especie de ejemplo a seguir; pero en la intimidad de sus casas les arrancan el dinero de las manos a sus propios padres, más viejos y débiles que ellos mismos, porque: "¿Para qué quiere gastar en nada con lo mayor que es?".
Y su vida gira en torno de quien va a morir y les va a dejar algo de dinero:
la "legítima".
No sé cuándo ni qué número de presa fue; pero hará unos ocho meses, me encontraba en un restaurante, en el puerto deportivo. Una vieja con un abrigo de piel de visón y zapatos de tacón de puta, alzaba muy fuerte la voz en la mesa agitando su dedo índice pringado con aceite y grasas de las gambas a la plancha que estaba pelando y comiendo con voracidad. Tenía una voz chirriante y su cuello arrugado semejaba el de un buitre. Gritaba para hacerse oír, buscando asentimiento, empatía a sus repugnantes afirmaciones.
— ¡Es muy mayor y no tiene que comer así! Tiene noventa años y le descubrí galletas debajo de la cama. Se las quité y se me puso a llorar. Le dije que a mí no se me iba a quedar inválida por un ataque que le diera por estar tan gorda —gritaba escupiendo trocitos de gambas—. ¿Cómo muevo a esa mole de mujer si se me queda paralítica?
Luego continuó su chirriante arenga, irritante. Las mismas frases repetidas tantas veces, que fui a los servicios a vomitar el carpaccio de bacalao que había comido.  Llegué a pensar que me sangrarían los oídos. Me encontraba enfrentado a la mesa de esa familia de mediocres que callaban todos ante la bruja y no podía dejar de mirarla e imaginar como sangraría por ese cuello de reptil.
Repetidas veces ella y su viejo marido, se quejaron al camarero de que algo no estaba bien, del mal servicio que ofrecían. "Eres muy lento, hay que atender mejor al público", le decía la cacatúa al camarero. "Hay que tener más ganas", remataba.
El camarero estaba acostumbrado a esa clase de hijos de puta, se le veía un profesional con una sonrisa bien trabajada.
Buscaban un plato sin pagar, rebajar la factura o bien simplemente, evitarse la propina. Es una práctica muy común entre los MZs.
Yo pedía café tras café esperando una oportunidad para cazarla.
Por fin llegó, cuando se dirigió a los servicios, en la planta superior. La seguí.
Son servicios individuales, el restaurante es de elevado precio y no muy concurrido. Saqué el cuchillo de mi bolsa bandolera y empujé la puerta. Lo primero que vi fue su viejo y repugnante coño a punto de orinar sentada en la taza con las grandes bragas negras en los tobillos. Tuve una arcada de repugnancia, pero no vacilé. Sabía que gritaría con su repugnante voz. En un paso rápido llegué a ella, le golpeé la cabeza contra la pared y entró en shock. Por encima de su escaso cabello se debió abrir alguna brecha, porque por la pálida y reseca piel de su sien, comenzó a bajar un caudaloso río de sangre.
Le corté el cuello, tanto, que su cabeza cayó atrás como en las películas de poseídos. Apuñalé su vagina, las suficientes veces para que el útero se descolgara entre sus muslos feos de mierda. Le escarifiqué las fofas tetazas con MZ.
El resultado era espectacular. Amputé sus índices y los dejé en el lavamanos. Las orejas se las metí dentro de la boca, la observé, le retiré las orejas, me di el gustazo de arrancarle los labios y le volví a meter las orejas. Si hubiera llevado el abrigo puesto, hubiera limpiado el cuchillo con él, tuve que usar su falda de puta barata.
Me lavé las manos, pagué la cuenta en la caja y salí de allí ya más tranquilo y con ganas de fumar. Nunca me acostumbraré a no poder fumar después de comer. Estos moralistas de mierda...
Como soy un tipo muy normal, nadie se acordó de mí, nadie pudo describirme en un restaurante en el que nunca había comido. No hubo problema.
Principalmente, porque la buitre se ganó a pulso la antipatía. Es lo que generan los MZs: una antipatía que podría rozar el sadismo. Debieron pensar al verla muerta, que una mierda menos.
— ¿No siente ni siquiera por un momento que haya podido ser excesiva su... "misión"? (un periodista de la sala, le pregunta al acusado).
—Le recuerdo que esto es una declaración, no una entrevista. Si vuelve a interrumpir el proceso, será expulsado de la sala y sancionado (interviene Su Ilustrísima).
—Nada es excesivo contra la mezquindad. Es... Cómo decirlo... Narcótico. Le aseguro, que dada la cantidad de mezquindad que hay, si matara a medio millón de personas no habría entre ellas una víctima con un mínimo grado de ética. Puede estar tranquilo, que entre tan pocos muertos, no hay gente que se merezca vivir más tiempo.
—La moral está tan instaurada en el imaginario mezquino, que la palabra "legítima" (el concepto más representativo de la sociedad de los MZs) está íntimamente insertada en sus apáticos órganos sexuales, sean vaginas, penes y por supuesto, la boca; que en estos seres adquiere una importancia que trasciende más allá de la comunicación funcional para convertirse en dogma supersticioso (la superstición es el conocimiento del ignorante) y religioso. Y podrir así todo asomo de ética.
Cuando llevas años oyendo esa palabra silabeada babosa y ruinmente por unos paletos que esperan que alguien muera, como buitres acechando un animal en agonía, adquiere una connotación obscena, se hace pornográfica. La legítima supera en repugnancia cualquier tipo de acto obsceno sexual.
"¡Si se va a morir! No le compres nada." Susurran como serpientes a los oídos de sus hijos y nietos que son los únicos que los soportan. Posiblemente, ellos también esperen su legítima y no quieren que gaste su dinero. Su pensamiento es tan previsible como el movimiento de un segundero. Es tremendamente primitivo.
Mezquinos que aún piensan que su forma de vestir puede ocultar su miseria y su indignidad. Esa que contagian a sus hijos y nietos, como un liquen en la corteza de un árbol que pudre todo asomo de dignidad.
La esposa madura y menopáusica con su pulsera de oro que ha tenido que pagar a lo largo de meses y meses de explotar a la poca cosa que es su marido. Esperando poder llenar los bolsillos de esa vulgaridad de ropa que viste con las monedas que le deje algún muerto con su legítima.
La "legítima" es el centro o eje de las vidas de los mezquinos.
Si no fuera por la moral y la legalidad que la arropa y protege, la mezquindad sería un delito  grave.
Y su mezquindad lucen como estándar de vida.
— "Eso no es normal", dicen machaconamente cuando observan la libertad de otros.
Se ponen nerviosos y rabiosos cuando alguien come más que ellos. Son repugnantes reptiles de ojos pequeños y fijos en las manos de los demás.
Sus bocas babosas y mentirosas siempre están llenas de amor y de lo muy buenos que son, de lo mucho que sufren por los demás. Porque el enfermo no sufre, tendríais que ver como sufren ellos el dolor de los que serán su carroña, porque son buitres de desagradables graznidos y cuellos rojos de pellejo escaldado por la fiebre de la avaricia y la envidia.
Les he acuchillado, cortado, pateado y roto los huesos. Les he arrancado los dedos y el cuero cabelludo para ocultar sus rostros repugnantes; pero hay tantos que me sentí cansado, dejé de tener la ilusión de que podría exterminarlos a todos en lo que me queda de vida. Por ello me entregué.
Necesitaba unas vacaciones tras estos dos años de cazar MZs.
Sus modos paternalistas esconden una feroz ambición. Y escupen baba al hablar porque no pueden contener su enfermiza envidia y ambición.
Hay que dar gracias de que son idiotas. No  pueden engañar más que a sus afines, a los de su sangre. Y es normal, porque es muy difícil aceptar (por muy morales que sean) que no son capaces de afrontar la vida con valor y dignidad, esto es, con ética.
Es normal y una ley de protección del género humano, que de vez en cuando nazca alguien como yo para darles caza. No tienen predadores naturales.
Tienen un punto flaco que son incapaces de ver ellos mismos: la repugnante antipatía que causan. Los que son ajenos a ellos, los soportan estoicamente porque al fin y al cabo solo los tienen que tratarlos unos minutos.
Y al fin y al cabo, son tantos, que su olor a mierda, no se percibe ya; pero esa antipatía, entre seres con cierto grado de ética, es como la feromona de la repugnancia. Te lleva a sentir un odio incontrolable hacia cada palabra que pronuncian, sea razonable o no. De hecho, acaba uno sin entender ni una sola palabra, solo sabes que sientes asco por cada sonido que pronuncian.
Carecen de todo tipo de conversación que no sea el tiempo, la economía que son incapaces de entender o de sus peleas como hienas por ser los primeros en un bufet libre de un viaje para la tercera edad.
Cuando se jubilan los mezquinos, es cuando exhiben sin pudor toda su miseria. Es un cuadro emético observarlos pelear en las colas de las agencias de viajes organizados para viejos. Es como... Es repugnante.
Si tuvieran la más mínima ética, se suicidarían.
Si yo no tuviera un acusado sentido de la nobleza, seguirían entre nosotros, perpetuando sus genes, reproduciéndose.
Su analfabetismo los lleva a situarse en una clase aristócrata y se olvidan de que fueron simples obreros explotados que ponían sus culos al servicio de sus amos sin que nadie se lo pidiera.
En los lavabos de un cine, cacé al Barón de Pérez, conserje jubilado de un edificio de oficinas y a su nieto, el sucesor Borja Pérez, heredero de la legítima mierda de sus abuelos muertos de hambre.  En realidad, no quería cortarle el cuello al niño; pero hubiera sido una crueldad dejarlo abandonado allí, en aquellos servicios a los que no acudiría nadie, hasta que acabara la película. Tengo corazón.
No es extraño que me tenga que parar a vomitar muchas veces cuando por alguna conexión neuronal de mi potente cerebro, aflora una imagen de alguno de ellos.
Su endogamia es proverbial, son una piña compacta que absorbe a los seres más débiles de su entorno para llevarlos a su enfermiza "normalidad".
Y en efecto, sí que es normalidad, solo tienes que elegir al azar entre la multitud y sacarás quinientas veces más mezquinos que gente con dignidad, con inquietudes.
Cobardes y arribistas, así son los mezquinos que han ensuciado mis horas, que a veces tienes que oírlos si tienes la desgracia de tener que pasear por las calles de la ciudad.
He arrancado pezones, he cortado vulvas en las cuatro direcciones: hacia el ombligo, hacia el ano y hacia los muslos.
He dejado testículos mezquinos en el césped para que los perros juguetearan y se los comieran.
La única suerte para nosotros, es su escasa inteligencia y por ello, la facilidad para aniquilarlos. Solo aparentan coraje cuando quieren sacar dinero; pero si no están ocupados en joder a nadie, son de una cobardía que hay que tratar con guantes para no infectarte.
No llaman la atención, porque son multitud.
Son los que un día denunciarán por envidia a su vecino para que lo mate un dictador. Son los mismos que añoran a sus francos, pinochets, stalins y hitlers. Asesinos sin sueldo de la moralidad y la ley. Anónimamente cobardes que matan (o lo harían en cuanto tuvieran oportunidad) con palabras siseadas en la oscuridad, arrodillados frente al sexo que maman con devoción de la forma más cobarde, chorreando semen por las comisuras de sus bocas hipócritas.
He matado niños que iban con su abuelo o su abuela, porque eran mezquinos en potencia, las generaciones tienden a ser más perfectas en sus miserias.
No hay tribunal que me pueda considerar culpable.
—Su Señoría, usted debería estar ahora cortado en pedazos entre bolsas de basura.
Son muy peligrosos, hay que alejarse de ellos cuanto sea posible, antes de que te maten. Porque lo harán por un dinero que ellos no tuvieron inteligencia para ganar, ni valor.
Sus palabras insultan cualquier tipo de inteligencia y te preguntas como es posible que hayan tenido hijos, porque sus aparatos reproductores deberían estar tan podridos como sus cerebros.
Dicen: "Tu madre es una hija de puta, que se muera sola; pero mi madre, es mi madre". Es la ley que usan para santificar sus genes corruptos y miserables.
Ha sido la falta de selección natural la causa de que seres tan anodinos hayan colonizado el mundo, es el precio que paga el género humano: la indignidad y la mezquindad.
Jamás el hombre evolucionará a un cerebro más grande, solo evolucionará a un cerebro más negro, más maloliente y pequeño. Está bien la ciencia ficción para intentar buscar un alivio a toda esa mierda; pero  no hay que engañarse más tiempo del necesario.
Y tampoco sería solución exterminarlos, porque sin sus excrementos, morirían todos los vegetales del planeta.
Solo queda alejarse de ellos e insultarlos abiertamente.
Tener la suerte de poder enviar a la mierda toda la moralidad que con sus leyes y tradiciones te mantiene preso, intentando amordazar la ética.
La mezquindad es la absoluta muerte de la libertad y la justicia.
—Esto es todo, Su Puta Ilustrísima.
—Agente, acompañe al acusado al banquillo.
—No he entendido nada de lo que el acusado ha declarado, pero no importa. Se han cumplido los términos del convenio entre la acusación y la defensa. El acusado será condenado a veinte años de  cárcel.

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A esta declaración, cuyo original se exhibe en el Museu Antropológic de Nova Barcelona, se la conoce como Tractatus Pettiness (Estudio o Tratado de la Mezquindad), ha sentado las  bases de nuestro actual código de Justicia, aprobado en el año 2224.
Quiero que para este fin de semana hagáis una redacción de cien palabras sobre el Tractatus Pettiness.
Ya podéis guardar vuestros puñales en las mochilas.
Pasad un buen fin de semana. Y que tengáis suerte los que vayáis al Parque de la Mezquindad para la Gran Fiesta Infantil de la Celebración de la Ética.
Ya sabéis que quien traiga más dedos índices cortados, recordad: solo índices; se ganará el Puñal de Plata grabado con las MZ en oro, en sus cachas de hueso humano mezquino.

Suerte, pequeños.




Iconoclasta