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7 de noviembre de 2016

Mismo tiempo, mismo lugar


Me pregunto si se le ha caído el cigarro de la boca. Y si ese gesto es desagrado o simple aburrimiento.
Sé todo del ser humano; pero de los seres que no hablan, no estoy seguro de intuir lo correcto.
Solo puedo concluir que tenemos en común estar en nuestro lugar, aunque no sea el tiempo adecuado para vivir una larga vida con una feliz muerte.
Sus orejas etiquetadas, lo dicen. Y un latido insano en algún lugar de mi cuerpo también.
Tal vez ella lo oye.
Observamos nuestro final entre miradas recíprocas y tranquilas. 
Sin mala intención. Solo es algo casual, informal.
Somos muertes que caminan a cuatro y dos patas.
Nada excepcional, tan solo una romántica conclusión.
Es lo que tienen los momentos bellos: ponen de manifiesto lo escasos que son y conllevan una tragedia tranquila.
Da pereza morir en un momento hermoso.
Cuando eres un hombre total, la muerte tiene la misma trascendencia que la hierba que pisas. Piensas en ella con comodidad, sin drama.
Con una sonrisa íntima y un poco sarcástica.
Solo importa que es un hermoso animal y es hermosa la tierra en la que descansa.
No me puedo quejar, estoy frente a ella y hace frío.
Estamos solos y estamos bien.
Y respiramos un silencio suave y mullido que cuida de las ideas bellas y de los instantes hermosos.
Pienso en quien amo y en besarla aquí arriba, besarla y presionar sus pechos con el mío, con su rostro entre mis manos.
Cálidos hilos de saliva unen nuestros labios... Aquí, en este improvisado santuario en el que no rezo a nadie, simplemente me dejo arrastrar por mi propio pensamiento.
Enciendo un cigarrillo y un viento suave arrastra el humo rápidamente, como telarañas desgarradas.
Las arañas deben blasfemar cuando eso ocurre.
Me río del mal chiste porque no puedo evitar pensar en una araña enojada.
Mejor enojada que muerta.
Adiós vaca, que te vaya bien. Y si no es así, no te preocupes, somos dos en el mismo tiempo, en el mismo lugar.
Bye...



Iconoclasta
Foto de Iconoclasta.