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29 de abril de 2020

Una noche insomne


¿Hay errores fatales en el lugar y tiempo en el que se nace?
¿O el error está en dónde y cuándo debo buscar lo que deseo?
No tiene importancia elegir una opción, cualquiera dará el mismo resultado.
Todo se resume en que si ella existe. Y de ser así ¿Dónde? ¿Desde cuándo?
Y si de alguna forma la encuentras ¿en qué condiciones te encontrarás para afrontar la trágica odisea de amar?
Y reflexionando sobre las posibilidades, sientes el peso cada vez más asfixiante de la improbabilidad. Hay un tiempo límite para el amor, hay edades sin retorno de la soledad para aquellos que la sienten como una condena. Edades en las que solo cabe divagar y perder el sueño de una noche, pensando en lo que no pudo ser.
Es tarde si el cuerpo está maltrecho y el pensamiento seco.
El amor requiere cuerpos capaces de afrontar el ansiado contacto, el sexo y las emociones. Encerrado en el cuerpo, se halla el pensamiento.
Las emociones son peligrosas para los corazones no educados en el esfuerzo y el cansancio vital diario.
Aún tengo músculos, no sé cuanto durarán; pero no pienso en ello como fuente de preocupación de la misma forma que no pienso en la muerte y su decrepitud.
Para amar debe haber una mens sana in corpore sano.
Un recipiente duradero para mis emociones, para las de ella, para su corazón y el mío.
Tienes que ser prácticamente un atlante para soportar el amor tan ansiado y tan doliente.
Dicen que el amor no tiene edad. Es mucho decir, es una imprudente ingenuidad.
Tengo que ofrecer lo mejor de mí.
Pero solo existe lo que hay en mí.
“Lo que ves en mí, realmente está en ti”, dice el hada nocturna de mi insomnio.
Asiento feliz a esa belleza de imagen; pero no le digo que no acabo de ver en mí lo que ella esplende en el día y la noche.
No entiendo el enigma del hada nocturna de mi insomnio. Al igual que a los grandes poetas, no los puedes entender, solo dejarte mecer por las imágenes de sus palabras y su sonoridad, que un día edificarán un pensamiento en algún lugar de tu memoria.
“Lo que ves en mí”.
Lo veo todo en un segundo.
“Realmente está en ti”.
Solo si te abrazara.
Cuando no estás no hay luz dentro de mí.
Porque mi insomne noche solo tiene un pabilo moribundo que alumbra una página de algo que leo sin prestar atención.
Tal vez sea yo tu espejo.
Y tú mi pensamiento.
Y una noche en vela de cigarrillos, espiritualidad y cosas que no deben decirse para que la obviedad no las estropee.
Hay cielos reflejando lo que somos, sin embargo tú reflejas lo que deseo.
Es una redundancia de tu naturaleza, porque percibo tu mirada y tu piel, y el reflejo que de ellas emana.
No quiero saber con precisión quien soy, requiere un tiempo que me robaría de estar contigo. Me conformo con la intuición de lo que soy. Y librarme de responsabilidades alegando ignorancia.
No quiero entenderte, solo quiero atisbar tu alma deslizándome con desidia en tus palabras de místicas ternuras.
“Lo que veo en ti, está en mí”.
Gracias, cielo. No sabes del enorme alcance de semejante afirmación.
Aun así, pienso que hay un error en el concepto de la reciprocidad de nuestras almas. Y un error de modestia en la sintaxis.
Deberías decir: “Lo que ves en mí, es lo que toda la vida has buscado”.
Y yo te diría con rapidez: “Sí”.
Es tan difícil ponerse de acuerdo en el concepto de la experiencia acumulada durante todas esas vidas que no recordamos… ¿Qué elegir y reparar de lo malo?
¿De verdad crees que somos el reflejo que vemos en los ojos queridos? Es mucho decir. Yo no valgo tanto como tú.
Una noche de insomnio. Tocata y fuga...
De ojos enormes e intensos que hacen foco en la intimidad metafísica de la oscuridad de la noche. Una narcosis de irrealidad con los ojos abiertos.
Es hermoso no dormir por ello.
Hadas que crean mundos sutiles que tan solo requieren de un pestañeo para cambiar las grandes cosas feas por algo más tranquilizador, más esperanzador.
Una noche de cuerpos que nos contienen y quisiéramos escapar de ellos. De lápices que deben escribir, porque si no escribes no queda registro de un hecho extraño, cuasi onírico.
Lápices que no aciertan, que no dicen la verdad; las emociones son confusas y los lápices tienen una seria limitación para decodificar el espectro anímico. Requiere un tiempo tan grande, que no hay vida que dure tanto.
Y todo sin tener que despertar.
Zanjada la noche con un adiós que no entraña tristezas.
No sé que pensar.
Bueno, no quiero pensar más.
Se acabó la tocata y fuga, la maestría del músico jaleada por las voces nocturnas de una magia serena. Que no cese…
Hay templos que son cuerpos humanos y sus enormes y profundos ojos, los colosales vitrales que inundan el altar de paz.
Y ella esparciendo su polen mágico en el aire de la insomne noche, que cae como polvo de plata y luz. Y alguna risa sincera que lo alborota.
De alguna forma la filosofía de lo que escribimos da paz y arrincona al hastío vital que me provoca dolencias en forma de náuseas.
Una tocata y fuga que resalta el silencio de los que escriben sus anhelos y verdades en una vigilia nocturna.
Como en un sueño de narcótica realidad y del que no es necesario el despertar y su tristeza.
No dormir es a veces un sueño de ojos abiertos, de infinitas posibilidades que no duelen.
Dulces dardos de metafísica esperanza para lo que queda de vida.
Y un inevitable galanteo que no hace daño.
Es de día, hay que despertar de la noche insomne.
La luz, la del sol, lo borrará todo.
Otra vez.




Iconoclasta
Foto de Iconoclasta.

21 de marzo de 2014

Dormir y escapar


No debería vivir lo que no quiero, hay libertad; pero el insomnio llega cada vez más a menudo y no me molestan los ojos resecos. Me molestan los sueños que ya no tengo, todas mis horas están llenas de realidades, de verdades, de pequeños actos que mi cerebro expone sin piedad, eternizando así mi estupidez.
El sueño llega tarde cuando llega y es difuso, más que sueño es delirio. Y esas cosas no me ayudan a escapar de los horribles días, de las emociones muertas y de fracasos que se prolongan en el tiempo como una condena desmesurada a un error que no era un crimen. De las noches tristes y áridas.
Quiero acurrucarme en lo húmedo y dormir, dejar de ver y oír.
Madre, ayúdame a dormir, susúrrame solo un par de palabras, algo que me haga olvidar por un momento, lo que no quiero. Fui pequeño en tus brazos un día, lo recuerdo, no es delirio.
Solo dormir y escapar, no es mucho tiempo, madre. En segundos puedo soñar cientos de cosas, solo dame un minuto para dormir bien, para descansar este puto cerebro que me diste.
Madre muerta, ya sé que no me puedes ayudar. Cuando me siento mierda, la fantasía me invade y se mezcla con lo real y lo empeora todo, perdona por ello.
Mis células piden vivir con ansia, arrancando grandes bocados de mi cordura. Se reproducen sin pausa y por ello no puedo bajar el telón de la vida, es excesivamente fuerte el deseo de ser de tantos millones de ellas. Se dividen y multiplican rápidamente a pesar de que no soy joven.
Queda demasiada vida en mí para forzar la muerte y liberarme de este aquí, este ahora.
Madre, que lástima no tenerte. Qué desconsuelo estar solo y despierto cuando las fuerzas flaquean, cuando ni siquiera existen.
No es malo estar solo, lo malo es estar en un lugar y un tiempo que no es el mío. Es el de ellos, el de otros. Estas cosas ocurren a lo largo de la vida, la soledad es algo usual; pero con el tiempo la paciencia se acaba y a veces me siento pequeño y aislado en una isla hostil.
Si al menos las células descansaran... Ellas, dale que te pego, a reproducirse como ratas inhibiendo la muerte.
¿Cómo lo hago para dormir? Para no estar.
No tengo sueño ni muerte donde esconderme.
Madre, he de vivir la degradación de la vida minuto a minuto. Es una condena desmesurada.
Es enloquecer.
Las ilusiones decaen con la edad como ocurre con la drástica bajada de la reproducción celular cuando somos ancianos.
Te escapas de morir con todas tus fuerzas y te quedas solo, o eliges la soledad y te equivocas o te equivocan.
Que más da...
La cuestión es que cortarse las venas cuesta dios y ayuda. Ser fuerte tiene sus desventajas.
Madre, no me siento fuerte. Resucita y ayúdame a dormir.
Esto es tan feo...
Soy cobarde y es algo que no favorece el suicidio. Tengo que reventar todas las ridículas esperanzas para sacar valentía y una buena razón para que mi sangre se derrame. Estoy en ello, madre.
Pero dame el sueño, necesito esa lucidez. Y mírame en la cabecera de la cama, solo será unos segundos, solo eso necesito, un sueño completo donde todos los rostros se hayan borrado. Y sus palabras. Solo necesito ese breve tiempo para descansar.
¿Te acuerdas, madre, cuando me ayudabas a orinar? Mi chorro era potente y dibujaba con él en el polvo y te reías. Ahora mi meada es patética y despierta recelos de infección, cáncer y sangre.
Estoy seguro que es el momento de partir, cuando se mea mal no gusta a nadie, ni a mí mismo.
Hay quien mea mejor, con mejor sonido, más potente, menos enfermizo. Es hora de un paso atrás, hacia el vacío y dejar espacio los demás, a los mejores meones. No quiero estar junto a ellos y ser testigo de amores y añoranzas. Que les den por culo, quiero irme, mamá.
Madre, tengo sueño y no puedo dormir. Tengo boca y no quiero hablar, tengo oídos y no quiero oír, tengo inteligencia y no quiero saber. Tu hijo tiene unos buenos problemas ¿eh?
Durante el entierro de mi padre pensé que era bonito que tanta gente fuera a decirle adiós, había gente que le quería bien, que le quería de verdad. Mi padre no meó mal jamás, su corazón se partió, técnicamente: un infarto.
Y ahora soy más viejo que él. Eso no es justo, madre. Si supiera que sería más joven que mi hijo algún día, te maldeciría por haberme parido.
Es otra razón más para dormir. Es otra verdad que me roba el sueño. Sonríe, dame un beso en la mejilla y espera un segundo. Yo contigo me duermo.
Es fácil, eres mi rescate.
No quiero que vaya gente a mi entierro para susurrar entre risas, café y tabaco, lo mal que meaba. De mear mal a follar como un idiota, solo hay una diferencia de una copa o una cerveza más.
Ya sé que una vez muerto no importa; pero ahora en la soledad del insomnio, sí que me preocupa. Es un problema que he de resolver.
Soy orgulloso, incluso en la soledad soy orgulloso conmigo mismo. Sé despreciarme y maltratarme, madre. Ahora tú dime que no soy malo, miénteme como cuando me decías que era guapo.
No es un buen momento para respirar gas. Hay que dar tiempo a que se sequen en la memoria de los otros mis patéticas meadas (y otras "pateticidades" más que uno provoca sin remedio). A lo mejor, cuando todo aquel que me conoció se haya enamorado y estén follando como locos, se olviden de lo mal que meo. Cuando follaba no pensaba en nadie, solo en el placer, es verosímil que otros hagan lo mismo, aunque no tan bien, claro.
Madre, me engañaste, no era tan listo como tu decías. Te amé por ello.
Cuando trabajaba, alguien me dijo: "A la tercera vez que te equivoques, te vas a la calle".
Yo respondí: "Ya me podéis cobrar por adelantado las equivocaciones, porque en los próximos dos minutos me habré equivocado siete u ocho veces. Así que mejor me das el finiquito ahora y no perdemos tiempo ni yo, ni tú" (exactamente en este orden de preferencias aunque no sea gramaticalmente correcto).
De hecho, mi primer error fue escuchar aquella estupidez. Me metí en el culo mi orgullo y metafóricamente me arrodillé para comerle la polla al retrasado mental de mi jefe. Necesitaba el dinero  de aquel trabajo.
Me hubiera ido bien con  la prostitución puramente sexual, soy bueno diciendo cosas que no siento y haciendo cosas que no debo.
Ahora me preocupa más mear sangre y que me vean hacerlo. Hay que ser discreto.
Madre, no quiero discreciones de mierda, te quiero a ti durmiéndome.
Resucita, yo lo haría por ti.
Quisiera dormir pero estoy maldito y permanezco despierto ante la iniquidad.
Se está mejor solo que mal acompañado, pero aunque hubiera estado bien acompañado, nací para estar solo. Y me equivoco y hago cosas que no debo. Otra vez...
No soy malo del todo, madre, no he cambiado desde niño, solo he aprendido. ¿Me puedes guiar al sueño? No te marches hasta que cierre los ojos, no me dejes más tiempo despierto aquí.
Mientras ellos duermen felices yo estoy despierto mascando su felicidad de mierda. No soy un Jesucristo, madre. Me importa un huevo  la felicidad del prójimo, solo quiero estar lejos de este tiempo, de este lugar.
Solo respira cerca de mí y di algo con tu inolvidable y entrañable voz. Siempre sonreían tus ojos cuando te miraba. Dame el don del sueño y guíame por él lejos de esta pesadilla, de este mal viaje.
Tampoco era necesario andar semejante camino para apenas un espejismo. La fiebre, la maldita fiebre y la nave Soledad y sus rodeos inexplicables. Todo es confusión y enfermedad. Y una dulce desesperanza, el fracaso de los agotados: tumbarse en una arena que está en la nada.
Allá donde la orina ensangrentada no la vea nadie.
Agotados por el peso de los errores, de la vida.
Agotado, agotad... agota... agot...
Buenas noches, madre. Gracias...






Iconoclasta