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23 de enero de 2013

El hongo




En algún momento durante su formación en el útero, una espora corrupta del hongo de la vida se introdujo en su organismo a través del cordón umbilical y anidó en su cerebro parasitándolo.
No vivo, estoy parasitado por un hongo putrefacto, repugnante y voraz que deja esporas por todo mi cuerpo. Se llama vida y su nombre científico es Viventes fungus.
Los hongos habitan en lo oscuro y en lo podrido. Tal vez me formé podrido…
Tal vez sea mi parásito, yo mismo.
Se formó en el vientre materno, fue parido y luego creció con la temible conciencia de que su vida iba a ser excesivamente larga. La sintomatología era la de una alergia al planeta y a la humanidad.
La comezón en mis orejas es tan mortificante que la aguja con la que rasco allá dentro, me hace cada día más sordo a los humanos. La esporas que despide mi hongo atraen cucarachas y moscas que dejan sus huevos en mis tímpanos, produciendo fiebre en mis ojos que lo ven todo teñido de negro y rojo.
A pesar de todo, creció para aprender a identificar con certeras palabras la porquería que sus ojos observaban y le rodeaba. Era como si tuviera que convivir con un loco y un cuerdo dentro de un mismo cráneo, y la conciencia de su vida podrida, la auténtica verdad de su existencia, estaba presente en cada segundo de su tiempo.
No se entiende bien a estas alturas de su madurez, si el cerebro es el parasitado o su hongo es el pensamiento humano. Tal vez inhumano.
El hongo putrefacto se ha hecho cada día más grande y cuanto más espacio ocupa, más mina mi humor y esperanzas. La vida, ese hongo repugnante, sabe agredirme una y otra vez.
Rompe mi sonrisa y cualquier afecto.
Cuando hace daño, lo duplica con la siguiente acción. Si me encuentro tendido en el suelo, el hongo encuentra a alguien o algo que me aplaste con más fuerza. Soy perseguido y acosado por ese puto parásito que soy yo mismo.
Es difícil de explicar.
Es imposible.
Es inútil…
Se convirtió en un ser desarraigado de todo lo natural y lo humano. Se hizo cínico. Cualquier cosa animada o inanimada que le provocara una emoción, se hacía indecentemente larga en el tiempo hastiándolo. Estar en el mundo era ser prisionero.
Se convirtió en un psicópata que odiaba la vida.
Grito y conjuro la muerte de mis hijos con una ira desbocada. Escupo sangre deseando la muerte, el genocidio y la destrucción. Soy más malo que ese repugnante Viventes fungus.
He madurado y adquirido mi plenitud, mi pleno desarrollo mental. Soy más sabio que nadie.
Me han despedido del trabajo, no me quiere mi esposa, ni mis hijos.
Si no amo mi vida, no amo la de nadie. No importa que me rechacen porque lo rechazo todo por sistema.
Estoy desbocado. Mis hijos se pudrirán como yo y no importa. No conocen el maldito hongo. Bendita inocencia…
Bastante asqueado estoy de la vida para atender la de otros.
Mi esposa vomitó cuando vio mi pútrido semen en su pubis.
Mis hijos sienten asco de mi aliento.
¿Fue una especie de puta mi madre? ¿Por qué me transmitió ese ponzoñoso hongo de mierda? La odio con toda mi alma aunque esté muerta.
El hongo apenas tarda unos segundos en provocar la mala suerte e infectar la médula de los huesos, el ánimo y la cordura de la víctima. Sus testículos están endurecidos por tumores y sus masturbaciones son sórdidas y dolorosas. Se hace pajas para aliviar la presión de ese semen verde que le duele. Está solo, alejado de todo en un apartamento vacío, sin muebles. Con las paredes cubiertas de un terciopelo negro y viscoso. De hongos de la vida corrupta que su piel suda y contagia.
Soy tan malo como esa seta que me pudre y que lanza sus raíces de estiércol por mi médula espinal. Siento el sabor a mierda en mi boca cada día, cada hora, cada minuto…
Cuando más tranquilos deberían estar los humanos, ante la madurez mental, él se sentía más asqueado de sus conocimientos y de la vida. Reprochaba a su propia existencia su esclavitud eterna en el planeta. El hongo y su pensamiento eran simbiosis pura.
Pero yo sé hacerme más daño y dañar más que él. Puta vida de mierda… Acabaré contigo aunque me joda yo. Nada puede calmar mi ira y mi locura cuando soy agredido por el hongo de mierda. He llegado al límite de la paciencia.
Vida cerda.
Morir es acabar con él. Fumo puros habanos hasta ahogarme, hasta espesar la sangre tanto, que el corazón es incapaz de bombear. Los dedos de los pies se pudren y con ellos la vida: ese hongo asqueroso que me poliniza de miseria y repugnancia.
Me gusta especialmente la parte del puro habano, me gustan los buenos cigarros. Y que me la chupen también, aunque el precio de que un humano esté tan cerca de mí, hace mierda mi erección.
Las paredes hablan. Son colegas del hongo, su universo es un manto de musgo negro y viscoso. Negros muros como sus uñas y la carne de todos sus dedos a los que ya no llega sangre roja.
Todo está mal y a mi familia se le escapa una sonrisa alegre al saberse a salvo de mí. De mi hongo.
—Deberías saber que ellos no están contagiados, solo tú tienes ese hongo, nadie más lo tiene. Tendrás mala suerte y mala vida hasta el fin de tus días. Nadie compartirá la mierda contigo.
—No seas locuaz —le respondo a la pared.
Es genético, es mierda que me pudre con sus raíces extendiéndose  y rompiendo mi ADN y la ilusión. Coloniza el cerebro y la carne.
Y los huesos, amén.
No está registrado el hongo en ningún libro, en ningún ensayo. No hay fungicidas, no hay cura ni tiempo para hallarla. De hecho, solo uno de cada cien generaciones, nace infectado por el hongo de la vida: Viventes fungus.
Es larga la existencia cuando ese hongo asqueroso coloniza la médula de mis huesos, mi bienestar, mi dinero, mi amor…
Lo corrompe todo.
Y yo me hago más daño si puedo, no bajo la cabeza ante nada ni nadie. A costa de mi vida, a costa de todo…
No tengo miedo, solo es asco por la vida, por el hongo repugnante que lanza sus esporas venenosas sobre mi piel y las vísceras. Por dentro y muy adentro.
Vive en lo lóbrego y húmedo de mi cerebro, y es descomposición.
Vivo esperando lo peor, lo que como es para la vida de mierda, para alimentar ese hongo. Todo se lo lleva él: los nutrientes y mi sonrisa.
Cómo lo odio. Es el hongo del hastío, la monotonía y lo gris. El hongo del esfuerzo y la pobreza, la esclavitud y el cáncer.
Odio la luz que ilumina los ojos de los que ríen y odio su organismo libre de parásitos.
El hongo provoca una melancólica envidia, de una forma inevitable. E induce al fracaso y la desesperanza constantemente.
La vida, el triunfo de los demás, es la prueba continua de mi fracaso.
Les infectaría metiéndoles en la boca mi pene lleno de esporas y raíces de pesimismo y fracaso. De malas suertes y lesiones.
De pobreza y necesidad.
Cuando la vida te parasita, no puede haber tratamiento ni amputación, la única salida es el suicidio; pero requiere un valor que se adquiere con el constante sufrimiento y hastío. Y eso llega con la madurez.
He rociado las paredes con cloro y el hongo se ha desprendido convirtiéndose en líquido negro. Mi cigarro se ha apagado entre los dedos y ya no me parece repugante ni difícil beber lejía, esa mierdosa seta me ha provocado tanto dolor y hastío que nada puede ser peor.
Y quiero sufrir para que sufra el hongo también.
Ojalá no exista nada tras la muerte, porque seguro que me esperaría otra pijosa seta.
Brindo con cloro por la muerte de la humanidad.
Maldita sea mi suerte…
Hay quien se pregunta si es posible que la miseria llene tanto la vida de una persona durante tanto tiempo. Tal vez, piensan algunos, que es dejadez.
Tal vez el hongo esté en sus uñas. Tal vez creciendo en sus hijos. Es igual, aunque comieran mierda, el hongo de la imbecilidad, el que infecta a toda la humanidad, les haría ver que comen caviar.


 

 

Iconoclasta