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Mostrando entradas con la etiqueta hielo. Mostrar todas las entradas
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19 de diciembre de 2023

lp--Vivir en la gélida sombra--ic

Desde que a finales del otoño caen las primeras heladas nocturnas, el hielo en algunos lugares no se derrite y se acumula noche tras noche, allá donde el débil sol invernal no puede llegar porque las montañas crean umbrías que se extienden por la tierra.

Sombras que el frío pinta de blanco cada noche y cuyos contornos observo con la curiosidad de mi pensamiento atávico e inquebrantablemente asombrado.

Los parajes son metáforas de uno mismo; es un ejercicio, a veces cruel, encontrarlas o formarlas o deformarlas. O pervertirlas para que todo cuadre en tu cabeza.

Metáforas y coincidencias del pensamiento necesitado y voraz de vida y muerte, calor y frío, hambre y comida, dolor y follar...

Los lugares son eternos, estuvieron allí en el nacimiento del primer humano y continuarán cuando muera el último. Al morar en ellos, la tierra y su hielo nos contamina de sí misma.

Unos, los más, buscan la luz y la calidez. Yo estoy bien entre la escarcha acumulada, vieja y agreste porque no hay nadie en ella.

He visto asaz de humanos, los conozco a todos.

Duele más un golpe en la carne fría que la caliente.

Sin embargo, necesitas profundizar más el filo en la carne fría para que sangre. Si has de cortarte las venas o tirarte por un precipicio, que sea en tierra cálida; todo son ventajas para los inquietos suicidas.

Frente al definido límite de lo templado y lo helado, es parecido a asomarse a un barranco, pero sin muerte. Un paso más y metes el pie en la frialdad. En ambos casos, inevitablemente, imaginas con inquietud la consecuencia de avanzar.

Caminando por el hielo los pies pierden temperatura gradualmente en un acto parecido al de la muerte, así se deben enfriar los cadáveres.

No importa, no soy forense.

Es por no callar, sufro verborrea aguda.

Pero si fuera forense, llenaría de ceniza la fría boca del cadáver al que no le molesta ya quien fuma.

Si das el paso al bando blanco sentirás el hielo crujir, la suela de la bota enfriarse y los dedos encogerse incómodos. Y un poco más tarde, babosas que trepan por tus piernas robando el calor la sangre.

Me gusta pisar con fuerza el hielo y el crujir de mis botas que hace los pasos potentes, lo que no son en la tierra templada...

Aún me quedan rastros de una injustificada vanidad.

Es un hielo bueno, que no parte los huesos haciéndolos salir astillados por la carne, como cuando caes al resbalar velozmente en el pavimento de la sucia ciudad.

Con cierto esfuerzo, habitamos donde debemos o elegimos.

Si podemos...

Porque nacemos en cautividad y es difícil escapar de los cochinos amos y sus mierdosas calles y ciudades.

Hay lugares a los que no llega la calidez de la luz en todo el día, en todo el invierno.

Permanecen mudos en la gélida luz, esperando el ansiado próximo equinoccio, como las ramas desnudas de los árboles pidiéndole al cielo algo de calor.

Tienen algo cruel y viejo las zonas heladas a pesar de su blancura que evoca bondad.

En el hielo la piel se llena de una escarcha que te come la energía y te detienes a menudo, más que cansado, harto al final del invierno.

Y te preguntas cosas absurdas al observar la luz detenerse ante la raya que separa blanco y tierra: ¿teme la luz congelarse? Es como un perro que furioso ladra, pero no da un paso más.

Afirmo también, en base a la experiencia, que la esperanza es lo primero que se pierde y se congela durante eones en ese paraje donde hay una luz insuficiente para templar los sueños.

No hay esperanza alguna para sentir la calidez de la piel amada; sin embargo, con el primer paso del día en el hielo, pienso en ella y su calidez.

Pareciera entonces que el hielo se deshace y chapoteo en agua.

Mi amada cálida puede más que el sol...

La esperanza está congelada; pero el amor y la fantasía de amarla es un fuego imparable que hace mis pasos líquidos como su lejana mirada que me diluye todo por dentro.

El humo del cigarrillo no sube con la frialdad del aire y su rostro se dibuja en la voluta de humo flotante.

Una comadreja, con su coqueta mancha blanca en el pecho me mira de lejos con curiosidad, se pregunta si estoy vivo o muerto en el páramo de nadie.

Bueno, puede que no esté muy vivo.



Iconoclasta

Foto de Iconoclasta.


25 de marzo de 2017

Enemigos y perdedores



Es el último frío, el invierno ha lanzado un breve puñetazo de nieve contra el rostro de la primavera.

No tiene un buen perder el frío.

Ni yo.

Los que perdemos luchando, no tenemos humildad alguna. Y perder una batalla, no se debe a que el enemigo sea más fuerte o más inteligente.

La culpa es nuestra, porque hemos tenido un momento de estupidez frente a un idiota, nuestro enemigo. Hemos sido tontos por algún fallo eléctrico o químico en el cerebro. 

Hay enemigos y están los simples conocidos.

Porque la amistad es solo una estación más, algo que caduca en la vida.

La amistad es variable, voluble e interesada. Lo dice la experiencia, la mía, la única que importa, la genuina, inequívoca y verdadera realidad.

El amor es poderoso y no conoce ambigüedades. O lo es todo, o es nada.

El amor se rompe, no se torna decadente o mediocre como la amistad.

Cosas que pasan...

Cosas que pienso ante la agonía de un invierno que de nuevo muere.

Pisando el hielo y el barro que cubre.

El invierno ataca a la primavera y yo aplasto la nieve y orino en ella porque me apetece.

Pobre invierno... Un perdedor como yo.

Al final solo queda un barro que el calor secará. Y hasta mi huella perdurará más tiempo que el frío.

Es patético ver como lo que fue fuerte, no trasciende. Se hace nada.

Y el barro...

Ese barro que dicen que es con lo que se construyeron ídolos y dioses.

Mentira... Los ídolos y dioses no son de barro, los fabricaron con excrementos unos homínidos que en lugar de comerlos, decidieron ser artistas de mierda.

La humanidad ha basado su fe en la divina forma excrementicia.


Escatologías de un perdedor.

No tengo un buen perder, lo juro. Soy como el invierno, que con la cabeza cortada, aún da golpes a ciegas.




Iconoclasta
Foto de Iconoclasta.


18 de enero de 2017

Iceman


Si se congelan las rocas ¿por qué no va a congelarse el pensamiento por muy arropado por carne, piel, sangre y huesos que esté?
De hecho el pensamiento se hace hielo en los tiempos cálidos y cuando llega el invierno no queda nada para congelar.
Por ello, observo el hielo en la roca y no siento frío. No pienso en el horror de la hostil frialdad.
Uno se habitúa a lo que es.
No es virtud ni perversión, es solo genética. Idiosincrasia.
Y una edad milenaria.
Como si el saber formara duros estratos antárticos en el pensamiento que las emociones no pueden perforar.
Está bien, hay superhéroes de todo tipo.
No obstante, me toco las orejas para asegurarme de que siguen ahí, no me fio de mis fríos superpoderes.
Yo: The Iceman.




Iconoclasta
Foto de Iconoclasta.

9 de diciembre de 2016

Ardiendo en el hielo


Las orillas están blancas por el hielo y la hierba cruje con cada paso.
No existe frío tan feroz que anule mi pensamiento animal y encelado.
Estás presente y ardiente en el desierto y en los glaciares.
De mi boca y nariz sale humo aunque no fumo y siento frío en los mismísimos ojos.
Saco la polla para mear y pienso en la calidez de tu piel, en la acogedora y viscosa humedad de tu coño.
Y aquí, en este frío páramo se me pone dura entre los dedos, y no puedo hacer otra cosa que tirar sin piedad del prepucio y descubrir el glande congestionado de sangre, deseoso de fundirse en tu vagina. Del meato cuelga un obsceno filamento espeso. Es el hambre de ti, y lo sabes, mi puta...
Es el absoluto deseo de metértela sin piedad, sin cuidado. Cuasi cruelmente.
Quiero follarte en este helor y observar fascinado tu clítoris duro, asomando desafiante entre los labios que abriré con mis dedos toscos. Esa bestia que tienes entre las piernas calentará mis fríos y presurosos dedos muertos sin ti. Antes de que te invada con mi bálano y tome posesión absoluta de tu coño y tu voluntad.
No quiero mear, solo masajear el pene. Que este vaho que sale de mi boca, cubra tus pezones duros y las enloquecedoras areolas se ericen por la amenazadora caricia de mis dientes.
Ya no hace frío, has fundido con fuego mi pensamiento y mi corazón que lanza chorros de sangre hirviendo a mi pornográfico pene.
El semen brota y convulsiona mi vientre. Se confunde con el hielo y mi gruñido de placer hace detonar en el aire las alas de los cuervos en un estampido casi diabólico.
Las desnudas ramas del árbol en el que estaban posados, parecen gemir temblorosas al cielo, rogando no ver la obscenidad que cometo.
Es indistinto el lugar, el clima o el tiempo.
Te la metería en cualquier paraje, en una gruta oscura, de día y de noche, en un prado verde o en la puta Antártida.
Tú no sabes de tu poder sobre mí...
La última gota de leche cae en mi bota.
En mi mente perturbada suenan tus gemidos incesantemente.
Y estrangulo con el puño la polla para aliviar tu omnipresente presión.
Enciendo un cigarro cuando mi pene aún cabecea el orgasmo, dejando que se enfríe mientras ardo en el infierno de un invierno sin ti.



Iconoclasta
Foto de Iconoclasta.

3 de diciembre de 2016

Hielo y piedras



He visto el hielo en las piedras de un viejo muro de más de cuatro siglos.
El sol no alcanzaba a evaporarlo, como si el muro cobijara al hielo y éste enfriara y diera de beber a las secas y viejas piedras cansadas.
Son buenos amigos que se hacen compañía.
Todos esos siglos los han unido.

Debe haber un tiempo secular determinado para que las cosas más extrañas traben amistad entre ellas.
Y entiendo porqué amo y odio con idéntico placer e intensidad y nada me frena.
Con entusiasmo, lo mismo que construyo, destruyo.
Debe ser que soy más viejo que el muro y el planeta me adora por la pureza y la total ausencia de escrúpulos en mis emociones.
He cumplido una edad secular y el planeta adora mis emociones de amor y destrucción.
Al fin y al cabo soy hijo suyo: un producto de este lugar que flota en el cosmos.

Soy fuego y hielo.
Hierba y piedra.
Agua y tierra.
Soy perfecto, equilibrado en maldad y bondad puras.
El universo me quiere, es mi amigo a pesar de mis aberrantes pensamientos.
Tan viejo como él mismo.
Por ello aún vivo.

No tengo reparo en odiar por igual al más rico o al mendigo que más sufre. No prostituyo mi ser por nada ni por nadie.
Soy muro y hielo que avanza hacia una muerte que no pide ni necesita arrepentimiento alguno.

No existe el examen de conciencia en mí. No soy conciencia, soy consecuencia. Soy un acto continuo perfecto.
Cada acto cruel, cada detestable pensamiento, que he ejecutado y hay en mi cerebro, es la perfecta consecuencia del universo.

Podría ser más hermoso; pero nada es perfecto.
Y lo perfecto hastía.



Iconoclasta
Foto de Iconoclasta

30 de diciembre de 2015

El sudario helado



Un sudario de hielo hace caos de las hierbas y las flores, como si el pie de un dios rabioso las aplastara.

Camino por la silenciosa senda de un cementerio de muertos rebeldes. Se niegan a morir a pesar del divino y aplastante designio.

Como los dedos de los magos blancos, los rayos del sol hacen del sudario jirones de niebla y el verde come a lo blanco y las afiladas briznas heladas se hacen tallos tiernos.

Y se enderezan soberbios en un salve a la luz que calienta.

Es el cementerio insurgente, donde la vida se come a la muerte.

Como si un sudario pudiera morir... La muerte devorada por la muerte.

Es mejor no pensar demasiado, no pensar que la carne no está sujeta a la hermosa resurrección.

Disfrutar del silencio en silencio y observar el sudario hacerse humo bajo el sol justiciero.

Soy extraño a esos dioses y a esos magos blancos. Solo soy un testigo, un forastero  que cojea silencioso; si acaso, fumando para confortar el pecho ante el gélido sudario.

Tengo una cita diaria con la muerte y con la vida.

Son tan tenaces desgarrando el sudario... No sé si quisiera hacerlo cuando me cubra a mí.

Estaré cansado...



Iconoclasta