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29 de marzo de 2016

Llamada obscena


No contestes, no hables.
No sueltes el teléfono.
No es una llamada obscena, es una venganza a tu sensualidad, al placer que me inspiras, a la animalidad a la que me abocas.
No te toques aunque te diga que tengo tus braguitas negras dando vueltas entre mis dedos. Que mi pene siente espasmos ante la proximidad de la suave y transparente blonda que tantas veces ha empapado tu coño.
No te permito que acaricies tus pezones, no quiero  que uses tu mano libre para dar consuelo a la humedad que empiezas a derramar, a la dureza implacable de tus pezones que se marcan sobre la suave tela que los cubre.
Solo quiero oír tu gemido desesperado, impaciente porque sabes que estoy envolviendo mi bálano con tu braguita, que ciño con fuerza la tela, que descubro mi glande y se marca entre el pérfido dibujo que en otros momentos a dejado de manifiesto la voluptuosidad de los labios de tu coño, que los he besado a través de la blonda con el dulce sabor de tu flujo.
Me conviertes en un perro sediento. Me sometes.
No hables, escucha. La humedad viscosa de mi glande parece literalmente deshacer la tela que cubría tu coño. La tela que yo despegaba y que arrastraba filamentos de deseo de entre tus labios henchidos y hambrientos.
¡Te he dicho que no te toques! Es una venganza por lo que te deseo, por hacerme descender a lo más profundo del animal que soy.
Separa tus muslos, quiero hablarle a la mujer obscena que hace de mí una red de venas que trabajan exclusivamente para ella, para llevar la sangre necesaria al miembro que parece reventar.
Sé perfectamente de como se forma la viscosidad entre tus labios, como se ha endurecido el clítoris. Sí, cielo, te permito gemir; pero no te toques.
Te lo prohíbo, maldita.
Maldita amada.
Maldita bella.
Maldita lujuria.
Como te amo, te odio, te deseo... 
No estás ahora aquí para besar el glande cubierto con algo de ti; pero te ordeno que beses la tela que cubre mi desesperación, que escupas en ella, que poses tus labios y yo te invada la boca furioso.
¡No hables, no te toques!
Ahora el glande parece querer abrirse paso entre los dibujos de la tela, hay mortificación en mi sensible carne.
Si vieras como mi vientre se contrae ante la proximidad del orgasmo...
¿Me oyes gemir? No es solo placer, hay un dolor por tu ausencia, porque no estás.
Es la paja más triste... ¿Me sientes?
Es la masturbación más desesperada.
Te prohíbo que te toques. El semen empieza a brotar, como una marea blanca aparece entre los poros de la tela. Extendiéndose, haciéndola invisible.
¿Te imaginas mi corrida desesperada? La tela ya no la siento, me pasa como con tu coño, no distingo donde empieza mi piel o la tuya.
¿Has escuchado mi ronquido? Mi pene sufre espasmos escupiendo el esperma que debería estar en tu sexo, entre tus dedos, en tu boca...
Sí, preciosa, quiero esos perfectos y tallados labios jadeando, es mi venganza. Es el castigo a tu sensualidad implacable.
Desde aquí, mamo tu coño. Te lo juro por el semen que ha empapado tu braguita.
El placer solo es comparable a la tristeza de que no sea en tu sexo donde ahora suelte mis últimas gotas.
No te toques, gime, sufre; pero no te toques.
Ahora acaricio mis testículos, como tú  lo haces, con suavidad, dando paz a todo esto que siento por ti; recuperando, ascendiendo a la cordura poco a poco desde lo profundo a lo que me has llevado.
 Ahora ya solo puedo decirte que te amo, que me faltas a cada instante, que me llevas a mundos que no hubiera pensado.
Mundo de fetichismo y blonda...
Que observo tus braguitas empapadas de mi semen y siento ganas de llorar.
Y las froto en mi vientre.
No digas nada, calla.
Sufre, maldita amada, maldita hermosa, maldita mujer adorada.
Beso tu coño, muerdo tus pezones.
Buenas noches, adorada mía.


Iconoclasta

15 de enero de 2015

Malditas y divinas deidades


Deidades...
No son lo buenas que se creen.
Esas deidades son como gigantes que toman un bebé con la punta de sus dedos, con cariño y ternura; pero aplastan su pecho y lo matan con su desmesurada magnitud y fuerza.
Las deidades creen que como ellas aman y sienten, aman los humanos. Y les echan al rostro y a la mente toda esa sensualidad y erotismo sin ser conscientes de que los doblan como si recibieran un puñetazo en la barriga. Crean con su poder divino un universo que no está al alcance de los no sagrados.
Sonríen radiantes y nosotros pensamos en como es posible querer tanto en tan poco tiempo, porque no somos dioses como ellas. Sonreímos porque nos contagian; pero hay un profundo amor serio como la muerte en algún punto de nuestro pecho; un dolor de no poder alcanzar, de no ser suficiente para todo esa pasión y deseo que destilan las diosas por cada poro de su piel.
No creía en seres divinos capaces de con el silencio, transmitir su divina existencia. Con sus palabras fulminar mi paz e independencia y convertirme en su devoto amante pequeño.
Infinitesimal...
"Yo soy Dios", quisiera decirle con convicción a la diosa; pero sé que sonreiría con cariño y ternura, como si fuera una pequeña réplica graciosa y barata de un tótem.
Una figurilla coleccionable.
La deidad me quiere; pero no imagina el impacto que tiene en mi pensamiento y organismo. No calibra la magnitud de su ser frente a un humano.
No tienen necesidad de ello, ya hacen bastante con mostrarse con toda su divinidad ante nos; están libres de escrúpulos, son diosas.
Su grandeza las define.
Se convierten  sin saberlo, con una exquisita inocencia, en seres crueles que nos enamoran sin ningún reparo. Con toda su belleza inexpugnable.
Tal vez no, sean crueles, pero no puedo ser ecuánime. No soy justo juzgando cuando el mundo lo cubre mi diosa y todo es ella.
Te hacen sangrar el corazón con sus palabas, con unos puntos suspensivos prendidos de sus santos labios...
Hay un cigarrillo consumiéndose en el cenicero al que no hago caso porque la diosa está presente. No es momento para la banalidad, podría morir en cualquier momento, no soy divino. Debo administrar bien mi tiempo.
Yo un ateo convencido, soy ahora un sacerdote pagano.
Soy demasiado viejo para esto... Las deidades son inmortales y su eterna juventud nos hace viejos cualquiera que sea la edad. Ellas marcan las épocas.
Escribo y describo lo inexplicable con suficiente precisión, pero no hay consuelo.
Tal  vez quede una esperanza: ¿los dioses nacen o se hacen? Es un problema en el que estoy trabajando.
Me centro en la segunda opción, estoy harto de imposibles.
Si pudiera ser tan solo un poco dios, le haría sangrar los labios con un beso de furiosa y desbocada lujuria. El dolor del amor desatado, desbocado. Una venganza de amantes.
Tal vez no debería ser dios, no tengo medida alguna como hombre.
Porque le mostraría mi polla palpitante y una gota de fluido que se descuelga desde un glande cárdeno por la congestión sanguínea que provoca su cuerpo divino.
¡Ah... La sagrada obscenidad!
Apuñalaría el espiráculo de un delfín sonriente para mostrar que mi crueldad es equiparable al amor que me dobla por ella. Para demostrar que cualquier vida importa menos que amarla.
Mataría hombres que eran tan humanos como yo, para demostrarle mi violenta divinidad. Como un reproche a la esclavitud a la que me tiene sometido.
Aplastaría con mis pies los dedos de un niño que juega en el suelo...
Tal vez no le gustara, pero soy su obra. Tiene que ser consecuente con lo que provoca.
Malditas y divinas deidades...







Iconoclasta