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4 de diciembre de 2014

Un sagrado misterio


No somos dos enamorados.
No somos solo eso: solo amantes.
Somos dos rarezas en una esfera transparente de cristal de amor.
Somos un sagrado misterio en el planeta. No existen dioses, solo nosotros.
Un sagrado misterio porque nadie puede comprender como es posible amarte tanto, con tanta fuerza.
Cómo es posible ser tan amado como yo.
Somos la representación plástica y metafísica del amor. Una performance conceptual, surreal, mística y carnal.
Carnal, carnal, carnal...
Por todos los dioses, no sabes lo  que te amo...
Somos admiración, ante todo envidia.
Van a destruir nuestra esfera de amor, ya no seremos exclusivos el uno para el otro, ya no seremos especiales. Van a reventar a golpes el misterio que somos, con puños y dientes. Rabiosos, fariseos...
Ahora, precisamente ahora...
Te busqué en países lejanos, en tiempos que eran trampas.
Y estabas aquí, mi amor. Perdí tiempo y fuerza en errores.
Se acercan, quieren tocar, violar y mancillar el sagrado misterio, mi amor.
Abrázate urgente y fuertemente a mí. Oprime tus preciosos y menudos pechos contra mí, quiero fundirme contigo y que sientas la sagrada erección del amor. Antes de que nos olvidemos, antes de que nos destruyan como misterio.
Quiero crear en mi memoria toda una vida contigo, creer con firmeza que estos instantes de amor en los que te he encontrado, reconocido y besado, han llenado mi vida.
Dame tus labios y tu lengua, no te importe que los rasgue,  que duela el beso del sagrado misterio.
Quiero estar unido a ti cuando destruyan lo que somos y  dejaremos de ser.
Es tan breve lo hermoso, mi amor.
Cientos de hombres, mujeres y niños golpean la esfera del sagrado misterio de esos amantes anónimos y obscenos en su amor exclusivo y aislado del mundo. Son golpes sordos, en un silencio de pasos sin voces, de emoción insana, sin alegría...
Unos quieren entrar y ser misterio, otros quieren destruir lo que les está vedado.
La primera fisura que se abre en la esfera, contamina el interior en un instante corto como un latido de corazón.
El mediodía hace de la calle y sus seres un infierno, un horno al rojo vivo.
Los amantes han cesado el beso y sus cuerpos se separan.
Ya no hay misterio. La esfera de sólido cristal de amor estalla como una burbuja de jabón que cae dulcemente sobre el suelo ardiente.
Sin ruido y con la vulgaridad como atmósfera, los cientos de seres guardan silencio cuando los amantes se alejan el uno del otro con indiferencia autómata.
Alguien entre la multitud ríe, y todos se dirigen hacia algún lugar de la ciudad, charlando animadamente o con una carga de mediocridad sobre sus hombros que los encorva.
Los amantes ya no existen, no hubo misterio jamás. No se distinguen del resto de seres humanos.
El atardecer y sus sombras largas como finos cuchillos, masacran los restos de un misterio sagrado y efímero.
Jamás ocurrió, no hubo nada ultra terreno.
No es posible, no es legal semejante amor.
No hay misterios en un mundo plano, previsible y anodino.




Iconoclasta