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16 de octubre de 2022

lp--Y soñé--ic


Y soñé que te besaba. De repente.

En un mundo penumbroso. ¿O tal vez indefinido?

¿Qué importa el decorado si te tengo?

Sabía que era sueño, como si una parte de mí estuviera despierta, observando con tristeza un amor que no traspasa la frontera hacia la realidad, hacia la carne táctil.

A posteriori, cuando aún hierven las imágenes del sueño tras despertar; me preocupa, me desconcierta que no sea mi rostro, ni mi cuerpo en lo onírico. Me reconozco en sueños, sé que soy ese que te come de amor, no hay duda porque estoy tras sus ojos y pienso desde dentro de él; pero tampoco existe un mundo y una luz igual en la realidad.

Cuando despierto, siento el peso de perderte.

Temo ese momento. 

Me desconcierta la luz oscura de mis sueños y los paisajes indefinidos y grises. Calles y lugares desconocidos… ¿De dónde salen? Nunca sueño lo que conozco, salvo a ti.

Me alarmas el corazón porque contigo traes luz a mi inconsciencia.

Soy un ser oscuro. No lo digo con tristeza, solo afirmo.

Y me confirmo.

Soñándonos tenía miedo, una tristeza pegajosa en mis ojos cerrados, una desazón indescriptible ante el inminente amanecer que catapulta chorros de luz reales iluminando mi fracaso vital.

La vigilia se convierte en una ventana con vidrios rotos y afilados.

No podía distinguir mis labios de los tuyos de tan fundidos entre sí. Era perfecto.

Presionaba mi pene duro contra tu vientre para que supieras la dura excitación que escondía mi ropa. Y tú apretaste la pelvis contra mí para sentirlo más.

Se escapaban gemidos entre los hilos de baba de las bocas. Tampoco era capaz de distinguirlas.

No sé en qué momento nos desnudamos y follamos, porque me dormí dentro de mí mismo.

Desperté por la frialdad pegajosa del semen en mi vientre y la sábana. No me limpié, lo extendí por los testículos acariciándome, intentando volver al sueño.

Cerré los ojos colocándome a un lado de la cama, dejándote un espacio para cuando llegaras al amanecer. Y eyaculé unas lágrimas por mi inusitada inocencia que me hacía inquietantemente loco.

Amaneció, desperté y no estabas.

Otra vez…

Tu lado de la cama estaba vacío y no olía a ti. Estaba frío como el semen que me despertó en otro tiempo, aquellos minutos atrás que fuiste dueña de mi sueño todo.

Ahora tomo un café y fumo mientas sisea el gas por los fogones apagados de la cocina.

Amar agota.

Lo agota todo.

Los sueños son de una bella crueldad. Ojalá al morir me hiciera sueño.

Si hubieras llegado, habrías cerrado los mandos de la cocina salvando mi vida.

¿A que soy un miserable?

No sientas mi muerte.



Iconoclasta

Foto de Iconoclasta.

11 de julio de 2021

Gusanos y sueños


Con el hacha que me ha regalado mi hijo antes de viajar a Australia de vacaciones, con un fuerte golpe en la tabla de cortar embutidos me he cortado el dedo pulgar de la mano izquierda. Pensaba que dolería más.

Que haya cortado el izquierdo no obedece a causas políticas, simplemente soy diestro. Que nadie saque conclusiones mierdosas. De vez en me veo desde otro lugar o tiempo distinto y me digo cosas graciosas como si actuara en un teatro. Ayuda a combatir la confusión. Toda mi vida ha sido tan confusa, difusa, múltiple, extraña, triste…

Me gusta leer, me siento orgulloso de mi vocabulario.

Me  han dicho tantas veces que soy un gusano, que podía ser una posibilidad que de mi dedo naciera otro ser como yo, idéntico a mí.

En mis sueños, padre decía que era muy imaginativo, no sé de quién hablaba; pero me quería, cosa que recuerdo nítidamente.

El dedo lleva ya cuatro días pudriéndose en una bolsa del súper, bajo el fregadero de la cocina y de ahí no salgo yo.

Quería dar una sorpresa a mi hijo para cuando llegara de Australia: que se encontrara con dos padres, yo con una mano mutilada y tullido y otro nuevo sin taras.

Todo sale mal.

El gato lame el muñón cuando entro en sopor y lo limpia de pus. Sudo tanto… Es un julio abrasador, más que nunca.

Entre sueños, surge otro viejo y de colores desvaídos:

Yo medio dormía, mis padres hablaban desde la puerta entornada de mi habitación.

–¿Crees que podría ser esquizofrénico como tu padre? Eso de que le pregunte a Inés si le enseña el corazón, me asusta– cuchicheaba mi madre.

–No digas tonterías. Solo tiene cinco años y es muy imaginativo. No vamos a llevarlo al médico por esa tontería– respondió mi padre.

Sé que fue un sueño porque desperté y no estaban.

Y desperté pensando: “Ve con cuidado” y desde entonces siempre me lo digo varias veces al día en voz alta, como una oración que me da paz.

Lo dije al cortarme el dedo.

Inés, mi hermana murió a los siete años por esa insuficiencia cardíaca con la que nació. Nadie le quiso prestar un corazón y aún la echo de menos. Yo tenía nueve años y hacía ya mucho tiempo que no le pedía ver su corazón. Sé que no es un sueño porque dolió mil.

Ve con cuidado.

Hay días en los que no me acuerdo cuando ni donde nació mi hijo; pero no me preocupa, al final me acuerdo de repente. Es que soy muy imaginativo y sueño con muchas cosas y lugares a ojos abiertos.

En el dedo que se pudre bajo el fregadero y en el muñón crecen gusanos que no son yo.

Aunque… ¿Y si resulta que fuera un gusano? ¿Sueñan los gusanos, son imaginativos?

No quiero ser un gusano, no me gusta.

Ve con cuidado.

La idea me ha provocado una náusea y he vomitado. El gato se ha comido los gusanos del muñón. La mano huele a queso podrido y unas finas y quebradas líneas violáceas suben por el brazo como si buscaran el corazón para infectarlo.

Aunque soy tan imaginativo que no puedo identificar en cual de los tres mundos que vivo ocurre esto. Hay momentos en los que viajo en el tiempo, salto de un mundo a otro y durante unos minutos quedo confuso.

Cuando como vomito.

Mi hijo llegará en dos semanas de ¿Italia?

No voy a ir al médico.

Ve con cuidado.

En otro mundo recuerdo a mi hijo y su nacimiento. Y de su madre que murió calva cuando Jordi tenía once años.

No me acuerdo cómo creció porque eso ocurrió en otro mundo muy lejano, de colores marrones claros.

Soy imaginativo y por ello mi memoria se dispersa.

Lo decía mi padre.

He despertado soñando que gritaba de dolor.

Algo anómalo ocurre, la luz que entra por las ventanas es oscura. La casa se ilumina con oscuridad, no me parece imaginación porque tengo miedo.

Haces de negritud que se crean entre los vidrios sucios, entran en casa como dedos fantasmales que buscan algo a tientas.

El gato no se despierta y las líneas de infección del brazo se extienden ya por el pecho. A veces el corazón se atasca, y he de golpearme el pecho para que funcione.

Abro la puerta de la habitación de Jordi.

Mi hijo ha llegado a casa en algún momento mientras dormía y no me ha despertado. Duerme con el hacha que me regaló en su mano.

Recuerdo que en uno de los otros mundos, dije de mi hijo: “Jordi también es muy imaginativo”.

No sé porque me ha venido a la cabeza.

Ni siquiera ha limpiado el hacha cuyo filo, tiene la textura y el color de la sangre seca.

Ahora estoy confuso, no sé si realmente fue él quien dijo que las lombrices se hacían dos al cortarlas.

Y en  otro de mis mundos, me dolió tanto el hachazo que lo empujé y se golpeó la cabeza contra la encimera de mármol de la cocina.

Le sangraba tanto la cabeza, que se le derramaba por la nuca y se extendía como un tinte por la camiseta, pegándose a su espalda.

Sentí una infinita tristeza cuando dijo: “Me has hecho daño, papa”.

Y se metió en su cuarto, caminando pesadamente, con el filo del hacha goteando sangre. Cerró la puerta dejándome solo en mis mundos.

Los haces de luz negra que entran rasgando y desintegrando mi mundo me confunden y no distingo si es día o noche. Quiero dormir y volver a otros lugares, este no me gusta.

Un gusano gigante llega desde la cocina, avanzando con ruidos líquidos y una boca hambrienta y ciega.

La luz de los otros mundos se ha apagado repentinamente.

¿Dónde está mi vida, la que me queda?

Ve con cuidado.

Ya no… Ya no es necesario.





Iconoclasta

Foto de Iconoclasta.


19 de diciembre de 2020

Un latido en la sien


Existo cuando respiro violento, cuando pulsa un latido hostil en la sien.

No puedo ni debo renunciar del animal que soy; por ello quemo la vida y digo que la paz es para los muertos.

A menudo me arrepiento de ello; pero no puedo ni debo renunciar de lo que soy; por ello quemo la vida.

Y quemo la vida.

Otra vez…

Y la vida arde.

Las cenizas ahogan y hacen la sangre espesa.

Todos rotos, todos destrozados.

El arrepentimiento pulsa una muerte ¿Está en la sien la muerte?

Todos quemados.

Los sueños todos… Por favor…

A menudo me arrepiento de ello; pero no puedo ni debo… la vida quemada… La paz es muerte…

A menudo me arrep… Soy un enfermo de podridas venas.

Un chute de aspirina de la buena...

Un caballo salvaje que trota en las venas y piafa en el corazón gélido.

Los muertos no hablan y sus labios suturados duelen; pero no debería ¿O sí?

El cerebro hierve en el cráneo y no hay control, no hay coherencia. No hay paz.

No es nieve, son las cenizas de las ilusiones.

El arrepentimiento llega tarde, cuando hay paz y no hay retorno.

Qué desolación…




Iconoclasta

Foto de Iconoclasta.


21 de agosto de 2020

Un sueño fallido


He soñado contigo; pero no te besaba, no te follaba. Permanecía silencioso acostado en la cama, a tu lado mientras dormías. Miraba los minutos luminosos avanzar en el reloj con mi mano entre tu cabello.
Solo así.
No quería dormir porque temía despertar solo. Y tomar solo el primer café del día. Y fumar solo el primer cigarrillo tras el amanecer.
Quería romper la maldición de los días sin ti.
Y el mundo se resquebrajó como un espejo roto, con un estruendo de angustia.
No sé si el estruendo fue de los cristales o fueron mis blasfemias desesperadas. No sé si le grité al universo mi odio y mi frustración.
Desperté solo y triste.
Todo salió mal, amor.
Tomé el primer café en soledad.
Y fumé solo el cáncer de la ausencia.
Otra vez…
No tengo suerte ni con los sueños.
La próxima vez te abrazaré, te besaré, te lameré el coño hasta que arañes mi cuero cabelludo oprimiendo mi cabeza entre tus piernas, desesperada por correrte. Y te follaré con violencia animal.
No puedo arriesgarme a que pase lo mismo otra vez, te despertaré, cielo.
No podría volver a sufrir la insoportable desolación de soñarte, de estar a tu lado y no tener ni siquiera entre mis dedos la calidez de tu piel al despertar.
En mi despertar de mierda…
En este mundo de mierda.





Iconoclasta
Foto de Iconoclasta.

29 de enero de 2017

Frialdad y aridez



Así es el mundo sin ti, un páramo de gris sobre gris, sobre gris, sobre gris...
Si te tuviera de la mano, te susurraría al oído lo bella que es la gélida y desolada tierra.

Ojalá...

Y es que allá donde estés contagias la belleza a todas las cosas, mi hermosa mujer.
Amar es una narcosis, una continua alucinación.
Es vivir constantemente en un mundo gris y calcular sus posibilidades contigo.

Ojalá...

Amar en soledad no tiene consuelo; pero es de una pureza absoluta.
Y le da una importancia a mi vida que sin ti, no tendría.

Ojalá...

Ojalá pudiera decirte que no me gusta ese páramo helado arrasado y estéril.
Ojalá pudiera pedirte que me arrancaras de toda esta gélida aridez de grises y me dieras el calor de tus pechos.
El ardor que esconden tus muslos.

Ojalá...

Pero no puedo sustraerme a la dramática belleza del hielo.
Porque soy un pensamiento devastado y no puedo imaginar, no encajaría en un trópico de color y calidez. Lo infectaría de frialdad y grisentería como tú eres capaz de dar calor y belleza a la tierra que pisas.

Ojalá...

Como no tendría sentido un asteroide en la atmósfera, que acabaría con la pureza de su asepsia y frialdad para convertirse en una roca donde arraigara un musgo, un liquen.
Al final, solo soy una foto dramática en una revista entre tus manos.

Ojalá pudiera, mi amor.




Iconoclasta
Foto de Iconoclasta.



22 de noviembre de 2015

Dolor en el cielo y en la tierra


Se ha desprendido un trocito muy pequeñito de una gran nube, dulcemente...

No lo hagas, no pienses, no imagines.

Y se ha deshilachado, como si muriera. Se ha evaporado apenas se ha separado de su mamá. Como un cruel accidente que te mata un hijo en una décima de segundo.

No mires el cielo, no sueñes. Pisa la tierra fría, siente el dolor de las fibras de tu carne, las que no sabías que existían y ahora enumeras en cada paso. Céntrate en el dolor de los tendones metálicos que agreden la carne que los envuelve. No añadas tristeza al dolor. Concluir cosas duele más que la carne negra que te cuelga en cada paso.

La madre ha gemido. Por favor... Me doblo de tristeza. ¿Nadie oye el atroz dolor de madre nube?

Esto  no tendrá final feliz. Sube, no desciendas más, estamos a tiempo, escritor. No tenemos que pasar por esto, mira el río y oye su sonido de vida.

¿Sabes qué tiene en común el universo y la tristeza?

Pablo, calla... Por lo que más quieras.

Que son infinitos y profundos. Y no hay consuelo.

Es autodestrucción, no es legal lo que estás haciendo.

Era muy pequeñita, solo quería volar solita un rato. Ha muerto sin haber hecho nada malo. Ni siquiera ha llovido una lágrima sobre la tierra.
Tan pequeña y tanta muerte...

Las nubes no mueren, no sigas por el camino de la aflicción. No hay dolor en ello, lo construyes tú.

Madre nube se ha detenido en el cielo para llorar la muerte de su hija, es la única inmóvil entre los altos vientos invisibles de color azul ektachrome. ¿Será por eso que a veces llueve? ¿Llueven sobre nosotros lágrimas?
Es lo más triste que pudiera imaginar.

Los universos que creas nos hacen daño. Debes no pensar. Hay canciones, hay cuadros, libros y películas por los que vale la pena sonreír. Es  solo una puta  nube y estás un poco cansado del dolor. Tranquilo, llegamos a casa y descansamos, ponte los auriculares y escucha música; pero no te escuches a ti mismo.

Esa nube es ahora un vapor de pura desolación, lo sé porque me duele el corazón. Aquí dentro en el pecho, profundo como universo y tristeza; donde no puedo acariciarlo para consolarlo.
Sé lo que siente mi nube, porque me ha abofeteado la muerte de lo amado y soy padre y soy hombre y soy finito y una parte de mí es agonía, la muerte me tatuó su color.

Pablo... Hablar de muerte es pedir muerte. Das miedo, escritor.

Percibo el horror de madre nube en su pérdida y he sentido el pánico y la incomprensión de la pequeña al morir rápida, rápida, rápida...
La más cruel de las sorpresas.
No existe tragedia mayor.

Deja que cada cual y cada cosa sufra, no nos importa, no importamos a nadie.  ¿Qué más da una puta nube? Estás sobreactuando. ¿No te das cuenta? La imaginación es enfermedad cuando duele tanto, ¿lo sabes, verdad? Eres frío bajo el dolor que te dobla. En el fondo quieres morir, inventas más pena para escapar del dolor real. Eres un tramposo constructor de la desolación.

¿Qué ocurrirá cuando se desprenda mi pierna? Cuando se pudra y se evapore entre  tierra y hojas muertas. Porque no quiero que nadie me vea mantener el equilibrio, a saltitos sobre una pierna, con la pena que siento por la tristeza de la nube.

Vuelve, sube de nuevo a la conciencia de lo táctil. Las nubes no mueren, no viven. No son madres, ni hijas. No busques el premio Nobel de la Muerte.
Vamos a casa y llama a una puta. Sufre, mortifícate mientras te cabalga, mientras te la mama, como un escritor maldito, como hacen todos.

Somos un noventa y cinco por ciento de agua que se evapora, el resto es desolación. Cuanto más evaporamos, más devastación somos. Las matemáticas son trágicas también. Todo es trágico mirando el  cielo y la sangre invisible de nube hija.

Cierra los ojos, pues.

Hay un frasco de pastillas antitristeza en casa, hay quince dosis de antitristeza en un frasco de plástico etiquetado como "salida de emergencia". Cuando llegue a casa las tomaré brindando  por la breve vida de tu hija, nube de la pena. Estoy cansado, majestuosa doliente. Voy con tu pequeña, alguien debe hacer algo para variar.

Lo sabía. He sabido que no podía acabar bien en cuanto te has quitado las gafas de sol mirando al cielo. ¿Es hora de morir, verdad?

Sí.

Mierda.




Iconoclasta

19 de febrero de 2015

Las ilusiones


Las ilusiones no son como la energía, hay cosas que se destruyen sin más, no se transforman. No habrá una forma de energía volando por el espacio con el estigma de nuestra ilusión convirtiéndola en una ameba de otro sueño.
Lamento ser aguafiestas, pero el dolor, la frustración, el desasosiego y el rencor de los sueños rotos no pueden calmarse con los restos deshilachados de las ilusiones, porque no queda ni rastro de ellas.
Los físicos son ingenuos, son fantasiosos, tal vez deberían experimentar el dolor. Ese optimismo hace daño...
Las lágrimas no son energía transformada, es una reacción alérgica a la pena.
Dicen que quien llora no mea. No me gusta esa vulgaridad, no me gusta sacar mi pene y ver que es un animal triste, que es algo que expele suciedad nada más.
La ilusión lo pone duro en su boca, en sus pezones, entre sus piernas, dentro de su coño, en su vientre soltando su carga de amor cremoso; en su piel para que contraste lo blanco con su tono tostado.
Y si el sueño se rompe, no hay transformación alguna, el hueco que deja la ilusión lo llena el desánimo, la ira.
Mi ira salvadora que impide que llore en rincones oscuros a salvo de la luz delatora.
A salvo de miradas viciosas que me observan masturbarme en un llanto. Expeliendo un semen calmo, que escurre por mis muslos y se enfría más rápido que un cadáver.
Las ilusiones tienen la propiedad de autodestruirse sin dejar rastro. No volarán como cometas, esos símbolos que indican que el sueño de la libertad está sujeto a un hilo que se puede romper y arrastrarnos para destrozarnos inevitablemente contra la tierra de nuevo.
¿Alguien ha visto el humo de las ilusiones incineradas? ¿Una piel reseca en el suelo de lo que era un sueño?
No hay transformación, tiene que haber un vacío que se alimenta de esos sueños, tal vez con el tiempo se convertirá en un agujero negro donde nada se transforma y todo es devorado, como un intestino ciego.
Es igual, que se desintegren, tenemos más ilusiones por crear.
Mira mi erección, es mi sueño, eres tú.
Otra vez.
Intransformable, inviolable, inmutable. Esta ilusión se desintegrará, jamás degenerará con una transformación.  Se esfumará pura, no se convertirá en un resto que apeste, que ridiculice lo que un día fue.
La idiosincrasia de las ilusiones, es que no se convierten en mierda. Desaparecen  y se crean otras, sin vicios, sin dobleces. Sin que haya cambiado su composición química.
Estamos locos, mi amor, todo se transforma a nuestro alrededor y nosotros lo hacemos desaparecer.
Somos derrochadores, si lo supieran los verdes...
Somos prestidigitadores de las ilusiones, solo que no hacemos de un pañuelo una paloma; lo desintegramos y el público aplaude angustiado ante la tragedia de una ilusión evaporada.
Somos crueles soñando y dilapidando ilusiones, cuando todos las atesoran como si fuera la única que han podido y podrán tener.
Y sonreímos a los angustiados esperando la nueva , la próxima que será despedazada también para desaparecer.
Tal vez eso nos haga vivir como dioses creadores que crean y destruyen.
Y nuestra capacidad para escapar de las leyes físicas, las leyes terrenas.
Mira mi mano, mi amor, otra ilusión creada para ti. Otra ilusión para vivir hasta que desaparezca.
Y sin embargo, hay una excepción: tú. Eres mi sueño eterno que nunca desparecerá.










Iconoclasta

9 de abril de 2013

El terremoto



Han temblado las paredes, he oído como se ha rasgado la tierra y hay llantos de seres humanos ahí fuera, en la calle. El dolor y la desgracia siempre son de agradecer porque rompen lo plano. Aunque me joda.

Me levanto del sillón en el que me encontraba envuelto de oscuridad, la radio no emite música, los teléfonos no funcionan. No importa, no me apetece escuchar música ni llamar a nadie. Entre las lamas de la persiana descolgada entran rayos de sol hiriente que revelan el polvo del aire. Son horripilantes los días de sol deslumbrante, me molestan los ojos y me hacen arder la piel. Si ha ocurrido una catástrofe, encuentro que sería más adecuado un día gris, tormentas de rayos, toneladas de agua limpiando el polvo y la miseria que ha quedado…

Hay quien se siente confortado si algo le es familiar. Yo me siento desgraciado: “¡Oh no…! ¡Otra vez!”.

Irritado, peligrosamente herido…

Hay tanto tiempo vivido y tanto espacio, que me pudre volver a vivir lo mismo o algo parecido.

Carece de gracia repetir.

Los terremotos son novedosos siempre. Mi casa no se ha caído, he salido por mi propio pie; pero me ha interrumpido la lectura que me lleva al sopor de mediodía. Es surrealista que en un momento vulgar, ocurra algo así. Ya es casi la hora de comer, aunque pocos tienen ganas de hacerlo. Son las trece cuarenta y tres de un día diferente.

A veces la vida sorprende.

Los hijos muertos no son populares, no me gustaría saber de ellos. Hay cosas con las que soy flexible y me conformo con la monotonía. Pienso en hijos muertos porque hay padres llorando con trozos de ellos entre las manos, observan con incredulidad sus pequeños miembros sucios en los escombros de las casas.

Cuando acabo de follar me pongo en pie con el pene aún duro, aún vibrante. Y caen gotas de semen en mis pies. Son pequeñas moléculas, pequeñas suciedades que no me importan. No me limpio, dejo que se sequen mientras fumo, sintiendo-gozando la relajación del pene que se torna lacio sin que yo intervenga.

A veces me dejo llevar por el destino relajadamente. Como ahora, que tras el terremoto, me dejo invadir de pensamientos y obscenos dolores, patéticas muertes…

Un hijo mío nació por este proceso de follar.

Yo no quise, sucedió. El semen, una partícula, se enquistó en unas entrañas femeninas y se desarrolló mi hijo.

Es extraño que algo tan diferente y más valioso que yo, haya salido de mi polla.

Fumé con el vello del pubis apelmazado de semen sin imaginar que mientras tanto, algo corría por una vagina extenuada.

Siempre fumo, me gusta. Tener hijos es algo accidental, un problema más a resolver.

Tal vez follo para luego fumar. Soy raro y eso me consuela.

Soy impúdico y me niego a sentirme a gusto en un planeta que me ha sido impuesto.

Si existieran odiadores desapasionados profesionales, yo sería uno.

Lo acepto de buena gana.

Nací sin empatía, ni siquiera mi muerte me inquieta.

No puedo dejar de pensar que si mi hijo fue una cosa hermosa, se debe a la naturaleza y su instinto de conservación globlal: de algún modo se debe evitar que nazca algo como yo de nuevo. Mi genética es una aberración sin futuro en ninguna generación.

Mis vibraciones son potentes, cualquiera que no sea demasiado idiota, se dará cuenta de que no soy alguien a quien apreciar.

La tierra ha temblado, a lo mejor es por mí. Soy vanidoso.

Mi hijo se dio cuenta de lo que soy hace tiempo. Es feliz ahora que no estoy cerca de él.

Todo el mundo conoce o vuelve a revivir la felicidad cuando me alejo de sus vidas.

Yo no tengo la culpa; la mierda huele, el filo corta y a mí me parieron así.

Debería cabalgar a lomos de un caballo con el vientre abierto con una guadaña en mis manos. Con una capucha negra protegiéndome del infecto sol.

Me alegro de que los demás sean felices sin mí. Es algo que me libera.

Que nutre mi orgullo, mi vanidad.

Un perro sin patas se cuece al sol sin que nadie lo aparte, sin que nadie lo cobije en la sombra. Estaba ahí antes del terremoto, pero no ha tenido suerte de morir, aunque yo diría que se le ve feliz.

¿Por qué vive un ser tan desvalido? Me entristece que sea feliz, que agite su rabo mientras el sol lo seca, lo deseca. Quiere vivir como sea.

Lo mata. Puto sol creado por un puto dios…

Tal vez yo no quiera morir, tal vez camino entre las ruinas y el olor a muerto buscando otro planeta; con otros seres tendría oportunidades de ser feliz. Aunque lo dudo, me conformaría con no sentirme un muñeco al que levantan un brazo y siempre dice lo mismo, sin esperanza de levantar el otro. Sin esperanza, siquiera, de sangrar.

Un hombre ha caído en la sima que ha abierto el terremoto en la calzada y la tierra se ha vuelto a cerrar a la altura de su estómago antes de que pudiera salir.

—No estires —le dice con apenas un hilo de voz a un joven que pretende sacarlo tirando de sus manos—. No quiero ver lo que queda de mí, no quiero saber en qué me he convertido. No sé si aún estará el resto pegado a mí. Es humillante.

Cojones, no sé porque; pero siento ganas de bendecirlo. No lo pienso hacer, lo que está mal, mal se queda. Como yo también.

He visto un pez con las aletas cortadas caer al fondo del mar, con los ojos muy abiertos por el miedo, dejando una estela de sangre. Sus agallas trabajaban rápidas, asustadas.

La muerte se refleja en los ojos de los seres por muy fríos que sean. Por mucha sangre fría que tengan.

Es inmoral verse mutilado. Sonrío al hombre sin piernas, tiene razón.

—No fume usted —me dice escupiendo sangre viendo como enciendo mi cigarrillo—, ya es mayor para eso, los pulmones deberían descansar.

—Soy viejo para todo. Mi semen se enfría mucho más rápidamente que cuando era joven. Son detalles sintomáticos —le respondo con pocas ganas, ya más tranquilo con el humo en mis pulmones.

Con la mierda y el polvo en suspensión que hay a mi alrededor no puedo hacer nada para mejorar mi calidad de vida. No es un buen momento para dejar de fumar. Nunca lo es.

—A mí me pasa con la sangre, mire que fría está. Soy más joven que usted y me voy a morir antes. No es justo.

A mí no me parece justo ni injusto, simplemente es una cuestión de suerte que nada tiene que ver la divina providencia de san Indio, la mejor cerveza del mundo. No respondo a su delirio de agonía. No sé si dice tonterías porque muere o toda su vida ha sido así.

Mi gata aparece con un polluelo en la boca. Pía aterrorizado sin que ella se sienta aludida. Lo deja frente al hombre aleteando herido y lame sus manos ensangrentadas.

— ¿Es suya? ¡Qué cariñosa es! —habla con un rictus de dolor. Le queda muy poco que decir, a pesar de ello sonríe. Yo no.

—Está muy delgada. Suerte —me despido.

La gata me sigue y se enreda entre mis piernas para jugar. Me araña el tobillo sin pretenderlo y pienso que no es nada comparado con tener medio tronco amputado.

La vida es una mierda, padre murió sin darme tiempo a decirle una palabra y con este extraño he mantenido toda una conversación filosófica. Mierda para Dios.

Hablar con extraños siempre me ha parecido una tarea tediosa, penosa.

Mi caballo come de una bolsa de basura en una de las esquinas de la calle y una rata sarnosa roe la tripa que le cuelga. Se ha destripado al pasar por encima de las planchas metálicas del techo de una casa que se ha tragado la tierra al temblar.

Algo extraño, algo anómalo me tiene que ocurrir, no son habituales estas situaciones.

El caballo me huele y alza la cabeza mirándome con sus ojos ciegos, están blancos como pelotas de golf. Es un toque de color en un pelaje negro. En su quijada sostiene  el torso de un bebé parcialmente devorado. Pobre caballo, no sabe lo que come.

La gata se arquea y su pelaje se eriza. Nunca le ha gustado ese caballo que no es mío; pero si lo reconozco como tal, por algo será. Los terremotos derriban también los muros de las mentes y rasgan la realidad, el coraje y la cordura.

Estar loco es bueno, rompe cualquier asomo de repetición.

Me gusta, me enternece la valentía de mi gata; ella cree que puede contra todo. Como yo de pequeño.

El caballo se encabrita y con una pezuña trasera aplasta a la rata que se alimenta de su miseria. Hay tanto sol, tanto calor…Y polvo que flota como una enfermedad en el aire, densa y tangible. Identificable como la muerte en un corazón roto.

El torso del bebé ha caído de la quijada que lo devoraba, sus ojos vacíos me miran acostado de lado en una bolsa de basura blanca. No tiene labios y me sonríe muertecito.

No voy a subir a mi caballo, no me gusta. Me incomoda, parece peligroso.

Estoy de acuerdo con la gata, si pudiera me arquearía y si tuviera pelaje, lo erizaría.

Aunque tengo rabo no es elegante una erección hostil en un día de destrucción masiva. Mejor pensado: no es higiénico.

Estoy cansado y aburrido de que interfieran en mi vida los demás a pesar de mi falta de empatía. Yo no tengo la culpa de que me hayan parido así. Si yo he tenido que soportarlos, otros tendrán que soportarme. Que se jodan.

Me sobreviene una arcada al pasar frente a un edificio derribado, se oyen voces entre las ruinas pidiendo ayuda; pero sobre todo, sube el hedor a sangre y carne que se calienta. Es un olor particular, aunque no se haya olido jamás, se identifica claramente como la muerte.

El caballo me sigue lentamente, con los belfos encogidos mostrando sus dientes con ira, arrastrando la tripa por el suelo. Y por alguna razón que no entiendo, caga también a pesar de su intestino destrozado.

Me interno en una estrecha calle que está extrañamente en sombras, todas las casas se han caído, no es lógico, debería llegar el sol. Mi olfato se ha saturado tanto de muerte que ya no siento náuseas. El calor se ha esfumado y me siento bien.

El caballo se acerca y con su hocico agita mi mano buscando una caricia. La gata está subida encima de la cabeza de una mujer muerta y maúlla también exigiendo su cariño.

Acaricio los ollares de mi caballo y me acerco hasta mi gata que cierra los ojos al sentir la caricia de mi mano.

Todo está bien, y la muerta no huele.

Elevo la vista al cielo para agradecer el frescor; es una pared gris como el plomo. Más allá, en la calle central de donde vengo, el sol arranca espejismos del suelo, lo hace hervir.

Espejismos de vapores de muerte… Reflejos del dolor…

La estrecha calle es larga como el infinito, como una Vía Láctea de escombros y destrucción, no hay peligro, no hay calor, no hay muerte, ni hedor.

Me agacho y meto la tripa podrida del caballo en el vientre para que no la arrastre, para que no se haga más daño si no es necesario. La gata trepa a mi regazo y avanzamos lentamente.

Los cascos del animal pisan muertos, ropas sin cuerpos, cepillos de dientes y fotografías.

Siento que la humanidad no merece perdón, una corriente de aire que da paz a mis ojos secos, me da la razón. El planeta está de acuerdo conmigo.

Una pequeña figura avanza hacia nosotros. A medida que nos acercamos, se define su rostro  delgado y anguloso, su cabello rizado y oscuro, sus pechos libres bajo un vestido de gasa blanca. Los ojos son oscuros y brillantes… Sus pechos se agitan con cada paso.

Me apeo del caballo, la gata salta a unos escalones rotos, sus pupilas están dilatas absorbiendo toda la luz posible observando la figura que se acerca, ronronea plácidamente.

La mujer ha llegado hasta mí.

—Amado Jesús, cuanto tiempo, mi amor. Te extrañado cientos y cientos de años —dice mirándome con intensidad.

La amé en algún momento, lo sé, me lo dice cada terminación nerviosa de mi cuerpo.

—No lo sabía, no sé si esto es realidad, tal vez duermo —le respondo confuso.

Se arrodilla ante mí, saca mi pene del pantalón y se lo lleva a la boca. Sus rodillas sangran porque se asientan en escombros de azulejos cortantes.

El caballo escarba con su pezuña delantera y muerde una mano gris de uñas sucias y piel herida que ha hecho emerger de la miseria.

Mi vientre se tensa ante la succión de María Magdalena. La recuerdo…

Parece que me arranca la polla, que me arranca la piel de hombre y me convierte en Dios.

Recuerdo mi semen corriendo por sus muslos poco antes de mi crucifixión y ahora son sus labios los que rezuman mi leche. Sus pechos se han mojado.

Acaricio y beso sus labios, trago mi propio semen.

Entre la masa de cielo gris, veo la silueta de mi padre, de Dios. Me espía inquieto, teme mi juicio. Teme mi despertar de la conciencia.

Soy mi propia revelación.

—No hay premio ni redención para ellos, María. No es necesario que venga la Bestia, no habrá lucha entre el bien y el mal. Porque todo es mal. Porque aún recuerdo los clavos en mi carne y no quiero perdonar. Mi padre se equivocó, el viejo no supo hacerlo bien, es hora de acabar con su gran obra.

—Lo sé, mi amor. Dios ha estado llorando porque sabía que su hijo no tendría compasión de sus creaciones.

Abrazo a María Magdalena, la beso con un ansia milenaria y lamo sus pezones erectos en esta estepa del caos y la muerte.

El planeta sigue crujiendo, sus entrañas se abren como el vientre de mi caballo, la muerte no ha hecho más que comenzar, el terremoto solo es un preludio.

—Sube, mi amor. Sigamos condenando, sigamos disfrutando del dolor de las creaciones de mi bastardo padre; como ellos disfrutaron con nuestra separación. Con mi tortura y muerte —le digo al tiempo que monto mi caballo.

Alza su mano y la subo delante de mí, entre mis piernas; para follarla ante la muerte de los idiotas, de los falsos, de los cobardes. Para amarla con la misma fuerza con la que deseo condenar a todo hombre, mujer y niño.

¿No querían juicio final? Ha llegado por fin. Que se jodan como yo me jodí. Como me jodieron ellos y mi padre.

La gata ha clavado sus uñas en la grupa del caballo para no caer, para no separarse de nosotros. El caballo ama el dolor, eso es todo, se jacta de ser valiente.

Llega un gemido desde lo lejos. Es un ladrido débil a la entrada de la calle, en la frontera con el sol y la penumbra. Es el perro sin patas que se arrastra como un gusano hasta la calle de la condenación.

—A ti te perdono, perro —musito en un idioma que no creía ya recordar.

A lo lejos, el perro parece crecer, sus patas se han desarrollado y se dirige a la carrera hacia nosotros, contento; tanto como cuando no tenía patas.

— ¿Cómo vas a llamar a tu primer milagro tras tu segunda venida? —pregunta María Magdalena, que intuyo, sonríe con picardía.

—Le voy a llamar Yahveh, aunque no le guste.

Mi hermosa y amada María lanza una carcajada y toma mis manos con las suyas para que abrace su cintura con fuerza.

Esta vez el juicio es correcto y los malos sufrirán su castigo, sin que ningún inocente muera por ellos.

Todo fue un error y yo no moriré otra vez en vano.

Sonrío por primera vez en más de dos mil años.






Iconoclasta